NOTAS SOBRE LA FILOSOFIA DE KANT Augusto Klappenbach

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NOTAS SOBRE LA FILOSOFIA DE KANT
Augusto Klappenbach
Kant distingue dos usos distintos de la razón. El primero (la razón teórica o
especulativa) se dirige al conocimiento de la naturaleza, al modo en que lo hacen las
ciencias (la matemática, la física, etc.). En este tipo de conocimiento resulta
indispensable la unión de dos aspectos:
-Por una parte, los datos de los sentidos, que me ofrecen el material del
conocimiento en forma caótica (sonidos, colores, formas, etc.).
-Por otra parte, ciertas formas y categorías a priori que nosotros mismos
ponemos en el acto de conocer y que organizan y estructuran el material sensible.
Este conocimiento, por lo tanto, nunca me hace posible conocer las “cosas tal
como son” (el noúmeno), ya que siempre será una interpretación mía de los datos que
me vienen de los objetos, sino sólo los fenómenos, es decir, las “cosas tal como
aparecen”.
Pero hay otro uso de la razón, el segundo, que ya no se dirige a conocer sino a
dirigir la acción. Es la razón práctica. Así como el uso anterior se refería a la
naturaleza, éste se dirige a la libertad humana y se manifiesta claramente en la
conciencia moral. En efecto, cuando obramos moralmente ya la razón no está
determinada por ningún hecho empírico (percibido por los sentidos), sino que se
determina a sí misma: es la pura libertad. Pongamos un ejemplo: Supongamos que
traicionando a un amigo obtengo una cantidad de ventajas empíricas (dinero, placeres,
etc.). Sin embargo, si obro moralmente decidiré no traicionarlo. ¿De dónde nace esa
acción que va contra todas mis conveniencias sensibles? Nace de mi libertad, guiada por
la razón práctica. Esta acción está regida por lo que Kant llama un imperativo
categórico, es decir, una norma de conducta que no se basa en el deseo de conseguir un
premio o evitar un castigo (en cuyo caso ya no sería moral), sino en el puro deber. No
traiciono al amigo porque no debo traicionarlo. Y punto. El imperativo categórico, por
lo tanto, se puede expresar así: “obra bien porque debes obrar bien”. El imperativo
hipotético está siempre sujeto a lograr un fin empírico y, por lo tanto, es condicional: “si
quieres lograr A, haz B”. Éste ya no es el campo de la libertad, sino el de la naturaleza,
que tratamos al comienzo y siempre tiene un contenido empírico.
Hemos descubierto, por lo tanto, un uso de la razón que no se basa en los datos
empíricos (como lo hacía la razón teórica) sino que es totalmente autónomo. Autónomo
significa que se determina a sí mismo para obrar (etimológicamente, que es su propia
ley). Una acción será buena (o mala) moralmente cuando surja de la voluntad libre del
sujeto, sin determinarse por ningún fin empírico. Los hechos de la naturaleza, por el
contrario, son siempre heterónomos, es decir, determinados desde fuera por otra cosa
distinta: los metales se dilatan por la acción del calor. Toda acción tiene una causa: pero
mientras que la causa de la acción moral es la voluntad libre de los seres racionales, la
causa de un hecho de la naturaleza es siempre otro hecho empírico.
Esta moral es muy exigente. Porque significa, por ejemplo, que si obro bien para
conseguir la felicidad (como decía Aristóteles) ya estoy utilizando un imperativo
hipotético y, por lo tanto, mi acción carece de valor moral. No se trata de buscar la
felicidad (o el placer, o la conveniencia…), sino de obedecer al puro deber que me
indica la razón práctica. De lo contrario, ya no sería autónoma mi acción sino
heterónoma (determinada desde fuera de mí mismo, por el placer por ejemplo).
Esto no se puede probar “científicamente”, por supuesto, porque no obedece a
leyes naturales. Pero Kant parte de la base de que la experiencia moral es un hecho
indudable. Y aunque no pueda explicar de dónde surge esta acción libre, estoy
autorizado a postularla como condición de moralidad. Es decir: el hecho moral implica
que soy libre, porque de lo contrario la moral no existiría.
