Alfred Adler: El poder y la ética © Dra. Ursula Oberst Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación y del Deporte Blanquerna Universidad Ramon Llull Barcelona La obra de Alfred Adler, la Psicología Individual, tuvo una recepción relativamente breve en España, principalmente promovida por el filósofo de origen húngaro Oliver Brachfeld durante los años 40. Actualmente, Adler es visto por muchas personas del mundo psicológico español como un disidente del psicoanálisis de Sigmund Freud, como una figura histórica en el desarrollo de la psicología y psicoterapia, cuyas ideas, en su momento, despertaron un cierto interés en los círculos psicoanalíticos que estaban insatisfechos con algunas ideas freudianas, pero que han sido superadas por autores posteriores. En los manuales de psicología se recuerda a Adler sobre todo por el famoso “complejo de inferioridad” y el “afán de poder”, expresiones acuñadas por él. Una lectura superficial de la obra de Adler puede sugerir que este autor mantiene que el impulso psicológico que domina a los individuos es el Poder o el Afán de Poder, una visión tan equivocada como la que reduce las ideas del psicoanálisis a la sexualidad. Esta interpretación de la Psicología Individual asume erróneamente que el impulso que domina la vida psíquica de las personas es el de obtener poder, dominación, sentirse superior a los demás. En este artículo quiero dejar patente que, para Adler, lejos de considerar el afán de poder como algo natural en el ser humano, éste es, muy al contrario, la fuente de todo sufrimiento psicológico y una manifestación patológica de una persona que, en el fondo, está luchando contra profundos sentimientos de inferioridad. Adler nació en Viena en 1870 como hijo de un comerciante judío. Su entorno familiar fue positivo, pero su infancia no fue libre de desgracias: cuando el niño Alfred tenía cuatro años, su hermano menor murió de difteria, mientras ambos chicos dormían, como entonces habitual, en la misma cama. El pequeño Alfred también tenía graves problemas de salud: en una ocasión casi perdió la vida a causa de una neumonía; el mismo Adler solía comentar como anécdota que los médicos le habían ya abandonado, pero al oír su sentencia de muerte, se asustó tanto que “prefirió” recuperarse. Otro recuerdo de su infancia también está relacionado con la enfermedad: de niño, Adler había sufrido, como muchos otros niños de aquella época, de raquitis, y en sus recuerdos se veía inmovilizado por los vendajes que se utilizaban como tratamiento, mientras su hermano mayor se movía sin esfuerzo. Todos sus biógrafos destacaron la influencia de estas experiencias de la infancia para el desarrollo de algunos conceptos de su teoría psicológica. Después del bachillerato, Adler estudió medicina y se especializó primero en oftalmología y luego en neurología. El Adler de principios de siglo XX estuvo, como muchos otros, influenciado por las ideas Marxistas y socialistas; el joven médico publicó un pequeño libro donde critica las condiciones infrahumanas en las que vivían los trabajadores de los telares y de las sastrerías (Gesundheitsbuch für das Schneidergewerbe), proponiendo medidas socio-higiénicas para su mejoría. Se casó con Raissa Timofeievna, una joven rusa próxima al movimiento comunista y feminista, amiga del matrimonio formado por Natalia y Leo Trotski. Pronto Adler también entró en contacto con las ideas de Sigmund Freud que en aquellos tiempos todavía eran muchas veces ridiculizadas por las sociedad médica establecida. Freud no tardó en invitarlo a sus reuniones semanales en la Berggasse, donde se discutían las ideas psicoanalíticas. Adler empezó a participar activamente en los primeros años de este movimiento innovador y hasta llegó a ser presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional en 1910. Pero la relación Freud-Adler no fue libre de conflictos, y la ruptura vino en 1911, cuando Adler publicó un artículo en el cual atacó algunos conceptos clave del Psicoanálisis, sobre todo la visión de la sexualidad como móvil dominante de la conducta humana. Para Adler, la sexualidad era sólo una expresión de lo que más tarde llamó “Estilo de Vida” del