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Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS PP. 105- 130.
DESMITIFICANDO A ADAM SMITH:
UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN
RAWLS
Demystifying Adam Smith: A Review
from John Rawls
Francisca Sofía Hernández Busse*
Pontificia Universidad Católica de Chile
Santiago, Chile
RESUMEN: En Teoría de la Justicia, John Rawls presenta una concepción de la justicia que busca “superar” al utilitarismo. A nuestro
juicio, Rawls cae en una equivocación al atribuirle a Adam Smith
un sitial junto a Hume, Mill, Sidgwick y otros. Smith compartiría
entonces los grandes errores del utilitarismo que nosotros hemos
agrupado en tres ítems: 1) la ausencia de una moral mínima obligatoria; 2) la distinción de personas y 3) el postulado de un “observador ideal”. Como juez externo, éste asignaría los recursos y conduciría a la sociedad maximizando ventajas para el mayor número
de personas. Su aprobación estaría dada por el criterio de utilidad
y la justicia quedaría relegada al cálculo de intereses. Queremos
demostrar que estas críticas no se pueden aplicar a Adam Smith: en
definitiva, Rawls cae en una malinterpretación. Por ello, desmitificaremos cada punto.
PALABRAS CLAVE: John Rawls, Adam Smith, Justicia, Utilitarismo,
Espectador imparcial.
*
Licenciada en Educación, Universidad de los Andes, Chile. Licenciada en Filosofía, Universidad de los Andes, Chile. Magister en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de
Chile. Candidata a Doctora en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile, becaria
CONICYT (2013-2017). Correo electrónico: <[email protected]>
Artículo recibido el 24 de julio de 2015 y aceptado para publicación el 16 de septiembre
de 2015.
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Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
ABSTRACT: In A Theory of Justice, John Rawls presents a conception
of justice that seeks to “overcome” the problems of utilitarianism.
We believe that Rawls falls into a mistake because he attributes to
Adam Smith a seat next to Hume, Mill, Sidgwick and others. So,
Smith would share the typical errors of utilitarianism that we have
put into three groups: 1) the absence of a minimum moral request;
2) the indistinctness of people and 3) the assumption of an “ideal
observer”. As an external judge, this figure would assign resources
and lead society by a maximization of benefits for the greatest number of people. His approval would be given by the criterion of utility
and so justice would be relegated to the calculation of interests.
We will demonstrate that these critics are not applicable to Adam
Smith: in short, Rawls falls into a misinterpretation. Therefore, we
will demystify each point.
KEY WORDS: John Rawls, Adam Smith, Justice, Utilitarianism,
Imparcial spectator
I. INTRODUCCIÓN
En lo que respecta a filosofía política, Teoría de la Justicia de John Rawls
es probablemente la obra más importante en la segunda mitad del siglo XX.
En la elaboración y justificación de su concepción de la justicia social, Rawls
utiliza como instrumento y parte de su método constantes referencias críticas
al utilitarismo. Es así como Rawls pretende alzarse como una “alternativa” y
“superación” del mismo. Entre las numerosas alusiones de este tipo, hemos
identificado las más importantes y las hemos agrupado en torno a tres grandes
temas fundamentales. Acorde a nuestro esquema, Rawls critica al pensamiento utilitarista por: 1) la ausencia de un valor absoluto o un “mínimo moral
obligatorio”; 2) la indistinción de personas, el consiguiente problema de la
distribución y el régimen exclusivo de la eficiencia; y 3) el requerimiento de
un “observador ideal” que encauce y dirija a la sociedad a partir de su conocimiento e identificación simpatética con tal de lograr una maximización de
ventajas y satisfacciones para el mayor número posible de personas. Este juez
externo sería el que asignaría los recursos y determinaría lo que es justo para
la sociedad mediante un cálculo utilitarista.
Para Rawls, pensadores como John Stuart Mill, David Hume, Henry
Sidgwick y otros caerían en estos tres problemas comunes. Pero tal sería el
caso también de Adam Smith1, quien a juicio de Rawls sería un utilitarista
1
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Rawls (2012) p. 9; von Villiez (2006) p. 129 y Hurtado (2006) p. 91.
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paradigmático precisamente en virtud de la figura del espectador imparcial,
la “fusión” de personas en el proceso simpatético y la obra de la “mano
invisible”.
En el presente trabajo queremos demostrar que en lo que respecta a
Adam Smith, aquellas tres críticas fundamentales no son pertinentes. La inclusión de Smith en la larga lista de utilitaristas es errada por cuanto este
economista y filósofo moral presenta una novedosa comprensión filosófica
que dista mucho del utilitarismo, según pretendemos demostrar en esta investigación. Nuestra revisión abarca dos momentos: primero referiremos a Teoría
de la Justicia y sus ataques al utilitarismo, esto es, las tres críticas que están
mutuamente imbricadas y los pasajes en los cuales Rawls alude directa e
indirectamente a Adam Smith. Luego expondremos nuestra interpretación de
La Teoría de los Sentimientos Morales de Adam Smith (TMS) y las razones por
las que, a nuestro juicio, no puede ser catalogado como utilitarista. En este
apartado daremos respuesta, desde Smith, a cada uno de los puntos criticados
por Rawls y asimismo, arrojaremos luces sobre lo que el mismo Smith postula
con respecto a qué es lo justo para un hombre o una sociedad.
1.La crítica de John Rawls al utilitarismo
A la pregunta por los ejecutores y destinatarios de la justicia, Rawls responde proponiendo que cualquier ser dotado de racionalidad y capaz de
interpretarse en la situación del contrato social podría satisfacer las condiciones necesarias para ejecutar y recibir la justicia2. Estos seres noumenales3,
puramente racionales abstraídos de sus circunstancias y preferencias4, serían
los que establecerían los principios de justicia mediante un pacto público, un
“contrato”. Para Rawls, es en dicha situación hipotética original y en aquella
igualdad de condiciones donde los seres racionales elegirían libremente los
principios de la justicia como equidad (justice as fairness) para la estructura
básica de la sociedad5. Así, ambas partes contratantes se sitúan “en el mismo
4
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3
5
Rawls (2012) pp. 309-310 y 456-457.
Rawls (2012) p. 240.
Al momento de efectuar la elección, sólo se toman en consideración los hechos generales acerca de la naturaleza humana y las leyes de índole social. Así se garantiza que
la deliberación sea ecuánime y unánime. Rawls apoda este procedimiento “el velo de la
ignorancia”, el cual “excluye el conocimiento de aquellas contingencias que enfrentan a
los hombres y les permiten dejarse guiar por prejuicios”; Rawls (2012) p. 31.
“El objeto primario de la justicia es la estructura básica de la sociedad o, más exactamente, el modo en que las grandes sociedades distribuyen los derechos y deberes fundamentales y determinan la división de las ventajas provenientes de la cooperación social”
[Rawls (2012] p. 20). Por consiguiente, la justicia como equidad no ha de ser vista en
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nivel” y por ello, todos los seres racionales se deben el máximo respeto el uno
al otro, en su calidad de iguales6.
Los principios de justicia han de procurar la cooperación y la promoción
del bien. Según afirma Rawls, son “los criterios para asignar derechos y deberes en las instituciones básicas de la sociedad y definen la distribución apropiada de los beneficios y cargas de la cooperación social”7. El primer principio exige igualdad en la repartición de derechos y deberes básicos: “cada
persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades
básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los
demás”8. El segundo es el llamado “principio de diferencia” y mantiene que
las desigualdades sociales y económicas (como las desigualdades de riqueza
y autoridad) sólo son justas si producen beneficios compensadores para todos
y, en particular, para los miembros menos aventajados de la sociedad. “Las
desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal
que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos”9. Las funciones y posiciones
deben estar abiertas para todos bajo condiciones de una igualdad equitativa
de oportunidades.
