Repertorios de acción contestataria en Gran

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HOMENAJE CHARLES TILLY
Repertorios de acción contestataria
en Gran Bretaña: 1758-1834
Charles Tilly∗
Una rápida comparación de las luchas británicas típicas de1758 y 1833 mostrará el gran
alcance del cambio que sufrieron las formas predominantes de acción colectiva popular durante
los setenta y cinco años intermedios.1 Ese cambio presenta un problema de investigación del
que me he ocupado durante muchos años: el de documentar y tratar de explicar las
transformaciones en las modalidades de la acción conjunta de la gente en pos de intereses
compartidos, esto es, las transformaciones en los repertorios de acción colectiva. Este informe
provisional tiene dos objetivos complementarios: en primer lugar, situar el concepto de
repertorio tal como evoluciona en mi propio trabajo y en estudios recientes de acción colectiva;
y en segundo lugar, ilustrar sus aplicaciones a la experiencia de Gran Bretaña de la década de
1750 a la de 1830. Sin embargo, me limitaré a aludir a las explicaciones de los cambios que el
mismo documenta.
LA LUCHA EN TIEMPOS DE GUERRA
En torno a 1758, hacía prácticamente medio siglo que el ejército y la armada de Gran
Bretaña estaban en guerra permanente. Tanto en los océanos como en Alemania, Francia,
Escocia, Canadá, Irlanda e India, habían difundido las pretensiones británicas a la primacía
sobre todas las naciones de mundo. Violentas y victoriosas, a la vez que siempre preparadas
para una nueva incursión por tierra o por mar, las fuerzas armadas británicas aterrorizaban a sus
vecinos, que formaron una amplia coalición armada para contenerlas. Dos años antes, un
importante conflicto armado con Francia (que acabaría prolongándose en la Guerra de los Siete
Años) había tenido origen en la competencia colonial entre las dos grandes potencias. Sin
* Charles Tilly es profesor de la Columbia University. Sus libros más recientes son Dynamics of
contention (con Doug McAdam y Sidney Tarrow), Cambridge University Press, 2001 (Dinámica de la
contienda política. Editorial Hacer 2005); Roads from past to future, Rowman & Littlefield, 1997; y,
Collective vilolence (Violencia Colectiva. Editorial Hacer 2007) y Contention and democracy in Europe,
1650-2000 (Contienda política y democracia en Europa, 1650-2000. Editorial Hacer 2007).
1. Durante mucho tiempo, la National Science Foundation ha prestado apoyo a la investigación de la
que este estudio da cuenta. He adaptado la introducción, «From Mutiny to Mass Mobilization in Great
Britain, 1758-1834», Working Paper 109, Center for Studies of Social Change, New School for Social
Research, marzo de 1991, que contiene una introducción más general al estudio. «How to Detect,
Describe, and Explain Repertories of Contention», CSSC Working Paper 150, octubre de 1992, se refiere
mucho más extensamente a los problemas de la explicación. Permítaseme responsabilizar a Mark
Traugott del tono excesivamente personal del ensayo por haberme pedido que reflexionara en voz alta.
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Repertorios de acción contestaria en Gran Bretaña: 1758-1834
Charles Tilly
en Mark Traugott (Compilador) (2002): Protesta Social
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HOMENAJE CHARLES TILLY
embargo, el país se había vuelto a movilizar para la guerra. El gobierno y sus agentes se
endeudaron, elevaron los impuestos, equiparon corsarios, autorizaron levas y contrataron
mercenarios. En 1757, el Parlamento reorganizó el servicio militar obligatorio como fuerza de
defensa nacional. Para entonces, los británicos llevaban cincuenta años luchando contra los
impuestos, resistiéndose al reclutamiento forzoso y quejándose ruidosamente de la corrupción
en los altos cargos, pero su Estado no había dejado de crecer, centralizarse y hacer la guerra.
Con el llamamiento a filas, las confiscaciones para la armada y el reclutamiento agresivo y a
menudo inescrupuloso para el ejército, todo ello en plena actividad, la resistencia al servicio
militar volvió a ser un acontecimiento cotidiano. El sábado 7 de enero de 1758, de acuerdo con
la información del London Chronicle desde Portsmouth,
varios individuos a bordo del Namur Man of War, amarrado al embarcadero, incorporados por la
fuerza a la armada y a quienes se había denegado libertad para desembarcar y ver a sus amigos, se
abrieron paso con violencia hacia la dársena; el teniente de la nave ordenó a unos soldados que les
dispararan, lo que éstos hicieron, hiriendo a uno o dos; sin embargo, todos llegaron a la dársena y
dieron tres hurras. Varios trabajadores estuvieron en un tris de ser alcanzados por los disparos; una
bala penetró un tablón, donde unos cuantos estaban trabajando. (LC , 7-10 de enero de 1758.)
«Se informa −decía el Annual Register sobre ese mismo episodio− de que la escasez de
provisiones fue el motivo de la protesta» (AR 1758: 78). Pero la cosa no terminó allí. Los
marineros reclutados por la fuerza fueron a Londres, donde quince de ellos pidieron audiencia a
los lores del Almirantazgo para quejarse de las malas provisiones y del mal trato. Los lores
ordenaron que se los engrillara y devolviera a Portsmouth para que ser juzgados por
amotinamiento.
El 21 de enero, una corte marcial a bordo del Newark, cerca de Gosport, condenó a muerte a
los quince marineros y los envió al Royal Anne a que esperaran el momento de su ejecución en
la horca. El 30 de junio,
día señalado para la ejecución de los quince marineros pertenecientes al Namur, los botes de todos los
barcos en servicio, tripulados y armados, asistían y montaban guardia en torno al Royal Anne. Poco
después de las doce, se llevó a los prisioneros a fin de ejecutarlos, y ya se les estaba colocando la
cuerda cuando se les informó que Su Majestad había perdonado a catorce, pero que tenían que echar a
suertes quién sería ahorcado. La mala fortuna le tocó a Matthew McCan, el segundo en tirar. En
consecuencia, a la señal de un disparo se lo subió a la verga, de donde colgó cerca de una hora. A los
indultados se los embarcó en el Grafton y el Sonderland con destino a las Indias Orientales. (AR 1758:
81.)
El Almirantazgo necesitaba marineros para su guerra europea, sus conquistas en India y la
protección de su flota mercante. Y los obtenía por la fuerza, el engaño o la compra. No le
agradaba perderlos por deserción o por una cantidad de ejecuciones superior al mínimo
necesario para garantizar una saludable dosis de temor.
Algunos ingleses −en general los que no prestaban servicio militar− mostraban más
entusiasmo por la guerra que el que podían abrigar los marineros reclutados por la fuerza. En un
golpe de timón, Gran Bretaña acababa de aliarse a Prusia contra Francia y Austria. Con ello, el
rey de Prusia, Federico el Grande, había ganado popularidad en Inglaterra. En 24 de enero,
«unas personas se amotinaron en Tower-Hill y rompieron varias ventanas porque no se habían
encendido suficientes velas en honor del Rey de Prusia el día de su cumpleaños. La misma
noche, la multitud cometió grandes violencias en Surry-Street, sobre todo en la Coach-Office,
donde no quedó un solo vidrio sano en ninguna ventana» (LC, 24-26 de enero de 1758). Así,
pues, en el siglo XVIII los ingleses expresaban sus demandas mediante exhibiciones públicas de
sus sentimientos.
