Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid Autor: Duccio di Buoninsegna. Título: Cristo y la samaritana. Fecha: 1310-1311 Técnica: Temple y oro sobre tabla. A lo largo de los siglos XIV y XV, la pintura italiana experimentó una transformación gradual que la llevó a alejarse de los postulados bizantinos para adentrarse y explorar otras fórmulas de figuración que llegarían a su culminación a principios del siglo XIV. Parte de esta transformación se debe a dos figuras que trabajaron en la Toscana: Giotto en Florencia y Duccio en Siena. Ambos rompieron con los esquematismos y limitaciones formalistas de la pintura bizantina, abriendo paso a una nueva época. El cambio revolucionario operado por estos artistas en conjuntos como las capillas Bardi y Peruzzi de Giotto, en Santa Croce (Florencia) o la Maestà de Duccio, en el Duomo (de Siena) descubrió las vías para asentar un proceso que estuvo, desde entonces, en continua evolución. Dotar a las composiciones de un sentido narrativo, situar los distintos elementos que constituían la composición en espacios que resultasen reales, así como una vuelta a la imitación de la naturaleza como fuente de inspiración, fueron las novedades que estos pintores consiguieron introducir y transmitir, modificando con ello las bases en las que se asentaba la pintura. Cristo y la samaritana fue una de las piezas que formó parte, en su cara posterior, de la predela del conjunto monumental de la Maestà que John White consideró «probablemente la pintura sobre tabla más importante jamás pintada en Italia» Este gran conjunto, que según las reconstrucciones propuestas, tenía una altura próxima a los cinco metros, fue encargado a Duccio el 9 de octubre de 1308. La obra se entregó el 9 de junio de 1311, convirtiéndose el final de su ejecución en todo un acontecimiento para la ciudad. A este respecto son significativas las palabras de un cronista que describió el ambiente festivo de la urbe y la procesión que se organizó, con personalidades civiles y religiosas, para acompañar el traslado de la pintura desde el taller del pintor al Duomo La Maestá estuvo en su emplazamiento original entre 1311 y 1506, en esa fecha se trasladó desde el altar mayor al transepto, donde permaneció hasta 1771, cuando el gran conjunto fue mutilado y desmembrado. La tabla del Museo Thyssen-Bornemisza según parece, se trasladó, junto con otras pinturas del retablo, a la iglesia de Sant’Ansano en Castelvecchio; apareció, en 1879, en una exposición celebrada en el Palazzo Comunale de Colle di Val d’Elsa, perteneciendo a la colección de Giuseppe y Marziale Dini y como pareja de Las tentaciones de Cristo escena también de la parte posterior de la predela. En 1886 nuestra tabla, junto con otras tres más, ingresó en la colección de Robert y Evelyn Benson, de Londres Cuando esta colección fue vendida, el temple fue adquirido por los hermanos Duveen de Nueva York pasando de allí a la colección de John D. Rockefeller donde permaneció hasta 1971, fecha en la que entró en la colección Thyssen-Bornemisza Cristo y la samaritana contiene algunas de las innovaciones que hicieron de la Maestá uno de los conjuntos más revolucionarios de su tiempo. Duccio valiéndose de la arquitectura y de unas rocas, elementos entre los que encuadra la escena, se esfuerza por narrar un episodio recogido en el Evangelio de San Juan Este pasaje, según el Nuevo Testamento tiene lugar en una ciudad de Samaria llamada Sicar representada a la derecha. Por su puerta asoman, agolpándose, cuatro de los discípulos con las provisiones en sus ropas. Jesús sentado en el pozo de Jacob habla con la samaritana, diálogo que Duccio interpreta mediante el juego gestual de las manos. En la pintura observamos una detallada puesta en escena del relato y el empeño por situarlo en un fondo que empieza a tener profundidad espacial: el pozo con sus escalones, la representación de Sicar el camino empedrado que conduce desde la ciudad hasta donde se produce el encuentro o la posición del cántaro en la cabeza de la samaritana han roto los lazos formalistas bizantinos. En esta composición, sencilla pero efectiva, las figuras, elegantes y refinadas, mantienen una relación con su entorno a la vez que adquieren peso y volumen. En cuanto al oro, que sigue sirviendo de fondo, se extiende, pero ya con un carácter