El primer principio tiene prioridad por sobre el segundo, de modo que su
lectura debe ser serial: si respetamos la libertad garantizada de cada miembro, la norma de que todos deben verse beneficiados y que ha de velarse
por la igualdad de oportunidades, tendremos una sociedad justa. Para Rawls,
habrá equidad en la medida en que no se permitirán libertades desiguales y
se favorezca la cooperación social. “La injusticia consistirá entonces, simplemente, en las desigualdades que no benefician a todos”10.
6
7
8
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primer lugar como una “virtud” en sentido moral (como una excelencia de un determinado tipo de carácter humano), sino más bien, como el objeto del derecho aplicado a la
disposición de las instituciones, es decir, la “justicia social”.
Rawls (2012) pp. 172 y 310.
Rawls (2012) p. 18. Los principios regulan, porque especifican ciertas formas de acción
como permisibles, otras como prohibidas, de modo que también establecen garantías y
sanciones en caso de que las reglas sean violadas (Rawls (2012) p. 63). La institución será
justa en la medida en que se ajuste a estos principios, porque ambos permiten la regulada
división de las ventajas y la suscripción de un convenio sobre las participaciones distributivas correctas, asunto que, como veremos más adelante, el utilitarismo clásico no hace.
Rawls (2012) p. 67.
Ídem. p. 68.
Rawls (2012) p. 69.
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A) El Utilitarismo
Al inclinarse por el enfoque deontológico y reformular la noción kantiana de autonomía —que sólo seres fines en sí mismos, racionales, libres e
iguales son los que se auto-determinan, que se dan a sí mismos los principios
morales y normas de su actuar, que reconocen que las obligaciones son autoimpuestas11, sin tener en cuenta los dictados de alguna autoridad o los de
sus deseos e inclinaciones— Rawls se ve inmediatamente llevado a rechazar
el utilitarismo. Tal crítica le resultará metódica, es decir, es parte del método
empleado en la elaboración de su pensamiento, puesto que el profesor de
Harvard articulará su propia teoría en torno al procedimiento desencadenado
por la crítica: “lo que trato es de elaborar una teoría sustantiva de la justicia.
Las comparaciones y contrastes con otras teorías, así como sus eventuales críticas, en especial del utilitarismo, son vistos como medios para este fin”12. Por
este motivo, la crítica hacia el utilitarismo no es una parte menor de Teoría
de la Justicia, sino que se alza como un momento metódico fundamental para
luego, a su vez, construir y afirmar su propio planteamiento. A fin de cuentas, Rawls elabora una teoría de la justicia para presentar “una alternativa al
pensamiento utilitario”13.
El término “utilitarismo” sirvió de título para la obra de John Stuart Mill
en 1863, aunque el mismo Mill se lo atribuye a Bentham (capítulo I). Según
su explicación en el capítulo II, el principio de utilidad sostiene que “las
acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad,
e incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felicidad. Por
felicidad se entiende el placer, y la ausencia de dolor; por infelicidad, el
dolor y la falta de placer”14. Tal como aclara más adelante, “el criterio no lo
constituye la mayor cantidad total de felicidad del propio agente, sino de la
mayor cantidad total de felicidad”15. Por consiguiente, dicho criterio para el
bienestar general es básicamente cuantitativo16. Para utilitaristas contemporáneos, lo que habría que cuantificar y maximizar sería “la satisfacción o la no
13
14
15
16
11
12
Ídem. p. 26.
Ídem. p. 11.
Ídem. p. 35.
Ídem. p. 50.
Mill (2007) p. 57.
Pareciera que aún cuando Mill hable de la “calidad de los placeres” —algunos como
más “elevados” que otros [Mill (2007) p. 51 y ss.]—, el criterio principal seguiría siendo
la maximización neta de placeres y por tanto, prevalecería el criterio cuantitativo, lo que
se puede medir y aumentar. Una discriminación cualitativa sería, en realidad, inconsistente con una corriente utilitarista, puesto que postularía un criterio independiente del
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frustración de los deseos o intereses de cualquier índole que cada persona
puede tener”17.
Acorde a la reformulación de Rawls18, el principio de utilidad consistiría
en lo siguiente: “una sociedad está correctamente ordenada cuando sus instituciones maximizan el equilibrio neto de satisfacción”. Rawls refiere esta concepción a varios utilitaristas consagrados (Sidgwick, Hutcheson, Hume, Mill y
Bentham), pero también a Adam Smith y su TMS de 1759. “La idea principal
[del utilitarismo] es que cuando las instituciones más importantes de la sociedad están dispuestas de tal modo que obtienen el mayor equilibrio neto de satisfacción distribuido entre todos los individuos pertenecientes a ella, entonces
la sociedad está correctamente ordenada y es, por tanto, justa”19.
Según este utilitarismo clásico, el valor moral —y la obligatoriedad de
la norma— radicará en esta contribución de las consecuencias a la felicidad
o satisfacción general, de todos los afectados y miembros de la sociedad. En
la medida en que la única fuente de valor consiste en la utilidad, el procedimiento lógico será computar los efectos, incluir el mayor número de circunstancias posibles en el cálculo y dirigir a la sociedad a esta noción de bien. Un
atractivo especialmente importante de esta corriente para asuntos de derecho
y política consiste en su aspecto igualitarista. Ya había dicho Mill, recordando a Bentham, que acorde al utilitarismo, cada hombre cuenta como uno y
nada más que uno20. Por tanto, nadie vale más que el otro; todos se hallan en
igualdad de condiciones y así, pueden ser agregados, independientemente
de quien sea el titular de esos placeres, intereses o deseos. Las instituciones
y medidas, planes y rumbos de una sociedad se verán conformados, entonces, acorde al reconocimiento de la suma de la totalidad de estos miembros
iguales. Es esta concepción la que rechaza Rawls: “el principio de utilidad es
incompatible con la concepción de cooperación social entre personas iguales para beneficio mutuo. Parece ser incongruente con la idea de reciprocidad
implícita en la noción de una sociedad bien ordenada”21.
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principio según el cual ha de incrementarse la felicidad general. Cf. Nino (1987) p.394 y
Anderson (1991) pp. 4-26.
Nino (1987) p. 394.
Rawls (2012) p. 35.
Ídem. p.34.
Mill (2007) p. 136.
Rawls (2012) p. 27.
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B) Las tres críticas al utilitarismo y su relación con adam smith
En este contexto, Rawls enuncia varias críticas al utilitarismo que nosotros hemos agrupado en torno a tres temas fundamentales que se hallan
interconectados y se siguen lógicamente uno al otro. Tales son (1) la ausencia
de un “mínimo moral obligatorio”, (2) la indistinción de personas, el consiguiente problema de la distribución y la exclusiva importancia del régimen de
eficiencia y (3) el postulado de un “observador ideal”.
(1) Esta crítica denuncia que según la doctrina utilitarista (en la que se incluiría Adam Smith) no hay ningún tipo de valor incondicional y no-relativo,
una prohibición absoluta o un “mínimo moral obligatorio”. Dado que
para el utilitarismo lo importante es el monto total final, en la medida en
que sea maximizado, de acuerdo con Rawls rápidamente podría prestarse a grandes injusticias. Como advierte en Teoría de la Justicia22, debido a
que para el utilitarista clásico resulta indiferente cómo se distribuya una
suma de beneficios, las desigualdades están permitidas. Y en ocasiones,
estas desigualdades podrían traducirse en abusos morales. Pues si lo que
se busca es el bienestar del mayor número de personas, ¿qué pasa con
las minorías? ¿Es admisible cualquier atropello en vistas al fin general?
