Cinco metros de tiempo

Anuncio
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sc
u
aren
ta y ocho
La historia que quiero contaros tuvo lugar no hace mucho en una
ciudad tan grande que tomaría bastantes días el poder recorrerla
en bici. Incluso en coche se tardaría varias horas.
La ciudad rebosa de vida. Una vida que camina y se detiene, que pasea,
se arrastra, salta y a veces incluso vuela. Nadie sabe exactamente
cuánta gente vive en esta ciudad, pero debe de haber alrededor de
siete y diez y un tres cuartos fantastillones diez y un billón de sillones d
habitantes.
Pocas son las casas en que no se cuentan al menos veinte historias
incluyendo a toda la gente de la ciudad.Y al recorrer sus calles,
la multitud de ruidos llega a ser a veces tan escandalosa que tiene
uno que taparse los oídos para no volverse loco.
inticuat
y once
día
ciudad un nuevo
Amaneció en esta
ás
m
a
ro, una mañan
como cualquier ot
et
rr eaba
ía de la gente co
en que la mayor
a su lugar
éndose temprano
gi
ri
di
o
bo
m
ru
n
si
alrededor de las
de trabajo. Serían
oy
un caracol pequeñ
siete a.m. cuando
un
disponía a cruzar
algo jorobado se
.
paso de peatones
Miró primero a la derecha…
… luego a la
izquierda…
… y, solo para asegurarse,
miró también hacia arriba…
… y hacia abajo.
Nunca se sabe.
… y una vez estuvo convencido de que los coches
se encontraban todos aún lo suficientemente lejos, se decidió a cruzar. Y como es habitual en los
caracoles, se movía con increíble.....................…
………………………L…………………E…………
……………N………....................………T……
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D………….........................................................
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……Ni siquiera había avanzado tres centímetros en
el tiempo en que cualquiera habría ya atravesado la
calle y desaparecido al otro lado entre el bullicioso
gentío. Los primeros coches fueron llegando y, con
algún que otro frenazo, se detuvieron en el paso de
peatones.……………………………………………
………………………
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……………………………………………
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…………………………………… Seguro que ahora
estarás esperando: la gente, nerviosa y disgustada,
miraba sus relojes; hubo airadas quejas, largos
sonidos de claxon; puede que algún rufián yendo
a buscar al pequeño caracol para llevarlo impacientemente al otro lado de la calle, de manera que
todo pudiera ¡continuarporfincontinuar!
¿Verdad que es eso lo que estabas esperando?
Pues nada de eso ocurrió.
enido justo delante del paso de
En una furgoneta que se había det
rícola. Su trabajo era pronosticar
peatones había una pequeña rana arbo
ana, de nuevo a las siete y media,
el tiempo cada día (a las seis de la mañ
las ocho de la tarde).
al mediodía y luego una vez más a
Era la única rana del tiempo de tod
a la región, así que salía presentando el tiempo en todos los canales
de televisión de la ciudad.
A punto estaba la rana de hacer son
ar su claxon – teniendo en cuenta
que eran ya las siete y que en med
ia hora tenía que estar dando
de nuevo la predicción– cuando vio,
por su espejo retrovisor,
cómo detrás suya estaba saliendo el
sol, bañando una
por una las casas con su luz dorada
.
siempre
Frunció el ceño y pensó en sí misma:
do haesta
he
lo
estoy hablando del tiempo. Y
mo
mis
ra
ciendo durante tantos años que aho
que lo
no recuerdo cuándo fue la última vez
s de
sentí y lo disfruté realmente. Despué
del
dio
todo, no hay tiempo en el estu
tiempo.
luego
Permaneció un momento sentada y
y
ta,
one
apagó el motor, bajó de la furg
po,
tomando su escalera de rana del tiem
subió al tejado de una casa.
Sintiéndose así la
más alta de toda la calle.
a
a viola italiana cuya fam
Casi al mismo tiempo, un
la
de
s
ne
allá de los confi
se extendía mucho más
ina y pidió al chófer que
ciudad, bajó de su limus
ó del coche, de manera
la ayudara a subir al cap
ra verla.
que todo el mundo pudie
chófer, “¡Signora,
“¡Signora!”, exclamó el
ónica!” A la viola
el ensayo es en la Filarm
armónica solo hay
no le importó. “En la Fil
esta hora del día.
filas de butacas vacías a
ento musical,
¡Algunos ratones sin tal
a tu alrededor:
como mucho! Pero mira
gente!
¡este lugar está lleno de
¡No hay mejor lugar para
tocar que éste!”
La viola permaneció sobre
el capó, hizo una
reverencia y empezó a
tocar para la gente que
aguardaba. Y a pesar de
que la canción era aún
muy nueva (no se estren
aría hasta la próxima
semana, y necesitaba to
davía ensayarla) todo
el mundo quedó encant
ado. La gente cerraba
sus ojos y escuchaba co
n admiración.
“¿Qué estás tejiendo? ¿U
na bufanda?” –gritaron
a la
araña dos pingüinos de
sde la ventana de su co
ch
e.
“Todavía hace demasiado
calor para una bufanda
”
–replicó amablemente la
araña. “No estoy muy seg
ura
de lo que será”. Los pin
güinos cuchichearon
un momento.
Algo andaba escabulléndose en una callejuela. Algo con un sonido
que solo podía provenir de una criatura con muchas patas. Era la
araña de jardín, que deja verse rara vez durante el día. Generalmente, se pasa las noches incordiando a los ocupantes de la casa,
tejiendo telarañas en sus ventanas y puertas, e incluso en las
calles, para enredar a la gente. Pero ahora, para sorpresa de todos,
se hallaba bajando por una tubería para escuchar con ojos entrecerrados la música de la famosa viola italiana.
