"El principio "favor debitoris" frente al Proyecto de Código"

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EL PRINCIPIO “FAVOR DEBITORIS” FRENTE AL
PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL
Por CARLOS A. CALVO COSTA
SUMARIO
I. Introducción: planteo de la cuestión. – II. El favor debitoris: del Derecho Romano
a nuestros días - III. La cuestión en el derecho argentino: del Código Civil de Vélez
Sársfield al actual Proyecto de Reforma IV. Antecedentes en la doctrina y en la jurisprudencia nacional. Nuestra opinión.
I – INTRODUCCIÓN: PLANTEO DE LA CUESTIÓN
Quien aborda con profundidad el Derecho de las Obligaciones, y
luego, el de los Contratos, se encuentra con un principio “estructural” en ambas
materias, que es el denominado favor debitoris, según el cual, en los casos
dudosos, las cláusulas ambiguas de los contratos y/o las obligaciones emergentes
de ellas, deben interpretarse siempre en favor del deudor, o sea, en el sentido de
su liberación. Se trata de un principio basado en la equidad, y que está orientado a
suavizar, en los casos dudosos, la situación de los deudores1, ya que se sostiene
que la duda no debe quedar sustituida por una certidumbre del máximo rigor
contractual para el obligado, sino con la solución menos rigurosa para él2. Si bien
el favor debitoris no está formulado expresamente en el Código Civil argentino3, sí
lo está en el art. 218 inc. 7 del aún vigente Código de Comercio, y ha sido
receptado por la jurisprudencia civil sin cuestionamiento alguno para todo el
derecho privado, ya que el principio de analogía consagrado en el art. 16 del
Código Civil, así lo permite.
Pero para comprender la incidencia del favor debitoris en el Derecho
de las Obligaciones y de los Contratos, debemos situarlo en el contexto en donde
1
CASTÁN VÁZQUEZ, JOSÉ M., “El “favor debitoris” en el derecho español”, Anuario de Derecho Civil, Madrid, 1961, T. IV, p.
835.
2
PUIG BRUTAU, JOSÉ, “Fundamento de Derecho Civil”, Tomo II, 2da. edición ampliada y puesta al día, Vol. I, Bosch Casa
Editorial S.A., Barcelona, 1978, ps. 302 y ss.
3
El favor debitoris se encuentra legislado expresamente en el Código Civil Francés (art. 1162), Italiano de 1865 (art. 1137)
y de 1942 (art. 1371), Mejicano (art. 1857), Español (art. 1289), aunque en estos tres últimos casos, limitada su aplicación a
los contratos gratuitos.
1
cobra sideral importancia, y es cuando analizamos el vínculo como elemento
esencial y estructural de la relación jurídica obligacional.
El vínculo jurídico ha sido definido por algunos autores como “la
relación de poder y deber correlativos que media entre acreedor y deudor”4,
mientras que otros, en cambio, no hesitan en calificarlo como elemento de la
obligación que origina la situación de ligamen o atadura en que se encuentran el
acreedor y el deudor como sujetos de una relación jurídica patrimonial obligatoria5.
Ese vínculo, como elemento esencial de la obligación, sufre
determinadas atenuaciones que son impuestas por el ordenamiento jurídico,
resultando ser una de las más importantes el llamado favor debitoris, que se
manifiesta como una presunción favorable a los intereses del deudor, ya que en
caso de duda respecto a si está obligado o no, se presume la negativa6. Dicha
presunción también subsiste en caso de duda respecto de los alcances de la
obligación —si es que resulta indudable que está obligado—, ya que se estará por
la solución más favorable a sus intereses. Se trata de un principio que reconoce
sus orígenes en un párrafo del Digesto del Derecho Romano que disponía:
“cuando se trata de obligar, propendemos a la negación; cuando de liberar, por el
contrario, nos prestamos más fácilmente a la liberación” (D. XLIV, Tít. VII, L. 47).
Este precepto parte de la base de considerar al deudor como la parte más débil de
la obligación, por lo cual, a tenor de la gravedad que las consecuencias del
incumplimiento podrían generarle -a las que nos referiremos seguidamente-, se
incorporaba este principio del favor debitoris como una presunción en favor del
solvens.
Así, el estado normal del sujeto es el estado de libertad; la regla es la
libertad, por ello el estado de libertad se presume. Quien pretende lo contrario -es
decir que hay sujeción- (acreedor) tiene la carga de demostrarlo, de destruir tal
4
LACRUZ BERDEJO, JOSÉ L, “Derecho de Obligaciones”, t. II, vol. I, “Parte general. Teoría general del contrato”, Dykinson,
Madrid, 1999, p. 6.
5
BELTRÁN DE HEREDIA Y ONIS, PABLO, “La obligación. Concepto. Estructura y fuentes”, Editoriales de Derecho Reunidas
S.A., Madrid, 1989, ps. 16 y ss.
6
GAGLIARDO, MARIANO, “Favor debitoris y su aplicación en el régimen societario”, La Ley 2010-D-823. Expresa que “El
fundamento jurídico de la regla del favor debitoris, cabe encuadrarlo en el art. 499 Código Civil, que trata la causa de las
obligaciones, toda vez que la regla es la libertad jurídica. Es decir, la carencia de obligación, siendo pues lógico que en la
duda se esté por la liberación”.
MALAGARRIGA, CARLOS C., “Tratado de derecho comercial”, Ed. TEA, Buenos Aires, 1951, Tomo II, 1ª. parte, p. 12.
2
presunción. Si el acreedor no lo logra -mediante la expresión clara de su crédito-,
si hay duda, subsiste el estado de libertad7.
