LAS SIBILAS, nuestras Sibilas se han vuelto viajeras. Después de ir a Toledo y Sigüenza pasaron el último otoño en Barcelona. Allí, señoreándose entre escultura contemporánea, fueron admiradas por unas 2500 personas. Ahora regresan de Teruel. Ya son nuestras embajadoras. Inicio esta invitación al conocimiento y especialmente al diálogo con ellas recordando primero sus cambios de domicilio en Atienza: Ignoro el destino original para el que fueron concebidas hacia 1530, pero es evidente que eran parte de un conjunto más amplio formado, al menos, por las otras tres tablas de Profetas que les acompañan en el Museo de San Gil. Un siglo después, hacia 1640, se “reciclaron” en el nuevo altar barroco de Santa María del Rey, bajo las grandes pinturas de Matías Jimeno y la simpática talla de la Santa Cena. Profetas y Sibilas formaban la predela, parte baja del nuevo retablo. En la posguerra, para evitar su deterioro por el derrumbe de la iglesia, el conjunto se trasladó a la sacristía de la Trinidad, donde volvieron en 1945 tras ser, según Layna, “excesivamente” restauradas por los peritos del Museo del Prado “con repintes en algunos ropajes, reforzamiento de gestos y actitudes...” ( Me temo que allí, en tiempos de censura, también se censuraron: estoy convencido que Cumea volvió con una pierna ortopédica, pues su acabado desentona con el resto ) En aquella sacristía, como monaguillo, las conocí – o me conocieron ellas – ya que Samia vigilaba el armario de las vinajeras. En 1990 se colocaron en lugar destacado del nuevo Museo de San Gil. A mi juicio las cuatro tablas del conjunto son de lo mejor de nuestro rico patrimonio y las estadísticas aportan un valor añadido a la de las Sibilas: es escasísima, no única, en su género. ¿Su autor? Ni están firmadas, ni se conoce documento de encargo o adquisición, pero son buenas, muy buenas y no necesitan respaldarse en la fama de un artista. Expertos como Ch. Post, Elías Tormo, Gudiol Ricard, Camón Aznar, Diego Angulo, Martín González ... han hecho conjeturas sobre su autoría que atribuyen al Maestro Soreda, Juan de Pereda, Juan Perucho, Maestro de Olivares, Pedro Berruguete, Francisco de Comontes... Paloma Alonso Sigüenza, del equipo que las restauró a su llegada al museo, demuestra que se trata de una obra de Juan de Pereda – cuyo nombre despista al estar también documentado como Perea, Soreda, Sorera, o maestro de Olivares. Su profesora, Ana Ávila Padrón respalda esta atribución divulgándola en una revista especializada, aunque ella prefiere llamarle Juan Soreda. Lamento no haber leído aún la tesis doctoral de F. Javier Ramos Gómez, sobre Juan de Soreda, quizás allí se contradiga mi doble intuición: Existe un nexo de unión entre su obra de Atienza, Sigüenza y Olivares del Duero: al cuerpo de Frigia se le ha añadido el rosto de Santa Librada y el texto que lo enmarca se repite en la misma sibila de Olivares. Pero hay una notable diferencia: creo que nuestras sibilas marcan un punto de inflexión y de plenitud en la obra de Soreda. Su estilo es más vigoroso que el del retablo de la catedral de Sigüenza, mientras que su obra posterior me parece más elaborada, menos espontánea. Tiempos revueltos... aquellos Requiere imaginación comprender que un obra que rezuma energía, sensibilidad y esperanza sea el legado de una época convulsa, muy convulsa: En Atienza el Cabildo de Clérigos, tradicionalmente ocupado en pleitos con el obispado y en boicotear a los franciscanos, mientras construye su nueva sede, abre un nuevo frente: denuncia por amenazas a Bravo de Laguna, alcaide, noble y promotor del convento de San Francisco. En Castilla aún no se han cicatrizado las heridas de la rebelión comunera y la reina... Loca, en su cautiverio. En España se agria la convivencia entre judaizantes, moriscos y cristianos viejos. La Cristiandad se quiebra entre católicos