la ascensión de jesús en los escritos de lucas

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HEINRICH SCHLIER
LA ASCENSIÓN DE JESÚS EN LOS ESCRITOS DE
LUCAS
La ascensión, a la que sólo fugazmente alude el final de Mc, es relatada dos veces por
Lc. y constituye el anillo entre las dos partes de su obra. Ella señala el término del
tiempo de Jesús y el inicio del tiempo de la Iglesia. El autor estudia el contenido
teológico de esas dos vertientes de la ascensión.
Jesu Himmelfahrt nach den lukanischen Schriften, Geist und Leben, 34 (1961), 91-99
Lucas ha dedicado relativamente mucha atención a la Ascensión de Jesús. Pero ¿de qué
modo ha entendido lo que nosotros llamamos Ascensión del Señor?
En el Evangelio de Lucas
Lc 24,50-53, en el contexto actual, se une a los relatos de las apariciones de Jesús
resucitado. La conexión de la perícopa de la Ascensión con la de la Resurrección tiene
un significado: resaltar que el protagonista de la Ascensión es el resucitado que se
despide para siempre de sus discípulos en una última aparición. Así subraya Le que la
Ascensión de Jesús acontece en la misma esfera de las apariciones del Jesús resucitado,
de cuyo peculiar modo de ser ya deja entrever; algo Lc 24.
La Ascensión debía tener lugar en Jerusalén, adonde Jesús condujo a sus discípulos,
porque allí se "cumplía su partida" y desde allí irrumpió la señal del Espíritu Santo y su
testimonio (Lc 9,31.51.53; 13,22...). En el monte de la Revelación "levantó Jesús las
manos y los bendijo". Jesús nunca había bendecido antes a los apóstoles, ni es corriente
este gesto, que caracteriza a Jesús como sacerdote que bendice, en el Nuevo
Testamento.
Para Lc esta bendición realiza la bendición prometida a Abraham en otro tiempo
(Hechos 3,25) y le permite relacionar el principio y el fin de su Evangelio. A Zacarías,
sacerdote que no puede bendecir por su incredulidad (Lc 1,22), opone Jesús, sacerdote
que termina su sacrificio con una bendición eficaz y cuya liturgia es perfecta.
Jesús se separa de los discípulos durante la bendición y no después de ella. La misma
partida es una separación rica en bendiciones.
Pero cuando Le dice "se separó de ellos" ¿se refiere a lo que llamamos Ascensión o sólo
a un suceso semejante al "se hizo invisible" (Lc 24,31) en la perícopa de Emaús? La
solemne formulación y el modo determinar la narración evangélica excluyen esta
suposición.
Desde el punto de v ista histórico la Ascensión significa para Lc la separación del
resucitado; entre éste y sus discípulos se abre una distancia absoluta.
Pero entonces ¿no resulta incomprensible que los discípulos "volvieron a Jerusalén con
gran alegría y estuvieron todo el tiempo en el templo alabando a Dios"? ¿Cómo pueden
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alegrarse cuando Jesús se separa de ellos? Para resolver estas preguntas hay que atender
al trasfondo de la narración.
La "gran alegrías que les desborda es la alegría de quienes no sólo han visto al
resucitado, sino que han sabido relacionar la Resurrección con su partida y ésta con la
promesa del Espíritu Santo (Lc 24,49). Es la "gran alegría" de quienes han visto ya
prenunciado en la Ascensión, el primer signo de "los tiempos de refrigerio que proceden
del Señor", "los tiempos de la universal restauración" (Hechos 3,20). La "gran alegría"
de los testigos de la Ascensión es la entrada en el "júbilo" ilimitado y que irrumpe
siempre allí donde alguien se hace cristiano (Hechos 16,34), el "júbilo" que se actualiza
siempre que se parte el pan en la comunidad (Hechos 2,46). La "gran alegría" es el
cumplimiento del gozo prometido por el ángel a Zacarías (Lc 1,14) y la realización de la
gran alegría que el ángel prometió a los pastores (Lc 2,10).
Vuelve, por tanto, Le a enlazar el fin con el comienzo de su Evangelio. Al íntimo
descubrimiento del significado salvador de la separación del resucitado corresponde la
actitud de los discípulos vueltos a Jerusalén: "y estaban todo el tiempo alabando a
Dios". El templo es en el Eva ngelio de Le el objetivo peculiar de Jesús y el lugar
esencial de su enseñanza en la tierra (Lc 19,45; 22,37.53). El templo se convierte ahora
en el lugar de estancia de la comunidad de la Ascensión y será durante mucho tiempo
centro de reunión de la comunidad de Pentecostés. El templo en los cc. 1 y 2 de Le es el
lugar de los que "esperan la salvación de Israel" (Lc 2,38; 2,27.37.46). Y las oraciones
de alabanza que se escuchaban al principio del Evangelio (Lc 1,42 ss.; 6.4.68 ss.; 2,28)
se complementan con la oración de la Iglesia que ha entendido la misteriosa Ascensión
como consumación de Jesús y renovación para ella. De nuevo aparece en Le la
conexión entre principio y fin.
