Idealismo Realismo

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Prof. Camila López
3ºBD. Colegio:_______________________________
Nombre del alumno:__________________________
Fecha de entrega:________________
El realismo consiste en afirmar que existe una realidad exterior al pensamiento, que esa realidad puede ser conocida
tal y como es en sí misma y que la verdad sería la concordancia o adecuación entre el pensamiento y la realidad externa.
El idealismo, en cambio, no admite que podamos afirmar sin más la existencia de dicha realidad. Aun suponiendo que
existiera una realidad exterior al sujeto, nada nos garantiza que podamos conocerla. El sujeto pensante tiene ideas y
estas ideas son los verdaderos objetos o contenidos del pensamiento sin que podamos denominar objetos a las cosas
mismas (cuya realidad no podemos en principio establecer con certeza). Por tanto, podemos definir el idealismo como la
doctrina que niega o pone en duda la existencia de una realidad exterior al pensamiento. Todas las realidades externas
(todo el mundo material) serían solamente representaciones (ideas) en la mente del sujeto pensante.
Idealismo
Realismo
El idealismo sostiene que sólo se puede
afirmar la existencia de las ideas; son éstas
las que moldean nuestro conocimiento del
mundo.
Nuestra mente es como un teatro en el que
“se presenta” el mundo: no es, por tanto,
evidente que exista un mundo fuera de ese
teatro. Sólo puede tenerse la seguridad de
la propia existencia como conciencia; sólo
son evidentes “mis” ideas, y ellas son las
que moldean, delimitan, construyen mi
conocimiento del mundo (pudiéndose así
dudar acerca de la existencia de las cosas).
El realismo afirma que sí existe un mundo
externo (realismo ontológico) y que puede ser
conocido (realismo gnoseológico). El realismo
filosófico sostiene con argumentos la existencia
de un mundo real independiente del
pensamiento y de la experiencia, pero no afirma
que percibamos necesariamente el mundo tal
como es en realidad.
Si además se sostiene que todo aquello que
existe es materia, o puede reducirse a la
materia, entonces estamos frente a una postura
materialista.
≠
1- Supongamos que alguien sostiene la siguiente afirmación:
“A cada momento estoy en contacto con un mundo a través de mis sentidos, sé lo que veo,
todo, huelo. Ahora bien, en principio me parecía que todas esas sensaciones me estaban
indicando la existencia de cosas exteriores a mí, de un mundo ahí fuera; pero después de
analizarlo, encuentro que no tengo más que sensaciones. Lo que siento es lo único que puedo
afirmar como real.”
¿Se trata ésta de una postura idealista o realista? Fundamenta tu respuesta.
2- ¿Cuál de las dos posturas, idealismo o realismo, te parece la más adecuada? ¿Por qué?
[Datos extraídos de la Encyclopedia Herder de Filosofía]
Berkeley fue un filósofo y clérigo irlandés (1685-1753), uno de los principales representantes del empirismo británico. Obras
filosóficas: Ensayo sobre una nueva teoría de la visión (1709), Tratado sobre los principios del conocimiento humano (1710),
Tres diálogos entre Hylas y Philonus (1713), Motu, Alcifrón.
Pese a ser considerada extraña, su filosofía provocó gran interés en el mundo anglosajón.
Berkeley sostiene que el idealismo es la única forma coherente de ser empirista. Por
idealismo, o más propiamente, «inmaterialismo», Berkeley entiende la afirmación de que
sólo existen nuestras ideas; existen también las cosas, pero éstas no son más que las
mismas ideas o sensaciones. Lo que ciertamente no existe es aquello que los filósofos
llaman materia o «sustancia corporal»; lo que sería como la causa de nuestras ideas y
sensaciones.
