LA MANO INVISIBLE Joaquín Estefanía 192 pág. – 15 euros

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LA MANO INVISIBLE
Joaquín Estefanía
192 pág. – 15 euros
Joaquín Estefanía, de 50 años, es licenciado en Ciencias Económicas y en
Ciencias de la Información. Ha sido director de El País entre 1988 y 1993.
Actualmente es director de Opinión de dicho periódico y dirige la Escuela de
Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid/EL PAÍS. Ha escrito los libros
La nueva economía, La globalización, Contra el pensamiento único, Aquí no
puede ocurrir, El nuevo espíritu de capitalismo, El poder en el mundo, Diccionario
de la nueva economía e Hij@, ¿qué es la globalización?
EL ÁRBOL Y EL BOSQUE
Comienza su incisivo libro Joaquín Estefanía contando la anécdota de un
policía de aduanas que, harto de desmontar infructuosamente, una y otra vez,
el camión de un contrabandista en un paso fronterizo, se sincera con él un día
antes de jubilarse y, desesperado, le pregunta qué es lo que ha estado
pasando de manera ilegal. Impertérrito, el conductor le responde: camiones.
Esta anécdota sirve para colocar en el plano de lo real una hipótesis
sustanciosa, una manera de hacer que recorre como consistente hilo
conductor las agudas reflexiones vertidas en La mano invisible por su autor: el
árbol no deja ver el bosque de una realidad que se nos escapa a fuerza de
tenerla delante de nuestros propios ojos.
Continuación lógica, transitiva y serena de su libro El poder en el mundo, en
La mano invisible Estefanía acude al auxilio de la historia y la economía, la
sociología y la antropología para llevar adelante una notable y,
fundamentalmente, crítica aproximación a una genealogía del poder en la
frontera de dos siglos. Y para realizarla no sólo se nutre de las consideraciones
fundacionales elaboradas por grandes pensadores clásicos como Adam Smith,
Max Weber, Maquiavelo o el olvidado pero siempre imprescindible Karl Marx,
sino también de chistes de Forges, anécdotas explicativas, entrevistas y
artículos periodísticos, comentarios de intelectuales de la talla de Chomsky,
Galbraith o Keynes y, por supuesto, de datos contantes y sonantes de la
mayoría de los –por no decir todos– organismos internacionales, recorriendo
así todo el abanico informativo posible del que el autor extrae su potencia de
reflexión con la que cubre el flamante espectro de las nuevas relaciones de
poder y dominación existentes.
El poder como conspiración
Huyendo tanto del pensamiento único como del pensamiento binario, que
sitúa a los dominadores por un lado y a los dominados por el otro, ya que
Estefanía sabe que lo real es lo real porque es síntesis de múltiples
determinaciones, coincidiendo con Harold Pinter cuando sugiere que es
preciso evitar lo panfletario, amante de la racionalidad como fundamento
esencial para resolver los problemas presentes, el autor comienza, como tiene
que ser, diseccionando la idea de poder que maneja nuestra sociedad.
Del poder en abstracto a los poderes fácticos media lo que separa a la
realidad de la verdad. El Latinobarómetro, aquel sondeo masivo elaborado por
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2004 sobre
las opiniones de los ciudadanos latinoamericanos acerca de dichos poderes, es
minuciosamente analizado en la primera parte de La mano invisible con el
objeto de diferenciar al poder tradicional del actual: si la Compañía de las
Indias Orientales ejercía el poder de forma directa, las grandes corporaciones
multinacionales de hoy en día lo hacen de manera indirecta, invisible. La
estrecha alianza suscitada entre los grupos económicos y los medios de
comunicación es destacada por los consultados en el sondeo y subrayada por
Estefanía, una alianza que les otorga una capacidad casi ilimitada de generar
opinión y trazar los temas de la agenda pública, hecho que no por conocido
deja de ser medular para desmenuzar la opaca labor de los implicados en
dicha alianza.
