¿QUÉ PIDE LA MEMORIA AL DERECHO? Cuando estés en el dulce mundo, ruégote me evoques en los otros. Más no te diré, más no te respondo. Dante, Infierno, VI, 88 “¿Cómo desanudar el pasado sin abolirlo?; ¿cómo superar la ofensa sin olvidarla?, ¿cómo superar la venganza sin caer en la injusticia y el deshonor?” (Esquilo, la Orestíada). ¿Por qué el pasado está anudado?, ¿qué significa que el pasado está anudado? Si el pasado está anudado, el pasado es una línea. Una línea de la que no se puede tirar para que se vaya corriendo, desplazando, porque tiene un nudo que bloquea el movimiento. Parecería entonces que estuviéramos hablando del tiempo lineal. Y que el nudo se interpusiera para demostrarnos que en ese tiempo lineal transcurre otro tiempo, otros tiempos. ¿Hacia dónde el pasado no puede pasar? ¿qué significa que no puede pasar? , ¿significa acaso que no puede acceder al otro tiempo, al presente? Pero si accediera al presente, dejaría de ser pasado y se convertiría en el otro tiempo que le sucede: el pasado se presentificaría. Dejaría el pasado de ser pasado. Pero entonces habría que preguntarse, ¿podría el pasado seguir siendo siempre pasado? Porque si afirmamos con Agustín: “Hay tres tiempos: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro” 1, el pasado como tal nunca existiría. Koselleck, al tratar el tema de la historia del tiempo presente, retoma a San Agustín cuando postula como posible perspectiva que “todo tiempo es presente en sentido propio. Pues el futuro todavía no es y el pasado ya 1 San Agustín, Confesiones, Libro undécimo, C. XX. Traducción de A. de Eclasans, Editorial Juventud, Barcelona 2002, p. 258. El subrayado es mío. no es. Solo hay futuro como futuro presente y pasado como pasado presente. Las tres dimensiones del tiempo se anudan en el presente de la existencia humana, en su animus, por decirlo siguiendo a San Agustín. El llamado ser del futuro o el del pasado no son otra cosa que su presente, en el que se presentan.” 2 Ese presente que se despliega en el que se presentan y están contenidas las dimensiones del tiempo no es un presente concreto, porque fluye continuamente. En realidad las tres dimensiones del tiempo están a su vez “temporalizadas” 3. Verlas temporalizadas significa verlas en su devenir, en su entrelazarse unas con otras. Y desde esa perspectiva habría varias posibles combinaciones. En primer lugar, un pasado presente y un futuro presente, correspondientes a un presente que abarca todas las dimensiones. En segundo lugar, un presente pasado, con sus pasados pasados y sus futuros futuros, y en tercer lugar, un presente futuro con su pasado futuro y su futuro futuro.4 Sin embargo, hablamos del pasado y de su no poder pasar. Como explica Agustín, simplemente hablamos con inexactitud, porque de lo que verdaderamente estamos hablando cuando hablamos del pasado es del presente del pasado. Y agrega: “es decir, de la memoria”. 5 Si aceptamos la perspectiva agostiniana, cuando decimos que el pasado no puede pasar estamos diciendo que la memoria no puede “algo”, ya que no podemos decir que la memoria no puede pasar. A menos que con esto queramos decir que la memoria no puede dejar de rememorar. La memoria no puede ni quiere dejar de rememorar. Cuando deseamos recordar algo, muchas veces hacemos un nudo para activar la memoria, y no deseamos que el nudo se desanude en tanto debamos recordar lo que no queríamos olvidar. Se trata entonces de un nudo del que la memoria no quiere liberarse. Al contrario, teme que se desanude y deje pasar al presente del 2 R. Koselleck, “Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia”, traducido por D. Innerarity, Paidós, Barcelona, 2001, p. 117. 3 Ibidem, p. 118. 4 Ibidem. 