El Perfil del Alumno Agresor en la Escuela

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VI Congreso Internacional Virtual de Educación
6 – 26 de Febrero de 2006
EL PERFIL DEL ALUMNO AGRESOR EN LA
ESCUELA
Carmen María Sevilla Romero
Mª Ángeles Hernández Prados
Universidad de Murcia
VI Congreso Internacional Virtual de Educación
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RESUMEN
Acercarse al problema de la violencia escolar, implica tratar de conocer, entre
otras cosas, los rasgos que caracterizan a los alumnos agresores. ¿Cómo pueden los
profesores detectar a los alumnos agresores? ¿Qué los diferencia del resto de sus
compañeros? ¿Qué rasgos tienen mayor peso o determinan más directamente a estos
alumnos?... Estas son algunas de las cuestiones que trataremos en esta ponencia. Para
ello hemos identificado en las fuentes bibliográficas consultadas, el perfil que diversos
autores aportan respeto a los agresores, tratando de recoger con la amplitud que nos ha
sido posible los rasgos de estos alumnos. Por otra parte, también se aporta, de forma
complementaria, los datos empíricos de una investigación en la que se han estudiado las
características escolares y familiares de éstos alumnos.
1. LA VIOLENCIA ESCOLAR. UN PROBLEMA DE RELEVANCIA SOCIAL
Es cierto que la sociedad actual tiene presente el problema de la violencia
escolar el cual afecta a un gran número de niños en los centros educativos, de forma que
su rendimiento escolar y su desarrollo personal se ven alterados ante la presencia de
hechos o actos violentos. Ahora bien, el problema dista mucho de ser sencillo, tal y
como ponen de manifiesto Rios y Hernández (2006) se hace necesario una clarificación
conceptual que nos permita poder consensuar ciertos aspectos que hoy día se presentan
a confusión, especialmente la distinción entre violencia o conflictividad escolar.
Al hablar de violencia escolar es necesario hacer referencia al conflicto. Un
conflicto tiene lugar ante una situación en la que se encuentran dos personas o grupos de
personas y existe confluencia de sus intereses (Ortega y Mora-Merchán, 2000). En
ocasiones, ante situaciones conflictivas, personas carentes de herramientas para la
gestión adecuada del conflicto (autocontrol, capacidad dialógica, capacidad empática,
etc), pueden afrontar éste desde la agresión o violencia. No obstante, esto no significa
que todo conflicto acabe desencadenando violencia, ya que en numerosas ocasiones se
convierte en una fuente de riqueza y de mejora al abarcar diversos puntos de vista tanto
culturales como sociales o personales. En este sentido, Fisas (1998) sostiene que el
conflicto es una construcción social diferenciada de la violencia que se da en un proceso
interactivo en un contexto determinado, ya que puede haber conflictos sin violencia,
aunque no violencia sin conflictos.
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Por otra parte, según el informe del Defensor del Pueblo sobre violencia escolar
(2000), a pesar de que en España, el número de conflictos y conductas de faltas de
respeto a las normas de convivencia es mucho más elevado que el de casos de auténtica
violencia escolar (agresiones entre alumnos o de alumnos a profesores), el punto de
mira se centra en estos últimos. Olweus (1998), en su libro “Conductas de acoso y
amenaza entre escolares” explica que la violencia escolar está definida por la situación
en la que un alumno es agredido o se convierte en víctima cuando está expuesto, de
forma repetida y durante un tiempo, a acciones negativas que lleva a cabo otro alumno o
varios de ellos. Durante mucho tiempo se ha investigado sobre este fenómeno y
numerosos autores han llegado a la conclusión de que la violencia escolar puede
desarrollarse de distintas formas: Violencia física (golpes, empujones, patadas, etc);
Violencia verbal ( burlas, amenazas, gestos obscenos, etc); y Violencia psicológica (dar
de lado, aislar, extender rumores, etc). Tanto la violencia física como la verbal son
consideras forma de violencia directa y serían más propia de los agresores masculinos,
mientras que la violencia psicológica suele ser indirecta, más difícil de observar y
detectar, más propia del genero femenino, pero igualmente dañina para la victima.
