Presentación Hoy, gracias a la teoría de la recepción literaria de Hans Robert Jauss y W. Iser, sabemos que un texto literario –y el Quijote puede servirnos de ejemplo– conlleva un potencial de significaciones que podemos considerar virtuales, sólo capaces de hacerse realidad o evidenciarse en la imaginación del lector. Aquellas propuestas de los teóricos de la escuela de Constanza pusieron de manifiesto la capacidad de toda obra literaria de promover o suscitar múltiples lecturas y en esto, justamente, hicieron caer el acento al redefinir el concepto de clásico. La obra clásica es aquella que puede ser leída de forma diversa tanto en el espacio como en el tiempo. Quiero decir que cada nueva generación, cada escuela, cada geografía, en última instancia cada lector, podrá leer de forma nueva aquel texto y encontrar algunas respuestas a las preguntas fundamentales que plantea su tiempo. Con anterioridad, la crítica formalista había buscado el encuentro de los valores formales inmanentes en el texto. Una obra literaria poseía una serie de valiosas y permanentes cualidades indiscutibles, siempre vigentes, que, con el paso del tiempo, seguían inmutables. Posteriormente, la crítica marxista se alejó de los valores formales y buscó en el texto literario el reflejo de las tensiones sociales,el testimonio de los dramas colectivos y la afirmación de la lucha de clases. Quienes, más adelante, se alinearon en los postulados de la teoría de la recepción no negaron las aportaciones de aquellas escuelas. Siguieron pensando que toda obra de arte contiene valores estéticos permanentes, que en todo texto hallamos las tensiones sociales y el testimonio de los tiempos en que fue escrito; pero les interesaba poner el acento en el protagonista fundamental de la recepción: el lector. Para ellos, la lectura es ante todo un proceso mediante el cual el lector construye el sentido de aquello que lee. A partir de esta idea, Jauss afirmaba que el lector convierte en «habla» el texto y aplicaba a la lectura de la obra literaria los conceptos de «lengua» y «habla» de Saussure. El lector convierte en significado actual aquello que potencialmente está en la obra e introduce en el marco de su lectura su propio concepto del mundo. Otros, entre ellos Paul Zumthor, habían sugerido con anterioridad ese lado salvaje que contiene el acto de leer, la posibilidad de descubrimiento, de aventura, de capacidad de hallar los aspectos inacabados e incompletos que la deben caracterizar y definir, como definen todo placer. El lector aparece como uno de los actantes de la gestación literaria. Y al tratar de entender aquel sentido que un determinado tiempo o un lector individual atribuyen a un texto literario no se pueden dejar de considerar ni la experiencia ni los efectos que la literatura tiene sobre el pensamiento y la vida de los hombres. Quiero decir con ello que, al iniciar la lectura de un texto literario, contamos con una suma de comportamientos, de conocimientos, de ideas preconcebidas, de emociones que van a ejercer su influencia. Lo ha dicho recientemente G. Steiner1: «Todo intento de comprensión, de «correcta lectura», de recepción sensible es, siempre, histórico, social e ideológico. No podemos «escuchar» (1) G. Steiner: Errata. Madrid: Siruela, 1998. 5 a Homero como lo escuchaba su público original». El significado no está exento de referencias externas. Cada lectura individual de un texto nos lleva a la «espiral de la interpretación», según la expresión de Albert Menguel, y de esta forma el texto participa en el proceso de formación de la experiencia humana. Testimonio del espíritu del tiempo, expresión de las neurosis del escritor, espejo de una sociedad… Puede ser todo eso, pero además encontramos en su interior el testimonio de nuestro tiempo, la expresión de nuestras propias neurosis, el espejo de nuestras realidades. Y es interesante investigar las preguntas a las que aquella obra a lo largo del tiempo supo dar alguna respuesta. Sería pues atractivo conocer cómo fue leído el Quijote en el siglo XVIII; cómo fue leído durante el Romanticismo, o en ocasión del tercer centenario de su publicación, hace ahora cien años. Entre los trabajos que presentamos, el del profesor Juan Carlos González Faraco se acerca a este tema con cierto pudor, pero, crítico y sagaz, se pregunta por las lecturas pedagógicas del Quijote en los tiempos que se avecinan y que él llama «de la modernidad tardía». En otro trabajo, en este caso el del profesor Jorge Chen Sham, de la Universidad de Costa Rica, presentamos la interpretación profundamente filosófica que las gentes del noventa y ocho hicieron de la novela de Cervantes. Pero además de las múltiples lecturas que un determinado texto posibilita y de la diversidad de sentidos que se le atribuyeron a lo largo del tiempo, hay algo que cabe subrayar: en nuestra lectura actual del Quijote, como en la lectura de cualquier otro texto literario, intervienen de manera terminante las lecturas que la precedieron, aquello que con cierta melacolía llamamos nuestra biblioteca interior. Desde esta perspectiva, podríamos referirnos