Voy a introducirme en el tema haciendo pie en el cuestionario que

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Una de las dificultades para precisar qué entendemos por contemporáneo
tiene que ver con que los lazos de contemporaneidad que establece cada
uno de nosotros no son necesariamente compartidos. En otros términos: no
se trata de una noción universalizable. Es por eso que muy probablemente
no todos coincidamos a la hora de explicitar de quiénes nos sentimos
contemporáneos, o a quiénes reconocemos como nuestros contemporáneos.
Para dar un ejemplo: mientras para algunos el nombre de Marx constituye a
esta altura un arcaísmo, para otros sigue resultando una referencia
ineludible, y aun para muchos otros puede despertar una indiferencia
neutra, quizás insospechada hace algunas décadas.
Voy a proponer entonces una aproximación a nuestro tema mediante una
formulación provocativa y probablemente inactual, apelando pese a ello a
que se haga comprensible por la condición de coetáneos que compartimos
muchos de nosotros (excluyo a Verónica y Alejandro): “el psicoanálisis
será contemporáneo o no será”. Creo que nos puede servir para ir
estableciendo una distinción entre nociones que tendemos a superponer:
coetáneo, actual y contemporáneo.
Mi impresión es que la condición de coetáneo es eminentemente pasiva,
y constituye un “ya dado” naturalmente: coincide con una determinación
calendaria y, en ese sentido, con el criterio que nos permite establecer una
distinción convencional entre diferentes generaciones. Es por eso que la
condición coetánea se aviene mejor con una estimación cuantitativa, como
la que se desprendía de la última pregunta del cuestionario que prepararon
Verónica y Alejandro: “¿cada cuantos años considera que se define lo
contemporáneo?”
La condición de “contemporáneo”, en cambio, supone un lazo particular
que se construye activamente: es por eso que es contingente, y puede o no
constituirse. Lo contemporáneo mantiene además una relación variable con
lo coetáneo, por lo mismo que podemos hablar de “épocas” más o menos
extendidas en el tiempo calendario. Es lo que permite que Levi-Strauss
pueda hablar de períodos fríos y períodos calientes en la historia, estos
últimos más vertiginosos y atravesados por una mayor densidad de
acontecimientos e innovaciones. Es lo que hace, también, que E.
Hobsbawm, para muchos el gran historiador del siglo XX, pueda referirse a
este último como un siglo corto, de elevada temperatura histórica, que por
eso se desentiende del calendario y se consume velozmente entre las dos
fechas que lo acotan: 1917 (la revolución de octubre) y 1989 (la caída del
muro). Un siglo que brinda entonces marcos temporales para alojar la
contemporaneidad mucho más estrechos -por ejemplo- que los
correspondientes a los primeros tres o cuatro siglos de la era cristiana, más
morosos.
Podemos, a falta de ir definiendo, al menos ir arrinconando la noción de
contemporáneo, al discriminarla también de la noción de “actual”, en la
forma en que lo entiende Agamben: “aquel que coincide perfectamente con
su tiempo y se adecua a sus pretensiones”. Mi impresión es que es a esta
noción de actualidad a la que apuntan muchas de las preguntas del
cuestionario, que ponen el acento en la familiaridad adquirida en el empleo
de la técnica de una época (Twitter, Facebook, Linkedin, etc.).
Consideremos por un momento que Twitter irrumpió hace dos años,
Facebook hace 8, y las PC de uso hogareño hace 15 años. Borges, por su
parte, murió antes de que todas estas innovaciones se instalaran entre
nosotros… y sin embargo subsiste, dura como una roca, la intuición fuerte creo que compartida por muchos de nosotros- de que Borges sigue siendo
nuestro contemporáneo. La solidez del lazo que nos une a sus textos no
parece resentirse -al menos por ahora- por la ausencia en ellos de improntas
que acrediten una familiaridad con estas innovaciones que a nosotros sí nos
resultan familiares.
Me parece que podríamos hablar de una disposición particular que se
pone en juego para la construcción de lazos de contemporaneidad. Es la
disposición que hace posible que -salvo circunstancias muy particulares- un
analista sesentón pueda escuchar las quejas de un paciente adolescente.
Aun más: que pueda -sin ser coetáneo- escuchar las quejas presentes en el
discurso de un adolescente que, para una escucha convencional, podría
resultar anodino e intrascendente. Es una disposición en la que podemos
reconocer uno de los tantos rostros del deseo que nos habita en tanto
analistas.
Tocamos aquí las resonancias que adquiere para nuestra práctica una
bonita formulación de Agamben: “contemporáneo es aquel que mantiene la
mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino sus sombras.”