individuo, y que aquí, sin mucha distorsión podemos llamar “personalidad”. Otros conceptos freudianos sobre el desarrollo psicosexual fueron explicados por Adler en términos de relaciones de poder, como es el caso de la famosa “envidia del pene” de la niña: lo que envidia la niña no es, según Adler, el órgano sexual del niño, sino los privilegios que tienen las personas que lo poseen. Por supuesto, después de cometer semejante herejía, Adler tuvo que dejar la Sociedad Psicoanalítica. Adler no tardó en fundar su propio círculo de médicos interesados en sus ideas, que primero se llamó Sociedad para Estudios Psicoanalíticos Libres, pero luego se convirtió definitivamente en la “Psicología Individual”. La expresión Psicología Individual es desafortunada porque induce a error: la intención de Adler era, en contraposición al concepto freudiano de un individuo dividido en “instancias psíquicas” – el Yo, el Superyo, el Ello – el desarrollo de una psicología de la persona indivisible (“in-dividuus”) y no una “Psicología del Individuo”, como figura en algunas traducciones españolas de la alemana “Individualpsychologie”. Al contrario, la Psicología de Alfred Adler es más bien una psicología social, ya que concibe al ser humana siempre en relación a las demás personas, a la comunidad. Por eso, el concepto clave de la Psicología Adleriana (expresión usada sobre todo en los países anglosajones) es el Sentimiento de Comunidad (Gemeinschaftsgefühl): El Sentimiento de Comunidad El individuo sólo se puede contemplar en el conjunto de una unidad mayor, la sociedad y la comunidad humana. Se puede decir que sólo en la comunidad, en relación con los demás, el individuo se convierte en persona. Y para entender lo que le pasa a una persona hay que examinar sus relaciones con sus respectivos otros. De esta manera, cualquier conducta humana no se entiende como algo intrapsíquico (que se produce dentro de la persona), sino como un aspecto de la vida de esta persona respecto a otras (que se produce entre personas). En la concepción adleriana, la comunidad constituye el marco ético para la valoración de un acto humano. La comunidad establece normas y exigencias que sirven de referencia para el individuo, pero a la par es el conjunto de los individuos que forman y revisan constantemente este marco normativo. Si a una persona se le llama buena o mala, sana o enferma, no se puede determinar desde un punto de vista absoluto, sino siempre desde el marco social. En tanto que el individuo forma parte de esta comunidad, se enfrenta a tres “tareas de la vida” como representantes de las exigencias de la comunidad y que tiene que resolver satisfactoriamente: trabajo, amor y vida en comunidad. El Sentimiento de Comunidad es una fuerza innata latente en el ser humano que se tiene que despertar y desarrollar en la infancia mediante la interacción del niño o de la niña con sus padres. Cuantas más posibilidades tienen los niños de hacer experiencias positivas, “alentadoras” en el lenguaje de Adler, más probabilidades tienen de desarrollar un alto grado de Sentimiento de Comunidad. Este sentimiento, empero, no sólo implica el sentirse uno aceptado y perteneciente, sino también implica contribuir activamente a la comunidad: la superación de los propios problemas de la vida nunca puede pasar por encima del bienestar de los demás. En este sentido, el Sentimiento de Comunidad es un concepto profundamente humanista. El sentimiento de inferioridad y el afán de poder Según Adler, el niño nace con un potencial intrínsicamente bueno. Pero existen factores que pueden impedir el desarrollo sano del Sentimiento de Comunidad en el niño. En vez de sentirse aceptado, apreciado y querido, el niño puede llegar a tener la convicción de que vale menos que las demás personas, que es menos querido, menos aceptado o menos fuerte. Estos factores pueden ser de índole orgánico, es decir, debidos a problemas de salud, a una disminución psíquica o discapacidad física, o de índole psicológico, debidos a una educación inadecuada por parte de los padres. Adler destacó tres tipos de educación inadecuada: la educación demasiado autoritaria, en la cual el niño no llega a sentirse