En este reino de la libertad ya no me limito a los fenómenos, sino que empiezo a
asomarme a las cosas en sí mismas, a los noúmenos…
KANT: LA LIBERTAD Y EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN.
1. Para Kant, la moral es un hecho tan sólido como la física de Newton, aunque
en otro ámbito. Por lo tanto, no se trata de justificar la moral sino de preguntarse por sus
condiciones (trascendentales) de posibilidad. La pregunta sería: dado que existe el
hecho moral, ¿cómo es posible y en qué se fundamenta?
2. Lo primero que observamos es que en el hecho moral no hay contenido
empírico como determinante de la moralidad de la acción. Para que una voluntad sea
moral no debe determinarse a obrar por ningún “hecho de la naturaleza”, como sería,
por ejemplo, un premio o un castigo. (Serían imperativos hipotéticos, heterónomos).
3. Sólo será moral la acción de la voluntad cuando se determina únicamente por
el deber mismo (Imperativo categórico): “obra bien porque debes obrar bien”, y punto.
Esto significa que el sujeto se determina a sí mismo, es autónomo.
4. Esto implica obrar bien “por reverencia a la ley”, como dice Kant. Esta ley
moral no es una ley de la naturaleza: no hay en ella componentes empíricos, verificables
por los sentidos. El imperativo categórico es un juicio sintético absolutamente a priori.
Y sin embargo (ver punto 1) es tan racional como los juicios científicos, aunque sea un
uso distinto de la razón.
5. Y por eso la ley moral es también universal. Porque la universalidad es la
“forma” de toda ley (sea natural o moral). Por eso el criterio, la piedra de toque para
saber que estamos en presencia de una auténtica ley moral, será la posibilidad de
afirmarla universalmente. En palabras de Kant: “Obra sólo según una máxima por la
cual puedas al mismo tiempo querer que esa máxima se convierta en ley universal”.
6. Antes de seguir, resumimos lo anterior. Si la máxima que guía mi acción
moral vale para ser universalizada significa que estoy obrando según la razón, ya que la
razón es la única facultad mía que, a pesar de provenir de mí mismo (es autónoma),
puede producir sin embargo juicios de valor universal. Lo mismo sucede con la razón
teórica: el teorema de Pitágoras sale de mi razón y vale universalmente.
7. Pero con esto hemos atendido tan sólo a la “forma” de la moralidad y no a su
“materia”, a su contenido. No se nos dice “lo que” debemos hacer; sólo se nos dice
“cómo” debemos hacerlo para que sea moral. La moral kantiana no es una moral de
recetas prácticas, es una moral formal.
8. Kant, quizás insatisfecho de este moralismo extremo, presenta otra fórmula
del imperativo categórico: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, en tu persona o
en la de los demás, siempre y al mismo tiempo como un fin y nunca meramente como
un medio”. Sin dejar de ser racional y formal, abre la puerta a cierto “contenido” de la
acción moral: son los hombres, los “fines en sí”.
9. Lo que hemos logrado es sorprendente: hemos descubierto un uso de la razón
que no necesita para funcionar de los datos empíricos, las impresiones sensibles, como
los necesitaba la razón en su uso teórico; que funciona de modo autónomo y totalmente
a priori y que, sin embargo, es “tan razón” como la científica (Ver punto 1). Quizás esta
razón me permita comprender esos “noúmenos” que estaban prohibidos a la razón
teórico-científica: la libertad, el alma, Dios…
10. Por este camino está claro que no puedo “probar” nada científicamente, pero
puedo “postular” algunas cosas de las que no tengo datos sensibles. Por ejemplo:
-la libertad: si existe el hecho moral, la libertad es su condición de posibilidad.
-la inmortalidad del alma: ya que en esta vida no coincide la moralidad con la
felicidad y, sin embargo, mi razón me dice que el justo merece ser feliz.
-la existencia de Dios: único ser que puede reconciliar los dos órdenes (el natural
y el moral) para que el justo sea feliz. “Armonía total de la felicidad con la moralidad”,
como dice Kant.
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