Papa Gregorio XVI: el papa hereje, apóstata o

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Papa Gregorio XVI: el papa hereje, apóstata o cismático deja la sede
vacante. Honorio I no fue hereje formal.
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BREVÍSIMAS INDICACIONES SOBRE LA VIDA DEL PAPA HONORIO I.
“Honorio I fue consagrado ocho días después de la muerte de su predecesor
Bonifacio V, el 3 de noviembre de 625, sin esperar la confirmación del emperador
Heraclio. El acontecimiento más notable de su pontificado fue la cuestión
monotelita. En la esperanza de reconducir a la Iglesia a los monofisitas, el patriarca
Sergio de Constantinopla intentaba hacerles admitir que la doble naturaleza de
Cristo era movida, en su acción, por una sola operación. Engañado por la astucia de
Sergio y teniendo en la mira únicamente la unidad cristiana, Honorio I admitió la
fórmula equívoca de la voluntad única de Cristo. La tentativa estaba destinada a
fallar. Escarnecido por los monofisitas, combatido por el patriarca de Jerusalén
Sofronio, fue comprometido por el emperador Heraclio que, deseoso de la unidad
política, quiso imponerlo con un edicto llamado la Éctesis. Honorio I entretanto
moría y su sucesor Severino negó el documento. En occidente el problema
longobardo quedaba en primer plano. Honorio I no pudo impedir la ascensión al
trono de los príncipes arrianos ni frenar los despojos que éstos llevaron a cabo para
daño de las iglesias, pero, gracias a la influencia de la reina católica Gundperca,
esposa de los dos reyes sucesivamente, pudo por lo menos salvaguardar la
autoridad de los obispos del reinado longobardo. Por otra parte él tuvo ocasión de
ejercitar el Magisterio pontificio en materia de disciplina con muchos obispos de
Italia, Epiro y Cerdeña. En Roma, siguiendo los ejemplos de san Gregorio Magno,
realizó un programa amplio de trabajos edilicios y fue generoso en donativos (S.
Pedro. S. Inés extramuros, S. Apolinario, S. Adrián en el Foro, el monasterio de las
Tres Fuentes etc.); bajo su égida se desarrolló la administración del Patrimonio;
confió el gobierno de Nápoles a un notario y a un Magister militum. (de la
Enciclopedia Cattolica, Vaticano, 1951, vo. IX, col. 140 y 141).
LOS FALIBILISTAS Y SUS INTENCIONES EXPLÍCITAS.
Según algunos autores contemporáneos, también Honorio I, como los ocupantes
vaticanosegundistas, habría sido a la vez hereje notorio en la conducción de la
Iglesia y pontífice: ¡esto autentificaría, siempre a juicio de ellos, el derecho a una
actitud cismática, que sería conveniente si no absolutamente necesaria —
sostienen— para permanecer católicos hoy en día!
Así estos autores están empeñados en intentar demostrar —en verdad vanamente—
que un hereje notorio puede ser pontífice y hereje notorio al mismo tiempo; ellos
idealizan sofísticamente paralelismos y similitudes entre el acontecimiento de
Honorio I (y otras controversias del pasado) con los de los herejes ocupantes
vaticanosegundistas (de Roncalli a Bergoglio, de 1958 a 2015), con el fin de poder
hoy desobedecer ordinariamente a la Primera Sede considerándola finalmente
como que está en funciones pero es falible, presumiendo, con todo salvarse de la
acusación de cisma.
No obstante, ellos revisitan, y hoy usan, las tesis de los falibilistas surgidas en los
ambientes de los novadores que, como veremos dentro de poco, ya fueron
demolidas por el propio papa Gregorio XVI empeñado en su defensa personal de la
Iglesia sobre el caso del Papa Honorio I, y en otras partes, además de haber sido
consignadas a la historia con una bula de infamia a memoria perenne y público
ludibrio por el Concilio Vaticano regido por el papa Pío IX.
Así tiene inicio mi actual breve disertación en defensa de Honorio I, del Concilio V.
I y de la infalibilidad de la Iglesia, contra los falibilistas de toda especie y época,
donde refutaremos a los falibilistas, con la Iglesia, por la Iglesia, por el amor del
papado, demostrando también, y —¡ay!— por enésima vez, que el papado y la
herejía notoria son incompatibles.
Espero que este escrito gratuito, enésimo y que —según espero— no será mi último
pequeño sacrificio, dirigido sobre todo a los especialistas por su cierta complejidad
y el latín, despierte las conciencias de algunos.
LA OPINIÓN DE LOS PRINCIPALES APOLOGISTAS DE VARIAS
ÉPOCAS Y ESCUELAS SOBRE HONORIO I.
El caballero Gaetano Moroni Romano, segundo edecán de cámara de Su Santidad
Pío IX, explica en su Diccionario de Erudición Histórico-Eclesiástica (Venecia,
1848, vol. XLIX, pp. 22, 23 24 y):
“La memoria de Honorio I —dicen algunos— habría sido de las más gloriosas, si él
no hubiera sido un poco negligente en extinguir en su principio la herejía de los
monotelistas, que reconocían una sola voluntad en Jesucristo, prohibiendo
disputar, aún cuando él reconocía dos voluntades, por lo que algún escritor lo
calumnió de ser seguidor de los monotelistas, aunque poco después el papa Juan
IV, de 640, al condenar la Éctesis, lo purgó de las calumnias que le habían sido
impuestas, y dijo que su doctrina fue conforme a la recta fe. Los más valientes
escritores se consagraron a vengar el honor de Honorio I, con sentencias diversas,
todos en verdad dignas de honor, pero no todas igualmente sólidas.
