SOCIEDAD COLOMBIANA DE ANESTESIOLOGIA Y REANIMACION - SCARE EL CONSENTIMIENTO INFORMADO ¿CUESTIÓN DE FORMALISMO LEGAL O CUESTIÓN DE HUMANIDAD? José Humberto Duque Z. Coordinador del Comité de Etica Hospitalaria Hospital Universitario San Vicente de Paúl Medellín Este Archivo se suministra para fines informativos y académicos, y se encuentra acogido a leyes de Propiedad Intelectual, NO se autoriza su reproducción total o parcial, salvo Autorización por Escrito de la Sociedad Colombiana de Anestesiología o Reanimación - SCARE EL CONSENTIMIENTO INFORMADO ¿CUESTIÓN DE FORMALISMO LEGAL O CUESTIÓN DE HUMANIDAD? ¿Es posible su praxis en el contexto de la seguridad social colombiana? La relación médico-paciente es la actuación más relevante y pictórica de significado en el ejercicio de la Medicina. Sin ella, no sería posible en ninguna sociedad la fundamentación de la estructura asistencia, por científica y económica que ésta pudiese ser. No obstante, la relación médico paciente constituye, por su propia naturaleza, un escenario en el que se confrontan las más disímiles negociaciones, contradicciones, valores sociales, distancias cognitivas y afectivas, llamadas a transformarse en una dinámica de beneficio para el paciente, gracias a un ambiente de confianza, reciprocidad, respeto, comunicación y libertad con el fin de que puedan lograrse los objetivos asistenciales que espera el paciente y que está en capacidad de ofrecer el médico. Son pues, la confianza y la comunicación los pilares de una relación médico-paciente satisfactoria y exitosa. En esta relación médico-paciente se configuran diversas expresiones del principio de permiso y de beneficio. Este principio de permiso sirve de fundamento al derecho de ser dejado en paz, un derecho a la intimidad, un derecho a rechazar ser tocados por los demás y a la intervención ajena sobre nuestros cuerpos. En el encuentro médico-paciente no siempre confluyen motivaciones y valores análogos que pudiesen suponer una comunidad de amigos con intereses y objetivos comunes en la manera de concebir lo que significa una vida buena y el bienestar humano para cada enfermo en particular. Por ejemplo, a un obstetra de convicciones católicas puede acudir una paciente a solicitar un aborto terapéutico, y el paciente testigo de Jehová puede exigir que ante una cirugía de alto riesgo hemorrágico no se le apliquen transfusiones. La concepción de la "vida buena" o "calidad de vida esperada", es el fundamento esencial del punto de encuentro. La confidencialidad y la autonomía serán, finalmente, los factores que, sumados a los anteriormente mencionados, harán posible el acercamiento mutuo y la negociación de expectativas y tolerancia recíprocas. Y es este proceso donde tiene su origen y su desenvolvimiento el consentimiento informado, gracias al cual se logra que ambas partes se comuniquen y valoren lo que desea cada una para llegar a un entendimiento acerca de la mejor y más conveniente decisión que haga posible llevar una vida buena. De estas negociaciones entre enfermos y médicos surgen los límites que determinan hasta dónde un diagnóstico debe trasformar la vida del paciente. Un diabético o un paciente con hipercolesterolemia podrán considerar que el cambio de estilos de vida y de costumbres alimentarias deterioran su concepto de vida buena, concepto antagónico a la oferta y prescripción terapéutica de su médico tratante. Un paciente con carcinoma de colon, puede preferir evitar la resección total del mismo para no obligarse a vivir manejando una colostomía que considera afecta su calidad y dignidad de vida. Un punto de vista común sobre lo que significa una vida buena, ofrece valores morales y humanos que enriquecen a las personas y hace más digna y relevante la relación médico-paciente. Aquí radica el primer aspecto problemático, pues es frecuente el encuentro antagónico de dos autonomías pertenecientes a dos comunidades morales diferentes; los ejemplos que acabamos de presentar, así lo demuestran. El mejor juez acerca de la expectativa y concepción de una vida buena, es decir, sobre la calidad de vida adecuada, es el paciente, quien a la luz de sus valores o de sus estilos de vida, costumbres y tradiciones puede señalar sus preferencias en forma autonómica y libre de coacciones. Definitivamente no es posible ya mantener una visión autoritaria de la vida buena, ni de las metas concretas de la Medicina. Hasta hace muy poco los pacientes acogían obedientes la