Venciendo a los que son más fuertes que tú.

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VENCIENDO A LOS MÁS FUERTES QUE TÚ
(Deut. 9:1-6)
INTRODUCCIÓN.En el pasaje de Deuteronomio 9, que acabamos de leer, se le comunican al pueblo palabras de
ánimo y de verdad, para el momento de entrar en batalla y poseer la tierra prometida.
También se le previene de errores garrafales que podrían cometer, una vez expulsados los
habitantes de aquellas tierras.
Dios ha traído al pueblo por el desierto, una situación difícil como vimos el otro día, y ahora
está a punto de iniciar sus victorias sobre los pueblos de Canaán, tomando así posesión de la
tierra.
Vemos aquí, sin duda, una ilustración acerca de las batallas y victorias que se producen en la
vida cristiana. Por ejemplo, Pablo compara su trabajo evangelístico y de edificación espiritual
en las iglesias como una batalla. Aunque añade que “no libra las batallas como lo hace el
mundo. Las armas con que luchamos –dice él– no son del mundo, sino que tienen el poder
divino para derribar fortalezas” (2ª Cor. 10:3,4). También al final de su vida vuelve a decir: “He
peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe” (2ª Tim. 4:7).
Normalmente, cuando los seres humanos obtienen victorias, o éxitos, en sus vidas piensan que
se debe a su mayor talento, o justicia, o esfuerzo, etc.; aunque últimamente también se suelo
añadir la suerte. Y todo esto produce una sensación de orgullo; reconocemos cierto mérito
propio en la victoria. Si por el contrario las victorias no llegan, las personas suelen sentirse
hundidas o entristecidas por su falta de talento, justicia, capacidad, esfuerzo o suerte. Y a
veces, los cristianos también pensamos igual.
Sea que nos orgullezcamos, o nos sintamos hundidos, estamos perdiendo de visto algo
fundamental que El Señor desea mostrarnos en este pasaje. Realmente para enseñarnos lo
que vamos a ver esta mañana se escribió este texto de Deuteronomio. De hecho todo el A. T.
se ha escrito con la finalidad última de servirnos de ejemplo, de advertencia y también para
darnos consolación y esperanza. (1ª Cor, 10: 11 y Rom. 15:4)
Entrando ya en materia, veamos nuestro primer punto.
I.- MÁS FUERTES QUE TÚ.- (v. 1,2)
Es decir, los enemigos que tienes que enfrentar son más fuertes que tú.
Realmente los capítulos 7,8 y 9 de este libro dejan bien sentado que la razón de los éxitos que
se inician ahora no tiene nada que ver con las bondades o grandeza del pueblo. En Deut. 7:7
dice: “El SEÑOR se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso sino el
más insignificante de todos”. Y desde luego todo el resto del capítulo 9 que estamos viendo
enfatiza la terquedad del pueblo, concluyendo en el v. 24: “¡Desde que os conozco habéis sido
rebeldes al SEÑOR!”.
Esto me recuerda lo que Pablo le dice a los corintios: “Hermanos, considerad vuestro propio
llamamiento: No sois muchos de vosotros sabios, según criterios meramente humanos; ni sois
muchos poderosos, ni muchos de noble cuna. Pero Dios escogió lo insensato del mundo para
avergonzar a los sabios, y escogió a lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos.
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También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es”.
(1ª Cor. 1:26-28)
¡Cuánta dificultad tenemos, a veces, para aceptar esta extraordinaria paradoja! Porque, tal
vez, nos gustaría ser reconocidos como sabios, poderosos y con prestigio y fama. Pero Dios
escoge darles victoria a quienes dice en los vs. 27 y 28. (Leedlos).
Pero volvamos a los vs. 1 y 2 de Deut. 9. Las naciones que vas a despojar “son más grandes y
fuertes que tú” (v.1) “Tienen grandes ciudades con murallas que llegan hasta el cielo” (v.1) y tú
vas a campo abierto. Además “sus gentes son poderosas y de gran estatura” (v.2) ¡Los
Anaquitas! Palabra para echarse a temblar. ¿Quién puede oponerse a los descendientes de
Anac?
Es decir, el panorama, mirando lo que hay por delante es poco alentador. Porque en todo te
sacan ventaja. No sé si vosotros tenéis identificadas algunas de las batallas que el Señor os
pone para combatir; porque los enemigos siempre son más fuertes, más poderosos y más
grandes de los que nosotros podríamos vencer.
Nuestros enemigos ahora se concretan en tres frentes: a) Nuestra naturaleza pecaminosa. b)
La manera de pensar, valorar y vivir de este mundo. c) La acción poderosa de Satanás. Todos
ellos son poderosos y formidables enemigos, muchísimo más fuertes que nosotros.
Así que, como aquellos israelitas, nosotros también enfrentamos una lucha desigual.
Aparentemente imposible de vencer. Pero, si somos cristianos, a lo largo de nuestra vida
estamos llamados a enfrentar, pelear y vencer estas batallas. Como dice otra versión: “Ha
llegado el momento” para pelear y ganar esas batallas. Aunque ciertamente los enemigos “son
mucho más grande y fuertes que tú”.
Nuestro segundo punto es un análisis erróneo de las causas de la victoria.
II.- UN ANÁLISIS ERRONEO DE LAS CAUSAS DE LA VICTORIA.- (v. 4-6)
Aquí vamos a saltar, por el momento, el v. 3 para centrarnos en el 4 a 6.
La tendencia humana por causa de la caída es clara: Si hay victorias en la vida, el orgullo en
alguna de sus formas se suele encargar de nosotros. Si hay derrotas, la humillación, la tristeza
o en último caso el cinismo nos atacarán.
