MIÉRCOLES, SEPTIEMBRE 23, 2009

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MIÉRCOLES, SEPTIEMBRE 23, 2009
¿La autoridad del profesor se consigue por ley o por calidad?
Salvador Peiró en el diario Las Provincias, realiza un análisis profundo sobre
el debate actual sobre como potenciar la autoridad del profesor en las aulas.
Según Salvador, autoridad supone un autorizante y un autorizado.
Primariamente, quien delega la autoridad es cada familia. Pero, en la dinámica
de la relación directa entre alumnos y profesor, el alumno ha de autorizar al
que recibe la venia docente por ley (consideración de autoridad pública). Pero,
si el autorizado (profesor) sólo la asume desde esta perspectiva formal, se
quedaría corto y apenas serviría de nada, puesto que pudiera ser que sólo «no
actuarían en su contra» por temor, esto no educaría. El enseñante recibe la
autoridad «en función de» (Bochenski, 1979). En este sentido, la autorización
verdadera la dan los padres 'in jure', pero eficazmente la hacen real los
alumnos, que aprecian la autoría de los saberes que tienden a aprender (en la
medida que el docente sabe bien y lo explica efectivamente) y a la vez tales
estudiantes, debido a la actuación e influencia del docente, manifiestan, cada
vez más, mejor grado de autocontrol y autonomía. En este contexto, si la
relación educador-educando no es eficaz, no sólo suspenden, sino que
provocan aburrimiento. Y, si el asunto sucede entre los de la ESO, se generan
conflictos.
Indica que una explicación de esto nos la ofrece Jacqueline Eccles, de EE UU
(2008), que puso de manifiesto que la Educación Secundaria conllevaba una
serie de cambios con respecto al tramo anterior que no solían ir en
consonancia con las nuevas necesidades del adolescente; muy al contrario,
escuela y alumnado parecían seguir caminos divergentes que culminaban con
un claro desencuentro. Esto se explica porque la entrada en la adolescencia
conlleva unas mayores capacidades cognitivas que requerirían actividades más
estimulantes y retadoras. Pero, cuando un IES sólo ofrece actividades
rutinarias (según algunos estudios, copiar del encerado parece la tarea a la que
el alumnado dedica más tiempo), que suponen un escaso alimento para su
pensamiento formal, entonces el aburrimiento se transforma en
aborrecimiento de la situación. La proyección hacia los demás no se deja de
esperar y surge la crisis.
Recuerda que los estudiantes del IES manifiestan necesidad de autoafirmación
personal; tienen problemas de autocontrol emocional que da mayor
irritabilidad; suelen proyectar fuertes descargas de rabia, que engrandecen la
disconvivencialidad escolar; también sienten falta de motivación o interés
hacia lo mero abstracto, que son las lecciones memorísticas, etc. Todos estos
aspectos se multiplican por cada uno de los chicos y chicas que convergen en
el aula. Por esto, durante estos años, las relaciones entre alumnado y
profesorado se tornan más tensas y distantes, llegándose en algunos casos a
auténticos enfrentamientos. Esto se concreta con lo mencionado por el
informe Talis (2009), el cual nos asegura que somos uno de los países con
mayores interrupciones durante las clases, así como absentismo e
impuntualidad de los alumnos. Aseguran allí que el clima de enseñanzaaprendizaje está muy enrarecido: el 27% de los maestros españoles han
sufrido intimidación verbal. El 40% de los profesores se quejan de que sus
alumnos son conflictivos. El uso o posesión de drogas y alcohol en las aulas
españolas es del 20%, mientras que la media europea es un 11%. Los
profesores españoles dedican el 16% del tiempo lectivo a imponer orden en
clase.
Por consiguiente, según Peiró, escudarse en «no me toques que soy
'autoridad'» es un peligro de intentar generar un poder hueco, incluso
anoréxicamente ético. Sería una especie de autoritarismo. El docente
neoautoritario no necesita manifestarse bajo actos de violencia física, sucede
también mediante procedimientos de coacción encubierta, menosprecio,
violencia psíquica, discriminación, insulto cínico, manipulación,
adoctrinamiento, etc., llegando así a caer en una violencia moral.
Sepamos, pues, que mediante decreto y normas de centro sólo se establecen
las bases para comenzar a desempeñar la docencia. La dignidad docente exige
un estatuto de tal función y este debe insistir en una dimensión deontológica:
moral profesional. A la vez esto conlleva una PEC con valores humanos
incorporados y desarrollados, así las normas dejarían de ser meras camisas de
fuerza para ser instrumentos al servicio de la plena realización de cada
alumno.
La violencia escolar surge cuando se afronta el conflicto de una manera
equivocada, dando lugar a la ruptura y a una espiral conflictiva que anula las
posibilidades educativas y deteriora el clima de convivencia
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