Recorrido por nuestra escena tecnológica Julia

Anuncio
Recorrido por nuestra escena tecnológica
Julia Elena Sagaseta (IUNA)
Teatro y tecnología: tradiciones
La tecnología, en sus distintos aspectos y desarrollos, ha ido invadiendo el
teatro. Casi no hay obra en que no haya una proyección, una imagen no real, una
mediatización de lo que el texto o los cuerpos exponen. A veces está plenamente
justificado e incrementa las posibilidades expresivas y de significación, en algunas
ocasiones es un uso gratuito y redundante. Depende, obviamente, de la inteligencia y
creatividad del director. Pero pareciera difícil escapar a esa “esa tecnología de las
condiciones de mirar” de la que habla Johannes Birringer. Estamos marcados por una
civilización en la que lo tecnológico es cada vez más un hecho central que diseña
nuestra forma de entender el mundo y presentar la composición artística. Nos
movemos en un mundo en el que la realidad está producida o es percibida por los
medios y la tecnología. Y el teatro, como todo el arte siempre es testigo y testimonio
de su época sea cual fuere la estética en que se realice.
La introducción de imágenes de distinta procedencia, la atracción por la
incorporación de avances tecnológicos tiene una larga data. Pensemos en los eventos
de las vanguardias, en el futurismo y constructivismo rusos, en el teatro de la
Bauhaus, en el uso de proyecciones en los Revistas políticas de Piscator en el Berlín
de los años 20, en la relación con lo audiovisual en los grupos del teatro neoyorkiano
de los años 60 (Performance Group, Living Theatre).
Todo esto ha ido creciendo en el teatro contemporáneo. Las grandes óperas de
Robert Wilson, los espectáculos de Jan Fabre o de Robert Lepage, las performances
de Laurie Anderson, hacen uso de la tecnología más avanzada. Las imágenes
digitales invaden la escena que se convierte en una pantalla, se usa el laser o
computadoras para efectos escenográficos, se computariza el sonido. Los cuerpos
vivos de los actores se pueden cruzar con recursos y aún con cuerpos virtuales.
Las proyecciones, el cine, lo multimedia, la tecnología digital, la robótica, se
convierten en otros lenguajes que tenemos que tener en cuenta cuando analizamos el
teatro.
Objeciones
Algunos críticos, como Patrice Pavis, ven todo esto con una mirada
cuestionadora. Fuertemente ubicado en la modernidad, Pavis ve peligrar aquello que
para él es la esencia del teatro:
“Los medios de comunicación son electrones libres que amenazan en todo
momento con dinamitar la puesta en escena. Cuando ya no es un mensaje
homogéneo, controlado por un sujeto creador central, esa puesta ya no
garantiza la coherencia del artefacto estético, se reduce a un montaje, a una
construcción, a una práctica escénica significante, a un encuentro o a una
instalación”1.
Desde esa posición la escena tecnológica es partícipe de la crisis del sujeto,
por lo tanto, se ubica en la posmodernidad (y en esta localización, y sólo en ello, Pavis
coincide con Birringer). Pero Pavis también cuestiona fuertemente la caída del lugar
central del texto y del autor dramático. Es cierto que los ejemplos que lo llevan a ese
debate tienen que ver con un teatro de imagen o donde la imagen es la fuerza central.
El teatro del canadiense Robert Lepage (que es el que toma en el artículo que
1
Patrice Pavis, “Escrituras dramáticas contemporáneas y nuevas tecnologías” en Conjunto,
Nº123, La Habana, octubre-diciembre 2001.
citamos2) es fuertemente multimedial y experimenta con diferentes posibilidades
tecnológicas.
La escena porteña. Cine, video y teatro
Pero si recorremos la escena de Buenos Aires de la última década vemos que
la escena tecnológica se ha ido imponiendo cada vez más pero no responde –salvo
escasas excepciones- a los mismos parámetros de las obras que estudia Pavis. La
figura del director es fuerte, los recursos tecnológicos no opacan la dimensión teatral
sino que, más bien, la refuerzan. No se anula el texto, por el contrario son muchas
veces los propios dramaturgos los que proponen esos recursos. En La extravagancia
Rafael Spregelburd presenta la existencia de una disparatada familia: los padres y tres
hijas mellizas, una de la cuales es adoptada. Las hijas son idénticas3 pero sólo una
tiene una existencia visible. Las otras dos aparecen mediatizadas: o través del sonido
del teléfono (en este caso es el personaje más invisible ya que ni siquiera se oye su
voz, aunque intercambia información con la hermana que atiende) o a través de la
pantalla del televisor en la que aparece conduciendo un programa cultural. Esta última
tiene una existencia absolutamente tecnológica, sin ningún intercambio con la figura
real de la escena. Es uno de los casos más extremos de un personaje construido por
la tecnología, en una particular interacción (absolutamente icónica, ya que nunca
tienen contacto) con el personaje interpretado por una actriz y con fuerte incidencia en
el desarrollo de la intriga.