He ahí el error, dice Berkeley: tener que distinguir entre lo que percibimos y la causa de lo
que percibimos, y pasar de una cosa a otra mediante una inferencia. Decir, como decía el
empirista Locke, que nuestras ideas provienen de las sustancias corporales como de su causa
es remitirse a una teoría de conocimiento insegura y negar la evidencia de que percibimos
objetos sensibles y que no tenemos necesidad alguna de hacer inferencias. Si, como decía el
mismo Locke, las cualidades secundarias son subjetivas, ¿por qué no han de serlo igualmente
las cualidades primarias? Así que percibimos objetos sensibles, y lo que percibimos es la
realidad. No hay los «objetos percibidos» y las «causas de los objetos percibidos», sino sólo los «objetos percibidos» y la
«mente que los percibe»: la mente y las ideas de la mente, de modo que «ser» no consiste en otra cosa que en «percibir» o
«ser percibido». Es verdad que vemos un orden regular en nuestras percepciones, hasta el punto de que podemos hablar de
un «orden de la naturaleza»; pero no existe una naturaleza distinta al mundo de nuestra percepción, aunque existe la
regularidad que una mente divina impone a nuestras percepciones.
“Que ni nuestros pensamientos, ni las pasiones, ni las ideas formadas por la imaginación pueden existir sin la mente,
es lo que todos admiten.
Y, a mi parecer, no es menos evidente que las varias sensaciones o ideas impresas, por complejas y múltiples que
sean las combinaciones en que se presenten (es decir, cualesquiera que sean los objetos que así formen), no pueden
tener existencia si no es en una mente que las perciba. Estimo que puede obtenerse un conocimiento intuitivo de
esto por cualquiera que observe lo que significa el término existir cuando se aplica a cosas materiales. Así por
ejemplo, esta mesa en que escribo, digo que existe, esto es, que la veo y la siento: y si yo estuviera fuera de mi
estudio, diría también que ella existía, significando con ello que, si yo estuviera en mi estudio, podría percibirla de
nuevo, o que otra mente que estuviera allí presente la podría percibir realmente.
Cuando digo que había un olor, quiero decir que fue olido; si hablo de un sonido, significo que fue oído; si de un
color o de una figura determinada, no quiero decir otra cosa sino que fueron percibidos por la vista o el tacto.
Es lo único que permiten entender ésas o parecidas expresiones. Porque es incomprensible la afirmación de la
existencia absoluta de los seres que no piensan, prescindiendo totalmente de que puedan ser percibidos. Su existir
consiste en esto, en que se los perciba; y no se los concibe en modo alguno fuera de la mente o ser pensante que
pueda tener percepción de los mismos.
(…)
Hay verdades tan obvias y tan al alcance de la mente humana que para verlas el hombre sólo necesita abrir los ojos.
Tal me parece que es ésta que voy a anunciar y que considero de importancia suma, a saber: que todo el conjunto de
los cielos y la innumerable muchedumbre de seres que pueblan la tierra, en una palabra, todos los cuerpos que
componen la maravillosa estructura del universo, sólo tienen sustancia en una mente; su ser (esse) consiste en
que sean percibidos o conocidos. Y por consiguiente, en tanto que no los percibamos actualmente, es decir,
mientras no existan en mi mente o en la de otro espíritu creado, una de dos: o no existen en absoluto, o bien
subsisten sólo en la mente de un espíritu eterno; siendo cosa del todo ininteligible y que implica el absurdo de la
abstracción el atribuir a uno cualquiera de los seres o una parte de ellos una existencia independiente de todo
espíritu.
Para convencerse de ello basta que el lector reflexione y trate de distinguir en su propio pensamiento el ser de una
cosa sensible de la percepción de ella.”
Principios del conocimiento humano, Introducción, III (Orbis, Barcelona 1985, pp. 42-43.)
“Hilas.- ¿Pero puedes pensar en serio que la existencia real de las cosas sensibles consista en ser percibidas
actualmente? Y si es así, ¿cómo acontece que el género humano distingue ambas cosas? Pregunta al primer hombre
que encuentres y te dirá que ser percibido es una cosa y existir otra.
