L`Olimp dels Jutges (en castellano)

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JUSTICIA Por Laura Mesa, David Vidal e Iria Rodríguez
EL OLIMPO DE LOS JUECES
El poder judicial y los partidos se resisten a renovar el
acceso a la carrera mientras que el Ministerio ahoga a la
Escuela Judicial
El acceso a la carrera judicial es motivo de debate en el mundo de la
judicatura. Mientras colectivos de jueces, fiscales y abogados progresistas
piden una renovación en la línea europea, basada en la experiencia y que
promueva la proximidad con la sociedad; la corriente más conservadora,
mayoritaria en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), así como la
dirección de los principales partidos políticos, prefieren mantener el acceso
a través de las oposiciones de tipo memorístico que favorezcan un perfil
de juez fácilmente controlable. El Ministerio también ha anunciado que no
convocará plazas de juez este 2012 y que reducirá drásticamente las
plazas de la Escuela Judicial, de las actuales 231 a 35. Por todo esto,
durante los próximos años no será posible empezar a renovar y agilizar el
poder judicial en nuestro país.
En la cima de la Sierra de Collserola, el Consejo General del Poder Judicial tiene su
particular Olimpo. Seis páginas de un archivo pdf explican cómo se llega, en coche
particular, en transporte público o en taxi. El trayecto se resume en quilómetros de
subida, muchas curvas y la sensación continua de estar a punto de llegar sin acabar
nunca de hacerlo, alegoría perfecta del largo camino lleno de obstáculos que los
estudiantes de Derecho deben recorrer hasta llegar a ser jueces. Acunada por un
paraje idílico, con el azul del mar de fondo y escondida entre la vegetación frondosa, la
Escuela Judicial se alza en Vallvidriera alejada de la civilización.
Al llegar, no es Zeus quien vigila la entrada y salida de los dioses, sino un grupo de
policías nacionales que comprueban la identidad de todo aquel que se acerca para
que nadie no autorizado ose entrar. Cuando el visitante pisa por primera vez la
recepción, una aparente seriedad impregna repentinamente el ambiente primaveral, la
misma que muchos asocian a la palabra “juez” y que se atenúa a medida que las
conversaciones y las risas de los estudiantes se escuchan más cercanas.
La del 23 de abril no es una semana cualquiera en Vallvidriera, y no porque sea Sant
Jordi: desde tan arriba no se huele el perfumen de las rosas ni el olor de los libros
nuevos. En la Escuela la semana es especial porque se combinan las clases con
simulaciones judiciales. El plan docente de este año integra estas recreaciones con
clases teóricas, visitas a diferentes servicios sociales, charlas, conferencias de
expertos y estancias en juzgados. Un maridaje de teoría y práctica que satisface a la
dirección y al profesorado pero que acoge sin tanto entusiasmo el alumnado, quién
opina que algunas de las actividades son totalmente prescindibles: “Clases sobre
libros no son necesarias y las de redacción están mal planteadas. De la teoría a la
práctica hay un mundo. Nos están enseñando cosas que después por cuestión de
material, tiempo o compatibilidad de horarios no van a servirnos para nada”, asegura
uno de los futuros jueces que quiere mantener el anonimato.
Puerta de entrada y lugar de permanencia de los aspirantes a jueces, la Escuela
Judicial pasa por uno de sus momentos más delicados: han conocido hace poco la
decisión del Ministerio de Justicia de no convocar oposiciones para este 2012 y ofrecer
tan solo 35 plazas para el próximo año, en lugar de las 231 actuales. Profesores,
alumnos y aspirantes opositores están en la más absoluta incerteza: “Esto tiene unas
consecuencias muy graves, y no solo para la Escuela – Marta Fernández, jefa de
estudios de la Escuela Judicial, alza la vista en su despacho con expresión inquieta,
mientras se debate entre hablar y no hacerlo–-. Hay gente que lleva años preparando
la oposición y, no querría hablar de generación perdida, pero son personas que han
hecho una inversión de muchos años de estudio y ahora se les acaban todas las
posibilidades”.
Pero el Ministerio tampoco facilita las cosas para aquellos que ya han opositado. Con
la excusa de la actual crisis económica, el gobierno ha decidido no crear más
juzgados. Esto supone que, después de finalizar la etapa de la Escuela Judicial, a los
alumnos no se les asegura un destino donde puedan ejercer de juez titular. Muchos de
ellos deberán conformarse con reforzar un juzgado y repartirse las demandas con el
juez titular en lugar de instruir sus propios casos. Y gracias.
