Monasterio de San Benito

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En el libro II de sus Diálogos, el papa San
Gregorio Magno (540-604) relata que había
nacido Benito en el seno de una familia
cristiana acomodada de la región de Nursia.
Adolescente aun había sido enviado por sus
padres a Roma a cursar estudios.
Tenía pues el joven Benito un futuro
asegurado y sin dudas brillante.
Mas de pronto sintió que Dios le llamaba a
la vida monástica y dejándolo todo, salió de
Roma en busca de un lugar solitario.
Contaba con unos 20 años. Después de
varios tanteos, "se encaminó, nos dice San
Gregorio, a la soledad de un lugar desierto
llamado Subiaco, distante de Roma unas 40
millas, donde manan abundantes aguas,
frescas y transparentes"
Luego de algún tiempo de soledad, Benito se ve rodeado de fieles cristianos, y la zona
de Subiaco se ve sembrada de pequeños monasterios. El biógrafo del Santo habla de 12
pequeñas construcciones, probablemente de madera.
Debido a una desagradable serie de circunstancias, Benito deja Subiaco y se dirige hacia
el sur, hasta llegar a la Ciudad de Cassinum, instalándose en uno de sus montes
cercanos, este es el origen del Monasterio de Montecasino. Pronto Montecasino de
puebla de monjes que cantan las divinas alabanzas día y noche, que oran, que meditan
la palabra de Dios y trabajan en fraternal convivencia.
San Benito crea una Regla de Monjes donde se recogen los principios doctrinales y las
normas de vida conforme a las cuales el había llevado a sus discípulos por los caminos
del Evangelio.
Esta Regla, escrita para monjes cenobitas, es decir, que viven en comunidad, consta de
un Prólogo y 73 capítulos. En ella está admirablemente sintetizada toda la tradición
monástica. La Regla ordena toda la vida de los monjes, orientándola hacia la oración,
encuentro personal e íntimo con Dios. En el último capítulo de su Regla, San Benito nos
muestra el alcance de la misma: "mínima regla de iniciación", que es, sin embargo, un
instrumento poderoso para transformar los corazones, imitando a Cristo y agradando a
Dios, y que lleva a quienes la practican fielmente a las puertas del encuentro amoroso
con Dios. San Benito y su Regla están de tal modo unidos que "si alguien quiere conocer
más profundamente su vida y sus costumbres, podrá encontrar en la enseñanza de su
Regla todas las acciones de su magisterio, porque el santo varón en modo alguno pudo
enseñar otra cosa que lo que él mismo vivió". (Diálogos II, 36).
Gregorio Magno presenta a San Benito, "autor de una regla para monjes,
notable por su discreción", como el fundador y Abad del monasterio de
Montecassino. Según la tradición, el mismo Papa Gregorio, hacia el 597,
encomienda a un grupo de monjes la evangelización de los anglosajones en
Inglaterra; allí San Agustín de Canterbury habría propagado la Regla
benedictina. En el S. VIII, desde esas tierras parte la misión de otro monjeobispo: San Bonifacio, que predica el evangelio en Alemania, coronando su
obra con el martirio en 754. La expansión de la Regla benedictina fue gradual, al
ser adoptada sucesivamente en los antiguos monasterios y en los nuevos que
se iban fundando.
Otro monje de nombre Benito, llamado luego San Benito de Aniano (750-821),
es el primer gran reformador monástico. Estudia y recopila las Persas Reglas
monásticas existentes, y en su afán de unificación promueve la implantación de
la Regla de San Benito en los monasterios del Imperio carolingio. En el año 910
se funda la abadía de Cluny, cuyos primeros abades buscaron manifestar por
medio de la liturgia, el trabajo manual y la limosna, su búsqueda de la Belleza
de Dios. La alabanza se convirtió en el centro de su vida monástica. Cluny
formó una Congregación de monasterios, centralizada en torno a su abad. En
estos siglos fue, junto a Roma, el foco de la cristiandad; varios de sus monjes,
entre ellos Hildebrando, luego San Gregorio VII, ocuparon la silla de San Pedro.
En toda Europa surgen monasterios, mientras nacen nuevas familias religiosas,
inspiradas también en la Regla benedictina: Camaldoli, Valombrosa, los
Silvestrinos, Monte Oliveto. Pero de todas ellas, la llamada a desempeñar un
papel preponderante es el Císter. Fundado por San Roberto en 1098, se afianza
y expande con San Bernardo de Claraval (1090-1153), el cual le da su contenido
doctrinal y su definitiva cohesión como Orden, extendida muy rápidamente por
toda Europa.
En 1215 el IV Concilio Lateranense prescribe reuniones trienales de los abades
de monasterios de una misma provincia, y visitas periódicas para velar por la
observancia. El papa Benedicto XII reagrupa a los monasterios en provincias.