En los Hechos de los Apóstoles
En los Hechos comienza Lc con una nueva narración de las últimas palabras de Jesús y
de su Ascensión.
Para Lc el "fue llevado a lo alto" (Hechos 1,2). no sólo significa la conclusión de lo
acaecido hasta el momento, sino que tiene gran importancia para lo que va a suceder.
Por eso Le se detiene en el conjunto de apariciones, últimas instrucciones y en la misma
Ascensión, pues, para él, están íntimamente ligadas entre sí. Una frase que alude en
general al tiempo de las apariciones constituye el fundamento de lo que seguirá; es el
versículo 3. En dos peque ñas escenas -vv. 4-5 y 6-8- se desarrolla teológicamente la
palabra clave "Reino de Diosa. Acerca de las apariciones sabemos ahora que el
Resucitado se manifiesta tras su muerte como el "viviente", y realiza esta manifestación
"con muchas pruebas". Se apartaba de su vista haciéndose invisible, pero de nuevo
volvía a la visibilidad. Estas apariciones ocurrieron delante de los testigos "elegidos de
antemano por Dios" (Hechos 10,40) y se realizaron "durante 40 días". Este número es
simbólico para Lc. Este número que aparece también en la historia de Moisés y de Elías
y en la tradición de Jesús (Mc 1,13), representa el "tiempo santo". Aquí sirve para
caracterizar el tiempo de las apariciones como tiempo mesiánico de preparación de la
Iglesia y al mismo tiempo quizás coloca las apariciones de Jesús en el plano de los
"misteriosos intermedios" de los profetas del Antiguo Testamento. En todo caso el
pasaje de Lc 13,30 muestra cómo Lucas no entiende el número 40 en un sentido
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primaria y estrictamente cronológico. ¿Qué dijo Jesús resucitado a sus apóstoles sobre
el Reino de Dios? ¿Cuándo les habló sobre él? Las palabras de Jesús sobre el Reino se
corresponden con Lc 24,49 y tuvieron lugar en una cena del resucitado con sus
discípulos que Lucas relaciona con Lc 24,41 ss. En ella Jesús manda a sus discípulos
esperar la promesa del Espíritu Santo en Jerusalén. Pero ¿cómo sabemos que Jesús al
hablar de la promesa habla del Reino? Esto se aclarará por la introducción de una nueva
escena que para Le sólo es continuación de las anteriores y que servirá para iluminar el
testimonio central del resucitado y los presupuestos teológicos de la Ascensión. Los
Apóstoles ante las alusiones de Jesús al Espíritu Santo, preguntan: "Señor ¿en ese.
tiempo vas a restablecer el Reino de Israel?" Si los apóstoles preguntan por el Reino de
Dios, después de haber hablado Jesús de la promesa del Espíritu Santo, es porque
asocian el Reino a la promesa.
Por consiguiente, según Lc, Jesús resucitado al referirse al inminente don del Espíritu
Santo ha querido responder al interrogante del próximo advenimiento del Reino, en el
que se incluye el problema de Israel como pueblo de este Reino. De esta manera se
comprenden las tres aclaraciones de Jesús a la pregunta de los apóstoles. 1) "No os
corresponde a vosotros saber el tiempo y la fecha que mi Padre celestial ha
determinado". Esta es la variante de Le al logion de Mc 13,32. Con esta respuesta niega
Jesús a la Iglesia el conocimiento de la llegada del Reino. 2) "Mas recibiréis la fuerza
del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros". Les afirma Jesús no sólo que viene el
Espíritu Santo "en este tiempo" en lugar del Reino de Dios, sino que el don del Espíritu
hace superfluo cualquier conocimiento sobre la llegada del Reino. Con ello la
Revelación ha alcanzado fundamentalmente su fin. No queda suprimida la llegada del
Reino, ni los apóstoles están dispensados de esperarlo, pero el Espíritu Santo suspende
radicalmente la pregunta sobre el "cuándo". El tiempo que va a sobrevenir ahora es el de
la Iglesia. 3) " Y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y Samaria,
hasta el último confín de la tierra". Estas palabras son simultáneamente una promesa y
una orden. Con ellas el resucitado sustituye el tiempo, solamente determinado por Dios,
de la llegada del Reino, por el tiempo del Espíritu y de la Iglesia misionera que deberá
ignorar tal llegada. El resucitado ha promulgado su testamento en el que legitima el
tiempo de la Iglesia del testimonio bajo el soplo del Espíritu. Después de esto ya nada
impide la separación del resucitado. Por lo que Lucas narra inmediatamente la
Ascensión del Señor.