Para nosotros, analistas, la aptitud para percibir las sombras de una época
se actualiza cotidianamente en nuestra disposición para escuchar los
malestares implícitos en los discursos de quienes nos consultan.
La condición contemporánea -o, para ser más precisos, la disposición a
crear lazos de contemporaneidad- no es entonces un accesorio gracioso
que nos brinda una aureola aggiornada. Es, por el contrario, una aptitud
que contribuye a definir las condiciones de posibilidad de nuestra práctica,
y que rubrican la actualidad de una formulación tempranera de Lacan
(1953): “Que renuncie, pues, a la práctica analítica, quien no pueda unir a
su horizonte la subjetividad de su época.” Es una formulación a la que
conviene despojar del matiz superyoico con que muchas veces es
enunciada. A mi gusto, podríamos invocarla con signos de interrogación:
“¿Cómo es que se podría ser analista, sin unir la subjetividad de la época al
horizonte de la propia práctica?”
Desde esta perspectiva, pierden carácter anecdótico las múltiples
referencias de Freud a “su” actualidad, que atraviesan sus consideraciones
metapsicológicas más elaboradas. Por ejemplo, cuando al formular una
crítica precisa al intento de Rank de abreviar la cura analítica por la vía de
reconducir todas las problemáticas neuróticas al trauma de nacimiento,
desliza que probablemente se trate de un intento de acompasar los ritmos
de la cura analítica al tempo cada vez más vertiginoso de la vida
norteamericana.
Una
observación,
diríamos,
obstinadamente
contemporánea, al punto que puede reclamar su lugar en el debate actual en
torno a las llamadas sesiones breves. Diferentes -conviene subrayarlo- a las
sesiones de tiempo variable por las que en cambio se inclinaba Lacan: a
veces más cortas, pero también a veces más prolongadas que la sesión
canónica de 50 minutos.
Para seguir con Lacan: una tesis temprana, formulada en 1938 y referida
a la progresiva degradación de la función paterna, constituye un buen
testimonio de su empeño por “unir el horizonte de su práctica a la
subjetividad de su época”. Es una tesis controvertida, que con sucesivas
reformulaciones se mantiene como un hilo rojo a lo largo de su enseñanza.
Me interesa destacar que con ella intenta dar cuenta de una novedad que
recoge en su clínica: lo que en ese momento denomina un “enviciamiento
narcisista” de la relación al padre (correlativo de la pérdida de su lugar
simbólico), con sus consecuencias: una represión incompleta del deseo por
la madre y una debilidad en la constitución de los ideales del sujeto
contemporáneo. Son las dos características distintivas de lo que en ese
momento denomina “la gran neurosis contemporánea”, que opone a las
neurosis “clásicas” de fines del siglo XIX que fueron el fundamento de la
clínica freudiana.
Como vemos, el reconocimiento del efecto ordenador sobre la clínica de
las grandes estructuras nosográficas freudianas, no limitó la disposición de
Lacan para salir al encuentro de “lo nuevo”. Es la misma disposición que
treinta años después lo llevará a formalizar el discurso universitario y el
discurso capitalista. Son instrumentos que pueden ayudar a comprender las
nuevas formas de presentación del malestar, y en algunos casos a operar
sobre ellas. Están en buena medida determinadas por la creciente orfandad
simbólica del sujeto contemporáneo: sus efectos se verifican en muchos de
los rasgos propios de nuestra cultura. Uno de ellos es, por supuesto, la
irrupción cada vez más inquietante de la violencia. En la escena bélica
contemporánea, cada vez más atravesada por lo que E.Hobsbawm
denomina “deslizamiento hacia la barbarie”, pero también en la escena
urbana, configurando las denominadas nuevas formas de violencia, que la
socióloga S.Guemureman califica de gratuitas, hedonistas y antiutilitarias.
Esta disposición para percibir las sombras de la época se actualiza
entonces, también, por fuera de nuestros consultorios, en nuestra
permeabilidad a ser interpelados por las lecturas del malestar que
atraviesan los discursos de otras disciplinas. Mi impresión es que en este
punto se decide la aptitud del psicoanálisis para revalidar sus títulos de
interlocutor válido en el espacio grande de la cultura. Las cartas de
Winnicott a los periódicos de su época (al Times, al The Observer), pero
también a revistas médicas (el British Journal) constituyen un buen
testimonio de la práctica de un analista que se reclama contemporáneo. Es
así como Winnicott no deja de hacer conocer su opinión a lo largo de tres
décadas, sin temor a ser inactual. Y lo hace tomando posición frente a
fenómenos complejos, como la delincuencia juvenil, a contramano -para
decirlo en sus términos- de modas más permeables al “sentimentalismo” o
a su contracara, el reclamo del “linchamiento público”. En una de estas
cartas (al Times, en agosto de 1949) se pueden encontrar incluso
reflexiones acerca del tipo de participación que cabe esperar de un
psicoanalista en los debates públicos, que parecen anticipar los desarrollos
más recientes de P.Bourdieu en relación a las “estrategias de intervención”
del intelectual en los medios masivos de comunicación.
