CRISTO RESUCITADO, NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE

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CRISTO RESUCITADO, NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Curso de Teología 26 de Febrero de 2013 1. DESHACER UN EQUÍVOCO: LA “RESURRECCIÓN” COMO REANIMACIÓN DE UN CADÁVER No sé por qué todos los años, en Semana Santa, ponen en Antena 3 una película, El enigma de Jerusalén, cuyo argumento es el siguiente: un arqueólogo alemán descubre, en una excavación arqueológica en Jerusalén, una tumba probablemente del siglo I, donde aparece el esqueleto de un hombre crucificado y, junto a estos restos, una cámara de vídeo. Es un argumento bastante enrevesado porque esa cámara de vídeo correspondería a unos viajeros del tiempo que habrían grabado, hipotéticamente, el momento mismo de la resurrección de Jesucristo; lo que pasó en ese momento. Por supuesto, se establece una especie de red de espionaje donde la trama principal es el visionado de esa cámara de vídeo para establecer si aquello en lo que se fundamentan los cristianos es cierto o es falso. La película hace pasar un rato interesante, especialmente, por la trama de espionaje pero, al mismo tiempo, está ofreciendo una pre-­‐comprensión de lo que puede ser resucitar, según la cual la resurrección sería una realidad aprehensible con el uso de una cámara de vídeo. El primer equívoco que hay que deshacer, para acercarse a un tema como el de la resurrección, es el presupuesto de que estamos ante un acontecimiento que puede ser ubicado, sin más, en las coordenadas del espacio y del tiempo. Cuando nos acercamos con esta pre-­‐comprensión, no queda muy claro qué diferencia hay entre “resucitar” o “revivificar”. Dicho de otra manera, ¿cuál sería la diferencia entre lo que sucedió a Lázaro o al hijo de la viuda de Naím, cuando fueron resucitados por Cristo, y lo que ha sucedido al propio Jesucristo? Creo que es importante, cuando leemos los textos de Pascua, no partir del presupuesto de que ya sabemos de antemano qué es resucitar, porque podemos establecer un equívoco que ya de entrada, modifica la comprensión de este evento. Para hablar de la resurrección de Cristo, como paradigma de lo que será nuestra propia resurrección, hay que intentar realizar un salto de nivel. No estamos en las coordenadas espacio-­‐temporales en las cuales podemos ubicar, por ejemplo, a un Jesús predicando el Reino, proclamando las bienaventuranzas, o incluso muriendo en la cruz. 2. ESTABLECIENDO UN PRESUPUESTO: LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ES “ESCATOLOGÍA” La resurrección es el acontecimiento escatológico por antonomasia, y éste tiene que ser el horizonte en el cual intentemos descubrir de qué estamos hablando. La escatología es la confesión de que la eternidad ha entrado en el tiempo, creando un orden distinto de realidad. Por ello, hablar de la resurrección de Jesucristo es hablar de que lo último y definitivo de Dios ha acontecido en el escenario de nuestra historia, preñándola de sentido y abriéndola a una dimensión de verdad a la que habitualmente no estamos acostumbrados. Si se me permite un ejemplo, hablar de escatología es hablar de que, en el escenario del tiempo, podemos encontrar un pedazo de cielo; lo último en el aquí y ahora, lo definitivo en lo contingente. Página 1 de 1
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Se pueden ofrecer muchos textos a este propósito; no quiero cansarles, pero es interesante uno del Papa Benedicto XVI que, cuando habla de la resurrección de Cristo en su obra “Jesús de Nazaret” afirma: Hay que decir que la esencia de la resurrección consiste precisamente en que ella contraviene la historia e inaugura una dimensión que llamamos comúnmente la dimensión escatológica. La resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sí misma y crea lo definitivo. Por lo tanto, no podemos hablar o imaginar la resurrección de Jesucristo a la manera de un cadáver que ha sido reanimado y vuelve a su forma anterior de vida. Esta sería la diferencia fundamental entre la resurrección de Lázaro y la resurrección de Jesucristo. Lázaro es un cadáver reanimado, que vuelve a su anterior modo de vida y que, lógicamente, volverá a morir. Sin embargo, Jesucristo es aquel que irrumpe por su resurrección en un nuevo modo de ser que adelanta, aquí en el tiempo, lo último y definitivo de las promesas de Dios para los hombres. 