UNIVERSIDAD SALESIANA DE BOLIVIA DOSSIER DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Docente: Lic. Juvenal Quispe Huanca. 2011 Doctrina Social de la Iglesia 2 ÍNDICE I. INTRODUCCION .......................................................................................................... 5 1.2 OBJETIVOs DEL DOSSIER ................................................................................... 5 1.3 ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN ....................................................................... 6 1.4 IMPORTANCIA Y UTILIDAD .................................................................................. 6 II. CONTENIDO O CUERPO DEL DOSSIER ................................................................... 8 UNIDAD DIDÁCTICA I ASPECTOS GENERALES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ......................................................................... 8 1. Definición de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ................................................... 8 2. Documentos principales que contiene la DSI ...................................................... 11 3. División de la DSI ................................................................................................ 12 4. Naturaleza de la DSI............................................................................................ 12 5. Fuentes de la DSI ................................................................................................ 13 6. La legitimidad de la DSI ....................................................................................... 17 UNIDAD DIDÁCTICA II LA DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA DSI ................................. 21 1. La DSI anterior al siglo XIX.................................................................................. 21 2. La formación de la DSI en la época contemporánea ........................................... 24 UNIDAD DIDÁCTICA III PRINCIPIOS, CRITERIOS Y ORIENTACIONES DE LA DSI .. 31 1. Los principios generales de la DSI ......................................................................... 31 2. los criterios de juicio para enjuiciar las realidades sociales ................................. 33 3. Las directrices para la acción social .................................................................... 34 UNIDAD DIDÁCTICA IV LA PERSONA HUMANA......................................................... 36 1. La antropología cristiana ..................................................................................... 36 2. Los derechos humanos y la Doctrina Social de la Iglesia .................................... 41 3. Cuadro de derechos del hombre ......................................................................... 41 4. Los deberes del hombre ...................................................................................... 41 5. Los derechos y deberes del gobernante.............................................................. 42 6. Derechos y deberes de los pueblos..................................................................... 42 UNIDAD DIDÁCTICA V EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD HUMANA .......................... 44 1. Dos datos de situación ........................................................................................ 44 2. Definición de la solidaridad .................................................................................. 45 3. La solidaridad como principio de la DSI. Sus grados .......................................... 46 Doctrina Social de la Iglesia 3 4. La solidaridad en el Magisterio social contemporáneo ........................................ 46 5. La opción preferencial por los pobres. Sus características .................................. 48 6. El destino universal de los bienes de este mundo ............................................... 49 7. Corolario sobre el principio de solidaridad ........................................................... 50 8. Derivaciones de carácter sociológico .................................................................. 50 UNIDAD DIDÁCTICA VI EL PRINCIPIO DEL BIEN COMUN (O DE CONVERGENCIA EN EL BIEN COMUN) ........................................................... 52 1. Presupuesto inicial del tema ................................................................................ 52 2. El hombre, como persona, sujeto capital de la vida en sociedad ........................ 53 3. La autoridad, también sujeto capital de la vida asociada..................................... 55 4. La definición completa del bien común ................................................................ 56 UNIDAD DIDÁCTICA VII EL PRINCIPIO DE ACCIÓN SUBSIDARIA DE LA AUTORIDAD .................................................................................................................. 60 1. Análisis de la Quadragesimo Anno (nn. 79-80) ................................................... 60 2. Reflexiones sobre la naturaleza y trascendencia de la subsidiariedad ................ 63 UNIDAD DIDÁCTICA VIII EL PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN.................................... 66 1. Fijación, sentido y desarrollo de principio de participación. ................................. 66 2. Definición de principio de participación................................................................ 67 3. El principio de participación: causa de su relieve en reciente dsi. ....................... 68 4. Proceso de ampliación del principio de participación. ......................................... 68 5. El principio de participación: Sus ámbitos y consecuencias. ............................... 69 UNIDAD DIDÁCTICA IX EL PRINCIPIO DE LA CONCEPCIÓN ORGÁNICA DE LA VIDA SOCIAL I ................................................................................................... 71 1. Indicación cronológica y líneas de desarrollo del tema........................................ 71 2. La tendencia asociativa y el derecho natural de asociación. ............................... 71 3. El derecho de asociación..................................................................................... 73 4. Las entidades intermedias, un término nuevo significativo .................................. 74 UNIDAD DIDÁCTICA X EL PRINCIPIO DE LA CONCEPCIÓN ORGÁNICA DE LA VIDA SOCIAL II .................................................................................................. 78 2. Contexto histórico de la socialización .................................................................. 79 3. Definición de socialización ................................................................................... 80 4. Causas concretas de la socialización .................................................................. 81 5. Valoración: juicio crítico sobre la socialización .................................................... 82 UNIDAD DIDÁCTICA XI PRINCIPIO DE LA JUSTICIA SOCIAL ................................... 84 Doctrina Social de la Iglesia 4 1. El sustantivo, el adjetivo y el término compuesto: “justicia social” ....................... 84 2. La novedad semántica de la justicia social en la DSI .......................................... 85 3. El término “justicia social” en los documentos sociales del Magisterio ................ 87 4. Dinamismo de la justicia social: tres funciones .................................................... 89 5. La cuestión del derecho justo y la justicia social ................................................. 91 III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS .......................................................................... 93 3.1 BREVE RESUMEN DE ENCÍCLICAS SOCIALES ............................................... 93 IV. BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 122 Páginas webs ............................................................................................................... 123 V. GLOSARIO TERMINOLÓGICO ............................................................................... 124 Doctrina Social de la Iglesia 5 I. INTRODUCCION 1.1 PRESENTACIÓN La Iglesia defiende al hombre, colabora para su liberación, actúa en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, y en contra de las dominaciones y violaciones, de los atentados a la libertad, de las agresiones de todo tipo. A los cristianos nos toca contribuir a crear un mundo más justo, más humano, más cristiano; éste es el objetivo principal del presente Dossier de Doctrina Social de la Iglesia, cuyos autores han querido desarrollar como aporte para consolidar la formación de los alumnos de las distintas carreras de la Universidad Salesiana de Bolivia en una visión cristiana que se comprometa con la mejora de condiciones de nuestra sociedad que reflejen la justicia y la paz. El Dossier parte de la persona humana, mostrándola como lo esencial de la obra creada y de la sociedad; no existe por tanto un valor que sea tan preciado como el hombre. A la luz de la dignidad de la persona, se desarrollan distintos aspectos tales como los derechos humanos, la familia, la sociedad y el Estado. Apoyada en estos pilares, se desarrolla la doctrina de la Iglesia —a través de los documentos pontificios y episcopales— en todo cuanto atañe a los problemas sociales. En un mundo ganado por las ideologías, éstas son objeto de un minucioso análisis, a los fines de rescatar de ellas lo que tengan de positivo y realizar la crítica exhaustiva de sus elementos negativos. El presente trabajo tiene mucha importancia por su presentación reflexiva, analítica, y vivencia social; a medida de que el tiempo vaya trascurriendo, orientada a luz divina para nuestro milenio, engrandecida por personas comprometidos con la sociedad actual, buscando mejores días y de mucha solidaridad y felicidad. Fundamentalmente, la materia de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se presentará en los aspectos generales: su dimensión histórica, sus principios criterios y orientaciones, para comprender la importancia profunda del hombre como ser humano, ser para el otro en relación con los demás, con Dios y con el mundo. Comprendiendo la realidad de la persona humana, con todos sus derechos y deberes de los que emanan la solidaridad de todos los hombres. 