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POR LA CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA EN EL PAÍS VASCO
Propuestas para una convivencia en libertad, en paz y en justicia
La declaración de 20 de octubre de 2011, por la que ETA anuncia lo que denomina “cese
definitivo de su actividad armada” ha supuesto un nuevo periodo en el que se han producido
significativos cambios que nos hacen pensar que es posible construir un nuevo modelo de
convivencia democrática en libertad, en paz y en justicia.
En este documento se plantean algunas propuestas sobre las que consideramos que se debe
configurar esa nueva convivencia democrática plena.
Es imprescindible la desaparición y disolución de ETA, ya que resulta inaceptable, en términos
democráticos, la presión difusa que su persistencia supone para la sociedad vasca, así como el
papel que pretenden atribuirse de ser garantes de que el proceso se va a producir de acuerdo
con sus criterios y estrategias. El fin del uso de la violencia para conseguir objetivos políticos
deberá ser fruto de una convicción ética de que el recurso a métodos violentos no ha estado
nunca justificado.
Es preciso reivindicar algunos principios propios de cualquier Estado de derecho que, aunque
puedan parecer elementales, resulta necesario plantear.
El respeto al marco jurídico vigente y a las instituciones democráticas, en especial por la
consideración de ser la plasmación de un pacto de convivencia integradora; el consiguiente
sometimiento a la legalidad y muy especialmente el respeto a los derechos humanos; la
garantía de los derechos humanos consagrados en la norma constitucional y en los pactos y
convenios internacionales son la base fundamental de una convivencia democrática plena.
Es necesario también defender los valores democráticos, como la igualdad, la libertad y el
pluralismo político, porque deberán informar cualquier proyecto de convivencia.
De igual modo, se debe poner de manifiesto con claridad que el sectarismo, el fanatismo y el
odio han sido las principales causas que han impedido una convivencia democrática. Ante el
intento, mediante la actividad terrorista, de crear distintas categorías de ciudadanos,
excluyendo a quienes no participaban de su proyecto totalitario, la convivencia democrática
implica la intención de incorporar en ella a todas las ciudadanas y ciudadanos vascos sin
distinción por opción política, sentimiento de pertenencia o cualquier otra cuestión.
Las graves vulneraciones de los derechos humanos, y en especial el derecho a la vida, a la
libertad, a la integridad física y moral, producidas por todas las organizaciones terroristas que
han actuado en estas últimas décadas exigen una respuesta social de reparación del daño
causado, justicia, verdad y memoria de todas las víctimas del terrorismo.
No podemos olvidar que se han producido también gravísimas e inadmisibles vulneraciones de
los derechos humanos por actuaciones irregulares de los poderes públicos, generando un
sufrimiento injusto en personas víctimas de estas intolerables conculcaciones de derechos.
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Por ello, el reciente reconocimiento normativo de dichas víctimas y la aprobación de medidas
de reparación del daño injusto causado deben contribuir a cimentar un espacio de convivencia
común y a tratar de recuperar la pérdida de confianza en las instituciones públicas de estas
víctimas, familiares y otros afectados.
Resulta también fundamental en la construcción del nuevo modelo de convivencia la
integración en los valores democráticos del sector de la población que no rechazó la violencia o
que incluso la apoyó y colaboró con ella. Es necesario que realicen una sincera reflexión sobre
el papel que desempeñaron para la perpetuación de las vulneraciones de derechos y que
asuman los métodos democráticos y el rechazo al uso de la violencia para conseguir objetivos
políticos.
La sentencia del Tribunal Constitucional que otorga amparo a Sortu y el rechazo explícito de la
violencia recogido por este partido político en sus propios estatutos van a propiciar la
participación, de acuerdo con las reglas del juego democrático, de todas las opciones políticas
existentes en la comunidad autónoma, lo que sin duda va a facilitar una situación de
normalidad democrática.