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Sin embargo, sólo una parte relativamente secundaria de la protesta de 1758 tuvo origen
directamente en la guerra. Hacia finales de enero, una banda de contrabandistas chocó con las
tropas en Sussex y mató al dragón Thomas Cole (LC, 28-30 de setiembre de 1758). El 6 de
febrero, alrededor de diez marineros interrumpieron un acontecimiento deportivo en Cold Bath
Fields, donde hombres y muchachos apedreaban unos gallos, y se llevaron los gallos (LC , 7-9
de febrero de 1758). El 9 de marzo, doscientos marineros de Portsmouth entraron en un bar,
rompieron todo lo que encontraron, volcaron toda la cerveza y luego se fueron a destruir otras
tabernas (AR, 1758: 85). El mismo día
un hombre, con mujer y cinco hijos, fue colocado en el cepo, al final de Dyot-street, Broad St. Giles’s,
por asaltar a una niña de unos diez años con intención de violarla. Varios centenares de mujeres, cual
amazonas, se reunieron cerca del cepo y, no obstante los esfuerzos de la policía para impedirlo,
trataron con tal inhumanidad al pobre infeliz, que se dice que murió de las heridas recibidas; pero es
probable que algunas paguen caro su diversión, pues varias han sido detenidas (LC, 10-13 de marzo de
1758).
En junio, cerca de Shawhill, Wiltshire, «una gran turba de tejedores, labradores y otras
gentes turbulentas» rompieron cercados y arrasaron las protecciones de huertos y jardines «con
el pretexto de que habían sido robados de la tierra municipal» (junio de 1758, nº 18: 287). Pocos
días después, pescadores del Támesis amenazaron de muerte a cualquier miembro del distrito de
aguas abajo que pusiera un pie en tierra para hacer efectiva la prohibición de su alguacil de
capturar «huevas y peces jóvenes» con redes finas; los funcionarios del distrito se retiraron
prudentemente (LC, 9-12 de junio de 1758). El 22 de junio la tripulación de buque corsario
Prince of Wales cogió las armas para defenderse de lo que el Annual Register llamó «la presión
más intensa en busca de marineros que se conozca en el Támesis desde que empezó la guerra»
(AR 1758: 99).
El mes de julio de 1758 no fue menos agitado que el anterior. El 12, varios centenares de
individuos derribaron en Bloomsbury una casa adyacente a otra cuyo derrumbe había matado
poco antes a siete personas y amenazaron con hacer lo mismo con tres o cuatro más (LC, 14 de
julio de 1758). El mismo día, una «gran cantidad de gente» que se había reunido a observar la
ejecución de un espía francés convicto, el doctor Florence Hensey, «cometió desórdenes» al
enterarse de que la ejecución había sido aplazada por dos semanas (AR 1758: 101, que data
erróneamente el acontecimiento el 4 de julio). El 13 de julio, el London Chronicle informaba
que se habían producidos «grandes peleas» a causa de que las personas que habían pagado 2
chelines con 6 peniques por un asiento en el patíbulo pedían la devolución del dinero. Nunca
disfrutaron del entretenimiento, pues Hensey escapó a la ejecución y desapareció.
Durante todo el año el Chronicle informó de conflictos locales en las mismas columnas en
las que hablaba de reacciones a la guerra y de luchas cuyo origen directo eran los esfuerzos de la
corona por la movilización de guerra. El periódico también informó de muchas persecuciones de
mujeres y hombres que el año anterior se habían sumado a la resistencia pública al
reclutamiento militar o al «pillaje» de las provisiones de alimentos. Los conflictos locales eran
más frecuentes que los acontecimientos relativos a problemas de alcance nacional. Sin embargo,
la mayor rareza de las luchas relacionadas con la guerra ponían de relieve las visibles
conexiones entre la contestación y la estructura del poder. Esas conexiones, aunque menos
evidentes a escala local, estaban en realidad también presentes en los acontecimientos locales.
Las batallas entre contrabandistas y soldados, la venganza contra los propietarios de tabernas y
los abusadores de menores, la destrucción de los cercados y el derribo de casas peligrosas
hicieron las veces de política popular.
Mediante estas viñetas de contestación popular −ocasiones en que la gente se reunía y
realizaba reivindicaciones ante otras personas, incluso ante quienes detentaban el poder−
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tenemos un atisbo de los problemas que llevaban a los británicos del siglo XVIII a una abierta
confrontación de unos con otros, así como de la naturaleza de los actores que se unían al
combate. Es evidente que con frecuencia los militares participaban en conflictos con el Estado,
tanto de un lado como del otro. No cabe duda de que la venganza contra los delincuentes
morales y políticos ocupaba un lugar predominante en la contestación de la gente común.
Evidentemente, en los enfrentamientos colectivos del momento tenían más peso la gente del
lugar y los problemas locales que los programas y los partidos de organización nacional. En
comparación con la situación actual, esos conflictos británicos de 1758 despiden un rancio
tufillo a antiguos. Mucho es lo que ha cambiado desde entonces en la contestación popular.
LA CONTESTACIÓN EN 1833
Lejos de extenderse de un modo parejo a lo largo de los dos siglos siguientes, muchos de los
decisivos cambios que tuvieron lugar en la contestación popular desde 1758 hasta nuestros días
se precipitaron en unas pocas décadas hacia finales del siglo XVIII. Más a modo de volcán que
de glaciar, las formas del conflicto se transformaron en explosiones. En consecuencia, hacia las
décadas de 1820 y 1830 ya eran visibles muchas de las características que adopta la
contestación en el presente. Una comparación de los conflictos de 1833 con los de 1758 nos
ayudará a comprenderlo.
Tres cuartos de siglo después de 1758, Gran Bretaña tuvo dieciocho años de paz en Europa y
en América. El vasto esfuerzo de las Guerras Napoleónicas había dejado atrás toda movilización
previa y había servido de impulso para que Gran Bretaña llegara a ser el Estado más poderoso
del mundo. En medio de la guerra (1801), Gran Bretaña se había convertido en parte del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda (unión forzada e incómoda). Finalizadas las guerras con
Napoleón, Gran Bretaña transfirió su poder bélico a la conquista en Asia y −con la crítica
excepción de Irlanda− desplegó cada vez menos sus tropas en casa.
No es que el conflicto interno hubiera tocado a su fin ni que hubieran desaparecido las
protestas populares. Veamos una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en Gran Bretaña
durante los primeros días de enero de 1833. Los tejedores fabriles de Paisley, cerca de Glasgow,
coronaron una larga lucha con una reunión pública con los manufactureros de telas de la ciudad
y la negociación de un salario mínimo. En Nairn (Inverness), la «chusma» atacó el coche del
coronel Baillie, parlamentario recién electo, mientras cambiaba de caballos en su viaje al sur.
(«Las clases superiores −se lamentaba una información del Morning Chronicle del 10 de enero
tomada del Iverness Journal− estaban escandalizadas por tal ilícito ultraje.») En Edimburgo,
otro parlamentario, George Sinclair, presidía una reunión de la Sociedad para la Abolición del
Patronato Eclesiástico; sin sorpresa alguna, los participantes enviaron una petición al
Parlamento en la que instaban a la abolición del patronato eclesiástico en Escocia. Una
asamblea general del distrito electoral de Cripplegate Without, Londres, resolvió hacer una
petición al Tribunal del Concejo Municipal la elección regular de aldermen [miembros
especiales de un concejo de distrito o ciudad] y reuniones abiertas del tribunal. En Chelsea un
grupo de hombres que jugaba al dominó en una taberna interrumpió el juego para golpear a un
hombre al que acusaban de ser un vulgar delator.
Pero eso no era todo. En una comida de ciento cincuenta o doscientos electores whigs de
Midlothian vitorearon en Dalkeith a su representante parlamentario, Sir John Dalrumple, cuando
proclamó la necesidad de reformas en el gobierno. En Withyam (Sussex), un grupo de cazadores
no autorizados −furtivos, a juicio de las autoridades− libraron una «desesperada refriega» con
los guardabosques de Lord De La Warr, a uno de los cuales le rompieron un brazo en dos sitios.
En una reunión en Liverpool, el parlamentario reelecto Lord Sandon decía estar satisfecho con
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la reciente Carta de Reforma, preparada para presionar a favor de reformas eclesiásticas, pero se
oponía a innovaciones tales como el voto secreto.