El término más utilizado actualmente para hablar de violencia escolar es el de
“bullying”. Se trata de una expresión anglosajona que quiere decir “maltrato escolar
entre iguales” y que lleva a hablar de intimidación, acoso, persecución o agresión de
unos alumnos a otros. Para Cerezo (1999) el bullying se define como “la violencia
mantenida, mental o física, guiada por un individuo o por un grupo y dirigida contra
otro individuo que no es capaz de defenderse a sí mismo en esa situación, y que se
desarrolla en el ámbito escolar” (pág. 133). Desafortunadamente, este tipo de sucesos se
encuentran presentes en las aulas, generando un clima escolar insostenible, no sólo para
los que padecen las agresiones, sino para toda la comunidad escolar. Existe un consenso
al pensar que los efectos de la violencia pueden ser devastadores, tanto a corto como a
largo plazo. No obstante, los estudios al respecto son escasos. El bullying se puede dar
en el aula, en el patio, en pasillos, en los aseos o incluso fuera del centro escolar y en
lugares de ocio. Incluso se puede dar en presencia o no del profesor.
La tendencia a centrarnos casi de forma exclusiva en el bullying como único
problema de violencia escolar, conlleva una reducción de los fenómenos de violencia
escolar a sucesos de maltrato, agresión, violencia o caso entre iguales, en este caso,
entre escolares, olvidándonos de otras formas de violencia escolar que pueden tener
lugar de profesor a alumnos, de alumno a profesor, de los alumnos contra la institución
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(vandalismo), de padres a profesores, etc. Ya no se habla de violencia en la escuela, sino
de violencia entre niños, culpabilizando y patologizando a los alumnos por manifestar
un comportamiento que deben prevenir y corregir (Etxeberría, Esteve y Jordán, 2001).
“En las ultimas décadas, han entrado en nuestras aulas gran parte de las
demandas social de respuesta a situaciones que, casi siempre, sobrepasan las
competencias de la escuela. Buscar, por tanto, sólo en al escuela la raíz de los conflictos
es una perdida de tiempo y caminar en una dirección equivocada” (Ortega, Mínguez y
Saura, 2003, 19). Respecto a las medidas educativas que se están poniendo de
manifiesto para afrontar este problema podemos decir que se están realizando iniciativas
o programas en los que deben participar y trabajar de forma cooperativa alumnos,
padres, profesores, trabajadores sociales y otros agentes necesarios para, en primer
lugar, prevenir y erradicar, si es posible, la violencia de los centros educativos. Cabe
resaltar el papel que desempeñan los padres y los profesores en dicha intervención, pero
muchas veces se encuentran sin los medios o sin la preparación necesaria para actuar.
Por ello es necesario, por un lado, actualizar la formación del profesorado,
capacitándoles con técnicas y estrategias referidas a la prevención e intervención ante
problemas de violencia escolar; y por otro, comenzar a cuestionarse la forma de ayudar
a los padres para trabajar este problema, a nivel preventivo y correctivo, desde la unidad
familiar.
2. ¿QUÉ ES UN PERFIL?
Durante mucho tiempo, la expresión perfil se ha utilizado casi de forma
exclusiva para hacer referencia al conjunto de rasgos y características de una persona
con una determinada patología psicológica, médica, o psiquiátrica., por ejemplo: el
perfil del psicópata, el perfil del niño hiperactivo, etc. Hoy día se buscan perfiles para
casi todo, el perfil profesional que se persigue, el perfil del alumno que queremos
formar, el perfil de estilos educativos de padres y maestros. Del mismo modo, algunos
problemas educativos están siendo objeto de estudio y derivando en la formulación de
perfiles del alumno que permitan al profesorado poder afrontar dichas situaciones. Este
es el caso de la violencia escolar, actualmente, docentes y otros profesionales de la
educación buscan la raíz de la violencia escolar e intentan elaborar un perfil de los
alumnos supuestamente agresivos e iniciadores de conflictos negativos que facilite el
diagnóstico e identificación de este tipo de alumnos.
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Desde diferentes criterios, los expertos en el tema han establecido distintos
perfiles del alumno violento. Según, Lumsden (2000) perfilar los estudiantes es una
expresión utilizada para referirse a “un proceso mediante el cual una lista de
comportamientos y características personales asociadas con los jóvenes que han tenido
un comportamiento violento, es utilizada para intentar medir el potencial de un alumno,
en su particular, que pudiera actuar violentamente en el futuro.
De las nueve acepciones que el Diccionario de la Real Académica Española
concede al término de “perfil” es la segunda la que hace referencia al tema que
planteamos, entendido como el “conjunto de rasgos peculiares que caracterizan a
alguien o algo”, en este caso al agresor entendido como alguien que comete una
agresión, es decir, el acto de acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacerle daño.