5 San Agustín, op. cit., p. 258 presente que en su marcha todo lo arrastra. Por ello la memoria se aferra a su nudo, el presente del pasado permanece anudado, porque el presente del presente, si el nudo se desanudara, lo arrastraría consigo. Este aferrarse de la memoria significa que la memoria no confía en sus propias fuerzas. ¿Cuál es la fuerza que tiene la memoria? “Grande, Dios mío, es este poderío de la memoria, ¡oh, sí, muy grande! Es un santuario inmenso, infinito. ¿Quién ha penetrado jamás hasta su fondo?”, sostiene Agustín, pero él mismo responde: “Y, sin embargo, no es más que una fuerza de mi espíritu…”6. Por ello la memoria se anuda a otra cosa. Sin embargo, ese nudo no puede permanecer únicamente en el tiempo, porque el tiempo se caracteriza por su constante fluir. El deseo de anudar la memoria sólo puede satisfacerse si el fluir temporal encuentra un ancla en el espacio. “El tiempo es agua: el espacio es cauce”. 7Esa ancla puede revestir diversas formas, incluso un libro, una imagen. Por ejemplo, los libri memoriales se llamaron a partir del siglo XVII necrólogos, y en ellos se escribían los nombres de las personas vivas, pero sobre todo muertas, de las que se deseaba guardar la memoria. También las tumbas de los mártires eran el centro de las iglesias cuyo emplazamiento se denominaba confessio, martyrium o memoria.8 Sólo espacializando el presente del pasado que perdura en nuestra memoria lograremos detenerlo, al menos un poco más, en nuestro presente del presente. El presente del presente envuelve al hombre en su corriente, que tiene la fuerza del océano (“algún día, tarde o temprano, el olvido océanico anegará todo” 9). El 6 San Agustín, op. cit., Libro décimo, Cap. VIII. A. Ortiz-Osés, « Meditación del existir. Una revisión del mundo », ediciones “Libros del Innombrable”, Zaragoza, 2008, p. 241. 8 J. Le Goff, “Histoire et mémoire”, Gallimard, París, 1988, p. 135. Recuerda la reflexión de Yates en el sentido de que las imágenes cristianas de la memoria se armonizan con las grandes catedrales góticas en las que habría que ver un lugar simbólico de memoria. Tal vez habría que hablar también de arquitectura y memoria. Ibidem, p. 134. 9 V. Jankelevitch, “El perdón”, Seix Barral, Barcelona, 1999, pp. 76 y 77. 7 presente se impone en la vida cotidiana, en las preocupaciones inmediatas. No necesita que nadie lo llame. Y el presente viene acompañado del olvido: “El olvido no tiene tanta necesidad de ser predicado y no es muy útil recomendarlo a los hombres: siempre habrá muchos bañistas en las aguas de Leteo…”10 No obstante, a pesar de su poderosa corriente que todo lo arrastra, el presente del presente es un tiempo compartido, es un tiempo esencialmente social, así como el presente del pasado es un tiempo esencialmente individual. Y en ésa, su dimensión social, recaba el presente del presente la fuerza para hacerse cargo del pasado, resistirse, al menos de cierta manera y durante cierto tiempo, al olvido. Sin embargo, muchas veces la ausencia que se intenta hacer presente ha sido una ausencia provocada, no mera consecuencia de la finitud, sino consecuencia de algo que no debería haber sucedido. No es la mera ausencia lo que se intenta reparar trayendo al ausente al tiempo presente. El deseo de traer al presente del presente al ausente, no conformándose con el hacerlo presente en el presente del pasado, es decir, en la memoria individual, obedece también a que el ausente lo está por un hecho, un acontecimiento, que no debería haber tenido lugar, que no debería haberse producido. El recuerdo de tal acontecimiento se vuelve insoportable cuando ante él se reacciona como si fuese un acontecer más dentro del orden corriente de las cosas. Cuando en realidad ha obedecido a un orden que en nuestro presente del presente nunca aceptaríamos voluntariamente como orden corriente de nuestra vida social11. 10 Ibidem, “¡El pasado no se defenderá solo! …Pero que los frívolos no se preocupen: los recuerdos nunca serán tanto estorbo como los intereses.” Ibidem, p. 78. 