Nuestro pensamiento inicial nos indica que el favor debitoris no
encuentra justificativo alguno en la actualidad, ya que no existe motivo para que el
deudor se vea favorecido en determinadas circunstancias de la vida de la
obligación; estimamos, como lo veremos seguidamente, que no siempre el deudor
tiene que resultar favorecido –a raíz de dicho principio- en la relación jurídica, por
lo cual concederle un beneficio adicional y con carácter genérico por sobre los
intereses del acreedor, puede conducir a soluciones injustas. Por el contrario,
muchos deudores contemporáneos resultan ser operadores económicos que
contratan ventajosamente8, y que se ven favorecidos al amparo de este principio
por su sola calidad de deudor, lo cual resulta, a nuestro entender, injustificado. En
realidad, de resultar aplicable, debería considerarse la situación de la parte más
débil de la relación jurídica, sin importar que sea ésta la que ocupe el rol del
deudor o del acreedor. Estimamos, que es erróneo partir de la premisa que el
deudor es siempre la parte más débil de la relación jurídica, lo que ha llevado
acertadamente a algunos autores, a considerar el favor debitoris como una
ambigua fórmula antigua9, inexplicable en nuestros días y que, aplicada en forma
automática y sin previo análisis de la situación en concreto, puede ser generadora
de soluciones injustas.
No obstante estas ideas iniciales, advertimos la presencia del favor
debitoris en el actual Código Civil y en el Proyecto de reforma de Código Civil y
Comercial. Analizaremos algunas situaciones puntuales que advertimos en ellos,
pero, previo a ello, debemos comenzar por el origen, para comprender en qué
contexto histórico y normativo fue consagrado el “favor debitoris”.
7
GIANFELICE, MARIO C., “La interpretación de una regla de interpretación. La regla “favor debitoris””, La Ley 1985-D-1133.
GIUFFRÈ, VINCENZO, “Il debitore favorito?”, en “Studi sul debito. Tra esperienza romana e ordinamenti moderno”, 2da.
edición, Jovene, Nápoles, 1999, p. 173.
9
RESCIGNO, PIETRO, “Favor debitoris, ambiguità di una formula antica”, en “Debito internazionale. Principi generali del
diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi latinoamericani, a cura di Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995,
p. 132.
8
3
II – EL “FAVOR DEBITORIS”: DEL DERECHO ROMANO A NUESTROS DÍAS
Es incuestionable que en ninguna otra rama del Derecho Civil ha
influido tanto el Derecho Romano como lo ha hecho en el ámbito de las
Obligaciones10; la estructura, los principios y fundamentos de ellas se han
elaborado a la luz de las ideas de los jurisconsultos romanos, y han permanecido
casi inalterables por varios siglos, hasta nuestros días.
Sin embargo, los cambios fundamentales más relevantes que ha
experimentado la materia, se han producido en la concepción del vínculo
(elemento esencial de la relación jurídica) y en la situación del deudor.
No puede soslayarse que el verbo latino obligare (ob —alrededor—, ligare
—atar—) reconoce su origen en tiempos remotos, mientras que el sustantivo jurídico
obligatio surge en la época de la República (siglo I a. C.). Ha sido Justiniano quien
incluyó en sus Institutas una definición de obligación que se atribuye a Papiniano:
«obligatio est iuris vinculum quod necessitate adstringimur, alicuius solvendi rei,
secundum nostrae civitatis iura» (3.13, pr.), que puede ser traducida como “la
obligación es un vínculo jurídico que nos constriñe a pagar algo a otro, según el
derecho civil”.
En definitiva, más allá de cualquier traducción que se realice, en cualquier
caso, la obligación constituye un vinculum iuris, es decir, una atadura jurídica, por la cual
una de las partes (el acreedor) puede exigir a la otra el cumplimiento de una prestación de
dar, hacer o no hacer alguna cosa.
Lo cierto es que la Teoría de las Obligaciones, tal como lo acabamos de
mencionar, reconoce su origen y desarrollo en el Derecho Romano, habiendo sufrido
sólo pequeñas mutaciones y agregados a lo largo del tiempo, manteniéndose en la
gran mayoría de los ordenamientos jurídicos de los países del derecho continental la
esencia de la teoría general que elaboraron los romanos. La estructura de la
obligación, pues, tal como fue concebida en Roma, no ha cambiado y mantiene su
fidelidad en cuanto al modo de su nacimiento, modificación y extinción.
10
Véase el exhaustivo análisis que se efectúa, en ROGEL VIDE, CARLOS, “Favor debitoris –análisis crítico-“, edición conjunta
entre Ed. Temis (Bogotá), Ed. Ubijus (México), Ed. Reus (Madrid) y Ed. Zavalía (Buenos Aires), 2010, ps. 21 y ss.
4
Sólo se han advertido cambios trascendentes en cuanto a la situación
del deudor, a las fuentes de las obligaciones y al espíritu y finalidad de ellas, aunque
nos interesa, a los fines del presente trabajo, detenernos en la primera.
Respecto a la situación del deudor, es de destacar que en el Derecho
Romano era común y frecuente la figura del nexum, por medio de la cual quien se
obligaba a pagar en un plazo determinado entregaba en garantía su propio cuerpo.
Constituía así el nexum una garantía, de modo tal que si el deudor no pagaba, podía
ser puesto en prisión por el acreedor, quien tenía facultades de reducirlo a la
esclavitud, venderlo e, inclusive, matarlo y descuartizarlo a fin de repartir su cuerpo en
pedazos, si es que el deudor tenía varios acreedores. La opción era dramática:
cumplir o morir, o ser esclavizado11. Actualmente, en cambio, no existe la prisión por
deudas, y el deudor ya no responde con su persona sino tan sólo con su patrimonio y
con las limitaciones impuestas por las leyes ordinarias y especiales. No cabe duda
alguna, pues, que en ese contexto, donde ser deudor incumplidor podría a éste
costarle su propia vida, o la pérdida de su libertad, el principio del favor debitoris
hallaba su razón de ser y estaba plenamente justificado, ya que el derecho subjetivo
que adquiría el acreedor en razón de la obligación, se erigía en un poder o señorío
sobre la persona misma del deudor.