Filonús.- Me satisface, Hilas, que apeles al sentido común de las gentes para probar la verdad de mi noción. Pregunta
al jardinero por qué cree que acullá en el jardín existen cerezos y te responderá que porque los ve y los toca; en una
palabra, porque los percibe mediante sus sentidos. Pregúntale por qué piensa que no hay aquí un naranjo y te
responderá que porque no lo percibe. Llama una cosa real si la percibe por los sentidos y dice que existe o no existe,
pero dice también que lo que no es perceptible no tiene ser.
Hil.- Sin embargo, Filonús, declaro que la existencia de una cosa sensible consiste en ser perceptible, pero no en ser
actualmente percibida.
Fil.- ¿Y qué es perceptible más que una idea? ¿Y puede una idea existir sin ser percibida actualmente? Estos son
puntos sobre los que ya hace tiempo estamos de acuerdo.
Hil.- Sin embargo, aunque tu opinión sea verdadera, no puedes seguramente negar que es chocante y contraria al
sentido común de los hombres. Pregunta a un camarada si los árboles que están allá lejos tienen una existencia fuera
de su espíritu; ¿qué respuestas piensas que te dará?
Fil.- La misma que yo, a saber: que existen fuera de su espíritu. Pero para un cristiano no puede ser chocante
seguramente el decir que el árbol real existente fuera de su espíritu es verdaderamente conocido y comprendido por
la mente infinita de Dios -es decir, existe en Él-. Probablemente en el primer momento no se dará cuenta de que ello
prueba directa e inmediatamente a Dios, ya que el verdadero ser de un árbol o de otra cosa sensible implica un
espíritu en que existe; pero no puede negar la tesis misma. La cuestión debatida entre los materialistas y yo no es si
las cosas tienen una existencia real fuera del espíritu de esta o aquella persona, sino si tienen una existencia absoluta
distinta del ser percibidas por Dios y exterior a todos los espíritus. [...]
Hil.- Pero, según tus nociones, ¿qué diferencia existe entre las cosas reales y las quimeras formadas por la
imaginación o las visiones de un sueño, ya que se hallan igualmente en el espíritu?
Fil.- Las ideas formadas por la imaginación son débiles e indistintas; además, dependen enteramente de la voluntad.
En cambio, las ideas percibidas por los sentidos, esto es, las cosa reales, son más vivaces y claras, y siendo impresas
en el espíritu por un espíritu diferente del nuestro no dependen, como aquéllas, de la voluntad. No hay, pues, peligro
de confundirlas con las precedentes, y lo hay muy poco de confundirlas con las visiones del sueño, que son oscuras,
irregulares y confusas. Y aunque éstas, lo que jamás sucederá, sean tan vivaces y naturales, el que no están
enlazadas y no forman un todo con las actividades precedentes y subsiguientes de nuestra vida puede distinguirlas
fácilmente de las realidades. En resumen, sea el que sea el método que te sirva para distinguir a tu modo las cosas
de las quimeras, este mismo método me servirá también al mío, pues será, según propongo, basándote en alguna
diferencia percibida y yo no te privaré de algo que percibas.”
Tres diálogos entre Hilas y Filonús, Espasa Calpe, Madrid 1952, p. 104-106.
1- Para Berkeley, si existir es ser percibido, ¿cómo se explica la existencia de las cosas mientras no las
estamos percibiendo? Explica y cita un fragmento donde se responda esta pregunta.
2- Piensa y expone un argumento capaz de refutar el argumento de Berkeley.
Russell fue un filósofo, matemático, lógico y escritor inglés (1872-1970). Es conocido por
su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos matemáticos y su activismo social.
Dentro de sus temas de interés, Russell se preocupa especialmente por la complejidad
inherente a la oposición entre esencia y apariencia. Realiza en este sentido una crítica al
idealismo: Russell es realista, es decir, afirma que sí existe un mundo externo al sujeto, y
que este mundo externo es un mundo material (es decir, además de realista es
materialista). La materia, dice Russell, es el soporte físico de la realidad que percibimos;
sin materia no habría datos sensibles: no podríamos ver, tocar ni oír lo que nos rodea.