“El cardenal Torquemada en De ecclesia (lib. 2, cap. 29) es del parecer de que
Honorio I no erró en nada, sino el VI Concilio general con un error que él llama de
hecho, interpretando mal las cartas pontificias y a Sergio.
“El docto Witasse (Carlos Vuitasse) en el tratado De Incarnatione (p. 293),
menciona a los autores que después de Torquemada defendieron esta sentencia que
él impugna, y nota que antes de él había pensado semejantemente Anastasio
Bibliotecario, en praef. Ad Collectanea (t. III), Sirmondi (ed. E. Caleca), de quien
habla Petavio, De Trinitate, (lib. 7, cap. 1).
“A esta sentencia se opone el padre Désirant en su hermosa apología Honorius
Papa vindicatus, salva integritate Concilii VI, sive historia Monothelismi contra
ultima jansenistarum effugia, Aquisgrán 1711.
“Otro fue el camino que tomó Melchor Cano, que creyó que Honorio I, escribiendo
a Sergio, erró de veras en la fe; pero sostuvo que un tal error era de él como hombre
privado y no como papa. Esta sentencia ha sido defendida en el siglo pasado por
Tournely (De eccles., quaest. 3, art. 4) y por Tommasini en las Disertaciones sobre
los concilios (disert. 20).
“Alberto Pighi, los cardenales Baronio y Bellarmino, Boucat y otro francés que
sobre tal argumento dio a la luz en 1738 la disertación: Examen exact ed detaillé du
fait d’Honorius, niegan que Honorio I haya sido condenado por el VI Concilio;
entonces sostienen que los actos de ese Concilio fueron alterados (manumitidos), y
que contra el entender de los padres en vez de Theodori haya sido insertado el
nombre de Honorii, quizás por Teodoro mismo.
“Pero los hombres más grandes que han escrito de este argumento —Cristiano
Lupo, Garnier, Natale Alessandro, Antonio Pagi, de Marca, Tamagnini— han
probado y recibido como verdaderos y sinceros los actos del VI Sínodo (Concilio),
de los cuales compuso una disertación apologética Conbefis.
“El padre Gisbert, entre sus Dissert. Accad. impresas en París en 1688, tiene una en
defensa de Honorio I, en la cual es del parecer de que las cartas de Honorio I a
Sergio no contenían ninguna definición de fe, sino solamente un precepto de no
usar el término dos operaciones. Entonces continúa diciendo que esas cartas no
dañaban a la fe, por lo menos directamente; y porque estaba aún pendiente la causa
entre los católicos y los monotelistas, y estando pendiente la causa el juez puede
imponer silencio a una y otra parte, salvado así el derecho de una y otra. Pero
cuando esta controversia fue terminada por el Concilio VI, las cartas del pontífice
comenzaban a dañar a la fe también directamente; por cuanto acabada una
controversia cualquier titubeo y vacilación en la fe daña y contraría la fe misma.
Para el caso bien que Honorio I no había adherido a los monotelistas, el Concilio
general (VI) pudo condenar sus cartas, como quiera que desde ese momento
comenzaban a infligir daño a la fe.
“El Padre Francesco Marchesi en su Clypeus fortium, sive vindiciae Honorii I
Papae, Roma 1680, sostiene con gran empeño que Honorio I no fue condenado por
el VI Sínodo mientras fue general y ecuménico, es decir hasta la sesión XI; sino
después cuando ya estaba disuelto el Concilio. A favor de esta opinión se declaró el
citado Boucat en el tratado De Incarnatione (disert. 4); y no distaron de ella
(escribe alieni) Torquemada, Silvio, Lupo y Belarmino.
“Empero, la opinión más común de los escritores modernos que Garnier defendió
en particular en el apéndice a las notas del libro Diurno de’ romani Pontefici, y
después el padre Serri en De Romano Pontifice y Witasse en el tratado De
Incarnatione, es decir que Honorio no incurrió realmente en el monotelismo, sino
que mereció condena del Concilio porque con imprudente disimulación no abatió
la herejía naciente, como claramente se expresó san León II, epístola 2 ad espisc.
Hispan., el cual hablando de los condenados por la herejía de los monotelistas, y
añadiendo a Honorio I, no lo acusa de hereje, sino de que flammam haeretici
dogmatis non, ut decuit Apostolicam auctoritatem, incipientem extinxit, sed
negligendo confovit.
“Pero el doctísimo obispo Bortoli en su excelente Apologia pro Honorio I, tomó en
gran parte otro camino para defender Honorio I magistralmente, no sólo de error
en materia de fe, sino de cualquier mínima negligencia. Sus argumentos son de una
solidez tan fuerte y están munidos de una erudición tan selecta, que no cabe duda
de que todos deben atenerse a este camino seguro: Zaccaria hizo un hermosísimo
extracto en Storia della lett. d’Italia (t. II, lib. 2, cap. 24) donde se lee la
controversia expuesta con poca discrepancia. Son de consultarse también, para
justificación de Honorio I, las Disertaciones sobre el mismo argumento de Sante
Viola y de Saverio Demarco, que están insertas en la Raccolta di dissert. Eccl. del
mismo Zaccaria.
