De jueces y de leyes Políticos profesionales

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46 Expansión Lunes 7 marzo 2016
PAÍS: España
FRECUENCIA: Lunes a sábados
PÁGINAS: 46
O.J.D.: 30464
TARIFA: 11388 €
E.G.M.: 153000
ÁREA: 783 CM² - 73%
SECCIÓN: OPINION
7 Marzo, 2016
Opinión
De jueces y de leyes
Una idea compartida por muchos
jueces es, en efecto, la referida a la
necesidad de interpretar la ley de
acuerdo con criterios que respondan
a los principios y valores de la sociedad actual, no con los que el legislador estableció en la norma. De
acuerdo con este planteamiento, la
conveniencia de tal “puesta al día” es
mayor cuanto más antigua sea la ley
a interpretar. Y no es extraño, por
ello, que la Constitución de los Estados Unidos –cuyo texto inicial tiene
más de dos siglos– haya sido objeto
de “actualizaciones” de todo tipo por
parte de los tribunales, presuponiendo a veces que, en la mente de quienes la redactaron, había ideas que,
por muy diversas razones, es muy difícil que alguna vez pasaran por su
A FONDO
Francisco
Cabrillo
l pasado 13 de febrero falleció
Antonin Scalia, el juez más
brillante del Tribunal Supremo de los Estados Unidos a lo largo
de las tres últimas décadas. Su inesperada muerte ha sido noticia, en
buena medida, por los problemas
que puede plantear una propuesta
de nombramiento de un nuevo juez
del Supremo por un presidente en
retirada y con una campaña electoral
en marcha. Y, en España, se ha comentado especialmente su carácter
conservador. Pero los medios de comunicación no han dicho prácticamente nada de sus aportaciones a la
jurisprudencia y, en concreto, a la interpretación de la Constitución de
los Estados Unidos que tienen, además, implicaciones sociales y económicas relevantes.
Fue Scalia uno de los más importantes defensores del enfoque textualista del Derecho, de acuerdo con
el cual lo relevante para un juez debe
ser la estructura de la ley, y no los aspectos históricos del texto o las circunstancias sociales en las que una
ley debe ser aplicada. En sus propias
palabras, “lo que importa es la ley, y
no el propósito del legislador que la
promulgó”. Este planteamiento va
mucho más allá de una posición en el
campo de la filosofía jurídica, ya que
sirvió a Scalia como fundamento para atacar el denominado activismo
judicial, que fue dominante en el Tribunal Supremo durante muchos
años, en especial, en el período en el
que fue presidido por Earl Warren,
en los años sesenta, y sirvió de base
para interpretar la Constitución a la
luz de los cambios que estaba experimentando la sociedad norteamericana en aquellos momentos y no de
acuerdo con lo que el texto legal realmente dice.
Scalia defendía que lo
importante era la
estructura de la ley y no
el propósito del legislador
La sentencia del caso
‘Michigan vs. EPA’ influirá
en la actividad económica
en los próximos años
mentar la controvertida ley que penalizaba la sodomía en el estado de
Texas –que había pasado por este
curioso cambio de interpretación en
menos de veinte años– es ridículo
decir que una Constitución no ha
cambiado cuando una sentencia de
carácter constitucional modifica
otra anterior y establece que existe
un derecho fundamental para realizar una determinada actividad que
anteriormente se consideraba que
podía ser sancionada penalmente.
Scalia mantuvo su actividad hasta
el fin de sus días; y todavía en junio
del año pasado fue ponente en uno
de los casos de mayor relevancia en
el campo económico de los últimos
años, Michigan vs. Environmental
Protection Agency. En este caso el
Tribunal Supremo resolvió a favor
de una petición presentada por el estado de Michigan –y apoyada por
más de 20 estados de la Unión– de
que se anulara una norma de la
Agencia de Protección Ambiental
(EPA, en sus siglas en inglés), que diseñaba un procedimiento de regulación de plantas de energía en el que
la Agencia establecía que los costes
que las medidas anticontaminación
pudieran tener para las empresas
implicadas no eran una cuestión determinante a la hora de decidir la
aplicación de dichas medidas a situaciones concretas.
