8 tornillos o con grandes pesos, sólo son recomendables para

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NOCIONKS PRELIMINARES
tornillos o con grandes pesos, sólo son recomendables para plantas espinosas y con escaso jugo (espinos, aliagas, etc.), y las mejores son las de tela
metálica o alambrada fina sostenidas por marcos de hierro, que permiten la
evaporación y pueden llevarse al campo. El papel debe cambiarse a diario
por otro seco, y la presión debe cesar cuando los ejemplares, al mudar el
papel, mantengan sus ramillas y hojas en un solo plano. Entonces se coloca cada especie dentro de un pliego de papel del herbario, cuya única condición es que tenga bastante cuerpo, etiquetándolos y seriándolos por el orden de la clasificación.
En las plantas bulbosas, antes de prensar debe separarse la cebolla para
que no siga vegetando, y si es voluminosa se secciona verticalmente, y las
plantas crasas deben matarse antes sumergiéndolas unos minutos en agua a
temperatura algo más baja que la de la ebullición, o mejor plancharlas entre
papeles de la prensa hasta su total desecación.
En todo caso los colores se alteran menos cuanto más rápida sea la desecación. En las etiquetas definitivas deben consignarse los nombres, localidad, época de recolección y nombre del recolector.
Antecedentes históricos.—Aunque la observación de las plantas ha
debido comenzar con el hombre mismo, la antigüedad remota no nos ha legado nociones verdaderamente botánicas, y en los documentos más antiguos
(papiros de los egipcios, la Biblia, el Chou-King de los chinos, los Vedas y
el Código de Manu, de los indios, y los poemas de Homero) se hace mención
de varios vegetales; pero salvo en las representaciones gráficas (pinturas decorativas y grabados del Chou-King), como la mención es puramente incidental y no da carácter alguno de la planta, los nombres sólo algunas veces
se han podido interpretar con seguridad, como el trigo, olivo, palmera, cebollas, ajos, higuera, azucena, caña, lotos, papiros, morera, arroz, cáñamo, gamones de Gibraltar, etc.; otros se interpretan mal (lentejas, hisopo), otros
con duda (habas, algodonero, melocotonero), y otros ni aun hipotéticamente han podido interpretarse (Nepenthes).
Los griegos, no obstante su alta civilización y haber conocido muchas
más especies, aunque hicieron alguna indicación genial sobre la nutrición de
las plantas, no establecieron noción alguna científica respecto de éstas hasta Aristóteles (371 antes de J . C.) y Teofrasto, su discípulo, que por primera vez intentaron un estudio científico y una clasificación de los vegetales,
llegando a distinguir unas trescientas especies. La labor de éstos, La materia
médica de Diosco'rides y la Enciclopedia de Plinio, ambas del siglo 1, fueron las
obras conservadas y comentadas hasta los primeros siglos de la Edad moderna; pero el renacimiento del espíritu de observación, los avances geográficos en el Antiguo Mundo y el descubrimiento del Nuevo, ampliaron considerablemente el número de especies conocidas que ya en el Pinax Tlieatri
Botanici de Gaspar Bauhino (1623) se eleva a unas 6.000.
No correspondió a estos progresos el de la sistemática u ordenación serial de las especies, pues los botánicos de este período lucharon con la falta
de una clasificación que fuese aceptada por la mayoría, y con la dificultad de
entenderse en punto a la nomenclatura. Las clasificaciones en este tiempo
son tan variadas, que para estudiarlas se ha clasificado a los autores en frutistas, calicistas, corolistas, etc., según el órgano en que basaban sus claves.
La designación de las especies se hacía por medio de una frase latina característica, que, por reducida que fuese, era siempre larga y no era fácil establecer la correlación entre las indicaciones de unos y otros autores. Tal era
el estado de la Botánica en los tiempos prelinneanos, aun en los del autor
francés Tournefort, corolista que en 1700 publicó la notable obra Instituiio-
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