Otra de las cuestiones que van a ser importantes en orden a establecer las bases de una
convivencia democrática plural es el tratamiento que se dé a los centenares de personas,
condenadas por delitos de terrorismo y que se encuentran cumpliendo sus penas en prisión. La
política penitenciaria, también en los casos de delitos de terrorismo, debe ir dirigida a la
reinserción social de las personas presas, con un tratamiento individualizado y con aplicación
de los beneficios penitenciarios previstos en las leyes.
Los valores y principios democráticos, necesarios para una convivencia democrática, no son
valores aprendidos que nos vienen dados, sino que deben ser objeto de una educación para la
convivencia.
Nos debería preocupar seriamente la existencia de un sector de jóvenes y adolescentes
vascos, minoritario pero suficientemente significativo, que ha considerado legítimo el uso de la
violencia y que se ha mostrado indiferente ante el sufrimiento injusto de muchos de sus
conciudadanas y conciudadanos. Resulta igualmente alarmante que otros jóvenes manifiesten
actitudes o acciones que pueden ser expresión de fanatismo, xenofobia, exclusión social,
homofobia o que se muestran favorables a la violencia de género o al maltrato y tortura de
personas.
La educación para la convivencia democrática implica a toda la ciudadanía, y muy en especial
a las familias y a los centros escolares. No hay que olvidar, sin embargo, el papel que
corresponde en la transmisión de valores a los propios amigos y amigas, a las instituciones
civiles con influencia en los/las jóvenes o a los propios medios de comunicación.
El pacto por la convivencia que proponemos se debe construir con las siguientes bases:
1. Rechazar el uso de la violencia para la resolución de conflictos y la consecución de
objetivos políticos
Es preciso rechazar el uso de la violencia como método para dirimir cualquiera de los conflictos
que surgen en las sociedades complejas y, de manera muy especial, el uso de la violencia
terrorista para imponer un proyecto político totalitario y excluyente.
Es necesario poner de manifiesto que el uso de la violencia no ha sido una consecuencia
inevitable de un supuesto conflicto, sino una trágica e inaceptable decisión adoptada, entre
otras tantas posibles, para abordar las diferencias desde la imposición y no desde el diálogo
democrático.
Resulta inadmisible, asimismo, cualquier intento de justificación de la utilización de la violencia
basada en anteriores o simultáneas vulneraciones de derechos.
El rechazo a la violencia no puede ser fruto de una reflexión táctica puramente utilitarista, en
términos de considerar que en este momento no es eficaz o que constituye una rémora para la
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consecución de unos determinados objetivos políticos, sino que se debe basar en una
convicción ética de que ni ahora ni antes estaba justificado el uso de métodos violentos.
En el marco del Estado de derecho las discrepancias se dirimen con el diálogo democrático,
que es la mejor manera de abordar la solución a los conflictos.
2. Respetar el marco jurídico vigente y las instituciones democráticas
En todo Estado de derecho, el marco jurídico vigente aprobado respetando las reglas de juego
democrático se configura como la plasmación de un pacto de convivencia integradora.
El Estado social y democrático es un Estado constitucional en un sentido estricto, lo que quiere
decir que la salvaguarda de la libertad se hace depender de una norma jurídica suprema que
se constituye no solo como una norma fundamental de garantía, sino también como una norma
directiva fundamental. La norma constitucional, en relación con las grandes declaraciones y
convenciones internacionales de derechos humanos, consagra los valores y principios
centrales para una convivencia democrática.
El respeto a nuestro marco jurídico no significa que sea una estructura legal inmutable, sino
que resulta perfectamente legítimo pretender modificarlo a través del procedimiento
democrático establecido.
Una convivencia democrática exige el respeto a la legalidad y a las instituciones democráticas.
3. Comprender y aceptar que los principios propios del Estado de derecho son condición
necesaria para la existencia de una sociedad justa
Todo Estado de derecho se caracteriza por el respeto a los derechos humanos, la división de
poderes y el sometimiento a la Ley y al Derecho.