a la influencia de Kafka sobre Cervantes, en el sentido de que, habiendo leído a Kafka con anterioridad a la lectura del Quijote, dicha lectura habrá ejercido su efecto sobre la posterior lectura cervantina. O como aquel que, habiendo leído el Ulises de Joyce, lee con posterioridad la Odisea de Homero. ¿Se puede hablar en este caso de la influencia de Joyce sobre Homero? Leemos como si fuéramos tejiendo un palimpsesto. Nuestras lecturas van configurando una serie de impresiones que quedan plasmadas en la entretela de nuestra memoria, al enfrentarnos con una nueva lectura, aquellas figuraciones se activan e intervienen en la tarea de significar el nuevo texto. Desde esta perspectiva hemos construido este número especial de la Revista de Educación dedicado al IV centenario de la publicación de la primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Hemos convocado para ello a estudiosos que desde lugares a veces muy lejanos han querido participar en nuestro proyecto y lo han hecho con aquel justo entusiasmo tan necesario para las cosas más hermosas. Buscamos la contribución de cervantistas prestigiosos cuyo campo de estudio se hubiera aproximado al ancho mundo de los temas educativos. A otros los reclutamos en nuestro propio campo: el del área de la Teoría e Historia de la Educación. Pretendíamos que el Quijote fuera leído desde la perspectiva de las Ciencias de la Educación. Y desde el palimpsesto que el estudio científico de la Educación ha tejido en nosotros, se ha abordado una novísima lectura del Quijote. Entre aquella lectura del III centenario y la nuestra de hoy nos separa un siglo. Pero, justamente, este siglo que nos separa fue el siglo del niño y nuestro bagaje de conocimientos teóricos y prácticos sobre el quehacer educativo es complejo y valioso. Leer la novela de Cervantes desde esa complejidad puede que haya definido nuestra lectura de hoy, cuando comenzamos el siglo XXI, tal vez cuando se inicia la modernidad tardía. Sabemos que nuestra lectura –nuestras lecturas– no pueden pretender ser definitivas. No hay ninguna lectura que pueda considerarse definitiva. Habrá otras nuevas lecturas, enfoques nuevos, maneras diferentes a las nuestras de entender la prodigiosa aventura de Don Quijote. Y así es como debe ser. De lo contrario, le habríamos extendido el certifi6 cado de defunción. Don Quijote vuelve a cabalgar cada vez que un lector empieza a leer por primera o por enésima vez la historia de sus extravagantes y lunáticas desdichas. Cada vez que un lector abre una de las múltiples ediciones del Quijote y comienza a leer: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…» abre de nuevo el espacio mágico por el que van a moverse Don Quijote y Sancho, su escudero. Pero también otros singulares personajes salidos del imaginario de Cervantes: el cura y el barbero, Aldonza Lorenzo, Sancho, el ventero, el vizcaíno, los cabreros, Maritornes, la hermosa Dorotea, la infanta Micomicona, el mozo de mulas, el loco sevillano, el bachiller Sansón Carrasco, Teresa Panza, el caballero de los Espejos, el del Verde Gabán y tantos otros: pastores, marqueses, rufianes labriegos, estudiantes, venteros, pastores enamorados, titiriteros y monos adivinos que circulan por el interior del relato y configuran un vivo retablo de las maravillas de su tiempo. De una época en la que el oficio de maestro –advierte Julio Ruiz Berrio– comenzaba a configurarse y a consolidarse sus estudios. Ahí están aquellos personajes para acompañar a Don Quijote en su aventura: metáfora de la realización personal, punto de encuentro entre el analfabeto y el lector, entre la cultura letrada y la cultura popular, fundamentalmente de tradición oral, pero además, apunta Antonio Viñao, en el Quijote oralidad y escritura se implican en un recíproco proceso de simbiosis; personalidad extraviada por la lectura cuyo extravío puede ser el único espacio en el cual un lector de su época podía construir su identidad. Y otras lecturas que el Quijote brinda como un río inacabable de sugerimientos. Quedan por referenciar algunos trabajos imprescindibles: el de Park Chul sobre la República utópica, el de Gabriel Genovart sobre la educación caballeresca, el de Pedro Cerrillo sobre los versos del Quijote y su valor didáctico, el de María Stoopen sobre las nociones de sujeto, historia y cosmos en el Quijote, el de Alejandro Tiana sobre las múltiples y diversas ediciones infantiles del Quijote. Y otros que se refieren a los viejos juegos que aparecen en la novela, a la risa regeneradora que el relato de Cervantes procura. Todo ello traza nuestra lectura de hoy, sometida a los avatares sociológicos e históricos de nuestro tiempo, a nuestras lecturas anteriores, a nuestra manera de entender el mundo. Pero eso es, justamente, aquello que debemos pedir al Quijote en su IV centenario: que nos permita hacer una lectura de nuestro tiempo, a partir de todos los tiempos que llevamos a cuestas. Sólo así el caballero de la Triste Figura nos estará hablando de nosotros mismos y Cervantes será nuestro contemporáneo. GABRIEL JANER MANILA Universitat de les Illes Balears 7