Antes de adentrarnos en diversos perfiles de alumnos agresores, debemos
cuestionarnos ¿para que sirve el perfil?. En cierto modo, se trata de conocer las ventajas
y las limitaciones de apoyarse en los perfiles. En este sentido, para muchos
profesionales, establecer un perfil concreto sobre este tipo de alumnado es una
herramienta positiva, ya que consideran les puede ser de gran ayuda a la hora de
prevenir la aparición de la violencia en el centro escolar. Fey y otros (2000) afirman que
el perfilar a los alumnos es una herramienta a través de la cual se pueden predecir
comportamientos y detener a determinados estudiantes agresivos antes de que comentan
actos violentos.
La elaboración del perfil del alumno violento en la escuela ha sido objeto de
estudio de distintos autores, y ésta ha sido un gran apoyo, no sólo para docentes, sino
para los profesionales del ámbito educativo. Como utilidad de los perfiles, podríamos
resaltar que sirven para que el profesorado tome conciencia del fenómeno bullying, les
permite conocer las características de los alumnos agresores y su forma de actuar,
además de poder identificar entre sus alumnos cual es o son los alumnos agresores.
Poder detectar a los alumnos implicados en las dinámicas bullying en la figura de
acosador o intimidador de otros alumnos, es un aspecto de crucial importancia tal y
como afirma una educadora Mary Leiker (en LaFee 2000): “si perdiera a un alumno por
cuestiones de violencia y no hubiera hecho nada para prevenirlo sería imperdonable”.
En cierto modo, el perfil contempla los indicadores de observación en los que el
profesor debe centrar su atención para poder diferenciar al alumno de violento y agresor
del resto de alumnos insultones, graciosillos, folloneros, indisciplinados, conflictivos,…
pero que no necesariamente deben verse involucrados en dinámicas bullying.
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Así mismo, el perfil de los alumnos agresores goza también de una utilidad
indirecta, ya que nos da la posibilidad de planificar modos de intervención para la
eliminación de conductas y comportamientos agresivos en el centro escolar. Ahora bien,
no sólo guía la intervención proporcionando información de los aspectos sobre los que
es necesario intervenir, sino que además, justifica, fundamenta y proporciona
coherencia a dicha intervención, ya que esta apoya en las necesidades especificas y
particulares que se han detectado en el perfil que manifiesta el alumno agresor concreto.
Para que se pueda realizar con éxito una prevención o intervención escolar, es necesario
que se establezca una buena coordinación entre los docentes, otros profesionales
relacionados con el alumno, y con los familiares, ya que de esta forma todos trabajarán
en la misma línea y el agresor no se verá confundido.
Además de las ventajas que la utilización de un perfil nos puede plantear, es
importante llegar a la idea que nos plantea McKay (1999), según el cual al utilizar un
perfil se puede clasificar injustamente a un alumno, y este hecho puede perjudicarlo y
perseguirlo durante toda su carrera como estudiante. Además, no debemos olvidar que
el perfil de los alumnos violentos va cambiando en función del tiempo y del espacio, lo
que hace necesaria una constante revisión del mismo. Por un lado, las características del
alumno violento varían en relación a los cambios producidos en el contexto. A modo de
ejemplo, podemos pensar en las grandes diferencias contextuales que se dan respecto a
la violencia escolar entre dos países como son España y Estados Unidos. Mientras que
en España la violencia escolar se vive sobre todo a través de comportamientos de
exclusión, o de violencia verbal, en Estados Unidos se utilizan armas del tipo navajas,
cuchillos o pistolas, lo que hace necesaria la presencia de policías o detectores de
metales en las puertas de los centros escolares. A pesar de que “Las situaciones de
violencia escolar, que en un principio se consideraban exclusivas de EE.UU han
traspasado las fronteras para situarse en centros educativos europeos” (Hernández
Prados, 2004), no debemos obviar las peculiaridades de cada contexto social. Por todo
ello, consideramos que el perfil de alumnos agresores debe estar adaptado al contexto
social.