Pareciera que acorde al utilitarismo, los derechos podrían estar a merced
del regateo político y al cálculo de intereses sociales; parecería, pues,
que la justicia misma podría estar sujeta a transacciones. Para Rawls, un
cálculo utilitarista que sólo busque la máxima satisfacción, sin ningún
tipo de restricción, bien podría conducir a una situación que, por ejemplo, instrumentalice a una persona como medio para el beneficio de otro
grupo. El utilitarismo no salvaguarda los derechos de las personas y con
esto, ignora el respeto que, según Rawls, se le debe a cada miembro de
la sociedad en cuanto que cada persona es fin en sí misma23.
(2) La segunda crítica de Rawls apunta al problema de la distribución, el
que se sigue directamente del punto anterior debido a la “desigualdad”
permitida por el sistema utilitarista y al consiguiente atropello de derechos. Nino lo resume del siguiente modo: “para el utilitarismo no importa, sino indirectamente, cómo se distribuyen las satisfacciones con tal de
que se maximice la suma de satisfacciones”24. En efecto, el utilitarismo
parecería no tomar en cuenta el problema de la diversidad y pluralidad: como ve Rawls, “Hume y Adam Smith suponen que si los hombres
24
22
23
Ídem. p.82.
Rawls (2012) p.173 y 310.
Nino (1987) p.400.
111
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tuviesen que adoptar un punto de vista determinado, el del espectador
imparcial, llegarán a convicciones similares”25. Sin embargo, resulta difícil comparar —o siquiera establecer un criterio para contrastar como
“mejores” o “peores”— los intereses, placeres y deseos de gente distinta.
No hay acuerdo ni en cómo estimar la felicidad ni en cómo maximizarla
ni en cómo repartirla. El utilitarismo, según la crítica de Rawls, no toma
en cuenta la independencia de las personas y su individualidad, sino que
funde todo detalle “en un sistema global de modo que no importa los intereses de quiénes son satisfechos o frustrados con tal de que más intereses o intereses más intensos sean satisfechos que frustrados”26. Al primar
únicamente el criterio de la cantidad, el utilitarismo desatiende el grave
problema de la distribución27 y eso en virtud de que “el utilitarismo no
considera seriamente la distinción entre personas”28. Y por esta “fusión”
de personas en un único grupo colectivo (la sociedad en conjunto), una
concepción común de justicia se obtendría mediante la generalización
de procesos simpatéticos. Por simpatía uno tendría que identificarse con
el bien de otro, con el interés de la totalidad29.
(3) De este modo, el utilitarismo postula la necesidad de una perspectiva o
un punto de vista moral de un espectador externo para calificar el rumbo adecuado de las acciones y su moralidad. La tercera crítica de Rawls
va dirigida, entonces, contra esta idea de un tercer individuo, cuyos
máximos exponentes serían Adam Smith y Hume30. Nosotros creemos
que Rawls comete el error de identificar el espectador imparcial con un
25
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30
112
Rawls (2012) p.247.
Nino (1987) p.400. En esto se funda la imparcialidad del utilitarismo que, según la dura
crítica de Williams, “ve a las personas como lugares de sus respectivas utilidades (...)
como los estanques de petróleo individuales en el análisis del consumo nacional de
petróleo” Sen y Williams (1982) p.4. No hay, entonces, una consideración seria de ésta
o aquella persona en tanto que única y singular, en tanto que sujeto con historia y circunstancias particulares, sino que los hombres son “recipientes anónimos, impersonales,
donde cada uno cuenta como uno pero como ‘unos’ intercambiables” [Carrasco (2014)
p.68].
Como especifica el mismo Rawls, esta crítica es justa en relación al utilitarismo clásico.
Hay, sin embargo, otras versiones que intentaron evadir esta problemática. Cf. Sen (1970).
Rawls (2012) p.38.
Rawls (2012) p.171. El profesor de Harvard “parece compartir la idea popular
de que Smith hace depender la acción moral de inclinaciones filantrópicas” (von
Villiez (2006) p.129), confundiendo así benevolencia con justicia, precisamente
en virtud de lo que afirma en su libro [Rawls (2002) p.92].
Rawls (2012) p.177.
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“observador ideal”31 y que además omite las diferencias específicas entre
Hume y Smith.
La definición de Rawls —pero que atribuye a Smith y Hume en conjunto— es la siguiente: “un observador simpático, racional e imparcial, es
una persona que adopta una perspectiva general: una posición en la que sus
propios intereses no están en juego y posee toda la información necesaria, así
como poder de razonamiento”32. Acorde a Rawls, es el mismo principio de
utilidad el que sugiere la idea de este tercer observador, capaz de advertir desde afuera la suma de utilidades (bienes, placeres, intereses, deseos, preferencias) que produzca una sociedad para así juzgar la corrección de una acción
particular, su carácter moral y su consecuente obligatoriedad o prohibición.
Este observador hipotético tendrá que simpatizar o antipatizar con la felicidad
o miseria, el placer o el dolor de todos los que forman parte de una sociedad,
porque sólo así podrá calcular el resultado óptimo, teniendo en cuenta efectos y circunstancias. Es mediante la simpatía que guía a la imaginación que se
aplica el principio del individuo a la sociedad: “ese espectador es concebido
llevando a cabo la requerida organización de los deseos de todas las personas
en un sistema coherente de deseos; y por medio de esta construcción muchas
personas son fundidas en una sola”33. El espectador tendría la experiencia de
todos los deseos de todos los sujetos como si fueran los propios, de modo
que podría averiguar la intensidad de éstos, asignarles un valor adecuado al
sistema único de deseos y así podría guiar el mecanismo para incrementarlos.
Su aprobación o desaprobación vendría dada por el criterio de utilidad, guiado por el placer, el resultado de la simpatía34. En otra formulación, atribuida
en conjunto a Smith y Hume, Rawls señala que aquel placer experimentado por el observador imparcial al contemplar el sistema social ocurriría en
proporción a la suma neta de placer sentido por los afectados: “la fuerza de
su aprobación corresponde a la cantidad de satisfacción en la sociedad en
cuestión y sirve para medirla”35. El criterio es cuantitativo y así la expresión de
aprobación está dada por el principio clásico de utilidad, “desde un punto de
vista general teniendo conocimiento de todas las condiciones pertinentes”36.
Según cree Rawls, para Hume y Smith, “una sociedad rectamente ordenada
es aquella que recibe la aprobación de tal observador ideal” (ibid.).
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36
32
33
McCloskey (2009) denuncia un error similar cometido por Nozick, quien también llama
“observador ideal” al espectador imparcial de Adam Smith.
Rawls (2012) p.179.
Ídem. p.138
Rawls (2012) p.178.
Ídem. p.179.
Ídem. p.177.
113
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Esta concepción convierte al espectador imparcial en un legislador ideal
que ajusta el sistema social. Pero Rawls advierte que tal legislador no sería
materialmente distinto a “un empresario que decide cómo maximizar sus
ganancias mediante la producción de ésta o aquella mercancía, o de la del
consumidor que decide cómo llevar al máximo su satisfacción mediante de
ésta o aquella colección de bienes”37. No serían casos distintos porque en
cada proceso “hay una persona única cuyo sistema de deseos determina la
mejor asignación de medios limitados” (ibid.) y así, lo que se busca es, precisamente, una administración eficiente de la sociedad. Aquí entra en escena
la famosa “mano invisible” de Adam Smith, a la cual Rawls alude directamente38. Según Rawls, su obra se insertaría dentro del esquema utilitarista
de eficiencia, de estrategia para sacar el mejor provecho del sistema. Los
hombres estarían promoviendo así un fin mayor, al estar todas sus conductas
guiadas hacia el interés social más deseable. Los resultados se obtendrían de
todas formas, aun cuando no fueran buscados de manera consciente o aún
cuando no fueran previstos por aquellos hombres que trabajan. La máxima
utilidad sería, pues, lo perseguido por el sistema. Pero esta asimilación de la
política al funcionamiento del mercado competitivo no certifica la conducción del proceso a un resultado justo, según Rawls39. No garantiza un sentido
público de justicia, ya que “esta doctrina asimila la justicia a la benevolencia
del observador imparcial y ésta, a su vez, al diseño más eficaz de las instituciones para promover el mayor equilibrio de satisfacción”40. Por lo tanto,
el pensamiento utilitarista clásico y su modelo económico de la eficiencia
conducen a una mera “justicia asignativa”, ya que como no hay demandas
previas sobre las cosas que habrán de distribuirse, se asignarán a ciertos individuos tomando en cuenta la información disponible. La justicia asignativa
es la que “se aplica cuando ha de dividirse un conjunto dado de bienes entre
individuos determinados con necesidades y deseos conocidos” (ibid.). Y esto
sólo lo podría llevar a cabo un observador ideal.