aceptado y apreciado, la educación demasiado consentidora (el estilo “laissez-faire”) y la educación sobreprotectora. Las tres formas pueden llevar a lo que se conoce desde Adler por “sentimiento de inferioridad”. En la educación autoritaria, el niño se siente humillado, impotente y maltratado; en la educación demasiado consentidora el niño no aprende el respeto por los demás, y en la sobreprotectora se le cría entre algodones. En todos estos casos, el niño no aprende a valerse por sí mismo, no aprende como se superan los obstáculos naturales de la vida y no aprende como luchar para obtener lo que se quiere. Parece que, mientras en la época de Adler prevalecía la educación demasiado autoritaria, hoy en día nos enfrontamos con padres desorientados que optan por un estilo educativo demasiado laissez-faire. El sucesor de Adler en Estados Unidos, Rudolf Dreikurs, describió los principios de lo que llamaba “Educación Democrática” que pretende enseñar a padres y maestros caminos educativos entre la Escila del autoritarismo y la Caribdis del laissez-faire. Tanto los niños consentidos como los reprimidos se sienten inferior. Y como el sentimiento de inferioridad es un sentimiento doloroso y difícil de tolerar, los humanos tienden no sólo a compensarlo, sino incluso a sobrecompensarlo: el que se siente excluido, quiere incluirse aún a costa de excluir a los demás; el que se siente humillado quiere vengarse, y el que en toda su infancia ha visto satisfechos todos sus caprichos, de adulto necesita esclavos a su lado para mantener su sentido de importancia y poder. Y nace el afán de superioridad, o afán de poder. De modo que el afán de poder, tan asociado con el nombre de Adler, no es algo natural en una persona psicológicamente estable; es la expresión patológica de un individuo que en el fondo se siente inferior, excluido, minusválido. Es importante destacar, que los factores mencionados son factores de riesgo, pero no determinantes. Más importante, según Adler, es la toma de postura (Stellungnahme), la opinión o la actitud que se forma el niño activamente respecto a estas circunstancias. Es consabido que dos niños criados en las mismas condiciones desfavorables no desarrollan necesariamente las mismas condiciones psíquicas. El concepto de sobrecompensación, el afán de poder como consecuencia de un sentimiento de inferioridad puede ser fácilmente entendible también para el lector poco familiar con la Psicología Individual. Incluso se puede aceptar que la neurosis, la enfermedad psicológica, es consecuencia del sentimiento de inferioridad, de una humillación sufrida, de experiencias negativas y desesperanzadoras, como por ejemplo una depresión por falta de amor, ansiedad por exceso de mimos paternos, etc. Pero Adler da un paso más. Para este autor, médico y psicoterapeuta, la neurosis no es “causada” por el sentimiento de inferioridad (el neurótico se siente inferior, por lo tanto se vuelve depresivo/ansioso/compulsivo, etc.), sino la sintomatología neurótica es un intento – inconsciente, eso sí - de escapar del sentimiento de inferioridad y de obtener poder (el individuo se vuelve depresivo para evitar enfrentarse a sus sentimientos de inferioridad y para poder sentirse, aún de forma rudimentaria y retorcida, superior). Este afán de superioridad puede tener dos manifestaciones: la búsqueda de poder y superioridad directa (dominar sobre los demás), o el afán de significación (o prestigio) que implica la persecución de un estatus de importancia. El sufrimiento psicológico, causado por la patología (los síntomas depresivos, fóbicos, de ansiedad, etc.) son, en palabras de Adler, “los costes de guerra” que el neurótico paga para evitar su confrontación con el problema real. Se puede considerar la neurosis como un intento astuto de dominar a los demás mediante la artimaña de la debilidad. ¿Cómo nos podemos figurar esto? Quiero ilustrar esta idea con un ejemplo: Una mujer de 55 años lleva muchos años padeciendo una grave agorafobia (miedo a los lugares amplios) que le impide salir de su casa sin estar acompañada. A pesar de sufrir intensamente por estos miedos y de ver reducida significativamente su calidad de vida – para