3. DESDE AHÍ, ¿CÓMO ENTENDER LAS “APARICIONES”? Si introducimos esta hipótesis de trabajo, es decir, si consideramos la resurrección de Jesucristo como un acontecimiento escatológico, surgiría una pregunta interesante: ¿Cómo hemos de entender lo que los evangelios llaman “apariciones del Resucitado”? ¿De qué estaríamos hablando cuando decimos que “Jesucristo se apareció después de su muerte”? En la teología del pasado siglo XX ha habido tres formas fundamentales de entender esto. 3.1. Las apariciones como algo que hizo Dios con la fe de los discípulos. Esta hipótesis de trabajo conoció un gran desarrollo y una gran aceptación en el escenario de la segunda mitad del siglo XX pasado. Que “Jesús se aparece” nos está hablando de algo que no sucede exactamente a Jesús, sino a la fe de los discípulos, los cuales llegan a la convicción interna de que la causa de Jesús sigue adelante. Esta es la tesis, sobre todo, del exégeta alemán W. Marxen sobre el significado de las apariciones del Resucitado. En un escenario como es el de los años 60/70, de una gran conmoción revolucionaria -­‐deseo de transformación del mundo y de la realidad, triunfo de las distintas ideologías…-­‐ esta hipótesis fue especialmente sugerente. La clave no radicaría en entender la aparición del Resucitado como un evento que atañe a la persona misma de Jesucristo, sino a una causa que puede seguir viva en la fe de los discípulos y en su acción por transformar este mundo y esta historia. 3.2. Las apariciones como “visiones” objetivas sin necesidad de fe Una segunda forma de entender las apariciones, que se ve especialmente reflejada en el modelo más popular, sería aquella que las entiende como “visiones objetivas”. Es el típico cuadro flamenco en que aparece el Resucitado envuelto en una sábana blanca con un estandarte también blanco de triunfo, saliendo del sepulcro por su propio pie, con las manos y los pies llagados. Que “Jesús se aparece como Resucitado” significa que hay una visión objetiva que, como tal, ahorra el salto de fe a los propios discípulos, porque pudieron ver con sus ojos y palpar con sus manos. Por lo tanto sería una forma de entender la aparición donde ésta se impone, simplemente, entrando por los sentidos habituales que nos permiten relacionarnos con nuestro mundo. Página 2 de 2
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas 3.3. Las apariciones como “experiencias” subjetivas de fe Según este tercer modelo –que, quizás, ha sido el más aceptado en la teología de la segunda mitad del siglo XX-­‐ cuando hablamos de apariciones nos referimos a una “experiencia subjetiva” que se produce en el “adentro” de la fe. La categoría de experiencia es una de las categorías filosóficas que más fortuna ha hecho a lo largo de todo el siglo XX, y ha sido la que han usado, para hablar de apariciones, la mayor parte de autores más conocidos, por ejemplo Karl Rahner o nuestro González Faus. A mi juicio, estos tres modelos de comprensión de las apariciones del Resucitado adolecen –los tres-­‐ de un mismo defecto o, si prefieren, idéntico punto débil, que consistiría en hacer depender en exceso, la aparición de Cristo Resucitado del sujeto que conoce. Con esto quiero decir que todo queda sacrificado a las posibilidades de nuestro conocimiento, a sus propias condiciones de posibilidad, de manera que el sujeto adquiere un protagonismo tan desmesurado que se corre el riesgo de adulterar lo que realmente aconteció a la persona de Jesús, cuando fue resucitada de entre los muertos. Cuando nos acercamos a la resurrección de Jesús y a su aparición, especialmente a los discípulos, lo que intentamos dejar claro es que la iniciativa, la clave fundamental de comprensión, no radica en la subjetividad de los propios discípulos, sino en la objetividad de algo que, viniendo de fuera, se impone por sí mismo a esa experiencia creyente. Voy a tratar de explicarlo mejor. Por lo pronto, baste este texto de uno de los grandes estudiosos de la resurrección, el teólogo alemán, Kessler: El sujeto iniciador y activo de todo el acontecer es, pues, Dios o Jesucristo y no la subjetividad interpretadora de los discípulos. Éstos son receptores de las apariciones, lo que no excluye su participación activa con las facultades perceptivas, sino que las incluye, es decir, ellos ven al que se deja ver. Si quieren, se puede expresar a la manera de pregunta; una pregunta que me parece perspicaz, pero que, en mi opinión, pone el dedo en la llaga, ¿la Pascua, es algo que Dios hizo con Jesucristo, o es algo que Dios hizo con la fe de los discípulos? Entienden, por tanto, la diferencia que existe, en hacer pivotar el protagonismo de este acontecer en Jesucristo, o en los propios discípulos. Yo creo que, para intentar comprender mejor qué puede ser “resucitar” o qué puede ser “aparecer como Resucitado”, lo más honesto es acudir a los propios textos. Ahora bien, tenemos que dejar al conjunto de textos que componen el NT que se expliquen a sí mismos porque, cuando vamos al texto bíblico presuponiendo de antemano que ya sabemos qué sea resucitar, corremos el riesgo de forzar el significado del mismo. Muchas veces, en nuestras lecturas de la Biblia, no permitimos al texto que se explique, porque vamos, desde nuestra subjetividad, imponiéndole los límites por los cuales tiene que transcurrir aquel mensaje que quiere ofrecer. 4. UN VERBO: OPHTHÉ Cuando uno acude a todos los relatos de Pascua, es muy sugerente percatarse de que siempre se utiliza el verbo griego ophthé, un verbo que va a tener un valor técnico y que encontramos en todas las secuencias de textos con los que la comunidad cristiana primitiva trata de expresar el misterio de la Pascua, de la resurrección de Jesucristo. Este verbo puede ser traducido al castellano de una triple forma. Página 3 de 3
