Estimado Señor Esculapio: 2º premio ExpresArte rubro Literatura No se ha tratado de un descuido, ni mucho menos, de una falta de consideración de mi parte hacia su persona, el hecho de haber dado a esperar tanto tiempo mi respuesta a su carta. El honor que ha significado para mí su divino resguardo, no se ha desvanecido ni ha perdido la intensidad de su color. Simplemente, he querido esperar a que el tiempo estabilizara mis pasos, para poder así, darle una devolución sólida, elaborada en base a los hechos que han acontecido a partir del momento en que emprendí viaje a lo largo de este sendero. No recuerdo precisamente el instante en el cual he contestado a su primer interrogante. Querer convertirse en médico no es algo por lo que uno se decide de la noche a la mañana. No recuerdo haber respondido un “sí, acepto” en algún preciso momento, o en una determinada circunstancia. Creo que he llegado a mi conclusión, no gracias a un metódico discernimiento filosófico, sino más bien, a una profunda y paciente introspección cotidiana. Por esta razón, si tuviera que definir de alguna manera la naturaleza de mi respuesta a su gran pregunta, la definiría, creo yo, como un elemental descubrimiento… un sincero descubrimiento de mí mismo. En efecto, el hecho de haber desenmascarado la esencia de mi ser, es lo que me ha animado a optar por una forma de vida tal, que me permitiera lograr expresarla en su forma más pura. Hablo de una manera de manifestar aquello de lo que ningún individuo puede ser despojado: una piedra fundacional, lo que alguna vez ha dado en llamarse “substancia”. En mi caso, este vital concepto ha estado siempre íntima, y a la vez sutilmente, ligado al de mi vocación. De eso se trata el gran descubrimiento del que hago referencia, mi piedra fundacional, mi substancia, mi vocación. Hoy comparto con Usted, estimado Señor, la raíz inextirpable de mi realidad misma: El servicio al hombre, amado como se ama a un hermano. Es este servicio al hombre, en efecto, lo que me ha impulsado a transitar, incansablemente, este camino que Usted mismo me propuso, hace ya tanto tiempo. Comprendí, en el mismo momento en que había logrado revelar estas ideas a mi entendimiento, que ya me encontraba yo parado sobre ese magnífico camino. Quisiera compartir plenamente la experiencia aprendida a lo largo de tantos años de constante peregrinar, mas lo creo un sueño imposible, pues muy particular, y a veces, incomprensible, resulta ser el camino que Usted ha preparado para cada uno de sus hijos. Busco la forma de explicar lo inexplicable, de abarcar lo interminable, de hacer concreto lo que no logro distinguir completamente de un sueño. Pues a medida que pasa el tiempo, y yo sigo caminando, mi memoria comienza a descartar detalle a detalle los hechos y situaciones en las que me he desenvuelto. Ya no recuerdo todos los rostros, los aromas, los colores que alguna vez he percibido sobre mi marcha. Encuentro que, de a poco, va perdiendo nitidez mi recuerdo, cual si fuera a evaporarse. De vez en cuando, encuentro consuelo en el hecho de que, si bien los sucesos resultan fugaces, las lecciones que he aprendido, y las virtudes que he adquirido, se han vuelto cada vez más evidentes y perceptibles en mi andar cotidiano. Hermoso, en verdad, es el sendero que sus manos han preparado. Ha sido de mi agrado, observar tantos tipos de hierba creciendo en derredor, pues intuyo que la tierra que sostiene mi peso, muy fértil ha de ser. Ha sorprendido a mis sentidos, contemplar la abundancia de coníferas alrededor de la senda. Grandes cipreses son aquellos, cuyo verdor se proyecta sobre el suelo, formando un misterioso entramado de luz y sombra: Sutil contraposición, que escapa a la comprensión de mentes no acostumbradas a transitar estos prados, levantados sobre una rica tierra agridulce. Sobre la marcha, he reconocido muchas especies de aves revoloteando alrededor, pero sin dudas, me ha llamado particularmente la atención la cantidad de gallos, de espléndido plumaje, que he visto pasear en medio de la senda. Muchas veces los he visto escondidos en la maleza, imperceptibles a primera vista. Otras veces los he visto vagar desorientados, como sin conocer exactamente el propósito de su vida en estas tierras. Recuerdo bien a aquel errante gallo que una vez dejara Critón al costado del camino, mientras caía una lágrima de sus tristes ojos. Por más que se ha intentado, sólo se ha especulado, acerca del motivo que sostuvo la existencia de ese