decorativo, a la túnica y al manto de Cristo perfilando las telas. La modulación de los tonos y la combinación elegante de los colores tienen en la obra de Duccio una marca personal. Sus figuras, realizadas con una contraposición delicada de luces y sombras, brillos y tonos saturados, nos introducen en unas variaciones cromáticas nuevas. Basta mirar la estilizada figura de la samaritana o la gama de colores seleccionada en las arquitecturas para percibir los cambios efectuados por el pintor, cambios que Simone Martini fijará y difundirá en el Trecento. Jan van Eyck. Título: Díptico de la Anunciación. Fecha: c. 1433-1435 Tipo: Óleo sobre tabla Jan van Eyck y Robert Campin son los creadores de la Escuela Flamenca. A ambos se debe el paso que dio la pintura neerlandesa hacia una nueva concepción pictórica, que acabaría por sustituir el arte decorativo de influencias francesa e italiana imperante en la pintura europea hacia 1400. Por lo demás, si en Campin encontramos ya definidos y desarrollados los componentes de esta nueva forma de interpretación, Jan van Eyck desempeñaría un papel esencial en la difusión de estas innovaciones, propagando los nuevos conceptos y maneras de interpretar la realidad y la naturaleza. Por otra parte, incorporaría a sus pinturas un valor conceptual, a veces de difícil interpretación, que se ha llamado realismo simbólico. La pintura, concebida como un díptico, forma parte de un conjunto de obras de pequeñas dimensiones destinadas a la oración privada. El tema, tomado del Evangelio de san Lucas, se hace aún más explícito mediante las inscripciones que aparecen en el borde superior del marco y que recogen la primera y última frase del diálogo que se produce en el episodio sagrado. Así, encima del arcángel san Gabriel se coloca el saludo que dirige a María: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo», y encima de María: «Hé aquí la sierva del Señor; hágase en mí, según tu palabra». En la obra de Van Eyck es frecuente encontrar, en los marcos, inscripciones de su mano relacionadas con los temas. Estos marcos están pintados por el artista, como en este caso, produciendo trampantojos y jugando con las molduras que adornan la tabla. En estos encuadres, Van Eyck imita los más diversos materiales, como comprobamos en esta Anunciación, donde reproduce la piedra y las inscripciones se integran como si estuvieran esculpidas. Jan van Eyck diseñó esta Anunciación a la manera de un conjunto escultórico. Las figuras, aisladas en nichos moldurados, se trabajan en grisalla. Los personajes, envueltos en generosos mantos cuyas telas caen conformando duros pliegues, reposan en unas peanas hexagonales. El fondo se organiza con una superficie negra, pulida y esmaltada, que no sólo reproduce los contornos de las figuras, sino que, en el caso de la Virgen, nos muestra, como si de un espejo se tratara, la parte posterior de su figura. La utilización de este fondo, donde se reflejan los protagonistas y que en el hueco dedicado a María se acentúa algo más que su silueta, se puede poner en relación con el espejo, objeto sagrado que simboliza la pureza misma: speculum sine macula. Los protagonistas de esta tabla, por la disposición en la que están colocados, tienden a abandonar el marco mismo de la pintura. Lo apreciamos en las peanas que pisan, en el encuadre de mármol rojizo, trabajado por el artista, y en la proyección del ala derecha de san Gabriel, que se dobla hacia fuera, reforzando su volumen con la acentuada sombra que produce. La pintura pone en evidencia la complejidad y la riqueza de recursos ópticos utilizados por Van Eyck en sus obras. Esta Anunciación se ha comparado con el Tríptico de Dresde, donde el artista representó, en sus alas exteriores y en grisalla, el mismo tema concebido con dos figuras aisladas. Autor: Domenico Ghirlandaio. Título: Retrato de Giovanna Tornabuoni. Fecha: 14891490 Según Vasari, Ghirlandaio que se había iniciado en las artes como orfebre, «con la costumbre de dibujar continuamente, adquirió gran agilidad, destreza y soltura, que muchos dicen que mientras que era lento como joyero, al retratar a los campesinos o a cualquier persona que pasara por el taller, les sacaba inmediatamente el parecido». Y el crítico italiano remata su comentario al decir que «así lo prueban, en efecto, innumerables retratos