Actitudes ambientales Vs. conducta pro-ambiental gobernada por reglas Pablo Páramo Ph.D Universidad Pedagógica Nacional, Colombia CILPA, México D.F. Septiembre 2013 Introducción Desde que fui invitado a esta reunión hace ya varios meses, les puedo asegurar que mi disposición ha sido la mejor, o con la mejor intención. Participar en un evento de esta importancia para la psicología ambiental, ahora que los expertos nos advierten sobre las consecuencias del cambio climático, la crisis energética, la superpoblación, el crecimiento de las ciudades, la escasez de los recursos no renovables, etc, es para mí, como ya lo dije, motivo suficiente como para disponerme a contribuir con lo que pueda. De esto puede dar fe, se los aseguro, cualquiera que tenga la intensión de aplicarme una prueba de actitud para probarlo. (Quiero confesar que parte de este interés fue la oportunidad de saborear la estupenda gastronomía Mexicana. Si, en todo el mundo hay quien la prepara y la vende, y en Colombia abundan los restaurantes especializados, pero, aquí entre nos, la calidad deja mucho que desear). Por supuesto estuvo el interés por tratar con la gente maravillosa que he conocido en este país, pero eso se da por descontado. Yo me hospedo en el hotel Crown Plaza que dista, si no me equivoco a 10 kilómetros de aquí. Un par de horas antes de salir a este recinto me había preguntado cómo llegar si no hubiera contado con el vehículo que nos trajo. Con seguridad hubiera tenido que pedir indicaciones que guiaran mi comportamiento a este destino. En parte, mi conferencia trata sobre este asunto. Para ir entrando en materia quiero aclarar que para efectos de lo que pretendo analizar, y a riesgo de parecer “políticamente incorrecto”, abordaré el tema desde una perspectiva conductual. Sin embargo, soy consciente de que el mayor peligro no estriba en asumir dicha perspectiva sino por oponerme tan abiertamente a las 1 teorías sobre las actitudes pro-ambientales en el mismísimo coto de caza de mi colega Víctor Corral : me llegan muy de cerca sus marcaciones territoriales. Confío en salir indemne. Pero valga decir que también he trabajado el tema siguiendo el modelo de teoría da facetas que me enseño mi profesor David Canter lo que dio origen a una publicación en 1997 sobre actitudes hacia el medio ambiente Páramo y Gómez, 2007). Al asumir la perspectiva conductual o del Análisis Experimental de la Conducta (AEC) espero no “llover sobre mojado” en un país que tradicionalmente ha sido pilar de importantes investigaciones y aplicaciones en nuestra región (L.A). A diferencia de otras perspectivas sobre la compresión de la conducta humana, que con frecuencia se exceden en conceptualizaciones sin correlatos prácticos, el AEC es una corriente de la psicología que se soporta en la evidencia empírica y que cuenta además con pruebas de su efectividad práctica. No obstante las prevenciones que tal corriente suscita, hay que reconocer que ahora el análisis conductual viene con nuevos bríos (o conductismo radical recargado como lo ha denominado tan acertadamente el psicólogo Mexicano Jaime Ernesto Vargas Mendoza aludiendo, como creo, a la segunda parte de la película Matrix de los hermanos Wachowski) gracias a los recientes avances dentro de los que cabe mencionar, entre muchos, las terapias de tercera generación, los estudios sobre las funciones del lenguaje (la conducta gobernada por reglas) y la extensión de algunos de los principios establecidos a campos sociales como el reciclaje de basuras, el ahorro energético y la prevención de los accidentes de tránsito. Tesis: Las reglas vs. las actitudes pro-ambientales Creo que la noción de conducta gobernada por reglas que trabaja el Análisis de la Conducta puede hacer una contribución al clarificar su papel en la experiencia de lugar y en la manera de orientar la investigación sobre el comportamiento pro-ambiental. La noción de reglas no ha sido explorado ampliamente en la psicología ambiental. Mi profesor y director de tesis de maestría David Canter, presente en este encuentro, las definió al