Entre todas esas noticias de Inglaterra, Escocia y Gales, se filtraban informaciones acerca de
una Guerra del Diezmo en Irlanda: resistencia de los granjeros católicos a las recaudaciones
anglicanas del diezmo eclesiástico obligatorio. Estas abundantes informaciones sólo nos llegan
de los cuatro primeros días de enero de 1833 (LT [Times de Londres] del 3, 7, 9, 11 y 19 de
enero y 2 de febrero de 1833; MC [Morning Chronicle] del 3, 7, 10, 11 y 18 de enero de 1833;
MOP [Mirror of Parliament] del 11 de febrero de 1834); el resto del año fue testigo de más de
seiscientos sucesos análogos en algún lugar de Gran Bretaña, en los que la gente se reunía
públicamente y realizaba ostensibles reivindicaciones ante otros, incluidos los detentadores de
poder.
Los acontecimientos reivindicativos de 1833 compartían ciertas características con los de
1758. En 1833, los furtivos seguían ejerciendo su oficio y peleando con los guardabosques. Es
probable que el riesgo de recibir una paliza no fuera menor para los delatores policiales
desenmascarados en 1833 que setenta y cinco años antes. Los ciudadanos descontentos seguían
apedreando los coches de las figuras públicas impopulares, aunque esa forma particular de
acción directa resultaba cada vez menos notable.
Otras formas de contestación habían experimentado grandes modificaciones. En 1833, las
tabernas y las cafeterías eran con mucho más frecuencia escenario o punto de partida de acción
contestataria que en 1758. Hacia 1833, la proporción de reivindicaciones públicas con violencia
física había descendido enormemente. Los ataques a presos por abusos sexuales que se exhibían
en el cepo, tan comunes en los años cincuenta del siglo XVIII, habían desaparecido casi por
completo, lo mismo que el tributo público a una figura popular sometida al escarnio del cepo o a
otra forma de humillación judicial; en verdad, las azotainas públicas y el cepo estaban en vías de
desaparición a favor de diversas formas de deportación y de encarcelamiento (Beattie 1986:
450-618).
Pero también otras cosas habían cambiado entre 1758 y 1833. Con ocasión de las huelgas,
los trabajadores del mismo oficio de una ciudad determinada se reunían, deliberaban, decidían
abandonar el trabajo, iban de taller en taller induciendo a que se les unieran los que aún seguían
trabajando, volvían a deliberar y luego presentaban reivindicaciones comunes a todos los
patrones; esas huelgas se habían hecho más frecuentes en 1833. Las asambleas públicas tales
como las reuniones de distrito electoral o de administradores de los bienes temporales de la
iglesia (anglicana) habían ganado importancia. Las llamadas asociaciones −la Sociedad para la
Abolición del Patronato Eclesiástico, la Unión Política Nacional, la Sociedad para Mejorar la
Condición de los Niños Trabajadores− habían adquirido nueva preeminencia. Pero por sobre
todo, en 1833 se recurría una y otra vez al aparato de las reuniones públicas, esto es, asambleas
anunciadas y abiertas a todos los que compartieran un interés, elección de presidente,
presentaciones de los portavoces, resoluciones, votaciones, aclamaciones, peticiones.
Algunas reuniones realizaban debates abiertos y algunas tenían a su cargo cuestiones de
organización, pero muchas eran esencialmente demostraciones públicas de unión de voluntades.
En la reunión sobre abolición del patronato eclesiástico en Edimburgo, por ejemplo, el diputado
Sinclair abrió la sesión con esta declaración:
Os presentamos una sociedad ya establecida y con varios años de funcionamiento, y nadie que no
pertenezca a la institución ha de esperar participar en las deliberaciones ni, por tanto, aprobar sus
decisiones. Sé que hay muchos hombres muy piadosos, inteligentes y respetables, que tienen por
baluarte de nuestra iglesia lo que para nosotros es veneno. Si esos individuos deciden realizar una
reunión con el fin de expresar sus opiniones, no sufrirán la más mínima interrupción de parte de
ningún miembro de esta asociación, y, por otro lado, me aventuro a esperar que tampoco nosotros
sufriremos interrupción alguna. La finalidad de esta sociedad es la abolición del patronato en forma
total y sin matices (LT 19 de enero de 1833, tomado del Edinburgh Observer).
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No todas las reuniones mostraban comportamiento tan decoroso. En la primavera de 1833,
los organizadores radicales y reformistas de la National Union of the Working Classes
empezaron a planear una convención nacional que reuniera a los delegados de diferentes
ciudades de toda Gran Bretaña. A partir de la Revolución Francesa, la idea de una convención
de las bases había sido un reclamo esencialmente jacobino de la soberanía popular (Belchem,
1978, 1981, 1985; Epstein 1990; Parssinen 1973). «El plan −observaba Francis Place− era tal
que pudieran evadir la ley en su primera sesión, pues podían denominarla asociación de sufragio
universal; ni siquiera Lord Althorpe, pese a su honestidad, podía encontrar falta en ello, pues él
tenía su Asociación Agrícola, que en tanto cuerpo se asemejaba a los delegados propuestos»
(BL Add [British Library, Additional], 27797). El 4 de mayo, el Poor Mans Guardian
anunciaba una reunión general en Cold Bath Fields para el 13 de ese mes. Los organizadores de
la reunión, que hablaban en nombre de la Unión Política Nacional y el Sindicato Nacional de las
Clases Trabajadores, dieron a conocer un manifiesto titulado «A National Convention, the Only
Proper Remedy», que comenzaba así:
Conciudadanos: La mayoría de los legisladores hereditarios se opone obstinada e impúdicamente a
nuestros justos reclamos de representación. Despreciad su oposición; desafiad a esos privilegiados
villanos y usurpadores. Este club político de legisladores hereditarios y elegidos por ellos mismos no
tiene autoridad para conceder ni para retirar nuestro justo e irrefutable derecho de representación. Su
privilegio de anular la voluntad expresa de la mayoría es una usurpación injustificable que repugna a
la razón y a la justicia y que no debe tolerarse un solo instante más. (Black 1969: 85.)
Luego proponía una convención nacional elegida en toda regla. La petición que los
organizadores habían preparado para la reunión protestaba contra la propiedad individual de la
tierra, la primogenitura, el sistema de financiación y la legislación que protegía a los
latifundistas (Chase 1988: 161).
A pesar de una proclamación gubernamental del 11 de mayo que prohibía la reunión,
asistieron trescientas personas; después de la aparición de la Policía Metropolitana, la multitud
llegó a las tres o cuatro mil personas. De inmediato se agregaron mil ochocientos policías para
contenerla. Cuando habló el presidente electo de la reunión (James Mee, que se describió como
«mecánico pobre e industrioso»), cuatrocientos policías se mezclaron en la multitud blandiendo
porras; uno de ellos resultó muerto y muchos civiles quedaron heridos. (Un jurado consideró
que la muerte del policía era homicidio justificado, y el radical Gauntlet, de Richard Carlile,
publicaba en letras de oro los nombres de sus integrantes (Wiener, 1983: 193). La policía
capturó cuatro banderas: una norteamericana, una tricolor con una colmena y la inscripción
«Igualdad de derechos e igualdad ante la ley»; una pequeña bandera con un colmena, un haz de
varas y manos entrelazadas, y una bandera negra que representaba la cabeza de un cadáver,
huesos cruzados y el lema «Libertad o Muerte» (BL Add 17797, así como múltiples menciones
en MC, LT, AR, HPD y MO). La reunión de Cold Bath Fields se convirtió en algo muy
semejante a una manifestación violenta. En general, la reunión abierta se había transformado en
una suerte de manifestación −en el interior o al aire libre−, una manera coordinada de hacer
público el apoyo a una reivindicación particular ante los detentadores del poder. A menudo, la
reunión era convocada por una asociación, sociedad o club con una finalidad específica y
muchas reuniones se ocupaban de problemas nacionales, entre los cuales se incluían con todo
énfasis cuestiones sobre las que el gobierno y el Parlamento tenían pendientes resoluciones que
tomar.