En la clase de Derecho de Familia de la mañana del 25 de abril en que visitamos la
Escuela –un verdadero privilegio, si tenemos en cuenta las medidas de seguridad que
envuelven el centro– asisten cerca de cuarenta alumnos, aunque lo habitual son
clases con menos de treinta. El ambiente distendido y el intercambio fluido de
opiniones entre el alumnado y la profesora alejan la escena de las convencionales
clases magistrales. De hecho, la Escuela Judicial no es una prolongación de la
Universidad, sino que se convierte en paso obligado de los que quieren ser jueces
después de haber aprobado las oposiciones. “La gente no sabe lo que hacemos aquí.
El otro día, sin ir más lejos –explica el alumno Ignacio Risueño–, una de las abogadas
en prácticas que vino a la escuela preguntó a una compañera si estábamos haciendo
el posgrado de la carrera”.
La mayoría de los alumnos de la Escuela coincide en que el traslado de esta sede
formativa del CGPJ a Barcelona podría haber sido útil si se hubiese elegido otro
emplazamiento, para acercar la justicia a la sociedad. En esta línea, Cristina Blas,
alumna de la escuela, reconoce: “Aquí estamos aislados, es un año de vivir en una
pequeña burbujita que viene después de vivir muchos años en una gran burbuja
afectiva y personal”. Una burbuja que resulta de la dedicación a tiempo completo de
las más de diez horas diarias al estudio de las oposiciones, alejados de la vida y de la
sociedad.
El acceso más común a la carrera judicial se da al acabar los estudios de Derecho,
cuando se superan unas oposiciones que consisten en un examen escrito y dos orales
ante el Tribunal Supremo. Este periodo lo definen los mismos alumnos como
“económicamente horrible y psicológicamente brutal”. Les sigue un curso de nueve
meses en la Escuela Judicial y siete meses más de prácticas tuteladas. Este
procedimiento se basa en los principios del mérito y en la capacidad para ejercer la
función jurisdiccional, según explica la ley que regula su acceso, aunque Sergio Oliva,
alumno de la 63ª promoción de jueces, lo considera de una ineficacia injusta, porque
“te juegas la vida en una hora de examen y no se valora la capacidad jurídica de tu día
a día”.
La burbuja que la total dedicación del sistema de oposiciones pide a los aspirantes se
critica duramente desde el sector progresista de la judicatura. Jueces y fiscales
coinciden en la necesidad de promover el acceso a partir de la experiencia y en
consonancia con otros modelos europeos. Xavier González, portavoz de Jueces por la
Democracia, pide que las oposiciones “no consistan únicamente en la memorística
sino en el desarrollo de casos, en el aprendizaje de idiomas y en el conocimiento de
nuevas tecnologías”. Una de las opciones que proponen es que el examen de acceso
se asemeje al MIR. Es decir, una preparación de uno o dos años que permita después
especializarte en función de la nota y no pasar tanto tiempo aislado. El fiscal Francisco
Javier Pérez sugiere en la misma línea “potenciar más el tiempo en la Escuela Judicial,
donde las prácticas sean más importantes que el propio examen de acceso”.
Para incentivar una justicia independiente de los demás poderes democráticos, el
magistrado de la sección décima de la Audiencia de Barcelona y miembro de Jueces
por la Democracia, Santiago Vidal, también es partidario de una renovación en el
sistema de acceso que lo acerque al modelo inglés y alemán, donde la memorística
deja paso a la experiencia. En estos países, hasta los treinta y cinco años no se puede
acceder a las pruebas para ser juez o fiscal y, hasta entonces, el aspirante debe haber
cursado estudios de Derecho y otras disciplinas, además de haber trabajado en
ámbitos diversos que le hayan permitido obtener conocimientos de todas las
realidades. Estos modelos tampoco permiten una destinación fija justo después de
haber aprobado, como el sistema de oposiciones español, sino que los candidatos
deben estar tres años como jueces en prácticas en un tribunal colegiado.
En los años 80, el socialista Fernando Ledesma, entonces ministro de Justicia, incluyó
una segunda vía de acceso a la carrera judicial, el Cuarto Turno, que pretendía ser
una alternativa a la pura memorística. Si eras jurista de reconocido prestigio con más
de diez años de experiencia profesional en los órganos de orden civil, penal o en los
órganos con jurisdicción compartida, podías ingresar directamente como magistrado
sin necesidad de presentarte a unas oposiciones. Desde entonces y hasta ahora, la
diferencia es que el examen que es necesario pasar es más breve y la estancia en la
Escuela Judicial se acorta a un mes; y a dos, las prácticas tuteladas.