Entonces sacó dos largas y delgadas agujas y comenzó – sus ojos
aún entrecerrados – a hacer punto.
“¡Haz una hamaca!” –g
ritó uno de ellos.
“¡Sí, una hamaca!” –lo
secundó el otro.
Y ambos se deslizaron fu
era del coche, dirigiéndo
se
con torpes andares al en
cuentro de la araña.
“¡Para los dos!” –gritaro
n. “¡Así podremos
colgarla en la calle y sen
tarnos! ¡Y escuchar
la música de la viola y
tomar el sol!”
Y después de un breve
silencio, le dijo el
uno al otro: “Incluso po
dríamos jugar a
las cartas.”
“¡Podríamos jugar a las
cartas!” –exclamó
el otro a la araña, tratan
do de convencerla:
“Ya sabes, trabajamos en
el casino y allí solo
nos permiten ver jugar
a los demás.
¡No somos más que los
dealers!”
“Crupieres” –le susurró
el otro.
“¡Crupieres!” –se corrigió
a sí mismo el
primero y dijo, dirigién
dose a la araña:
“¿Tejerás una hamaca para nosotros?”
La araña les dedicó una
amable sonrisa.
Como las arañas saben tejer tan bien, no pasó mucho
tiempo antes de que los pingüinos pudieran quitarse sus esmóquines almidonados y acomodarse en
una gran hamaca, hecha de suave hilo de araña.
Mientras la rana del tiempo tomaba
sentada el sol,
y mientras la viola se tocaba a sí mis
ma, y mientras
la araña tejía, y mientras los pingüi
nos jugaban a
las Siete y media y a la Escoba, en
la tercera fila del
paso de peatones se abrió la puerta
de un camión
rojo, saliendo de un salto una gárgola
.
A simple vista, una gárgola apenas
puede diferenciarse
de un dragón, si no fuera porque aqu
ella, en lugar
de exhalar fuego –lo adivinaste:
arroja agua.
Como cuentan con esta habilidad
especial, las
gárgolas suelen trabajar en el departa
mento de
incendios. Por lo tanto, a nadie le
sorprendió ver
que nuestra gárgola fuera a bordo de
un camión
de bomberos. Con mano firme, ésta
desplegó la
escalera metálica incorporada al cam
ión.
“¿Qué pretendes?” –le preguntó algu
ien, ya que
no parecía haber ningún incendio
cerca ni gatito
alguno atrapado en ningún árbol.
“¡Me paso el día entero subido a esta escalera,
pero en ningún momento se me ha ocurrido
pararme a disfrutar simplemente de las hermosas
vistas que ofrece!” –dijo la gárgola sonriendo.
Entonces empezó a subir.
Y cuando bajo sus patas vio la gran ciudad extenderse
bajo la cálida luz del sol, se puso tan contento que
hizo una gran nube de burbujas relucientes que,
flotando, descendían suavemente hacia el suelo,
donde explotaban con un casi inaudible POP.
Muchas horas más tarde, cuando
el sol se disponía a desaparecer
bajo el horizonte, el pequeño
caracol logró al fin llegar al otro
lado de la calle. “¡Me alegro de
verte! ¡También yo acabo de
llegar!” –lo saludó el conejo, que
había estado esperando al
caracol apoyado en una farola.
“¿Qué hacemos? ¿Tienes hambre?”
“¡Ya te digo!” –suspiró el caracol
con mirada soñadora al venírsele
a la cabeza la imagen de una
lechuga fresca.
“He viajado durante
tanto tiempo…”
La rana del tiempo decidió volver de nuevo al
estudio de televisión para ofrecer la última
predicción del día. Ella ya sabía que mañana
luciría el sol. Después de todo, se había pasado
el día observando el cielo. Por primera vez,
pensó, tengo la sensación de saber realmente
de lo que estoy hablando.
Todos los demás que habían estado esperando
se dispusieron a continuar su camino, invadidos
de felicidad por el sol, la música y las burbujas.
Algunos llevaban bajo el brazo hamacas o prendas
que la araña les había tejido. Los dos pingüinos
crupieres recogieron sus cartas, volvieron a enfundarse sus elegantes esmóquines y cedieron la
hamaca a la enorme araña de jardín. Ésta se acomodó en ella –cansada por la nueva experiencia
de haber conocido la ciudad durante el día–
y cayó en un placentero sueño.
Cinco metros de tiempo
Un trabajo de Lena Hesse como contribución al
proyecto “What if… - suggestions for world improvement”, Universidad de Ciencias Aplicadas de
Münster, Alemania.
Idea e ilustraciones: Lena Hesse
Texto: Lena Hesse y Philipp Winterberg
Traducción: Manuel Bernal Márquez
Título original, en alemán: Fünf Meter Zeit
Agradecimientos
…a Alexa y Cora Hesse, Jörn Lepper,
Alexandra Beck y Maren Fischer
© Copyright 2007 Lena Hesse
Todos los derechos reservados.
Más información en:
www.lenahesse.com
www.philipp-winterberg.com
´
Disfruta de otros libros y proyectos en:
www.philipp-winterberg.com
¿Qué pasaría si de repente el mundo se
detuviera por un instante? ¿Si así, sin
más, la suerte te regalara un poco de
tiempo?
Eso es exactamente lo que ocurre en
una de las mayores y más pobladas
ciudades del mundo, cuando un
pequeño caracol atraviesa la calle
y obliga al tráfico a detenerse durante
medio día.
Un cuento sobre aquellas cosas que
siempre quisiste hacer y para las que
nunca tuviste tiempo.
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