Aunque hacía muchos siglos que el pueblo británico se reunía y formulaba demandas por
otros medios, en 1833 no llevaba todavía mucho tiempo empleando con ese propósito la
asociación con fines específicos y sus reuniones. Es verdad que con frecuencia los miembros de
las clases gobernantes del siglo XVIII formaban asociaciones de discusión, celebración,
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conmemoración o diversión y que a veces las orientaban a cuestiones de política nacional. Los
primeros años de la Revolución Francesa, además, fueron testigos de una proliferación de
asociaciones de naturaleza política hasta que el gobierno, en guerra con Francia, las clausuró en
1794 y años posteriores. Sin embargo, salvo en lo concerniente a las congregaciones religiosas
más convencionales, hasta la década de 1820 cualquier tipo de organización con afiliación
masiva parecía sospechosa, de modo que las autoridades públicas la sometían a un control
riguroso. El lobby −el esfuerzo por convencer a los representantes en el vestíbulo (lobby) del
Parlamento− en nombre de intereses reconocidos sólo adquirió carta de ciudadanía a lo largo del
siglo XVIII. Que los intereses locales y la gente común tuvieran derecho a ejercer el mismo tipo
de presión fue materia de discusión hasta bien entrado el siglo XIX. La aceptación de las
reuniones del público general y de las manifestaciones callejeras a favor de un interés
autónomo, naturalmente, requirió mucho tiempo.
A comienzos de 1780, por ejemplo, el gobernador civil de Surrey había convocado a una
reunión de «nobles, gentilhombres, clérigos y propietarios» para analizar maneras de reducir los
gastos del gobierno, inflados por la guerra, y de formar, a la manera norteamericana, Comités de
Correspondencia con el fin de coordinar la discusión con personas de ideas afines de otros
lugares de Gran Bretaña (LC, 7 de enero de 1780: 26). En gran parte del país tuvieron lugar
reuniones análogas promovidas por el reverendo Christopher Wyvill y los miembros de la
oposición parlamentaria. Pero el 7 de febrero, otro encuentro de propietarios de Surrey,
convocado por Lord Onslow, adoptó una resolución que declaraba lo siguiente:
A fin de que no se tomen los resultados de la reunión convocada por el ex Honorable Gobernador
Civil del Condado el 21 de enero pasado por expresión del sentir general del Condado, nosotros, que
firmamos al pie, el Gobernador Civil, el Teniente de Gobernador, los Nobles, el Clero y los
Propietarios del Condado de Surrey, habiendo considerado con toda seriedad las dichos resultados, no
objetamos el contenido general de la petición que entonces se acordó, pero, en tanto buenos y leales
súbditos, protestamos con toda energía contra la Resolución a favor de una Asociación y Comité de
Correspondencia para los fines allí enunciados, porque pensamos que esas Asociaciones y Comités de
peligrosísimas tendencias, en asociación con las Peticiones, no pueden tener otro sentido que intimidar
y controlar la libre discusión y determinación de las diversas cuestiones que se tratan en el
Parlamento, que es el único poder autorizado por la constitución para juzgar y decidir sobre ellas y,
por tanto, investirse de un poder autoconcedido para derribar la legislatura, cuyo establecimiento fue
el gran objetivo de la gloriosa Revolución (LC, 8 de febrero de 1780, p 135).
Exactamente un mes después, en su respuesta a una serie de peticiones contra el despilfarro
en el gasto público que presentara la Asociación de Yorkshire, de reciente formación, dijo
William Burrel en el Parlamento:
Apruebo por mi parte las peticiones; yo mismo he sido peticionario, pero desapruebo por completo los
comités y las asociaciones (…) No conozco manera alguna de recoger la voz de la mayoría del pueblo
sino por la mayoría de los propietarios; y (…) de éstos, apenas la octava parte ha firmado las
peticiones (…) La finalidad de éstas es lisa y llanamente la destrucción de la independencia del
Parlamento atando sus miembros a determinadas medidas. (Butterfield, 1968: 253.)
A ambos lados del problema cristalizaron formidables coaliciones con organización a escala
nacional. Hacia 1780, el derecho a constituir asociaciones y formular demandas en su nombre
−lo que indirectamente reafirmaba la soberanía popular− era discutido en lo esencial; y lo
mismo ocurría con todo otro esfuerzo público y colectivo por influir en las decisiones del
Parlamento. Pero hacia 1833, estas prácticas se aceptaban de manera rutinaria y sin discusión
alguna.
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LOS REPERTORIOS A OJOS DE EXTRAÑOS
Sin embargo, los visitantes extranjeros de Gran Bretaña quedaban perplejos ante la política
popular británica. Alexis de Tocqueville, que asistió en 1833 a una reunión en Londres en busca
de ayuda para los polacos exiliados, encontró que las reuniones públicas británicas, en las que
los trabajadores ordinarios tenían la oportunidad de hablar y ser escuchados, eran un
instrumento impresionante de democracia (Spring, 1980). «Un rasgo extraordinario de la
reunión −reflexionó− era que los aristócratas allí presentes se veían obligados a pasar a segundo
plano sin pronunciar palabra; más aún, para conseguir que se los aceptara y aplaudiera tenían
que halagar las pasiones y los prejuicios populares» (Tocqueville, 1958: 17).
El barón d’Haussez, compatriota de Tocqueville, que visitó Inglaterra ese mismo año,
encontró ridícula y ofensiva la reunión pública esencialmente por las mismas razones por las
que Tocqueville la admiraba. Haussez pensaba que en la reunión pública se veía al pueblo
«deliberar sobre derecho, criticar la conducta del gabinete, decidir acerca de todo y volver a
casa con la seguridad de haber hecho grandes cosas, de tener una voluntad, de haber pensado
todo lo que los oradores habían dicho, de que en realidad todo lo que los oradores habían dicho
estaba inspirado por el pueblo» (d’Haussez, 1833: 189-90). D’Haussez se quejaba de la oratoria
estridente, llena de promesas, de peticiones preparadas de antemano, de la presencia de tenderos
y de trabajadores mal vestidos. «Una reunión −continuaba− sólo concita a las clases sociales
más bajas, las más inflamables, las que menos probabilidad tienen de dejarse orientar por la
razón y de sopesar lo bueno y lo malo de un programa particular. Seguirá los planes del partido
turbulento, ansioso y peligroso y terminará dando apoyo popular a sus líderes (d’Haussez, 1833:
193). En resumen, las reuniones públicas olían a democracia directa y soberanía popular.
Para Tocqueville y sus compatriotas, los británicos habían dado forma a un nuevo
instrumento político y lo utilizaban con entusiasmo. En 1833, los grandes temas de las
reuniones públicas eran las elecciones, la conducta del gobierno nacional, el trato a los
irlandeses, la administración de los asuntos locales, el mantenimiento del comercio, la abolición
de la esclavitud y los impuestos: en esencia, los mismos problemas que se debatían ese año en el
Parlamento. Aunque las reuniones también tendían a ocuparse de asuntos locales e intereses
privados, se habían convertido en un gran instrumento de presión en política nacional. En las
décadas anteriores había tomado forma en Gran Bretaña una nueva variedad de producción de
reivindicaciones. Hoy, en gran medida, los ciudadanos de Gran Bretaña y otros países
occidentales todavía presentan sus reivindicaciones a través de las mismas rutinas. La
contestación británica se ha desplazado del mundo extraño del siglo XVIII a nuestra era. En Gran
Bretaña, la política popular de masas se ha establecido a escala nacional.