Esta es una opción que genera detractores y partidarios. Para los que están a favor
supone la posibilidad de enriquecer la justicia con otras disciplinas y experiencias
vitales ya que, para ser juez, “no solo la parte técnica y jurídica es importante, también
es necesario observar y mirar a los implicados para crear un vínculo y demostrar
interés”, apunta Marta Fernández, jefa de estudios de la escuela. El magistrado
Santiago Vidal reconoce que esta reforma buscaba despolitizar el acceso a la carrera
judicial, pero también asegura que “cuando los partidos se dieron cuenta de que los
jueces eran independientes, que estaban bien formados y que no se les podía
controlar, tampoco potenciaron esta vía”. Por ello, el poder ejecutivo y legislativo no ha
reformado la Ley Orgánica del Poder Judicial, de 1985 y modificada solo parcialmente
en el año 2003.
A mediodía el comedor, una gran sala con una enorme vidriera que deja pasar toda la
luz primaveral, se llena en su totalidad, y en las largas mesas blancas se escuchan
conversaciones que nada tiene que ver con sentencias, demandas y resoluciones
judiciales. Camisas, polos y jerséis que se olvidan de los colores vivos, con pantalones
de pinzas o tejanos oscuros, mientras que las bambas informales dejan paso al
marrón de los zapatos marineros. Gafas para ellos, y ellas amenizadas por una fina
capa de maquillaje, americanas y faldas, ensalzadas con zapatos de tacón. Una
homogeneización formal rota por comentarios, colores y actitudes que entierran el
estereotipo preconcebido de cómo debe ser un juez. “Los que estamos aquí somos
más normales de lo que la gente cree desde fuera. Si nos vieran, se sorprenderían y
pensarían: ‘¿esto es un juez?’. Pues sí”, sonríe Cristina Blas.
Después de comer, en el aula 3 de la Escuela Judicial se celebra la simulación número
27, en este caso de derecho familiar. En el centro del aula, y rodeado de sillas, se ha
montado un set donde la mesa en forma de U está presidida por una chica con toga –
que hace de jueza– rodeada de secretarias y secretarios judiciales, un fiscal y, a cada
lado de la U, abogados de las dos partes implicadas. Sentados frente a la jueza, los
dos interesados. No todos son alumnos de la Escuela Judicial, algunos de los
abogados o el fiscal están también en prácticas. El aula no está del todo vacía: han
venido profesores de escuelas de práctica jurídica de Málaga y Bilbao, además de un
par de la propia Escuela. Encima de la mesa, códices de la Ley de Enjuiciamiento
Civil.
Una pareja de Barcelona (viven en Gracia) debe revisar ante el juez, y a petición del
fiscal, el acuerdo de divorcio, porque la mujer ha aceptado un trabajo en Estocolmo
(Suecia) y, por lo tanto, se llevaría consigo al hijo (al que llaman José). No hay
acuerdo sobre esto y el padre (a quien, por cierto, llaman ‘Arturo Mas’) pide la custodia
porque cree que no está en absoluto obligada a aceptar el traslado, sino que lo hace
por una ambición profesional desmesurada e inoportuna, ya que el hijo se 12 años se
encuentra en periodo de formación.
Los dos cónyuges figura que son catalanes pero tienen un divertido acento cordobés
uno y vasco el otro. Sí, la simulación es toda ella marciana: hablan sobre la educación
del hijo (José) y dicen que no tendrá problemas con el inglés en Estocolmo porque
está escolarizado en un instituto bilingüe en Barcelona. Al observador, que sí es de
Barcelona, todo le extraña, porque sabe que todas las escuelas de la ciudad son,
como mínimo, bilingües. “El tema de la lengua es donde más noto que a los juzgados
llegan como de otro mundo muchos de los jueces que salen de la Escuela Judicial –
lamenta el periodista de tribunales Jordi Panyella–, porque, si vas a administrar justicia
entre los ciudadanos y ya de entrada no pueden hablar en su propia lengua delante de
la autoridad, mal vamos”. El catalán está visto como una peculiaridad folclórica, no
como una lengua, en esta recreación, y toda ella se tambalea como ejercicio de
aproximación a la realidad.
El alumno que hace de abogado defensor del famoso Arturo Mas pregunta muy mal.
Tartamudea. Es impreciso. Duda. Y es agresivo hasta el punto que los profesores que
lo observan tuercen la cabeza.
- ¿Usted cobra de las reparaciones y de las pequeñas chapuzas que lleva a cabo en
domicilios de amigos y conocidos?