y protestantes. Para colmo, las tropas del católico emperador Carlos acaban de saquear el Vaticano. No concibo, en este contexto, la tabla como una pintura para el mero decoro, sino como una proclama ética, proclama que sobrepasa a su tiempo y sobrevive en el tiempo gracias a que nuestros antepasados la rescataron de la destrucción que conlleva inquisiciones, modas y guerras. El argumento Las Sibilas fueron sacerdotisas paganas a quienes sus dioses revelaban el futuro; lo transmitían de forma velada y sutil (de ahí lo del lenguaje sibilino) y, en ocasiones, su conciencia las enfrentaba a poderosos. Quien se sorprenda del mal genio de Cumea que investigue sobre sus trifulcas con Tarquino el Soberbio. Mito, leyenda, reinterpretación y esoterismo actual se entremezclan por lo que resulta difícil hablar de Historia. Primero los judíos y muy pronto los cristianos rescataron a estas mujeres del mundo clásico y les atribuyeron profecías sobre el advenimiento del Mesías y especialmente sobre el fin del mundo. Recomiendo asistir a la misa del Gallo en Santa María del Mar de Barcelona: comienza con el espeluznante “Cant de la Sibil·la”, tradición muy extendida en Mallorca. En esta tradición musical domina el aspecto más tremendista de la profecía, recogido en el “Dies Irae” de la liturgia de difuntos. La Pitonisa, sibila de Delfos que no aparece en nuestro cuadro, es la más conocida y su nombre define a una profesión en auge en la era de la informática: las videntes. De las tres aquí representadas solo resaltaré la pluralidad de sus naciones: Grecia, Persia y Roma; la diversidad de sus caracteres: inteligente, sensible y corajuda; pero por encima de todo me atrevo decir que están “vivas”. Son tan creíbles que una adolescente me las definía con si se las hubiera encontrado en la discoteca: “La Empaná, la Lerda y la Maroma.” La técnica Están pintadas sobre varias tablas debidamente ensambladas y preparadas. Es un soporte medieval que por aquel entonces ya se sustituye por la tela; su autor, en eso es más moderno, en lugar de pintura al huevo (temple) emplea óleo, reciente aportación de Flandes. El fondo, recubierto de un pan de oro de mayor calidad que el de los Profetas, no es plano: tiene incisiones con formas geométricas y motivos vegetales que, según Layna, perdieron relieve tras pasar por el Prado. Personajes y banderolas no solo están muy perfilados por el dibujo sino que también están silueteados con incisiones en la madera, incisiones que a veces se alejan, delatando una artificiosa restauración. Una dura capa de barniz, ya cuarteado y con burbujas, dificulta su contemplación y pide a una potente entidad que financie una restauración a fondo que también detenga el deterioro de la madera. Obra del Renacimiento pleno Si aquellos tiempos se caracterizan por la entrada al Vaticano de elementos de la antigüedad clásica, en Atienza no fueron menos y acogieron en su iglesia más antigua a tres, o quizás más, sacerdotisas paganas. El Renacimiento está impregnado de idealismo platónico y las ideas de Platón también están presentes en nuestro cuadro pero en su aspecto más realista. Según él tenemos tres almas: una en la cabeza (Samia, inteligencia) otra en el pecho (Frigia, sensibilidad) y la tercera en el vientre (Cumea, arrojo). Visto así el carácter de cada sibila representaría los tres aspectos de una misma personalidad... al menos esa es mi interpretación: las tres son una. Su autor también ha aprendido y personalizado la técnica de los grandes maestros del Renacimiento. Paloma Alonso hace un minucioso análisis comparativo de esta obra con otras de Rafael, Mardo de Ravenna, Miguel Angel, Agostino Veneziano... ¿carecen pues de originalidad? Hasta hace un siglo la calidad se medía por la superación de los maestros, no por la ruptura. De estas influencias destaco las dos más evidentes: el sfumato, esa forma de deslizarse la luz por los rostros, herencia de Leonardo, y el poderío de Samia o la masculinidad de Cumea impronta, que no copia, de Miguel Angel que unos veinte años antes había pintado, en la bóveda de la Sixtina, a una sibila de Cumas vieja pero hombruna. Allí por cierto hay otras sibilas pero Samia y Frigia no aparecen. El sibilino lenguaje del arte Tres son los personajes ¿es casual que Soreda agrupe a Profetas y Sibilas de tres en tres? Observemos el gráfico: un triángulo compositivo enmarca la sibila central – de nuevo el tres, símbolo de la Trinidad - . Cuerpos y brazos de las dos restantes dibujan un semicírculo abierto al cielo, ¿bajado del cielo? El círculo, sin principio ni fin, ha sido la representación más respetuosa de Dios. El fondo, de pan de oro, las sitúa en un espacio más allá de lo terrenal. Soreda, que antes había pintado paisajes, aquí recurre a una solución que los bizantinos idearon para representar lo sagrado: ni el oro ni lo eterno se oxidan. Aunque el lenguaje simbólico vela y revela al mismo tiempo, tanta coincidencia parece decir: “mensaje del Dios cristiano” Pero las protagonistas son paganas y no lo ocultan: llevan su nombre explícito y, además, la delicada Frigia nos muestra el camafeo romano, con la cara de un niño, que luce la iracunda Cumea. No son santas y por tanto no lucen aureola... ¿o sí? Sus expresivos rostros se enmarcan en filacterias, referencia al consejo del Deuteronomio de grabar en cintas la palabra de Yavé. El código judío es más evidente en los Profetas: Zacarías y Miqueas descifran textos hebreos. Por cierto, entre los profetas descoloca Jeremías, representado por la iconografía cristiana como viejo llorón. Aquí aparece como el más joven y brioso de los profetas, cubierto curiosamente por el gorro frigio de los troyanos. ¿Estas claves aluden a la identidad de Soreda, cuyo apellido le delata, o son guiños a la numerosa comunidad de la Judería que prefirió cambiar de religión antes que cambiar de patria? Es significativo el caso de las familias exiliadas en 1492 que, por añoranza, ya habían regresado, con sus llaves, de Portugal a su Atienza natal. El cuadro es quien mira Entramos a la pintura absorbidos por la potente mirada de Samia, nos encantamos con la ternura de Frigia y chocamos con el mal genio de Cumea. Nuestra mirada finalmente reposa en el libro que sostienen entre las tres: aquí es evidente que se trata del libro de la Profecía, pero en el lenguaje simbólico el libro es el Conocimiento que trasciende toda ciencia. Leamos ya los textos, inspirados en los salmos, escritos en las filacterias y el lábaro: “SAMIA: MANU FACTA DEO”; “SYBILLA PHRYGIA: VENIET DE SUPER FILIVS DEI”; “SYBILLA CUMEA: A SVMVO SOLE EGRESSIO EIVS”.Que viene a decir: “hecho por la mano de Dios”; “el Hijo de Dios vendrá de lo Alto”; “aparecerá a pleno Sol”. Textos que en términos bíblicos anuncian la llegada del Mesías y en los caóticos años en que se pintaron se podrían interpretar como “confía en Dios que dirige la Historia, de Él vendrá la Salvación”. Esta es mi interpretación del mensaje de nuestras Sibilas, quizás tergiversada por el deseo y la constatación de que en estos tiempos, más convulsionados que convulsos, estamos más obsesionados por buscar la identidad – religiosa, política o territorial – que nos diferencie, en lugar de acentuar lo que nos une, contrariando así el curso de la Historia que se empecina en mezclarnos: Tú que, dispuesto a obrar el bien, buscas el Conocimiento con lucidez, sensibilidad y coraje, procedas de donde procedas, creas en lo que creas.... ¡tú eres de los nuestros! Ven pues con nosotros, hoy a celebrar las fiestas y mañana a mejorar Atienza o la parcela de humanidad que te rodea. Y sobre todo: confía en el futuro. Badalona 7-7-2007 Jacinto Chicharro Santamera Profesor de Historia del Arte