A mi juicio, es útil organizar el análisis de esa gran transformación en torno a un concepto
poco familiar: los repertorios de contestación. La palabra repertorio identifica un conjunto
limitado de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas a través de un proceso de elección
relativamente deliberado. Los repertorios son creaciones culturales aprendidas, pero no
descienden de la filosofía abstracta ni toman forma como resultado de la propaganda política,
sino que surgen de la lucha. Es en la protesta donde la gente aprende a romper ventanas, atacar
presos sujetos al cepo, derribar casas deshonradas, escenificar marchas públicas, peticionar,
mantener reuniones formales u organizar asociaciones de interés especial. Sin embargo, en un
momento particular de la historia aprende una cantidad bastante limitada de modos alternativos
de acción colectiva.
Los límites de ese aprendizaje, más el hecho de que probablemente los colaboradores y los
antagonistas potenciales hayan aprendido un conjunto relativamente limitado de medios,
restringe las opciones disponibles para la acción colectiva. Además, los medios se articulan con
−y contribuyen a crear− una cantidad de ordenamientos sociales que no forman parte de la
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acción colectiva propiamente dicha, pero que hasta cierto punto la canalizan: prácticas
policiales, leyes sobre reuniones, reglas de asociación, rutinas para reuniones informales, modos
de exhibición de símbolos de afiliación, oposición o protesta, medios de información de
noticias, etcétera. Por analogía con las improvisaciones de un músico de jazz o las bromas de un
grupo de músicos callejeros (más que, digamos, con la música escrita, más limitante, que
interpreta un cuarteto de cuerda ), la gente de un sitio y un momento determinado aprende a
desarrollar una cantidad limitada de rutinas alternativas de acción colectiva que adapta una por
una a las circunstancias inmediatas y a las reacciones de los antagonistas, las autoridades, los
aliados, los observadores, los objetivos de su acción y otras personas de alguna manera
implicadas en la lucha.
Al igual que sus contrapartidas teatrales, los repertorios de acción colectiva no designan
actuaciones individuales, sino medios de interacción entre pares o conjuntos mayores de actores.
No es un individuo quien mantiene un repertorio, sino un grupo. El conjunto más simple
consiste en un actor (digamos un grupo de trabajadores) que realiza demandas colectivas, y otro
actor (digamos, el jefe de esos trabajadores), que se convierte en destinatario de esas demandas.
Ese conjunto simple se compone de parejas que realizan demandas recíprocas, tríos de
demandante y así sucesivamente hasta complejas disposiciones de política nacional. Pero no
todas las demandas colectivas implican conflicto. A menudo los participantes en celebraciones
colectivas sólo producen demandas recíprocas en las que apenas se exige algo más que
afirmación compartida de identidad; los líderes piden apoyo a sus seguidores y éstos declaran su
solidaridad, sin necesidad de que se presenten conflictos de interés. Cuando las demandas en
cuestión afecten, en caso de ser realizadas, los intereses de otros actores, hablaremos de
contestación. Así, pues, los repertorios de contestación son las maneras establecidas en que
parejas de actores realizan y reciben demandas concernientes a sus intereses recíprocos.
Estamos ante una metáfora. Una versión débil de la metáfora afirma simplemente que los
participantes activos prestan atención recíproca a las partes del drama que cada uno tiene
asignada y a los recuerdos compartidos de acontecimientos semejantes. Como guía de la
interpretación es útil incluso una versión débil. Pero yo pienso en una versión fuerte, que
implica: a) que relaciones sociales, significados y acciones se agrupen en pautas conocidas y
recurrentes, y b) que muchas acciones contestatarias posibles no lleguen nunca a hacerse reales
porque los participantes potenciales carecen del conocimiento, el recuerdo o las conexiones
sociales indispensables. En una versión fuerte, la aparición de formas nuevas deriva de la
innovación deliberada y la intensa negociación, como en el proceso por el cual los empleados,
trabajadores y agentes del Estado británico discuten sobre la frontera entre formas de actividad
huelguística aceptables e inaceptables. Aunque estén constantemente innovando, los
contestatarios innovan en general sin trascender el perímetro del repertorio preexistente y sin
romper por completo con las antiguas maneras.
La mayoría de las innovaciones fracasan y desaparecen; en una forma dada de contestación,
los cambios son pocos, raros y a largo plazo. Las innovaciones duraderas surgen en general del
éxito; entonces es cuando otros actores las adoptan rápidamente y luego se institucionalizan en
una nueva forma de acción que constituye un visible progreso en las demandas de sus usuarios.
Cuando eso ocurre, todas las partes de la acción, incluso las autoridades y los objetos de la
demanda, se adaptan a la nueva presencia. Fue así como la venerable charivari (cencerrada) se
politizó en la Francia de la década de 1830 al pasar de su esfera propia del comentario sobre la
conducta conyugal o sexual más o menos reprobable a la expresión de oposición a funcionarios
corruptos o a otros candidatos al cargo, también corruptos. Es muy raro que un repertorio entero
dé paso a otro: por ejemplo, la experiencia británica de los años cincuenta del siglo XVIII a los
años treinta del XIX representa uno de esos cambios generales de repertorio. Por estas razones,
los repertorios de contestación tienen sus historias propias y distintivas.
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REFLEXIÓN SOBRE LOS REPERTORIOS
El concepto mismo de repertorios de contestación tiene su propia historia. Hasta donde llega
mi conocimiento, he sido yo quien en 1977 introdujo la noción de repertorio en el estudio de la
acción colectiva. Durante varios años había utilizado crudas taxonomías de formas que yo
mismo había ideado para mejorar la dicotomía entre lo prepolítico y lo político que empleaban
E. J. Hobsbawm y George Rudé. Hacia 1977 proponía estas tres formas: competitivas (para
expresar rivalidades dentro de un sistema constituido), reactivas (para defender derechos
amenazados) y proactivas (para reivindicar derechos que no se ha tenido hasta el momento).
Pero también empezaba entonces a reconocer que una forma como la huelga aparecía a veces en
los tres contextos; las categorías describían en realidad demandas y no formas de acción. Más
aún, el tono teleológico del trío terminó por molestarme, en especial cuando lo adoptaban otros
autores como esquema evolutivo. Sonaba sospechosamente a teoría de la modernización.
Las comparaciones que realicé con mis colaboradores en The Rebellious Century (1975), la
obra sobre Gran Bretaña que había comenzado poco antes y la investigación sobre Francia que
por entonces comenzaba yo a sintetizar, pusieron en evidencia las debilidades del esquema
tripartito. Lo insatisfactorio de la taxonomía me indujo a introducir el concepto de repertorio,
impreso por primera vez en mi «Getting It Together in Burgundy» (1977). Durante dos o tres
años (sobre todo en From Mobilization to Revolution, de 1978), me atuve a las mencionadas
categorías −competitivas, reactivas y proactivas− al tiempo que escribía cada vez más sobre
repertorios. Finalmente me di cuenta de que eran incompatibles y entonces eliminé de mis
conceptos los residuos de la teoría de la modernización, aunque no necesariamente de todos los
aspectos de mi análisis.
No conviene exagerar la originalidad de la idea. Todo historiador de la acción popular
colectiva sabe que las formas predominantes de contestación varían de modo decisivo con el
momento y el lugar. La visión reciente de Ian Gilmour, por ejemplo, incluye capítulos
independientes sobre bandas que capturaban hombres y muchachos para el servicio en la
armada, caza furtiva, conflictos por elecciones, motines por comida, disputas industriales y
duelos, cada uno de los cuales se trata con independencia de los otros (Gilmour, 1992). Cuando
Andrew Charlesworth y sus colaboradores estudiaron la «protesta rural» en Gran Bretaña,
distinguieron entre protestas por la tierra, motines por comida, disturbios por portazgos,
protestas de trabajadores agrícolas y una variedad de conflictos de distinta naturaleza
(Charlesworth, 1983). Una destacada serie de publicaciones señaló la cencerrada (charivari en
Francia, Katzenmusik en Suiza, etcétera) como tema de tratamiento histórico independiente
(véase, por ejemplo, Le Goff y Schmitt,1981).