gallo. La verdad del asunto, se ha perdido y seguirá perdida bajo una planta de cicuta. Dejando a los gallos a un lado, siempre iba yo, pacífico, caminando. A veces con la frente arrugada y las manos ocupadas en llevar conmigo ese par de hojas blancas. Hojas ya gastadas por el trato manual de la constante lectura incisiva. En efecto, muchas son las veces que he leído su carta, siempre con sobrada atención y detenimiento. Luego de haber comprendido cada párrafo, creo que he logrado distinguir los atributos que definen el camino que Usted propone a sus hijos; Sin embargo, dichos atributos, contrastan con los que yo he podido vislumbrar a partir de mi experiencia y mi propio peregrinar. En cierta forma, el camino que Usted propone, común a todo hombre que desea hacerse médico, muestra la manera en que uno es tomado por los hombres como ese dios superior que alivia los males y ahuyenta los temores. Mas, caminando, he aprendido algo más importante y atractivo. He aprendido la manera en que un médico puede ser útil a sus pacientes, pues todos ellos buscan humildad, ciencia, respeto y empatía en una figura humana, no divina. Buscan un enfoque holístico y práctico, que contemple no sólo el cuidado de su esfera biológica, sino también de la emocional y la social de su persona. He aprendido también a incentivar al paciente a que afronte y resuelva sus propios problemas, buscando soluciones prácticas a sus propios miedos y menesteres. Ha dado Usted en lo cierto, pues me gusta la sencillez. Se trata de una cualidad que prefiero conservar, ya que tal vez en algún momento, le permita a algún paciente acercarse y confiar más plenamente en mí. Y sí, también ha acertado Usted en pensar que conozco bien lo valioso del tiempo, por lo que, siguiendo con su ejemplo, sé que debo simplemente aprender a orientar el discurso de quien consulta, para llegar a un resultado que sea útil a su persona y también a su diagnóstico. Me siento atraído por la belleza de la vida. Lo que pasa es que de gustos, nada hay escrito. Soy capaz de hacer las cosas que Usted refiere como desagradables, como lo más repugnante de nuestra especie, y no sentir repulsión. No sólo puedo, sino que también deseo hacerlo. Probablemente no cualquier persona comprenda a qué me refiero. No todos vemos lo mismo en estos actos. Quizás, donde vea Usted repugnancia, otro encuentre belleza. Donde vea Usted miseria, otro encuentre un llamado. A veces, me detengo a descansar a la orilla del sendero, y pienso en qué consiste la belleza de la que Usted me habla. A mi parecer, la belleza más perfecta, se encuentra en lo más profundo de cada persona. Se encuentra cuando nos libramos de todo aquello que opaca nuestra transparencia. Se encuentra cuando logramos confiar nuestros miedos y miserias en alguna persona dispuesta a brindar su ayuda, aunque más no sea, escuchando atentamente un breve relato. La belleza, yo la encuentro escondida por detrás de los colores y la ficticia elegancia, detrás del protocolo y la etiqueta, en lo más profundo del hombre y su naturaleza, en la necesidad que tenemos todos los hombres, de tener una solidaridad fraterna que nos una. Magnífica vocación, que muestra a quien lo desea la belleza de la vida en su más pura expresión. Con todo respeto, creo que la tarea del médico, debe cumplirse desde la misma altura a la que se encuentra el paciente a quien se pretende ayudar, y no desde un Olimpo imaginario, pues muy lejos nos encontramos todos, de la perfección. En mi camino, esto es lo que he cosechado: la capacidad de tener una mirada fraterna hacia mis pacientes. Vuelvo a insistir en que la única manera de transitar este camino, es siendo fiel a la propia esencia, a la verdadera vocación. En nuestro caso, una vocación que demanda una existencia total, con una fuerza dirigida al paciente mismo. Si uno comprende el significado del servicio, y comprende la naturaleza de la necesidad humana, podrá inferir, luego, que un verdadero médico, no se pertenece, en realidad, a sí mismo. Día a día escucharé consultas por excesos e imprudencias, incurridas por los mismos pacientes que, tal vez, yo mismo habré educado anteriormente. Espero entonces no perder de vista las lecciones que he aprendido estos años. Pues ellos, probablemente, no tengan la suerte ni la necesidad de contar con la instrucción, con la que cuenta un profesional de la salud. Este es un temor que deseo plasmar en palabras, pues sé que muchas veces, el criterio y el don de ciencia, se