1.2 OBJETIVOS DEL DOSSIER 1.2.1 OBJETIVO GENERAL Con esta materia se propone reflexionar y formar a los estudiantes en las dimensiones teórica, histórica y práctica de la Doctrina Social de la Iglesia para que puedan valorar un cristianismo verdadero, siguiendo los criterios desarrollados, y colocarlos como fundamento indispensable de su bagaje doctrinal, traducido en su actuación, participación y compromiso dentro de su vida social. Doctrina Social de la Iglesia 6 1.2.2 OBJETIVOS ESPECÍFICOS Profundizar los conceptos básicos de la DSI en las Encíclicas como fuentes y recursos para la vida social. Conocer y valorar críticamente el proceso histórico de la DSI, descubriendo sus aportes fundamentales en la historia para la formación de la vida social. Introducir a los estudiantes dentro de la Antropología cristiana, en donde encontrará derechos y deberes para un claro desenvolvimiento social. Implementar un estilo salesiano en el proceso enseñanza aprendizaje, enfatizando en los pilares básicos de: RAZON, AMOR Y RELIGIÓN con una conciencia valorativa, y una acción renovadora dentro del campo de la Educación y la Sociedad. 1.2.3 COMPETENCIAS Conoce, analiza, interpreta y aplica la Doctrina social de la Iglesia, que en su función evangelizadora busca humanizar la sociedad, ofreciendo respuestas a los problemas sociales actuales desde una concepción cristiana del hombre, de la vida social. 1.3 ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN El presente Dossier está estructurado de la siguiente manera: La primera parte consta de una introducción que orienta la finalidad de la materia. La finalidad, la importancia y la utilidad de la materia son expuestas de manera sintética para los estudiantes del nivel universitario. La segunda parte, propone el contenido esencial, descrito en el plan de disciplina. Está compuesto por unidades y temas. La tercera parte, consta de algunas lecturas complementarias descritas en las encíclicas papales, para orientar a los estudiantes en la acción social que promueve la Iglesia. La cuarta parte, presenta la bibliografía de apoyo para los trabajos de investigación y así mismo las referencias de las páginas Web de consulta. Finalmente, para una mejor comprensión de la terminología usada en la materia, se propone un glosario de términos. 1.4 IMPORTANCIA Y UTILIDAD La DSI se ha trasmitido principalmente mediante las encíclicas papales y las declaraciones de los obispos. Aunque estas enseñanzas no contienen una plataforma política ni una agenda legislativa, sin embargo bosquejan la visión de una sociedad justa. La importancia radica en el hecho de que la Iglesia, con sus enseñanzas, pretende iluminar las inteligencias, regir las costumbres, mejorar las condiciones de la vida del ser humano en su acción y orientar e impulsar el logro de una cooperación de todos los sectores sociales a favor del bien común. Doctrina Social de la Iglesia 7 Nuestra pedagogía como docentes supone acompañar a los estudiantes universitarios en este caminar que emprendimos juntos como compromiso en la formación humano cristiana. La utilidad de la DSI se muestra en que hace posible que: Los estudiantes sean capaces de responder a los desafíos de la vida con criterios de justicia social orientados por la DSI, en donde se buscará hacer prevalecer los derechos y deberes humanos. Se genere un compromiso de solidaridad unos a otros, proponiendo el estilo de vida de Cristo para una vida más humana. Se fortalezca la vida del estudiante en la fe, en relación con la sociedad actual y sepa vivenciar los valores evangélicos. Esta materia contribuya a la formación humana, social, académica y espiritual de los estudiantes Doctrina Social de la Iglesia 8 II. CONTENIDO O CUERPO DEL DOSSIER UNIDAD DIDÁCTICA I ASPECTOS GENERALES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA COMPETENCIA Analiza, describe y fundamenta los aspectos generales de la Doctrina Social de la Iglesia, su división, fuentes y legitimidad. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Definición de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Los documentos principales que contienen la DSI. División DSI: general y especial. Las fuentes DSI. El recurso de las ciencias sociales. La legitimidad de la DSI. 1. DEFINICIÓN DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (DSI) La DSI es el conjunto de enseñanzas que el magisterio de la Iglesia católica ha expuesto, en la época contemporánea, a partir de la llamada cuestión social. Está constituida única y exclusivamente por los pronunciamientos oficiales del Magisterio pontificio y conciliar, por vía generalmente ordinaria, sobre los diferentes ámbitos de la convivencia. La Iglesia trata, en cada lugar y en cada momento histórico, de iluminar la realidad con la luz del mensaje evangélico. Ante los problemas sociales (miseria, ignorancia, explotación de los trabajadores, violencia, guerra, etc.), la Iglesia busca señalar los medios más eficaces para solucionarlos. Por eso en cada época y situación: ANUNCIA la verdad hacer de la dignidad del hombre y sus derechos. DENUNCIA las situaciones injustas. COOPERA a los cambios positivos de la sociedad y al verdadero progreso del hombre. La Iglesia no se limita a hacer un estudio de la realidad: prepara la acción que pueda cambiar esa realidad, dando orientaciones, señalando caminos. Todo esto lo hace de dos maneras distintas: Doctrina Social de la Iglesia 9 Por la actividad de sus miembros (todo el pueblo de Dios: laicos, religiosos, sacerdotes, obispos). A través de declaraciones oficiales, generalmente en forma de documentos. Al conjunto de las declaraciones oficiales del magisterio de la Iglesia acerca de las relaciones sociales le llamamos DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. Si analizamos algunos de estos términos tenemos: DOCTRINA: Es el conjunto de enseñanzas. SOCIAL: Se refiere a las relaciones que se dan entre los seres humanos (familia, educación, trabajo, economía, política, relaciones internacionales, etc.). MAGISTERIO: Es la potestad de enseñar confiado por Jesucristo a los apóstoles y a sus sucesores: el Papa y los Obispos. Las conclusiones de Santo Domingo explican: “la DSI es la enseñanza del Magisterio en materia social y contiene principios, criterios y orientaciones para la actuación del creyente en la tarea de transformar el mundo según el proyecto de Dios”; “la DSI forma parte esencial del mensaje cristiano. Su enseñanza, difusión, profundización y aplicación son exigencias imprescindibles para la nueva evangelización de nuestros pueblos.” (SD 22). La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) consiste en todas las enseñanzas de la Iglesia Católica relacionadas con el contexto social. Desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, la Iglesia ha promulgado documentos que contienen reflexiones acerca de los efectos del desarrollo, la sociedad industrial y el capitalismo, los cuales constituyen un aporte invaluable en el actual debate a cerca de la globalización. La DSI se origina del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la vida de la sociedad. Gráficamente, así se origina la Doctrina Social de la Iglesia: Doctrina Social de la Iglesia 10 MENSAJE EVANGELICO REALIDAD SOCIAL (PROBLEMAS) IGLESIA REFLEXION Reflexión moral y filosófica – búsqueda científica (ciencias humanas y sociales) – Experiencias de la comunidad cristiana DOCTRINA SOCIAL PRINCIPIOS (Siempre válidos) ORIENTACIONES PRACTICAS ACCION CRISTIANA La Doctrina Social de la Iglesia es un cuerpo doctrinal que entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan de la realidad del hombre; estas son: lo religioso, lo económico, lo político, cultural, etc. Consiste primordialmente en todas las enseñanzas de la Iglesia Católica relacionadas con el tema de la justicia social, llevar a cabo cambios que sirvan al verdadero bien del hombre. Introducir a las personas en un nuevo modo de conocer y leer la realidad les ayuda a abrirse a horizontes más amplios, al servicio de cada persona: el pobre, el anciano, el extranjero, la viuda… Impone la facultad moral de ejercer el derecho para llegar a la justicia, la cual es el fundamento principal de esta doctrina. “Hoy la doctrina social de la Iglesia se centra especialmente en los hombres y las mujeres puesto que ellos están comprometidos en una red compleja de relaciones dentro de las sociedades modernas. Las ciencias humanas y la filosofía son útiles para interpretar el lugar central de la persona humana dentro de la sociedad y para proveer un mejor entendimiento de lo que significa ser un ser social. Sin embargo, la verdadera identidad de una persona es revelada completamente a través de la fe, y precisamente es de la fe de donde comienza la doctrina social de la Iglesia. Si bien se sirve de todas las contribuciones hechas por las ciencias y la filosofía, la doctrina social de la Iglesia está apuntada a ayudar a la humanidad