El cine puede ser un intertexto fuerte y también un productor de la existencia y
configuración de algunos personajes. En Fiori di merda de Paco Giménez, la obra se
construye en intertextualidad con el cine de Pasolini, en particular con Mama Roma y
Teorema. La actriz Anna Magnani famosa protagonista de Mama Roma aparece en
una amplia pantalla mientras varias actrices repiten el personaje variándolo. Lo mismo
ocurre con la familia de Teorema.
El cruce cine o video y teatro aparece en numerosas obras dando lugar a muy
diferentes desarrollos temáticos. En De mal en peor de Ricardo Bartís la historia del
derrumbe económico de la familia se resuelve cuando uno de los personajes ve en
una película doméstica donde se guardan los bonos salvadores. En este caso, y
siguiendo la época en que se desarrolla la obra (principios del siglo XX), la película
tiene todos los desfasajes técnicos del cine del período.
Pero la puesta también puede mezclar cine y teatro, adjudicando lenguajes de
uno a otro: en La reina obra de Alberto Montezanti sobre el texto La reina de los alisios
de Elfriede Jelinek, la obra comienza con la entrada de un cortejo que repite en vivo
una secuencia de un videoclip de Madonna. Ubicados los espectadores se proyectan
en una pantalla los créditos de la obra (o sea, el programa de mano). En varios
momentos, después de un fundido a negro, se interrumpe la labor de la actriz para
proyectar pequeñas secuencias fílmicas.
En otro obra de Jelinek, Bambiland, dirigida por Emilio García Wehbi, el fuerte
discurso político del texto se ratifica con la imágenes de noticieros de la guerra de Irak.
La ficción de la mujer que no puede dejar de hablar y acusar en el texto, cruzada
permanente por la realidad, intensifica su fuerza con las imágenes.
En Ejecutor 14, texto de Adel Hakim, dirigido por Martín de Goicoechea, la obra
empieza con un film de desgarradoras escenas de guerra. Introduce una competencia
para el espectador que va a ver un espectáculo rizomático con secuencias que
2
En otro artículo, “Representar la calamidad? Puesta en escena y performance en Aviñon
2005” en Drama. Revista de la Asociación de Autores de Teatro, Nº 26, Madrid, primavera 2006
es más rotundo. Allí estudia el Festival de Aviñón y cuestiona los espectáculos fuertemente
performáticos donde la imagen y la tecnología son predominantes, en particular los de Jan
Fabre, Jan Decorte, Jacques Delcuvellerie.
3
En la puesta en escena, que dirigió Rubén Szuchmacher, las tres hermanas eran
interpretadas por la actriz Andrea Garrote
responden a mundos muy diferentes (los distintos agenciamientos de ese rizoma) pero
también establece un vínculo con un personaje que golpea con saña a otro (en
realidad, un muñeco hiperrealista) y que instaura en el espacio teatral una violencia
real.
Quizá donde se llevó al extremo estos vínculos cine/teatro, en cuanto a relación
y también diferencia, sea en Los muertos de Beatriz Catani y Mariano Pensotti. El
tema de la muerte se plantea desdoblado teatralmente y presentado directamente en
un filme. En una mitad de la escena, el actor Alfredo Martín recuerda recuerda un viejo
trabajo suyo en una obra sobre un cuento de James Joyce, Los muertos y reproduce
algunas escenas. En la otra mitad hay un televisor y una persona que comenta lo que
aparece. Allí se expone el mundo de la muerte, los cementerios. Se muestran
bóvedas, se habla con cuidadores. La obra teatral y el film se van intercalando uno en
otro, uno interfiriendo y completando o cuestionando el otro.