suyos donde se advierte una extraordinaria fidelidad». Ésta no es la única referencia que Vasari hace en su texto a la habilidad de Ghirlandaio en este género pictórico. El retrato, de una gran belleza, se enmarca con un fondo donde se coloca una hornacina con varios objetos alusivos a sus delicados gustos y a su carácter. La joya, con un dragón a la que se añaden dos perlas y un rubí, que hace juego con el colgante del cordón de seda que adorna su pecho, constituye una alusión a su vida pública. A este broche se contraponen el libro de oraciones y una sarta de bolas de coral que se ha identificado como un rosario, objetos ambos destinados a resaltar la piedad y la vida interior de la joven. Junto a ellos aparece, en un cartellino, un fragmento de un epigrama de Marcial (XXXII) titulado A un retrato de Antonio Primo y que, junto con la fecha en números romanos, dice: «¡Ojalá pudiera el arte reproducir el carácter y el espíritu! En toda la tierra se encontraría un cuadro más hermoso». Esta efigie es un ejemplo riguroso del modelo de retrato florentino del Quattrocento en el que el cliente posa erguido, de estricto perfil y de busto, con los brazos en reposo y las manos juntas. En el rostro y en el cuerpo se idealizan tanto los rasgos como las proporciones. En el caso que nos ocupa, esto se aprecia tanto en las líneas que trazan el esbelto cuello y que dibujan el cuerpo, como en las inexpresivas y perfectas facciones. La belleza ideal con que aparece Giovanna Tornabuoni está basada, por lo demás y al igual que sucede en otros retratos del Quattrocento, en principios teóricos y en ejemplos tomados de la Antigüedad clásica, modelos que, al ser utilizados, debían ser combinados con los rasgos individuales del personaje pintado. La identidad de la retratada se ha podido establecer a través de medallas, como la atribuida al grabador Niccolò Fiorentino conservada en la National Gallery of Art de Washington. Giovanna degli Albizzi contrajo matrimonio con Lorenzo Tornabuoni, el 15 de junio de 1486. Nacida el 18 de diciembre de 1468, murió a los dos años de su matrimonio, el 7 de octubre de 1488, durante un parto. Vittore Carpaccio. Título: Joven caballero en un paisaje. Fecha: 1510 Tipo: Óleo sobre lienzo Joven caballero en un paisaje muestra uno de los primeros ejemplos de retrato de cuerpo entero de la pintura europea. Esta obra de Carpaccio, firmada y fechada en el cartellino a la derecha, estuvo atribuida hasta 1919 a Durero. En cuanto a la identidad del personaje existen numerosas hipótesis. La divisa Malo mori quam foedari (antes morir que contaminarse) que aparece junto al armiño podría indicar que se trata de un caballero de la orden del Armiño. Sin embargo, la tesis generalmente más aceptada es la identificación del personaje con Francesco Maria della Rovere, III duque de Urbino. El paisaje en el que aparece el joven, con armadura y a punto de desenvainar la espada, es tan inquietante como él, pues describe con gran minuciosidad ejemplos de la flora y la fauna alusivos al bien y al mal. Durante el siglo pasado estuvo atribuida a Durero, debido a que en la superficie figuraba el monograma falso de este artista alemán y a que los cartelinos con las dos inscripciones estaban ocultos por repintes. Seguramente en la atribución del cuadro a Durero tendría mucho que ver la minuciosidad con que están detalladas la flora y la fauna del paisaje. Vasari, en su Vidas, dedica a «Vittore Scarpaccia» pocas líneas, compartiendo capítulo con otros pintores activos en el norte de Italia. De Carpaccio tan sólo menciona dos obras: el ciclo de santa Úrsula, pintado para la Scuola de la santa, hoy en la Galleria dell’Accademia de Venecia, y una tabla con san Ambrosio para los frailes Menores, atribuida por Vasari, por error, al pintor veneciano y del que reconocía que sin ser uno «de los grandes y altos genios, sí era diestro y experto maestro». Respecto a la identidad del personaje, la primera que se le dio fue la de san Eustaquio, título con el que figuró el cuadro en el catálogo de la subasta celebrada en Christie’s en noviembre de 1919, en la que, pese a que las inscripciones seguían tapadas por los repintes, el lienzo se atribuyó correctamente a Carpaccio. La base para la identificación con este santo, popular en Francia y Alemania, se hallaba en el ciervo que aparece