actuación paternalista fiduciaria de su médico a quien nunca se cuestionaban sus órdenes. Durante siglos dicha relación estuvo caracterizada por la información que el paciente entregaba a su médico y éste tomaba todas las decisiones en beneficio del paciente pero sin el paciente. Ahora, en cambio, resulta obligado crear un modo común de entender las diferentes opciones de vida buena o de calidad de vida, y a este proceso es a lo que queremos denominar consentimiento libre e informado. La principal dificultad para lograr dicho proceso estriba en la asimetría de conocimientos y de una visión de la vida. El paciente entrega información, expectativas, confianza, y el profesional se presenta con la riqueza de conocimientos que, por cierto, lo habilita y legitima socialmente, para intervenir con algún grado de autoridad; esta asimetría dificulta comprender y razonar sobre las sugerencias terapéuticas que le ofrece su médico, para aproximarse a una aceptación absolutamente libre de las mismas. Esta vulnerabilidad hace aún más débil al enfermo para comprender y actuar libremente y a conciencia, lo inhibe en algún grado para actuar libre de presiones, coacciones, angustias propias del miedo a una muerte prematura, a la incapacidad, a las deformaciones o pérdidas funcionales que la intervención médica y sus riesgos puedan implicar. Quintana Trías expresa que "hacer partícipe al paciente en las decisiones implica informarlo debidamente de los pormenores de la enfermedad, de su diagnóstico, de las alternativas del tratamiento y del pronóstico" y este tipo de información no sólo exige conocimiento científico sino aptitudes comunicacionales y actitudes para empatizar y compartir con el paciente. Escenario éste que es difícil de lograr en el actual contexto de premura y limitaciones de tiempo que exige el control de costos en el sistema de seguridad social en salud que rige en Colombia. El consentimiento informado: Un proceso eminentemente dialógico El consentimiento informado, tal como lo presentamos en este artículo, es más un proceso comunicacional que un acto formal de carácter meramente documental. Es un proceso gradual, no un papel ni un documento. Por esta razón, entendemos que consentimiento informado es más un intento dialogado para superar distancias y lograr aproximaciones empáticas más allá de un formulismo legal, el cual, en ciertas circunstancias y formalidades, puede incluso congelar e inhibir el ambiente de confianza requerido para que la relación médico-paciente sea exitosa. Según sea su forma de redacción y contenido, el documento puede, incluso, colocar al profesional en el ejercicio de una Medicina a la defensiva, la cual es contraria a los intereses del paciente y de la sociedad. Actitud defensiva que puede ser percibida por el paciente como una actuación tendiente a proteger contra la irresponsabilidad al mismo profesional de la salud, lo cual aminora la confianza del paciente y le coloca en expectativa para no dejar perder el menor atisbo de error en la actuación del profesional. El consentimiento informado es, en consecuencia, la información que el médico, o el equipo médico, ofrece al paciente sobre los métodos a disposición, las alternativas posibles, los efectos del tratamiento u operación, el objeto del acto a llevar a cabo y las consecuencias que se derivan de la toma libre y voluntaria de una decisión sobre la realización u omisión del acto médico. Dicha información ha de ser lo más detallada posible, sin ocultar nada pero sin alarmar al paciente, debe ser expresada en un lenguaje mediante el cual el paciente entienda todo el proceso al que va a ser sometido. Hay filtros de percepción que obligan al paciente a adoptar una posición equivocada frente al consentimiento, a pesar de ser una persona autónoma y en plenas facultades mentales; es así como, por ejemplo, aquel paciente que se encuentra en extrema angustia o dolor, siempre preferirá el riesgo que se pueda derivar de la intervención médica a mantener el padecimiento actual. En este proceso es responsabilidad del médico dar toda la información posible y en términos comprensibles, en un ambiente de mutua confianza y confidencialidad, de tal manera que el paciente puede solicitar aclaraciones, tiempos para decidir, respuestas a sus preguntas o temores y, finalmente, tras conocer los pormenores de la intervención, los beneficios que se esperan de la misma y de sus consecuencias, puede aceptar o no dicha intervención.