La actividad de ETA y de otras organizaciones terroristas ha supuesto una grave vulneración
de los derechos de muchas ciudadanas y ciudadanos vascos: derecho a la vida, a la integridad
física, a la libertad y seguridad personal, a la libre expresión de las ideas…
Ha sido precisamente el buen funcionamiento del Estado de derecho y de las instituciones
democráticas, así como el ejemplar comportamiento de las víctimas del terrorismo, lo que ha
permitido el final de la actividad terrorista.
Desgraciadamente, también, en algunas ocasiones, se han producido graves vulneraciones de
los derechos por parte de los poderes públicos. Por ello, el respeto y la garantía de los
derechos, así como el buen funcionamiento de las instituciones democráticas, resultan
imprescindibles para la consecución de una convivencia democrática plena.
4. Entender que la igualdad de todas las ciudadanas y ciudadanos vascos en derechos y
obligaciones y la libertad son la base de la convivencia democrática
Una convivencia democrática plena debe basarse en valores de ciudadanía según los cuales
todas las ciudadanas y ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones, con
independencia de su origen, posición ideológica, religión…
Estos valores de igualdad, pero también de libertad, y muy especialmente de libertad de
expresión de la propia posición ideológica, son principios a defender cuando se parte de una
realidad injusta en las que miles de ciudadanos vascos se vieron sometidos a la presión
terrorista llevada hasta el extremo de la eliminación física y de la denominada violencia de
persecución.
Las graves vulneraciones de derechos que se han producido en las últimas décadas han
generado muchos espacios de miedo, de silencio, de insensibilidad ante el injusto sufrimiento
ajeno que hay que superar. Muchas de estas reprobables expresiones de aislamiento social, de
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hostigamiento, de señalamiento, de coacciones veladas o explícitas se han producido en las
relaciones más cotidianas, en los ámbitos más cercanos.
Resulta muy importante que los municipios se conviertan en espacios de convivencia en
libertad, justicia y paz. Es en las relaciones personales más cercanas donde se deben superar
las expresiones de intolerancia y de falta de respeto a los derechos, para crear espacios en los
que “vivir juntos”, en los que quepamos todos, desde las legítimas diferencias en lo personal y
en lo ideológico. Hay que construir convivencia desde lo cotidiano.
5. Respetar las distintas posiciones ideológicas democráticas, como un valor y principio
de convivencia
La exacerbación de la propia posición ideológica y la no aceptación de la legitimidad de las
ideologías diferentes llevada hasta el extremo han servido de fundamento de la actuación
terrorista de ETA. Resulta necesario un ejercicio de renuncia a planteamientos excluyentes y
una relativización de las propias posiciones basadas en un principio de realidad que
reconduzca las discrepancias ideológicas a sus justos términos.
La convivencia que hay que construir se debe basar en el diálogo democrático. Este diálogo
parte de la defensa de las propias posiciones ideológicas, pero aceptando que el que piensa
distinto tiene el mismo derecho a plantear sus ideas en un plano de igualdad, que puede
conducir, llegado el caso, a aceptar las razones del otro o a buscar puntos de encuentro.
Este diálogo democrático supone una cierta relativización de las propias posiciones que implica
asumir que no hay valores absolutos y renunciar a imponer las posiciones propias a los demás
por la fuerza. El único límite será el respeto a la dignidad humana y a los derechos
fundamentales, a lo “humano irreductible” de los derechos humanos.
En una sociedad tan compleja y plural como la vasca, frente a planteamientos
homogeneizadores y monolíticos, hay que señalar que el pluralismo político no puede ser
concebido como un problema sino, muy al contrario, como un valor a defender que nos
enriquece y que sirve de base fundamental para la convivencia democrática. En este sentido,
se debería fomentar el respeto a los sentimientos de pertenencia diversos que conviven en el
País Vasco.
6. Reconocer y reparar a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, sin
equiparaciones ni justificaciones
La sociedad vasca está en deuda con todas las víctimas de graves vulneraciones de derechos
durante las últimas décadas, por lo que debe articular todo tipo de medidas para reparar las
graves consecuencias del daño sufrido mediante actuaciones de restitución, indemnización,
asistencia y satisfacción moral. La reparación debe ser integral, ya que no basta un
resarcimiento material, sino que es muy importante el reconocimiento moral. Debe ser un
proceso dinámico y no un momento concreto. Debe basarse en una asunción sincera de la
sociedad vasca hacia las víctimas de las vulneraciones de derechos, y estas deben sentirse
reconocidas en su dolor injusto y aceptadas socialmente.
