El amor y la solidaridad orgánica Eleazar Rodríguez UBA | [email protected] Lucía Fuster FSOC – UBA | [email protected] Resumen Pensar el amor es poner la cabeza en el cuerpo y en los vínculos que este cuerpo entabla con otras personas (amigxs, familiares, conocidxs, parejas, etc.), por tanto, pensar el amor es diluirse en el cuerpo de la sociedad. Así, consideramos al amor como uno de los puntos de embaste de la sociedad que nos estructura. Entendemos que según qué concepción del amor adoptemos, asumimos subyacente o explícitamente, una concepción de sujeto, y de los límites, alcances, posibilidades e imposibilidades del sujeto del amor. Palabras clave: amor-sujeto-solidaridad Introducción Dice Aristóteles en el Libro I de Metafísica que Hesíodo y Parménidas pensaban “que es imprescindible que los seres tengan una causa capaz de imprimir el movimiento y de dar enlace a las cosas” (Aristóteles; 2007; 63) considerando “como principio en los seres el Amor o el deseo” (Aristóteles; 2007, 63). El amor se imbrinca en las dinámicas de la sociedad, en todos los vínculos que afectivamente nos mueven y nos conforman. Si pensamos junto a Simmel y a Durkheim que el círculo social es una asociación accidental de elementos diversos y que asiste progresivamente hacía la complejización de las relaciones asociativas, con diferentes grados y tipos de vinculación, queremos pensar al amor de pareja como punto de embaste (Laclau; 2006) de las relaciones sociales como las conocemos actualmente. Es decir, aquello que denominamos como “orden social” está apoyado sobre algo que en apariencia no le es propio, lo excede y antecede o, incluso, según diversas perspectivas (hoy más desactualizadas) son de otra índole. Este trabajo surge en ese tenor, tratando de pensar-nos y desarmar los propios principios que constituyen nuestro ser y hacer del amor, nos llevo a ir preguntándonos cada vez más qué pensábamos nosotros del amor, cómo lo vivenciábamos, por qué considerábamos única e intransferible una experiencia que está extendida a lo largo y ancho de la sociedad. Desde acá es que pensamos al sujeto del amor, haciendo hincapié en la parte de sujeción, aquella parte en la que el amor es vivido de un modo y no de otro. El mercado, el Estado y la Sociedad tienen una separación de tareas, responsabilidades y atribución de áreas específicas de acción e intervención situada histórica y geográficamente. Nuestras reflexiones, que no parten de una investigación empírica, sino a partir de la revisión teórica y el diálogo interdisciplinar entre la psicología social y la sociología, buscan poner en el centro de la escena el amor de pareja como lazo sobre el cual el mercado no puede intervenir en sí, pero que a la vez usufructúa para poder sostenerse, así como también el Estado lo incentiva a través de planificaciones sociales que buscan generar el hogar unifamiliar (hoy ni siquiera heteronormativo, al menos en lo que a la legislación atañe) como “normal y natural”(Aguilar; 2013). Y en eso estamos los “individuos”, enamorándonos, yéndonos a vivir juntos (sin objetivos reproductivos, ni necesariamente “para siempre”), sintiendo nuestras experiencias únicas. La Parte del Sujeto Cuando pensamos en el sujeto del amor nos remitimos a un cuerpo en relación con otro(s); en la versión más romanticista podemos imaginarnos a dos personas entrelazadas por un vínculo de amor que va más allá de lo físico-concreto, como Romeo y Julieta. Pero el sujeto del amor no se crea ex-nihilo al momento de entrar en una relación de pareja, es decir, tanto Romeo como Julieta acarreaban ya una subjetividad que les llevó a entregarse y a amar de esa forma. Esa noción de entrega y pertenencia está fundamentada en la institución de la familia, en la dinámica de la sociedad con respecto a las familias y en la interacción entre el Estado y la sociedad. Ésta interrelación la develaba Engels en su análisis del origen de la familia, estando todas las instancias atravesadas por el patriarcado, donde la familia monogámica “se funda en el predominio del hombre” (Engels; 1884/2012, 36). La figura del hombre era atribuída a aquel que detentaba terrenos, esclavos, mujer y descendencia a quien heredar las pertenencias, o con quien hacer crecer los bienes. Es decir, el hombre esclavo no era hombre en el mismo sentido. Así el Estado se crea como un todo-ya-formado donde las lógicas del amor en tanto matrimonio y pareja cumplen una función estructural, que podemos ver con Guattari en relación al patriarcado, donde a nivel micro “la mujer se convierte en una sierva, una especie de asistente del sector promocional del marido” (Guattari; 2006, 328). Ésto sufre del malestar de ser una generalización, podemos pensar en relaciones monogámicas más equitativas, podemos también mirar el rol de la pareja moderna, y ver qué ha cambiado y qué no. Estamos en una época donde el Estado no cumple la misma función que antes, donde el capitalismo transnacional ha generado alteraciones en lo que se conocía como primer mundo y tercer mundo, donde los continentes proletarios (tradicionalmente África y Latinoamérica) se han relacionado de otra manera con la lógica del capital, ahora podemos pensar en un BRICS, por ejemplo. Y son cambios que han repercutido en cómo se dan las relaciones de pareja y el matrimonio, nos encontramos con la posibilidad del matrimonio igualitario, que para Judith Butler (2003) implica una victoria del Estado-Nación como voz legisladora, pero es un cambio que en algún momento fue inimaginable, al menos al nivel en el que se maneja hoy día. Pero éstas nuevas formas nos traen a análisis como el del amor líquido de Zygmunt Bauman (2003/2009), totalmente desesperanzador, donde las relaciones de pareja están pensadas para desintegrarse en cualquier momento, y es una lógica que Slavoj Zizek (2001) dice está instaurada dentro del marco victorioso del capitalismo imperante, ése que nos llama a no perder el tiempo, a conocernos a nosotros mismos y a no desviarnos de nuestro verdadero Yo, uno que ha de consumir responsablemente, cuidando nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestra moral. Ese Yo contemporáneo no debe fundirse apasionadamente en los brazos de otro amor, sino que este sujeto de amor contemporáneo debe manejarse bajo las premisas del amor líquido y serse fiel a sí mismo. Entonces, Zizek (2013) va un paso más allá y propone que nos entreguemos a la caída del amor y que reneguemos a la lógica del café sin cafeína, del sexo con preservativo y del amor sin entrega; llega incluso a proponer que “el amor apasionado está emergiendo como algo peligroso y subversivo” (Zizek; 2013, minuto 3:30 – 3:40). ¿Ahora, cómo encaja esa idea del amor apasionado, de la entrega radical cuando la historia de la pareja viene estructurada bajo intereses patriarcales? ¿Dónde queda la constitución del sujeto del amor? ¿La crítica de ese sujeto amarrado a una familia de propiedad privada no deviene en un amor líquido? ¿Deberíamos volver entonces al principio para intentar recomenzar? Aunque ir a aquel atolladero hace resonar la voz de Silvia Federici (2015) diciendo que el Estado y el capital manejan una idea de amor que somete a la mujer, somete su cuerpo a un trabajo no pago en el matrimonio. Pero la constitución de la subjetividad no nos es totalmente ajena, al menos eso es lo que intenta decirnos Zizek (2003) cuando nos pone ante el fatalismo neoliberal diciendo “que hoy, no podemos siquiera imaginar una alternativa viable al capitalismo” (Zizek; 2003, 322), y luego plantea que fundemos “una nueva universalidad política optando por lo imposible, asumiendo plenamente el lugar de la excepción” (Zizek; 2003, 328). Ese imposible, esa excepción, podemos tomarla de la mano con Foucault y plantear a nuestros cuerpos con respecto al amor desde otro lugar, uno que no niega de forma indefectible a la pareja, sino que lleva a una apropiación distinta de los vínculos en tanto amerita, dicha lógica, una constitución distinta del sujeto del amor, donde tendríamos que: “ocuparnos no tanto de liberar nuestros deseos, sino de volvernos, nosotros mismos, infinitamente más susceptibles de experimentar los placeres. Es preciso rehuir esas dos fórmulas muy asentadas que son el mero encuentro sexual y la fusión amorosa de las identidades” (Foucault; 1984, 3). Así, pensar en un sujeto del amor que se sepa inmerso en éste contexto socio-político, patriarcal, de posibilidades de privatización y de extracción del plusvalor de un otro, de heteronormatividad, de apropiación por parte de la iglesia y del Estado de la reproducción sexual, de los placeres y del deseo. Sin ser por esto fatalista con respecto a las posibilidades de vincularse, y sin excluir unas formas de relación por sobre otras (monogamia, poligamia, bigamia, poliandria, etc.) de forma a priori. La Parte de la Sociedad El amor, históricamente, fue constituido como un sentimiento imposible de asir. Siempre excediendo las capacidades de la nominación, permite esconder dentro de sí una multiplicidad de formas organizativas que exceden al “puro” sentimiento. Es decir, si retomamos aquí la triada lacaniana de lo real, lo simbólico y lo imaginario, podemos pensar que el amor es el sentimiento de lo real, de eso que nos habla a través del cuerpo, de lo no-racional, pero la malla simbólica que aborda ese sentimiento y nos estructura como sociedad, parece no estar tan librada a las contingencias y caprichos del sentimiento como tal; sino que la forma en la que vivenciamos el amor está socialmente construida –así como lo que entendemos por el significante amor-. Desde este pantallazo pudimos observar cómo la sociedad que plantea la realización del sujeto en tanto individuo a través de un Mercado, solventado muchas veces por el Estado, se erige sobre distintos lazos de solidaridad. Siguiendo a Durkheim (1987), podemos pensar que hay dos tipos de solidaridades a partir de los grados de complejidad y diferenciación de las sociedades. Por un lado, el sociólogo francés destaca la solidaridad del tipo mecánico que depende del grado en que la vida social pesa sobre los individuos, cuanto más fuerte sea la