En resumen, la literatura histórica no carece de documentación ni de análisis de formas
particulares de contestación. De lo que carece es de estudio sistemático de su covariación y
cambio. En conjunto, los analistas de formas particulares de acción han seguido uno de estos
rumbos históricos: absorberlas en las narraciones generales de la lucha política y/o de
transformaciones en la conciencia de clase; adoptar grandes categorías y periodizaciones a fin
de distinguir lo prepolítico de lo político, o tratarlas hermenéuticamente en un contexto. Con la
introducción de un término nuevo, tenía yo la esperanza de cumplir tres objetivos: 1) facilitar la
codificación del conocimiento existente de los historiadores sociales y políticos respecto de las
formas de acción popular colectiva; 2) generalizar la preguntas por las causas de los cambios y
las variaciones de esas formas, y 3) proponer la hipótesis de que la historia anterior de la
contestación limita gravemente las opciones de acción disponibles en el presente, con
independencia parcial de las identidades y los intereses que los participantes otorguen a la
acción.
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Pronto reconocí una importante debilidad en mis formulaciones iniciales relativas a los
repertorios. Puesto que autoridades tales como la policía, jueces de paz y ministros de interior
crearon y conservaron muchos de los registros que describen la acción popular colectiva, la
investigación archivística saca inmediatamente a luz la significativa implicación de agentes
gubernamentales como interlocutores, reguladores e incluso como agentes provocadores. Las
actas judiciales, es cierto, tienden a alejarse de los funcionarios y acercarse a los acusados,
mientras que los periódicos adoptan típicamente convenciones en virtud de las cuales la acción
popular colectiva parece relativamente encerrada en sí misma: «Otro motín por comida tuvo
lugar cerca de Maidstone», etcétera. Pero los dossiers de la policía revelan un juego permanente
de interacción estratégica −llamamientos a las autoridades, reuniones prohibidas, cartas
amenazantes, arresto de líderes, consultas secretas, instrucciones a los participantes,
comprobación de límites, pseudojuicios y sentencias acordadas− que equivalen a la negociación
de reglas básicas para diferentes formas de acción.
De alguna manera, mi primera teoría acerca de los repertorios descuidaba el evidente tesoro
de los archivos. En oposición a los procesos interactivos que observaba yo en mis estudios
comparativos de la acción colectiva, mis primeros enunciados daban por supuesto que un solo
actor (individual o colectivo) era dueño de un repertorio de medios y los desplegaba de manera
estratégica. Era un error. En realidad, en el marco de un repertorio establecido, cada rutina
consiste en una interacción entre dos o más partes. Los repertorios corresponden a conjuntos de
actores enfrentados, no a actores individuales.
El caso elemental −por ejemplo, un grupo de tejedores que rompen el telar de un compañero
que produce por menos paga que la corriente− implica alguien que demanda y un objeto de
demanda. Incluso ese caso tan simple entraña la típica interacción con otras partes, tales como
los mercaderes o los empleados que pagan por debajo de las tasas estándar, las autoridades
locales y la policía que intervienen y otros trabajadores que violan (o sienten la tentación de
violar) los niveles locales. La acción recibe su significado y su efectividad de la comprensión,
los recuerdos y los acuerdos compartidos −por reticente que sean− entre las partes. Por tanto, en
ese sentido, un repertorio de acciones no se asemeja a una conciencia individual, sino a un
lenguaje; aunque sean individuos y grupos los que conozcan y desplieguen las acciones de un
repertorio, éstas conectan conjuntos de individuos y grupos.
QUOD ERAT DEMOSTRADUM
Considérese una manifestación callejera, forma de acción que cristalizó en Europa
Occidental y Estados Unidos entre 1780 y 1850, conjuntamente con la expansión de la política
electoral. Consiste en reunirse deliberadamente, en un lugar visible y de relevancia simbólica,
con exhibición de signos de compromiso compartido en relación con alguna demanda a las
autoridades, y luego dispersarse. Las manifestaciones tienen muchas variantes: con o sin
marchas por las calles, con o sin discursos, con o sin la exhibición de parafernalias tales como
uniformes, trajes, banderas, signos, músicos, canciones y eslóganes coreados. Las
manifestaciones lanzan una cantidad de individuos y un compromiso a favor de una causa; la
intensidad de los signos de compromiso compensa hasta cierto punto la ausencia de grandes
multitudes.
En todas sus variantes, las demostraciones implican al menos cuatro actores: manifestantes,
destinatario de las reclamaciones, especialistas en control oficial del espacio público
(normalmente, la policía) y espectadores. A menudo hay también otros implicados, como
reporteros de los medios de comunicación, contramanifestantes, aliados tales como miembros
disidentes de la clase gobernante, espías, operadores de establecimientos cercanos a quienes la
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acción de la multitud podría afectar o poner en peligro, rateros, bandas en busca de pelea,
científicos políticos ávidos de observar la política callejera, etcétera.
En Francia, la manifestación surgió como manera de hacer política durante la Monarquía de
Julio (1830-48), se convirtió en una forma importante de acción durante la Segunda República
(1848-51) y se mantuvo como elemento normal de los repertorios de acción colectiva de allí en
adelante, aunque menos utilizada en momentos de represión severa, como a comienzos de la
década de 1850 y durante las ocupaciones alemanas de 1870-71 y 1940-44. Las formas
francesas de manifestación surgieron de la intensa y continuada negociación entre diversos
demandantes políticos y las autoridades públicas, sobre todo funcionarios de la policía, de la
década de 1830 a comienzos del siglo XX. El resultado fue el brusco estrechamiento y la
estandarización de las acciones que daban forma a una manifestación, así como la creciente
diferenciación de éstas respecto de las reuniones públicas, las procesiones, los desfiles, los
funerales, los festivales, las huelgas y las insurrecciones (Favre, 1990).
En Gran Bretaña, la manifestación tomó forma antes que en Francia, pero a través de un
proceso semejante de experimentación, negociación y estandarización modelado por la intensa
interacción entre manifestantes y autoridades. A finales del siglo XVIII, el pueblo británico
exhibía por lo general sus preferencias de manera vocinglera en las campañas electorales,
participaba en marchas para presentar peticiones, se reunía para pedir que los dueños de casa
iluminaran las ventanas en honor a los héroes o a victorias populares, aprovechaban las
celebraciones públicas autorizadas para gritar sus quejas y asistían a reuniones públicas en los
que todos los asistentes votaban peticiones o resoluciones relativas a problemas del momento.
Sin embargo, no se embarcaban en manifestaciones en tanto exhibiciones diferenciadas de
voluntad de masa. Es indudable que hacia la década de 1820 los organizadores políticos y las
autoridades públicas negociaban acuerdos acerca de manifestaciones callejeras, aunque la
palabra sólo se hizo cotidiana en los años treinta. (El término inglés demonstration saltó
aparentemente casi de inmediato de su versión militar −exhibición deliberada de fuerza para
intimidar a enemigos potenciales− a una versión civil de análogo sentido.)
PARA EL ESTUDIO DE REPERTORIOS BRITÁNICOS
Mis análisis de los cambiantes repertorios británicos se centran en los momentos en que la
gente se reunía para formular demandas públicas vigorosas y visibles, las realizaba de una u otra
manera y luego volvía a otras ocupaciones. Al insistir en la contestación abierta, colectiva y
discontinua, dejan de lado las formas individuales de lucha y resistencia, así como la operación
rutinaria de los partidos políticos, los sindicatos obreros, las redes de patrones-clientes y otros
poderosos medios de acción colectiva, salvo cuando producen contestación visible en la escena
pública. Esto responde al esfuerzo por hacer manejable el análisis de la acción colectiva, con la
convicción de que la contestación es un tema importante por sí mismo y la esperanza de que un
análisis cuidadoso de la contestación colectiva ilumine también la acción individual, la
contestación continuada y la acción colectiva no contestataria.