Retomemos, para terminar, la reflexión de Agamben que evocamos al
comienzo, para compartir algunas de sus resonancias. “Pertenece realmente
a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide
perfectamente con este ni se adecua a sus pretensiones y es, por lo tanto,
inactual. Pero justamente por ese alejamiento y por ese anacronismo, es
más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo”.
Es una formulación que parece resonar en la misma dirección que una
sentencia de Hegel: “El búho de Minerva levanta vuelo al atardecer”.
Minerva es la diosa de la sabiduría y el búho, en principio su acompañante,
es también su símbolo. Hegel parece decirnos que la reflexión crítica solo
puede cobrar impulso cuando no está enceguecida por los brillos de una
época: es su decadencia, en cambio, lo que la hace posible. Agamben, en
cambio, pone el acento en la aptitud del “contemporáneo verdadero” para
percibir las sombras de una época, aun en sus momentos de esplendor: la
desconexión y el desfase particulares que establece con su tiempo lo
resguardan del enceguecimiento que en cambio aqueja a sus coetáneos,
demasiado actuales.
Mi impresión es que en esta (des)ubicación que para Agamben define la
relación del contemporáneo con su tiempo, podemos reconocer la misma
reivindicación orgullosa que Freud hace de su “espléndido aislamiento”,
incluso de su no pertenencia a “la compacta mayoría”. En todas estas
formulaciones resuena esa condición de extimidad (un neologismo de
Lacan) en relación a las urgencias, los valores y las preocupaciones de una
época que resguarda la especificidad de nuestra posición de analistas. Y
que nos convierte -en tanto tales- en necesariamente contemporáneos.
1. Linkedin:
Sabe lo que es?
Consiguió algún paciente por este medio?
Lo conozco, pero no lo utilizo: de hecho, tengo pendientes un buen nº de solicitudes,
y no las he respondido. Y por supuesto, no he "conseguido" ningún paciente por este
medio rencoroso y vengativo, si los hay...!
2. Twitter:
Sabe lo que es?
Sabe para que se utiliza?
Tiene cuenta de Twitter?
De ser así: cuántas horas semanales la usa?
Tengo cuenta de Twitter, y la utilizo poco. Estando en situaciones de espera, me he
conectado y me resultó entretenido seguir algunas referencias de deportes (Diego
Latorre) y políticas.
3. Skype:
Sabe lo que es?
Alguna vez lo utilizó como herramienta con algún paciente?
Sé lo que es; lo uso para comunicaciones familiares (en situaciones de viajes), pero
no lo he utilizado para sesiones con pacientes. Un tratamiento con un paciente del
interior del país lo hago por el teléfono de linea.
4. Tiene Blog?
No
5. Tiene Página Web?
No
6. Qué asocia con la palabra Facebook?
Una conexión rápida con amigos, y también la película "REDES SOCIALES".
La utilizo, pero en forma discontinua: me molesta soberanamente el recordatorio
superyoico " Alberto: han pasado muchas cosas y te has perdido muchas
actualizaciones mientras no has ingresado a la red"
7. Usa el mensaje de texto con sus pacientes?
No, prefiero hablar por el celular.
8. Usa la PC en la sesión?
No. Recuerdo una situación en que una paciente necesitó mostrarme en pantalla una
serie de mails, en el marco de una ruptura con su pareja.
9. Como reacciona frente a un paciente que usa su celular en la sesión? Aceptación o
Rechazo?
Ni aceptación pasiva, ni rechazo: depende de cada situación particular. Pero siempre
pregunto de quién recibió la llamada, por ejemplo.
10. Le pregunta cosas a Google?
Si; lo utilizo mucho para búsquedas bibliográficas.
11. Cada cuantos años cree que se define la contemporaneidad?
Creo que no es un concepto cuantitativo, y que la estimación depende mucho de lo que
Hobsbawm llama "la temperatura de la época". Pero me parece que es un tema para
desarrollar más en la actividad del 27.
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