Por otro lado, no podemos dejar al margen la importancia de la dimensión
temporal, ya que las características del alumno violento también cambian en función del
tiempo. Para Carmona (1999), la violencia es tan vieja como el mundo y la historia,
pues son numerosos los relatos, mitologías y leyendas que hacen referencia a héroes y
fundadores que tuvieron que recurrir a la violencia en sus hazañas. En el transcurso de
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la historia hemos conocido distintas formas tradicionales de violencia que han estado
caracterizadas por las peculiaridades propias del momento en el que nos encontrábamos,
pero los cambios experimentados con el transcurrir del tiempo abren nuevas
posibilidades de hacer violencia. No sólo podemos hablar de violencia física, verbal o
relacional, sino que a diario nos encontramos con la transmisión de violencia a través de
los medios de comunicación, tales como, la televisión, Internet, los videojuegos; acoso
en red (Hernández Prados, 2005); bandas de adolescentes latinos con una violencia
organizada; nuevas tecnologías que hacen del robo todo un arte; las ciberestafas; etc.
Son otras formas de violencia que la mayoría de los padres desconocen, debido al
desfase generacional, ya que sus hijos viven una adolescencia muy diferente a la de
antaño.
Otro de los inconvenientes que presentan los perfiles es la rígidez de los mismos,
ya que resulta prácticamente imposible incluir todos los comportamientos, situaciones,
características y actitudes de este tipo de alumnos. A pesar de las generalidades del
comportamiento, cada persona posee unas características particulares, personales e
intransferibles que no pueden ser comparadas con las de otro. De modo que, podemos
encontrarnos con casos de alumnos violentos que presenten matices comportamentales
que no están recogidos en el perfil. Por otro lado, podemos caer en el error de pensar
que el alumno agresor debe manifestar todos los aspectos contemplados en el perfil.
Por todo ello, consideramos que el perfil debe estar sometido a revisión
constante y utilizarse de forma orientativa. Además, la mera identificación de los
alumnos agresores no es suficiente para erradicar este problema, se hace necesaria una
adecuada intervención pedagógica. Desde aquí, apostamos por la prevención de la
violencia escolar a través del cultivo y desarrollo de actitudes, valores y actividades que
puedan motivar a los alumnos. No obstante, confiamos en las posibilidades de
determinar un perfil sin dar la espalda a los posibles riesgos, y coincidimos con LaFee
(2000) en que la realización del perfil de un alumno violento necesita aún bastante
investigación para determinar si es efectiva o no.
3. EL PERFIL DEL ALUMNO AGRESOR EN EL SIGLO XXI.
La violencia escolar no es algo nuevo, como bien reconoce Hernández Prados
(2004) en la desmitificación que hace de este fenómeno, ha existido siempre; en un
principio centrada en la violencia del profesor hacia el alumno, posteriormente en las
situaciones de indisciplina escolar y en las conductas antisociales del alumno, y
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actualmente en el fenómeno bullying. Al hablar de bullying consideramos importante y
necesario hacer referencia al padre del término, Olweus (1998), quien señala que el
alumno agresor suele ser varón y con mayor fortaleza física. Además, posee un
temperamento agresivo e impulsivo. También establece que éste se caracteriza por tener
deficiencias en habilidades sociales a la hora de comunicar y negociar sus deseos. Éste
no tiene capacidad empática, por lo que no es capaz de saber lo que siente la víctima, y
por lo tanto tampoco posee sentimiento de culpabilidad.
Según Olweus, estos alumnos denotan falta de control de la ira, además de un
alto nivel de los sesgos de hostilidad, lo que le lleva a interpretar y convertir
determinadas circunstancias en conflictos y agresiones hacia su persona. Además, son
personas violentas, con alta autoestima y autosuficientes. Otro dato importante para el
autor, es que estos alumnos tienen bastante belicosidad con los compañeros y adultos, y
sienten la necesidad de dominar a los otros. En último lugar, Olweus nos señala que
suelen ser chicos menos populares que sus compañeros bien adaptados, pero más que
sus víctimas.
Distintos autores han elaborado diversos perfiles que definen el comportamiento
del alumno violento en la escuela, siendo de gran utilidad al conjunto de profesionales
de la educación para conocer mejor a este tipo de alumnos, detectar puntos de
intervención y poder diagnosticar e identificar a los alumnos en situación de riesgo de
convertirse en agresores. El problema surge cuando existen tantas listas de perfiles
como autores, y no se da un consenso en las características que definen la personalidad
del individuo violento. A pesar de las diferencias entre los perfiles, se ha podido
comprobar, gracias a un estudio detallado de diversos perfiles, que existen ciertas
tendencias o rasgos más frecuentes.