conciencia colectiva, mayor será la intensidad de la solidaridad mecánica. Así, para el individuo, su deseo y su voluntad son el deseo y la voluntad de la colectividad del grupo, lo que proporciona una mayor cohesión y coerción. En tanto, la solidaridad orgánica es la que toma preeminencia en las sociedades de alta diferenciación social, donde los lazos no están organizados a partir de la similitud y familiaridad, sino que a través de la diferenciación social del trabajo los engranajes que cumplían un rol desde su topología ahora lo hacen desde una función específica. Con lo cual la solidaridad orgánica es aquella que opera en las sociedades con alto grado de producción de individualidades. Podríamos pensar la solidaridad orgánica como propia de las relaciones de pareja existentes en la sociedad capitalista, aún así no queda reducida a la exclusividad de la función – roles de pareja hoy con diferentes grados de cuestionamiento y transformación según las sociedades y las clases sociales- sino que está teñido por el mandato social de un sentimiento que es otra cosa que los lazos de solidaridad. Pero si pensamos más concretamente qué lazos vinculantes se establecen en este tipo de sociedad amorosa, podemos observar que de a momentos pareciera demandar para sí una solidaridad mecánica dentro del complejo entramado de solidaridades orgánicas. Es decir, el resabio de una “pureza” de un lazo intenso, total, honesto -podemos seguir con la lista de atributos performativos que se imprimen sobre los sujetos del amor- para textualizar a los sujetos en una forma de sustentabilidad que hace más llevable la predisposición de esos sujetos para inscribirlos en el mercado laboral y una sociedad más permeable a la intervención estatal con políticas públicas que se sustentan sobre una sociedad mecánica ya conformada. A Modo de Cierre y Debate. Retomando la parte final, si la sustentabilidad del Mercado proviene de la apropiación que éste hace del amor, en conjunción con el Estado y las limitadas posibilidades performativas del modo en el cual se ha de expresar la potencia del amor; podríamos argumentarle a Zizek que esa constitución capitalística -el mismo fatalismo neoliberal- podría hacernos volver a una sociedad conservadora al estilo que propone Bauman como opción de escape a la modernidad líquida, a la sociedad de individuos sujetados bajo la fantasía del amor, esa que vivenciamos como única e irrepetible, la que deroga una responsabilidad social en el vínculo considerado relacional, separando la idea de unas formas de amor por sobre otras -y esas formas no solamente pensadas en amistad, parejas, fraternidad, filialidad, sanguineidad, trabajo, vecindad, etc.; sino también en una especie de réplica de idoneidad y preponderancia de ciertos vínculos por sobre otros, con la idea de 'mis mejores amigos o amigas' o 'mi hermano preferido o mi prima predilecta', etc. ¿No sería ésta una opción de partición orgánica fundamentada en la pasión que plantea Zizek, que podría pensarse en un sentido más de solidaridad mecánica, en tanto a lo “subversivo” de ese vínculo en comparación? Distinto a lo propuesto por Foucault, que plantea lo que ya citamos pensando no en una liberación sexual carnal desprovista de pasión -para que no se piense que volvemos al amor líquido desde otra forma-, sino que lo hace pensando en desarrollar la noción de amistad desde otras periferias, a causa de no encontrar o no entablar una nueva palabra que defina los vínculos “para acceder a una multiplicidad de relaciones” (1984; 1). En éste sentido, si volvemos a los atributos del sujeto del amor -hacia el final mencionábamos el resabio de una “pureza” y el tipo de lazo que desencadena una performatividad-, podemos imaginar a ese sujeto en dos momentos: cuando está enamorado y cuando no, y aunque en la segunda instancia los atributos no son siempre iguales -no enamorado puede abarcar desde interactuar con un desconocido hasta un enemigo-, sí se encuentran excluídos de las posibilidades que implica el lazo cuando el sujeto del amor está enamorado. Es así que retomando la idea de Foucault nos preguntamos: ¿El límite que define la posibilidad del vínculo entre las dos instancias enamorado y no enamorado- crea las bases para el funcionamiento del Estado que responde al mercado laboral y a su vez crea las políticas públicas? ¿O es la trasgresión de ése límite, la ruptura del lazo cargado de “pureza”, lo que lleva a un desarrollo de políticas públicas cuando éstas se confrontan con el mercado laboral? Bibliografía - Aguilar, P. (2013) “Domesticidad e intervención: el “hogar” en los debates de la cuestión social (1890 – 1940) “. En Revista “Debate Público. Reflexión de Trabajo Social” , Artículos centrales, Año 3 - Nro. 6. - Aristóteles. (2007). Metafísica. Editorial Espasa Calpe. Madrid. - Bauman, Z. (2003/2009). Amor Líquido. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. - Butler, J. (2003). Universalidades en Competencia. Compilado en Butler, J.; Laclau, E. & Zizek, S. 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