junto al lago (recuérdese que entre los atributos de este bienaventurado se encuentra la cabeza de un ciervo cruciforme). En 1958, y dado el estado en que se encontraba, el lienzo tuvo que ser intervenido, descubriéndose entonces durante el proceso de limpieza las inscripciones con la firma, fecha y leyenda. La documentación fotográfica del óleo, antes y después de la restauración, fue publicada por Lauts en su monografía sobre el artista de 1962. En cuanto a los intentos que se han hecho para desvelar la identidad de este joven caballero armado han sido hasta el momento poco fructíferos. Helen Comstock propuso a un miembro de la orden del Armiño. La divisa Malo mori quam foedari (Antes morir que contaminarse) era, en efecto, la de la orden del Armiño, y junto al cartellino que la ostenta en el cuadro puede verse una imagen del animal. En 1983, Agathe Rona retomó esa línea, proponiendo como modelo a Fernando II de Aragón, ya que la orden del Armiño había estado vinculada a la rama napolitana de la casa de Aragón. Sin embargo, en 1963, Weiss identificó al retratado, en el catálogo de la exposición monográfica dedicada al pintor en Venecia, como el tercer duque de Urbino, Francesco Maria della Rovere. Esta tesis, que ha sido la más generalmente aceptada, sería desarrollada posteriormente por Rosenbaum, quien puso a Francesco Maria en correlación con el paisaje a través de la lectura simbólica de varios de sus componentes. De todos modos esta identificación está lejos de ser concluyente. Otros estudios han identificado al joven de muy diversas maneras: un príncipe de la casa de Habsburgo, Antonio de Montefeltro (considerándolo un retrato póstumo), un militar alemán al servicio de la Señoría, o Rolando de Ragusa. Por su parte,Venturi interpreta el cuadro como resultado de una fantasía caballeresca. En el caso de que se trate, efectivamente, de un retrato, nos hallaríamos ante el primer ejemplo conocido en el que el cliente posa de cuerpo entero. La teoría que se ha barajado para explicar este nuevo formato es que tal vez nuestra pintura se trate del retrato póstumo de un guerrero, encajando, de esta manera, la figura con el tipo de imágenes funerarias adoptadas en estos casos. En cuanto al paisaje que acompaña a este enigmático joven resulta tan inquietante y misterioso como él, ya que en su superficie se contraponen en la flora y en la fauna signos alusivos al bien y al mal, a la pureza y a la corrupción. Hans Baldung Grien. Título: Retrato de una dama. Fecha: 1530 (?) Tipo: Óleo sobre tabla La tabla es el único retrato femenino que se conserva de Baldung Grien, aunque se tiene noticia de otros dos por referencias literarias y antiguas reproducciones. Se encuentra firmado con las iniciales del artista, que forman un monograma en el ángulo superior izquierdo; junto a éste aparece la fecha, de la que sólo se leen los tres últimos números. Este enigmático retrato refleja la influencia sobre Baldung de otro gran artista del Renacimiento alemán de temperamento también muy personal: Lucas Cranach, el Viejo. En realidad, esta influencia es tan notoria que cabría hablar mejor de dependencia directa de los modelos de Cranach. Este hecho, señalado por Koch, llevó a comparar este retrato con la Salomé de Cranach, conservada en el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest y fechada hacia los mismos años. Esta Salomé de Cranach se instala en un interior abierto a un bello paisaje a través de un vano a la izquierda. La figura en la tabla de Cranach va adornada con un número mayor de joyas, destacando dos pesadas cadenas sobre su pecho. Lübbeke lo confrontó con otro óleo de Cranach, también de 1530, la Judith del Jagdschloss Grünewald, Berlín. Los paralelismos entre este cuadro y Judith son evidentes, tanto en el encuadre que elige Baldung Grien como en la indumentaria. De hecho, una serie de elementos de la Judith de Cranach, como el sombrero con plumas, la cadena y la gargantilla que adornan su cuello o el tocado de hilos de perlas que recoge su cabello, se repiten, con algunas modificaciones, en este Retrato de una dama. Baldung, en este caso, también omite el escenario donde Cranach instala a su Judith ricamente ataviada, con la espada en la mano y sosteniendo por el cabello la cabeza de Holofernes. En ambos casos, en las obras de Budapest y