11 La Capra dice que este exceso del acontecimiento (o acontecimientos) plantea un gran desafío para la representación del mismo. “Desafío que no desaparece, e incluso puede aumentar, cuando lo extremo o lo excepcional se manifiesta en lo cotidiano como una suerte de “normalidad” distorsionada que subvierte la normalidad”. D. LaCapra, “Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica”, traducción de T. Arijón, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 182. Aquello que permanezca como injusto en la memoria social ha de ser declarado injusto en la memoria jurídica, y la memoria jurídica ha de coincidir con la memoria social. La memoria pide al derecho que su anudar, su guardar, tanto en el ámbito individual como social, se convierta de imperativo moral en imperativo jurídico. El derecho ha de pronunciarse respecto de esos acontecimientos de los que la “justicia de la memoria” reniega, y cuyo recuerdo guarda celosamente. 12 Ante esos acontecimientos no es suficiente trasladar lo recordado del lugar individual al lugar social, es necesario trasladarlo al lugar jurídico. Hay que llevarlo del vasto pero frágil palacio de la memoria individual al palacio de justicia, pero de un palacio a otro se suele transitar por el espacio social. Es decir que cuando nos preguntamos qué le pide la memoria al derecho, también estamos haciendo referencia a un lugar. “La justicia es una instancia, un lugar, que existe por sí mismo, cuya virtud es existir. La justicia es indisociable de un lugar que permite que cada actor se identifique con su papel, y por lo tanto, de un escenario, sobre el que el grupo social representa constantemente su destino”. 13 Sin embargo, no hay que olvidar que siempre el individuo recurre al derecho debido al fluir del tiempo y a la contingencia que este fluir lleva consigo. Cuando le pide que facilite su vida social, que garantice sus contratos, que asegure sus promesas, que afiance sus vínculos, el individuo le está pidiendo al derecho que lo ayude en relación con sus recuerdos, es decir, siempre le está pidiendo algo en relación con el tiempo. En general, el derecho combate ese fluir del tiempo que todo lo arrastra, que todo lo cubre, porque sin una mínima continuidad la vida social sería imposible. Sin embargo, cuando la memoria recurre al derecho penal, le está pidiendo mucho más. 12 Reyes Mate, “En torno a una justicia anamnética”, en “La ética ante las víctimas”, editores, J. M. Mardones, Reyes Mate, Anthropos, Barcelona, 2003, p.100-125. 13 A. Garapon, “Le Gardien des Promesses”, Editions Odile Jakob, París 1996, p. 190 M. Cruz afirma que “el único deber del que tiene sentido hablar con respecto al pasado es de no sofocarlo, no negarlo, ni ponerle trabas cuando irrumpe en el presente como instancia crítica que puede conmover nuestra cómoda instalación en el seno de lo existente”.14 En relación con ese deber se percibe claramente la relación derecho tiempo. En el imperativo de “recordar”, como equivalente al de “no negar”, confluyen derecho y tiempo, porque el derecho reafirma la irreversibilidad del tiempo. Si bien el derecho puede establecer la obligación de no negar, esa obligación no podría llevar a la aniquilación de lo negado. “Con el tiempo, todo cuanto se ha hecho puede ser deshecho, todo cuanto se deshizo puede ser rehecho: pero el hecho-de-haber-hecho (fecisse) es indefectible; se puede deshacer la cosa hecha, pero no hacer que la cosa hecha no se haya hecho, no hacer, como decía Cicerón después de Aristóteles, del factum un infactum.”15La memoria pide al derecho que no niegue lo innegable: el hecho ya hecho. Pero no sólo ello. Cuando la “justicia de la memoria” recurre al derecho, le pide no sólo que no sofoque el pasado sino que se pronuncie respecto de él. La memoria pide al derecho que establezca, declare expresamente ese “no debería”. Y ese “no debería” es una forma de conjugar el “deber ser” jurídico. Y la memoria desea que el derecho reafirme claramente que eso que generó la ausencia del ausente no debería haber sucedido. Pero no como un acontecimiento natural, una enfermedad, a cuyo respecto el “no debería” connota más bien una expresión de deseos, sino como un acontecimiento que debería haber sido evitado, que debería haber estado prohibido, y que si no ha sido evitado ni estuvo prohibido, la memoria se resiste a dejarlo caer en el abismo que tanto teme, el olvido. Si el derecho tolerara esa caída en el abismo del olvido, el derecho estaría tolerando el hecho que no debería haber sido 14 M. Cruz, “Acerca de la dificultad de vivir juntos. La prioridad de la política sobre la historia”, Gedisa, Barcelona, 2007, p. 78. 