3.1. Rasgos personales de los alumnos agresores.
La mayoría de los estudios sobre el tema, reconocen la mayor implicación de los
alumnos de género masculino en este tipo de acciones violentas. El caso de la violencia
por parte de chicas es menos frecuente y además suele ser más individual, mientras que
un 45% de los alumnos agresores prefieren agruparse para sentirse más motivados a
ejercer la violencia, las chicas lo hacen en un 23% (Hernández de Frutos 2002, en Mitos
de la violencia de Del Barrio (2004)). Este tipo de individuos consolidan su imagen
como líderes de grupo agresivo, y en solitario serían auténticos frustrados e incluso
cobardes con grandes complejos, por lo que necesitan reafirmar su personalidad sobre
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los más débiles. Su incapacidad de control se demuestra a través de los impulsos
incontrolados y la mayoría de las veces sólo actúan por problemas propios y proyectan
sus frustraciones sobre un chivo espiatorio.
Por otra parte, las manifestaciones de la violencia, también, encuentran
diferencias en función del género de los alumnos, de modo que las formas de agresión
directa suelen ser típicas de los chicos, mientras que las formas de agresión indirecta,
psicológicas o de exclusión suelen ser más comunes en las chicas (Cerezo, 2001;
Olweus, 1998; Defensor del Pueblo, 1999; etc). Entre las formas de agresión directa se
incluyen: peleas, amenazas con o sin armas, robar cosas, poner motes, insultos, bromas
pesadas, acoso sexual, intimidación, forzar a hacer cosas, agresión física, etc. y como
agresión indirecta se contemplan acciones de exclusión como difundir rumores
inciertos, hablar mal de los otros, ignorar a alguien concreto, no dejar a alguien
participar en alguna actividad, condicionar a otros para que dejen de hablar a otro
compañero/a, etc.
Otro rasgo personal sobre el que existe más o menos acuerdo es el intervalo de
edad en el que suele focalizarse este tipo de sucesos de agresión-victimizacion entre
escolares, aunque no siempre coinciden las edades, para Olweus (1998) entre los 13 y
los 15 años es la edad en la que los alumnos, mayoritariamente, suelen comportarse de
forma violenta, mientras que el Defensor del Pueblo considera que “El momento de
mayor incidencia del problema se sitúa entre los 11 y los 14 años de edad,
disminuyendo a partir de aquí” (66). En definitiva, y a pesar de las diferencias, suelen
situar el problema de la violencia en intervalos propios de la adolescencia, y tal como
reconoce Diaz Aguado (1999) suele ser caracterizada como la etapa de rebeldía del
proceso madurativo y es cuando mayoritariamente los conflictos se resuelven de forma
violenta, debido a que se produce cierto rechazo a la autoridad, suelen distanciarse de
los adultos que le rodean, rechazan la ayuda que le brindan, reivindican mayor
privacidad, tiene la necesidad de sobresalir en el grupo de iguales, etc.
Generalmente, en el grupo clase suelen haber más alumnos bullies que víctimas,
y éstos suelen ser varones con un aspecto físicamente fuerte y de una edad mayor a la
media del grupo (Cerezo, 1999). Por otra parte, la cantidad de alumnos que admitían ser
objeto de agresiones por parte de sus compañeros decrecía a medida que aumentaba
tanto la edad como el nivel educativo. De modo que “había menos agresiones físicas en
los cursos superiores que en los inferiores” (Defensor del Pueblo, 1999, 42).
En el perfil del agresor hay autores que contemplan algunos problemas o
trastornos psicológicos de estos alumnos. Al respecto, Cerezo (1999) establece que los
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alumnos agresores suelen tener una alta agresividad y ansiedad, con facilidad para
provocarse o provocar a los demás, con una gran falta de autocontrol y con un alto
grado de sinceridad. Sin embargo no son capaces de acatar las normas establecidas para
el grupo y no suelen ser nada tímidos ni retraídos. También suelen ser algo
extrovertidos, psicóticos y neuróticos. Por otro lado, otro autor que trata los rasgos
psicológicos del alumno agresor es Tobeña (2003), el cual considera que alumnos con
cierta inestabilidad y proclividad a tener conductas disruptivas se convierten en alumnos
agresores por la presencia de abusos reiterados, relaciones autoritarias o abandono
infantil.