Las primeras Congregaciones Benedictinas que se formaron son: Melk
(Austria), Sta. Justina de Padua (Italia), Bursfeld (Alemania), Valladolid
(España), y Pannonhalma (Hungria). EI Concilio de Trento (1563) da a estas
Congregaciones un carácter jurídico, y además establece normas sobre el
noviciado y las visitas canónicas. En 1618 se erige la Congregación de San
Mauro en Francia. En esta época surge una nueva reforma dentro del Císter: la
Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, más conocida como Trapenses.
El abad Rancé propugna en el monasterio de La Trappe, Francia, un retorno a la
letra de la Regla de San Benito, en un espíritu de penitencia, oración y trabajo
manual.
Hacia finales del S. XVIII y durante el XIX se lleva a cabo en Europa la paulatina
supresión de las órdenes religiosas. Pero en la primera mitad del S. XIX
comienza la restauración de la vida benedictina. En 1833 Prospero Gueranger
restaura la abadía de San Pedro de Solesmes. El 18 de diciembre de 1880, su
discípulo Ildefonso Guépin hace lo mismo con la Abadía de Santo Domingo de
Silos. Juan Bautista Muard funda la Pierre-qui-Vire en 1850. Los hermanos
Plácido y Mauro Wolter ocupan Beuron en 1863. Junto con las restauraciones
de los monasterios se crean las nuevas Congregaciones. En Italia Pedro
Casaretto realiza la reforma de los monasterios, obra encomendada por el papa
Pio IX, y se encuentra en el origen de la Congregación de Subiaco. En 1884 se
erige la Congregación de Santa Otilia. Entre 1841 y 1881 se Ilevan a cabo
fundaciones en los EE.UU, tanto de benedictinos como de cistercienses. EI
papa León XIII va a dar nueva fuerza a este movimiento con la creación de la
Confederación Benedictina en 1893, a cuyo frente, como signo visible de
unidad, coloca al Abad Primado. El mismo Pontífice restaura el Colegio de San
Anselmo (Roma), fundado por Inocencio XI en 1687, que es la sede del Abad
Primado y la casa de estudios para la Confederación.
MONASTERIO DE SAN BENITO
Talavera de la Reina (España)
DATOS
HISTÓRICOS
Los orígenes de nuestro monasterio son desconocidos, aunque la tradición nos remonta a tiempos visigóticos. En esta época, un grupo de vírgenes consagradas se uniría para llevar vida comunitaria siguiendo los consejos evangélicos, tomando más tarde la Regla de San Benito como guía de su vivencia monástica.
En el siglo XII aparecen datos del Monasterio primitivo, situado a las afueras de Talavera, llamado de "S. Antolín de las Dueñas".
Hacia el año 1300, el emplazamiento monástico se trasladará al interior del recinto amurallado de la ciudad, adoptando desde ahora la reforma cisterciense, floreciente en España y el resto de Europa. A partir de entonces, se tomará el nombre de San Benito para titular del Monasterio.
El correr del tiempo y los avatares históricos fueron dejando profundas huellas en el enclave monástico. Algunos restos de muralla y el claustro del siglo XVI, de estilo isabelino, son testigos mudos de siglos de historia civil y religiosa.
CÍSTER
Todo empezó en el año 1098, cuando un grupo de 21 monjes benedictinos, con su abad Roberto al frente, salieron del Monasterio de Molesme, movidos por el Espíritu Santo, en busca de un lugar solitario, Cîteaux (Cister), donde poder buscar a Dios con mayor autenticidad y sencillez, llevando una vida en pobreza y soledad, y proveyéndose de lo necesario con su propio trabajo. Su norma de vida sería el Evangelio y la Regla de San Benito en toda su pureza. El 21 de marzo fue la fecha elegida para establecerse en el Nuevo Monasterio. Los comienzos no fueron fáciles; la pobreza material y la escasez de vocaciones se prolongarían varios años. Pero esto no arredró el ánimo de los monjes, que trabajaron por convertir aquel lugar inhóspito en un vergel. El santo fervor de los hermanos hizo que Odón, el duque de Borgoña, les favoreciera abundantemente, contribuyendo a la construcción del Monasterio y entregándoles tierras y ganados para su sustento. Cister fue elevado al rango de Abadía, bajo el patrocinio del Obispo de Chalons, titular de aquella diócesis (en la actualidad Dijon).
A instancias de los monjes de Molesme, el Papa Urbano II pidió al abad Roberto que regresase a su antiguo monasterio. Esto supuso un duro golpe para la naciente comunidad. El abad Roberto había nacido hacia el año 1028 en algún lugar de Champaña (Francia), en el seno de una familia de la nobleza. Ingresó muy joven en la Abadía de Montier­La Celle. Sus deseos de mayor perfección y santidad le llevaron a realizar varios intentos de reforma de la vida monástica. En el año 1075 fundó, junto a un grupo de ermitaños, el Monasterio de Molesme. Sus proyectos resultaron fallidos y por esto buscó ver cumplido su ideal con la fundación de Cister. Esta vez, a pesar de las penurias iniciales, sí se consiguió la reforma soñada, aunque él no pudo participar del éxito de la misma.