15 Jankelevitch, op. cit., p. 64. hecho, porque en la configuración del presente del presente del derecho entra en juego su presente del pasado, es decir, su propia memoria. La memoria le pide al derecho que se ocupe de ese acontecimiento que destruyó la presencia del ausente, que configuró una realidad distinta a la que hubiera sido si no se hubiese producido ese acontecimiento que se produjo a pesar de que no debería haberse producido. Y la memoria le pide al derecho que establezca, determine, resuelva, que efectivamente aquello que sucedió no debía haber sucedido. Según derecho. Es en este punto en el que se observa con más claridad que nuestro presente es un presente temporalizado, es decir, un presente que se combina con su propio presente, con su propio pasado, con su propio futuro. Es en este ámbito, el de la justicia, en el que se hace más visible la mutua compenetración entre tiempo y derecho. Las dimensiones temporales temporalizadas (no inmovilizadas) se encuentran en un fluir constante. El presente temporalizado es un presente que se combina con su propio presente, con su propio pasado, con su propio futuro. Por ello si la memoria jurídica no registra un injusto como injusto, aunque haya sucedido en el pasado pasado, según Koselleck, o en el presente del pasado, según Agustín, ese injusto contaminará el presente del presente. Si pretendiéramos ignorar lo sucedido que no debería haber sucedido, nos estaríamos haciendo cómplices de ello, porque siempre nuestro presente del presente tendrá algo de su propio pasado, porque éste confluirá hacia nuestro presente. Cuando el presente del presente se hace cargo del presente del pasado se hace cargo de la memoria. “Hacerse cargo de la memoria , de lo que ya no es y acaso hubiese podido ser, es hacerse cargo de lo que echamos en falta, es asumir un presente con grosor, un presente desencajado que vaya más allá – siempre conflictivamente- de la homogeneidad y de la autocomplacencia”. 16 Ir más allá de éstas significa no identificar la realidad con la facticidad, significa vivir una “cultura de la memoria”, una cultura que lee en la realidad también lo que en la realidad no está sino a través de su ausencia.17 Por ello no basta, para recomponer esta realidad más amplia que la realidad del presente del presente que tenemos ante nosotros, recordar tan solo a la persona ausente. La persona, si bien esencialmente finita, está siempre abierta a múltiples posibilidades. La persona es una posibilidad abierta: ella es esa posibilidad junto a todas las posibilidades posibles que se hubiesen abierto si no hubiesen sido cerradas por el acontecimiento18 que provocó su ausencia. El rememorar es también un “tener en cuenta” esas posibilidades perdidas, cerradas por el acontecimiento, sin el cual quien ahora está ausente podría estar aún presente. O al menos podría haber estado presente mucho más de lo que estuvo presente, mucho más de lo que ha estado ausente. 19 El derecho ha de responder a esas exigencias de justicia, ha de dar un nombre a los crímenes perpetrados, ha de dar un nombre a los verdugos, ha de dar un nombre a las víctimas. Y desde esa perspectiva vale la pena destacar que la función punitiva queda eclipsada por la función declaratoria, condenatoria, no ya de personas, sino de hechos. Si no fuera así, la memoria detendría su rememorar con la muerte del verdugo. Pero la memoria va más allá de la vida del verdugo, así como fue más allá de la vida de la víctima. El no poder dar un nombre a los 16 F. Birulés, “Responsabilidad política. Reflexiones en torno a la acción y a la memoria”, en “El reparto de la acción. Ensayos en torno a la responsabilidad”, M. Cruz y R. R. Aramayo (comps), Trotta Madrid, 1999, p. 141 a 152. 