“Finalmente el padre Bartolomeo Alberto (Mauro) Cappellari, más tarde Gregorio
XVI, en el triunfo de la Santa Sede (cap. 16), declara que el hecho de Honorio I no
contradice en modo alguno la infalibilidad pontificia. La sede romana estuvo
vacante cuatro meses y veinticuatro días”.
Así termina la disertación eruditísima in defensa del papa Honorio I, por el
caballero Gaetano Moroni Romano, segundo edecán de cámara de Su Santidad Pío
IX, con respecto a las acusaciones de los protestantes y/o falibilistas. Se puede
notar todo el coraje de los valerosos defensores y apologistas de la Iglesia en la
tutela de la infalibilidad y en la apología del papado.
Hoy, desafortunadamente, en algunos ambientes que se dicen “tradicionalmente
católico” ocurre lo exactamente opuesto.
EL PAPA GREGORIO XVI Y LA DEFENSA DE LA IGLESIA SOBRE EL
CASO DEL PAPA HONORIO I Y DEL CONCILIO VI.
Leemos lo que escribe el papa Gregorio XVI (padre Cappellari) en su obra Il trionfo
della Santa Sede (Venecia, 1832, libro dedicado a su Excelencia Reverendísima
Jacopo Mónaco, Patriarca de Venecia). En la colosal apología del papado que
avergonzaría a todo sacerdote o laico falibilista de nuestros días y de toda época, en
el Capítulo XVI, párrafo 4, leemos:
“Si lo dicho por el Concilio V no contradice la infalibilidad (el pontífice se refiere a
la disputa que acaba de resolver en la causa de los Tres Capítulos y el papa Vigilio,
N. del A.), antes bien la confirma, los adversarios no pueden sacar mayor ventaja
del hecho de Honorio I del que imaginan obtener triunfo perfecto (es justamente lo
que querrían hoy los falibilistas: un triunfo de la falibilidad de la Iglesia en el caso
de Honorio I, N. del A.). Y para quitarles su jactancia no diré con Belarmino y con
Baronio que los actos del VI Concilio fueron falseados por Teodoro
Constantinopolitano, que habría borrado allí su propio nombre e insertado en
cambio el nombre de Honorio; ni diré con Tannero, Becano, Petavio y otros
muchos que el Concilio se pudo engañar engañar en el hecho (a); ni diré
finalmente, que Honorio fue condenado como hereje formal sino como doctor
privado (b): diré únicamente que él fue excomulgado como hereje, si bien no
formal sino solamente indirecto; por haber fomentado el impío monotelismo con
su intimación al silencio”.
El pontífice afirma en la nota (a): “Recurren a entuerto a Belarmino (como hacen
alguno contemporáneos, N. del A.) y a Baronio los novadores para sostener con su
autoridad las propias máximas de la falibilidad de la Iglesia en hechos doctrinales.
Porque estos teólogos e historiógrafos piensan que esto ocurrió ex informatione
falsa; luego no en consecuencia de un examen jurídico exacto”.
En la nota (b): “Que las cartas de Honorio I no eran decisiones dogmáticas, se
prueba: I° porque en ellas nada se define exacta y directamente ni contra la herejía
ni contra la fe, no haciéndose sino imponer silencio a las partes, que es lo mismo
que declarar no querer decidir cosa alguna; en tanto que en las decisiones
dogmáticas positivas se determina señaladamente el punto que ha de creerse; II°
porque no están dirigidas a toda la Iglesia; III° porque el pontífice no las revistió de
toda su autoridad, no habiéndose suscrito a ellas sino a la Éctesis, (se puede
profundizar en Storia ragionata delle eresie. Mons. Paletta, Verona, 1746, pag. 411
ss., N. del A.); IV° finalmente, porque solamente cuarenta años después, esto es, al
tiempo de Concilio, se vieron extraídas del archivo de la Iglesia
Constantinopolitana”.
Gregorio (el Padre Cappellari retoma el discurso: “En esta interpretación no me
podrán imputar insubsistentes distinciones ridículas, como Bolgeni se declara
acusado por Guadagnini, ni de ser secuaz de autores de partido; no apoyándome
sino en la autoridad de quienes están al margen de toda sospecha de adulación
hacia la Sede Apostólica. Tal es Natale Alessandro, que, después de haber expuesto
las razones para juzgar así: concludamus itaque, dice, Honorium a sexta synodo
damnatum non fuisse ut haereticum, sed ut haereseos et haereticorum fautorem,
utque reum negligentiae in illis coercendis; tal es el supuesto Bossuet, que
refutando a los antedichos Belarmino y Baronio razona así: Quid autem iniqui est
in decreto synodali? Nempe iniquit (los dos purpurados): Honorius non erat
monotelita. Quid tum postea? Quasi haeretici tantum, ac non etiam haereticorum
fautores defensoresque damnentur; tal es Herminier que responde a los
adversarios con la definición siguiente: Concilii patres Honorium damnaverunt ut
haereticum conniventia et patrocinio, concedo, … dogmata et scientia, nego:
aduciendo la autoridad de los padres y escritores contemporáneos, que le atribuyen
esta culpa solamente, y que más que ningún otro podían conocer la mente del
Concilio.
