Hielo, viento y emoción

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FUERA DE RUTA
Hielo, viento y emoción
Excursión al Perito Moreno desde el hotel Eolo, en plena Patagonia argentina
RAFAEL ESTEFANÍA - 02/04/2011
Desde la cama de mi habitación miro a través
de la ventana: una pantalla gigante de tres
metros de larga por dos de ancha adosada a la
pared beis. Un único canal y un mismo
programa muestran la inmensidad de
la Patagonia argentina, con las Torres del
Paine al fondo, en un paisaje que cambia de
aspecto al son que dicta el viento austral. Una
pantalla silenciosa de alta definición que tiene
el efecto de expandir la mente. A su alrededor,
el sobrio mobiliario antiguo de madera
restaurada, las alfombras de lana elaboradas
por indígenas del norte de la Patagonia y los
baños con rústicas griferías de plomo
completan el cuadro. El lujo sin estridencias de
un hotel consciente de que la naturaleza en la
que se emplaza es la verdadera protagonista.
Una fila de excursionistas sobre el hielo de color azul eléctrico en el glaciar Perito Moreno
(Argentina).- RAFAEL ESTEFANÍA
Así es Eolo, el Relais & Chateaux más austral del planeta y un oasis de estilo en medio de uno de
sus confines. Situado en la finca Alice, un terreno privado de más de cuatro mil hectáreas en un
valle producto de la erosión en la época de las grandes glaciaciones, Eolo aparece como un punto
diminuto flanqueado por sierras que se extienden hasta el parque de los Glaciares. Los únicos
vecinos en las proximidades del hotel son el dueño de la finca y un peón que habitan la casa rural
a 15 kilómetros del hotel, finca dedicada aún hoy a la explotación ganadera. Una hacienda
recuerdo vivo del tiempo en que los europeos se asentaron en la Patagonia para la cría de ovejas
a principios del siglo XIX, atraídos por los beneficios del "oro blanco", como se conocía a la lana
por aquel entonces.
Rodrigo Braun conoce bien la historia. Ligado a la Patagonia durante tres generaciones, su
bisabuelo Mauricio Braun fue uno de los pioneros en la región y se convirtió en el mayor
terrateniente de la zona (entre sus muchas propiedades, era el dueño de la finca Anita, una parcela
de 75.000 hectáreas). Hoy, Rodrigo Braun, un argentino de 37 años apasionado de la naturaleza y
guía de montaña, es director general de Eolo: "Llevo Patagonia en la sangre. Cuando has vivido
aquí el lugar te atrapa y ya no puedes dejarlo".
Perdido en las nubes
Después de un solo día aquí, es posible comprender lo que dice; en medio de esta inmensidad, el
espacio toma cuerpo y se siente como un ente vivo, abrumador, que te hace consciente de tu
propia insignificancia. "A todos les cuesta acostumbrarse", me tranquiliza, "es como si de repente
la grandeza del lugar te sobrecogiera". Mientras dice esto en la terraza del hotel, de nuevo me
pierdo en las nubes (literalmente) y en la velocidad con la que se forman y se disipan empujadas
por el viento, incesante en esta región argentina.
Al día siguiente, con los primeros rayos de sol partimos en dirección al Perito Moreno. Las docenas
de liebres que saltan al camino de tierra y se quedan paralizadas por la luz de los faros aún
encendidos ponen a prueba la destreza del conductor del todoterreno del hotel. Después de un
trayecto de menos de una hora, al doblar una curva aparece en el horizonte la majestuosa cara
helada del Perito Moreno. Minutos más tarde, camino por las plataformas de observación del
glaciar, que, con un recorrido de casi un kilómetro de extensión, se elevan paralelas a la pared de
hielo.
Enfrentado con la solemnidad del glaciar, experimento de nuevo la misma sensación que sentí
ante el espacio inagotable de los valles patagónicos, multiplicada aquí, pues a pesar de estar
contemplando una de las mayores atracciones turísticas de Argentina y uno de los glaciares más
conocidos del mundo, me encuentro totalmente solo. Son las ocho de la mañana y al parecer los
autobuses cargados de turistas no llegan hasta las diez. Dos horas gloriosas para perderse en las
vetas de un turquesa imposible en su blanca pared de más de 60 metros de altura y escuchar en
soledad el ensordecedor chasquido como de huesos rotos que de vez en cuando emana del
glaciar cuando se resquebraja el hielo en su interior.
Más tarde, Rodrigo Braun me espera en la base del glaciar para, aprovechando su licencia de guía
de glaciares, llevarme en una excursión privada por los lomos del Perito Moreno. A pesar de los
crampones y los piolets, no es fácil mantenerse en pie en una superficie tan helada que ni el acero
penetra. Mientras miro de reojo la inquietante presencia de grietas por las que se filtra el agua,
pago mi inexperiencia deslizándome boca arriba y dando con mi cuerpo, y arrastrando a Rodrigo
en su intento de sujetarme, hasta una vaguada con un palmo de agua glaciar. De nuevo en pie,
mojados pero aliviados por lo inocuo del resbalón, observo en la distancia la fila india que, como
costuras en la carne del glaciar, dibujan las excursiones de turistas que se apuntan a vivir esta
experiencia siguiendo las rutas trazadas (¡y totalmente seguras!) y acompañados de guías. Vienen
desde El Calafate, donde se multiplican las opciones de alojamiento y donde se abrió
recientemente el Glaciarium (www.glaciarium.com), un museo dedicado al hielo patagónico.
De vuelta en el hotel, la sauna devuelve el calor a mis huesos. En el comedor, la cena de jabalí
braseado a la naranja servido en vajilla de porcelana antigua de diseños discordantes y la botella
de Malbec atempera el frío viento que arrecia afuera. En la flamante pantalla gigante de mi
habitación me espera más tarde el espectáculo de docenas de constelaciones visibles en la
oscurísima noche patagónica.
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