Esta concepción subjetivista de la obligación alcanzó su punto máximo
de expresión en el Derecho romano arcaico, en donde el cuerpo y la persona del
deudor quedaban sujetos —en razón de la relación obligatoria— a los poderes del
acreedor. En esta etapa del Derecho romano, existían dos instancias de la obligación
bien diferenciadas: en la primera de ellas, el vínculo consistía en un sometimiento
anticipado (nexum), que ponía en juego una potencial abdicación de la libertad por
parte del deudor ante el eventual incumplimiento (per aes et libram), y una segunda
etapa, luego del incumplimiento, en donde el vínculo se convertía en la sujeción
material de la persona del deudor mediante la manus iniectio. Sin embargo, con la
evolución del Derecho romano, las manus iniectio fueron sustituidas por las actio in
personam, a través de las cuales el acreedor podría disponer de la persona y cuerpo
del deudor en caso de que éste incumpliera con la prestación a que se había obligado
11
LÓPEZ MESA, MARCELO J., “Curso de derecho de las obligaciones”, Ed. Depalma, Buenos Aires, 2001, Tomo 1, p. 44.
5
(es decir, podría matarlo, reducirlo a la esclavitud a través de la addictio, etc.). De
manera análoga y contrapuesta al mismo tiempo, el Derecho real era concebido como
un poder de señorío de la persona sobre una cosa.
Quizás por esta razón, no han sido pocos los autores que han
sostenido que el favor debitoris no era más que una manifestación –en el Derecho
Romano- del favor libertatis, ya que aquél influía en la interpretación de normas
con el fin de hacer menos onerosas las limitaciones de la libertad del deudor, de
cara al acreedor12. Con el tiempo, esta concepción subjetivista fue evolucionando,
siendo sus principales cultores hacia el siglo XIX, SAVIGNY y W INDSCHEID. Estos
juristas, si bien seguían concibiendo a la obligación como un cúmulo de poderes del
acreedor, se apartaron de la concepción romanista al afirmar que éstos no podían
hacerse valer sobre la persona del deudor sino tan sólo sobre determinados actos que
sí quedan sometidos a dichos poderes del acreedor. De tal modo, expresaban que la
esencia de la obligación se encontraba en la conducta del deudor, es decir, en la
sustracción de determinados actos suyos de la esfera de su libertad y el sometimiento
de ellos a la voluntad del acreedor. Así, las relaciones jurídicas podían recaer sobre
personas o cosas, y en el caso de las primeras, mediante un dominio absoluto (v. gr.,
en el caso de la esclavitud) o mediante el sometimiento de determinados actos
aislados (es el caso de la obligación). Había una voluntad dominante y una voluntad
sometida.
Esta postura subjetivista fue duramente criticada por la doctrina en
general, puesto que estaba destinada a convertir a la persona del deudor en un
“objeto” cuando su rol en la relación jurídica obligatoria es completamente diferente,
ya que es uno de los sujetos de la obligación y si bien posee deberes como
consecuencia de ello, también le asisten derechos de relevancia.
12
MOREIRA ALVES, JOSÉ C., “As normas de proteçâo ao devedor e o favor debitoris do direito romano ao direito
latinoamericano”, en “Debito internazionale. Principi generali del diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi
latinoamericani, a cura di Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995, p. 116.
En idéntico sentido: SCHIPANI, SANDRO, “Tasas de interés y valor del dólar como moneda de pago”, en
www.derecho.uba.ar/institucional/proyectos/schipani2.pdf
6
En el Derecho moderno, por el contrario, nos encontramos con una
concepción eminentemente patrimonial del vínculo, que desliga al incumplimiento de
cualquier posibilidad de accionar sobre la persona del deudor, pudiéndose sólo efectuar la
ejecución sobre su patrimonio. Este es el camino que han seguido los ordenamientos
jurídicos europeos del siglo XIX, los cuales fueron aboliendo en forma paulatina la prisión
por deudas (Francia en 1867, Alemania en 1868 e Inglaterra en 1869).
Así, han sido muchos los autores quienes —críticos acérrimos de la postura
subjetivista— han intentado fundar el derecho de crédito del acreedor en razones
puramente objetivas, centrando el objeto de éste únicamente en el patrimonio del deudor y
no ya en su persona. Sin embargo, estas doctrinas se han formulado y manifestado de
diversas maneras. Sin profundizar en cada una de ellas, ya que excede el marco del
presente aporte, mencionaremos las más relevantes:
1) En Alemania, IHERING ha concebido a la obligación como una “relación de
patrimonios”, en donde el derecho subjetivo de crédito que posee el acreedor es aquel
que tiende a la satisfacción de un interés privado, resultando ser la prestación a cargo
del deudor solamente el medio idóneo para lograrlo.
2) Por otra parte, BRINZ ha basado su rechazo a la doctrina subjetivista,
expresando que el comportamiento humano es libre y no puede ser coercible, ya que
la persona del deudor podría ser objeto de señorío en dos sentidos: mediante el
sometimiento físico (como ocurría en el Derecho romano arcaico) o respecto de su
patrimonio. Concluía el jurista alemán, entonces, que lo único relevante para el
Derecho es la responsabilidad patrimonial que le cabe al deudor y no su persona ni su
deber de prestación. De tal modo, afirmaba que la obligación personal del deudor se
mantiene solamente mientras pueda hacer frente con su patrimonio a las acreencias
de terceros; así, el deber de prestación del deudor se manifiesta en una instancia
previa a la etapa de responsabilidad.
3) La evolución de estas ideas se continuó en otros juristas europeos [SALEILLES,
GAUDEMET, POLACCO], quienes comenzaron a considerar al crédito como un derecho
sobre los bienes del deudor. A partir de ello, concibieron que el vínculo de la
obligación se constituia entre dos patrimonios considerados como personalidades
abstractas.
7
Si bien a estas posturas objetivas se les ha objetado que la relación
jurídica no puede darse entre patrimonios sino sólo entre personas y que conforme a
ellas sólo quienes tuviesen bienes podrían contraer obligaciones, tienen como mérito
el separar tajantemente la prestación de la persona del deudor, lo cual explica que en
las codificaciones modernas se permita la posibilidad del pago por una persona
diferente de la que originariamente se había obligado, o bien, que la doctrina y la
jurisprudencia acepten la transmisión de deudas pese a la ausencia de regulación
expresa en nuestro país.