“En efecto, León II, que lo confirmó, si Honorio hubiese sido excomulgado como
hereje formal, no habría adoptado por causa de la excomunión la siguiente:
flammam haeretici dogmatis non, ut decuit Apostolicam auctoritatem,
incipientem extinxit, sed negligendo confovit, donde es de notarse aquel
Apostolicam autoritatem, en vez de Apostolicam sedem (en los capítulos
anterioreres el Pontífice ya explica la diferencia, refutando las objeciones y las
cavilaciones adoptadas por los falibilistas sobre esta distinción, N. del A.). No dijo
sedem, en cuyo caso podría entenderse en alguna manera la doctrina en torno de la
cual solamente versa la infalibilidad (fe, costumbre, culto, universales. A tal
propósito estúdiense la Satis Cognitum de León XIII y las actas dogmáticas del
Concilio Vaticano, N. del A.). Dijo en cambio auctoritatem, porque casi olvidado de
su autoridad absoluta de reprimir a los herejes, se dejó atemorizar del modo más
ruin e indigno por ellos y por la violencia imperial por la que estaban protegidos, a
consecuencia de concederles el silencio que buscaban sobre la unidad o dualidad de
operaciones en Cristo.
“¿Y como podía el mismo León, en el acto mismo de confirmar el Concilio (VI),
escribir al emperador Constantino I Pogonato ante el Concilio mismo que Honorio
fue condenado solamente porque hanc apostolicam Ecclesiam non apostolicae
traditionis doctrina illustravit, sed profana praedicatione immaculatam maculari
PERMISSIT?
“¿Pero de qué sirven —se dirá— tantos testimonios contra la evidencia de las
expresiones conciliares? Demuestran, sí, otra cosa, mas no la mente del Concilio.
Éste condena en la misma fórmula a los heresiarcas y a Honorio, y no distingue
nada; por lo tanto si una es la pena, uno es el delito. ¿Qué no distingue nada?
Veámoslo. Y antes reflexiónese que en nuestro caso, habiendo autores
contemporáneos o inmediatamente posteriores a quienes no podía ser desconocida
la intención de esos padres que sin su objeción testifican o suponen que no es tal
intención la de declarar al pontífice hereje formal; basta que la fórmula de la
condena no excluya esta distinción; y tanto más si parece requerirla. Así es: el
mismo emperador, que nada opuso a la carta que le fue escrita por León en su
edicto puesto después de la octava acción, distingue a Honorio de los otros herejes:
Ad haec et Honorium, horum haereseos in omnibus fautorem, con cursore, atque
confirmatorem. Al contrario, el mismo concilio hace la misma distinción; ya que,
habiendo ya condenado a los autores y a los defensores formales de la herejía,
excomulga aparte al pontífice, no confundiéndolo no los otros: Anathematizari
praecipimus ed Honorium, eo quod invenimus, per scripta quae ab eo facta sunt
ad Sergium, qui in omnibus eius mentem secutus est, et impia dogmata
confirmavit.
“Fautor, pues, y confirmador del monotelismo lo llama Constantino I; el Concilio lo
anatematiza por separado, aduciendo como razones de la excomunión el que en su
carta a Sergio, in omnibus eius mentem secutus est; vale decir, porque
condescendió a sus búsquedas, a sus miras y a sus intenciones, aunque no supiese
su meta, como que le había sido embozado el misterio de la herejía debajo del velo
de un celo ortodoxo, y porque confirmó las impías doctrinas con el silencio
impuesto.
“¿No se quiere admitir esta explicación? ¿Por qué, entonces, añade el Concilio: et
impia dogmata confirmavit? Si haberse uniformizado a la mente de Sergio
significase haber él abrazado sus herejías, era superfluo añadir que confirmó sus
dogmas impíos. Quién abraza la herejía, con el hecho suyo la confirma, en tanto
que se puede, por conducta incauta, indirectamente confirmarla, sin error del
intelecto, y por ende sin abrazarla. ¿Con qué fundamento, por lo tanto, se pretende
que el Concilio haya entendido la condena del papa como hereje formal?
EL PAPA GREGORIO XVI ATACA A LOS INNOVADORES
FALIBILISTAS QUE USAN EL CASO DE HONORIO I Y DEL CONCILIO
VI.
“[…] Pero esta interpretación era necesaria a los novadores para demostrar lejos del
Concilio el creer infalible al pontífice y para autentificar al paso con este ejemplo el
sistema erróneo de la falibilidad de la Iglesia en los hechos doctrinales. Por lo
demás, ha sido probado imposible el emprendimiento, sin siquiera necesidad de
recurrir a la profesión de fe, que ante la Iglesia hacían los pontífices romanos
elegidos, excomulgando en ella a los auctores novi haeretici dogmatis, etc… una
cum Honorio, qui pravis eorum assertionibus silentium impendit. Si los
adversarios pretenden que la voz hereje debe tomarse estrecho en sentido tan
estrecho que nunca signifique sino a quien es reo de herejía formal, les
recordaremos a Teogni y Eusebio de Nicomedia en el Concilio Niceno, a Teodoreto,
Giovanni etc. en el calcedonés referidos por Bolgeni; y verán que generalmente se
llama así también a las fomentadores y los no manifiestamente opugnadores de la
herejía”.