De esta narración se ocupan los versículos 9-12. Es un relato escueto, sin matices
sicológicos ni adornos legendarios porque está redactado atendiendo a su contenido
teológico y a la luz de una doble problemática: la de la espera del Reino y la de la
decisión divina sobre el tiempo de la Iglesia. Esta es la única explicación de por qué Le
repite la escena de la Ascensión en la introducción de su obra sobre la Igle sia.
"Dicho esto, fue elevado a la vista de ellos hasta que una nube le encubrió a sus ojos".
Le cambia de nuevo la expresión de lo que nosotros llamamos Ascensión. Utiliza una
forma pasiva: "fue elevado hacia arriba". Éste y otros pasajes (2,32; 2,34; 5,31)
demuestran que la terminología no está todavía fijada. El suceso es visible y ocurre
"delante de sus ojos". Se trata también aquí de la visibilidad del aparecido como
resucitado. Los discípulos atestiguan un hecho de una factura singular. Para Lc el "hacia
arriba" se ha de comprender "visiblemente", pero no propiamente como una ascensión
al cielo material. Pues ésta ni fue descrita, ni podía serlo. Porque "una nube tomándolo
sobre sí, lo ocultó a sus ojos". La nube para Lc, que habla con categorías de
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representación antiguas, es el lugar y signo de la presencia condescendiente de Dios.
Por eso está relacionada con la Parusía de Cristo (v. 11). Jesús entra con el "hacia
arriba" en la dimensión de la presencia de Dios y con ello, al mismo tiempo, es apartado
de la mirada de los testigos. En este sentido la describe Lc como una "exaltación". La
dimensión de Dios, como tal, es el "cielo". El espacio geográfico celeste se transforma
en un concepto teológico. De este modo, el "ser elevado al cielo" del v. II, es designado
en Hechos 2,23, con ayuda del salmo 110,1, como "ser exaltado por la diestra de Dios",
por la que Jesús crucificado y resucitado es constituido en "Señor y Mesías". Cuando
Esteban, "lleno del Espíritu Santo", miraba al cielo, vio "la gloria de Dios y a Jesús de
pie a la diestra de Dios" (Hechos 7,55). Ese cielo, sólo abierto a los ojos iluminados por
el Espíritu, es el objetivo de la Ascensión de Jesús.
También ahora, como en la Resurrección, aparecen dos ángeles que anuncian e
interpretan el suceso. Al reprender a los "viri galilaei" les advierten que la Ascensión de
Jesús no incluye su vuelta inmediata y que esta vuelta tendrá lugar del mismo modo:
intuitivo- no intuitivo que la Ascensión, es decir, como un suceso fáctico, pero que no
puede ser comprendido por el que lo mira.
La Parusía de Jesús adquiere mayor fundamento con la Ascensión; no sucederá en "este
tiempo", pero cuando ocurra, el Señor resucitado llegará desde el cielo en la nube de la
nueva condescendencia de Dios. Los apóstoles, en lugar de mirar al cielo, deben
cumplir su oficio de testigos por toda la tierra.
Los apóstoles creen esta interpretación del ángel y regresan a Jerusalén para esperar la
venida del Espíritu en perseverante oración. La Iglesia ha comprendido. perfectamente
la Ascensión de su Señor, y su situación en el tiempo misionero antes de la Parusía.
Conclusión
Recorriendo las diversas expresiones de Lc sobre la Ascensión podemos deducir ya su
interpretación. La Ascensión es un suceso acontecido al fin de las apariciones del
resucitado y que solamente se ha de entender en conexión con su apenas comprensible
modo de ser. Es sólo accesible a los testigos del resucitado. Es la exaltación definitiva
en la dimensión de Dios, el paso de la manifestación terrena de su doxa como aparecido,
a la doxa celestial. Es el remate perfecto de la Resurrección y el último y definitivo
servicio de la liturgia terrena de Jesús. Es el presupuesto de la Parusía. Es la
fundamentación del tiempo de la Iglesia porque es la posibilidad de la bajada del
Espíritu. Ella se celebra, por tanto, delante de la Comunidad, que con la alegría por la
completa Resurrección de Jesús y en la paciente seguridad de la Parusía, se prepara, con
esforzada oración, para recibir el Espíritu Santo prometido.
Tradujo y condensó: JULIO COLOMER
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