MORIR EN EL INTENTO Simón Pachano [email protected] 20 de enero El del miércoles pasado fue el primer cambio de mando entre dos outsiders. Ni Gustavo Noboa ni Lucio Gutiérrez habían seguido la trayectoria típica del político, esa que supone militancia, cargos de elección o de designación con largas horas de negociaciones en torno a todos los asuntos conocidos y por conocer. Ninguno de los dos se había sumergido en los temas del gobierno, de la economía, de las relaciones internacionales, de la conflictividad social y de las debilidades o fortalezas de los seres humanos. Los dos habían visto todo eso como algo que influía sobre sus carreras, pero prescindible para las actividades de la vida diaria. Ambos constituyen expresiones de insatisfacción con la política y con los políticos. Cada uno, a su manera, es el personaje ajeno al acontecer público, ese ser extraño que siempre se esperó que apareciera ya sea como solución a todos los males o como peligro supremo. En medio de todo, una diferencia notoria es que al uno le llegó la presidencia mientras que el otro la buscó afanosamente. Pese a las semejanzas, esta actitud distinta frente al poder puede hacer que sus gobiernos tengan muy pocas cosas en común. En la famosa pugna de poderes, por ejemplo, Gustavo Noboa no intentó conformar una mayoría parlamentaria y se limitó a evitar el enfrentamiento con el Congreso, mientras que, desde los días previos a su posesión, Lucio Gutiérrez se orientó por la línea contraria. El primero aceptó su condición de presidente aislado, el segundo no quiere admitir la de presidente de minoría. Con su actitud, Noboa debió moverse en un espacio restringido, dentro de márgenes muy estrechos, lo que significó sacrificar algunas iniciativas o ver que sus propuestas se modificaban hasta el punto de volverse irreconocibles. Ese fue el costo que debió pagar para culminar su período –objetivo prioritario en nuestro país-, asegurar la continuidad política y enfriar la convulsión social. Beneficios que, al fin y al cabo, lo justifican. A Gustavo Noboa habrá que reconocerle que descubrió el secreto para lograr estabilidad sin contar con el apoyo de las fuerzas políticas en medio de la turbulencia y la hostilidad. Logró convivir con los partidos y sobrevivir entre ellos. Lucio Gutiérrez parece decidido a enfrentarlos, a disputar cada pedazo de terreno, a entrar en la lucha del todo o nada. En la reiteración de la promesa de morir en el intento se manifiesta esa visión dicotómica y excluyente de la política, donde solamente hay ganadores y perdedores sin espacio para la convivencia. Si continúa por ahí se distanciará del gobierno anterior pero también de la forma usual de llevar la política. En medio de toda la virulencia que le ha caracterizado, la práctica ecuatoriana ha sido más bien la del acuerdo con el contrario, aunque se lo haga a oscuras y nunca salga a la luz. Ese es el rasgo más novedoso de Lucio Gutiérrez, pero deja de ser privativo de él si se recuerda a Abdalá Bucaram, quien ya lo intentó y murió en el intento.