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas 4.1. Cristo fue visto por Pedro La primera forma, como una “pasiva”, en la cual, el protagonista de la acción sería el propio Pedro. 4.2. Cristo fue hecho visible por Dios a Pedro La segunda es lo que se llama una “pasiva divina”, en la que, curiosamente, el protagonista es Dios. Él es quien posibilita a Pedro ver a Cristo resucitado. 4.3. Cristo se dejó ver a Pedro La tercera es una forma de traducción en forma “deponente” donde el protagonista de la acción es el propio Cristo. Desde un punto de vista lingüístico, las tres formas de traducción son correctas. Sin embargo, en el conjunto de la Biblia y desde una perspectiva teológica, solo es posible aceptar como correctas la segunda y la tercera, en las cuales el protagonista de la acción o es Dios Padre, que “deja a Pedro ver a Cristo”, o es el propio Cristo que “se deja ver a Pedro”. El verbo Ophthé es un verbo técnico que únicamente se utiliza en el AT para hablar de las teofanías de Dios a distintos personajes de la antigua Alianza, por ejemplo a Abraham. Ahí el Señor se le apareció y le dijo: Abraham, esta tierra se la voy a dar a tu descendencia. Entonces Abraham construyó un altar en honor del Señor porque allí se le había aparecido. Este “aparecido” es el verbo Ophthé. Esto tiene mucha trascendencia porque va indicando qué es “aparecer como Resucitado”. Para la lógica del NT, las apariciones del Resucitado a sus discípulos han de entenderse como una teofanía, es decir, como una manifestación, una revelación que Dios Padre por el Espíritu realiza en su Hijo. 5. LAS APARICIONES SON “REVELACIONES” O LA NATURALEZA ÍNTIMA DE LA “FE” Al interpretar las apariciones de Cristo Resucitado como “revelaciones”, queda salvaguardada una de las claves fundamentales de comprensión: el protagonismo, la iniciativa es, siempre, de lo divino al hombre. Por lo tanto, va mucho más allá de esa subjetividad interpretadora que tiene el riesgo de caer en un cierto subjetivismo. El testimonio, quizá más antiguo de la resurrección de Cristo, que podemos encontrar en todo el NT, está en el capítulo 15, de la Primera Carta a los Corintios; dice así: En primer lugar os he dado a conocer la enseñanza que yo también recibí. Os he enseñado que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, como también dicen las Escrituras; y que se apareció a Cefas y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos ya han muerto. Después se apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles. Por último se me apareció también a mí, que soy como un niño nacido fuera de tiempo. Esta secuencia de apariciones del Resucitado, ordenadas jerárquicamente, Pedro, los doce… Santiago… Pablo… está utilizando, obviamente, un verbo que tiene una valencia teológicamente profunda: “aparecer” es aquí sinónimo de “revelar”. Les propongo ahora leer el conjunto de testimonios de apariciones del Resucitado que podemos encontrar en el NT, desde la categoría de revelación. Veremos cómo, aplicando esta lógica, los textos se nos abren preñados de significado y de sentido para nuestra propia vida creyente. Página 4 de 4
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas 5.1. Dificultad del reconocimiento: manifestación y ocultamiento En primer lugar, si interpretamos las apariciones de Cristo Resucitado como revelaciones, podemos entender la dificultad repetida que tienen los testigos para reconocer al que tienen delante. Un par de textos: Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que fuera él. (Jn 21,4) Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, -­‐está hablando de María Magdalena-­‐ aunque no sabía que fuera él. (Jn 20,14) Esta dificultad para el reconocimiento del Resucitado está indicando que la aparición es una auténtica revelación, y la característica fundamental de toda revelación de Dios es que él se aparece en la medida en que se ausenta; Dios se manifiesta únicamente ocultándose; Dios se da a sí mismo retrayéndose; o, si prefieren, Dios habla callando… Lo que estoy diciendo no es un trabalenguas, sino una forma de respetar, de no manipular al Dios que viene al hombre. Todo esto puede ser muy pertinente para nuestra propia experiencia creyente donde, habitualmente, estamos acostumbrados a imponer a Dios los ámbitos de su presencia; peor aún, muchas veces