en el camino de la salvación” (Centesimus Annus, 53-54). Doctrina Social de la Iglesia 11 2. DOCUMENTOS PRINCIPALES QUE CONTIENE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Nuestro recorrido por los documentos doctrinales se inicia con la encíclica RERUM NOVARUM, del Papa León XIII, hasta la encíclica CENTESIMUS ANNUS, de Juan Pablo II. 1891 León XIII: Rerum Novarum (Sobre la Cuestión Obrera) 1931 Pío XI: Quadragesimo Anno (Sobre la reconstrucción del orden social) 1961 Juan XXIII: Mater et Magistra (Cristianismo y progreso social) 1963 Juan XXIII: Pacem in Terris (Paz en la Tierra) 1965 Concilio Vaticano: Gaudium et Spes (La Iglesia en el mundo moderno) 1967 Paulo VI: Populorum Progressio (Sobre el desarrollo de los pueblos) 1971 Paulo VI: Octogesima Adveniens (Una llamada a la acción) 1971 SÍNODO DE OBISPOS: JUSTICIA EN EL MUNDO 1975 Paulo VI: Evangelii Nuntiandi (La evangelización en el mundo moderno) 1979 Juan Pablo II: Redemptor Hominis (Redentor de la humanidad) 1981 Juan Pablo II: Laborem Exercens (Sobre el trabajo humano) 1987 Juan Pablo II: Sollicitudo Rei Socialis (Interés social de la Iglesia) 1991 Juan Pablo II: Centesimus Annus (El Centenario) 1994 Juan Pablo II: Tertio Millennio Adveniente (Año de Jubileo 2000) 1995 Juan Pablo II: Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida) Estas encíclicas, que pueden ser doctrinales o exhortaciones sociales, son los documentos de mayor autoridad del magisterio ordinario de los Papas. Se dirigen a toda la Iglesia o a Iglesias particulares. Algunas se dirigen a “todos los hombres de buena voluntad”, pues también pueden ser comprendidas por los no católicos. El autor definitivo de la encíclica es el Papa firmante. Aunque, para la selección de temas, la redacción de contenidos, la revisión de estilo, etc., pueden tener colaboradores, asesores y redactores, que en ocasiones son conocidos, con la firma de la encíclica. La publicación en 1891 de la encíclica Rerum Novarum marca el inicio del desarrollo de un cuerpo significativo de Doctrina Social en la Iglesia Católica. Presentó las tres coordenadas de la promoción moderna de justicia y paz (personas, sistemas y estructuras) establecida desde entonces como parte integral de la misión de la Iglesia. Ha habido numerosas encíclicas y mensajes sobre temas sociales en los años posteriores; se desarrollaron diversas formas de acción católica en distintas partes del mundo; la ética social comenzó a ser materia de estudio en escuelas y seminarios. Sin embargo, tuvimos que esperar hasta el Concilio Vaticano II y la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno (Gaudium et Spes) para la declaración que representa un cambio en la actitud de la Iglesia en referencia a su Doctrina Social de la Iglesia 12 presencia en el mundo, junto a una llamada a establecer el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, para ayudar a la Iglesia a responder a los desafíos en el mundo. Al mismo tiempo, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia indicaba que el laicado goza de un papel importantísimo en el cumplimiento universal de la tarea de ayudar al mundo a obtener su destino en justicia, en amor y en paz (LG, 36). En Centesimus Annus, el Papa Juan Pablo II hace el siguiente resumen: “Durante los últimos cien años la Iglesia ha expresado repetidamente su pensamiento, mientras seguía de cerca el desarrollo progresivo de la cuestión social”. Ciertamente no ha hecho esto para recuperar antiguos privilegios ni para imponer su propia visión. Su único propósito ha sido cuidar responsablemente la humanidad, confiada a ella por Cristo… la única criatura sobre la tierra a la que Dios quiso por sí misma… No estamos tratando aquí de algo abstracto sino de hombres y mujeres concretas e históricas. Estamos tratando de cada individuo puesto que cada uno está incluido en el misterio de la Redención, y a través de este misterio Cristo se ha unido con cada uno y cada una para siempre. De ahí se sigue que… esta humanidad es la ruta fundamental que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión… el camino trazado por el propio Cristo, el camino que lleva invariablemente por el misterio de la Encarnación y la Redención. 3. DIVISIÓN DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA PARTE GENERAL La parte general de la DSI está constituida por todos y sólo aquellos elementos genéricos, que por su misma universalidad tienen una proyección necesaria y son de aplicación obligada en los diferentes sectores o cuestiones que se tratan en la parte especial. La parte general contiene y explica lo común a todos ellos. PARTE ESPECIAL Estudia las grandes áreas temáticas de la vida social, la socio-política, la socioeconómica, la socio-cultural. 4. NATURALEZA DE LA DSI Elaboración sucesiva: la DSI no se ha formado instantáneamente, sino que se ha ido elaborando con el paso del tiempo. La DSI nace y se desarrolla a partir del encuentro del mensaje evangélico con los problemas sociales del momento. El Evangelio, la Tradición y la razón proporcionan el deposito de las verdades permanentes que van a utilizar en su desarrollo la DSI. Continuidad y cambio. Este binomio, que es sinónimo de identidad y evolución o desarrollo, y que expresa un a de las grandes características esenciales de la DSI, reitera la combinación, que hemos dicho antes, de permanencia y mutación: continuidad e identidad significan que la DSI es siempre la misma en su inspiración de fondo, en sus elementos constantes. Doctrina Social de la Iglesia 13 evolución y desarrollo quieren decir que tal identidad sabe someterse y adaptarse a la ley del cambio histórico. Progreso, no inmovilismo. Es una consecuencia de lo anterior. Como ley de vida en lo personal y en lo institucional, la DSI no es estática sino dinámica. Se instala en el presente de cada época, sin desconectarse de lo vivido ene el pasado y prestando atención previsora al futuro inmediato. Inductiva, no meramente deductiva. La DSI procede, en su elaboración a través del tiempo, por la vía de la deducción. Vive de la experiencia y también del razonamiento. En la DSI hay deducción a partir de los grandes principios permanentes. Vida, no mera teoría. La DSI no es mera disciplina académica. Principalmente se orienta a la vida y está hecha para practicarla. Tiene y necesita una estructura sistemática y una claridad pedagógica. Pero no puede exponerse ni desarrollarse con la rigidez de lo puramente abstracto. No es materia meramente conceptual, sino que su razón de ser e eminentemente pragmática. Todos los escalones de la DSI han de llevar a alcanzar una plataforma de praxis social. Asimilación y rechazo. La DSI utiliza y urge, en el contacto diario crítico con las realidades temporales, la dialéctica altamente de la asimilación y del rechazo, conforme al aviso paulino “examinen todo y quédense con lo bueno” (1Te 5,21). Asimilación, para incorporar cordialmente todo lo positivo que a lo social aporta cada época. Y rechazo de cuanto en ese orden es inconsistente o contrario a la verdad de la Iglesia. Por esto, la DSI es una escuela valiosa para percibir claramente y para aplicar con intensidad el bien común completo en todo los ámbitos sociales. La DSI, según palabra s de Pío XII, ha nacido para responder a necesidades nuevas, y en el fondo, no es más que la aplicación de la perenne moral cristiana a las presentes circunstancias económicas y sociales. 5. FUENTES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ¿De dónde sacan el Papa o los Obispos los principios y el contenido de la DSI? De cuatro fuentes, que son como un patrimonio, un tesoro que la Iglesia ha adquirido progresivamente: La Sagrada Escritura: es decir la Biblia, que es la Palabra de Dios. De los libros sagrados, los más importantes para la DSI son los que componen el Nuevo Testamento, o libro de la Nueva Alianza, que nos dan los principios de la moral cristiana: los Evangelios, las Cartas —especialmente las de San Pablo—, y los Hechos de los apóstoles. En menor medida, también hay enseñanzas “sociales” en el Antiguo Testamento, que muestra sucesivas opresiones de liberación (en libros como el Génesis, el Éxodo, el Deuteronomio, los Profetas, etc.). Las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, nombre con el que se identifica a los escritos eclesiásticos del los primeros siglos (especialmente del II al IV), como Ambrosio, Policarpo, Clemente Romano, Crisóstomo, Basilio, Lactancio, Agustín, etc. En sus escritos se muestra una permanente preocupación por la justicia y por los pobres. Doctrina Social de la Iglesia 14 Las enseñanzas de los grandes teólogos, tanto de la antigüedad —sobre todo Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo del siglo XIII— como más recientes, incluso contemporáneos (por ejemplo, en la encíclica Populorum Progressio, Pablo VI cita a Maritain, Lebrel, Chenu, De Lubac y otros). El mismo magisterio de la Iglesia. Los documentos de los Papas (especialmente las encíclicas llamadas sociales, desde León XIII en adelante), de los Obispos, de los Concilios (reunión de los obispos de todo el mundo) y de las Conferencias Episcopales (reunión de los obispos de un país o de una región). En la Iglesia hay un MAGISTERIO EXTRAORDINARIO. Se ejerce cuando el Papa habla EX CATHEDRA, de forma infalible, sobre contenidos dogmáticos. Lo hace con formulas precisas y breves que le permite a la Iglesia universal tener una VERDAD que exige un asentimiento absoluto. Magisterio NORMAL Y ORDINARIO, que se desarrolla, acoge y contiene los temas y el modo de tratarlos. Las encíclicas todas tienen igual valor, independientemente del tema que