Para Menéndez Benavente (2005), los rasgos de personalidad que caracterizan a
estos alumnos son los relacionados con la fuerte impulsividad que le hace no ser capaz
de controlar la agresividad y la ira. Es malintencionado y en la mayoría de las ocasiones
interpreta de forma errónea a los demás, pensando que van en contra suya. Esto refleja
que tiene ausencia de empatía. Se cree autosuficiente, y tiene una gran capacidad para
no sentirse culpable, ya que siempre piensa que el otro se lo merece. Puede ser
hiperactivo, pero no tiene por qué serlo necesariamente. No suele resistirse a la
frustración, pero a pesar de ello es muy poco reflexivo. No es capaz de aceptar normas,
lo que explica que tiene un gran déficit en habilidades sociales y que no sabe resolver
conflictos si no es utilizando la violencia.
Respecto al perfil psicológico del agresor, éstos suelen poseer un locus de
control externo y no son capaces de reconocer sus propios problemas, tienen la
necesidad de inmediatez de sus actos, lo que significa que estos alumnos necesitan
conseguir sus recompensas en el momento y con el menor esfuerzo posible, aunque por
ello deban perjudicar a otros (Hernández Prados 2004).
Otro interesado en el tema del bullying y en las características personales de los
implicados en el mismo es Hernández de Frutos, quien expone que estos alumnos son
chicos son conflictivos, no se identifican con el colegio y en ocasiones tienen problemas
familiares, sobre todo en lo referido a la falta de control y supervisión. A veces se da el
consumo de alcohol y/o drogas. Según el autor, “estos chicos no tienen un pelo de
tontos”. En ocasiones muestran ciertas conductas e ideas machistas, y parecen tener una
mentalidad maquiavélica. Además, tienen gran habilidad para mentir y envolver a los
adultos sin que éstos sean conscientes de ello.
3.2. Características escolares de los alumnos agresores.
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En lo que respecta a las características académicas o escolares típicas de los
agresores, Rosario Ortega Ruíz (2005), considera que normalmente estos alumnos no
obtienen buenos resultados académicos y tienen problemas a la hora de enfrentarse a
tareas de carácter cognitivo, además utilizan actividades o juegos no académicos para
sobresaltar del resto de compañeros. Tienen cierta predisposición a ser prepotentes,
quieren ser los protagonistas del poder y poseen gran habilidad para evadir
recriminaciones por parte de adultos, de forma que causan el daño y son capaces de
evitar un castigo posterior, e incluso pueden llegar a evitar ser descubiertos. Para ello
utilizan excusas con las que intentan justificar sus actos y las cuales normalmente dan a
entender que él nunca empezó la pelea, que no tuvo más remedio que actuar de esa
forma o que el otro lo provocó para que lo hiciera. Tienen capacidad para ser personas
populares que caen en gracia a la mayoría de los adultos, además, poseen una
personalidad problemática, quizás debido a vivencias personales tales como, haber sido
abandonado, abusados, maltratados... y con inestabilidad emocional. Son chicos y
chicas que deben ser considerados con necesidades educativas especiales. En esta
misma línea, Cerezo (1999) destaca el bajo rendimiento escolar y una actitud negativa
hacia la escuela y hacia el maestro/a.
Además, Menéndez Benavente (2005) considera importante reflejar
determinados aspectos referidos al ámbito social, de forma que explica que los alumnos
agresores son personas que tienen dificultades de integración escolar y social, lo que les
hace tener poco interés por la escuela. “Conviene recordar que las relaciones
interpersonales de calidad entre los compañeros pueden ser una garantía de salud mental
y se consideran promotoras de autoestima, percepción de competencia interpersonal,
amistad y felicidad individual”. (Trianes, 1996, 37). Entre las principales razones por
las cuales los alumnos son rechazados por sus compañeros suelen ser porque se tratan
de alumnos problemáticos, es decir, son peleones, insultan, escandalosos y siempre se
meten en líos, critican a los demás (Hernandez, 2003). No obstante, existen posturas
contrarias a la manifiesta, que caracterizan el perfil del agresor como un alumno con
buenas relaciones interpersonales en el aula, ya que se encuentra arropado por su banda
y por otros compañeros del aula (Cerezo, 2001).
3.3. Características familiares de los alumnos agresores.
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Cerezo, al igual que otros autores, se interesa por el ámbito familiar y socialescolar, por lo que también investiga sobre ellos y determina que estos alumnos suelen
ser muy autónomos y conflictivos, pero algo muy interesante es que también suelen ser
muy organizados. Además, se puede decir que sienten rechazo hacia el ambiente social
que los envuelve.