2. La posición de Adam Smith
a) la simpatía entre personas distintas
TMS de Adam Smith parte desde la base de que las personas sólo pueden vivir en sociedad. Para Smith, éste es un hecho básico e indiscutible que
39
40
37
38
114
Ídem. p.38.
Ídem. p.64 y 445.
Ídem. p.445.
Rawls (2012) p.92.
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se evidencia en la misma dimensión afectiva del ser humano41. No hay vida
desarrollada al margen de la comunidad. El núcleo básico de la sociedad no
es el “yo”, puesto que nadie puede vivir aisladamente, sino el “nosotros”. Por
tanto, un asunto primordial consistirá en analizar los fundamentos de esta
convivencia —y por extensión— sus normas.
La simpatía surge en este contexto relacional: es una tendencia psicológica fundamental para con el prójimo, una proyección imaginativa que recurre al cuidado del otro, por lo que éste hace y siente. En palabras de Fricke42,
se trata de “una disposición a preocuparse emocionalmente el uno del otro”,
la que a su vez “juega un rol decisivo en la formación y justificación de los
juicios morales”43. Las relaciones humanas se explican con referencia a aquel
sentimiento de camaradería, el movimiento empático de “ponerse en lugar
del otro” (TMS I.i.1.2) y verse afectado por lo que a él le importa.
La simpatía se funda en un cambio imaginario de situación (I.i.4.6) que
refiere directamente el “yo” al “tú”. Por ejemplo, “corremos no sólo a felicitar
al exitoso, sino también a dar nuestras condolencias al afligido” (I.i.2.6), porque podemos simpatizar con la situación que está viviendo la persona principalmente involucrada y nosotros, como espectadores de ella, repercutimos
sus emociones al modo de un espejo en nosotros mismos. Pero esta identificación no es, en ningún caso, una fusión completa entre los sujetos: precisamente por ello es una “intersubjetividad”, porque se conserva la identidad de
cada uno de los polos en la relación y no se reduce todo a una masa confusa
de emociones. Respecto al agente involucrado, “por la imaginación nos colocamos en su posición (...), entramos en él como si fuese en su cuerpo (...),
aunque en un grado inferior” (I.i.1.2). No obstante podemos sintonizar con el
otro, no podemos convertirnos en él. Permanece una distinta graduación, por
cuanto el agente sentirá aquella emoción con otro nivel de intensidad y desde
otra perspectiva. Si bien la persona que simpatiza con el agente debe asumir
las circunstancias de dicho agente para que se produzca la concordia, esto
no significa disolver las diferencias. El intercambio sigue siendo puramente
imaginativo y de hecho, el proceso simpatético puede conducir también al
rechazo. Precisamente porque para Smith la distinción de personas es real
—a diferencia de lo que dice Rawls con respecto al utilitarismo—, es posible
que surja el sentimiento de aprobación.
41
42
43
“El hombre tiene un amor natural por la sociedad” (TMS II.ii.3.7). Todas las traducciones
desde el libro original en inglés y de los artículos especializados han sido hechas por la
autora de este artículo.
Fricke (2011) p.81.
von Villiez (2006) p.115.
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Para considerar como apropiada una conducta, hace falta un contraste y
una concordia o acuerdo con nosotros mismos (I.i.3.2). “Cuando las pasiones
originales de la persona principalmente afectada están en perfecta concordancia con las emociones simpatéticas del espectador, a éste necesariamente
la parecen justas y apropiadas y ajustadas a su objeto” (I.i.3.1). Yo lo apruebo,
en la medida en que su acción —en tales y tales circunstancias— me parece
razonable; lo apruebo, en la medida en que yo, si hubiese sido él, habría hecho lo mismo en ese caso. “Aprobar las pasiones de otra persona como ajustadas a su objeto es, por consiguiente, lo mismo que observar que nosotros
simpatizamos enteramente con ellas” (ibid.). Nosotros seguimos siendo importantes aún cuando estemos considerando la manera de ser de otra persona. Así, el proceso simpatético de Adam Smith es incompatible con la fusión
de personas que Rawls le imputa al utilitarismo y a Adam Smith entre ellos.
B) El espectador imparcial y la esfera moral
El espectador de Smith, originalmente un testigo real de la conducta de
su prójimo, puede tanto aprobar como desaprobar. Una risa demasiado estridente, por ejemplo, puede causarme una molestia incómoda, precisamente
en la medida en que la juzgue como desatinada o no proporcionada a la
ocasión e inadecuada para el motivo que la suscita. “Cuando un hombre, al
llevar el caso a su propia intimidad, descubre que no coincide con lo que él
siente, necesariamente le parece injusto e impropio y desajustado con respecto a las causas que lo excitan” (I.i.3.1). No hay aprobación allí donde o
bien no simpatizamos por completo o bien donde antipatizamos y la relación
se traduce en directo rechazo.
Que Smith aluda a los “motivos”, “principios”, las “circunstancias” o la
“situación” del agente, del espectador y su proceso intersubjetivo es una clara
señal de que la evaluación para estipular la idoneidad o inadecuación —y la
consiguiente rectitud o incorrección— corresponde a un examen en el que
participa la razón, además de los afectos44. Dado que se trata de intencionar
la situación completa (por qué el agente siente lo que siente; de dónde surgen
tales afecciones en su contexto), el ejercicio del espectador es un proceso
interno y reflexivo. No se trata de un simple fluir pasional sin mediación alguna de la razón. El espectador no es un mero observador pasivo: en primer
lugar, ha de iniciar la convergencia con el otro, involucrarse afectivamente
44
116
La simpatía no se da por una mera transmisión irracional (Fleischacker (2012) p.276 y TMS
I.i.1.7; I.i.1.9; I.i.1.10 y I.i.1.11). “Los sentimientos simpatéticos en Smith no dependen
del contagio de las pasiones sino del contexto en el que se sitúa el agente” [Carrasco
(2014) p.71].
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
con el otro, y en segundo lugar, ha de evaluar —y en contraste con su propia
experiencia— al otro, para juzgarlo de este modo45. Sólo así le parecerá razonable o insensato aquello que viva, haga o experimente el agente. Dado que
tenemos una inclinación natural a buscar la aprobación de nuestro prójimo,
tomamos en cuenta su apreciación. “Y en todas las ocasiones, sus sentimientos [del espectador] son el estándar y la medida con los que juzga los míos”
(I.i.3.1).
Tal es el suelo para conformar el juicio moral. La figura del espectador
imparcial de Adam Smith tiene su origen en la experiencia y comporta, por
tanto, una base empírica y también psicológica. Al espectador imparcial se
llega por medio de la experiencia reiterativa de proceso simpatéticos: a medida que nos vamos habituando a tomar en cuenta la aprobación o desaprobación de quien nos atestigua en nuestro actuar, proyectamos a un tercer hombre en nuestro interior (III.3.3) que sirve las veces de espectador para evaluar
nuestra conducta. Esta voz interior es el real criterio moral para Adam Smith46.
Entonces, antes o en vez de recurrir a espectadores reales, tomamos en consideración a esta otra figura para evaluar moralmente nuestros actos, para
sentirnos dignos de aprobación o de reproche. Así, mi actuar podrá catalogar
como “aprobable”, como el objeto propio de la aprobación (cf. III.2.24).