desarrollar 2 su teoría del lugar al decir que los lugares tienen reglas y que estas contribuyen a darle identidad al lugar. Pero no ha habido mayor desarrollo desde entonces. Al referirse al trabajo de Barker sobre los escenarios de conducta y particularmente al uso efectivo de esos escenarios en términos de lo que Barker llamó “el programa”, David llama la atención sobre los roles esperados, las relaciones que se dan entre las personas y las reglas para se representan esos roles. En consecuencia los estudios del comportamiento espacial, dice, son estudios del uso de las reglas del lugar formadas socialmente. Ciertas distancias son aprendidas como apropiadas para ciertas actividades en ciertos lugares. Es a esto a lo que Canter denomina reglas del lugar (1985) para llamar la atención sobre la forma en la cual las acciones humanas se ajustan al lugar en que ocurren. No obstante el concepto de regla sirve para estudiar la conducta espacial en cuanto a las formas y patrones de uso del lugar y cómo esos patrones están incrustados en procesos sociales y culturales ( Canter 1991). La gente actúa en un lugar siguiendo sus reglas las cuales son seguidas de forma explícita o implícita. Los lugares tienen reglas bastante consistentes y algunas trascienden culturas. La conducta no ocurre de manera azarosa en el espacio a pesar que los espacios muchas veces no estén diferenciados, por ejemplo las distancias personales. Dentro del término reglas caben preceptos, costumbres y hábitos asociados con el lugar, y dice Canter: Investigación futura se hace necesaria indudablemente para elaborar este concepto. He asumido el reto al desarrollar el concepto ligándolo al de conducta gobernada por reglas que ha desarrollado la investigación psicológica desde los tiempos de Vygotsky y Luria, al referirse a la importancia de las instrucciones que reciben los niños en un proceso social de aprendizaje y en años más recientes Skinner, Malot y Glenn, entre otros. Hace dos años presenté en este mismo encuentro un trabajo sobre el papel de las reglas en un macro ambiente como es el espacio público urbano, trabajo que he sometido a consideración del número monográfico sobre Educación y Ambiente, próximo a publicarse en la Revista Latinoamericana de Psicología. Ahora me he querido aproximar a un macro-ambiente aún más complejo, el ambiente natural. Considero que el abordaje que se ha hecho para tratar de cambiar los comportamientos de las personas hacia el medio ambiente ha 3 estado mal enfocado al centrarse en las actitudes. Una alternativa es re-orientar la investigación hacia la identificación y enseñanza de las reglas que deben guiar el comportamiento pro-ambiental. Esta tesis la fundamento en los siguientes puntos: Existe una brecha entre el decir y el hacer; las actitudes son un constructo mental asociado a un objeto abstracto o concreto: que pueden ser personas, lugares, ideas, etc,. Generalmente se entiende que las actitudes están integradas por tres componentes: cognoscitivos ( pensamientos sobre el objeto, que generalmente incluyen una evaluación del objeto; afectivos (sentimientos sobre el objeto), y de predisposición a la acción o intencionalidad ( intenciones o acciones hacia el objeto). A pesar de haberse estudiado extensivamente y de haberse diseñado gran cantidad de instrumentos para evaluarlas en distintas poblaciones y contextos y en relación con variables demográficas, religiosas, políticas, y factores experienciales (Gifford, 2007; Bechtel, Corral Verdugo y de Queiroz Pinheiro, 1999), las investigaciones muestran que la preocupación sobre asuntos ambientales no siempre dan lugar a comportamientos pro-ambientales (Gifford, 2011, Gifford y Sussman, 2012) . Sin lugar a dudas, es posible afirmar que la preocupación por el conocimiento del estado del ambiente está ya imbricado en el discurso de los ciudadanos en el mundo; lo que refleja un un cambio de actitud. Sin embargo esta preocupación aún no hace parte de las acciones mayoritarias de las personas (con la salvedad de que en el auto- reporte se suele presentar, véase