traten. Ej., los del tipo social revisten una especial importancia en la solución de los problemas sociales. En este sentido, las encíclicas son verdadero magisterio ordinario de la Iglesia. A través de ellas, se unifica y se orienta la enseñanza episcopal en el mundo entero. Las intervenciones que el Magisterio social de la Iglesia va ofreciendo forman un “Habeas” doctrinal que se va articulando poco a poco, a medida que la Iglesia “lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la Historia (SRS 1 y Catecismo 2422). LA RAZÓN El pensamiento católico, y por consiguiente la DSI, es racional y realista. Defiende y cultiva la capacidad objetiva del conocimiento humano y afirma, al mismo tiempo, la trascendencia del ser en su realidad toda física y metafísica. La DSI, como parte esencial de la evangelización, al tener su fuente en la Sagrada Escritura, pertenece desde el principio a la enseñanza de la Iglesia, a su concepción del hombre y de la vida social, a la moral social singularmente. Como patrimonio, ha sido heredada y desarrollada después por las enseñanzas de los Pontífices, a partir de la Rerum Novarum de León XIII hasta la Centesimus Annus de Juan Pablo II (cf LE 3). La Conferencia de Puebla (1979) se refirió a la DSI con los siguientes términos: “Conjunto de orientaciones, doctrinas y criterios de acción que tienen su fuente en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres y grandes teólogos de la Iglesia y en el magisterio, especialmente de los últimos papas” (n. 472) Uno de los mejores tratadistas españoles de las cuestiones sociales, Luis GonzálezCarvajal, la define así: “La DSI es la explicitación de las consecuencias sociales de la fe cristiana llevada a cabo en los tiempos modernos por el magisterio eclesiástico” (1992: 655) Marciano Vidal, teólogo moralista español de prestigio internacional, da un paso más buscando una definición de DSI “menos reductiva”, y hablando de “la potencialidad Doctrina Social de la Iglesia 15 que tiene la fe cristiana para iluminar y transformar la realidad social de cada época y de cada situación”. Para el Magisterio de la Iglesia, la DSI tiene una gran importancia. A través del magisterio social, la Iglesia “hace oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales y comunitarios, naciones e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un cuerpo, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución social de los problemas derivados de las mismas” (CA, 5). Este magisterio se da en el contexto general de la doctrina del Papa y de la Iglesia, que también incluyen aplicaciones concretas según los distintos tiempos y lugares. A la Iglesia le ha sido confiado el don de la fe y la transmisión del mismo: “Cuando el Romano Pontífice o con él el cuerpo episcopal definen una doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la REVELACIÓN, a la cual deben sujetarse y conformarse todos; se nos transmite íntegra, se expone con fidelidad, gracias a la luz del Espíritu de la verdad”. (LG 25) CONTENIDO ESENCIAL DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ¿De qué trata la DSI? Los temas son muchos y variados pero todos están centrados en el hombre y en su dignidad como persona. Cada uno es la aplicación del concepto que la Iglesia tiene del hombre, a partir de la Revelación, y fundamentalmente del misterio de la Encarnación, de Dios hecho hombre. Ese concepto de la persona es integral, y por eso incluye también una visión de la sociedad y de la humanidad. A través de la Doctrina social, la Iglesia defiende al hombre, colabora para su liberación, actúa a favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, y en contra de las dominaciones, de las violaciones, de los atentados a la libertad, de las agresiones de todo tipo. Algunos de los temas específicos de la doctrina Social son: La persona humana La sociedad La solidaridad El bien común El trabajo La política, el Estado y las ideologías La justicia social La guerra y la paz La política internacional El desarrollo de los pueblos La familia y la cultura La participación La economía La Iglesia, con la enseñanza de la DSI, ofrece a todos los hombres de buena voluntad transformar los corazones y estructuras injustas porque afectan a los Doctrina Social de la Iglesia 16 hombres de nuestro tiempo. La Iglesia invita a aceptarla como instrumento adecuado para el diálogo IGLESIA-MUNDO y FE-CULTURA, porque contribuye a construir y consolidar cristianamente la sociedad, introduciendo obras de justicia y caridad. Hace un reconocimiento y enfatiza temas de actualidad: la inviolabilidad de la vida humana, la santidad e indisolubilidad del matrimonio, la dignidad de la mujer, el valor del trabajo, la injusticia social, la violencia, guerra, pobreza, etc. Estudiar esta materia es adentrarse en los cambios constantes, amplios y profundos de la sociedad; por ello la Iglesia no descuida su acción pastoral y orientación para la esperanza de los pueblos. UNA TAREA SIEMPRE NUEVA La DSI, a través de la enseñanza y de su aplicación, es el medio más eficaz para establecer una relación fecunda de DIÁLOGO y cooperación con la sociedad nacional e internacional, las instituciones, organizaciones sociales y los ciudadanos. En la elaboración de la DSI, concurre necesariamente la fe cristiana profesada por la Iglesia católica. Busca la VERDAD sobre la vida y sobre el hombre, para que puedan encontrar, en la DSI, la fuerza espiritual e intelectual para comprender y orientar el destino común de la familia humana. El Papa Juan Pablo II destaca la importancia de la DSI como instrumento de la Nueva Evangelización: con nuevos métodos, con nueva expresión y con nuevo ardor. DIMENSIONES DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA La DSI tiene tres dimensiones, relacionadas entre sí e inseparables: Dimensión teórica: principios éticos permanentes, producto de una reflexión orgánica y sistemática. Una reflexión sistemática, formulado explícitamente. Dimensión histórica: visión real de la sociedad y de sus problemas. Surgida en determinadas circunstancias. Dimensión práctica: orientaciones y directivas para la aplicación efectiva de los principios, mediante la acción. En la práctica, estas tres dimensiones se traducen en la metodología seguida para elaborar los documentos que forman la DSI. Esa metodología de desarrolla y se presenta en tres tiempos: VER: es percibir y estudiar los problemas y sus causas, aplicado las ciencias humanas y sociales (Dimensión histórica). JUZGAR: es interpretar la misma realidad a la luz de las fuentes de la Doctrina Social, pronunciando un juicio sobre los fenómenos sociales y sus consecuencias éticas. Esta es la función propia del Magisterio de la Iglesia: interpretar la realidad desde el punto de vista de la fe (Dimensión teórica). ACTUAR: es ejecutar la opción elegida. El Magisterio invita a hacer una elección concreta y a obrar según los principios y criterios expresados en su Doctrina social (Dimensión práctica). Doctrina Social de la Iglesia 17 PRINCIPIOS DE LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA La vida, la dignidad y los derechos de la persona humana. La medida de cada política está en cómo protege la vida humana, promueve la dignidad y respeta los derechos humanos. Este principio es el fundamento de la enseñanza de la Iglesia sobre la guerra, la paz y la vida social. La opción preferencial por los pobres. En la doctrina social católica los pobres y vulnerables tienen el primer lugar en nuestras conciencias y políticas. Si bien el lenguaje es nuevo —es un lenguaje que proviene de América Latina— ha sido abrazado por toda la Iglesia como la expresión contemporánea de Mateo 25: seremos juzgados por todo lo que hayamos hecho por los más humildes, “por los más pequeñitos”. La solidaridad. Este es un principio esencial para edificar un mundo nuevo. Es una expresión moral de interdependencia, un recuerdo de que somos una sola familia, sin importar nuestras diferencias de raza, nacionalidad o posición económica. Las personas de tierras lejanas no son enemigas ni intrusas, los pobres no son una carga, son hermanas y hermanos, dotados de vida y dignidad, a quienes estamos llamados a proteger. La justicia, el bien común y la participación. Aparte de la reflexión teológica social, será también una reflexión filosófica, para fundamentar conceptos como: la verdad, el valor de la persona humana, las leyes morales, etc. La DSI es mediación entre el Evangelio y la realidad social. La Iglesia tiene como misión de enseñar la Buena Noticia para la salvación del hombre, por eso lo considera como el primero y principal camino en el cumplimiento de su misión. La DSI, nos es un cuerpo estático y cerrado de verdades, sino dinámico y abierto en sus formulación, elaboración, enseñanza y aplicación. 