Por último, para comprender la importancia que se le asigna al vínculo
jurídico como elemento de la obligación en la modernidad, cabe referirse a la doctrina
de la deuda y la responsabilidad. Esta línea de pensamiento se originó en Alemania a
través del pandectismo del siglo XIX, siendo sus máximos cultores BRINZ y VON AMIRA,
y luego se expandió por el resto de Europa, recibiendo buena acogida en otros países
europeos, como Italia, en donde autores de la talla de POLACCO y PACCHIONI
continuaron estas ideas.
Ha sido BRINZ quien en 1874 advirtió que en la obligación, concurren dos
factores: la deuda (schuld para los alemanes) y responsabilidad (haftung); el deber de
prestación no era jurídicamente exigible sino se encontraba ligado un acto generador
de garantía (responsabilidad). Estos son los dos tramos de la vida de la obligación,
que hemos analizado ya anteriormente: la etapa de la deuda se desarrolla desde el
nacimiento de la obligación hasta el incumplimiento, y la de la responsabilidad es la
que se torna eficaz a partir de este último.
En la etapa de la deuda, el deudor posee el deber jurídico de cumplir
con la prestación asumida en la obligación, pudiendo administrar libremente su
patrimonio con escasas restricciones (v. gr., si irregularmente realiza actos que
intenten disminuir su caudal en fraude a los derechos de sus acreedores); en este
tramo de la relación jurídica, el acreedor sólo puede controlar la gestión que efectúa el
deudor de su patrimonio puesto que posee la expectativa de cobro de parte de éste.
Ocurrido el incumplimiento de la prestación, se abre la etapa de la
responsabilidad: en razón de ello, al decir de PACCHIONI, se transforma el derecho de
8
control que poseía el acreedor en un derecho de agresión patrimonial que se concreta
sobre los bienes del deudor y que tiende a que el acreedor pueda emplear los
mecanismos legales para obtener la ejecución específica de lo debido, o bien, ver
satisfecha por equivalente la prestación incumplida por el deudor.
En consecuencia, queda claro que el tramo correspondiente a la deuda
es estático, puesto que el acreedor sólo tiene poderes de conservación sobre el
patrimonio del deudor, que cumple así una función de garantía para su crédito. En
cambio, en la etapa de responsabilidad, la relación se torna dinámica, puesto que el
accipiens posee las herramientas legales necesarias para agredir el patrimonio del
deudor a fin de poder satisfacer su interés.
No obstante el lineamiento de esta doctrina que nos resulta apropiada,
no podemos soslayar que Velez Sarsfield ha previsto en el Código Civil supuestos de
deuda sin responsabilidad (como es el caso de las obligaciones naturales enumeradas
en el art. 515 del Cód. Civil, con acierto eliminadas en el Proyecto de reforma del
Código Civil y Comercial, puesto que no carecen de los elementos esenciales que
permitan considerarla una verdadera obligación13).
Estimamos, por nuestra parte, que no puede admitirse la posibilidad de
que exista responsabilidad sin deuda, puesto que aquélla debe estar necesariamente
respaldada por esta última. Se menciona erróneamente, sin embargo, como ejemplo
de esta situación la que involucra al fiador o al tercero poseedor de una cosa
hipotecada; no obstante ello, debemos aclarar que: en el caso del fiador, éste se ha
obligado accesoriamente por un tercero, por lo cual también ha contraído una deuda
que puede serle exigible (art. 2012, Cód. Civil); y en el caso del tercer poseedor de un
inmueble hipotecado, éste sufre la ejecución por los efectos propios de la garantía
hipotecaria, pero no porque exista un supuesto de responsabilidad sin deuda. Suelen
mencionarse también supuestos de deuda con responsabilidad limitada, como es el
caso de quien ha recibido la herencia con beneficio de inventario, puesto que el
patrimonio del heredero en tal caso no se confunde con el del causante y responderá
13
Véase nuestra opinión sobre las obligaciones naturales, en: CALVO COSTA, CARLOS A., “Derecho de las obligaciones”, Ed.
Hammurabi, Buenos Aires, T.1: “Teoría general de la obligación”, 2009, ps. 237 a 239.
9
sólo hasta la concurrencia del valor de los bienes que ha recibido de la herencia (art.
3371, Cód. Civil)14.
En definitiva, en la actualidad la responsabilidad del deudor finaliza en su
patrimonio, razón por la cual ya no están en juego ni su libertad ni su vida.
Frente a ello, planteamos el siguiente interrogante: si han desaparecido
las circunstancias que le brindaban su razón de ser al principio favor debitoris, ¿se
justifica su presencia en la actualidad?
III – LA CUESTIÓN EN EL DERECHO ARGENTINO: DEL CÓDIGO CIVIL DE
VÉLEZ SÁRSFIELD AL ACTUAL PROYECTO DE REFORMA
A) Si bien el Código Civil argentino, tal como lo hemos advertido
precedentemente, no consagra expresamente el principio favor debitoris, como sí lo
hace –en cambio- el Código de Comercio, no son pocas las normas en las cuales se
hace presente y se manifiesta como tal.
Analicemos algunos preceptos legales:
-
Con respecto a las obligaciones de dar cosas inciertas, el art. 601 Cód.
Civil dispone que: “Si la obligación que se hubiese contraído fuere de dar una
cosa incierta no fungible, la elección de la cosa corresponde al deudor”.
-
En cuanto a las obligaciones alternativas, el art. 637 Cód. Civil,
determina que “En las obligaciones alternativas, corresponde al deudor la
elección de la prestación de uno de los objetos comprendidos en la obligación”.
-
Por otra parte, en torno a las obligaciones mancomunadas y a la
solidaridad, dispone el art. 701 la “no solidaridad”: “Para que la obligación sea
solidaria, es necesario que en ella esté expresa la solidaridad por términos
inequívocos (…) o que expresamente la ley la haya declarado solidaria”.