En Bálsamo de Ana Alvarado aparece un perdido museo en la estepa
patagónica, con una directora que vive una soledad alucinada y habla con los
fantasmas que la rodean, figuras de la llamada conquista del desierto. Un televisor,
colocado al costado de los personajes que viven su mundo irreal, introduce los hechos
que ocurrieron en el lugar al reproducir otros momentos: gente llegando al museo, la
directora hablando, explicando lo que hay en las salas. El museo en acción está en las
imágenes.
En Manifiesto vs. Manifiesto de Susana Torres Molina se expone un tema
aparentemente nada teatral, que más llama a un ensayo filosófico: qué es arte, quién
determina su naturaleza, cuáles son sus límites. La base para la discusión es el
Accionismo Vienés de los años 60. Los actores no componen personajes pero sí
muestran habilidades de su quehacer artístico: narran historias, despliegan actividad
fisica por el espacio escénico y también plantean los temas que son el origen y la base
de la obra. Buscan las respuestas junto a los espectadores en las imágenes que
proyecta un televisor: escenas de eventos del Accionismo, declaraciones de Rudolf
Schwarzkogler (uno de sus principales integrantes), acciones actuales de Hermann
Nitsch. La obra no da respuestas, provoca inquietudes. Y establece un diálogo múltiple
entre la platea y los artistas (los cuerpos vivos de los actores, los artistas austríacos
filmados).
También una puesta clásica puede hacerse desde esta óptica, es decir
cruzando cine y teatro. Para su puesta en escena de Las troyanas (la obra de
Eurípides en la versión de Jean Paul Sastre), Rubén Szuchmacher llenó el espacio
escénico de cables que colgaban y monitores que mostraban escenas de guerra, de
despojo, de violencia. En el texto clásico (y en la versión de Sastre sacudido por la
guerra que acaba de terminar) el centro está en las mujeres del pueblo derrotado,
todavía altivas pero vejadas y sometidos por el vencedor. Las imágenes de los
monitores resemantizaban y actualizaban la situación, ponían en evidencia un clima
bélico que atravesaba el mito y la historia y parecía no poder parar.
Interacción receptiva
Mucho mayor es el lugar que se le da al espectador como un participante activo
en la construcción de la obra en Manifiesto de niños4 de El Periférico de Objetos.
Presentada como una instalación teatral, Manifiesto resulta un alegato contra el abuso
de niños en distintas épocas y lugares. Lo que se ofrece temáticamente y las
posibilidades de percepción son muy amplias. Tres actores encerrados en una
caja/habitación intercambian juegos, se disfrazan, se agraden, testimonian. En las
paredes exteriores de la caja se proyectan fotos de niños, películas, dibujos. Una gran
pantalla en un rincón de la sala reproduce lo que ocurre en la caja, otra pantalla en el
frente reproduce parte de lo que ocurre. Otra vez nos encontramos con un espectáculo
performático, con sus líneas de fuga, desterritorializaciones y territorializaciones. Pero
4
Para un análisis detallado se puede ver el dossier que se le dedica en el Nº1 de esta revista
aquí también el espectador forma parte de esos procesos: puede observar lo que
ocurre pegado a los vidrios que rodean la caja, puede sentarse en las butacas, no
acercarse a la caja y verlo todo virtualmente en la proyección mientras oye los textos.
Puede dejar ese recorrido y entrar en otro, el de los dibujos infantiles victorianos y el
de las fotos actuales de niños. La obra parece interminable y se construye con cada
espectador en las diferentes combinatorias.
El Periférico es el grupo que más ha venido trabajando las posibilidades del
espacio tecnológico desde Máquinahamlet. Cuando hicieron la puesta de la obra de
Heiner Müller incluyeron imágenes proyectadas de guerras, de violencia, de campos
de concentración. Esas imágenes no aclaraban el texto hermético de Müller, se
relacionaban dialógicamente con él, componían una trama de lenguajes distintos, en la
que también estaban las acciones crueles de los actores, el texto de Shakespeare, la
realidad europea contemporánea del autor, la historia reciente vivida por los directores.