De la nota (a) en la página 421 del escrito: “¿Ahora quién no ve que en esta
hipótesis queda a salvo la infalibilidad del Papa y no es perjudicada la infalibilidad
de la Iglesia en hechos dogmáticos, pudiéndose sostener católicas, catoliquísimas,
las cartas de Honorio sin contradecir el Concilio VI (que las condenó)? […] Son
herejes quienes sostienen escritos condenados formalmente […] pero las cartas de
Honorio (más allá de estar escritas por un doctor privado y no por un pastor
universal, N. del A.) fueron condenadas como heréticas indirectamente […] no
formalmente. Y he aquí que queda arruinado el monstruoso edificio contra un
autor tan benemérito de la Iglesia (el pontífice se refiere a la controversia entre “la
malignidad de Guadagnini” y “el clarísimo Bolgeni”, N. del A.).
EL PAPA GREGORIO XVI, LOS FALIBILISTAS, LA “DEPOSICIÓN” DEL
“PAPA” HEREJE Y LA SEDE VACANTE.
Gregorio XVI (el Padre Cappellari), en el preliminar § XXXIV del mismo texto, en
la página 54, a algunas objeciones acerca de la unidad de doctrina, (o su
oscurecimiento) y la unidad de gobierno (o su oscurecimiento), defendiendo la
Iglesia monárquica de los asaltos de los novadores, replica: “[…] Tratándose aquí
de autoridad suprema, no puede ciertamente ejercitarse sino por quien la tuvo de
Dios, es decir […] por la Iglesia universal; mientras que, en sentido opuesto, la
doctrina verdadera podría ser enseñada por cualquiera. Y como quiera que […] los
hechos intrínsecamente conectados con los dogmas prueban los dogmas mismos,
así el ejercicio de esta autoridad puede considerarse como una definición de la
autoridad misma. […] En cambio, oscureciéndose el gobierno de la Iglesia, se
oscurece su tribunal legítimo […], ¿cómo se podrá en tal caso reconocer la unidad
de ministerio, y por ende la Iglesia misma? En los tiempos de los antipapas, como
también de papa muerto, no queda oscurecida la forma del gobierno ordenado por
Cristo, pero sí en el caso en que haya duda fundada, por la que no se sepa bien a
quién se debe venerar por papa, y sí en el caso de sede vacante sucede en las
diversas monarquías en que en tiempo de interregno el gobierno reside en algún
senado (en el cuerpo electivo con función de designación, N. del A.); como también
se practicaba en el antiguo imperio romano, donde el senado romano comandaba
en tiempo de interregno; por ende en esos casos el gobierno de la Iglesia es entre
tanto aristócrata. ¿Pero quién no sabe que éste no puede ser su estado natural?
¿Quién puede reconocerlo de las mismas premuras que se daba la Iglesia para
elegirse su jefe, sufriendo mal estar acéfala por largo tiempo?”.
En la página 221 en el capítulo IV, Gregorio XVI (el Padre Cappellari) explica:
“puede un papa pasar a ser hereje en cuanto a su persona privada; aunque no lo
pueda en sus decisiones públicas […] que nos (refuten) […] ahora, si pueden, los
adversarios como fantaseadores y fabricadores de interpretaciones quiméricas
[…]”. Continúa en la página 466: “¿Cómo se puede, pues, dudar de que las iglesias
asiáticas no sacaron una ventaja grande de la máxima de la falibilidad del papa
para apoyar su error si […] consideraban como falible a la Iglesia misma? Por ende,
se puede decir sin temor de ser convencido de error, que de un mismo principio
deriva en ellas la opinión de la falibilidad tanto de la Iglesia como del papa”.
En la página 547 del capítulo XXIII, Gregorio XVI, (el Padre Cappellari) afirma:
“Sea sin embargo así por un momento, y tenga sin embargo la Iglesia la autoridad
de deponer a los pontífices: ¿Y qué se infiere? La consecuencia es, ni más ni menos,
contraría a los oponentes. En efecto, cesando en esta hipótesis el papa depuesto de
ser verdadero papa, no es la deposición una prescripción contra los derechos del
primado, y por ende contra la representación actual de la Iglesia en el papa
reconocido por tal, sino solamente contra la persona, que antes estaba ornada de
dignidad papal […] Ahora bien, el punto de la cuestión no es si la Iglesia puede
quitar a uno la dignidad y autoridad pontificia, sino si en el primado se comprende
la representación de ella; cosa que no se podrá nunca negar cuando primero no se
demuestre que la Iglesia algunas veces suspendió en el papa verdadero y
subsistente el ejercicio de sus derechos primaciales; y por lo tanto también el de
representarla; y que ello suceda no obstante que él haya gozado de una primacía
activa, operosa y eficaz, con el derecho esencial de hacer sentir su autoridad […]
Ahora bien, es claro que cuando no hubiese en la Iglesia y en el papa
identidad de espíritu, de sentimientos y de doctrinas, tampoco podría
estar en éste la verdadera representación de aquella. Por lo tanto el
pontífice no puede representar a la Iglesia si al mismo tiempo no
representa su unidad”.
