Contrato Social Chileno Rafael Mies M., Ph.D. Profesor Titular de la Cátedra de Capital Humano Embotelladora Andina ESE - Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Uno de los temas más llamativos de este mes que acabamos de finalizar ha sido el contrapunto entre nuestro 11 de septiembre y el de los norteamericanos. Mientras nosotros nos llenábamos de odiosidad, delincuencia y muerte, en Estados Unidos, particularmente en Nueva York, sólo se realizó una ceremonia privada para recordar a los caídos y, en cambio, abundaron las propuestas de futuro y nuevas iniciativas de mejora para enfrentar los asuntos que realmente importan al país. Es esta capacidad de mirar el futuro y construir sobre las fortalezas, y no las debilidades, es lo que hace grande a una nación. Precisamente porque de mirar al futuro se trata, me llama la atención como estos últimos días estamos echando mano de algo tan añejo como el Contrato Social o Pacto Social. Hablar hoy de Pacto Social no es sólo mirar hacia atrás respecto de la historia reciente de nuestro país, es volver sobre una concepción propia del siglo XVIII que propone, de mano de Rousseau, un estado de sociedad humana esencialmente corrupto en el que la única manera de garantizar cierta seguridad al individuo es que éste se desprenda de su libertad para ser administrada por el Estado. Como es sabido, en la esencia de los Pactos Sociales perviven sentimientos básicos de miedo y odiosidad a las asociaciones privadas, principalmente cuando se trata de empresas productivas. La actividad empresarial es vista como un agente que corrompe al individuo y, en ese sentido, una amenaza al bienestar social. El pacto social en su origen busca dejar en manos de una autoridad pública la regulación y el control de la mayoría de los temas sociales, de modo que, renunciando a la libertad e iniciativa privada, se reciba una protección central de ciertos derechos supuestamente vulnerados cuando no está presente el Estado. Desde esta perspectiva ha de entenderse entonces la animosidad contra toda actividad individual, sobre toda aquella en que alguien lucra fruto de su esfuerzo o ingenio. Lo que resulta paradojal del hecho que en Chile se esté buscando un nuevo Contrato Social es que nos estamos moviendo en una dirección contraria a los países desarrollados o en franca vía de desarrollo. En efecto, mientras Europa, Estados Unidos, China, India y gran parte del mundo están apostando por una disminución de las trabas al emprendimiento y se encuentran fortaleciendo la imagen y el prestigio de los empresarios, en Chile parece que retomamos posturas estatizantes con una fuerte estigmatización al lucro y la iniciativa privada. Usar el concepto de Pacto Social para expresar la necesidad de un trabajo conjunto entre gobierno y oposición no es un equívoco semántico, detrás de ello existe una fuerte carga ideológica y estatizante que manifiesta una renuncia explícita a numerosos valores asociados a la libertad individual y la iniciativa privada. Debemos cuidar la difícil síntesis lograda en nuestro país que respetaba el mundo privado y garantizaba el rol subsidiario del Estado. La historia de éxito de los países, empresas y organizaciones no es más que la biografía de personas con iniciativa y empuje. Alentar el emprendimiento en todas las esferas es lo que hará grande a Chile y no teorías sociales ya superadas. Publicado "Mirada Crítica", Diario Financiero. Octubre 2007