Todas las víctimas comparten la terrible injusticia del daño recibido, aunque les separen las
causas que motivaron su victimación.
7. Construir una memoria para acercarnos a la verdad sobre el pasado
Se trata de intentar construir, pese a su evidente dificultad, una memoria colectiva, compartida
desde la complejidad de la sociedad vasca. La memoria no puede ser un arma arrojadiza ni
basarse en una tergiversación histórica justificadora de la propia posición, sino que debe tratar
de elaborar un relato común y honesto desde las distintas miradas existentes para conseguir
una convivencia democrática orientada al futuro, no anclada en el pasado. La memoria no
puede servir para alimentar el resentimiento por el daño recibido, sino que, junto a la verdad,
tiene que ser la base de la convivencia. Es necesario que una ética de la memoria contribuya a
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establecer la verdad sobre lo que ha pasado, evitando todos los intentos de manipulación,
ocultación y tergiversación.
La memoria así concebida es necesaria si queremos construir la convivencia sobre bases
sólidas. Hay que vencer la tentación del borrón y cuenta nueva, de la amnesia asociada a la
impunidad, porque sería cerrar en falso una etapa muy dolorosa que no debemos olvidar.
La memoria deberá estar también asociada a los principios de justicia y reparación. Hay una
falta de un reconocimiento social suficiente a las víctimas de la violencia y de las graves
vulneraciones de derechos humanos. Los actos de conmemoración deben servir para expresar
el necesario reconocimiento a las víctimas y nos deben ayudar a conocer cuáles fueron los
factores que nos llevaron a que se pudieran producir tan graves conculcaciones de los
derechos humanos.
Es necesario construir una memoria ética al servicio de la convivencia democrática y que actúe
como antídoto contra el fanatismo, para que estas graves expresiones de intolerancia, de
exclusión y de violencia nunca más puedan volver a suceder.
8. Recuperar para la democracia a quienes apoyaban o no se oponían a la violencia
La consecución de una convivencia plena hace necesaria la recuperación democrática del
sector de la población vasca que no se oponía a la violencia o que incluso apoyaba
abiertamente la actividad terrorista de ETA, y que tenía su propia expresión pública a través de
partidos y organizaciones sociales.
Son precisamente quienes con su comportamiento han permitido que sucedieran estas graves
vulneraciones de derechos los que, de manera especial, deberán interiorizar los valores
democráticos y mostrar su voluntad de asumir los fundamentos de la convivencia democrática.
Este sector social y político que apoyó a ETA, con distintos grados de intensidad, o que no
rechazó la violencia debería realizar una profunda reflexión sobre el necesario papel que
jugaron, que permitió la persistencia de la actividad terrorista, reconocer el mal y el dolor
causado, y rechazar el uso de la violencia para conseguir objetivos políticos.
En esta reflexión se debe evitar un intento de autojustificación y exculpación del mal causado
con base en una pretendida culpa de toda la sociedad y una generalización acrítica que
pretende exonerarse de toda responsabilidad, con el argumento de que todos somos culpables
y víctimas de lo sucedido.
9. Propiciar una política penitenciaria orientada a la reinserción social de los penados, de
acuerdo con la previsión constitucional y de las leyes
Con carácter general, la política penitenciaria, de acuerdo con las previsiones constitucional y
legal, deberá estar orientada a la reinserción social de los penados.
Las políticas penitenciarias dirigidas a las personas condenadas por la comisión de delitos
relacionados con el terrorismo trataban de conciliar este discurso de la reinserción con la
consideración de ser un instrumento al servicio de la lucha antiterrorista.