Como explica Fricke47, para que sea “imparcial” es necesario que este espectador cumpla dos condiciones: a) que no esté él directa ni indirectamente
involucrado en las respectivas circunstancias y b) que su simpatía esté “bien
informada” por todos los aspectos relevantes de dichas circunstancias. Pero
esto no se traduce en una omnisciencia. El espectador imparcial no es un ser
que sepa todo lo que está pasando o que pueda calcular todas las (infinitas)
consecuencias que deriven de una acción. ¡Tal parecía ser la conclusión de
Rawls! Pero en Smith, “la imparcialidad viene en grados y el actual grado de
imparcialidad del juicio de un espectador depende de cuán inclusivamente
él entienda el respectivo ‘todo’”48. Por eso mismo, cada hombre formula un
juicio según su experiencia, y mientras más experiencia tenga, de manera
45
El proceso simpatético exige una capacidad ex-céntrica, lograda mediante la
imaginación y la re-flexión: un acto de desdoblamiento, aquella capacidad de
ponerme en otra perspectiva distinta de la mía. Esto sólo es posible para un ser
racional, si tomamos en serio la distinción entre personas.
48
Cf. Sayre-McCord (2010).
Fricke (2011) p.86.
Ídem. p.87.
46
47
117
Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
más pronta y fácil podrá proyectar una regla de conducta49. Pero eso depende
exclusivamente de la persona misma, de sus íntimas vivencias. “Un ser humano, al hacer un juicio como un espectador imparcial, siempre dependerá
de estándares de propiedad que son menores a los de un espectador ideal”
(ibid.). Y porque el espectador de Smith no es un observador externo, ni perfecto ni ideal, no mira el actuar del agente desde una perspectiva “en tercera
persona”, como explica Carrasco50. Más bien, es un “yo” que se dirige a un
“tú” y por tal motivo, hay una preocupación vital y una actitud participativa.
Por eso mismo, esta voz de la conciencia es sólo mi voz, no la de un tercero, ni siquiera de un “nosotros”. Y porque el espectador imparcial proviene de
una internalización a partir de muchas experiencias previas con espectadores
reales, es una suerte de voz íntima que guía mis actividades sobre el fundamento de lo que es digno de elogio y la aversión a ser reprochable (III.2.32).
Como dice Smith, es el “lente” por medio del cual escrudiño la propiedad
de mi propia conducta (III.i.5). Y aún cuando el mundo me censure (quizás
debido una malinterpretación), sabré que mi actuar es el correcto, porque
sabré que, a la luz de aquel espectador equitativo (fair), soy el objeto natural y
propio de la aprobación. El espectador imparcial es entonces un juez, pero de
mí mismo (IIIi.6): las pasiones de la naturaleza humana “parecen apropiadas
y son aprobadas cuando el corazón de cada espectador imparcial simpatiza
enteramente con ellas”, cuando este acompañante indiferente51 logra entrar a
estas pasiones y compartir su sentir (II.i.2.2).
De esto último se deduce que la simpatía no es sólo unidireccional,
sino mutua o “bidireccional”. Contrario a lo que creía Rawls, la cooperación
y reciprocidad está en los mismos fundamentos del pensamiento de Adam
Smith. Se trata, en efecto, de un equilibrio de dos factores: por un lado, el
espectador debe efectuar el esfuerzo de “entrar” a los sentimientos del agente
y procurar comprender sus motivos; por otro lado, aquel agente deberá, a su
vez, esforzarse por lograr que dicho espectador sea capaz de comprenderlo
y para ello tendrá que “rebajar sus emociones” de tal modo que éste pueda
49
50
51
118
La “reflexión habitual” es la que fija las “reglas generales de conducta” en nuestra mente,
a través de un proceso inductivo (II.4.12). Véase Fricke (2011) p. 90.
Cf. Carrasco (2014).
“Nos concebimos a nosotros mismos como si actuásemos en la presencia de una
persona totalmente cándida y equitativa, que no alberga ninguna relación en
particular ni con nosotros mismos ni con aquellos cuyos intereses se ven afectados por nuestra conducta [...], sino que es meramente un hombre en general, un
espectador imparcial que considera nuestra conducta con la misma indiferencia
con la cual nosotros observamos la de otra gente” (III.2.31).
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
captarlas, acompañar sus motivaciones y con-sentirlas (I.i.5.1). La reciprocidad se cifra en que ambas partes intentan ponerse en el lugar del otro, ambos
tratan de comprenderse. La persona principalmente involucrada, al hacer el
esfuerzo de verse a sí mismo desde el punto de vista del espectador, se volverá espectador del espectador y a su vez, espectador de su propia conducta.
Pero para alcanzar dicho punto, ambos han moderado sus sentimientos y han
podido “adecuarse” mutuamente, aprobarse el uno al otro. He allí, también,
una condición de “equidad” entre las partes, porque “ambos están en igual
pie, son iguales. Y los estándares morales los deben encontrar conjuntamente
en su interacción”52.
Es así como también puede surgir la motivación para modificar aquella
conducta: “cada vez que nos sentimos desaprobados ‘cambiamos imaginariamente de lugar’ con el otro para vernos desde sus ojos y poder ajustar nuestros
sentimientos a sus expectativas” (ibid.). Al tener que calmar sus emociones
para que el espectador pueda simpatizar con él, el agente vuelve reflexivamente sobre sí, se evalúa a sí mismo y podría considerar que su respuesta
emocional fue impropia y que habría que cambiarla para que ese espectador
pueda realmente acompañar y con-sentir su sentir. Este movimiento de sentimientos fue llamado “proceso espectatorial” por Vivienne Brown (1994): el
hecho de que tanto la persona principalmente involucrada como el espectador puedan experimentar un cambio de sentimientos y correspondientemente, un cambio en el estándar de propiedad que subyace a los juicios morales.
“Es este proceso espectatorial el que representa el motor del desarrollo moral
y el aprendizaje moral, tanto del individuo como del colectivo”53.
La razón de que las implicancias se extiendan también a ese “colectivo”
reside en que Smith entiende al hombre como un ser social. Y por tanto, la
felicidad de esta criatura moral y social estará en estricta dependencia de su
“ser miembro de una sociedad pacífica, libre y próspera”54. Pero esto ya se
advierte en el simple proceso simpatético, que es siempre intersubjetivo, y en
nuestra inclinación a buscar a otros hombres que nos correspondan y consideren favorablemente. El hombre, por naturaleza, busca la compañía de los
demás hombres y siempre anhela su aprobación — porque nadie desea ser
rechazado, según Adam Smith, sino que todos buscamos ser amados. En esto
consistiría, a fin de cuentas, la felicidad: en ser querido55.
54
55
52
53
Carrasco (2014) p. 70.
Fricke (2011) p. 88.
Ídem. p. 85.
“¿Qué mayor felicidad hay que no sea la de ser amado, la de saber que merecemos
ser amados? ¿Y qué mayor miseria existe que la de ser odiado y saber que se
119
Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
La virtud para Adam Smith aparece en este contexto de interacción, en la
relación recíproca entre personas: en ese esfuerzo por lograr la coordinación
y correspondencia de sentimientos, la simpatía mutua, se cifrará el punto de
propiedad. Éste, sin embargo, es relativo a cada persona y se constituye como
“un punto medio entre el exceso y el defecto”, de modo similar a como sostenía Aristóteles56. En Smith, hay virtud allí donde hay aprobación de un espectador imparcial (I.ii.intro.1), allí donde se satisface la condición de ser objeto
propio de la aprobación. “Ser amable y ser meritorio, esto es, merecer amor y
merecer recompensa: tales son los grandes caracteres de la virtud” (III.i.6). Si
la conducta del agente aparece ante el espectador imparcial como digna de
ser aprobada, entonces éste consentirá y se le podrá calificar de “virtuosa”.