6. LA LEGITIMIDAD DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA La DSI forma parte de una dedicación de la que la Iglesia no puede abdicar, ni desentenderse: Dios y los hombres. Por legitimidad se entiende aquí la razón de ser y los motivos que explican y justifican la DSI como expresión institucional de magisterio que la Iglesia católica posee también en materia social, distinguiendo tanto legitimidad ad intra como la legitimidad ad extra de esta doctrina. La legitimidad ad intra, opera de forma inmediata sobre los miembros de la Iglesia Católica. De forma extensiva opera también sobre ciertos sectores del cristianismo no católico. En consecuencia, la Iglesia está obligada a anunciar y a defender con su doctrina social, práctica de carácter moral, los derechos supremos de Dios y de los hombres, a la luz de la razón y de la fe. La legitimidad ad extra, se refiere alas justificación de la DSI ante el creyente no cristiano y ante el no creyente. También vale el argumento para creyentes-nocristianos, porque esa convergencia social aumenta con el común reconocimiento de la existencia de Dios y de la consiguiente dignidad radical divina del hombre. Doctrina Social de la Iglesia 18 EL CRISTIANO Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA A los cristianos —y especialmente a los laicos— nos toca construir un mundo más justo, más humano, más cristiano. Pablo VI pedía: “Que cada uno se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo esto no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de acción efectiva” (Octogesima Adveniens, 48). Al cristiano preocupado por los problemas sociales se le plantea una pregunta: ¿es obligado aceptar lo que enseña la DSI? Para contestar tenemos que distinguir entre: El Magisterio ordinario: la enseñanza del Papa de los Obispos, Concilios y conferencias episcopales, ejercida en forma corriente. El Magisterio extraordinario: definiciones dogmáticas formuladas por un Concilio ecuménico o por el Papa (por ejemplo, el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, proclamado por Pío XII en 1950). Estas definiciones son INFALIBLES (no puede haber ERROR EN ELLAS), por lo que los cristianos les deben una aceptación de fe: deben creer aunque no vean con claridad. Los documentos sociales pertenecen al Magisterio ordinario, que no exige un asentimiento de fe: sus afirmaciones pueden y deben ser estudiadas y aplicadas a la realidad que las dicta, pero sin que sea obligatoria una obediencia ciega. Además, en los documentos sociales vamos a encontrar dos tipos de afirmaciones: HACE DOS MIL AÑOS… … Jesús dijo a sus discípulos —y hoy nos dice a nosotros—: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros…” (Jn 13,34). “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28). “Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sea un solo vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulos, no quedará sin recompensa” (Mt 10,42). “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40) “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15). Desarrollos doctrinales sobre verdades cristianas fundamentales referidas al hombre y a la sociedad, y juicios sobre doctrinas o estructuras sociales. Difícilmente se pueda dudar o discutir estas afirmaciones de contenido permanente. Directivas de acción, determinadas por las circunstancias concretas (lugar y momento histórico), que son siempre cambiantes. Lo que vale para un momento o un país determinados puede no servir en otros. Cada cristiano y cada comunidad deben analizar e interpretar qué es aplicable a su realidad concreta. Es resumen, ¿qué debe hacer cada cristiano frente a la enseñanza social de la Iglesia? Varias cosas: Doctrina Social de la Iglesia 19 Estudiar la DSI: leer los documentos y conocer su contenido. Conocer los fundamentos de la doctrina cristiana, es decir, lo que enseña sobre la creación y el destino del hombre, el pecado, Cristo y la redención, la historia de la Iglesia, la muerte, el juicio final, etc. La DSI forma parte de la doctrina cristiana, y sin conocer ésta no se puede llegar a comprenderla. Analizar la realidad en que vive, a la luz de la Doctrina Social, para orientar su vida concreta. Tratar de llevar a la práctica esa orientación, en la familia, en el barrio, en el trabajo, en la parroquia, en la política, en la acción gremial, etc. MAGISTERIO SOCIAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Documento de Río de Janeiro. Extiende y empieza analizar la cuestión social en un momento muy crítico de formación y planificación, en búsqueda de paz y libertad en Latinoamérica. Sobre todo el emigrante. Documento de Medellín. Hace la aplicación del concilio Vaticano II a América Latina. Analiza el crecimiento demográfico. Éxodo de población del campo a las ciudades. Crecimiento de la marginalidad, movimientos guerrilleros en varios países de la región. Muestra la preocupación por la “promoción humana”, la justicia, la paz, la familia y demografía, la educación y la Juventud. Documento de Puebla. Estudia la DSI, la ideología, la liberación cristiana, el poder político, el uso de los bienes; gobiernos militares en Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Argentina, etc.; subsistencia de algunos movimientos guerrilleros; crecimiento de la deuda externa; violaciones de los derechos humanos. Se hace un estudio profundo de la opción preferencial por los jóvenes y los pobres. Conclusiones de Santo Domingo. Hace mención sobre la Nueva evangelización, Promoción humana, cultura cristiana. Durante gobiernos democráticos en casi todos los países latinoamericanos. Planes de ajuste económico. Situaciones de extrema pobreza. Narcotráfico. Corrupción administrativa. Aparecida. El documento está centrado en la persona cristiana como “discípulo y misionero de Jesucristo” en el mundo de hoy. En ella, se invita a retomar el compromiso cristiano de trabajar por un mundo más humano, de servicio y de esperanza. También enmarca los grandes desafíos del tercer milenio, y la preocupación por dar una respuesta a la sociedad actual. MAGISTERIO SOCIAL DEL EPISCOPADO BOLIVIANO La Tierra. Una urgente preocupación sobre la distribución de tierras, la propiedad privada, impuestos, etc. El Agua. Es el don más preciado, con este documento exhorta a cuidar y aprovecharlo bien. La política, la situación económica, el trabajo, el análisis de la realidad, etc. La Iglesia boliviana siempre ha hecho sus pronunciamientos y aportes, buscando una salida en bien común para la sociedad. Doctrina Social de la Iglesia 20 En fin, como asignatura de una carrera universitaria procura ayudar al alumno a continuar perfilando su formación profesional desde una perspectiva de servicio a la sociedad inspirado en el evangelio y en la concreta realidad socio-económicopolítico-cultural de la misma. Doctrina Social de la Iglesia 21 UNIDAD DIDÁCTICA II LA DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA DSI COMPETENCIA Describe el desarrollo histórico de la Doctrina Social de la Iglesia, partiendo de su fundamentación bíblica, de cuya fuente beben la teología y preparan el campo para las encíclicas papales que denuncian los sistemas político-económicos que atentan contra la dignidad del hombre y proponen una visión cristiana para la solución de los distintos problemas sociales. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: La Doctrina Social en el Antiguo Testamento La Doctrina Social en el Nuevo Testamento La Doctrina Social de la Iglesia anterior al siglo XX La formación de la Doctrina Social de la Iglesia en la época contemporánea 1. LA DSI ANTERIOR AL SIGLO XIX EL MENSAJE SOCIAL DEL ANTIGUO TESTAMENTO Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición que logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios aparece como origen y garantía de las condiciones fundamentales de vida del hombre: pone a su disposición los bienes necesarios e interpela la acción humana —tanto en el plano personal como en el plano social—, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres. Dios se revela progresivamente al pueblo de Israel. Según el libro del Éxodo, el Señor dirige a Moisés estas palabras: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,7-8). La cercanía gratuita de Dios se manifiesta en la liberación de la esclavitud y la tierra que le dona. En el monte Sinaí, la iniciativa de Dios se plasma en la Alianza con su pueblo, al que los mandamientos (cf. Ex 20). Los mandamientos ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana. Constituyen las reglas primordiales de toda vida social. Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo la fidelidad a Dios, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas Doctrina Social de la Iglesia 22 están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado el derecho del pobre: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia” (Dt 15,7-8). Todo esto vale también con respecto al forastero: “Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo soy Yahveh, vuestro Dios” (Lv 19,33-34). El don de la liberación y de la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo, están, por tanto, íntimamente unidos por una praxis que debe regular el desarrollo de la sociedad israelita en la justicia y en la solidaridad. Entre las múltiples disposiciones que tienden a concretar el estilo de gratuidad y de participación en la justicia que Dios inspira, la ley del año sabático —celebrado cada siete años— y del año jubilar —cada cincuenta años— (Ex 23; Dt 15; Lv 25) se distinguen como una importante orientación para la vida social y económica del pueblo de Israel. Es una ley que prescribe, además del reposo de los campos, la condonación de las deudas y una liberación general de las personas y de los bienes: cada uno puede regresar a su familia de origen y recuperar su patrimonio. Los preceptos del año sabático y del año jubilar constituyen una doctrina social en embrión. Muestran cómo los principios de la justicia y de la solidaridad social están inspirados por la gratuidad del evento de salvación realizado por Dios y no hay lugar a intereses y objetivos egoístas. Estos principios se convierten en el punto de apoyo de la predicación profética. Los profetas anuncian que el Espíritu de Dios hará arraigar en el corazón del hombre los mismos sentimientos de justicia y de misericordia que moran en el corazón del Señor (cf. Jr 31,33 y Ez 36,26-27). La reflexión profética y sapiencial llega a formular el principio de