Berlín, los rasgos de la figura de Cranach resultan más naturales y menos enigmáticos que los que Baldung aplica en este óleo. Las similitudes se ven reforzadas por la manera en que se presenta el personaje, de medio cuerpo y con un leve giro de la cabeza hacia el frente. Junto a la dependencia de modelos de Cranach patentes en este retrato, Lübbeke ha mencionado también semejanzas con el flamenco Jan Gossaert, en lo que se refiere a la composición, y con la pintura neerlandesa que sería, según esta historiadora, tal vez, la explicación del modelado suave con que se ha elaborado el rostro. Nuestra figura se ha construido con una gama cromática muy limitada donde predominan los anaranjados, empleados para el tocado del cabello, los adornos de orfebrería y brocados del traje, y el verde, casi negro, utilizado en los terciopelos del sombrero y del vestido. Junto a ellos destaca el tono blanquecino del rostro, con levísimas sombras en las sienes y en sus perfiles y cuya blancura apenas contrasta con el blanco de las perlas que luce en el cuello. En el rostro de esta mujer, Baldung ha resaltado los ojos, grandes y rasgados, que miran al espectador, así como la boca, pequeña de labios bien perfilados, cuyo colorido, junto con el de los ojos, destaca sobre la pálida piel. Los intentos de identificar a esta mujer no han sido fructíferos. Durante mucho tiempo la obra fue considerada como un retrato de bodas de una de las princesas de la casa Baden-Durlach, pero esta identificación ha sido rechazada por motivos cronológicos e históricos. Actualmente se tiende a pensar que, más que ante el retrato de un personaje concreto, nos hallamos ante la imagen de un ideal o ante la personificación de un motivo cuya interpretación, por el momento, se nos escapa. Autor: Caravaggio. Título: Santa Catalina de Alejandría. Fecha: c. 1598 Técnica: Óleo sobre lienzo. Esta obra de Caravaggio le fue encargada en Roma casi con toda seguridad, por su primer protector el cardenal Francesco Maria del Monte. La figura de Santa Catalina destaca por su naturalismo y la modelo ha sido identificada con Fillide Melandroni una célebre cortesana de la época. Vestida ricamente como corresponde a una princesa y arrodillada sobre un cojín, mira al espectador. Santa Catalina aparece con todos los atributos que aluden a su martirio: la rueda con los cuchillos, la espada con la que fue decapitada y la palma. La luz ilumina de forma dramática la escena creando unos claroscuros típicos del pintor. La interpretación que Caravaggio hizo de la luz y el volumen, presentes en este lienzo, tuvo una enorme repercusión tanto en Italia como en el resto de Europa El lienzo ha sido fechado un poco antes del gran ciclo que Caravaggio realizó para la capilla Contarelli de San Luis de los Franceses, en Roma, en un momento en el que su estilo empezaba a cambiar hacia formas más compactas, construidas con un potente claroscuro que acentúa el valor expresivo. La santa, que se nos presenta ricamente vestida, en consonancia con su rango de princesa, y arrodillada sobre un suntuoso cojín de damasco, ha sido pintada en el acto en que parece volver la mirada al espectador. Sus ropas han sido puestas en relación con las de La Magdalena arrepentida de la Galleria Doria Pamphilj de Roma. La gama cromática de los ropajes, un conjunto de violetas y azules yuxtapuestos, recuerda las combinaciones tonales empleadas en el norte de Italia Santa Catalina posa, para su identificación, con los atributos tradicionales: la rueda dentada y quebrada, la espada con la que fue decapitada y la palma alusiva a su martirio. El juego de líneas oblicuas que se establece entre los objetos que aluden a su tormento, la inclinación de su cuerpo, la dirección de su mirada y el haz de luz que la ilumina crean un conjunto de gran eficacia pictórica, al que sin duda contribuye el firmísimo modelado del claroscuro. En la tela se ha resaltado la colocación del foco luminoso que Caravaggio en esta ocasión, ha situado a la derecha, un lugar poco frecuente en su trayectoria artística. Este detalle ha llevado a pensar que posiblemente su autor, como en el caso de otros encargos, ejecutó la pintura valorando el lugar donde iba ser expuesta. Pieter Jansz Saenredam. Título: La fachada occidental de la iglesia de Santa María de Utrecht. Fecha: 1662 Tipo: Óleo sobre