Como se logra apreciar, el espectador imparcial de Smith es del todo
incongruente con la formulación de un “observador ideal”, tal como hace
Rawls.
c)
El sentido de justicia y el mínimo moral obligatorio
Además de la consideración de la propiedad e impropiedad de una acción (en relación a la situación que la causa), Smith advierte otro orden de
distinciones. Cuando consideramos que una acción es meritoria en virtud de
los “efectos beneficiosos” que dicha afección se propone o tiende a producir
(II.I.2), entonces el sentimiento que suscita en nosotros es el de la gratitud y
creemos que merece recompensa.
Por el contrario, si consideramos que una acción es demeritoria por los
efectos dañinos que la afección se propone o tiende a producir, entonces
opinamos que merece castigo. Como espectadores ante quien comete un
mal, nos vemos impelidos a responder ante su acción precisamente devolviendo mal por mal: en esto consiste el castigo. El demérito lleva aparejada la
sensación del resentimiento (o animadversión, resentment), por cuanto sentimos en nuestro pecho un profundo rechazo. “Por consiguiente, nos parecerá
que merece recompensa aquél que comparezca como el objeto apropiado y
aprobado de gratitud; [a la inversa], nos parecerá que merece castigo aquél
merece ser odiado?” (III.i.7). Por tanto, en cuanto al criterio para la felicidad,
no hay nada que maximizar o generalizar, sino que se respeta la individualidad
de cada quien y la distinción de personas que aprueban o desaprueban a sus
congéneres.
56
120
Ética Nicomáquea II, 6 1107a. Para un estudio más detallado acerca de la influencia
del aristotelismo en Smith, véase el trabajo de Hanley (2006), Carrasco (2004) y Montes
(2004).
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
que comparezca [como el objeto apropiado y aprobado] de resentimiento”
(II.i.I.7).
Este resentimiento es el origen de la justicia como sentimiento moral
en Adam Smith. No es, por tanto, un principio ajeno o un orden impuesto a
la sociedad de manera externa por un observador ideal, como lo interpretó
Rawls. Tampoco es la justicia el resultado de la aplicación del principio de
utilidad, ya que en Adam Smith el espectador no da su aprobación por dicho
criterio. Según se explica en TMS, es el mismo individuo quien desarrolla el
sentido de justicia porque primero siente resentimiento.
Los actos que demuestran una falta de adecuación con su objeto, faltan
a lo que “es debido”57. Injuriar a alguien es, por ejemplo, faltarle el respeto,
tratarlo como un inferior o un desigual. A esa persona no se le ha dado lo que
se debía; no se ha cumplido con el debido respeto, en su calidad de persona
(III.3.4). La base de la justicia y de la sociedad es lo que se debe (lo que es
debido, what is due to) a todo prójimo (fellow-creature, II.iii.2.8). Como nos
recuerda Carrasco58, por el proceso simpatético un espectador imparcial sentiría indignación al ver que un igual es tratado como un inferior (II.ii.2.2), tal
como si la víctima hubiese sido él (II.i.2.5).
Dado que ciertos actos nos producen una profunda animadversión, nos
vemos impelidos a compensar o enmendar el daño de algún modo. La justicia viene así a corregir, ordenar y encauzar los actos humanos y su malicia. A
su vez, este resentimiento no puede ser satisfecho a no ser de que el agresor
se aflija él mismo por un mal semejante al que nosotros padecimos por su
causa (II.i.I.7). La justicia ha de lograr que el agresor (que denigró a quien
en realidad era igual a él) se arrepienta. Para eso está la sanción: “la misma
existencia de la sociedad exige que la malicia inmerecida y no provocada sea
refrenada por medio de castigos apropiados” (II.i.5.10). Para Smith, el hombre
tiene un deseo natural de preservar y propulsar el bienestar (welfare) de la
sociedad (ibid.), y la justicia ha de cumplir ese rol. Por tanto, ningún cálculo
de intereses podría atentar contra esa norma obligatoria que fija los niveles
mínimos y necesarios para la sana convivencia. De ahí que la justicia —y el
consiguiente respeto a la dignidad de la persona— sea el mínimo moral obligatorio para Adam Smith.
Como se advierte, en todo momento hay en Adam Smith una preocupación por el bien de la persona misma y su desarrollo moral, incluso en el caso
57
58
Haakonsen (1981) p.86.
Carrasco (2014) p.78.
121
Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
del agresor. Y es que esta virtud y su efecto compensatorio —el de distribuir
recompensa o castigo— comporta además otros fines aparejados consigo: un
fin pedagógico-formativo para el antisocial (la pena como un instrumento de
acercamiento devuelta a la sociedad, como una “corrección del criminal”59) y
un fin disuasivo (para que otros, atemorizados por el castigo, no cometan los
mismos actos), de manera que sea un ejemplo para el público (II.i.7).
Así, la virtud de la justicia admite coerción para evitar injusticias, para
cuando haya claramente una falta ante “lo debido” para con el prójimo. “La
violación de la justicia es el perjuicio (injury): éste hace un daño real y positivo a ciertas personas particulares, a partir de motivos que son desaprobados.
Es, por lo tanto, el objeto apropiado del resentimiento y del castigo” (II.ii.I.5).
El uso de la violencia por medio del castigo (y la sanción legal) sirve para
vengar aquel daño (hurt) que, para el bienestar de la gente, de cada uno y de
la misma sociedad, no es tolerable. Aquí hay otro argumento en contra del
utilitarismo, puesto que este último sólo mira el conjunto. Smith, en cambio, aprueba el uso legítimo de la fuerza para prevenir y repeler el perjuicio
cometido contra individuos concretos, con su singularidad y respectiva distinción, no por alguna razón instrumental o funcional de la sociedad, sino
“meramente porque se trata de nuestro prójimo (fellow-creature)” (II.ii.3.10).
En otras palabras: la justicia se ha de aplicar “no por una preocupación del
interés general de la sociedad” (ibid.), no por una función de utilidad60, sino
en razón de su valor moral propio: “de manera previa a la institución del gobierno civil, cada individuo está —entre iguales— naturalmente considerado
como teniendo un derecho tanto a defenderse a sí mismo de los perjuicios
como a ejercer un cierto grado de castigo por aquellos perjuicios que le han
sido cometidos” (II.ii.I.7).
Por lo tanto, a diferencia de lo que creía Rawls, el sentido y la norma
de justicia es para Smith aquel mínimo moral obligatorio sin el cual la sociedad compuesta por hombres individuales no puede operar ni subsistir (II.
ii.3.6) y por eso mismo, »justicia« y »benevolencia« no son lo mismo; no
se identifican. Como vimos, Rawls creía que la benevolencia constituiría la
única virtud del observador ideal y que así la justicia quedaría “asimilada a
59
La virtud de la justicia juega un rol rehabilitador, ya que se presenta como la
defensa tanto de la persona particular que fue dañada como de la sociedad en
su totalidad. El resentimiento nos demuestra que no tenemos derecho a hacerle
daño a nadie de manera inmerecida. El remordimiento, a su vez, es el que provoca que el hombre injusto se sienta impelido a volver a la humanidad (cf. II.ii.2.3).