cualquier actividad fuera de la casa, depende de la buena voluntad de los demás – la sintomatología ha demostrado ser resistente a la psicoterapia. Su infancia fue dominada por los prejuicios de la era franquista, en la cual ella sufría el rechazo de la gente del pueblo por ser hija de “rojos”. Al analizar el entorno de esta mujer podemos ver, que ella vive en un matrimonio infeliz con un marido que no le hace caso. Podemos conceptuar la función del síntoma de la siguiente manera: a través de sus manifestaciones agorafóbicas, ella consigue una cierta ayuda por parte de su marido y de mucha gente del pueblo. Su marido se ve obligado a acompañarla a hacer recados. Y mientras éste está en el trabajo, también podemos observar a nuestra paciente cogida del brazo de alguna vecina bienintencionada que le ayuda a cruzar las calles hacia la plaza del mercado, charlando alegremente con ella. La función del síntoma es la de conseguir atención y un cierto dominio sobre las personas que le rodean (marido, hijo, vecinos). Ella es demasiado “desanimada” para buscar otras soluciones y nunca ha aprendido a conseguir el aprecio por métodos más constructivos. Su agorafobia es un medio para obtener poder, por muy retorcido que sea. Por supuesto, la paciente no es consciente de estos mecanismos, ni de que está pagando un precio muy alto (su falta de libertad de movimiento, sus ataques de ansiedad) para conseguir este objetivo. Adler describe la actitud típica del neurótico como un “sí - pero”. El “sí” expresa que el individuo es consciente de lo que dictan las exigencias de la comunidad, de lo que habría que hacer (“debería...”), mientras el “pero” expresa la excusa que alega por no cumplir con ellas. Esta excusa está representada en el síntoma psicopatológico que tiene y puede ser muy variada según las ficciones particulares del individuo (“Sí, quiero valerme por mi misma, pero mi agorafobia me lo impide”). Este “pero”, la excusa expresada por el síntoma, no es algo consciente. Si lo fuera, el paciente sería un simulador; además la función de autoengaño del síntoma (“En el fondo tengo las mejores intenciones, pero mi trastorno me lo impide”) no se podría cumplir con tanta eficacia. Insisto en que debemos tener en cuenta esta naturaleza inconsciente del síntoma como excusa, ya que en algunas descripciones de sus casos a veces se obtiene la impresión de que Adler considera la neurosis como un vicio o una falta de fondo moral, y no es así. Así que, para salvar la autoestima y la imagen de sí mismo como persona con las mejores intenciones, el “pero” se disfraza de un arreglo neurótico, un juego de autoengaño en la penumbra de la conciencia: en vez de luchar en el terreno de los problemas matrimoniales y de las relaciones con los demás en general – para esto le falta valor a causa de sus sentimientos de inferioridad – nuestra paciente agorafóbica libra escaramuzas fuera de donde se desarrolla la batalla principal y donde al menos se asegura la superioridad mediante la consideración, la conmiseración y quizás hasta los cuidados que le brindan los demás a causa de su estado lamentable que le impide salir de su casa sola. El síntoma es utilizado como coartada, y el sufrimiento causado por él es el precio (“costes de guerra”, en el lenguaje a veces marcial de Adler) que el individuo paga por salvar la cara. En cambio, si la persona tuviera más Sentimiento de Comunidad, dejaría de luchar por la autoexaltación mediante la búsqueda del reconocimiento fácil por parte de los demás y, en el caso de la paciente arriba mencionada, dedicaría sus esfuerzos a resolver sus problemas matrimoniales (o a separarse, si estos resultan irresolubles). Adler deja claro que este Sentimiento de Comunidad, aunque difícil de definir y sujeto a cambios a lo largo del desarrollo humano, es universal, es decir, nadie puede eludirlo. Es la “lógica ferrea de la convivencia”. El que no se adapta, será neurótico, maladaptado o incluso delincuente (siempre desde el punto de vista de la comunidad en cuestión). No existe manera alguna de evitar estar sujeto a los dictados de la comunidad y sus exigencias. Aunque se intente negar estas condiciones, el Sentimiento de