17 Véase J. B. Metz, “Por una cultura de la memoria”, Anthropos, Barcelona, 1999, citado por Reyes Mate en “En torno a una justicia anamnética”, op. cit., p. 118. 18 En la medida en que ese acontecimiento ha cerrado posibilidades, se ha dicho que tiene algo de frontera, de límite. La Capra define al acontecimiento límite como “…aquél que supera la capacidad imaginativa de concebirlo o anticiparlo. Antes de que ocurriera no fue – acaso no pudo serlo – previsto ni imaginado, y no sabemos a ciencia cierta qué es verosímil o plausible en ese contexto. En todo caso, hubo una resistencia extrema a vislumbrar su posibilidad.” D. LaCapra, “Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica”, traducción de T. Arijón, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, p.181. 19 F. Vázquez, “La memoria como acción social. Relaciones, significados e imaginarios”, Paidós, Barcelona, 2001. “La personas imaginamos, conjeturamos, interpretamos y analizamos no sólo situaciones o circunstancias respecto de las cuales creemos tener constancia fehaciente sino también sobre aquellas otras que pensamos que han podido ser o hubieran podido producirse.” p.147. verdugos o a las víctimas no debe detener al derecho en su función primordial: dar un nombre a los crímenes, como crímenes. Porque el derecho pronunciado consagra el imperativo de recordar aquello que se le ha sometido de determinada manera, con la calificación jurídica, ya no sólo moral ni social, que se le ha dado en el presente del presente en el palacio de justicia. Reyes Mate se pregunta: “¿Qué significa una justicia que tenga en cuenta el pasado?”, y responde que, en primer lugar, significa responder a una sensibilidad moral nueva, “una comprensión de la justicia que desborde los estrechos límites del tiempo y del espacio en los que permanecía encerrada desde sus inicios.” 20 Los límites espaciales se están abriendo con la Justicia Universal y los tribunales internacionales, los temporales, cuya apertura supondría en términos de Reyes Mate “el desbordamiento temporal de la justicia”, comienzan con la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad. 21 ¿Qué significa esa imprescriptibilidad? ¿Qué significa una justicia sin límites temporales? ¿No revela acaso la voluntad del derecho de vencer la finitud de todos sus sujetos? Por ello Reyes Mate se pregunta “¿alcanza la justicia a los muertos mismos?”22. En Roma, el olvido cumplía la función de una sanción contra la tiranía imperial, la damnatio memoriae, que hacía desaparecer el nombre del emperador difunto de los archivos, y de las inscripciones monumentales. 23 Como si no fuese 20 Reyes Mate, op. cit., p.105. Ibidem, p. 106. 22 Ibidem. “El alcance de la memoria. Para la justicia de la memoria la víctima no es, ya lo hemos dicho, un adorno, sino la referencia fundamental. Eso está bien, pero, ¿qué significa real y no retóricamente?: La línea divisoria entre la realidad de la afirmación y la retórica son los muertos.” p. 115. Reyes Mate recuerda el debate entre J. Habermas y el teólogo J. B. Metz sobre la llamada “razón anamnética”(J. Habermas “Israel y Atenas o ¿a quién pertenece la razón anamnética?”, en Isgoría, 10 (1994), pp. 107-117) “Para la justicia anamnética, la universalidad no consiste tanto en la aceptación por todos de las mismas reglas de juego, sino en la restitutio in integrum sive omnium”, es decir, en el reconocimiento del derecho de todos y cada uno de los hombres, también de los muertos y fracasados, a la recuperación de lo perdido.”p. 113 21 23 “Al poder de la memoria responde la destrucción de la memoria". J. Le Goff, op. cit. p. 130 suficiente la muerte física, y fuese necesario reafirmarla con una segunda muerte en cada una de las memorias individuales. Ahora bien, si el olvido equivalía a una condena a muerte de quien ya estaba muerto, la memoria equivaldría a una vuelta a la vida de quien ha sido muerto. Si con el olvido sobreviene otra muerte, con la memoria re-viene otra vida.24 Como si la memoria tuviese el poder de hacer sobrevivir al muerto. Si se lo olvida, se lo vuelve a matar. La memoria se resiste a la finitud. Es éste el verdadero poder de la memoria, su capacidad de hacernos ver que de la realidad forma parte también algo que no existe, una parte oscura, ya no visible, pero que forma parte de la realidad, aunque no esté presente porque ha sido frustrada. 