60
Forman-Barzilai Rawls (2006) p.104
122
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
la benevolencia del observador imparcial”61, quien entonces buscaría el mecanismo más eficiente para el sistema. Pero en Adam Smith esto no es así (II.
ii.I.3). De hecho, la justicia es mucho más fundamental y estructural que la
benevolencia62. Para Smith, la justicia no puede obligar a actos de beneficencia, ya que la beneficencia es siempre un acto libre y gratuito. Sería impropio
obligar a alguien a ejecutar algo que es libre, esto es, sería inadecuado para
un espectador imparcial y por ello, merecería desaprobación. Dar limosna,
por ejemplo, todos los días de la semana podría ser muy elogiable y admirable, pero no es requerido por ningún principio de justicia. En definitiva,
sería contradictorio con la libertad obligar a actuar de modo que se coarte la
misma libertad del individuo. Mientras que la beneficencia corresponde a un
acto optativo y no puede ser exigida mediante la fuerza, la justicia implica
deberes estrictos (cf. II.ii.I.5). No se puede ser más o menos justo; la justicia
es la obligación inviolable, absoluta y reguladora de la convivencia en vistas
al bienestar de cada uno de los individuos. Esta autoridad propia de las reglas
de justicia, diferente a todas las otras normas sociales que están más sujetas
a la flexibilidad63, se justifica a fin de cuentas en el proceso espectatorial,
como demuestra Fricke64. Por eso mismo, las reglas de justicia son las menos
imprecisas y no admiten excepciones o modificaciones: la justicia determina
con la mayor exactitud cada una de las acciones que demanda (III.6.10). Y
esta demanda, según Forman-Barzilai, trasciende “toda variación de cultura y
nación, práctica e institución”65.
Porque la justicia “evita que dañemos a nuestro prójimo” (II.ii.I.9), sus
formulaciones son generalmente negativas, en forma de prescripciones, ya
que procuran evitar la injusticia66. Por eso son “las grandes medidas de protección (safe-guards) de la asociación de la humanidad” y están allí “para proteger al débil, para contener al violento y para castigar al culpable” (II.ii.3.4),
ya que un estado en el que la justicia garantiza el bienestar y la integridad de
cada hombre es, según advierte Fricke, “una condición para la vida feliz”67.
61
62
63
64
67
65
66
Rawls (2012) p.92.
Las reglas corregidoras de la justicia son como las “reglas de la gramática”: precisas, indispensables y fundamentales (III.6.11). Mientras que la beneficencia es “un ornato que
embellece”, la justicia es “el pilar que sostiene todo el edificio” (ii.II.3.4).
Cf. Forman-Barzilai (2006) pp.101 y ss.
En esto, Fricke contradice la postura relativista de Samuel Fleischaker y se acerca más a la
interpretación absolutista de James Otteson (capítulos 6 y 7), pero sin admitir la necesidad
de una imposición divina directa o una fuente trascendental [Fricke (2011) p.84].
Forman-Barzilai (2006) p.101.
Fricke (2011) p.101.
Ídem. p.81
123
Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
Estas reglas tienen un orden jerárquico en virtud de su importancia: las primeras, cuya violación “parece reclamar de manera más estridente la venganza y
el castigo, son las leyes que guardan la vida y la persona de nuestro prójimo”
(II.ii.2.2). Luego vienen aquellas que guardan su propiedad y posesiones. En
tercer lugar están aquellas que guardan sus derechos personales “o lo que se
le debe [a una persona] a partir de las promesas de otros” (ibid.). Todos estos
mandatos indispensables salvaguardan la vida y unidad de la persona, lo que
también incluye su integridad física-corporal, su honra y dignidad. Es decir,
protegen aquello mismo por lo que la persona no puede estar sujeta a ningún
uso instrumental. En Smith, entonces, jamás sería admisible algún atropello
a una minoría, tal como sí parecía creer Rawls, porque cada hombre es importante de suyo. Así, lo que prescribe la justicia es “la actitud que el agente debe adoptar con respecto a las personas, independientemente de quién
sean”68. En definitiva, esta “actitud” a la que obliga la justicia se traduce en el
respeto por la persona en tanto que ser moral y libre. Tal respeto se funda en
que considero a los demás como “iguales” a mí, es decir, “como igualmente
vulnerables e igualmente responsables”69.
D) Directo rechazo al utilitarismo
Como vimos, la piedra angular de todo el edificio moral es para Smith el
proceso simpatético. Por el espectador se origina el sentimiento primario de
la aprobación — y recalcamos en este punto el adjetivo “primario”, porque
todo lo demás no será más que un after-thought, un pensamiento “que viene
después”, de manera secundaria y derivada. Para Adam Smith (I.i.4.4), la utilidad “es completamente un pensamiento posterior” y no lo que primeramente
fue objeto de la aprobación. La utilidad, si bien aporta a la consideración un
cierto “valor”, no constituye lo que primerísimamente fue recomendado a
nuestra mente al poner la atención sobre un asunto: el criterio de utilidad no
es la primera ni la principal fuente de aprobación (IV.2.3). “Originalmente”,
nos dice Adam Smith, “aprobamos el juicio de otro hombre no por cuanto
es útil, sino porque es correcto” (ibid.). Este punto, en el que al parecer no
se ha reparado lo suficiente, es crucial para des-enmarcar a Smith del rótulo
utilitarista: la aprobación de la virtud que da un espectador imparcial no se
identifica con la aprobación de la conveniencia (IV.2.4)70.
70
68
69
124
Fricke (2011) p.104.
Ídem. p.94.
Si sólo diésemos nuestra aprobación a lo que comporta utilidad, las ciencias especulativas “inútiles” no existirían. Tales son las disciplinas que implican un uso de razón o
entendimiento superior, como la filosofía y las matemáticas. Hay ciertas cualidades que
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
En muchos pasajes de TMS Smith enfatiza que el criterio no es cuantitativo, porque como apunta Fricke71, lo que determina los principios naturales
de lo correcto e incorrecto (V.2.2) no depende de la “violencia y el estrépito”
(III.2.33) de una mayoría: un individuo jamás ha de preferirse a sí mismo más
que a cualquier otro individuo, [ni ha de preferirse tanto a sí mismo] como
para dañar o perjudicar a aquel otro en vistas a beneficiarse a sí mismo, aún
cuando ese beneficio sea mucho más grande que el daño o perjuicio [cometido] hacia el otro (III.3.6).
Por otro lado, que no exista en Adam Smith una atención exclusiva a lo
que comporte utilidades cuantificables también se advierte en su explicación
de la “mano invisible”. Su teoría aborda el problema de la distribución, pero
no es necesario un uso exclusivo y autosuficiente del principio de eficiencia72. Smith cree que la riqueza se distribuye de tal modo que al final, todos
igual tienen suficiente. El más aventajado “está obligado a distribuir” (IV.1.10)
aquello que no consume entre los demás; todo aumento de prosperidad “se
divide con el pobre” como si este mecanismo fuese “guiado por una mano
invisible”. Las necesidades de la vida se distribuyen así equitativamente entre
los ciudadanos, aún cuando nadie lo esté planeando intencionadamente. Por
tanto, la “mano invisible” no es la obra de un observador ideal que decide
aumentar la prosperidad para una masa anónima a costa de los sacrificios
de las minorías, ni es quien determina las leyes de justicia. Creer eso sería
confundir conceptos diversos. Adam Smith simplemente explica que los ricos se ven guiados a distribuir los medios para la felicidad aún sin saberlo y
que este sistema se auto-regula. Los ricos no son dignos de ese mérito, sino
que se da como un efecto secundario no buscado al intentar promover sus
propios intereses (WN IV.ii.9). El rico simplemente se ocupa de lo suyo, y
al hacer eso, simultáneamente provee a los demás. En la medida en que él
obra para mejorar su condición, también produce la mejora del resto. Hay
71
72
son aprobadas por su carácter de nobleza, por su valor propio, en tanto que “justas, rectas
y precisas, no meramente por su utilidad o carácter ventajoso” (IV.2.6).
Ídem. p.85.
Nuestro cometido al aludir a la “mano invisible” no es referirnos a un modelo económico
sino sólo señalar que en estos escritos de filosofía moral no prima un mero criterio de
maximización, porque la felicidad no se mide cuantitativamente; a su vez, queremos
mostrar que Smith sí toma en cuenta el problema de la repartición de la riqueza e intenta
explicar cómo opera una distribución justa. Nuestra presentación va siempre dirigida a
la luz de la referencia de Rawls en Teoría de la Justicia (2012), p.62. Estamos conscientes
de que habría mucho más que decir respecto a la figura de la mano invisible, pero su
acabada tematización escapa a las pretensiones acotadas de este trabajo y deberá quedar
para otra ocasión.