tabla Entre las novedades que la pintura holandesa del Siglo de Oro incorporó a los tradicionales géneros pictóricos se encuentran los cuadros de arquitecturas. Este grupo temático, que, como el paisaje o el bodegón, adquirió vida propia, tuvo su fuente de inspiración en las ciudades, cuyas calles, plazas, canales y edificios significativos plasmaron los artistas especializados en el género. Junto a estas pinturas de exteriores, se desarrolló una segunda modalidad basada en la representación minuciosa de interiores de iglesias y templos, y cuyos antecedentes, siguiendo las mismas pautas de otros temas que adquirieron en ese siglo el mismo rango que la pintura de historia, hay que buscarlos en la escuela flamenca del siglo XV. En la obra de Van Eyck nos encontramos ya interiores religiosos descritos con todo lujo de detalles. Esta extraordinaria tabla es un claro ejemplo de las innovaciones del pintor holandés de arquitecturas, Pieter Jansz Saenredam, que fue el primero en representar edificios existentes con una original forma de trabajo. Previamente elaboraba bocetos y mediciones in situ, que después perfeccionaba en su estudio donde realizaba los dibujos de construcción. Finalmente, y tras varios años, concluía sus óleos trasladando sus delicados diseños a los soportes correspondientes. Su objetivo era retratar los edificios de la manera más perfecta posible, lo que, en ocasiones, le llevó a alterarlos. La monumentalidad de sus obras se transmite gracias a la claridad y sencillez de los espacios arquitectónicos y a la paleta de gama clara que los ilumina. Saenredam fue el primer artista relevante que trató estos motivos de una forma realista y rigurosa, apartándose de la pintura de arquitecturas imaginarias que había sido habitual durante la segunda mitad del siglo XVI y primeros años del XVII. Saenredam tuvo amistad con dos destacados arquitectos y también pintores: Jacob van Campen, responsable del nuevo ayuntamiento de Amsterdam, y Pieter Post. El motivo de este cuadro es la iglesia románica de Santa María de Utrecht, que fue demolida en el siglo XIX. De este edificio se conserva un dibujo realizado por el artista el 30 de agosto de 1636, dato que conocemos gracias a las cuidadosas inscripciones que Saenredam incluía, acompañadas a veces de notas aclaratorias, en sus apuntes. Autor: Canaletto. Título: La plaza de San Marcos en Venecia. Fecha: c. 1723-1724 Técnica: Óleo sobre lienzo. El más destacado representante del género de vistas urbanas en la Venecia del siglo XVIII es, sin duda, Canaletto Estas vistas o vedute, que nos muestran grandes perspectivas de la ciudad o de sus aledaños captadas con el rigor de un topógrafo, fueron piezas cotizadas por los viajeros y amantes de las artes que realizaron el Grand Tour Este largo viaje, que incluía además de Italia Francia fue trayecto obligado en la formación y educación de los lores ingleses del siglo XVIII, quienes, al igual que otros viajeros por Italia encontraron en estas vistas el objeto ideal con que recordar su aventura de juventud. En estas obras de juventud, catalogadas entre las primeras vistas que salieron de sus pinceles, Canaletto nos presenta una imagen de la plaza más famosa de Venecia tomada desde el antiguo emplazamiento de la iglesia de San Geminiano (destruida durante la dominación francesa para construir el ala napoleónica, donde hoy se encuentra el Museo Correr). La vista tiene como fondo la fachada de San Marcos y parte de la fachada del palacio ducal, edificio este cuya visión queda interrumpida por la poderosa presencia del campanile, que rompe con su verticalidad la continuidad del fondo. A los lados, acentuando la profundidad y la perspectiva, están las Procuradurías: a la izquierda, las viejas y a la derecha, las nuevas. Este lienzo muestra ya las características más notables del arte de Canaletto La elección de un punto de vista elevado para el encuadre de la composición, la precisión con que se dibujan los edificios con todos sus detalles ornamentales y la minuciosa ejecución de los elementos que crean el ambiente son algunas de las aportaciones que Canaletto hizo al género. John Constable. Título: La esclusa. Fecha: 1824 Tipo: Óleo sobre lienzo El cuadro representa la esclusa del Molino de Flatford en el río Stour. Constable estaba familiarizado con este lugar desde