Comunidad prevalecerá en forma de conciencia, escrúpulos y remordimientos. Adler reconoce que evidentemente no siempre las personas actúan conforme al Sentimiento de Comunidad, pero siempre se necesita, según él, un cierto esfuerzo para negar esa voz de conciencia, y eso significa tener que buscar, al menos de cara a uno mismo, excusas o “atenuantes” para justificar un acto que no está conforme con el Sentimiento de Comunidad. A pesar de su lenguaje duro, Adler no condena a estas personas. El neurótico es “culpable-inocente” a la vez, pero sobre todo “desanimado”, ya que la falta de valor está en la base de todo. Los devaneos, trucos y montajes del neurótico para escaparse de sus responsabilidades son inconscientes, y en la psicoterapia se intenta hacerle ver al paciente lo que hasta ahora no ha querido saber. El terapeuta adleriano, a la vez de descubrirle cautelosamente al paciente sus “síntomas-excusas”, sobre todo intenta infundirle ánimos con técnicas de empatía y de “alentamiento” (Ermutigung) para vencer sus sentimientos de inferioridad que están en la base de sus problemas. Esta equiparación de salud mental con valores éticos (el Sentimiento de Comunidad) distingue la Psicología Adleriana de cualquier otro enfoque psicológico y psicoterapéutico que conceden a la idea Adleriana de “la neurosis como excusa” el mero estatus de “beneficio secundario de la enfermedad” (por ejemplo, la paciente agorafóbica se aprovecha del beneficio de una mayor atención por parte de sus familiares y vecinos, aunque la “causa” del problema sea otra). Y aunque en la Psicología Adleriana se reconozcan las influencias del entorno en la persona y no se pretende culpabilizar al paciente, sí que se le considera responsable (precisamente porque también se le considera libre) – y sobre todo no se le permite considerarse a sí mismo una víctima de sus circunstancias. Adler rechaza el determinismo (absoluto) de las circunstancias y concibe al ser humano como proactivo, dotado de libre albedrío y constituyente de su propio destino. Más importante que cualquier experiencia objetiva es la toma de postura (Stellungnahme), la elección de como interpretar esta experiencia. Y esta elección es libre. ------------------Hasta aquí la Psicología Adleriana como psicoterapia. Pero este enfoque va más allá del tratamiento de problemas psicológicos individuales. En tanto que considera el individuo en su contexto social, también es una psicología social. Además, el concepto de Sentimiento de Comunidad tiene un marcado acento utópico y ético. Estos puntos de vista adquieren suma importancia en las últimas publicaciones de Adler, sus más maduras, completas y a la vez más fáciles de leer porque van dirigidas, como ya hemos dicho, a un público no exclusivamente profesional. Y siempre surge el tema del sentido de la vida. Sus dos últimos libros se llaman en castellano “El sentido de la vida” (publicado en 1933) y “Para qué vivimos” (de 1931). Para el psicólogo humanista Adler, una vida humana tiene sentido si es guiada por el objetivo de conseguir el bien de toda la humanidad, si aspira a un estado de mayor capacidad de cooperación y si cada uno se presenta, más que antes, como parte de una totalidad. En otras palabras: la vida tiene sentido si la superación de las dificultades, incertidumbres, inclemencias y peligros de la vida no se busca a expensas de otros, en contra de otros o por encima de otros, sino junto con ellos y por el bien de todos (el propio incluido). Y si se aspira a la perfección no de la propia persona, sino a la perfección de la obra, por pequeña que sea. Un gran científico, un benefactor de la humanidad, para Adler, no tiene más valor que cualquier trabajador que hace bien su trabajo y que aspira a una convivencia bien llevada. De esta manera, se aspira a una idea de comunidad humana ideal. Esta visión del sentido de la vida le aproxima a Adler a otros psicólogos humanistas como Erich Fromm y Victor Frankl. La comunidad ideal y utópica (y por lo tanto inalcanzable) impregnada por el Sentimiento de Comunidad de las personas que la constituyen debe servir a las personas como guía de sus actos. La humanidad se aproximará a esta