Al abad Roberto le sucedió Alberico, que desempeñaba por entonces el cargo de Prior. No poseemos muchos datos biográficos sobre él, pero los historiadores han constatado su interés por trabajar con empeño en el desarrollo de la nueva fundación. Durante su gobierno Cister progresó en santidad, brilló su reputación y prosperó en bienes. Amante de la Regla y de los hermanos, buscó para el Nuevo Monasterio la protección de la Sede Apostólica. El Papa Pascual II otorgó el implorado Privilegio Romano el año 1102. Con todo, las vocaciones no afluían y Alberico murió sin ver aumentada la comunidad.
A partir de este momento, Esteban Harding fue el encargado de dirigir los destinos de la Comunidad. El abad Esteban nació en el seno de una familia noble anglosajona hacia el año 1060. Debido a la invasión normanda tuvo que huir primero a Escocia y después a Francia, ingresando posteriormente en el Monasterio de Molesme. Atraído por el ejemplo de Roberto le siguió en su fundación de Cister. A él se deben los escritos del Exodio Parvo y la famosa Carta de Caridad, con los que quedan fijadas las normas de vida y de gobierno de la nueva Orden.
El ejemplo de los santos Roberto, Alberico y Esteban, los "tres monjes rebeldes" como popularmente se les conoce por la obra del P. Raymond, se vio coronado finalmente por la afluencia masiva de vocaciones. Esteban abrió las puertas de Cister a un grupo de treinta hombres, a cuya cabeza se encontraba San Bernardo, que sería con el tiempo el gran impulsor de la Orden y Doctor de la Iglesia por la sabiduría de doctrina reflejada en sus escritos. Con el aumento de los monjes comenzaron las primeras fundaciones. La Ferté, Pontigny, Claraval y Morimond. A partir de aquí la Orden floreció de modo sorprendente y sin igual en la historia de la Iglesia, y son muy numerosos los miembros que han alcanzado la santidad.
Esta historia que hemos narrado no se queda sólo en el pasado, sino que se mantiene viva hasta nuestros días. Prueba de ello son los monasterios de monjes y monjas que en los cinco continentes intentan hacer presente en el mundo el carisma cisterciense, legado por nuestros Santos Padres.
JORNADA MONÁSTICA
La vida en nuestra comunidad se distribuye en torno al "Ora et labora", con una búsqueda continua de Dios a través del Oficio Divino, la oración personal, la lectura de la Palabra de Dios y el trabajo, todo ello vivido en un ambiente de soledad y silencio.
ORACIÓN
Tal como nos enseña la tradición monástica y las disposiciones de la Iglesia, los monjes estamos llamados de modo especial a continuar en la Iglesia la oración de Cristo, tanto en la celebración de la Santa Misa y del Oficio Divino, como en las demás formas de oración, la cual debe impregnar toda nuestra vida.
LECTIO DIVINA
La Palabra de Dios, leída atenta y de forma meditada, dejándola descender a lo más profundo del corazón, se convierte en el alimento de nuestra vida. Es lo que los monjes antiguos llamaban "lectio divina", que consiste en la lectura de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia y del monacato. A través de ella, encontramos el camino que nos llevará a la oración y a la contemplación.
OFICIO DIVINO
Siete veces al día, la comunidad se reúne para la alabanza y la intercesión. El oficio divino ordena la jornada monástica, pues "No se ha de anteponer nada a la Obra de Dios", como nos indica San Benito. Los salmos, que nutren las horas litúrgicas, son fuente de contemplación que nos introducen en los Misterios divinos y que nos llevarán al contacto amoroso y personal con Dios en la oración privada.
SANTA MISA
La Eucaristía es el centro de la Liturgia, así como de la vida cristiana. Por esta razón, ocupa el primer lugar en nuestra vida monástica. En el sacrificio de la Santa Misa, la Comunidad monástica se reúne en torno al altar para renovar el memorial de la muerte y resurrección de Jesús, Sacramento de unidad y de amor que une a los monjes entre sí, con la Iglesia Universal, con Cristo.
VIDA FRATERNA
El Monasterio es un lugar de acogida fraterna en el que las monjas compartimos no solamente la oración, el trabajo, el silencio, la paz, sino la vida con sus alegrías y dificultades.
La Comunidad, constituida por la diversidad y singularidad de personas, unidas por un mismo fin plasmado en la Regla de San Benito y guiada por la M. Abadesa, se convierte así en una gran riqueza para todas y cada una.
La Abadesa, escuchando a cada una de las hermanas, las estimula a dar su vida con alegría al servicio de Cristo y de la Iglesia.
La alegría y el amor que nos da el vivir con Cristo se comparte en el tiempo de recreación, donde nos comunicamos las experiencias del día, viviendo más profundamente la fraternidad.
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