-
Con respecto a las obligaciones con cláusula penal, regula el art. 660
que: “Si el deudor cumple sólo una parte de la obligación, o la cumple de un
modo irregular, o fuera del lugar o del tiempo a que se obligó, y el acreedor la
acepta, la pena debe disminuirse proporcionalmente, y el juez puede arbitrarla
si las parte no se conviniesen”. A su vez, el art. 656, in fine, determina que: “Los
14
CALVO COSTA, CARLOS A., “Derecho de las obligaciones”, T.1: “Teoría general de la obligación”, ob. cit., ps. 56 y 57.
10
jueces podrán, sin embargo, reducir las penas cuando su monto
desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan, habida cuenta del
valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso, configuren un
abusivo aprovechamiento de la situación del deudor”.
-
Al referirse al lugar de pago de la obligación, dispone el art. 747: “El
pago debe ser hecho en el lugar designado en la obligación. Si no hubiese
lugar designado, y se tratase de un cuerpo cierto y determinado deberá
hacerse donde éste existía al tiempo de contraerse la obligación. En cualquier
otro caso, el lugar de pago será el del domicilio del deudor al tiempo del
cumplimiento de la obligación”.
B) Veamos ahora qué establece el Proyecto de Código Civil y Comercial
de la Nación, en situaciones similares:
-
Respecto a las obligaciones de género, dispone el art. 762 que “La
obligación de dar es de género si recae sobre cosas determinadas sólo por
su especie y cantidad. Las cosas debidas en una obligación de género
deben ser individualizadas. La elección corresponde al deudor, excepto que
lo contrario resulte de la convención de las partes”.
-
En cuanto a las obligaciones alternativas y a la elección, dispone el art.
780 con carácter general que: “Excepto estipulación en contrario, la facultad
de elegir corresponde al deudor”.
-
El art. 828 determina con respecto a las obligaciones solidarias que “La
solidaridad no se presume y debe surgir inequívocamente de la ley o del
título constitutivo de la obligación”.
-
Con respecto a las obligaciones con cláusula penal, dispone el art. 798
que “Si el deudor cumple sólo una parte de la obligación, o la cumple de un
modo irregular, o fuera del lugar o del tiempo a que se obligó, y el acreedor
la acepta, la pena debe disminuirse proporcionalmente”. También el art.
794, en su segundo párrafo, determina que “Los jueces pueden reducir las
penas cuando su monto desproporcionado con la gravedad de la falta que
sancionan, habida cuenta del valor de las prestaciones y demás
11
circunstancias del caso, configuran un abusivo aprovechamiento de la
situación del deudor”.
-
Respecto al pago, cuando el lugar no ha sido designado por las partes,
establece el art. 874: “Si nada se ha indicado, el lugar de pago es el
domicilio del deudor al tiempo del nacimiento de la obligación. Si el deudor
se muda, el acreedor tiene derecho a exigir el pago en el domicilio actual o
en el anterior. Igual opción corresponde al deudor, cuando el lugar de pago
sea el domicilio del acreedor. Esta regla no se aplica a las obligaciones: a)
de dar cosa cierta; en este caso, el lugar de pago es donde la cosa se
encuentra habitualmente; b) de obligaciones bilaterales de cumplimiento
simultáneo; en este supuesto, lugar de pago es donde debe cumplirse la
prestación principal”.
C) Pues bien, entendemos, por nuestra parte, que todas estas
disposiciones normativas –que, desde ya, no son las únicas, sino algunas de las más
significativas-, tanto del Código Civil de Vélez Sársfield, como así también, las
correspondientes al Proyecto de Código Civil y Comercial de la Nación, sólo pueden
explicarse y justificarse a partir del principio favor debitoris al que nos hemos estado
refiriendo. Analicemos estos casos brevemente:

En el caso de las obligaciones de género o, en las alternativas, en razón
de la imperante autonomía de la voluntad de las partes, sabido es que los
sujetos de la obligación pueden pactar libremente quién tendrá el derecho de
elegir la prestación con la cual se va a llevar a cabo el cumplimiento. Pero,
como hemos apreciado en las normas referidas, en caso de ausencia de
convención alguna en torno a ello, el ius electionis le es atribuido al deudor.
¿Por qué razón? Algunos autores no hesitan en afirmar –ante normas similares
en el derecho comparado- que ello es por aplicación del favor debitoris15, o por
aplicación directa del principio que reza que “quien se obliga, se obliga a lo
15
CRISTÓBAL MONTES, ÁNGEL, “Las obligaciones alternativas”, José María Bosch editor, Barcelona, 1992, p. 59. Se refiere
este autor al art. 1132.I del Código Civil español.
12
menos”16, razón por la cual se concede tal derecho al deudor, a fin de que
pueda llevar a cabo el pago con la prestación menos gravosa a su patrimonio.

En cuanto a las disposiciones normativas referidas anteriormente, que
no presumen la solidaridad en las obligaciones mancomunadas, entendemos
que ellas también pueden ser explicadas y justificadas a partir de la hegemonía
del favor debitoris, al brindarle al deudor cierta protección patrimonial, ya que
no responderá más allá del límite de la cuota parte de la deuda que ha
asumido. De tal modo, a través de la regla general de la “no solidaridad”, el
deudor estará legitimado para repeler cualquier acción de reclamo que
pretenda ejecutarlo por más de la cuota parte de la deuda que le corresponde
como deudor mancomunado. Es decir, no dudamos en afirmar que la
solidaridad constituye un agravante de la situación del solvens17, razón por la
cual el haberse determinado que la regla general, en una obligación de sujeto
plural, sea que ésta es simplemente mancomunada, resulta beneficioso para
los intereses del deudor, limitando su responsabilidad frente a los acreedores.