el índice verde, ONU, 2010). Pero en mediciones objetivas de consumo ello no necesariamente es consistente, en lo que es la brecha conocida como valores-acciones, o decir-hacer (Barr, 2004). Así el estado de cosas, aunque la preocupación ambiental aumenta entre los ciudadanos, en general como producto de la información ambiental disponible en medios y escuelas, también aumenta el número de vehículos comprados, el consumo de energía en los hogares, y no se hace el reciclaje o reúso. Por otra parte, las medidas de control ambiental a través de impuestos son absolutamente impopulares, por ejemplo la sobrecarga al uso de combustibles fósiles, (Barr, 2004) y algunos países no promueven en su interior políticas de promoción del consumo sustentable, por considerarlo contrario a la perspectiva del desarrollo económico. En palabras de Collins (2000) (citado por Cohen, 2005): “El consumo 4 sustentable es visto como incompatible con las prioridades políticas que enfatizan el crecimiento económico, la promoción de la autonomía del consumidor, el excesivo uso de energía y la acumulación irrestricta de bienes materiales” (p. 408). En la misma dirección están los resultados del trabajo de Bartaiux (2008), quien estudió en Bélgica: el grado de preocupación y concienciación ambiental, el conocimiento sobre energía sustentable, y la presentación de información sobre consumo de energía personalizado para los hogares, y su relación con el cambio de comportamiento en lo que respecta a patrones de consumo de energía pro-ambientales en los hogares, encontrando que: “los hogares que están mejor informados sobre el cambio climático no están actuando de una forma amigable con el medio ambiente (p. 1118)”. Por lo general los programas educativos ambientales están dirigidos principalmente al cambio de actitudes evidenciando su impacto a este nivel, pero también muestran que no logran transformar los comportamientos de los estudiantes. La solución a los problemas ambientales requiere cambios duraderos en el comportamiento de las personas; se requiere que las personas actúen de forma diferente. La tesis que sostengo es la de que el comportamiento pro-ambiental debe definirse en términos de aquellas conductas que contribuyen a la sustentabilidad del ambiente natural. La definición del comportamiento pro-ambiental por lo tanto debe enfatizar en las reglas que establecen las relaciones entre el comportamiento y los resultados, más que en las motivaciones que hay detrás de estas conductas. Por esto, las intenciones de las personas se pueden desviar de la realidad y no ocuparse de las acciones que tienen consecuencias significativamente importantes para el ambiente. Desarrollo del planteamiento Los textos sobre psicología del aprendizaje nos enseñan que existen diferentes mecanismos por los cuales aprendemos y dirigimos nuestras acciones. Tales mecanismos, que hacen posible nuestra acción sobre el entorno, son compartidos con otras 5 especies e implican asociaciones entre estímulos (condicionamiento clásico), el aprendizaje por observación, y la acción por consecuencias (condicionamiento operante). Igualmente, se nos muestra en esos textos, la importancia de dichos mecanismos en temas tales como la enseñanza, el cuidado de la salud, la manera de relacionarnos con los demás y de alcanzar las metas personales, entre muchos. En los últimos tiempos, sin embargo, ha venido tomando fuerza el papel del lenguaje como un cuarto mecanismo de aprendizaje toda vez que es a través del mismo que los humanos adquirimos la mayor parte de nuestro repertorio. No se concibe las grandes realizaciones de nuestra civilización sin esta condición que nos hace distintos a los otros organismos sobre el planeta. No obstante, el creciente interés por este tema, los debates en torno a su caracterización y su función siguen el curso del enfrentamiento ya habitual entre las distintas posturas epistemológicas. No es mi propósito redundar en esto. Lo que pretendo es, simplemente, establecer que para lograr cambiar más eficazmente las costumbres de las personas en su