caemos en el defecto de hacer que la Palabra de Dios coincida con la palabra que yo quiero oír… Una forma torpe, por tanto, de manipular a Dios. Sin embargo, al entender las apariciones como revelaciones, la revelación introduce un juego que salvaguarda permanentemente que Dios es “el inmanipulable”; y no es reconocido porque, “aquel que acontece” está inserto en el ámbito del misterio y no se ofrece de manera facilona a nuestra disposición. Que la aparición es una revelación significa que la ausencia de Dios es una forma de presencia; que su ocultarse a nosotros es la forma propiamente divina de manifestarse. Este sería un primer punto que nos ayuda a acercarnos a los distintos relatos de apariciones del Resucitado que tantas veces nos desconciertan y que en algunas ocasiones parecen contradictorias entre sí. 5.2. Revelación es obra (visión) y palabra Si las apariciones son verdaderas revelaciones, es interesante caer en la cuenta de que, no solamente están hechas de visión, sino también de palabra, porque la revelación de Dios se realiza por obras y palabras, intrínsecamente ligadas entre sí. Porque, como Vds. saben, las palabras sin obras no son creíbles, no tienen credibilidad y, al mismo tiempo, las obras sin palabras carecen de significado; están envueltas en cierta ambigüedad. Por eso es importante que, aquel que en un primer momento no es reconocido, para hacer salir de su ambigüedad a los propios testigos, tome la palabra. Pero Jesús les dijo: ¿Por qué estáis tan asustados y por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? (Lc 24,38) Y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo: –¡Paz a vosotros! (Jn 20, 26) Entender la aparición como una auténtica revelación, como una teofanía, supone articular ese binomio de visión y de palabra. Es especialmente significativo que, en las experiencias de encuentro con el Resucitado que tiene el propio Pablo y que se nos narran en los Hechos de los Apóstoles, aparecen siempre dos elementos significativamente interrelacionados. Página 5 de 5
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas En esas tres apariciones, tres encuentros con el Resucitado, Pablo habla de un elemento visional a la manera de una luz que ciega, y también nos habla de una voz que puede ser escuchada o no por los que lo acompañan pero que, ciertamente él escucha: Soy yo, a quien tú persigues. 5.3. Entre el materialismo grosero y el espiritualismo desencarnado Cuando aplicamos a las apariciones del Resucitado esta categoría de revelación, se evitan dos extremos: • En primer lugar, el de comprender las apariciones de Jesús a la manera de un materialismo grosero. Imaginad a un Jesús Resucitado que aparece ante sus discípulos con un cuerpo como el nuestro, con la diferencia de que portaría sobre sí las llagas de la cruz. Por ejemplo: Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó. (Jn 20,26) Con nuestro cuerpo no podemos atravesar puertas ni paredes; de esta manera se nos está diciendo que el Resucitado acontece, no a la manera de un cadáver reanimado, sino que en su cuerpo, o en su corporeidad, hay una discontinuidad respecto a la nuestra. Éste sería un extremo que los propios textos intentan evitar. • En segundo lugar, entenderlas como si fuera un fantasma o un espíritu. Tampoco vamos a entender la corporeidad del resucitado a la manera de un fantasma o de un espíritu; una especie de sombra o espectro que haya subido del lugar de los muertos… Los textos tampoco se sienten cómodos con esta interpretación, y por eso encontramos afirmaciones tan desconcertantes como ésta: Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: –¿Tenéis aquí algo de comer? Le dieron un trozo de pescado asado. (Lc 24, 41-­‐42). O también: Luego dijo a Tomás: –Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino creyente! (Jn 20,27) Es curioso porque tenemos que barajar unos textos que, por la singularidad de aquello que quieren transmitirnos, pueden parecer contrastantes e incluso contradictorios. Pero, si lo leemos desde esta clave de revelación, se establece un punto equidistante entre una corporeidad del Resucitado que sea un cadáver reanimado, o un cuerpo del Resucitado que quede reducido a algo fantasmagórico, a una especie de espectro que ha subido del lugar de los muertos. Para que puedan entender esto que estoy diciendo, y también para que podamos entender nuestra propia resurrección en la carne, sería interesante hacer algunas acotaciones a cómo los judíos entendían la corporeidad. En nosotros ha hecho mella un paradigma platónico según el cual concebimos a la persona como un compuesto de cuerpo y de alma. Curiosamente, ese compuesto de cuerpo y alma no es tal porque, estrictamente hablando, para Platón el cuerpo no pertenece a la definición del hombre sino que lo verdaderamente definitorio del hombre es el alma; el cuerpo sería una especie de cárcel en la cual el alma se siente atrapada; y la salvación consiste en liberarse de esa cárcel. Esta forma de entender al hombre no es propia del judaísmo, que no conoce tal dualismo. Página 6 de 6