Según Menéndez Benavente (2005), estos alumnos se ven afectados por la falta
de lazos familiares emotivos y sólidos que les den seguridad en sí mismos. Tienen un
fácil acceso a la violencia y reflejan la que ellos viven. Muchos de ellos son tratados
violentamente y han aprendido de otros que con ese tipo de actos se consigue lo que se
quiere. Además, el agresor pueden tener un carácter activo, relacionándose directamente
con la víctima, y siendo él el que lleva a cabo la agresión, o por el contrario, puede tener
un carácter pasivo o indirecto, de forma que no es el quien arremete, sino que hace que
otros arremetan contra sus propias víctimas.
Hernández Prados (2004) explica que, en ciertas ocasiones, estos alumnos se
encuentran inmersos en un ambiente familiar precario y desfavorecido, en el que se da
cierta hostilidad, situación que lleva a que el alumno tenga escasez de atención,
dedicación, afectividad, normas disciplinarias que respetar, y por el contrario mucha
permisividad. Conjuntamente a esto se debe añadir que en ciertas ocasiones en la
familia se vive un ambiente de autoritarismo y continuidad de castigo.
3.3.1. Algunos datos sobre los aspectos familiares de los agresores.
En el año 2001, el departamento de Teoría e Historia de la Educación de la
Universidad de Murcia, llevó a cabo la siguiente investigación “Educación en Valores y
Resolución de Conflictos. Programa Pedagógico y su Evaluación”, en distintas
localidades de la Región de Murcia, concretamente en Jumilla, Murcia y Torre Pacheco.
De la totalidad de los cuestionarios que se pasaron, nos vamos a centrar en este análisis
en el cuestionario Bull- S Test de Evaluación de la Agresividad entre Escolares de
Cerezo Ramírez (2001) que nos permite identificar a los alumnos agresores teniendo en
cuenta la opinión del resto de alumnos del aula; y el cuestionario sobre las Relaciones
Interpersonales Familiares y Escolares (REFE) elaborado por el propio grupo de
investigación en actitudes y valores de la universidad de Murcia que encabeza la
investigación. De los 700 alumnos de la E.S.O que participaron en al investigación, un
4’85% aparecieron como agresores. Se extrajeron los cuestionarios REFE de estos
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alumnos agresores para poder elaborar un estudio pormenorizado del perfil familiar de
estos alumnos.
Según estos datos, el 100% de los presuntos alumnos violentos pertenecen a una
familia nuclear, de forma que contradice una de las ideas más fuertemente consolidadas:
los alumnos agresores provienen de familias desestructuradas. Por lo tanto, si no
descartamos, al menos ponemos en tela de juicio o cuestionamos qué la principal
desencadenante de la violencia en el niño sea la influencia de una familia
desestructurada, tal y como expresan algunos autores como Barreda (2005), quién
considera que un núcleo familiar desestructurado es la principal causa de conducta
violenta del niño, aunque también reconoce que no es la única. El hecho de vivir en una
familia desestructurada no necesariamente puede llevar a la adquisición de hábitos de
conducta violentos, al igual que el vivir en una familia nuclear no protege al niño de
adquirir conductas de agresión. Por lo tanto, podemos afirmar que la estructura familiar
no determina la presencia de conflictos intrafamiliares, sino que son mucho más
representativas otro tipo de características como la relación existente entre los miembros
de la familia, las expectativas que los hijos creen que sus padres tienen sobre ellos y la
comunicación existente en el entorno familiar (Hernández Prados y Ortega, 2004).
Muchos de los participantes se sienten bien en casa y reconocen que hay un
buen ambiente familiar, a pesar de que casi el 100% de los encuestados afirman que en
casa hay presencia de discusiones y riñas, y que éstas suelen ser mayormente con los
padres (63%) por motivos comportamentales y actitudinales. Los alumnos agresores, al
igual que cualquier otro alumno, viven conflictos familiares en sus hogares. Debemos
aprender a diferenciar el conflicto de la violencia. No lo es lo mismo conflicto familiar
que violencia familiar. “Así como la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, es
rechazable, el conflicto, por el contrario, no es necesariamente negativo. Existe una
demonización del conflicto que lo asocia indiscriminadamente a conductas no
deseables, a veces delictivas. Pero el conflicto es también confrontación de ideas,
creencias y valores, opiniones, estilos de vida, pautas de comportamiento...” (Ortega,
2001, 10). El conflicto se concibe como algo inherente a toda relación humana, ya que
las personas somos únicas, distintas e irrepetibles (Calzón, 2004), por eso es mucho más
frecuente que las situaciones de violencia.