La revolución conservadora iniciada en la década de los ‘80 por Margaret
Thatcher y Ronald Reagan es eje central de la reflexión del autor, que realiza
un ejercicio de inquietante historia económica atando cabos con el objetivo
declarado de conectar aquella etapa de la vida política internacional con la
actual preponderancia de la llamada nueva economía, de la que los neocons,
en especial el “hombre de Davos” –representación física del poder
brillantemente examinada en el último capítulo, un “hombre de Davos” al que
se opone el “hombre de Seattle” antiglobalización con desiguales efectos–,
constituye su principal referente. El pensamiento, ideales, teoría y
convicciones de estos “nuevos mandarines del poder americano”, y el de los
personajes más influyentes como Dick Cheney, Paul Wolfowitz o Alan
Greenspan son a su vez fantásticamente diseccionados por Estefanía, como
siempre, munido en la trinchera de datos e informes que no sólo traducen la
realidad para que el ciudadano de a pie pueda comprender como se forja el
estilo del mundo (en esencia, la confirmación de que el desplazamiento desde
el poder político al poder económico-financiero y mediático se afirma día a
día), sino que en los síntomas derivados de sus intensas consideraciones se
pueda reconocer el futuro que nunca espera.
La transmutación en las formas de liderazgo, la transformación en la
morfología implícita en el poder y su modo de exteriorizarlo adquieren desde
luego gran importancia teórica y práctica en las páginas de La mano invisible,
cuyo indicador casi deontológico más acuciante lo constituye el hecho de que,
con la globalización, “el poder ya no se representa del mismo modo: es
horizontal, no jerárquico, y tiene forma de red”, y cuyo botón de muestra más
significativo es la hipocresía de la ostentación en un mundo que es ya un
mapa de dominación impersonal, en el que el poder “se propaga de modo
difuso, por redes en vez de jerarquías, donde las protestas tienden a diluirse
en la indeterminación”. La consecuencia lógica de este pensamiento se eleva
como una de las barreras a las que más teme Estefanía, que está convencido,
con evidente razón, de que cuanto más despersonalizada y global es la
naturaleza del poder dominador, mayor sensación de impotencia genera en
quienes son dominados por él. Porque “el poder se ha movido en la fotografía.
Se ha desplazado de lo político, espacio dominante en la mayor parte del siglo
XX, hacia otros lugares más impersonales, opacos, sin rostro”.
Porque uno de los grandes problemas que Estefanía observa es la distancia
irremisible que separa a las élites del contrato social implícito que organiza la
comunidad, una “rebelión de las élites” que erosiona el capital social como
pegamento que mantiene unida a la sociedad. La desconfianza de la población
es creciente, pero el poder se cierra sobre sí mismo. Y, en el fondo, olvidada de
sí, la libertad.
Don dinero y Don poder
Llegado a este punto, en el capítulo II Estefanía entra de lleno –más de lleno
si cabe– en la transformación operada en el protagonismo de los que mandan
y los cambios en las condiciones estructurales sobre las que su mandar se
apoya. La tendencia existente en la actualidad es, sugiere concentrado el
autor, a que la economía colonice la política, dominando la sociedad “un
economicismo de laboratorio que no atiende a las exigencias de la política, ni
de la democracia, o a los costes sociales de las decisiones que se toman (...)
morales, amorales o inmorales, los mercados son los que mandan”. Mercados
que, hoy en día, son en realidad los mercados financieros, que han conseguido
implantar su sistema y su ideología en el mundo de la globalización,
sustituyendo a la economía real y llegando incluso a enfrentar a los gobiernos
nacionales con los capitales financieros en constante movimiento. Porque,
como reza el título del capítulo, “los hombres con dinero compran a los
hombres con poder”.
La democracia en cuestión, el cuestionamiento de la democracia es la
pregunta lógica que se desprende de esta colonización de la política por la
economía financiera anónima –un subrayado indispensable–, y Estefanía
desarrolla esta inquietud con particular preocupación. “¿Para qué votar si la
política económica de un gobierno no es tan determinante para el bienestar de
los ciudadanos de un país como la acción de un grupo de operadores
anónimos, que actúan como un epicentro de un terremoto económico a miles
de kilómetros de donde su decisión va a tener efecto?”. Pero sin tapujos y sin
dudas, convencido y valiente, Estefanía se acerca a esta difícil cuestión
afirmando que “con el paso de los días, la democracia y esta tipología de
globalización sin reglas de juego, son rivales, no aliadas”.