la creación de todas las cosas por Dios. Si Dios es el autor de la creación es también el dueño de todo lo creado. Nadie puede arrogarse, entonces, la propiedad de los bienes que Dios ha puesto a disposición para disfrute de todos los seres humanos. Por otra parte, el hombre y la mujer han sido creados a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27), es decir que tienen la misma dignidad. Esta dignidad se traduce en la igualdad de derechos y deberes. La narración del pecado de los orígenes (cf. Gn 3,1-24) describe la tentación permanente a apartarse del amor de Dios y querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo. La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas. En esta ruptura originaria debe buscarse la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad. Doctrina Social de la Iglesia 23 EL MENSAJE SOCIAL DEL NUEVO TESTAMENTO La DSI recibe del Nuevo Testamento el mensaje social, como depósito y fuente de inspiración activa, que debe conservar en todo momento y que debe ajustar, con discernimiento depurado, a las circunstancias de cada época. No es dueña del mensaje, sirio depositaria, administradora. Se hace así la DSI portadora del sentido social que irradia de la Buena Nueva, la cual contiene claramente algunas verdades fundamentales, que han forjado profundamente el pensamiento social de la Iglesia en su camino a través de los siglos (Cfr. Orientaciones 15-16). Este mensaje originario, que tiene sus precedentes en las enseñanzas sociales del Antiguo Testamento, ha sido desarrollado posteriormente, primero, por los Santos Padres y, luego, por los grandes teólogos católicos. EL MAGISTERIO SOCIAL DE LOS SANTOS PADRES Los Santos Padres, tanto los de Oriente como los de Occidente, forman el segundo momento en la configuración del patrimonio de la DSI. Fueron ellos los que inauguraron la era de un nuevo humanismo que se fundamenta en Cristo. A lo largo de casi diez siglos desarrollaron fielmente, aplicándolo según la época, el mensaje social del Nuevo Testamento, como maestros y expositores cualificados de la doctrina católica y como luchadores y defensores de la dignidad del hombre y de la vida social. Durante siglos tuvieron que suplir ellos, y la propia Iglesia con ellos, las insuficiencias y las lagunas de la imperfecta, y en ocasiones balbuciente, organización de la sociedad civil. Alentaron la recuperación de la herencia romana decaída y moderaron con acierto las energías de los pueblos germánicos que invadieron el Imperio. A la actividad docente de los Santos Padres, y al dinamismo asistencial que la Iglesia desplegó en el cuidado pobre y necesitado, debe añadirse la praxis que crearon en la evangelización de Europa grandes santos misioneros de Oriente y Occidente. Fueron ellos los pioneros de la civilización europea cristiana. Con su vida, escritos y métodos misioneros escribieron páginas decisivas en el libro del patrimonio histórico de la DSI y también de la cultura de Occidente. LA APORTACIÓN SOCIAL DE LOS GRANDES TEÓLOGOS En el no corto trayecto que separa los siglos XI al XVIII fueron los grandes maestros de la teología católica los que “primero en los monasterios y después en las universidades” hicieron “posible la elaboración científica de los principios básicos que regulan la ordenada convivencia humana” (Orientaciones, 7). Nos referimos a las figuras cimeras de la Escolástica en sus dos conocidos momentos de esplendor: el medieval (siglo XIII), en el que destacan como nombres representativos Santo Tomás de Aquino y San Raymundo de Peñafort; el renacentista y posrenacentista (siglos XVI y XVII) con Vitoria, Suárez y Belarmino. Pero el cuadro de los teólogos creadores del pensamiento social Doctrina Social de la Iglesia 24 católico de la Edad Moderna rebasa con creces el escueto elenco enumerado. Buena parte de sus enseñanzas forma hoy capítulos que tienen vigencia actual en los tratados de la DSI. En estas dos épocas florecieron sendos equipos teológicos que, basados en el mensaje social del Evangelio y en las enseñanzas de la Patrística, crearon la primera gran sistematización de la DSI, desarrollada por los Papas en los siglos XIX y XX. 2. LA FORMACIÓN DE LA DSI EN LA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA Se comprueba en este tema que en los documentos sociales del Magisterio se hallan presentes todos los principios, los originarios y los derivados (Cf. U.D. 3, apartado l). Pero cada documento, por razón del tema particular que aborda, y por imposición del contexto histórico en que se produce, atiende con frecuencia y subraya con trazo fuerte uno u otro principio. El proceso de formación de la DSI no debe concebirse como una obra cuyas escenas van introduciendo sucesivamente un principio tras otro, dejando a los demás entre bastidores. En el escenario se encuentran siempre todos los principios. Pero el primer plano lo tiene un principio determinado. La presencia simultánea de todos los principios es un primer dato. El segundo viene dado por el relieve primario que en un momento histórico determinado adquiere uno u otro principio, el que las circunstancias imponen. LEÓN XIII La temática, que los documentos sociales de León XIII abordan, no se limita a lo económico, sino que se extiende también a la familia, la política y la cultura. Sus enseñanzas se alzan durante el último tercio del siglo XIX: en el escenario en que se mueven la revolución industrial, el liberalismo político, el capitalismo económico, y el socialismo revolucionario; el telón de fondo está ocupado casi exclusivamente por la presencia de Europa, sacudida por los seísmos que siguieron a la Revolución francesa y la Ilustración; y la presencia de América, en trance de previsible y agitada independencia. De larga duración en el tiempo, de temática variada y amplia, y de honda intensidad en cuanto a contenidos docentes, el magisterio del sucesor de Pío IX indica el punto de partida decisivo en el giro nuevo del diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo. Con fidelidad exquisita a las más puras esencias evangélicas, supo oír e interpretar la voz de la época y decir su palabra de Maestro universal también en lo social. RERUM NOVARUM (15-V-1891) Limitando la síntesis a la encíclica Rerum Novarum (RN), dos son los puntos de doctrina general que en ésta destacan: el principio de la obligada intervención del Estado en el campo socioeconómico, que es expresión sectorial del principio de subsidiariedad. Doctrina Social de la Iglesia 25 y el principio de la libre asociación de los trabajadores que pertenece, como parte, al principio general de la concepción orgánica de la vida social. Debe notarse que, aunque el derecho de asociación se circunscribe en la RN al ámbito laboral, los elementos definidores del principio genérico de asociación están todos, y definitivamente, en aquélla. Sin embargo, en la RN aparecen, meramente apuntados y sin desarrollo explicativo propio, otros principios generales de la DSI: el de la solidaridad basada en la fraternidad universal; el del bien común como motor del principio de convergencia; el del derecho natural y el destino universal de los bienes temporales; y el principio antropológico o primado de la persona humana. La presencia de las realidades teológicas y cristológicas es fundamental y queda recogida abundantemente en la RN. Pío XII, en 1953, llamó la atención sobre este aspecto. PÍO XI Pío XI abarcó con sus enseñanzas sociales todo el panorama de la convivencia, definido por la problemática de la época. Cambios profundos se habían operado en relación con el contexto histórico al que atendió León XIII. El sentido del cambio era de seria agravación de los problemas. Los datos que configuraban una situación nueva, que requería respuesta nueva por parte de la Iglesia, eran: la concentración de fuerza y de poder económicos, la lucha de clases exacerbada, la primera guerra mundial y sus efectos, la revolución bolchevique de 1917, la crisis económica de 1929, la aparición de los totalitarismos de diferente signo, los avances del laicismo y el odio a lo divino, promovido por el comunismo. A montar esta respuesta atendió el magisterio de Pío XI. Cuatro sectores destacan en la documentación social del Papa Ratti: El familiar, el económico, el cultural y el análisis de la información. QUADRAGESIMO ANNO La Quadragesimo Anno (QA) aparece a los cuarenta años de la RN. Más que un hito, es un gran obelisco en el camino histórico y doctrinal que recorre este tema. La encíclica QA aportó al acervo de la DSI tres elementos en el orden de los principios generales derivados: la definición completa y la explicación definitiva del principio de la función subsidiaria de la autoridad y, por consiguiente, del Estado. Con ello se reiteraba y esclarecía el principio de la participación de los gobernados. Doctrina Social de la Iglesia 26 la confirmación ampliatoria del principio de la concepción orgánica de la vida social, con la doctrina de las corporaciones como entidades intermedias de origen privado, no estatal, y de derecho público, para dar consistencia al tejido social y robustecer el papel del ciudadano, asociado, en la vida pública. el principio de la justicia social, que tuvo pronto su prolongación en la encíclica Divini Redemptoris. La aportación doctrinal de Pío XI supuso un avance, expansión y consolidación de la DSI. Dio, al mismo tiempo, un impulso poderoso a la doctrina católica y a la acción social de los católicos; impulso que fue entonces certeramente canalizado por la obra de la Acción Católica, organización conexa con la Jerarquía. PÍO XII La contribución de Pío XII a la DSI fue