En la página 94, Gregorio XVI, (el Padre Cappellari) asevera: “[…] Es
evidentemente cierto que Jesucristo, queriendo que sea inmutable, visible y
perpetuo el gobierno por él fundado para la seguridad de los fieles, debe haber
provisto a la Iglesia de todos aquellos medios que son necesarios para no dejarse
gobernar por un jefe ilegítimo. Por ende debe haberle conferido infaliblemente el
derecho de poder en la incertidumbre y en la duda razonable y fundada de la
legitimidad de un papa, proceder a la elección de otro. Y esto sobre todo si aquel
cuya legitimidad es razonablemente sospechada no dejase de acosarla en mil
guisas, de modo que se debiera acusar a Dios mismo de no haber provisto
suficientemente a su indefectibilidad si en tales circunstancias no la hubiera dotado
de las facultades oportunas (y éste es el caso, por ejemplo, de la facultad de la
Iglesia de convocar un Concilio general imperfecto para dirimir la cuestión entre
papa y antipapas, o para deponer a un hereje notorio ya privado del pontificado por
Cristo, como mejor explica San Alfonso María de Ligorio en Verdades de la Fe, N.
del A.) […] (En estos casos) la Iglesia ejecuta su sentencia final no sobre el apoyo de
su autoridad sobre el papa, sino sobre la fundada suposición de que él no era tal: en
cuyo caso es evidentemente cierta la potestad de la Iglesia […]”.
En la página 85 Gregorio XVI (el Padre Cappellari) nos obliga a precisar que hay
diferencia entre “papa decaído de la Sede Apostólica” y “papa depuesto por la
Iglesia”. Y hablando del acontecimiento de antipapa Benedicto (pag. 95) en tiempos
del cisma de occidente, citando a Ballerini, Gregorio XVI (el Padre Cappellari), aún
queriendo admitir por hipótesis absurda la validez de la elección al solio del mismo,
especifica: “ahora cuáles (y cuántas) molestias recibió la Iglesia de Benedicto, que
pertinazmente impugnaba el artículo unam, sanctam […] de donde resulta que se
podía considerarlo como cismático y hereje público, y en consecuencia decaído por
sí del pontificado, también si estuviera exaltado a él válidamente”.
Como mejor explica Belarmino en De Romano Pontifice, la Iglesia depone al papa
ya que decayó de la Apostólica Sede, por sí mismo, por herejía notoria, apostasía o
cisma. Esto es necesario precisarlo ya que la Primera Sede no es justiciable, por
ende se puede deponer a quién, por el hecho mismo (eo ipso), ya decayó o no fue
nunca papa. San Alfonso en Verdades de la fe dice claramente aquel que “ya ha
sido privado de la potestad de nuestro señor Jesucristo.
El escrito es de 685 páginas, pero os garantizo que, segundo por segundo, Gregorio
XVI (el Padre Cappellari) demuele todos los sofismas y capciosidades de
falibilismo, ejemplo tras ejemplo, objeción tras objeción, en el arco de toda la
historia de la Iglesia. El recurso contemporáneo a herejías viejas de falibilismo es
de veras inesperado y ofensivo para Jesús, para la Virgen María, para la Iglesia
triunfante, para la Iglesia docente, y luego para los oídos de todos nosotros, sobre
todo si viene de ambientes que presumen ser “tradicionales”.
ANTES DE CONCLUIR. SAN ALFONSO SOBRE HONORIO I Y LA SEDE
VACANTE.
San Alfonso, en Verdades de la Fe, parte III, cap. X, 20ss., después de haber
referido numerosas hipótesis y apologías de parte de eruditos valientísimos del
pasado, concluye así: “Pero, aún si es dado por verdadero que entre los herejes
hubiera sido puesto conjuntamente el nombre de Honorio, dicen Belarmino,
Tournely y el Padre Berti en los lugares citados con Torquemada que él fue
condenado por error de hecho de información falsa que tuvieron de ello los padres
del sínodo, el cual no erró en esto con error de hecho dogmático (en lo que no
puede errar ni el papa ni el concilio ecuménico), sino de hecho particular de
información falsa tomada de la mala traducción de la carta de Honorio del latín al
griego, que él había escrito a Sergio con ánimo herético, error en el cual todos
concuerdan que pueden errar los concilios generales. Y que en tal error de hecho
particular erró el concilio se prueba por lo que escribieron en defensa de Honorio
Juan IV, Martín I, s. Agatón, Nicolás I y el concilio romano debajo del mismo
Martín, los cuales entendieron las cartas que Honorio mejor que los padres griegos
del sínodo. Y por lo tanto los escritores más antiguos, que fueron mayores en
número que los modernos, eximieron a Honorio de la nota de hereje, como s.
Máximo, Teófane Isáurico Pablo Diácono y también Focio, enemigo de la Iglesia
romana, todos citados por Belarmino, que añade que todos los historiadores
latinos, Anastasio, Beda, Blondo, Nauclero, Sabellico, Platina y otros, llaman a
Honorio papa católico. Tanto más (dicen Belarmino, Torquemada, Cano, Petitdider y Combefisio) cuanto, si Honorio en esas cartas hubiese abrazado el error de
Sergio, habría errado como hombre privado con esas cartas privadas y no
encíclicas, pero no ya como pontífice y doctor universal de la Iglesia. Pero,
habiendo atendido a las palabras de las cartas de Honorio consideradas más arriba,
no sabemos entender cómo Honorio puede condenarse de hereje. Lo verdadero es
lo que escribió León II: que, aunque Honorio no cayó en la herejía de los
monotelitas, no estuvo, empero, exento de culpa, porque flammam (como dijo
León II) haeretici dogmatis non, ut decuit apostolicam auctoritatem, incipientem
extinxit, sed negligendo confovit. El debía suprimir el error en su principio, y faltó
a esto”.