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Para el judaísmo de la época “yo no tengo cuerpo”, sino que “yo soy cuerpo”. Por lo tanto, no tienen una forma dualista de entender al hombre, sino tremendamente unitaria. Yo soy el cuerpo, y además el cuerpo es lo que me posibilita entrar en relación con el mundo. Por tanto, para un judío, el cuerpo es relación. Voy a explicar esto que estoy diciendo: Gracias a mi cuerpo podemos entrar en diálogo Vds. y yo; gracias a mi cuerpo Vds. pueden verme y yo puedo verles a Vds. En el fondo, las palabras que les estoy dirigiendo es una forma de ponerle carne a mis ideas; y gracias a la corporeidad de mis palabras, Vds. pueden estar escuchándome. El cuerpo es posibilidad para entrar en relación; con el cuerpo puedo acariciar, puedo abrazar, puedo ser reconocido… Ahora bien, este cuerpo, que no tenemos sino que somos, es posibilidad para la relación, pero también es límite. O, dicho de otra manera, mi corporeidad es posibilidad de encuentro y negación del mismo. El límite sería que, si estoy aquí, no puedo estar en Granada; mi cuerpo es limitación porque se descompone, se enferma, se marchita… mi cuerpo es limitación porque muchas veces, cuando quiero comunicarme, me expreso peor de lo que esperaba y lo que hago es encubrir mis verdaderos sentimientos. Por tanto, la corporeidad es posibilidad y es también límite. Tengo un amigo que dice algo precioso a propósito del cuerpo como límite: “Cuando hago el amor con mi mujer, siempre sobra un brazo…” Me parece algo bellísimo; la inercia de las almas es llegar a una especie de fusión, pero ¡qué curioso! el cuerpo, que posibilita el encuentro, en este caso de la intimidad conyugal, es el mismo cuerpo que imposibilita la fusión plena. El cuerpo es posibilidad y es límite… ¿Qué ha sucedido con el cuerpo de Cristo al resucitar de entre los muertos? Que ese cuerpo es descargado de todo límite y es convertido en pura posibilidad. Por lo tanto, cuando imaginamos el cuerpo glorioso de Jesucristo, tenemos que imaginar una corporeidad donde todo se ha hecho posibilidad y donde esas limitaciones que vienen dadas por nuestra pertenencia a la historia, al espacio y al tiempo, desaparecen; es como si el cuerpo se expandiera, se esponjara… Los textos intentan expresar una realidad que no tiene parangón en la historia de la humanidad y que resulta ciertamente inaprehensible; por ello, como a tientas, intentan evitar extremos, muchas veces, con una cierta apariencia de contradicción. La clave radica en poner palabras a una realidad jamás acontecida bajo el cielo de este mundo. El Resucitado es aquel cuyo cuerpo glorioso, descargado de la contingencia del tiempo y del espacio, se convierte en una pura posibilidad. Por eso se nos dice en los textos que Jesús resucitado tiene el don de la ubicuidad: se les aparece a los discípulos de Emaús y, al mismo tiempo a los que quedan en Jerusalén… Y porque no está sujeto a los condicionantes del espacio y del tiempo, ese cuerpo es capaz de atravesar paredes… A este respecto, son interesantes todos los relatos del sepulcro vacío porque, desde esta concepción de cuerpo que estoy intentando expresar, para la mentalidad de un judío de la época hubiera sido tremendamente difícil sostener la resurrección de Cristo contando con un cadáver en el sepulcro; porque el cuerpo no lo tengo, sino que yo soy cuerpo. De ahí que todos los testimonios neo-­‐testamentarios intentan subrayar que, efectivamente, el sepulcro está vacío. Esto ha sido tremendamente significativo para nuestra fe porque ha entrado a manera de axioma en el Credo que profesamos: creo en la resurrección de la carne. La carne no es una ruina que movemos, sino que yo soy esa carne y esa carne es quicio de salvación. Página 7 de 7
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Para que entiendan esto que intento expresar, no sé si muy acertadamente con mis palabras, quiero leerles un artículo escrito por Félix de Azúa, que me impactó y que guardo desde que hace años; apareció en el Diario El País el año 2000 y dice así: Hace unos días asistí al funeral de una excelente persona muy querida por cuantos la conocieron. La parroquia estaba más bien mohína, como es razonable, hasta que comenzó el sermón. Entonces nos pusimos tristísimos. El buen cura vino a decir que lo mejor que puede hacerse en esta vida es morirse, porque de inmediato nos disolvemos en la luz divina como chispas devoradas por un alegre y vertiginoso incendio. Lo cual está muy bien, pero lo presentaba como algo estrictamente espiritual. Sólo nuestra parte inmaterial pasaba a formar parte de tan colosal