Cruces interartísticos y robótica
En Monteverdi Método Bélico, una obra polifónica con músicos, cantantes y
actores, también se cruzaba el cine: en una secuencia se proyectaba en una gran
pantalla Una noche en la ópera de los hermanos Marx y en otra, la filmación de una
operación quirúrgica. En este último caso se jugaba con la ficción: la pantalla
reproducía una intervención médica pero por momentos mostraba en tiempo real lo el
simulacro de los actores. Pero Monteverdi se atrevió a más y trabajó con robótica. Una
pareja de muñecos (hombre y mujer) de tamaño natural seducía a una pareja de
actores y las parejas cruzadas (humano y muñeco) tenían relaciones sexuales. Si los
muñecos de El Periférico (desde las primeras muñecas descabezadas) siempre
impactaron por su marca siniestra (en el sentido freudiano), estos muñecos robóticos,
estos humanoides, parecían ya no tener límites para entrar en el mundo humano. Eran
tan actores en sus acciones como los actores vivos. En la última secuencia, una
enorme muñeca (similar a las primeras de El Periférico pero robótica), como una gran
divinidad de torpes movimientos, recibía en sus brazos a dos de los actores/cantantes.
La robótica remitía a la historia del grupo, la homenajeaba y también ampliaba las
fronteras teatrales.
Dos de los directores de El Periférico, Ana Alvarado y Emilio García Wehbi, han
incorporado la escena tecnológica a sus producciones. Daniel Veronese la elude
porque su actual concepción escénica se basa en el despojamiento de recursos,
centrándose en el actor.
En una propuesta contraria a la de Monteverdi, Ana Alvarado usó una
tecnología de poco desarrollo en Los débiles. Un proyector de filminas mostraba
dibujos infantiles y fotos de la artista norteamericana Diana Arbus, sus famosas fotos
de freaks. Las imágenes acompañaban o eran dobles de los personajes, los débiles
sociales.
Ya hemos visto como incluía lo tecnológico Emilio García Wehbi en
Bambiland. En otra obra, El orín come el hierro, el agua come las piedras o el sueño
de las AliciaS (Fragmentos para la reconstrucción de un cuerpo)o, en la que se plantea
el lugar social de la mujer a través de una intensa intertextualidad, aparecen
proyecciones de mujeres atacadas, asesinadas, desaparecidas. Son sólo rostros, no
hay ninguna otra indicación. Alguna referencia nos recuerda el caso aterrador de las
mujeres muertas y desaparecidas de Ciudad Juárez (México). No sabemos, como
espectadores, si son ellas, pero esas imágenes son sus íconos. Ficcionales o no,
proponen tomar conciencia.
Tecnología dialógica
En Fetiche José María Muscari invadió el espacio del espectador con el
espacio tecnológico. Una gran pantalla dominaba un costado de la sala; en los
laterales y en la mitad de la sala había televisores. Las pantallas dialogaban entre sí,
con la escena y con el público. Un diálogo de imágenes y cuerpos vivos que obligaban
a una fuerte tarea receptiva.
La obra formó parte del ciclo Biodrama y en este caso Muscari eligió para su
escenificación la vida de una mujer particular: fisicoculturista, teóloga, especialista en
salud sexual. Alguien que transita por mundos muy disímiles. Muscari decidió dividir la
figura, hacerla interpretar por cinco actrices y un travesti, cada una de las cuales
tomaría una parte de la personalidad o una edad de la protagonista.
Biodrama es un ciclo experimental ideado por Vivi Tellas en el que se
teatralizan historias reales. No se trata de realismo sino de realidad por eso cada
director elige trasladar esa historia con la estética que considere adecuada o que sea
pertinente a su mirada artística. Trabajar con la realidad implica también el riesgo de
tener presente esa figura que se lleva a la ficción escénica. En este caso, la vida de
Cristina Musumesi se desarrolla ficcionalmente en los diálogos de los varios
personajes en que se ha dividido teatralmente su personalidad, en el ambito siempre
común, el gimnasio. La enorme pantalla al costado del escenario va presentando, todo
el tiempo que duran las acciones de las actrices, el mundo de las fisiculturistas, los
torneos, las ganadoras, los cuerpos que generan. Otros aspectos de ese mismo
mundo presentan los televisores que también ofrecen fragmentos de películas. Entre
las pantallas y la escena se produce una construcción dialógica de sentido: lo que
dicen y hacen las actrices se corrobora o contradice con las imágenes.
Como en otros espectáculos que tratamos también aquí se espera que el
espectador sea activo, construya con su mirada su espectáculo. Puede obviar los
televisores (por comodidad, por falta de hábito en moverse en el asiento, en mirar para
atrás), es más difícil que ignore la gran pantalla pero puede fijarse en ella lo menos
posible y centrarse sólo en la escena (aunque allí también hay un televisor). Siempre
perderá algo (algo de la escena si mira los televisores o la pantalla) y ganará otro
aspecto. La propuesta es una recepción activa y múltiple.