San Alfonso en el tomo primero de Verdades de la Fe en la página 136 (Edizione
Novissima, Bassano, 1767) afirma: “Dios ha dado la potestad de elegir al papa a la
Iglesia, es decir al Colegio de los Cardenales o al Concilio en el caso de papa dudoso
o herético pero no en la potestad papal. […] La sola herejía (apostasía, cisma,
precisa a otra parte N. del A.), no ya los otros crímenes, hacen al papa incapaz de su
oficio; de donde resulta que en caso de papa hereje, no es que el Concilio sea
superior al papa: entonces el Concilio (general imperfecto, N. del A.) declara
(solamente, N. del A.) al papa decaído del pontificado, como quien no puede ser
más doctor de la Iglesia, teniendo una doctrina falsa”.
Y en la página 104 del mismo escrito: “Nada importa tampoco que en los siglos
pasados algún pontífice haya sido ilegítimamente elegido, o fraudulentamente se
haya metido en el pontificado; basta que después haya sido aceptado por toda la
Iglesia, atento a que por una tal aceptación ya se ha hecho pontífice legítimo y
verdadero. Pero si por algún tiempo no hubiese sido verdaderamente aceptado
universalmente por la Iglesia verdaderamente, en tal caso por aquel tiempo la sede
pontificia habría estado vacante, como está vacante en la muerte de los pontífices.
Así ni siquiera importa que en caso de cisma haya estado mucho tiempo en la duda
quién era el pontífice verdadero; porque entonces uno habría sido verdadero,
aunque no bastante conocido; y si ninguno de los antipapas hubiera sido
verdadero, entonces el pontificado se habría quedado finalmente vacante”.
CONCLUSIÓN.
Hemos demostrado, por enésima vez —habiendo dedicado a ello decenas y decenas
de estudios públicos y gratuitos publicados aquí en Radio Spada y en otras partes,
y mucho trabajo invertido en mi Apología del Papado (EffediEffe 2014)— que un
papa que debiera ser notoriamente herético en la conducción de la Iglesia, cesaría
de ser papa e incumbiría al Concilio imperfecto, (al menos moralmente) general
deponerlo. Por decirlo a la manera de la San Alfonso: “Y lo mismo sería en el caso
de que el papa cayera notoria y pertinazmente en alguna herejía. Aunque entonces,
como lo dicen mejor otros, el papa no sería privado del pontificado por el Concilio
como su superior, sino que sería despojado de él inmediatamente por Cristo,
convirtiéndose entones en sujeto totalmente incapaz, y caído de su oficio” (Verità
della Fede, volumen primero, Giacinto Marietti, Turín, 1826, en la página 142).
“Obviamente, la elección de un hereje, cismático, o de una mujer [como] papa sería
nula y invalida”, enseña, por ejemplo, la Enciclopedia Cattolica, véase “Elezioni
papali”, 1914, vol. XI, p. 456. Pero evitemos verbosidades y puntualizaciones ahora,
ya que es claro, con la Iglesia, que un hereje notorio “se reencontraría, por tal
hecho mismo y sin otra sentencia, separado de la Iglesia […] no podría ser un
hereje y seguir siendo papa”, para usar las palabras de San Antonino de Florencia.
En el número 67, año XXXI, Nº 4, Diciembre de 2015 de la óptima revista teológica
Sodalitium, se publica toda una disertación de San Antonino de Florencia (de la
página 4 en adelante), citado por el coordinador don Ricossa, en donde San
Antonino en sus escritos jurídicos y morales fundamentales explica perfectamente
en qué consiste el “papado formal” y sencillamente en qué el “papado material”, o
—brevemente— la posesión desnuda de la Sede en estado de jurisdicción privada
(que el sujeto perdió o nunca obtuvo).
En estas condiciones sí es lícito resistir al ocupante, pero haciendo CLARAMENTE
presente que éste, habiendo caído notoria y pertinazmente en alguna herejía,
perdió la jurisdicción puesto que fue privado por Nuestro Señor, o bien nunca la
obtuvo por vicio (por obstáculo). De aquí surge la necesidad de celebrar la misa de
sede vacante non una cum el hereje que ocupa la cátedra. Y esto es el caso de
ocupantes vaticanosegundistas. Para profundizaciones ulteriores remito a todos a
los estudios ya publicados previamente.
OBJECIONES AL CASO ESPECIFICO DEL PAPA HONORIO I.
1) El escrito de Gregorio XVI no tiene valor ya que fue redactado por el padre
Cappellari antes de ser elegido pontífice. Admito que lo escribió antes, no obstante
niego que haya perdido su valor doctrinal, ya que ni fue condenado de la Iglesia ni
nunca el papa Gregorio XVI lo rechazó, antes bien lo confirmó en su Magisterio. El
Concilio Vaticano pronunciará después el dogma.