luminosidad. Ni una palabra dijo sobre la parte carnal. Ahora bien, si la resurrección de la carne, la Gloria eterna, se queda en un cursillo de filosofía platónica, o, a todo tirar, hegeliana, dos potentes pensamientos ateos. Sin la resurrección de la carne, la promesa católica de inmortalidad se reduce a tener portal en un Internet eterno. Mientras escuchaba las palabras del bondadoso sacerdote, me vinieron a la cabeza espeluznantes imágenes de una película de Dreyer, la sublime Ordet (La Palabra): cuando el personaje chiflado que todos creen mudo se enfrenta al cadáver de su hermana pequeña y comienza a balbucear con voz cada vez más tonante hasta que, fuera de sí, aúlla las terribles palabras y ordena a la muerta que resucite. Al tiempo de caer desvanecido, la niña se incorpora. Creo recordar que las flores que cubrían su cuerpo resbalan hasta el suelo volando con la lentitud de una sumisión reticente. Católicos, no os dejéis arrebatar la Gloria de la carne. No os hagáis hegelianos. Que, sobre todo, el cuerpo sea eterno es la mayor esperanza que se pueda concebir y sólo cabe en una religión cuyo Dios se dejó matar para que también la muerte se salvara. Quienes no tenemos la fortuna de creer, os envidiamos ese milagro, a saber, que para Dios (ya que no para los hombres) nuestra carne tenga la misma dignidad que nuestro espíritu, si no más, porque también sufre más el dolor. Rezamos para que estéis en la verdad y nosotros en la más negra de las ignorancias. Porque todos querríamos, tras la muerte, volver a ver los ojos de las buenas personas. E incluso los ojos de las malas personas. En fin, ver ojos y no únicamente luz. Me parece muy sugerente para unir esta forma de entender la corporeidad del Resucitado con el cuerpo glorioso que también habrá de sernos concedido como participación en la misma gloria de Cristo. Queda claro así que los textos se distancian del helenismo de la época; como saben Vds. los griegos creían en la inmortalidad del alma. Los relatos de Pascua hablan de la resurrección de alguien que es cuerpo. 5.4. Salto de fe u “oculata fide” Si entendemos la aparición del Resucitado a los discípulos desde la categoría de revelación, no se nos ahorra el salto de fe. Es decir, aquellos discípulos fueron capaces de encontrarse con el Resucitado oculata fide –decía santo Tomás de Aquino-­‐ es decir, gracias a los ojos que da la fe. O, dicho de otra manera, no es posible encontrarse con Cristo Resucitado, ver al Resucitado, si no se tiene un corazón creyentemente abierto a la realidad. Esto es muy interesante porque el Resucitado no se pasea por las calles de Jerusalén, a la manera de burla de aquellos que lo han condenado a tal suplicio; la resurrección de Cristo solo es reconocible en el ámbito de un “ver” que es posibilitado por la fe. Página 8 de 8
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas No se apareció a todo el pueblo -­‐dice el discurso de Pedro-­‐ sino a nosotros, a quienes Dios había escogido de antemano como testigos. (Hch 10,41) Para la Biblia, el “ver” está siempre teñido por la fe. La condición de posibilidad para el “ver” bíblico es la apertura creyente porque el objeto de ese “ver” no es otro sino el Misterio indisponible de Dios. 5.5. El Resucitado es el… inmanipulable Si las apariciones son revelaciones, el Resucitado es el indisponible, el inmanipulable. Él toma la iniciativa y se aparece a quien quiere, donde quiere y como quiere… La resurrección no es algo que fabricamos nosotros, que producimos desde nuestra voluntad, que recreamos a capricho, que es el fruto de una especie de alucinación colectiva... La resurrección, entendida como revelación, pone de manifiesto que el sujeto no domina al Resucitado, sino todo lo contrario, el sujeto se deja transformar por el Resucitado. Jesús le dijo a María Magdalena: –Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. (Jn 20,17) Esa tendencia tan femenina a tocar, al tacto, que hace que, espontáneamente, la Magdalena lo abrace, casi, casi invadiéndolo… Jesús le dice, suéltame, no soy aprehensible, no me puedes sujetar, suéltame… tengo que subir al Padre, pertenezco a otro ámbito de realidad, a esa realidad absolutamente real por ser última y definitiva. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. (Lc 24,31) Es el encuentro del Resucitado a los discípulos de Emaús donde, paradójicamente, una vez que lo han reconocido al partir el pan, él desapareció de su vista. Esto me parece interesantísimo para evangelizar nuestras imágenes falsas de Dios, porque la pretensión del creyente, esa pretensión idolátrica de la cual participamos todos, es manipular, dominar, controlar… 5.6. En el principio fue… el DON Si las apariciones del Resucitado son revelaciones, si él toma la iniciativa, si no es un producto de mi voluntad… nos meten de lleno en la lógica del DON. En el principio fue el DON; no tu hacer, no el ejercicio de tu voluntad, no tu acción transformadora de la realidad. El Resucitado es aquel que se aparece desde la lógica del DON, de lo inmerecido, de lo que supera tu esfuerzo por merecer un encuentro con el Resucitado. Sé que la apreciación que he hecho a propósito del verbo griego Ophthé, tiene su punto de aburrimiento, porque es árida, pero pretendía con ello hacer este recorrido por los textos para que se abrieran con un cierto significado para nosotros; tal es la valencia vital que ese Ophthé puede tener para nosotros; nos habla del Resucitado como de una realidad que no fue producida ni por los discípulos, ni tampoco puede ser producida por mí. 6. CONCLUSIÓN: LA FUERZA EN LAS CONTRADICCIONES PARA LA VIVENCIA DE LA FE El aspecto contradictorio de lo experimentado es la mejor garantía de verdad de aquello que se nos narra en los testimonios del NT. Cuando empezó todo el estudio crítico a propósito de los evangelios, se acusaba de falta de veracidad a estos relatos de las apariciones del Resucitado, precisamente porque, si ponemos todos esos relatos en una suerte de sinopsis, aparecen muchas contradicciones e incongruencias; y por lo tanto –
decían-­‐ “lo que se narra es falso porque es contradictorio”. Página 9 de 9
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Nosotros le damos la vuelta al argumento y decimos que “lo que se narra es verdadero precisamente por ser contradictorio”. Si fuera algo inventado, lo lógico, a cualquier entendimiento, sería que aquellos inventores hubieran hecho lo posible por cuadrar los textos, por sincronizar los testimonios, redondearlos… El hecho de que aparezcan con aristas y ciertas contradicciones… está poniendo de manifiesto la veracidad de los mismos y, al mismo tiempo, la dificultad de asir, es decir, de explicar, de dar razón de un acontecimiento que se escapa a nuestra forma habitual de conocer, que es una forma inserta en las coordenadas del espacio y del tiempo. ¿Cómo entender la aparición del Resucitado? Un pedazo de cielo ha entrado aquí en la tierra; lo último y definitivo de Dios se ha hecho presente a nuestro hoy. De esta manera de ver al Resucitado, hemos descubierto que la “promesa” de Dios fue, y sigue siendo para nosotros, un real “cumplimiento”. Muchas gracias DIALOGO P. Jesús, ¿se aparece físicamente? Y si se aparece, ¿cómo no le reconocen? R. La resurrección de Cristo es escatología, por lo tanto, no hay una aparición empírica, ni una visión objetiva. La corporeidad del Resucitado no tiene por qué ser una corporeidad física… Voy a hacer una pequeña digresión porque sé que esto tiene su dificultad. Es curioso que, hoy día, la física cuántica habla de acontecimientos que nos pueden servir como analogía, por ejemplo, el “Principio de incertidumbre” de Heisenberg; se nos dice, según la física, que, cuando uno se acerca a la materia a nivel microscópico, ésta se comporta de una manera loca, en una especie de dificultad para la precisión: en un tiempo determinado, podemos detectar que una misma partícula se encuentra en dos posiciones diferentes. También se habla en la mecánica cuántica de la dualidad onda-­‐corpúsculo: las partículas pueden comportarse como ondas y también como corpúsculos, de tal suerte que un mismo fenómeno puede tener dos percepciones distintas. Lo que he intentado explicar a propósito de la corporeidad del Resucitado es que intentemos imaginar cómo sería un cuerpo que ha sido descargado de todo límite de espacio y de tiempo, y se ha convertido en una pura posibilidad. Entonces, no hay un reconocimiento de la corporeidad del Resucitado de manera física, empírica, pero, al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, ese cuerpo resucitado presupone el cuerpo histórico de Jesús que ha sido resucitado y por tanto no se encuentra en el sepulcro. Esto conecta con su segunda pregunta. No es reconocible porque no existe una simple continuidad entre aquel judío con el que estuvieron conviviendo tres años y luego acontece como Resucitado; ahora bien, tampoco existe una absoluta discontinuidad. Por eso los textos, para apresar una realidad única, sin parangón en la historia, ofrecen la paradoja como forma de entendimiento. ¿Cómo aparece el Resucitado? Escondiéndose. ¿Cómo se manifiesta el Resucitado? Ocultándose. ¿Cómo se dice el Resucitado? Callándose. ¿Cómo se da el Resucitado? Retrayéndose. Página 10 de 10