utopía de la comunidad humana ideal cuando cada vez más personas adquieran ese Sentimiento de Comunidad. Por lo tanto, parece lógico que Adler pusiera tanto interés en la divulgación de sus ideas a un público lo más amplio posible, aunque este aspecto, junto al uso deliberado de conceptos derivados del lenguaje cotidiano luego iba a detrimento de su reputación en los círculos académicos. Aparte de esto, el afán humanista de Adler, el tono religioso de algunas afirmaciones y sobre todo la equiparación de salud mental con Sentimiento de Comunidad y por lo tanto, con la ética, puede aterrar a muchos psicólogos y nopsicólogos. Aunque poca gente pusiera en duda de que el hecho de cuidar (también) de los demás puede contribuir a un bienestar psíquico personal, la recomendación supuestamente terapéutica de dejar de pensar en uno mismo y hacer cada día algo positivo para otra persona, es realmente algo inaudito en psicoterapia. Y es algo no siempre popular en una sociedad individualista y competitiva. Aunque Adler, al contrario de su mujer Raissa, nunca tomó un papel activo en política o en el movimiento feminista, ya que prefirió analizar los conflictos en la sociedad desde un punto de vista psicológico, estas ideas resuenan en sus escritos. Es interesante su análisis de los problemas histéricos, tan habituales en las mujeres burguesas de su época: debido a su situación social en una sociedad patriarcal que la obliga a un papel de inferioridad, la histeria, como otros mecanismos psíquicos, era un recurso de obtener cierta significación y poder de cara a su familia. Adler solía criticar la infravaloración de la mujer en la familia y en la sociedad, y dejó claro su postura que el desprecio hacia la mujer es una fuente de neurosis no sólo para las mujeres sino también para los hombres. Esta actitud le valió el aplauso de muchas Adlerianas y noAdlerianas. Adler murió en 1937, antes del gran cataclismo del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial (había conocido los horrores de la Primera Guerra Mundial, en la cual trabajaba como médico en un hospital militar). Como muchos otros intelectuales europeos ante el aumento del movimiento nazi emigró a Estados Unidos en 1935, donde sus ideas habían sido recibidos con entusiasmo en viajes anteriores. Su análisis de la figura de Mussolini y del movimiento fascista sigue la misma línea de la Psicología Individual: en una entrevista con el periódico estadounidense New York World Adler argumentó que no sólo personas, sino también naciones pueden sufrir de sentimientos (o complejos) de inferioridad. El Duce le permitía al pueblo italiano experimentar un sentimiento de superioridad mediante sus ademanes de grandiosidad y gestos heroicos. Sin embargo, la conclusión de Adler – que figuró como titular de la entrevista del periódico – de que Mussolini luchaba por el poder a causa de sentimientos de inferioridad sufridos en la infancia nos parece algo ingenuo y demasiado simplista, igual que la reducción de situaciones políticas conflictivas (dictaduras, terrorismo, conflictos armados) a una lucha por superar complejos de inferioridad. El terrorismo de ETA o de un Bin Laden seguramente es algo más que la venganza de un grupo de gente acomplejada. Pero no hay que olvidar que una persona, un grupo o una nación que se siente humillado, tiende a la venganza en un intento desesperado de recuperar un (falso) sentido de autoestima. Esto explica el conocido hecho de que la violencia sólo genera violencia en una espiral sin fin. Varios autores adlerianos (entre ellos el pensador francés Manès Sperber) han analizado el poder político y los conflictos armados bajo el punto de vista de la Psicología Individual. En nuestra condición posmoderna, con su ausencia de fundamentos, su pérdida de la verdad como criterio absoluto y de su clara definición de un Bien y un Mal universales, sigue siendo interesante el análisis de los discursos de poder. Según mi opinión vale la pena tener en cuenta el enfoque de la Psicología Adleriana, no sólo como psicoterapia, sino también como instrumento de análisis social y por su aportación de un criterio ético de la conducta humana individual y colectiva.