Mi cuerpo central de evidencia proviene de un catálogo legible automáticamente que
contiene poco más de 8.000 concentraciones contestatarias (CC) que tuvieron lugar en el
sudeste de Inglaterra (Kent, Middlesex, Surrey o Sussex) durante trece años, esparcidas de 1758
a 1820 y en Gran Bretaña en su conjunto durante los siete años que van de 1828 a 1834. Aunque
he comparado extensamente el inventario de CC con las compilaciones de otros historiadores, el
catálogo básico proviene de la lectura íntegra de periódicos: Times, London Chronicle, Morning
Chronicle, Hansard’s Parliamentary Debates, Mirror of Parliament, Annual Register,
Gentleman’s Magazine y Acts and Proceediongs of Parliament.
Una concentración contestataria es una ocasión en que una cantidad de personas (aquí, un
mínimo de diez) ajenas al gobierno se reunía en un lugar accesible al público general y realizaba
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demandas a por lo menos una persona exterior al grupo, demandas que, de verse cumplidas,
afectarían los intereses de su destinatario. La definición tiene en cuenta todo tipo de
acontecimiento para el que las autoridades y los observadores emplean términos tales como
motín, desorden, disturbio o reyerta, pero también incluye una gran cantidad de reuniones
pacíficas, procesiones y otras asambleas que escapaban a la ira de las autoridades. De allí que se
tengan como demandas las aclamaciones, los vítores y las declaraciones de apoyo, pues el
significado de «contestatario» apenas se aparta de la naturaleza de los acontecimientos del
catálogo. Incluso las declaraciones de apoyo a un partido implicaban típicamente la oposición a
otro. Casi todas las reuniones que la definición permite identificar entrañaban auténticos
conflictos de intereses; implicaban la adopción pública de posiciones que podían tener −y a
menudo lo tenían− un coste tanto para los actores como para los destinatarios.
En Gran Bretaña, los repertorios contestatarios cambiaron fundamentalmente entre los años
cincuenta del siglo XVIII y la década de 1830. En el siglo XVIII, las formas británicas
predominantes de conflicto abierto apreciables en una escala no precisamente pequeña,
comprendían capturas de trigo, ataques a los portazgos, interrupciones de ceremonias o
festivales, caza en grupo en territorios vedados, invasiones de tierras, destrucción sistemática de
la propiedad, rutinas humillantes −como las cencerradas− y acontecimientos análogos. La
mayoría de estas formas contestatarias ha existido a lo largo de siglos casi sin cambios; las
mayores alteraciones de los repertorios contestatarios británicos del siglo XVI al XVIII parecen
residir más en la disminución de las depredaciones de ejércitos privados y bandas de criados que
en la introducción de formas distintivamente nuevas de acción (Charlesworth, 1983; Cockburn,
1991; Colley, 1980; Fletcher, 1968; Fletcher y Stevenson, 1985; Gilmour, 1992; Harris, 1987;
MacCulloch, 1979; Manning, 1988; Outhwaite, 1991; Reed y Wells, 1990; Rogers, 1989;
Sharp, 1980; Stone, 1947; Stone, 1984; E. P. Thompson, 1991; Walter y Wrightson, 1976;
Zagorin, 1982).
Al igual que el conjunto de la vida política, podríamos caracterizar el repertorio del siglo
XVIII como local, particular y bifurcado: local porque en la mayor parte de los casos los
intereses y la acción implicados se limitaban a una única comunidad; particular porque las
formas de contestación variaban de modo significativo de acuerdo con el sitio, el actor y la
situación; y bifurcado porque cuando la gente ordinaria se refería a problemas locales y se
dirigía a destinatarios cercanos adoptaba una acción extraordinariamente directa para lograr sus
fines, mientras que cuando pasaba a problemas y destinatarios nacionales, dirigía una y otra vez
sus demandas a un patrón o autoridad local que representara su interés, recondujera su queja,
cumpliera con la obligación que le era propia o al menos la autorizara a actuar.
De esta suerte, la captura colectiva de trigo, que las autoridades llamaban «motín por
comida», expresaba una queja contra los mercaderes locales y al mismo tiempo la demanda a las
autoridades locales de que actuaran a fin de conservar el alimento en la comunidad a un precio
accesible a los pobres, mientras que la destrucción de cercados expresaba la demanda a los
terratenientes y las autoridades de que se mantuvieran los derechos de los miembros de la
comunidad a usar las tierras sin cultivar para espigar, apacentar o con cualquier otro fin que
redundara en su beneficio. Análogamente, el repertorio local, particular y bifurcado del siglo
XVIII incluía una buena dosis de exhibición ceremonial y de vigorosos símbolos visuales a
través del teatro de calle, así como la destrucción de objetos cargados de simbolismo (Bohstedt,
1983; Brewer, 1976; 1979-1980, 1980; Dobson, 1980; Fletcher y Stevenson, 1985; Gilmour,
1992; Laqueur, 1989; Manning, 1989; Muskett, 1980; Rule, 1981, 1986; E. P. Thompson,
1991).
Aunque algunas de estas rutinas del siglo XVIII sobrevivieran hasta bien entrado el siglo XIX,
perdieron rápidamente su preeminencia relativa entre los medios para corregir errores. En
cambio, las manifestaciones, las huelgas, los mitines, las reuniones públicas y otras formas
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semejantes de acción llegaron a ser predominantes en el siglo XIX. En comparación con sus
predecesoras, las formas decimonónicas tenían carácter nacional modular y autónomo: nacional
por su frecuente referencia a intereses y problemas que abarcaban muchas localidades o
afectaban a centros de poder cuyas acciones afectaban a muchas localidades; modular porque
las mismas formas servían a muchas localidades, actores y problemas diferentes; y autónoma
porque comenzaban con la iniciativa de los demandantes y establecían comunicación directa
entre los demandantes y los centros de poder con significación nacional. Sin embargo,
implicaban menos acción directa y reparación inmediata de los agravios que sus predecesoras
del siglo XVIII. La figura 1 muestra uno de los subproductos de estos cambios: un impresionante
descenso en la violencia física de la contestación, como ilustra la casi desaparición de muertes
en el curso de la interacción; similares tendencias se registran en lo concerniente a la cantidad
de heridos y detenidos, salvo que la tasa de detenciones volvió a subir ligeramente después de
1828, probablemente debido a la ampliación de la acción policial.
El cambio de un repertorio a otro tuvo lugar en oleadas irregulares: los críticos de la política
gubernamental durante los disturbios en América, incluido John Wilkes, adoptaron la asociación
popular, pero sólo la usaron de manera intermitente; en 1780, Lord George Gordon moldeó a
sus seguidores anticatólicos de acuerdo con la Asociación Protestante, efectiva por un tiempo;
durante las Guerras de Francia, los radicales de Londres dieron nacimiento a asociaciones
extensas con relativamente pocos seguidores; en 1816 y 1817 Henry Hunt lanzó una campaña
de «protesta acumulativa, con aprobación constitucional y abierta a todos, a favor de un
programa que exigía los derechos constitucionalmente reconocidos de todos» (Belchem, 1985:
22); durante la década siguiente, la Asociación Católica de Daniel O’Connell suministró la base
para un conjunto nacional −en verdad, internacional− de demandas; en la época en que las
uniones políticas y organizaciones similares luchaban por la Reforma, entre 1830 y 1832, la
política popular nacional y autónoma se había convertido en el estilo normal en Gran Bretaña.
A ese respecto, como a muchos otros, fue decisivo el período de la Revolución Francesa y el
Imperio; un Estado cada vez más poderoso y exigente exigía nuevas formas de política, y en
concordancia con ello cambió el repertorio. La figura 2 muestra la tendencia conjunta en dos
variables importantes: la proporción de CC que tomaron la forma de reuniones, y la proporción
de demandas de las que era destinatario el Parlamento. El gráfico muestra una firme tendencia a
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las reuniones públicas unidas a demandas al Parlamento y un punto de inflexión entre 1789 y
1807.