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas Quizás no le satisface mi respuesta, pero no creo que pueda decir más. P. ¿En qué consistirá el “cuerpo espiritual”? R. Es el sõma pneumatikón, que, justamente es una contradicción. La comunidad de Corinto le pregunta a Pablo si el cuerpo resucitará, y él dice que sí; le siguen preguntando cómo resucitará, y Pablo dice incluso menos que yo… Establece entonces una especie de juego un tanto contradictorio, será un cuerpo espiritual, un sõma pneumatikón… y pone un ejemplo: ¿qué continuidad existe entre la semilla y la planta, el árbol? Hay una continuidad en la discontinuidad, dice; ¿es el árbol la semilla? sí pero el árbol es más que la semilla… Repito lo que he dicho antes. Ese cuerpo espiritual consiste en una corporeidad que, al haberle quitado la camisa de fuerza de los condicionantes de finitud de este mundo, se convierte en pura posibilidad. ¿Cómo es una corporeidad así? Digo lo mismo que S. Pablo… ¡no tengo ni idea! Pero ésta es la realidad que está a la base de unos textos que intentan siempre atrapar la verdad mediante la paradoja, mediante una aparente contradicción que, en el fondo es el estímulo para un pensar más allá. P. La sábana santa de Turín, ¿aporta algo? R. Mi opinión personal sería que no; es decir, el fundamento de nuestra fe, el que da origen a todo el NT y también a la eclosión inicial del cristianismo, es el testimonio de aquellos que se encontraron con el Resucitado. En eso nos fundamos, eso significa que la Iglesia es apostólica. La sábana santa puede ser evocadora en alguno de sus misterios pero, curiosamente, la Iglesia nunca ha ligado la fe en el Resucitado al acontecimiento de la llamada sábana santa. Para nosotros la clave es el testimonio fontal de aquellos discípulos de la primera hora; y también algo muy importante que descuidamos en nuestro cristianismo: si Cristo ha resucitado, si su resurrección es que lo último y definitivo se hace presente y real ya, se rompe la barrera del espacio y del tiempo, lo que quiere decir que el Resucitado sigue siendo contemporáneo tuyo y mío. Por lo tanto, yo creo en el testimonio de aquellos primeros testigos y en mi propio encuentro con Cristo Resucitado. Porque, al fin y al cabo, si tú y yo no hemos tenido un encuentro con el Resucitado, ¿hasta qué punto podemos valorar nuestro cristianismo? El acontecimiento de la resurrección no se valida por elementos externos a la misma, como la sábana santa, sino que el acontecimiento de la resurrección se valida por sí mismo; ésta es la clave. P. “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”, pero para creer en la resurrección es necesaria la fe. Por el artículo de Félix de Azúa que nos ha leído he constatado una vez más que los no creyentes nos pueden ayudar a nosotros a creer mejor. R. Poco más puedo añadir a lo que has dicho; me parece muy acertado. Añadiría simplemente que se da una especie de proceso de retroalimentación. He dicho que los ojos que da la fe – oculata fide decía santo Tomás de Aquino-­‐ son la condición para reconocer al Resucitado; ahora bien, una vez que lo hemos reconocido, esa mirada de fe se amplifica, se fundamenta, acrecienta, consolida más. Por lo tanto, es un acontecimiento de retroalimentación; la fe previa es necesaria para el reconocimiento del Resucitado y el Página 11 de 11
CRISTO RESUCITADO: NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA CARNE Prof. Serafín Béjar Bacas reconocimiento del Resucitado fortalece la fe previa. Pero totalmente de acuerdo en lo que dices. P. En algunos medios se dice que el cuerpo de Cristo no fue enterrado en un sepulcro independiente sino en una fosa común como se hacía con los condenados a muerte. Si esto fuera así ¿podría modificar en algo el sentido de la resurrección ya que ésta es inseparable de la crucifixión? R. Se podría decir tanto sobre el tema de la resurrección, pero desgraciadamente no tenemos tiempo. A mí me gusta explicar que Dios Padre no ha resucitado a un muerto sino que ha resucitado a una víctima. Por tanto, ha de articularse una relación inevitable entre el Crucificado y el Resucitado. A propósito de la fosa común, esta hipótesis entra de lleno en el maravilloso mundo de las suposiciones. Y hablando de suposiciones, se puede decir cualquier cosa… Por ejemplo, en “La última tentación de Cristo”, Jesús se baja de la cruz y se va a Egipto… A mí me gusta decir que lo que tengo seguro son los datos que nos ofrecen los textos y en ellos se dice lo que se dice. Los textos son testimonio del siglo I, mientras que las suposiciones son todas hipótesis. Un ejemplo a propósito de esto. Jamás se nos dice en los textos que el sepulcro estuviera lleno; curiosamente, incluso aquellos que no creen que Cristo haya resucitado, presuponen que el sepulcro está vacío, aunque dan otra interpretación: sus discípulos lo han robado… Yo ahora podría preguntar… ¿y si el sepulcro estaba lleno? Yo puedo decir todo lo que quiera, pero los textos hablan de lo que hablan… y, repito, incluso los detractores de la resurrección de Jesucristo, jamás nos dicen que el cadáver estuviera allí; era bastante fácil haber acudido y haber, de alguna manera, desenmascarado ese entuerto… Página 12 de 12
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