En los triunfos, con la sonrisa en nuestra cara, pensaremos, según los valores de cada cual,
pero qué listo, qué valiente, qué guapo, qué sabio, qué justo, qué amable, que bueno, qué
poderoso, etc., soy. ¡Porque tengo alguna de estas cosas he vencido! Y así nos condenamos a
vivir por lo que somos o hacemos. Como dice la justicia según la ley: “el que practique estas
cosas vivirá por ellas” (Rom. 10:5). Y si en lugar de vencer perdemos, puesto que seguimos
dependiendo de lo que somos y hacemos, nos veremos torpes, temerosos, feos, ignorantes,
injustos, déspotas, malos o débiles, etc.
Por tanto, en un caso o en otro, dependemos de lo que somos en nosotros mismos para
sentirnos hinchados o hundidos. Y esto se da continuamente en la vida en este mundo.
Este era también el riesgo del pueblo israelita una vez que obtuvieran sus victorias. El v. 4 dice:
“Cuando el SEÑOR tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar: ‘El Señor me ha
traído hasta aquí, por mi propia justicia, para tomar posesión de esta tierra’”. En v. 5 añade
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“ni por tu rectitud”. Y en el v. 6: “Entiende bien que tu justicia y tu rectitud (que puedes tener la
que tengas) no tiene nada que ver con que el SEÑOR tu Dios te dé en posesión esta buena
tierra”.
Pero si ni la justicia ni la rectitud de ese pueblo, que por cierto es terco o duro de cerviz, tiene
que ver con sus victorias ¿cuál es la causa de ellas, entonces?
El texto nos habla de dos causas. La primera (v. 4,5) es la propia “maldad de esas naciones” o
“la maldad que las caracteriza”. Es decir, Dios mismo lucha en contra del mal; Él mismo tiene
el plan de minimizar, o tener controlado, el mal en este mundo. La segunda causa (v. 5) es
“para cumplir lo que juró a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob”.
Vemos, por tanto, que la obra de Dios a favor de su pueblo no depende de la bondad o justicia
del propio pueblo. Se trata, por un lado, de cómo Dios maneja los hilos en la lucha contra la
maldad; por otro, el compromiso con su propia palabra dada. El Señor cumple sus promesas y
termina siempre llevando a cabo lo que ha dicho. Así que no se trata de una cuestión de
mérito, ni de ser mejores o peores (nunca somos lo suficientemente buenos) sino de su Pacto,
de su propio compromiso para cumplir lo que ha dicho.
Por supuesto, la salvación, la entrada al cielo, que es nuestra tierra prometida es igualmente
posible sólo por la gracia de Dios, no por obras ni por mérito alguno, que sencillamente es
imposible para el ser humano. Como diría Pablo en Ef. 2: 8-9: “Porque por gracia habéis sido
salvados mediante la fe; esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios”.
Así que es importante hacer un buen análisis, que no sea erróneo, de las causas que dan la
victoria en la vida cristiana.
Y ahora llegamos a nuestro último punto.
III.- POR QUÉ ES POSIBLE VENCER A LOS MÁS FUERTES QUE NOSOTROS.El v. 3 nos dice: “Pero tú entiende bien hoy que el SEÑOR tu Dios avanzará delante de ti, y que
los destruirá como un fuego consumidor y los someterá a tu poder”. Así que la razón para
vencer a los más fuertes es porque el Señor va delante como si fuese un incendio que consume
el bosque. Él hace la obra, aunque nosotros damos los pasos.
Pablo lo entendió muy bien; por eso, hablando de su ministerio y del de otros compañeros
dijo: “Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento”. (1ª Cor. 3:6).
Cualquier victoria espiritual verdadera es hecha por Dios. Cuando a una persona que aún no es
cristiana le son abiertos los ojos para ver la luz del evangelio de Cristo es una acción de Dios
que libra a esa persona de su ceguera espiritual. Cuando se produce cualquier victoria en la
vida de un creyente sobre su naturaleza pecaminosa, sobre la manera de pensar, valorar y
actuar del mundo caído, o sobre la influencia de Satanás esto es por el poder de Cristo
resucitado que va delante y obra.
El evangelio es, por un lado, la muerte de Cristo llevando el juicio de nuestros pecados para así
darnos perdón, pero no acaba ahí. También es su resurrección y glorificación; volviendo como
hombre al lugar de todo poder y autoridad. Él tiene ahora todo poder en el cielo y en la tierra.
Desde el momento de su resurrección se ha iniciado un proceso de ir sometiendo, a todo lo
contrario al Señor, bajo sus pies. Así que Él es el verdaderamente interesado en ir acabando
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con la maldad donde quiera que se encuentre; aunque el proceso va a su ritmo y manera, y
frecuentemente nos pasa a nosotros desapercibido.
Los creyentes somos llamados a descubrir y experimentar ese poder de su resurrección; hemos
de aprender a tener ojos para verlo actuando delante de nuestras batallas. Curiosamente, casi
siempre, esto va unido a nuestra propia flaqueza humana.
La carga fundamental de la obra cristiana recae en el Cristo vivo, resucitado. Nosotros
caminamos por las obras que Él nos ha dado para hacer, pero aún más pendientes y atentos a
lo que Él va haciendo por delante. Puesto que Él va ahora delante destruyendo el mal, como
aquel fuego consumidor del pasaje de Deuteronomio. Y sabemos que al final todo quedará
sujeto a Él. Aunque “es cierto que todavía no vemos que todo le esté sujeto. Sin embargo
vemos a Jesús… coronado de gloria y de honra por haber padecido la muerte”. (Heb. 2: 8,9)
Él va delante y actúa para vencer a quienes son más fuertes que nosotros. Amén.
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