El placer y la ética Fernando Pascual Según grandes pensadores del mundo antiguo y del mundo moderno, el placer sería el fin de la vida ética. Es decir, vivir bien consistiría en disfrutar lo más posible, en evitar dolores inútiles, en sacarle a la existencia todo su jugo de gustos y de satisfacciones, de éxitos y de alegrías. La doctrina filosófica que defiende estas tesis recibe el nombre de hedonismo. Ya en el mundo griego hubo hedonistas famosos. Entre ellos destaca Epicuro (siglos IV-III a.C.). Para Epicuro, la filosofía tiene que ayudarnos a ser felices, es decir, a disfrutar al máximo y con una buena dosis de buen gusto. Es interesante notar que para Epicuro y su escuela no todo placer es “bueno”, pues hay placeres que nos producen grandes dolores. Pensemos, por ejemplo, en un festín que nos ha costado mucho dinero y que luego nos causa dolores de estómago y discusiones en la familia. Por eso Epicuro decía que lo mejor sería buscar placeres “tranquilos” y “naturales”, que no causen problemas ni provoquen enfermedades. Es mejor un placer sencillo y asequible, como un vaso de agua fría en una tarde de verano, que no una botella de tequila costosa y no siempre saludable. Pero la teoría de Epicuro se ha encontrado siempre con un gran problema: ¿qué hacer cuando el deseo nos pide placeres intensos y peligrosos? Epicuro diría que hay que aguantarse para orientar nuestro deseo hacia placeres futuros y más sencillos. Pero si uno no sabe si vivirá mañana... Por eso el epicureísmo fue muy criticado, especialmente porque el dinamismo del placer lleva consigo el ir más allá del orden, incluso más allá del respeto a los demás y a uno mismo. Platón (siglos V-IV a.C.) ya se había dado cuenta de este problema antes de Epicuro, e hizo un análisis muy interesante del dinamismo del placer. En uno de sus diálogos, el Gorgias, Platón explicaba cómo hay quienes buscan el placer como si fuesen toneles agujereados. Quien vive de este modo piensa que la felicidad consiste en llenar y satisfacer continuamente su deseo, y si el deseo es insaciable porque el alma o el “tonel” se vacía, habría que buscar nuevas experiencias, gustos y caprichos de modo indefinido. ¿Puede ser feliz alguien así, se preguntaba Platón? ¿Y qué pasa cuando se acaba el dinero o llega una enfermedad? El hedonismo antiguo tuvo un cierto éxito, pero sufrió un duro golpe con las ideas de Platón, de Aristóteles y, sobre todo, del cristianismo. En el mundo moderno, sin embargo, el hedonismo ha resurgido con fuerza. En especial a partir del siglo XVII y del movimiento de los libertinos en Europa. Uno de los filósofos que más ha promovido el hedonismo fue el inglés Jeremy Bentham (17481832). Para Bentham, el hombre está determinado por el principio de utilidad, que nos dice que todo lo que hacemos es para conseguir un placer o para evitar un dolor. Esta teoría ha recibido el nombre de utilitarismo, y fue defendida por John Stuart Mill (1806-1873) y, en la actualidad, por el filósofo australiano Peter Singer (nacido en 1946). Algunas teorías del siglo XX han llevado a la difusión del hedonismo. Por un lado, la propuesta psicológica de Sigmund Freud (1856-1939) dio una enorme importancia al instinto sexual o libido como fuente de las principales actividades del hombre, en una búsqueda continua por satisfacerse al máximo. Por otra, una serie de intelectuales promovieron la “revolución sexual”, es decir, una cultura en la que el placer sexual fuese visto como un fin en sí mismo, sin tener que depender de la familia o de la procreación. Entre los principales promotores ideológicos de la revolución sexual podemos mencionar a Wilhelm Reich (1897-1957) y a Herbert Marcuse (1898-1979). Al mismo tiempo, durante la segunda mitad del siglo XX se alcanzó un alto nivel de bienestar en los países más desarrollados. Esto ha facilitado un estilo de vida más lleno de objetos, de facilidades, incluso de caprichos. La difusión de las técnicas anticonceptivas permitieron que el sexo fuese cada vez menos “peligroso”, es decir, más liberado de las responsabilidades ante la concepción de futuros hijos. El aborto, por su parte, se difundió como solución a embarazos no deseados y como medio para que ningún hijo “estropease” los deseos y proyectos de los adultos. El resultado de estos fenómenos son manifiestos: millones de adolescentes, jóvenes y adultos orientan todas sus opciones a la búsqueda de lo placentero y de lo fácil. Rehuyen, además, aquellos compromisos o modos de vivir que impliquen sacrificios o renuncia. Muchos de ellos viven de un modo egocéntrico, con un deseo desenfrenado de satisfacer los propios caprichos. El uso de la sexualidad como fuente de placeres sin responsabilidades, de la droga, del alcohol, de los instrumentos y juegos tecnológicos, son sólo expresión de una cultura hedonista. A pesar de que parece que el hedonismo sea una mentalidad en auge, hay algo en el interior de cada ser humano que nos deja inquietos y nos invita a otros horizontes. Si millones de personas viven obsesionadas por la conquista de sus gustos, otros millones de personas trabajan y luchan cada día para cuidar a sus hijos o a sus padres, para promover la justicia social y el respeto de los más débiles, para ayudar a las mujeres a no abortar, para sostener a las familias pobres en su esfuerzo por salir de la miseria y conquistar condiciones de vida más dignas. Entonces, ¿cómo superar la mentalidad hedonista? ¿Qué hacer para no llegar a ser prisioneros del placer? El hedonismo pierde toda su fuerza cuando dejamos al amor triunfar dentro de nosotros mismos. Si el hedonismo nos hace egocéntricos y nos esclaviza a lo inmediato, el amor nos lleva a poner, como fulcro de nuestra atención, al otro, al bien de aquellos seres a los que queremos sinceramente, a los que deseamos una realización plena. Sólo entonces nos daremos cuenta de que el no hedonista es realmente feliz. O, en otras palabras, que el renunciar a la búsqueda de placeres egoístas nos abre las puertas a dimensiones superiores y más profundas, que llegan a producir una felicidad que no dependen del simple juego de satisfacción/insatisfacción que es propio de una vida de sentidos Nos lleva a vivir según nuestra espiritualidad, que es lo más propio del hombre y, por lo mismo, lo que produce una felicidad más rica, más estable, más profunda, más plena. Cada “no” al placer inmediato será “satisfactorio” si está acompañado de un “sí” a valores altruistas. Vivir según el hedonismo es avanzar hacia lo más fácil y lo más bajo que existe en el ser humano. Tenemos, sin embargo, un corazón y una razón que nos piden otro estilo de vida. Más generoso y menos egoísta, más solidario y menos injusto, más fiel y menos caprichoso. Un estilo de vida que, en el fondo, ha sido capaz de promover el mucho bien que nos rodea y que quisiéramos fuese asequible a todos. Un estilo de vida que exige sacrificios para conquistar metas nobles y buenas, y que produce una satisfacción mucho más honda de la que nos pueda dar el vivir sólo según el capricho del momento.