2) Honorio I fue hereje y sin embargo siguió siendo papa. Admito que su
conducta, si los documentos no fueron falsificados o mal traducidos,
probablemente favoreció una herejía, no obstante lo hizo en cartas privadas y no en
documentos de Magisterio. Totalmente diverso es el caso de los ocupantes
vaticanosegundistas.
3) Por lo tanto el Concilio VI (Denzinger, números 550-552 Concilio de
Constantinopla 3º, VI Ecuménico, Sesión 13 del 28 de marzo de 681) y el papa San
León II (Ibid., números 561, 563 papa San León II, Carta Regi regnum al
emperador Constantino IV, alrededor de agosto de 683) erraron, el primero en
condenar y el segundo en confirmar la condena, a Honorio I como hereje. Niego,
de hecho fue anatematizado por su negligencia, que por lo demás ocurrió en cartas
privadas (años 539-542). Habiéndose hecho conocidas las cartas, el Concilio, para
tutelar la integridad de la fe y por ende a la grey, hizo muy bien en anatematizar al
mismo como doctor privado. El papa San León II, habiendo retornado sus legados
a Roma de Constantinopla, reconoció los actos del Concilio y así lo hizo ecuménico,
aludiendo también en la condena a Honorio I por negligencia. Siempre teniendo en
cuenta que no haya habido contrahechuras en los documentos del Concilio VI.
4) Pero una vez que las cartas fueron falsificadas y el Concilio condenó a base de
ello, la Iglesia y el papa habrían errado. Niego, para evitar verbosidades,
sencillamente cito a san Alfonso: “no erró en ello con error de hecho dogmático […]
sino de hecho particular de información falsa, tomada de la mala traducción de la
carta”.
La carta Dominus qui dixit del papa Juan IV (Denzinger 496-498) al emperador
Constantino III (Apología del papa Honorio de primavera de 641), explica
claramente, contextualizando el acontecimiento con gran escrúpulo, la intención
del papa Honorio I: “[…] Por lo tanto mi predecesor, dando enseñanzas acerca del
misterio de la encarnación de Cristo, decía que en Él no hay como en nosotros
pecadores voluntades contrarias a la mente y a la carne. Algunos sustituyeron esto
con su propia opinión y supusieron que él enseñó que era una sola la voluntad de
su divinidad y humanidad, lo que es totalmente contrario a la verdad”.
Por ende es clarísimo el error de negligencia, y es igualmente claro que Honorio I
por ello no recibió una condena de herejía formal del Concilio VI ecuménico, como
también San León II afirma confirmando el anatema: No apagó de inmediato, al
principio, la llama de la enseñanza herética, como habría debido avenir por parte
de la autoridad apostólica, sino que con su negligencia la favoreció” (Traducción de
la oración).
REFLEXIONES.
Del presente estudio aprendamos, en cambio, y por enésima vez, que: 1) la Iglesia
excomulga el hereje, incluso si es “papa”; 2) la Iglesia declara la sede vacante de en
caso de “papa” hereje; 3) la Iglesia anatematiza también por negligencia; 4) la
Iglesia siempre y en todo caso conserva inmaculada la Primera Sede; tómese
ejemplo de los escritos de san León II sobre Honorio I; 5) Que un Papa pueda errar
como doctor privado es ciertamente un inconveniente (donde se lee “ne deficiat
fides tua” sería conveniente profundizar la especulación teológica para comprender
si la promesa se refiere al hombre-papa en sentido compuesto como papa, o en
sentido dividido como solo hombre que de todos modos ocupa el cargo de papa),
pero no es sinónimo de sede vacante (con todo, creo que podemos, cuanto menos,
dudar, y estar autorizados a pensar que el sujeto ya fue privado de la jurisdicción
por Cristo, o que él no la poseyó nunca, ya que él sería materia próxima al
pontificado, pero todavía no idónea), es diferente para las herejías (apostasías,
cisma) notorias y pertinaces en la conducción de la Iglesia (Magisterio, Ley, Culto,
Canonizaciones, etc.), en cuyo caso el sujeto deja la sede vacante; 6) que la Iglesia
es infalible también en el solemne Magisterio de canonización, como explica el
Papa Benedicto XIV en De Servorum Dei Beatificatione et Beatorum
Canonizatione (cliquear qui); 7) que los católicos defienden la Primera Sede y el
Papado, y no usan casos controvertidos para enlodar el papado, como hacen
algunos contemporáneos aún aprovechando la debilidad de Honorio I; 8) que el
hereje material se queda en “papa material”, o bien “no papa”, en espera de que sea
formalmente depuesto o que, corrigiéndose, se perfeccione su elección (según
algunos eso no sería posible, para mí en cambio es posible).
Espero que este escrito gratuito, para la mayor gloria de Dios, sea útil a los
interesados y de corrección a los refutados. Me confío a la Misericordia de Dios en
caso de errores cometidos por mí y a la Misma me entrego si he faltado a la
caridad.
PS: No he citado, por brevedad, todo cuanto he juntado en mi libro Apología del
Papado respecto de Honorio I, libro que, tarde o temprano, si Dios quiere, deberé
republicar a Dios con algunas integraciones y alguna corrección.
Todos o casi todos los escritos aquí citados son leíbles gratuitamente en Google
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CdP Ricciotti.
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