En razón de lo dispuesto en el Código Civil de Vélez Sársfield y en el
nuevo Proyecto de Código Civil y Comercial, en torno a las obligaciones con
cláusula penal, cuyas normas hemos transcripto precedentemente, debemos
destacar que el juez tiene la facultad de disminuir la pena a cumplir por el
deudor. Esto sólo puede justificarse por razones de equidad y a fin de evitar
situaciones de injusticia en las cuales se pueda ver involucrado un deudor que
ha cumplido parcialmente con la prestación asumida. ¿Por qué entendemos
que estas normas habrían de ser interpretadas como beneficiosas para el
deudor? Porque se aplicarían también en supuestos de cláusulas penales
compensatorias, es decir en aquellas que son previstas por las partes para el
supuesto de un incumplimiento absoluto y total de la obligación, por lo cual el
monto previsto en ella sustituye al id quod interest y a cualquier otra liquidación
de daños derivada del incumplimiento. Por ende, ante el supuesto de
16
ALBALADEJO, MANUEL, “Derecho civil II. Derecho de las Obligaciones”, Volumen primero: “La obligación y el contrato en
general”, José María Bosch editor, Barcelona, 1994, p. 41.
17
En similar sentido: DÍEZ-PICAZO, LUIS, “Fundamentos de Derecho civil patrimonial”, Volumen II: “Las relaciones
obligatorias”, 6ta. Edición, Civitas, Madrid, 2008, ps. 170 y ss; GIORGI, JORGE, “Teoría de las Obligaciones en el Derecho
Romano”, Ed. Imprenta de la Revista de la Legislación, Madrid, 1909, T. I, p. 127.
13
cumplimiento parcial aceptado por el acreedor, no se aplica la cláusula penal
pactada en forma automática, sino que el magistrado podrá reducirla
proporcionalmente de modo equitativo.

Por último, dentro de los casos puntuales que hemos elegido a modo de
ejemplo, es de destacar que tanto en el Código Civil como en el Proyecto de
reforma, se establece que en ausencia de pacto sobre el lugar de pago de la
obligación, éste será el domicilio del deudor. Estimamos que ello constituye una
notable ventaja para el solvens, sólo justificada a partir del favor debitoris –
como también lo afirma LACRUZ BERDEJO18-, ya que provoca que sea el
acreedor quien deba movilizarse para requerir el pago, y además le evitaría al
deudor incurrir en cualquier otro tipo de gastos (vgr. transporte, seguro, etc.)
para poder efectuar el pago en otro lugar que no fuera su domicilio, ante la
ausencia de convención en contrario. Recordemos que el Código Civil
argentino nada dispone al respecto, por lo cual la regla general es que las
partes pueden pactar libremente quién los asumirá en caso de que ellos se
originen (arg. art. 1197 CC)19.
IV – ANTECEDENTES EN LA DOCTRINA Y EN LA JURISPRUDENCIA
NACIONAL. NUESTRA OPINIÓN
No soslayamos que este tema ya ha sido motivo de tratamiento en las X
Jornadas Nacionales de Derecho Civil, celebradas en Corrientes en 1985, en donde
se aprobó por mayoría un despacho que sostenía que “la regla del favor debitoris es
un precepto residual que debe ser entendido en el sentido de la parte más débil del
contrato. En caso de que no exista una parte notoriamente más débil, la interpretación
debe favorecer la mayor equivalencia de las contraprestaciones”. También se
concluyó en dicho evento científico, con acierto, que “la regla favor debitoris no se
18
LACRUZ BERDEJO, JOSÉ L, “Derecho de Obligaciones”, t. II, vol. I, “Parte general. Teoría general del contrato”, ob. cit.,
p.145.
19
No soslayamos, sin embargo, que, por aplicación analógica de otras normas contenidas en el Código Civil argentino, tales
como los arts. 765, 1415, 1515, y 2224 CC, puede concluirse que ante la ausencia de convención expresa al respecto, los
gastos para hacer un pago son siempre a cuenta del deudor. Así también lo deja traslucir el Codificador en la parte final de
la nota al art. 3767 CC, y es opinión mayoritaria en la doctrina argentina Por ello, entendemos, es de práctica habitual y
corriente que sea fijado en las obligaciones el domicilio del acreedor como lugar de pago.
14
aplica a las obligaciones que tienen su origen en un hecho ilícito”, ya que, estimamos,
siempre habrá de estarse en pos de la protección de la víctima del daño.
De tal modo, se advierte, que el despacho mayoritario le asigna a la
regla favor debitoris un carácter residual, aplicable únicamente en caso de fracaso de
cualquier otra tarea interpretativa, ya que para algunos autores, en la interpretación de
los contratos se debe tratar de lograr primero -siempre dentro de la ley y la justicia-, la
equivalencia de las prestaciones, colocando a las partes en la situación más
aproximada a la igualdad, intentando mantener vivo el acto jurídico a través de la
búsqueda de su máximo significado útil, y, sólo se alcanza tal cosa, acordando validez
a las cláusulas ambiguas20, siempre que no lesionen los principios consignados en el
art. 953 del Cód. Civil, que regla el objeto-fin social del acto jurídico.
En este último sentido parecieran están orientadas las siguientes
normas sobre interpretación de los contratos que están contenidas en el Proyecto de
Código Civil y Comercial:
- Art. 1066: Principio de conservación. “Si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de
alguna de sus cláusulas, debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto
resulta de varias interpretaciones posibles, corresponde entenderlos con el alcance
más adecuado al objeto del contrato”.
- Art. 1068: Expresiones oscuras. “Cuando a pesar de las reglas contenidas en los
artículos anteriores persisten las dudas, si el contrato es a título gratuito se debe
interpretar en el sentido menos gravoso para el obligado y, si es a título oneroso, en el
sentido que produzca un ajuste equitativo de los intereses de las partes”21.
Aquí, en la última norma, vemos que el favor debitoris subyace con
mucha fuerza en el contrato a título gratuito, pero se desvanece –acertadamente
según nuestro parecer- en los contratos a título oneroso, en donde la interpretación de
la cláusula contractual debe ser realizada de modo tal que logre el resultado más
20
LEZANA, MARIO H., “La regla “favor debitoris” y las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil”, La Ley 1985-D, 916.