La importancia del caso es evidente y sus efectos en la política económica en general y en la supervivencia o no de muchas empresas en particular son claros. Y el Tribunal, al
dar la razón a los demandantes y fallar en contra de un organismo estatal va a influir, sin duda, de forma significativa, en un aspecto relevante de
la actividad económica a lo largo de
los próximos años. Es interesante señalar que, al redactar la sentencia,
Scalia optó –de acuerdo con sus
principios– por una interpretación
literal de la ley, que establece que la
regulación del medio ambiente debe
ser “apropiada y necesaria”; lo que le
llevó a considerar que tales características no se cumplen si no se lleva a
cabo sin una debida evaluación de
costes; y que el argumento de que tal
interpretación no favorecería la política del Estado dirigida a lograr un
medio ambiente más limpio no podía prevalecer frente al contenido
explícito de la ley.
Con Scalia desaparece una figura
muy relevante del mundo jurídico
norteamericano. Parece claro que,
sin él, el Tribunal Supremo será algo
diferente de lo que hemos conocido
en los últimos treinta años.
Catedrático de Economía de la
Universidad Complutense.
Think Tank Civismo
Efe
E
cabeza; y llegándose a aceptar que
una determinada ley considerada
conforme a la Constitución en un
momento concreto, pueda convertirse en inconstitucional sólo unos
años más tarde. En palabras de Robert Bork, un juez muy crítico también con el activismo judicial, al co-
El juez del Tribunal Supremo de EEUU Antonin Scalia, fallecido el pasado día 13.
Políticos profesionales
VISIÓN PERSONAL
Carlos Rodríguez
Braun
emos visto la semana pasada
profusamente en los medios
a muchas personas que viven de la política. Es curiosa la manera en la que analizamos a esas personas, llamadas “políticos profesionales”.
Profesión indica capacidad: “Empleo, facultad u oficio que alguien
ejerce y por el que percibe una retribución”, dice el DRAE. De ahí que
ser un profesional sea motivo de orgullo. La característica de una médica profesional o de un fontanero profesional es que brindan una suerte de
H
aval: se puede confiar en que harán
su labor con destreza.
Ahora bien, existe una única actividad (quizá con la excepción de la
prostitución) en la que ser un profesional no es motivo de orgullo: la política. Si ser una ingeniera profesional o un camarero profesional proporciona un timbre de satisfacción,
ser un político profesional es algo
que casi todos los políticos evitan reconocer. En efecto, suena a inútil, a
aprovechado, cuando no a sinvergüenza. En la política lo que prima es
ser un aficionado, un amateur, y casi
Si ser ingeniera o
camarero produce cierto
orgullo, nadie admite
ser político profesional
nunca un profesional.
Paradójicamente, todos los políticos son profesionales, puesto que cobran por su trabajo en la política.
Tengo para mí, por añadidura, que la
mayoría no se sacrifica, es decir, que
la mayoría gana al entrar en la política más de lo que ganaba en su actividad precedente. Y cuando dejan la
política rara vez sus retribuciones
son inferiores a las que percibían sirviendo a la patria.
Siguiendo con las paradojas, los
políticos no quieren ser reconocidos
como profesionales mientras que al
mismo tiempo insisten en lo mucho
que trabajan y se esfuerzan por nosotros: las reuniones maratonianas,
incluso hasta altas horas de la madrugada, son un ejemplo de esta fábula. Es notable cómo pueden pre-
sumir los políticos de dormir poco,
cuando sería absurdo, y en extremo
inquietante, que un médico se ufanara de no haber dormido antes de
operarnos a corazón abierto.
Ignoro la respuesta precisa a estas
aporías. Sólo puedo plantear una
conjetura: en su fuero íntimo, los políticos no deben estar muy orgullosos de su trabajo, un trabajo en el que
incurren a menudo en proclamaciones que distorsionan la realidad, y
que se concreta en medidas que violan los derechos de los ciudadanos,
usurpándoles los bienes y quebran-
Saben que cada vez que
presumen de “conquistas
sociales” están quitando
bienes a sus ciudadanos
tando sus libertades. Ellos saben o
acaso sospechan que es así, saben
que cada vez que se vanaglorian por
sus “conquistas sociales” o “derechos de los ciudadanos” es que han
arrebatado cuotas crecientes de sus
bienes a sus súbditos. Ninguna proclamación de “justicia social” puede
drenar el componente de inmoralidad que esta coacción inevitablemente acarrea. De ahí que no quieran profesarla como los demás ejercemos nuestro trabajo.
Pero los demás tampoco somos
inocentes, no sólo porque votamos a
esas personas de las que después recelamos, sino porque no terminamos de convencernos de que someter a los ciudadanos a la imposición
política y legislativa esté realmente
mal.
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