Con el fin de la actividad terrorista de ETA, no cabe plantear, por ser contrarias a la legalidad y
a la ética, soluciones generales como una amnistía o un indulto generalizado, sino que es
preciso articular un consenso básico sobre el cumplimiento de la pena que el Estado de
derecho ha impuesto a quien ha practicado el terrorismo, sobre el reconocimiento y la
reparación del daño causado, y sobre la exigencia de aceptación de las reglas del juego
democrático y el rechazo expreso de la violencia.
Por otra parte, en la aplicación para las presas y presos por delitos de terrorismo de los
beneficios penitenciarios previstos en las leyes se deberá tender a que cumplan sus condenas
de acuerdo con los criterios generales aplicables a los demás presos y presas. En especial, la
clasificación penitenciaria se deberá regir por un tratamiento individualizado a cada uno de
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estos reclusos y reclusas, analizando sus posibilidades de llevar una vida en libertad sin
delinquir.
10. Promover una educación en valores de paz y de no violencia, una educación para la
convivencia democrática
La educación debe jugar un papel de primer orden en la construcción de la convivencia
democrática.
La convivencia democrática es la base para conseguir una sociedad cohesionada en valores
de libertad, justicia y paz.
La educación en valores tanto en el ámbito educativo como en el seno de las familias y en la
propia sociedad, debe ir dirigida a conseguir una sociedad de ciudadanas y ciudadanos libres,
activos, críticos y respetuosos con los derechos de los demás.
La educación en valores debe fomentar la autonomía personal, el juicio crítico, el respeto a los
derechos de los demás, la defensa de los derechos humanos y el rechazo de la violencia y de
cualquier intento de justificarla.
Pese a la existencia, durante años, de expresiones de violencia terrorista, con su manifestación
más extrema de centenares de asesinatos, los valores de paz y no violencia, aplicados a la
sociedad vasca, han sido, con carácter general, obviados en el ámbito educativo vasco desde
una pretendida neutralidad que llevaba a la inhibición, ya que se sabía que no había en la
comunidad educativa una postura unívoca sobre esta cuestión. Además, si bien en el seno de
muchas familias vascas se han transmitido valores democráticos y de respeto, en otras familias
se ha eludido abordar algo que consideraban incómodo y, lo que es peor, no han faltado
entornos familiares en los que se han difundido contravalores propios de la subcultura de la
violencia, como el odio al diferente, el fanatismo y el sentimiento de estar en posesión de la
verdad absoluta, y una justificación del uso de la violencia para la consecución de objetivos
políticos.
No cabe hablar de educación de valores en Euskadi sin afrontar lo que ha significado la
violencia terrorista y sin plantearse su deslegitimación. La comunidad educativa vasca debe
jugar un importante papel en la transmisión de estos valores de paz y contribuir a la
consolidación de una cultura de paz y de rechazo de la violencia, base imprescindible de una
futura convivencia verdaderamente democrática.
Consejo consultivo del Plan de convivencia democrática
y deslegitimación de la violencia, Vitoria, 2 de julio de 2012.
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Propuestas para una convivencia en libertad, en paz y en justicia
1. Rechazar el uso de la violencia para la resolución de conflictos y la consecución de
objetivos políticos.
2. Respetar el marco jurídico vigente y las instituciones democráticas.
3. Comprender y aceptar que los principios propios del Estado de derecho son condición
necesaria para la existencia de una sociedad justa.
4. Entender que la igualdad de todos los ciudadanos vascos en derechos y obligaciones y
la libertad son la base de la convivencia democrática.
5. Respetar las distintas posiciones ideológicas democráticas, como un valor y principio de
convivencia.
6. Reconocer y reparar a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, sin
equiparaciones ni justificaciones.
7. Construir una memoria para acercarnos a la verdad sobre el pasado.
8. Recuperar para la democracia a quienes apoyaban o no se oponían a la violencia.
9. Propiciar una política penitenciaria orientada a la reinserción social de los penados, de
acuerdo con la previsión constitucional y de las leyes.
10. Promover una educación en valores de paz y de no violencia, una educación para la
convivencia democrática.
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