Este es el mismo criterio que utiliza, vgr. el art. 1371 del Código Civil italiano: “Qualora, nonostante l'applicazione delle
norme contenute in questo capo (1362 e seguenti), il contratto rimanga oscuro, esso deve essere inteso nel senso meno
gravoso per l'obbligato, se è a titolo gratuito, e nel senso che realizzi l'equo contemperamento degli interessi delle parti, se è
a titolo oneroso”.
21
15
equitativo a los intereses de las partes contratantes y a la reciprocidad, antes que a la
liberación del deudor22.
Sin perjuicio de estas últimas disposiciones legales, casi treinta años
después, seguimos apreciando en el Proyecto de Reforma normas que colocan al
deudor en una postura ventajosa con respecto al acreedor, como las que hemos
analizado precedentemente. Ahora bien, ¿esto se justifica? Estimamos que no.
A priori, consideramos que debe dejarse de lado definitivamente el
favor debitoris, ya que, como hemos visto a lo largo del presente trabajo, ha ido
perdiendo su razón de ser. En la actualidad, los deudores son muchas veces
entidades bancarias o financieras23, empresas de servicios, o bien, operadores
económicos que efectúan contrataciones ventajosas, asumiendo el carácter de
deudores. Basta para ello detenerse en aquellas situaciones que hemos analizado
precedentemente, para comprender que la palabra deudor no identifica
necesariamente a la parte más débil de la relación jurídica, como ocurría en el
Derecho Romano.
Hemos
mencionado
precedentemente
el
supuesto
de
las
obligaciones alternativas, y no podemos de dejar de coincidir con algunos autores
modernos que han tratado este tema, quienes sostienen que –frecuentemente, en
la actualidad- el acreedor (y no el deudor) suele ser la parte más débil en este tipo
de obligaciones, ya que usualmente los grandes oferentes de prestaciones
alternativas son grandes corporaciones de seguros o de servicios24, las que se
brindan y comprometen en el marco de contratos de adhesión.
Así, pues, ninguna duda nos asiste que no siempre el deudor es
quien se encuentra en una situación de debilidad e inferioridad que merezca una
particular protección por el ordenamiento jurídico, y que la férrea aplicación
interpretativa, en situaciones como éstas, del favor debitoris, puede derivar en
consecuencias injustas para el contratante más débil25. Algunos autores, a fin de
22
En sentido similar: ALEGRÍA, HÉCTOR, “La interpretación de los contratos en el derecho argentino”, La Ley 2005-E, 952.
HINESTROSA, FERNANDO, “La tutela del derecho de crédito y el favor debitoris a la luz del Derecho privado colombiano,
en “Debito internazionale. Principi generali del diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi latinoamericani, a cura di
Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995, ps. 162 y 163.
24
RAMS ALBESA, JOAQUÍN, “Comentario del Código civil”, Tomo II, Ministerio de Justicia, Secretaría General Técnica,
Centro de Publicaciones, Madrid, 1991, Comentario al artículo 1132.I, p. 113.
25
DE LA CUESTA, JOSÉ M., “Las obligaciones alternativas”, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1984, ps. 14 y ss.
23
16
poner a salvo las situaciones de injusticia que pueden llegar a darse en los
contratos de adhesión si se acude al favor debitoris, han propuesto otras normas
interpretativas, como la regla contra stipulatorem –la cual tampoco está
consagrada expresamente en nuestro derecho- y que significa que en los
contratos por adhesión y los contratos tipos, las cláusulas de significado dudoso
deben interpretarse en contra de quien las ha formulado26. Este es el criterio
interpretativo que utiliza el art. 1370 del Código Civil italiano27, y halla su
fundamento en la responsabilidad que le cabe a quien formula la cláusula, ya que
si ha sido ambiguo debe asumir las consecuencias de la ambigüedad.
Han existido algunos fallos aislados en nuestra jurisprudencia –a lo
largo de los años- que se han orientado en este mismo sentido, que no por ello
deben quedar en el olvido, sino que, por el contrario, merecen recordarse:

“El principio "favor debitoris", consagrado en el art. 218 inc. 7º del Cód. de Comercio,
reposa no tanto en la defensa del deudor sino en la de quien asume el rol más débil en la
relación”. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Figowy, Alberto S. c.
Universal Assistance S.A. • 18/11/1997 • LA LEY 1998-F , 153 • AR/JUR/193/1997)

“La ley 24.240 ha establecido como regla obligatoria de interpretación que en caso de duda
se estará siempre a la interpretación más favorable y menos gravosa para el consumidor
(arts. 3º y 37), recurriendo, en pos de tutelar a los consumidores y usuarios en sus
relaciones contractuales, a una moderna aplicación de la regla "favor debitoris", vale decir
que para interpretar las obligaciones de los usuarios, debe echarse mano a dicho principio
entendido como "favor al débil", siendo dicho principio orientador insoslayable para
interpretar la ley, atento al carácter de orden público que ostenta la norma en análisis -art.
65, ley 24.240-“. (Juzgado de 1a Instancia en lo Civil y Comercial Nro. 3 de Quilmes •
26
POTHIER, ROBERT J., “Tratado de las obligaciones”, trad. de la edición francesa de 1824 de M. C. de las Cuevas, Ed.
Heliasta, Buenos Aires, 1978. Destaca que “en caso de duda, una cláusula debe interpretarse contra aquel que ha
estipulado alguna cosa y en descarga del que ha contraído la obligación (…) al acreedor debe imputarse el no haberse
expresado mejor”.