Necesitamos creer que existe un mundo exterior para huir del escepticismo radical y del
solipsismo (solipsismo= concepción según la cual sólo puede afirmarse la existencia del
sujeto, nada más); de lo contrario, la vida, el conocimiento, la comunicación, serían
inviables. Es lo que Russell denomina una creencia instintiva. La filosofía debería servir para analizar, organizar y jerarquizar
estas creencias, es decir, mirarlas desde un punto de vista crítico.
Ahora tenemos que examinar el siguiente problema: concediendo que estamos ciertos de nuestros datos de los
sentidos, ¿tenemos alguna razón para considerarlos como signos de la existencia de algo distinto, que podemos
denominar el objeto físico? Cuando hayamos enumerado todos los datos de los sentidos que podemos considerar
naturalmente en conexión con la mesa, ¿habremos dicho todo lo que se puede decir sobre la mesa, o queda algo
distinto, que no es un dato de los sentidos y que persiste cuando salimos de la habitación? El sentido común, sin
vacilación, responde afirmativamente. Lo que se puede comprar y vender y desplazar, y sobre lo cual se puede poner
un mantel, no puede ser una mera colección de datos de los sentidos. Si el mantel tapa completamente la mesa, no
tendremos acerca de la mesa datos procedentes de los sentidos; por consiguiente si la mesa no fuese otra cosa que
una colección de datos de los sentidos, habría dejado de existir, y el material estaría suspendido en el aire,
permaneciendo, como por milagro, en el lugar que ocupaba antes la mesa. Esto parece evidentemente absurdo;
pero quien quiera llegar a ser filósofo debe aprender a no asustarse ante los absurdos.
Una razón de importancia por la cual sentimos que hemos de creer en un objeto físico, además de los datos de los
sentidos, es que tenemos necesidad del mismo objeto para diversas personas. Cuando diez personas se sientan
alrededor de una mesa para cenar, parece excesivo afirmar que no ven el mismo mantel, los mismos cuchillos,
tenedores, cucharas y vasos. Pero los datos de los sentidos son algo privativo de cada persona particular; lo que es
inmediatamente presente a la vista de uno, no es inmediatamente presente a la vista del otro; todos ven las cosas
desde puntos de vista ligeramente diferentes y por lo tanto las ven ligeramente diferentes. Así pues, si ha de haber
objetos comunes y públicos, que puedan ser en algún sentido conocidos por diversas personas, debe de haber algo
por encima y más allá de los datos de los sentidos privados y particulares que se presentan en las diversas
personas.[...]
En cierto modo, debe admitirse que no podremos jamás demostrar la existencia de cosas distintas de nosotros
mismos y de nuestras experiencias. No resulta ningún absurdo de la hipótesis de que el mundo consiste en mí
mismo, en mis pensamientos, sentimientos y sensaciones, y que todo lo demás es pura imaginación [...] No es
lógicamente imposible la suposición de que toda la vida es un sueño, en el cual nosotros mismos creamos los objetos
tal como aparecen ante nosotros. Pero aunque esto no sea lógicamente imposible, no hay razón alguna para
suponer que sea verdad; y es, de hecho, una hipótesis menos simple, considerada como un medio de dar cuenta de
los hechos de nuestra propia vida, que la hipótesis del sentido común, según la cual hay realmente objetos
independientes de nosotros, cuya acción sobre nosotros causa nuestras sensaciones.
Los problemas de la filosofía, Labor, Barcelona 1978, p. 25-27.
[A partir de “Russell y la filosofía analítica”. Colegio Marista Castilla. Palencia]
Russell apoya un punto de vista realista en lugar de idealista basándose en la llamada “navaja de Ockham”.
Ockham fue un filósofo inglés del siglo XIV que enunció un principio epistemológico (conocido como su “navaja”) según el cual
a la horade explicar cualquier hecho, debemos afirmar la existencia sólo de aquellos seres que sean estrictamente necesarios
para explicarlo. Afirmar la existencia de otros seres cuya existencia no podemos demostrar a partir de los hechos que
conocemos no es válido. Toda teoría científica debe ser depurara (o rasurada con la navaja) de seres cuya existencia se
supone pero que no son necesarios para la explicación de los hechos de los que se trata. Este principio, entonces, aboga por la
simplicidad de las teorías: de dos teorías rivales con el mismo poder explicativo, la mejor es la más simple ya que es más fácil
refutarla o contrastarla.
