[10] —Alemania acaba de perder a uno de sus más notables jurisconsultos. El célebre Blüntschli cayó muerto días atrás en una calle de Karlsruhe, de un ataque de apoplejía, al dirigirse al palacio del gran duque. M. Blüntschli nació en Zurich (Suiza), [en] el año 1808. Siguió la carrera de derecho en Suiza y Alemania, y alcanzó en 1831 un premio de la Academia de ciencias de Berlín por su Tratado sobre la sucesión según el Derecho romano. De regreso a Suiza, tomó una parte activa desde las columnas de los periódicos liberales de Zurich, en las luchas políticas que dividían a su país. Fue nombrado miembro del Gran Consejo, consejero de Estado y miembro del directorio federal. Continuó sus trabajos literarios y publicó la Historia de la villa y del país del Zurich, bajo el aspecto político y jurídico; los Sistemas modernos de los jurisconsultos alemanes, y el Derecho político general. En 1861 abandonó a su patria y aceptó una cátedra de derecho público en la Universidad de Heidelberg. Desde entonces permaneció en Alemania. Entre otras obras ha publicado una Historia del Derecho político general, el Derecho de guerra moderno, el Derecho moderno de los pueblos y una Teoría del Estado moderno. —El dinero es anónimo: no hay rastro en él de las lágrimas que ha hecho derramar ni de la sangre que ha costado. —El gobierno japonés se halla actualmente con una dificultad extraña y grotesca, aunque muy grave en el fondo. Los indígenas de la provincia de Ryūkyū practican desde tiempo inmemorial el uso de exhumar y lavar los esqueletos de sus muertos, a los tres años de su defunción. En tiempo ordinario no ofrece ningún inconveniente grave este piadoso jabonado, que se celebra en día fijo, a la vista de la policía y por millares de cráneos a la vez. El espectáculo de esta fiesta original sublevaría las delicadas conciencias americanas y europeas, porque cada colección de osamentas es cuidadosamente cepillada con agua caliente y jabón. Este trabajo está reservado a las mujeres, que llevan con frecuencia su celo funerario hasta pulimentar y encerar los cráneos de sus abuelos. Para la generalidad de los cadáveres, se opera la cocción o preparación de los huesos en unas inmensas calderas, que unos empresarios particulares ponen a disposición del público. En cuanto a la aristocracia, se lleva a cabo la preparación en unas brillantes marmitas de familia, adornadas para la circunstancia con guirnaldas de flores. Es el caso, que al terminar este año tendrán que exhumar los piadosos habitantes de Ryūkyū todas las víctimas del cólera de 1879, y como el lavado tradicional pudiera hacer renacer la epidemia, el gobierno del Mikado ha intentado disuadir a sus súbditos. Muchos altos dignatarios han ido a aquella comarca, exhortando al pueblo a que renuncie, siquiera por una vez, a la limpieza de los huesos, pero los habitantes de Ryūkyū prefieren la toilette de sus muertos a la salud pública, y han recibido a los comisionados a pedradas. Por tanto, el cocimiento funerario de Ryūkyū se efectuará como siempre; solamente que este año se le rodeará de más cuidados y honores. ¡En cuanto a las consecuencias… sabe Dios lo que resultará! —Acaba de verse en Londres una causa muy extraña y que si no prueba pone al menos en duda la eficacia justicieramente reparadora de los Jurados que, como humanos, son falibles. El caso es el siguiente.—Tres años ha, una señorita que se hacía llamar miss Mabel Wilberforce trabó conocimiento con un médico octogenario que la presentó e introdujo en el seno de su familia. Miss Wilberforce parecía contar como unos veinte años, y ésta era en efecto su edad, según las propias declaraciones. Cuando se le interrogaba sobre su pasado, decía haberse dedicado desde muy joven al servicio de los hospitales y al de los heridos en diversas guerras, citando, a propósito del último particular, la batalla y hospitales de Plewna en donde había conocido y tratado mucho a Osmán-Pachá. No encontrando la cosa muy verosímil el hijo del médico, trató de informarse y de sus averiguaciones resultaron indicios suficientes para expulsar de la casa a la joven desconocida. Miss Wilberforce denunció entonces de calumnia a su enemigo, pero perdió el proceso, sin que le valiese protestar bajo juramento de que no tenía cuarenta y un años, como suponía el calumniador, ni era mujer legítima de ningún individuo llamado Trenefide, ni madre de dos hijos, ni había estado nunca en América. Terminado el asunto, el hijo del médico denunció a la joven por el delito de juramento falso. Por desgracia hubo testigos que declararon haberla conocido en otro tiempo bajo el nombre de Mme. Trenefide; apareció un médico dando testimonio de asistencia a un parto de la acusada en Douvres, y por el año de 1862; y trájose al tribunal la fe de bautismo de una niña registrada en dicha época, al pie de cuya acta figuraba la firma de Amy Evangeline Trenefide, condesa de Speneflis.—El jurado después de largas vacilaciones, condenó a la pobre joven, que no representa ahora sino veinte y tres años, pero a la cual se atribuyen cuarenta y un años, a nueve meses de reclusión y trabajos forzados. La Opinión Nacional. Caracas, 19 de diciembre de 1881 [Mf. en CEM]