gigantesca, por la altura y densidad de sus enseñanzas, y significativa, porque marcó el tránsito de León XIII y Pío XI hacia las enseñanzas de Juan XXIII y el Vaticano II. El magisterio de Pío XII se orientó no sólo a los hijos de la Iglesia, sino a toda la humanidad. Fue la gran voz del humanismo en las décadas de los cuarenta y cincuenta del presente siglo. Los radiomensajes Debe subrayarse el inmenso, asombroso y sugestivo bloque de los diecinueve radiomensajes navideños (1939-1957), en el que, como indica el propio Pío XII, se distinguen tres momentos: la segunda guerra mundial, la guerra fría, la que él denominó la paz fría o distensión relativa entre el Este y el Oeste. Este conjunto de documentos sociales ofrece una cantera de materiales para el estudio, fijación y vivencia de la DSI. Nada de lo social quedó fuera de sus análisis: dio nuevo desarrollo a la doctrina sobre el matrimonio la familia, la política y la economía. amplió extraordinariamente el tratado de la cultura. expuso con renovado acento el tema de la información, ya iniciado por Pío XI, dando entrada en la DSI a los nuevos medios de comunicación social. abrió un nuevo campo, el del derecho, hasta entonces sólo tangencialmente tocado por sus predecesores; proporcionó, en innumerables ocasiones, múltiples datos sobre las profesiones temporales, atendiendo no sólo sus aspectos técnicos, sino también el trasfondo ascético de la tarea profesional, como medio de santificación. Los cuatro principios originarios de la DSI Pío XII ha dado un tratamiento externo e intenso a todos y a cada uno de los cuatro principios originarios de la DSI, que cobran relieve de objeto singular y tratamiento específico: Doctrina Social de la Iglesia 27 el principio teológico lo domina todo; el cristológico tiene una exposición solemne y ungida en el último radiomensaje dirigido, en 1957, a toda la humanidad; el antropológico consta de dos retratos, el del hombre completo a la luz de la razón y de la fe, y el del hombre contemporáneo en su actual situación, compleja y contradictoria; el principio del derecho natural, con su engarce necesario con la ley eterna y su proyección en la ley positiva, principio y conexiones que Pío XII formuló con su certera frase del orden absoluto del ser, de los valores, y de los fines. JUAN XXIII Tanto en la Pacem in Terris como en la Mater et Magistra reiteró claramente los sumos principios originarios: particularmente el principio de “ordo naturae” (orden natural), al cantar la armonía maravillosa del cosmos y recoger las disonancias que en esa espléndida armonía introducen los desórdenes humanos. Es este principio, unido al antropológico, el que fundamenta la cuidadosa atención que Pacem in Terris de los derechos fundamentales del hombre. El principio de convergencia reaparece en el extenso pasaje dedicado al bien común. Análoga insistencia se observa respecto del principio de la subsidiariedad, cuya ubicación se traslada al plano mundial, y de principio de solidaridad universal. La socialización es el dato de época, que Juan XXIII utiliza para reforzar el concepto de organicidad de la vida social. Pero Juan XXIII no atendió solamente a los principios generales. Cuidó sobremanera de explanar, con amplitud inédita hasta entonces en la documentación del Magisterio, los criterios de juicio y las pautas generales para la acción social. Y lo hizo para adaptar la DSI y la acción social de los católicos a las exigencias del tiempo. EL CONCILIO VATICANO II En términos generales, el Concilio ofreció una síntesis autorizada, de interpretación auténtica, y estilísticamente nueva, de la Parte General de la DSI. Y, además, proporcionó una serie de apuntes certeros sobre los principales tratados de la Parte Especial, apuntes en los que se combina la presencia de los principios con los datos de coyuntura, circunstancial y pasajera, propios del momento. El documento capital es la Gaudium et Spes. La Congregación para la Educación Católica afirma a este propósito dos cosas: primera, entre la Mater et Magistra (1961) y la Gaudium et Spes (1965), “el camino recorrido por la doctrina social fue considerable”; segunda, la Gaudium et Spes, en el campo de la economía y, en general, en todo el amplio territorio de la convivencia, “supuso un giro fundamental en el proceso evolutivo de la DSI”, particularmente en lo tocante al desarrollo, que ha de Doctrina Social de la Iglesia 28 fundarse “en un concepto auténticamente humanista”, que abarque las dos vertientes de la vida humana y se extienda a todos los pueblos (Orientaciones, 24). Es preciso distinguir entre lo que es el contenido real de las enseñanzas sociales de los Padres conciliares, y lo que posteriormente han dicho y explicado los estudiosos de la doctrina social católica. Con respecto a este segundo grupo, es menester retener lo correcto y abandonar lo incorrecto. PABLO VI Las enseñanzas de Pablo VI forman otro de los caudalosos ríos que mantienen y han incrementado notoriamente la DSI. Su magisterio en lo social abarcó todos los campos. Dos son sus documentos capitales: la encíclica Populorum Progressio, de tema económico predominante, y la carta Octogesima Adveniens, de carácter político y social. Pero además sus intervenciones doctrinales fueron innumerables. El pontificado de Pablo VI se desarrolló en la situación mundial que ya esbozamos a propósito de Juan XXIII, con la creciente tensión entre el Este y el Oeste y el abismo, cada día mayor, entre el Norte y el Sur. Continuó avanzando el secularismo. Y tras el Concilio, y no a causa del Concilio, se acentuó la crisis de la DSI promovida por ciertos sectores internos de la Iglesia de la llamada teología de la liberación, ante la cual tuvo que hacer serias advertencias el Magisterio. Populorum Progressio y Octogesima Adveniens La encíclica Populorum Progressio (PP) se dirige a todos los hombres. Es documento interno y externo a la vez. La carta Octogesima Adveniens (OA), que conmemoró el octogésimo aniversario de la Rerum Novarum, es documento doméstico, interno. Ambos escritos, a los que debe añadirse la encíclica Ecclesiam Suam como precedente, se sitúan en el contexto y en la perspectiva de la Gaudium et Spes, pero con un matiz diferenciador: el de actualizar la Parte segunda de la constitución conciliar y reforzar con energía significativa la Parte primera de dicho texto. La encíclica Populorum Progressio (1967), que propugna el retorno al concepto completo del desarrollo, reitera también la doctrina de los grandes principios generales, particularmente el antropológico y el naturalista. La definición cabal del desarrollo, nombre nuevo de la paz, no puede desentenderse de su necesario enlace con el humanismo trascendente. Todos los principios están presentes en la PP, aunque con diferente amplitud explicativa: la solidaridad, la participación, “campo en el que queda mucho por hacer”, la subsidiariedad, y la organicidad. En la Octogesima Adveniens (1971) Pablo VI atiende, más que a los principios generales de la DSI, a los criterios de juicio que deben servir para el correcto discernimiento cristiano, y también a las normas de acción del cristiano en la vida social. No consagra fácil e indiscriminadamente el pluralismo, sino que delimita el ámbito de una correcta pluralidad de los cristianos en el orden temporal. Doctrina Social de la Iglesia 29 Pablo VI no da patente de legitimidad a cualquier opción: fija condiciones, reitera cautelas y recuerda límites, para salvaguardar la pureza de las opciones católicas. Por eso habla de los católicos inconscientes y de los católicos seducidos. En este sentido, la OA puede considerarse como complemento de la parte que la Ecclesiam Suam dedicó al diálogo en sus dos esferas, la intraeclesial y la extraeclesial. JUAN PABLO II Sintetizar la aportación de Juan Pablo II a la DSI no es tarea fácil. Por un lado, tal aportación se halla in fieri, no está concluida. Por otra parte, el número de los documentos es inmenso. No tiene precedente igual en el Magisterio de los Papas contemporáneos. Se puede afirmar, sin embargo, que uno de los datos fundamentales de esa aportación viene dado por la insistencia, claridad y energía, con que Juan Pablo II ha reiterado la actualidad urgencia y necesidad de DSI. Ha resuelto dudas, ha deshecho objeciones tanto externas como domesticas y ha recorrido todo el campo de la temática social presente. Y ello desde el primer momento de su pontificado. En sus tres grandes encíclicas sociales —Laborem Exercens (1981), Sollicitudo Rei SociaIis (1987) y Centesimus Annus (1991)— ha recogido y actualizado el entero cuadro de la doctrina. Todos los grandes principios, originarios y derivados, están incorporados y desarrollados. Lo mismo debe decirse de los criterios de discernimiento y de las normas para la acción. Defensa del hombre La defensa del hombre constituye hoy y ha constituido siempre el punto central de la DSI. La Iglesia posee, por entrega divina, la verdad completa sobre el hombre, frente “a la paradoja inexorable del humanismo ateo, el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser —el Absoluto— y situado así frente a la mera reducción del mismo ser”, dijo en Puebla (28 enero 1979). Es la fe revelada la que manifiesta plenamente al hombre su identidad verdadera: Y precisamente de la fe arranca la DSI, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación. (CA 54) Naturaleza de la DSI La capacidad de la DSI, de ser siempre la misma y de sintonizar certeramente con los retos de cada época, es la que explica la línea de continuidad —‘conexión orgánica”— y el dinamismo evolutivo —”nuevas significaciones y nuevos cometidos”— que aquélla posee. La cuestión social ha pasado de ser “el problema de la clase” a convertirse en el “problema del mundo”. La DSI se ha mundializado (LE, 2). Con relación a la naturaleza de la DSI, Juan Pablo II reitera lo afirmado por los Papas contemporáneos y el Vaticano II: “La DSI no es “una tercera vía” entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera es una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas Doctrina Social de la Iglesia 30 radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y de su vocación terrena y a la vez trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto no pertenece al ámbito de la ideología, sino de la teología.”