La mayoría de ellos (64%) consideran que normalmente se da el diálogo en el
hogar, que no se prejuzgan las ideas individuales y que hay confianza para hablar.
Además, se toman ideas de todos y se llega a acuerdos. Pero por otro lado, no podemos
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obviar que otros (36%) viven en un ambiente familiar en el que hay escasez de diálogo,
por lo que tampoco puede existir la comunicación entre ellos, y este es un aspecto de
gran relevancia para el buen desarrollo tanto personal como social de un niño.
Ambiente familiar.
Ambiente familiar:
d
a) A disgusto.
b
b) Hay momentos que no me siento a
gusto.
c) Bien con cierta frecuencia.
d) Muy a gusto.
c
Dialogo familiar:
Dialogo familiar.
a) No hay diálogo sobre mis cosas.
a
d
b) Es muy escaso. No tengo confianza para
dialogar de cosas interesantes.
c) Se da con frecuencia. No se prejuzgan
ideas, se escucha a quien habla y hay turno
b
de palabra.
d) Se da con mucha frecuencia. Hay mucha
confianza para hablar, se llega a acuerdos o
c
soluciones aceptadas para todos.
Casi la mitad de los participantes (43%) han preferido no responder, lo que muestra
que no tienen confianza en nadie y nos lleva a pensar en que se trata de alumnos
inseguros, solitarios, desconfiados, con relaciones superficiales. Por otro lado, también
es importante decir que los alumnos violentos no suelen tener confianza con su padre
para hablar de asuntos personales, sin embargo prefieren cerrar su círculo de confianza
en torno a sus amigos, concretamente alrededor de aquellos que les siguen el juego y
que les consideran más poderosos. Estos datos contrastan contradictoriamente con los
anteriores, en los que se ponía de manifiesto una situación familiar idílica en cuanto al
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diálogo familiar. Si no hay confianza con los padres difícilmente se puede mantener un
verdadero diálogo de acogida, respecto, cariño y aceptación.
A pesar de todo, más de la mitad de los agresores piensan que en casa se les da
un trato normal, de forma que en ocasiones se cuenta con ellos para la toma de
decisiones importantes, sin embargo casi siempre les dicen lo que tienen que hacer y les
ayudan a corregir sus errores (52%). Por otro lado, muchos se sienten queridos y
aceptados por su familia, afirman que se cuenta con ellos para las decisiones de las
cosas que les afectan y les hacen ser responsables de determinadas cosas (34%). Pero no
podemos olvidar a otros alumnos bullies que no se sienten queridos en casa y que les
gustaría que se les prestara algo más de atención (15%). Teniendo en cuenta esto,
podemos ver que son pocos los bullies que realmente se sienten, integrados, escuchados
y partícipes de su vida en familia.
Las familias de los participantes muestran especial preocupación, no sólo por el
aspecto educativo de los hijos, sobre el cual tienen muchas expectativas (79%), sino que
también lo hacen por el aspecto comportamental (21%), por lo que implantan normas de
comportamiento referidas tanto fuera como dentro del hogar, tales como:
-
Respeto.
-
No portarse mal.
-
Ayudar en casa.
-
Respetar los horarios establecidos.
-
Tener una buena relación con hermanos/as.
-
Realizar las tareas escolares (estudiar).
Además, también se establecen normas actitudinales necesarias para lograr el
respeto entre las personas, y para ello es conveniente que los hijos adquieran
responsabilidades que les otorguen capacidad de responder adecuadamente ante
cualquier situación. Según los participantes de estas encuestas, en casa son responsables
especialmente de tareas del hogar (78%) que les enseñarán a comprometerse con los
demás y consigo mismos, al mismo tiempo de ser responsables también de todos los
aspectos referentes a su proceso de enseñanza-aprendizaje (22%), es decir, de su
educación.
Para finalizar, retomamos un cita de Lleó Fernández, en su magnífico trabajo
"La violencia en los colegios. Una revisión bibliográfica" que coincide con la tesis del
Moreno Olmedilla cuando afirma, para referirse al problema de la violencia escolar: "La
realidad es muy compleja porque en ella se cruzan factores muy diversos, la
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investigación y el análisis sobre el fenómeno son aún muy precarios y las respuestas
educativas son igualmente distintas. No se puede afirmar que exista un buen paradigma
conceptual desde el cual interpretar, en toda su dimensión, la naturaleza psicológica y
social del problema”
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