relación con el entorno, no basta con intervenir sobre inferencias (actitudes) sobre lo que la gente hace, sino sobre el hacer mismo (o la conducta), y más específicamente en la formación de las personas en las reglas que deberían guiar el comportamiento pro-ambiental. Recordando nuevamente nuestros textos, se dice que hay dos tipos de contingencias: la de acción directa o la que fortalece un respuesta si esta es seguida por un reforzador inmediato. . Sin embargo, existen contingencias de acción indirecta en donde media la regla que describe la contingencia. Muchos ejemplos podríamos citar en donde la consecuencia es diferida pero aun así –insisto-, la conducta implicada está bajo el control de la regla y no por el efecto de una contingencia inmediata: reducimos el uso de nuestros electrodomésticos, reciclamos los desechos, compramos productos con empaques biodegradables porque de esta forma reducimos la contaminación, consecuencia a largo plazo, o que al menos no observamos de forma directa. 6 De acuerdo con Glenn (1991), las reglas son guías codificadas como instrucciones o sugerencias que median las diferentes formas de enfrentar ciertas situaciones, aunque para Ribes (2000), la instrucción lo deja solamente para aquellos casos de conductas de seguimiento de reglas en los cuales el individuo no ha experimentado las contingencias que dieron origen a la regla, la cual entiende como una descripción verbal de contingencias con el ambiente previamente experimentadas. Los psicólogos solemos aconsejar a los padres que en lugar de interactuar con los niños principalmente para llamarles la atención, reorienten su comportamiento buscando una mayor interacción con sus hijos cuando presenten comportamientos apropiados. Con una sugerencia o instrucción tan sencilla como esta, los padres aprenden a cambiar de forma significativa su comportamiento y el de sus hijos, sin la cual les tomaría mucho tiempo a los padres que no reciben esta instrucción, o tal vez nunca aprendan a hacerlo. La regla: “Estacionar sobre el andén le acarreará una multa de “x” salarios mínimos” sirve por consiguiente de puente entre las ocasiones en que se espera que curra la conducta y sus consecuencias sociales o legales, cuando estas últimas ocurren de forma demorada (Hayes, 1989). Las reglas se enseñan para influenciar la manera como nos relacionamos con otras personas u objetos, pero igualmente para enseñar los comportamientos proambientales y para autorregularnos; de aquí su importancia para enseñar el sostenimiento del ambiente. Lo que se busca al pretender valernos de las reglas para guiar el comportamiento pro-ambiental es no hacer depender la exhibición de dicho comportamiento de la presencia física de un ente regulador, llámese autoridad, para aplicar una sanción. Así, las reglas presentes en el repertorio verbal del individuo median la relación del individuo con la sociedad aun cuando este esté solo en un lugar (Guerin, 2001). En algunas ciudades por ejemplo, las personas siguen reglas ciudadanas o y se presentan conductas proambientales sin necesidad de controles externos; se paga el transporte aun cuando no se exija el tiquete de compra, se da paso al peatón, se recicla la basura, se recogen los excrementos de los 7 perros, se recicla, se ahorra energía, se actúa de forma solidaria, etc., sin controles externos; los individuos se autorregulan siguiendo reglas que contribuyen a la convivencia y a la sostenibilidad del ambiente. De esta manera el comportamiento pro-ambiental que supone el seguimiento de una regla no necesariamente requiere de consecuencias inmediatas o directas ni de la presencia de otro individuo en el lugar; las personas no tienen que ser controladas sino guiadas a través de las reglas que actúan como mecanismo de autorregulación. No obstante, para que la regla sea aprendida requiere en primer lugar que sea conocida. Reglas típicas son advertencias e instrucciones del tipo: Has tu tarea, lo cual es reforzado por la aprobación del padre y el padre es reforzado por la aceptación del hijo. Sin embargo como