125
Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
una suerte de cooperación social, de compartimiento de ventajas, lo que no
suena tan distante al segundo principio de justicia enunciado por Rawls. Así,
los menos aventajados “también disfrutan” de la producción, ya que no se
da la situación en la que sólo los ricos se favorezcan, sino que siempre se
distribuye la prosperidad a todos y cada uno. Al menos aventajado no se le
exige ningún sacrificio o renuncia. A ése también le llegan beneficios. Y para
efectos de una teoría de los sentimientos morales, esto es más importante
aún: “en lo que refiere a la verdadera felicidad de la vida humana, [los menos
aventajados] no están bajo ningún respecto en un estado inferior en relación
a aquellos que parecen estar tanto más arriba” (TMS IV.10). Como dice en
IV.1.7, la única real diferencia entre el rico y el pobre es que las comodidades
(conveniencies) del primero son más observables —podríamos decir: son más
vistosas— que las del segundo. Pero ambos pueden ser igualmente felices,
porque la felicidad no depende de la utilidad. Para el verdadero fin humano
(que consiste en la felicidad), todas las partes de la sociedad —todos los diversos segmentos socioeconómicos— se hallan en condiciones similares para
su adquisición. Y en esta dirección ha de obrar el gobierno, según Smith: la
constitución sólo tiene valor en la medida en que promueva la felicidad de
aquellos que vivan bajo ella (IV.I.11). Pero esto no significa favorecer sólo a
la mayoría, sino a cada ciudadano. La constitución debe adaptarse a la gente
y no al revés.
En eso, ricos y pobres están al mismo “nivel” y por tanto, si bien hay
jerarquías sociales, no hay injusticia. Tampoco hay libertades desiguales. Para
eso, la justicia —que nace a partir de las relaciones afectivas entre personas
reales y concretas— demarca las reglas mínimas obligatorias que regulan la
estructura de la convivencia.
En definitiva, si bien puede dotar belleza o agregar valor, la utilidad no
es ni una condición suficiente ni una condición necesaria para que el espectador imparcial confiera su aprobación. Ni la rectitud moral ni la justicia se
definen por la utilidad, sino por lo que en sí mismo es correcto, noble, propio
y apropiado (IV.2.11).
CONCLUSIÓN
La justicia como equidad — tal es la “alternativa” que John Rawls pretende postular en su libro de modo que se pueda “superar” al utilitarismo
reinante en las concepciones políticas y económicas de los dos últimos siglos. Rawls, al enunciar dos principios de justicia que serían convenidos en
una situación inicial equitativa, procura cimentar las bases para una sociedad
“bien ordenada” donde cada miembro sea respetado por ser lo que es: un ser
moral racional responsable. Precisamente a esto sería lo que una corriente
126
ARS BONI ET AEQUI (AÑO 11 N° 2): PP. 105-130
utilitarista no podría llegar, dado que a juicio de Rawls, al aplicar el criterio
de utilidad se empaña el principio de la cooperación social. Rawls puede tener razón respecto al utilitarismo, pero sin duda no la tiene respecto de la teoría de Adam Smith y se equivoca al calificarlo de utilitarista. Hemos visto que:
(i) Adam Smith presenta un pensamiento moral acorde al cual cada persona
es respetable de suyo, porque la libertad y consiguiente responsabilidad
moral la distinguen y convierten en acreedora de justicia. En ese sentido
la justicia representa una regla obligatoria indispensable contra la cual
no se podría atentar, bajo ningún respecto y ninguna circunstancia, porque de lo contrario, se cometería un grave daño contra la persona y de
paso se socavaría el fundamento mismo de la sociedad. La justicia debe
velar por el bienestar de cada sujeto y la convivencia humana y en este
sentido, no está sometida a ningún cálculo de tipo utilitarista. Por lo tanto, sí hay un mínimo moral obligatorio para Adam Smith.
(ii) Porque para Smith la virtud de la justicia se funda en un proceso simpatético, siempre hay al menos dos individuos considerados en tanto que
individuos, esto es, en tanto que personas diferentes que deben esforzarse por simpatizar y entrar en esta especie de resonancia mutua. La
base es el proceso intersubjetivo, fundamento asimismo de la sociedad
(del “nosotros” colectivo) y de nuestra inclinación afectiva por encontrar
aprobación y evitar el rechazo o la reprobación. Para Smith, esta relación recíproca entre hombres no significa una “fusión” o “anulación” de
los diversos personajes implicados en el proceso. Hay involucramiento, pero no mezcla; hay interés recíproco, pero no plena identificación.
Sobre esa diferencia se construye la posibilidad de aprobar o desaprobar,
de juzgar como meritorio o demeritorio, de recompensar o castigar a
quien consideramos como un “otro”. Pero no es un “otro” inferior, sino
un “semejante”, un “prójimo” o fellow, acorde a la conclusión anterior:
la simpatía lo revela como un otro “igual” a mí. Y por eso mismo, se ha
de respetar a cada sujeto individual (sin importar su rango, condición de
minoría o capacidad, etc.) de modo que ningún daño le pueda ser infringido sin merecerlo. Entonces, porque en Smith hay una clara distinción
de personas, hay también respeto por ellas y por tanto, un mero régimen
de eficiencia que procurara maximizar la totalidad de satisfacciones es
una idea totalmente ajena al pensamiento de Smith.
(iii) El espectador imparcial de Smith no es el observador ideal externo al
que alude Rawls, ni mucho menos se presenta como un juez de la conducta de toda la humanidad o un legislador absoluto, ni se trata de un
“empresario” o un “consumidor” de satisfacciones. El planteamiento de
Teoría de la Justicia parece exigirle demasiado al espectador de Smith,
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Hernández Busse, Francisca Sofía: DESMITIFICANDO A ADAM SMITH: UNA REVISIÓN A PARTIR DE JOHN RAWLS
una figura más bien sencilla que no representa sino la voz de nuestra
propia conciencia. Dicha voz que nace desde el interior de la persona
no aprueba acorde a un criterio de utilidad: más bien, el espectador da
su aprobación por un hábito operativo que identifica lo que en cada situación particular es correcto.
Estas tres conclusiones, gatilladas a partir de las tres críticas enunciadas
por Rawls en Teoría de la Justicia, nos permiten ultimar que catalogar a Smith
como utilitarista resulta del todo inexacto y en definitiva, injusto. Significa
atender poco a lo que el mismo Smith postula en TMS. Según se explica en
este libro, la felicidad o satisfacción no es resultado de una maximización. A
su vez, la utilidad es un “pensamiento posterior”, derivado y secundario que,
si bien confiere cierto valor, no representa el primer origen o la primera causa
de la aprobación.
En definitiva, el sentido de justicia arranca en Smith a partir de una afección (a partir del resentimiento tras un proceso intersubjetivo). Pero no se
trata de cualquier virtud, sino de la más necesaria, estricta e indispensable
de todas. Por ello mismo, no admite una graduación, ni una ponderación en
una balanza o un cálculo racional de ventajas y desventajas. Al no defender
el principio de utilidad y al estar de todos modos el principio de eficiencia
bajo el marco regulatorio de la justicia y el mínimo moral obligatorio, no hay
lugar para la instrumentalización de las personas o el beneficio de sólo una
mayoría. El mismo Rawls señala que para una teoría correcta de la política en
un régimen constitucional justo se presupone una teoría de la justicia73. Smith
hace eso, pero según su vocabulario: los sentimientos morales influyen en la
administración de los asuntos públicos, pero porque primero intervienen en
las relaciones interpersonales, que son el fundamento de toda otra convivencia y cooperación social. En Smith, porque la simpatía conlleva reciprocidad,
hay claramente un beneficio mutuo entre personas iguales.
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