Ana de los mil días Película inglesa. 1969. Director: Charles Jarrot. Intérpretes: Richard Burlón, Cenevieve Rujold, Irene Papas, Anthony Quayie, íohn Cólicos. El interés para referirse a esta película, no proviene de su calidad como obra cinematográfica, sino que de sus características como actualización tic un tema histórico. En el campo artístico sólo es posible señalar evidentes méritos artesanales, sobre todo en cuanto a la minuciosidad de los trajes y decorados que permiten dar verosímil marco al tempestuoso romance vivido por Enrique VIH y Ana Bolera. Párrafo aparte merece la actuación, en la que et gran histrión que es Burton —en el rol del monarca barba :¡zul— llega a ser opacado por la labor i co-estrelta, Genevieve Bujold, que encarna a la juvenil y desafiante Ana Bolena y, lo que es más, hasta compiten con la pareja central los excelentes actores secundarios. Hasta aquí lo digno de aplauso de este Film. En este sentido el director de televisión Charles Jarrot no defraudó las esperanzas de la producción que destinó a esta obra fílmica miles de libras esterlinas. El esfuerzo económico, y sus felices resultados en la taquilla, se constatan por los comunicados de prensa que hacen acopio de datos sobre los adores y técnicos contratados, la utilización de auténticos castillos de la época, la reproducción de vestidos, objetos y ornamentos, la fabricación de seta minuciosos y espectaculares, el estudio de las costumbres, la confección de adornos falsos y el uso de joyas auténticas, etc. Ana Bolena y el canciller Wolsey. 444 Pero en una obra de este lipo el espectador mas alentó busca algo más que el enfrentamicnto pasional de un rey libidinoso con una muchacha de apariencia quinceañera. El conflicto se alarga como chicle y llegan a pesar para el público los casi nueve años que Enrique VIH se interesó en Ana Bolena. En dicho período se cumprenden los seis años que demoró en conquistarla y los mil días que clin fue su reina. Y estos mil diüs se cuentan desde el matrimonio —luego del divorcio del rey y Catalina de Aragón— hasta que la cabeza de la Uolena rueda bajo el hacha del verdugo. Pero la confrontación histórica de toda esta problemática va nec ebriamente más allá y, al analizar a fondo la época, -ns circunstancias políticas y la urgencia hegemónica del soberano, se adivina que el verdadero drama corre por cauces más profundos que los de la simple tentación —o capricho— amorosa de un rey proclive al buen vivir y admirador del sentido pantagruélico de la extsten• ia. 445