su niñez, puesto que el molino era propiedad de su padre. El valle del río Stour en Suffolk, sus campos, y su gente son motivos frecuentes en la obra de Constable. En todas las obras que el artista presentó en la Royal Academy, desde 1812 hasta 1825, aparecen vistas de dicho valle. Entre ellas se incluye un grupo de lienzos de grandes dimensiones («sixfooters», como los llamaba el artista, aunque no todos midiesen seis pies) que constituían para Constable una especie de resumen y exponente máximo de sus aspiraciones artísticas. Estos grandes lienzos, destinados a la exposición anual de la Royal Academy, eran objeto de una larga elaboración. Se basaban en numerosos estudios previos. Típicamente, además, Constable preparaba un boceto al óleo a tamaño real, ejecutado de modo somero, en el que comprobaba los efectos de masas de luz y color. Para preparar La esclusa, Constable, que por entonces vivía en Hampstead, junto a Londres, se trasladó en la primavera de 1823 a hacer apuntes a su casa familiar en Dedham, en el valle del río Stour. Más tarde, pasadas las Navidades de ese año, emprendió el boceto a tamaño real, que se encuentra actualmente en el Philadelphia Museum of Art. Durante la ejecución de la obra definitiva, Constable hizo tres cambios que conviene señalar. El primero fue añadir el grupo de árboles que se ve a la derecha y que no existían en realidad, como se deduce de los apuntes que el artista había hecho in situ el año anterior. El segundo cambio afecta al estado de la esclusa. Los vecinos de Dedham y de los pueblos vecinos del valle llevaban muchos años quejándose del lamentable estado de la esclusa del río Stour. Pues bien, en 1823, cuando Constable hizo los primeros apuntes, las protestas habían sido escuchadas, y la esclusa estaba ya reparada. Sin embargo, al ejecutar el lienzo final Constable representa la esclusa en el estado ruinoso con que la había conocido en su niñez. El tercer cambio afecta a la postura del hombre de chaleco rojo que está manejando el mecanismo de la compuerta. En otras obras anteriores, y también en los primeros bocetos de la que aquí comentamos, Constable pinta a otros personajes dedicados a la misma tarea, pero los representa siempre informalmente. Para la versión final, en cambio, Constable abandona las observaciones del natural para acudir al repertorio académico. La figura del barquero está extraída en efecto de un dibujo académico de desnudo masculino que el artista había llevado a cabo quince años antes en Londres. Y es que ahora esa figura es el centro de la composición. Para darle mayor énfasis, Constable relaciona su silueta vertical con la torre de la iglesia de Dedham, perceptible en la lejanía. Si se compara el boceto a tamaño real y la obra final, se detecta otro cambio ligero, pero importante, en la postura de esa figura: en el primero, el hombre apoya los dos pies en el suelo, mientras que en la segunda apoya la rodilla izquierda en el mecanismo de la compuerta. Con ello el pintor resalta el carácter épico de su acción, subrayando la unidad interna de un esfuerzo físico que requiere la participación de todo el cuerpo del protagonista. El efecto del cuadro es inseparable del tratamiento de la luz, que parece moverse mientras el cielo cambia ante nuestros ojos. El artista de referencia para este tratamiento de la luz bajo cielos cambiantes era, naturalmente, Jacob van Ruisdael. Constable usa en este cuadro otros recursos tomados en préstamo de Ruisdael, como por ejemplo su manera de representar el agua en movimiento mediante empastes de óleo blanco para conseguir un efecto de espuma tumultuosa o las veladuras que reproducen en reflejo irisado de las viejas maderas mojadas (véase, por ejemplo, Dos molinos de agua con una compuerta abierta, obra de Ruisdael fechada en 1653, hoy en el Paul Getty Museum). Al mismo tiempo, tenemos buenas razones para pensar que la idea del grupo de árboles inventado de la derecha tiene su origen en Claudio de Lorena. Por otra parte, la sustitución del paisaje real por uno que recuerda la niñez del artista pone de manifiesto su sensibilidad romántica. También es significativa la convergencia entre la autenticidad biográfica del paisaje rural y la naturalidad del trabajo del campo. El efecto es la evocación de una especie de paraíso, amenazado por el desarrollo urbano.