- No.
- Perdone, ¿está usted seguro?
- Sí, seguro.
- ¿Le puedo insistir en que reflexione sobre esta pregunta…?
- …
- Disculpe, pero… Bueno, me gustaría que constara que a mí me consta que sí cobra,
señoría…
La alumna que hace de jueza le señala que no son adecuados ni el tono ni la
observación.
- No puede usted hacer esto… Si le consta ya aparecerá en la documentación de la
instrucción…
- Es que sé que miente, señoría…
Interviene un profesor de los que evalúan porque los estudiantes se apartan del guion.
- Letrado, para eso están las partes y los abogados: para mentir como bellacos.
Un sonrisa lucha por dibujarse en las caras de circunstancias de los improvisados
‘actores’. El padre, Arturo Mas, declara ahora. Alega los motivos por los que no quiere
que su hijo se marche.
- Es que si el niño se va… no sé, me da un poco de pena porque no tengo medios
para viajar con frecuencia y lo perderé de vista.
El crescendo dramático prosigue implacable. La abogada de la parte demandada tiene
un discurso melodramático con acento gaditano y el fiscal se pone tan nervioso que
parece tartamudo. Encima, se equivoca cuando pide la pensión alimenticia. Es el único
de la sala que no se da cuenta de esto y tampoco se da cuenta de que todos los
profesores y los alumnos están diciendo que no con la cabeza mientras habla.
Finalmente, la jueza le corrige públicamente y dice:
- Queda todo dicho para dictar auto.
Y empiezan las evaluaciones de los profesores. La abogada del Colegio de Málaga
recuerda al letrado del exmarido que durante el interrogatorio no se pueden hacer
comentarios, y le pide a la jueza que durante el juicio levante la vista de los papeles y
mire a las partes para saber cómo son, cómo se mueven y cómo hablan. “Esa
información también le va a ser de utilidad a usted cuando administre justicia ante
personas. Ya mirará después los papeles”.
La representante de la Escuela de Práctica Jurídica de Bilbao le pregunta a la chica
que hace de jueza si es feminista.
- Bueno… no especialmente…
Ante el desconcierto de la chica, la profesora abogada –traje chaqueta, perfume caro,
iPad, uñas de tigresa– le aclara:
- Me lo ha parecido por el sesgo de las preguntas y de la vista…
Al salir de las decenas de simulaciones que se han celebrado de forma paralela a la
del señor Mas, los actores siguen por los pasillos larguísimos con grandes aulas a
ambos lados, sofás, un ascensor nada claustrofóbico, vidrieras que filtran toda la luz
posible y… ¡sorpresa!: una terraza con piscina y una mesa de ping pong. Mucho
dinero invertido en un escenario idílico para la formación, que se alzó en once meses
hace quince años, y que ahora no sabe si esta será la última promoción que lo podrá
disfrutar.
Es por ello que otro de los problemas de la justicia, coinciden alumnos, jueces y
expertos, es que el Consejo General del Poder Judicial no tiene autonomía
presupuestaria. ”Esto implica que solo puede encargarse [el CGPJ] de crear plazas
para los jueces, no juzgados, que corresponde al Ministerio de Justicia. Si el Ministerio
no da dinero, el Consejo no puede hacer nada”, explica Fernando Ruíz-Rico, alumno
de la escuela. Esta dependencia proviene del interés político para controlar la justicia,
tal y como explica el presidente de la Audiencia Provincial de Barcelona y portavoz de
la Asociación Profesional de la Magistratura, Pablo Llarena: “El problema fundamental
de la justicia es que los jueces no tenemos capacidad presupuestaria pero sí tenemos
la obligación de juzgar y hacer funcionar los juzgados con unos presupuestos que
gestionan desde el poder ejecutivo”, dice.
A medida que el día avanza, las simulaciones finalizan y los alumnos se van a casa en
una de las diferentes opciones presentadas en el largo pdf. Un día atípico para la
escuela, porque las clases no son las convencionales; y para los alumnos y
profesores, que temen preguntas comprometidas que les puedan dificultar después su
situación dentro del mundo de la judicatura. “Ser juez condiciona tu vida social y la
manera de relacionarte”, reflexiona Marta Fernández antes de dejar su despacho
hasta el día siguiente. Parece que en el Olimpo no solo viven los dioses. De vez en
cuando también es lugar de paso para algunos mortales privilegiados, pero siempre
sin quedarse mucho. No sea que después se explique y que todos seamos más
conscientes de las carencias jurídicas que se imponen desde la política.
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