Virtualidades
En todo lo que hemos estado tratando no creemos que haya una pérdida de lo
que consideramos teatro. La fuerza viva de las acciones, la presencia, siguen en pie.
Aún en esos espectáculos de Lepage en que interactúan figuras proyectadas,
virtuales, y actores, no se pierde la presencia, el hecho vivo. Sí podemos decir que la
teatralidad se expande con la escena tecnológica. Pero puede irse más allá, traspasar
estos límites y entonces ¿dónde estamos?
¿Qué ocurre si los cuerpos que actúan son virtuales y los objetos reales? Eso
pasa en la video instalación teatral El acuario electrónico de Margarita Bali. La propia
caracterización del evento (así lo denomina su autora) ya lo coloca en una zona
ambigua. ¿Es cine o video? Pero los espectadores vemos un sillón y unas cortinas
reales. Luego veremos proyecciones digitales de una pareja que se sentará en el sillón
y actuará.
La obra se presentó en el Centro Cultural Recoleta, en una sala de
exposiciones, pero igual podría haberse estrenado en un teatro. Estamos en una zona
límite, en un arte de mezcla en el que hay una fuerte carga de teatralidad.
El acuario electrónico estaba ubicado en dos salones por los que deambulaban
los espectadores. En el primero se presentaban objetos insólitos: jarrones intervenidos
con proyecciones digitales que los humanizaban con enormes ojos, con manos que los
tocaban y arrugaban. Un mundo extraño y sugerente. En otro lugar del mismo salón
había un acuario con peces de diferentes tamaños y colores brillantes. Entre los
animales acuáticos había medusas con cuerpos y piernas de bailarinas que se
deslizaban danzando. También se encontraban hombrecitos que bailaban entre los
peces. Un mundo extravagante, onírico.
En el siguiente salón estaba la instalación teatral propiamente dicha. Ya hemos
mencionado los elementos escenográficos reales. La cortina se movía y se podía
contemplar el exterior (en realidad otra proyección digital) que mostraba parte de
edificios de la ciudad. En el sillón se sentó un hombre (como dijimos una proyección).
El hombre hablaba sin parar por un celular y luchaba con la mujer que llegaba (otra
proyección) por el espacio en el sillón.
Los movimientos de ambos por sentarse o por colocarse adecuadamente,
armaban una coreografía de dificultades y comodidades (acostarse, estirarse, sentarse
y tomar whisky, ubicarse con un vestido de fiesta). Las figuras se podían duplicar o
triplicar, comunicarse o rechazarse. Las voces seguían otro derrotero. Se instalaban
varias narrativas.
Por la ventana se asomaba un hombre (otra proyección) y también cambiaba la
zona de la ciudad que se veía. El hombre espiaba a la pareja e introducía otro relato.
Y de pronto todo cambiaba: los peces se desterritorializan de su sala y en una
línea de fuga ocupaban la ventana. La pareja, que seguía con sus devenires, estaba
rodeada por un acuario. Y los espectadores, parados o ubicados en asientos, cerca
del hombre y la mujer, testigos de sus acciones, también se veían circundados por
peces y extrañas figuras acuáticas. El ámbito se hacía fuertemente onírico.
Margarita Bali lleva al extremo la interrelación artística entre video arte, danza,
teatro, expande sus posibilidades y crea un espectáculo fuertemente performático.
Pone en cuestión la idea de presencia. Los cuerpos son notoriamente teatrales y sin
embargo no están. Pero es un mundo vivo y por eso, por momentos, atractivo y
temible. En algunas secuencias somos testigos, como en el más puro teatro
naturalista, de tensiones, peleas, enfrentamientos, conciliaciones. Y sin embargo, la
ficción es absoluta, nada es verdadero. Pero los elementos teatrales están allí,
proponiendo la expansión de las fronteras artísticas y también de la percepción de los
espectadores.
No creo que la escena tecnológica, con todas las innovaciones que seguirá
produciendo ponga en crisis la representación. El teatro ha ido variando a lo largo de
su historia (para hablar sólo del teatro occidental), siempre ha sido testigo y testimonio.
En una época tan marcada por la tecnología, por lo medios, sería imposible que no lse
encontraran. Los límites del teatro no son fijos y es bueno que esté abierto a múltiples
posibilidades interartísticas (y entonces recordamos el teatro oriental en el que el cruce
es primordial) y tecnológicas que es como se presenta el arte contemporáneo.
Descargar