CASIELLO, JUAN J., “La regla de interpretación ´favor debitoris´”, La Ley 1985-C, 1227, quien afirma que no hay
contradicción entre el “factor debitoris” y la interpretación a favor de la parte más débil del contrato, ya que ambos pueden
funcionar armónicamente. Así, agrega, “la regla "favor debitoris", no será aplicable en esos contratos por adhesión en pro de
la parte predisponente, que lejos de ser "la parte más débil del contrato" se ha constituido de entrada en la parte más fuerte
al punto de que fue quien "predispuso" las condiciones contractuales. Y entonces la interpretación ha de ser en contra del
predisponente y a favor de quien se ha limitado a adherir a las condiciones ya elaboradas que se le presentaban”.
27
Art. 1370: Interpretazione contro l'autore della clausola. “Le clausole inserite nelle condizioni generali di contratto (1341)
o in moduli o formulari (1342) predisposti da uno dei contraenti s'interpretano, nel dubbio, a favore dell'altro”.
(Interpretación contra el autor de la cláusula. “Las cláusulas insertas en las condiciones generales del contrato o en
formularios dispuestos por uno de los contratantes se interpretan, en casos de duda, a favor del otro").
17
Parody, Alejandro A. c. Telefónica de Argentina S. A. • 29/12/1997 • LLBA 1998 , 447 con
nota de Gabriel Stiglitz y Guillermo Solsona • AR/JUR/1837/1997).

“El principio "favor debitoris" no debe ser asumido en su cruda literalidad favorable al
deudor, sino más bien en sentido favorable a la parte más débil -en el caso se condenó a
la empresa de seguros de caución a pagar la indemnización respectiva- , que en la
contratación con empresarios es desde luego la parte no empresaria”. (Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Rodríguez Salaberry, Judith O. y otro c.
Seguridad Coop. de Seguros Ltda. • 25/11/2002 • RCyS 2003 , 595 • AR/JUR/5629/2002)

“El asegurador a prima fija no puede hacer valer la cláusula de suspensión de la cobertura
por falta de pago si aceptó sin reservas un pago extemporáneo y no alegó conducta
fraudulenta del asegurado, pues la interpretación literal de tal cláusula -predispuesta y
sujeta, por ende, al principio "contra proferentem"- sería abusiva según art. 1071 del Cód.
Civil, contraria a la buena fe y al principio "favor debitoris" -art. 218, inc. 7°, Cód. de
Comercio, entendido como favor por la parte más débil-, máxime si la exigibilidad de la
prima se había subordinado a la entrega de la póliza y ésta tampoco se verificó en tiempo
oportuno”. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Randle, Julián c. El
Comercio Cía. de Seguros a Prima fija • 30/06/2003 • LA LEY 2003-E , 447 • LA LEY
2004-C , 739 con nota de Domingo M. López Saavedra • JA 2004-I , 693
•
AR/JUR/1034/2003).

“Tanto las cláusulas contractuales como las establecidas por la vía legal o reglamentaria
deben ser siempre interpretadas "favor debitoris", que en el supuesto de cuestiones
referidas a la salud de las personas se traduce en la fórmula más abarcativa de "favor
debilis" -en el caso, se hizo lugar a una acción de amparo ordenando a una prepaga a
reincorporar a una afiliada anterior que era diabética insulino dependiente- en el sentido de
protección de la persona vulnerable, de lo cual se infiere, claramente, que la autonomía de
la voluntad, principio rector de los contratos privados, debe conciliarse con la protección de
valores y derechos fundamentales, que interesan al orden público, como acaece de
manera particular con la salud”. (Juzgado en lo Criminal y Correccional Nro. 1 de
Transición de Mar del Plata • Mauri, Andrea C. • 03/10/2003 • DJ 2004-2 , 537
•
AR/JUR/5238/2003).
En definitiva, coincidimos con CASTÁN VÁZQUEZ en cuanto a que
sería peligroso entender que rige el favor debitoris con carácter general, ya que los
18
tribunales no pueden inclinarse tan fácilmente hacia la resolución del contrato28.
Pero, sin embargo, en situaciones de dudas interpretativas, estimamos -y
proponemos- que debe centrarse definitivamente el foco del análisis en el “favor
debilis”, sin importar quien revista el carácter de acreedor o de deudor en la
relación obligacional, y que en este sentido deben orientarse las normas jurídicas.
Así, cuando se proteja al deudor con el favor debitoris, es precisamente porque se
lo considera la parte más débil de la obligación. Y, a todo evento, cuando se
verifique que no existe una parte más débil que otra en la relación jurídica,
cualquier interpretación debería hacerse en el sentido más equitativo para los
intereses de los contratantes. Esta tendencia moderna, en la que se enmarca el
favor debilis, se verifica en el derecho actual, como ocurre en el caso de la Ley de
Defensa del Consumidor, en donde se ha desarrollado un estatuto protectorio
particular a la tensión entre fuertes y débiles29. Por ende, aquel favor debitoris que
protegía al deudor de la posible pérdida de su libertad o de su vida, debe mutar
definitivamente a favor debilis, como herramienta de equiparación del desnivel que
pueda manifestarse en las relaciones jurídicas patrimoniales. Resultaría, pues,
interesante, que esto que fue tratado por la doctrina argentina y aprobada de lege
ferenda en un evento científico hace casi treinta años, sea consagrado
expresamente en el ordenamiento jurídico nacional. Y así, entendemos, se
evitarán situaciones de injusticia no deseadas, pero en las cuales se pueden
incurrir, efectuando interpretaciones literales de los textos legales.
28
CASTÁN VÁZQUEZ, JOSÉ M., “El “favor debitoris” en el derecho español”, Anuario de Derecho Civil, Madrid, 1961, T. IV,
p. 838.
29
Véase el interesante artículo de CHABAS, FRANÇOIS, “No hay que proteger al consumidor, sino al débil”, La Ley, Supl.
Act. 19/11/2009, en donde expresa que: ”La persona que hay que defender no es el consumidor, es el débil (…) Si tenemos
que aceptar una ley en este sentido, creo que a veces es también interesante tener alguna protección, no para una clase,
pero sí para un tipo de gente y yo creo que si nosotros tenemos que adoptar este tipo de ley, sería preciso proteger al
débil”.
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