En el mismo proceso, se hicieron más comunes las luchas electorales (Phillips, 1982). Los
ciudadanos que no tenían derecho a votar seguían las elecciones y participaban cada vez más
activamente en las campañas. Vieron entonces la luz los rudimentos del sistema bipartidista
(O’Gorman, 1982, 1989). Mercaderes, empresarios, financieros y miembros de oficios
establecidos presionaron cada vez más abierta y directamente al Estado en apoyo de sus
demandas. Se crearon asociaciones voluntarias, sobre todo entre las clases medias, para
promover la autoayuda, la recreación, la educación, la reforma moral y la acción política
(Morris, 1983, 1990). Las tabernas y los cafés se convirtieron en lugares de reunión cada vez
más importantes y en bases de las asociaciones de intereses especiales; por ejemplo, los «box
clubs», que agrupaban a miembros de un oficio particular, se reunían regularmente en tabernas,
cuyos dueños eran depositarios de los fondos y los papeles de los grupos, que mantenían en
cajas cerradas con llave. Así, la proporción de reuniones en el total de CC aumentó de un quinto
en los años cincuenta y sesenta del siglo XVIII a cuatro quintos en los años veinte y treinta del
siglo siguiente.
Los sindicatos obreros nacieron de las redes informales de los oficios, que ya eran
predominantes en el siglo XVIII. Los periódicos daban cada vez más información acerca de los
actos de gobierno, el Parlamento y los poderosos. En el Parlamento, a la multiplicidad de
proyectos de ley en nombre de votantes locales le siguió una proliferación de proyectos
públicos. Los problemas de acción nacional −derechos de minorías religiosas, reforma
parlamentaria, esclavitud, impuestos, etcétera− llegaron a ocupar la discusión pública. En
resumen, la política popular de base asociativa tomó forma a escala nacional. Mientras ocurría
todo esto, los británicos de a pie llegaron a identificarse con el Estado nacional como nunca
(Colley, 1986, 1992). Los burgueses y los trabajadores cualificados abrieron el camino, pero
otros trabajadores −incluso, a largo plazo, los agrícolas− siguieron la misma senda.
Las oleadas de acción colectiva en Gran Bretaña representaron el nacimiento de lo que ahora
llamamos movimiento social, a saber, el desafío sostenido y organizado a las autoridades en
nombre de una población desposeída, excluida o tratada con injusticia. En la mayoría de los
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casos, la aparición de un movimiento social incitaba a la formación de contramovimientos de
parte de quienes lo consideraban una amenaza para sus intereses; así, los sostenedores de la
Iglesia de Inglaterra se aliaron contra Católica y utilizaron muchas de las tácticas de los
emancipadores. En los años veinte y treinta del siglo XIX, las luchas en torno a Emancipación
Católica, las Leyes de Comprobación y Corporación (Test and Corporation Acts), la abolición
de la esclavitud, la Nueva Ley de Pobres y, sobre todo, la reforma parlamentaria, tomaron forma
de movimientos y contramovimientos sociales.
Los movimientos sociales corrían paralelos a la política electoral y la alimentaban,
precisamente porque señalaban la presencia de apoyo masivo −e incluso de posibles votos− para
programas que carecían de voces importantes en las legislaturas. En todo Occidente el
movimiento social nacional se convirtió en un elemento significativo de la política popular en
tanto ampliación de la participación, ya a través de la expansión del sufragio, ya a través de la
presión popular sobre los que tenían voto. En Gran Bretaña, el florecimiento de la política
extraparlamentaria (o, mejor, paraparlamentaria) seguía precisamente esa línea; los
llamamientos a favor de una plataforma masiva, una convención nacional o incluso una carta
del pueblo transmitían la idea de que el proceso representativo existente dejaba de lado a gente
que tenía derecho a ser oída (Beer, 1947; Belchem. 1978, 1981, 1985; Bradley, 1986; Brewer,
1976, 1979-80, 1980; Dinwiddy, 1990; Epstein, 1990; Kramnick, 1990; Lottes, 1979; Morgan,
1988; Parssinen, 1973). En verdad, es posible argumentar razonablemente que los empresarios
políticos, de John Wilkes a Francis Place, inventaron el movimiento social nacional como
manera estándar de realizar demandas; coordinaron marchas, reuniones, peticiones, eslóganes,
publicaciones y asociaciones de fin específico en desafíos de alcance nacional a la distribución o
el uso del poder estatal existentes (Tilly, 1982a).La política popular británica proporcionaba así
un nuevo modelo a los ciudadanos de otros Estados occidentales.
CONCLUSIÓN
A juzgar por la respuesta de otros estudiosos, no puedo decir que la noción de repertorios
contestatarios tuviera un éxito clamoroso. Aunque una versión débil de la metáfora se haya
filtrado en muchas discusiones académicas (por ejemplo, Ennis, 1987; McPhail,1991), sólo un
corto número de investigadores han adoptado una versión fuerte, con la intención en realidad de
integrar el concepto en sus teorías y análisis de los datos: Sidney Tarrow, en su análisis del ciclo
de protesta en la Italia de posguerra, Marl Beissinger en su estudio de los conflictos étnicos
soviéticos y postsoviéticos, Marco Giugni y colaboradores en su trabajo sobre los nuevos
movimientos sociales en Europa, pero no muchos más (Beissinger, 1991; Giugni, 1991; Tarrow,
1989a; Tarrow y Soule, 1991). Si bien Tarrow no difundió la palabra, tal vez él y yo seamos los
únicos investigadores que tratamos de poner en práctica el estudio de los repertorios.
¿A qué se debe esto? Hay varias posibilidades: 1) que la idea sea errónea; 2) que sea
redundante; 3) que sea oscura; 4) que nadie haya demostrado su utilidad con claridad y
concreción suficientes. En este informe provisional he tratado de responder a las tres primeras
objeciones, pero en realidad no me he ocupado de la cuarta.
¿A qué se referirá? Por sobre todo, a una serie de aplicaciones empíricas que van más allá de
las etiquetas post factum de las variedades de contestación. En primer lugar, alguien tendrá que
idear razonables pruebas a priori de la existencia real de un repertorio, a saber, la evidencia de
que la producción de demandas se concentra en una cantidad limitada de formas que se repiten
con variaciones mínimas y constituyen la colección en donde los actores potenciales seleccionan
de manera más o menos deliberada. Trato de reunir esa evidencia mediante un examen riguroso
de las secuencias de acciones dentro de las CC en diferentes épocas y situaciones, pero el
esfuerzo requerirá finalmente estudios de acción y deliberación antes del comienzo de las CC.
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Repertorios de acción contestaria en Gran Bretaña: 1758-1834
Charles Tilly
en Mark Traugott (Compilador) (2002): Protesta Social
© 2002 Editorial Hacer
Artículo descargado de www.hacereditorial.es
HOMENAJE CHARLES TILLY
En segundo lugar, alguien tendrá que determinar si las innovaciones alternan en realidad
(como ha propuesto Tarrow) entre la experimentación en aumento en los bordes mismos de las
formas existentes durante períodos rutinarios de contestación y la impetuosa invención en el
curso de los ciclos de protesta y situaciones revolucionarias. Esta demostración no sólo
requerirá descripciones de una precisión que pocos investigadores han alcanzado en gran escala,
sino también el agregado de acontecimientos que permitan distinguir de manera fiable entre
rutina y circunstancias excepcionales.
Por último −y también lo más ambicioso−, alguien tendrá que mostrar que la historia anterior
de formas particulares de contestación en un lugar determinado compele a su uso posterior. Eso
requerirá rigurosas comparaciones de épocas y lugares diferentes en los que, en principio,
hubieran podido aparecer formas semejantes de presentar demandas. Como mínimo, nada de
esto es fácil. Para mejorar nuestra comprensión de los repertorios contestatarios serán necesarias
una buena dosis de colaboración y más de una cuidadosa investigación.
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Repertorios de acción contestaria en Gran Bretaña: 1758-1834
Charles Tilly
en Mark Traugott (Compilador) (2002): Protesta Social
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