25 Las víctimas no están de paso. Se quedan y transforman toda la realidad. No se puede hablar de verdad al margen de ellas porque ellas desvelan la parte silenciada de la realidad. La realidad no es la misma con víctimas que sin ellas. El asesinato, la desaparición forzosa, introducen en la realidad la figura de la ausencia. De la realidad posterior al asesinato queda una presencia ausente. Queda de dos maneras: como una herida que tiene la parte que sobrevive, no sólo la familia sino toda la sociedad, y positivamente como una mirada concreta que forma 24 Es interesante lo que dice Jankelevitch respecto del re-venir. “Re-venir no significa tanto venir al revés: significa más bien, a la manera de los aparecidos, aparentar venir; pues la “aparición” es un simulacro y un fantasma de venida; como progresión invertida, la regresión es, sobre todo, inmovilidad de raíz bajo las apariencias del movimiento: permanece estacionaria más que yendo a reculones. El recuerdo es esta falsa venida. Pero en ciertos casos puede parecer como la onda de retorno que tiende a neutralizar a la futurición”. Op. cit., p. 23. 25 “Acordaos. No olvidéis. No seáis como los vegetales, los rumiantes y los moluscos que olvidan a cada instante el instante anterior y jamás protestan por nada. Y en cambio, cuando todo nos aconseje hacer borrón y cuenta nueva, liquidar y absolver, una voz protesta en nosotros, y esa voz es la voz del rigor, y esa voz nos manda ser testigo de las cosas invisibles y de los desaparecidos innumerables; esa voz nos dice que lo real no está hecho de cosas palpables y obvias…Y esa voz nos habla, por fin, de los crímenes sin nombre que fueron perpetrados, y cuya sola evocación nos colma de horror y de vergüenza.” Ibidem, p. 78. parte de la realidad, de modo que si no la tenemos en cuenta no podemos conocer toda la realidad.26 Hay que tener presente esa mirada del ausente, declarando, no ya en el palacio de nuestras memorias, sino en el palacio de justicia, la injusticia de lo que en su momento, en el pasado ya pasado, no fue declarado injusto. UNA REFLEXIÓN Todo se une para que prevalezca el olvido y no el recuerdo. El tiempo fluye, no se detiene, el tiempo pasa siempre, y sólo la memoria puede oponerse a su paso. Incluso la naturaleza y el suceder de las estaciones se alían contra la memoria. “Cada año los árboles florecen en Auschwitz al igual que florecen en todas partes, y la hierba no está asqueada de crecer en esos lugares de indecible horror: la primavera no distingue entre nuestros jardines y el llano maldito en el que perecieron a hierro y a fuego cuatro millones de ofendidos. ‘La bonita primavera es lo que hace brillar el tiempo’. Y el tiempo brilla, brilla, ¡ay!, como si nada. No tiene mala conciencia la bonita primavera; en realidad, no tiene conciencia alguna: ni mala ni buena…”27 Pero el hombre sí tiene conciencia. Y parte de esa conciencia se refleja en el derecho que acepta y al que se somete. ARTÍCULO PUBLICADO EN: “Qué le pide la memoria al derecho”, en Claves de Razón Práctica, director Fernando Savater, número 213, España, 2011. 26 D. Feierstein, “El genocidio como práctica social: entre el nazismo y la experiencia argentina”, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2007, p. 254. Y Reyes Mate dice: “La mirada de la víctima no es la guinda de la tarta, decoración externa de una realidad que nosotros ya conocemos bien. Nada de eso. Esa mirada es única y sólo ella permite una determinada visión de la realidad. Esa mirada ilumina la realidad con una luz propia, imprescindible si queremos conocer la verdad de la realidad en que vivimos.”Op. cit., p. 112. 27 Ibidem, p. 54.