Para Russell el idealismo es un ejemplo claro de violación de la navaja de Ockham. El razonamiento de Russell es el siguiente:
1. Tenemos certeza de la existencia de nuestras sensaciones. Como ya plantea Descartes de lo que no puede dudar es de que
siento, pienso, sueño etc. Si veo algo rojo es absolutamente cierto que lo veo.
2. Lo que es problemático (y en esto Russell está de acuerdo con el idealismo) es explicar el origen de estas sensaciones
¿Cuando veo algo rojo, de dónde proviene esa sensación? El idealismo afirma que no es posible demostrar que proviene de
un objeto y por lo tanto concluyen que esa sensación proviene de algún espíritu; ya sea yo mismo, dios, el Espíritu absoluto
etc.
3. Sin embargo, para Russell, lo que debemos es buscar la explicación más simple posible. Que mis sensaciones provengan de
objetos exteriores a mí, que, por ejemplo cuando veo algo rojo eso sea causado por un objeto que tiene una determinada
propiedad que genera en mi la sensación de rojo, esta es la explicación más simple posible. El realismo cumple mejor con la
navaja de Ockham que el idealismo. Por lo tanto el objetivo de la filosofía es intentar explicar el origen de nuestras
sensaciones sobre la base de que son causadas por alguna realidad exterior a mí, en lugar de complicar la teoría
introduciendo la intervención de un Espíritu absoluto como hace el idealismo.
4. Por otro lado la explicación de que las sensaciones son causadas por objetos materiales independientes es la que nos
permite fundamentar el conocimiento científico. El idealismo hace de la ciencia un conocimiento de realidades ficticias, de
apariencias, porque la verdadera realidad es el Espíritu. Por el contrario el realismo que defiende Russell hace que las teorías
científicas sean verdaderas y tengan fundamento en la realidad.
Russell piensa que el análisis lógico del lenguaje es el método que nos permite fundamentar adecuadamente esta concepción
realista del conocimiento al establecer bajo qué condiciones una proposición o enunciado es significativo.
¿Cree Russell que debemos dejar de cuestionar la idea del sentido común según la cual lo que
percibimos proviene de cosas externas?
“El mundo exterior no existe sin mi pensarlo, pero el mundo exterior no es mi pensamiento, yo no soy teatro ni
mundo -soy frente a este teatro, soy con el mundo-, somos el mundo y yo. Y generalizando, diremos: el mundo no es
una realidad subsistente en sí con independencia de mí -sino que es lo que es para mí o ante mí y, por lo pronto,
nada más. Hasta aquí marchamos con el idealismo. Pero agregamos: como el mundo es sólo lo que me parece que
es, será sólo ser aparente y no hay razón ninguna que obligue a buscarle una substancia tras de esa apariencia -ni a
buscarla en un cosmos substante, como los antiguos, ni a hacer de mí mismo substancia que lleve sobre sí, corno
contenidos suyos o representaciones, las cosas que veo y toco y huelo e imagino. Este es el gran prejuicio antiguo
que debe eliminar la ideología actual. Estamos este teatro y yo frente a frente el uno del otro, sin intermediario: él es
porque yo lo veo y es, indubitablemente, al menos lo que de él veo, tal y como lo veo, agota su ser en su
aparecerme. Pero no está en mí ni se confunde conmigo: nuestras relaciones son pulcras e inequívocas. Yo soy quien
ahora lo veo, él es lo que ahora yo veo -sin él y otras cosas como él, mi ver no existiría, es decir, no existiría yo. Sin
objetos no hay sujeto. El error del idealismo fue convertirse en subjetivismo, en subrayar la dependencia en que las
cosas están de que yo las piense, de mi subjetividad, pero no advertir que mi subjetividad depende también de que
existan objetos. El error fue el hacer que el yo se tragase el mundo, en vez de dejarlos a ambos inseparables,
inmediatos y juntos, mas por lo mismo, distintos. Tan ridículo quid pro quo fuera decir que yo soy azul porque veo
objetos azules, como decir que el objeto azul es un estado mío, parte de mi yo, porque sea visto por mí. Yo soy
siempre conmigo, no soy sino lo que pienso que soy, no puedo salir de mí mismo -pero para encontrar un mundo
distinto de mí no necesito salir de mí, sino que está siempre junto a mí y que mi ser es un ser como el mundo. Soy
intimidad, puesto que en mí no entra ningún ser trascendente, pero a la vez soy lugar donde aparece desnudo el
mundo, lo que no soy yo, lo exótico de mí. El mundo exterior, el Cosmos, me es inmediato y, en este sentido, me es
íntimo, pero él no soy yo y en este sentido me es ajeno, extraño.