sugiere Baum (1995) los más importantes reforzadores para ambos participantes en su interacción están distantes temporalmente: la educación del hijo. Como se describen las reglas La regla indica: Que hacer, Cuándo hacerlo, o Qué pasaría al hacerlo. De acuerdo con Malort (1989) las reglas suministran un mecanismo conductual para entender cómo los pensamientos o el hablarse así mismo puede controlar el comportamiento guiado hacia metas. En este sentido la conducta gobernada por reglas puede se como una conducta bajo el control verbal que especifica contingencias (Zettle, 1990). Aunque muchas actividades gobernadas por reglas en la vida cotidiana involucra reglas presentadas por otras personas ( por ejemplo instrucciones, obedecer leyes), muchas reglas de las que siguen los individuos son formuladas por ellos mismos. Estas auto reglas son producidas por la propia conducta verbal del individuo (Zettle, 1990) las cuales son desarrolladas por el propio individuo a 8 partir experiencia con contingencias usualmente en interacción con otras personas. Las auto reglas pueden expresarse verbalmente a uno mismo o a otras personas pero las auto reglas que son únicamente verbalizadas de forma encubierta pueden ejercer también algún control sobre la conducta. Las reglas median la demora para conseguir las consecuencias; pero no son los resultados demorados sino las reglas que disponen esos resultados demorados lo que controlan de forma más directa las acciones (Malott, 1983). Por ejemplo la extinción de la vida en el planeta como consecuencia de nuestras acciones. Sin embargo no todas las personas se adscriben a esa regla y por tanto sus acciones no serán afectadas por dichas reglas. Estoy llamando la atención en este apartado final es sobre uno de los principales defectos del análisis que hacen los expertos del AEC, me refiero a su énfasis en las interacciones verbales; la mayoría de sus análisis y ejemplos de reglas involucran hablantes que formulan reglas y escuchas que se comportan siguiéndolas. Sin embargo en la vida cotidiana las auto-reglas de las que vengo hablando son más comunes e importantes en los adultos que las relaciones hablante-escucha (Kubnkel, 1997). En síntesis, la aproximación centrada en las reglas o conductas orientadas al ambiente no hace suposiciones sobre motivaciones internas, como sí lo hace la noción de actitudes, o los valores, que dicho sea de paso no son otra cosa que reglas enunciadas de manera topográfica y no funcional, pero al fin y al cabo reglas sobre la conducta deseable. La propuesta que hago consiste en reorientar la investigación hacia la: identificación de las reglas pro-ambientales que conocen las personas, qué tipo de consecuencias asocian los individuos a las reglas que promueven el comportamiento pro-ambiental, mediante preguntas semi-estructuradas, cómo se organizan tales reglas en términos de sus consecuencias, cuál es la importancia que le atribuyen al seguimiento de las distintas reglas, muy importante: qué efectos produce sobre el comportamiento pro-ambiental su enseñanza. Igualmente el paradigma deberá valerse del diseño de instrumentos evaluativos que permitan desarrollar este paradigma 9 de la investigación sobre el comportamiento pro-ambiental: Observaciones directas sobre el comportamiento, cuestionarios orientados a identificar el conocimiento sobre las consecuencias de seguir o no una regla de comportamiento pro-ambiental, cuestionarios que indaguen sobre la importancia de las distintas reglas pro-ambientales, el uso de viñetas viñetas nos pueden ayudar a identificar qué tipo de auto-reglas siguen las personas cuando no conocemos la historia personal, etc. podrían ayudar a desarrollar el paradigma propuesto. Se trata entonces de buscar una acción más efectiva a partir de la enseñanza de las reglas que deben guiar el comportamiento proambiental. De acuerdo con Vaughan (1989) descubrir las condiciones que producen correspondencia entre el decir y el hacer puede hacer la contribución más profunda en el avance de una ciencia del comportamiento. Muchas gracias! 10