vuelven tan sencillos y familiares a nuestros ojos y tan evidentes a nuestro entendimiento, que no aceptamos, y condenamos, su carencia o defecto. Tal vez criticar y juzgar a los propios pacientes de ignorantes o imprudentes, sea un camino más que conduce a ese Olimpo imaginario que prefiero evitar. De esta forma, le reservo a Usted, y dejo a su criterio, la capacidad de calificar a una vida como nefasta, pues no se trata de algo que yo me sienta capaz de hacer dentro de un contexto moral. Espero comprenda mi condición. He pensado muchas veces en las consecuencias que han venido y han de seguir viniendo gracias a haber emprendido este viaje. Algunas de ellas muy buenas, otras no tanto. Sé que un camino más difícil todavía me espera, y no lo dudo ni un minuto. Tal vez más adelante abunde la sombra y escaseen las aves. Tal vez haya luz y abundancia de gallos de gran plumaje. No lo sé. Sólo soy consciente de que cada persona es autora de su propio camino. Concuerdo en que la medicina es un sacerdocio, o mejor aún, una vocación. No se trata de un oficio o un negocio con fin lucrativo. Y más allá de las palabras, no siempre es fácil llevar esto a la práctica. Tantos ejemplos a lo largo de la historia, me han mostrado lo difícil que resulta notar la diferencia entre ambos caduceos: el que Usted porta, y el de su amigo Hermes, o Mercurio. Optar por apoyar la marcha en una vara de olivo, no es lo mismo que hacerlo en una vara de oro; optar por marchar erguido, no es lo mismo que volar con alas; en fin, una serpiente que opta por permanecer soltera, sin pareja, realiza un constante sacrificio, que no cualquiera sabrá apreciar. Si bien los caminos de un médico pueden desviarse hacia atajos sombríos, no son éstos los únicos que pueden hacerlo. También los caminos de los mismos pacientes, pueden delirar hacia la oscuridad. Calles angostas donde hay falta de luz y abundan los chamanes. Resulta difícil comprender los motivos que llevan a un paciente a acudir a estos lugares, y hacerse atender por gente que no ha dejado huella alguna en el sendero iluminado. Probablemente uno de los motivos, sea que no todos los profesionales de la salud, brindamos la suficiente atención o el necesario afecto que el paciente está necesitando. Tal vez, éste no necesite tanto de la mentira que se deja vender, como del simple afecto que recibe de un estafador y charlatán; afecto del que, tal vez, nosotros lo estamos privando, sin darnos cuenta. Volviendo un poco al camino iluminado, deseo compartirle a Usted, que me han llamado la atención muchos hechos singulares que se abren frente a mis ojos. Uno de ellos, ha sido reparar en la cantidad de cipreses que se han plantado a los costados del sendero. Según me ha dicho un jardinero, estos árboles tienen la particularidad de crecer en terrenos donde sobran las lágrimas. En efecto, he visto muchos cipreses que guardan sentimientos de tristeza, pues han sido regados con lágrimas de dolor: vinagre de las despedidas. Pero he visto, también, muchos más cipreses diferentes de aquellos, que guardan sentimientos de profundo júbilo, pues han sido regados con alegría y esperanza: agua fresca que anuncia la vida nueva. He visto un día a una mujer, sentada a la izquierda del camino, llorando a la sombra de un ciprés; y la he visto parada, al día siguiente, a la derecha del camino, sonriendo bajo el sol de la mañana. Miraba feliz, con lágrimas en los ojos, a un nuevo retoño que la luz había alcanzado a tocar. Lo recuerdo muy bien, pues la mujer, luego de haber sufrido y sonreído, se acercó, y sin decir nada, me obsequió un viejo gallo blanco. Nunca olvidaré este hecho, pues en ese mismo lugar, hoy veo que ha crecido un tipo de diferente de ciprés, pues ha sido regado por un nuevo tipo de lágrima. La gratitud. Concluyendo, quiero agradecer inmensamente su primera invitación, pues estoy disfrutando mucho del camino que me ha propuesto en aquella oportunidad. Espero encontrarme con Usted en algún momento lejano, pues soy consciente de lo mucho que falta por recorrer, lo mucho que hay por aprender. Deseo ansiosamente contemplar su verdadero rostro. Hasta entonces, seguiré refiriéndome a Usted bajo nombre de Esculapio. Muchas Gracias por su constante compañía y atento seguimiento. Sin más, Saludo a atenta y respetuosamente, Sen del campo LUCAS MARIA PESSINI FERREIRA Pseudónimo: Sen del campo Universidad nacional de Córdoba, 5º año de la carrera Título: “Estimado señor Esculapio” Mail: [email protected]