La concentración del capital y las fusiones de grandes empresas, el poder
ostentado por los grupos mediáticos, el escaso margen de maniobra de los
Estados contra los líderes de la mundialización cuyos rostros son
desconocidos para el gran público, el poder de los intermediarios y brokers, el
creciente poder de la economía ilegal que fabrica en ocasiones Estados
paralelos, la nueva economía del terror que mueve 1,5 billones de dólares al
año y la absoluta falta de responsabilidad política y jurídica de los poderosos
se elevan como causas esenciales de una nueva estructura económica en la
que lo diferente es síntoma de su propia diferencia: el anonimato de los
grandes especuladores financieros, amparados por la morfina que supuso, y
todavía supone, la tesis sobre el final de la historia de Fukuyama y el
Consenso de Washington.
Las desigualdades sociales –que Estefanía detalla, como siempre, con cifras
y datos tan significativos como escalofriantes– son consecuencia de la teoría
dominante en muchas esferas, aquella que indica a la globalización como un
sistema feliz, pero también se alimentan de la tendencia al desánimo y la
claudicación de los que piensan que estas desigualdades son inevitables,
dando lugar a otro de los poderes de la globalización: “la narcotización de las
conciencias, los efectos del fatalismo que paraliza, el no hay nada que hacer”.
La verdad mediática y la verdad real
Si algo faltaba para que el análisis de este pez que se muerde la cola en el
que vivimos fuera más exacta, Estefanía se sumerge, en el capítulo III, en la
actualidad de los medios de comunicación y de Internet, ofreciendo la idea de
que el dominio que antaño tenían los poderes tradicionales –el poder
legislativo, ejecutivo y judicial– es ahora ostentado por la tríada formada por la
prensa, los jueces y los sondeos. Sustituido el intelectual clásico por el
intelectual mediático y el periodista, estos últimos tampoco ejercen su
tradicional papel de contrapoder, de oficiar de voz de los que no la tienen,
cuya tarea era consolar a los afligidos y afligir a los que viven en la holgura.
Porque las más de las veces los medios de comunicación son utilizados
espuriamente, y el periodismo puesto al servicio de intereses ajenos al de sus
lectores, oyentes o espectadores, convirtiéndose en meros instrumentos de
tráfico de influencias al servicio de intereses externos a la añorada tarea de
comunicar e informar. Un decálogo de lo que ha perdido el periodismo en los
últimos años cierra este magnífico y provocativo capítulo, y especial atención
hay que prestar a su última hipótesis, que indica que los medios de
comunicación están sustituyendo a la lucha de clases como motor de la
historia. Desmontado el mito de la globalización feliz, Estefanía observa
entonces que la división digital supone una nueva división de clases, entre los
que están conectados a la red y los individuos que no tienen siquiera acceso al
teléfono o al periódico, que son además el 84% de la población mundial.
Porque el mundo no sólo se divide en relación a la riqueza, sino también en
relación a su acceso a la información.
Consecuentemente con estas transformaciones históricas que acontecen a
ritmo de vértigo, Estefanía señala a su vez que el Estado-nación ha sido
sustituido por el Estado-red, en el que los ciudadanos crean sus propias redes
de poder, su propia soberanía. El poder político se difumina y aparecen miles
de asociaciones, con mayor o menor poder fáctico, que se aglutinan en torno a
un Estado ya conceptual, casi etéreo.
En un mundo en que la verdad mediática ha sustituido a la verdad
auténtica, Joaquín Estefanía posa finalmente su curiosidad en los blogs, una
manera quizás más libre de ejercer la comunicación y cuyos resultados reales
no son previsibles aún, a pesar del intento del capital por hacerse con sus
servicios. “Se trata de la emergencia de una nueva comunidad abierta que
puede transformar el mundo de la comunicación y el periodismo y, por su
capacidad de influencia, el de la política”, un nuevo modelo de comunicación
cuya razón de ser es, precisamente, un no ser jerarquizado, algo que puede
suponer un cataclismo en el actual orden informativo. Aunque es preciso
también matizar y pensar –dice Estefanía con esa naturalidad propia del
pensador que no deja nunca acontecimiento sin radiografiar, duda sin
plantear– por su intervención desde el domicilio, lo que podría convertir a los
blogs en onanistas, anulando su capacidad revolucionaria.
La democratización del dinero y de la igualdad de oportunidades lo es sólo
en apariencia, y el debate sobre la desigualdad y la redistribución brilla por su
ausencia. Los que tienen tendrán más, pero no hay que olvidar, señala
despidiéndose Estefanía, que todo poder genera resistencia.
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