Necesitamos, pues, corregir el punto de partida de la filosofía. El dato radical del Universo no es simplemente: el
pensamiento existe o yo pensante existo -sino que si existe el pensamiento existen, ipso facto, yo que pienso y el
mundo en que pienso- y existe el uno con el otro, sin posible separación. Pero ni yo soy un ser substancial ni el
mundo tampoco -sino que ambos somos en activa correlación: yo soy el que ve el mundo y el mundo es lo visto por
mí. Yo soy para el mundo y el mundo es para mí. Si no hay cosas que ver, pensar e imaginar, yo no vería, pensaría o
imaginaria - es decir, yo no sería.
(…)
En suma, señores, que al buscar con todo rigor y exacerbando la duda cuál es el dato radical del Universo, qué hay
indudablemente en el Universo, me encuentro con que hay un hecho primario y fundamental que se pone y asegura
a sí mismo. Este hecho es la existencia conjunta de un yo o subjetividad y su mundo. No hay el uno sin el otro. Yo no
me doy cuenta de mí sino como dándome cuenta de objetos, de contorno. Yo no pienso si no pienso cosas -por
tanto, al hallarme a mí hallo siempre frente a mí un mundo. Yo, en cuanto subjetividad y pensamiento, me
encuentro como parte de un hecho dual cuya otra parte es el mundo. Por tanto, el dato radical e insofisticable no es
mi existencia, no es yo existo -sino que es mi coexistencia con el mundo.
La tragedia del idealismo radicaba en que habiendo transmutado alquímicamente el mundo en «sujeto», en
contenido de un sujeto, encerraba a éste dentro de sí y luego no había manera de explicar claramente cómo si este
teatro es sólo una imagen mía y trozo de mí, parece tan completamente distinto de mí. Pero ahora hemos
conquistado una situación completamente diferente: hemos caído en la cuenta de que lo indubitable es una relación
con dos términos inseparables: alguien que piensa, que se da cuenta y lo otro de que me doy cuenta. La conciencia
sigue siendo intimidad, pero ahora resulta íntimo e inmediato no sólo con mi subjetividad, sino con mi objetividad,
con el mundo que me es patente. La conciencia no es reclusión, sino al contrario, es esa extrañísima realidad
primaria, supuesto de toda otra, que consiste en que alguien, yo, soy yo precisamente cuando me doy cuenta de
cosas, de mundo. Esta es la soberana peculiaridad de la mente que es preciso aceptar, reconocer y describir con
pulcritud, tal y como es, en toda su maravilla y extrañeza. Lejos de ser el yo lo cerrado es el ser abierto por
excelencia. Ver este teatro es justamente abrirme yo a lo que no soy yo.”
Ortega y Gasset: ¿Qué es filosofía?, en «Obras completas», vol. VII, Revista de Occidente, Madrid 1966-69, p.401-404.
1- Sintetiza en menos de cinco renglones el argumento que despliega el autor en este fragmento.
2- ¿El autor asume una postura idealista o realista? Fundamenta tu respuesta.
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