(SRS, 41) Doctrina Social de la Iglesia 31 UNIDAD DIDÁCTICA III PRINCIPIOS, CRITERIOS Y ORIENTACIONES DE LA DSI COMPETENCIA Examina y compara los principios, criterios y orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia y los aplica a situaciones de su realidad social, regional, nacional e internacional. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Los principios generales de la Doctrina Social de la Iglesia Los criterios de juicio para enjuiciar correctamente las realidades sociales Las directrices para la acción social 1. LOS PRINCIPIOS GENERALES DE LA DSI La DSI, como corpus de enseñanzas oficiales y como disciplina científicamente estructurada, dispone de un cuadro de principios generales, de carácter permanente y valor universal, que gravitan sobre todas y cada una de las áreas particulares de la convivencia. Todos los principios generales (sean de primer o segundo grado) son universales, permanentes, constantes. Sus enunciados son reales y no meros enunciados lógicos. Algunos son estrictamente revelados, y otros son de alcance natural. LOS CUATRO PRINCIPIOS ORIGINARIOS O DE PRIMER GRADO Este primer gran sector está formado por cuatro principios escalonados, que expresan las realidades fundamentales y constituyen la base inamovible de toda la DSI. Son el principio teológico, el cristológico, el antropológico, y el ius naturalista o del orden natural en su relación con el hombre. Dicho con palabras concretas: Dios, Jesucristo, el hombre, y la naturaleza. El principio teológico Afirma la realidad suprema y primera: “Dios existe; ha creado el universo y el hombre”. Es el principio originario número uno de la DSI. De categoría primordial. Afirma la trascendencia absoluta de Dios y su acción creadora y providente. Subraya el origen divino de la dimensión social del hombre en todas sus manifestaciones correctas. Dios es la causa primera, el fundamento último, y la finalidad de toda forma social. Doctrina Social de la Iglesia 32 El principio cristológico El segundo principio originario, que prolonga y complementa el anterior, afirma que Jesucristo es Dios hecho hombre. Ha entrado en la historia de la humanidad y ha redimido definitivamente al hombre. Este principio pertenece por entero al área de la fe cristiana. La DSI presupone, afirma y proclama la divinidad de Jesús de Nazaret. El principio ha tenido un desarrollo notorio en el Magisterio social de la Iglesia de la época contemporánea: La encíclica Quas primas (8) afirma que “bajo la autoridad de Cristo se halla toda la humanidad… Cristo tiene autoridad sobre todas y cada una de las realidades sociales del hombre”. El Concilio Vaticano II lo reitera en la Constitución Gaudium et Spes (22; 32; 38; 45): todo lo comunitario tiene en Cristo su asiento y fundamento últimos. Las Orientaciones (63) lo recogen para la DSI, “la cual hunde sus raíces en la historia misma de la salvación y encuentra su origen en la misión salvífica y liberadora de Jesucristo y de la Iglesia”. La DSI es “una exigencia de la fe a la luz de la realeza de Cristo”. El principio antropológico Afirma este tercer principio la primacía total —subordinada a Dios y a Cristo— del hombre por encima de todo el orden material y en todas las formas y ámbitos de la convivencia humana. Es el principio que define la dignidad del ser, de la persona humana. El hombre, todo hombre, es señor de las realidades temporales. Es “imago Dei” en el tiempo y en el espacio, administra solidariamente y usa responsablemente todos los bienes de la creación. Su directa, necesaria e intrínseca conexión con los dos principios anteriores, establece la dignidad inviolable y permanente de la persona humana. En la DSI las dos formulaciones de este principio, principio antropológico y principio de la dignidad humana, son sinónimas y su concepción del hombre brota conjuntamente de la razón y de la fe. El principio del derecho natural Está en conexión con los tres anteriores y afirma la existencia de la naturaleza, de un orden en la misma, y de su origen divino. Este principio sobre el orden de la naturaleza se reduce a afirmar el tema básico del destino universal de todos los bienes materiales creados, para todos los hombres y para todos los pueblos. Es el gran principio que regula, por ejemplo, en lo económico, el tema del desarrollo; en lo jurídico, la institución de la propiedad y en lo filosófico, el grave problema de un derecho justo y de un derecho injusto. LOS SEIS PRINCIPIOS GENERALES DE SEGUNDO ORDEN Son los principios que proceden de los cuatro principios originarios o de primer orden. Aquí los enumeramos, dejando su desarrollo para las unidades siguientes: La solidaridad, como expresión social de la radical fraternidad humana. Doctrina Social de la Iglesia 33 El bien común o convergencia y colaboración de todos. La subsidiariedad, afecta directa y permanentemente a la autoridad social. La participación, propia de los gobernados. La vida social, concebida armónicamente. La justicia social. Todos estos principios, que son derivados y universales, son de aplicación necesaria en todas las dimensiones sociales del hombre, de acuerdo con el origen, naturaleza, objeto y sentido de cada una de ellas. 2. LOS CRITERIOS DE JUICIO PARA ENJUICIAR LAS REALIDADES SOCIALES La DSI no tiene como finalidad la mera contemplación especulativa, ni el simple estudio teórico de los grandes principios indicados en el epígrafe anterior, sino promover y canalizar la acción social de los católicos, histórica y localmente configurada, a la luz de los referidos principios. LOS CRITERIOS DE JUICIO Por criterios de juicio se entienden las normas siempre válidas para juzgar sistemas, estructuras, instituciones y situaciones sociales concretas. Tales criterios, que son irrenunciables, forman parte del depósito esencial de la DSI. Tomados del Magisterio, pueden señalarse los siguientes criterios prácticos: El conocimiento cierto del objeto o situación social que se enjuicia, y de la identidad cultural de cada comunidad, pueblo o agrupación social. La capacitación profesional y la experiencia correspondiente para juzgar con conocimiento de causa la materia respectiva. La formación correcta de la conciencia social, a la luz de Evangelio y de los documentos del Magisterio, y el cultivo serio de una sensibilidad social cristiana. Vigilancia, cautela e inventiva, para evitar que en el proceso de formación del juicio crítico se introduzcan elementos ajenos. EL DEBER DE LA IGLESIA DE EMITIR JUICIOS El Magisterio tiene el deber y consiguientemente el derecho de “emitir su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos, según la diversidad de tiempos y de situaciones” (GS, 76). La Iglesia no puede ser neutral en el campo de la moralidad, ni puede practicar por sistema la abstención o el silencio. En definitiva, el enjuiciamiento ‘consiste en llegar, a la luz de los principios permanentes, a un juicio objetivo sobre la realidad social, y a concretar según las posibilidades y oportunidades ofrecidas por las circunstancias, las opciones más Doctrina Social de la Iglesia 34 adecuadas que eliminen las injusticias y favorezcan las transformaciones políticas, económicas y culturales necesarias en cada caso particular’. 3. LAS DIRECTRICES PARA LA ACCIÓN SOCIAL Las directrices, están fijadas y son urgidas por el Magisterio. Por su intrínseca universalidad son aplicables a todos los sectores de la vida en sociedad. Los sujetos activos de estas normas de acción inmediata en lo social son: en primer término los seglares, a los que principalmente corresponde la tarea de aplicar las directrices, pero no exclusivamente; en segundo plano, los pastores. EL RESPETO AL HOMBRE A todo hombre, sin discriminaciones, y a todo el hombre, sin reduccionismos deformadores y unilaterales. En cualquier medio y situación, porque el hombre es el prójimo, el sujeto activo y pasivo del segundo mandamiento. Este respeto, como directriz de la acción social, no se limita a adoptar una actitud meramente pasiva e inoperante sino que incluye un esfuerzo personal y diario para promover la total dignidad del prójimo, individuo o colectividad. Las parábolas del buen samaritano (Lc 10,30-37) y del rico epulón (Lc 16,19-31) mantienen el valor de arquetipo exigente —en la acción y en la omisión— de esta norma. EL EJERCICIO DEL DIÁLOGO Este diálogo debe tener las siguientes características: respeto y coherencia, lealtad y realismo, intra y extraeclesialidad, para hallar vías de solución eficaces que exijan la colaboración de todos. En el ejercicio del diálogo debe distinguirse siempre entre el error y el sujeto que lo profesa, porque el equivocado de hoy puede mañana liberarse del error. Y hay que distinguir también los sistemas ideológicos en su estadio inicial puro y los movimientos históricos nacidos de esos sistemas. Con el paso del tiempo pueden éstos liberarse de la rigidez de aquéllos (MM, 205-297; PT, 158-159). LA LUCHA POR LA JUSTICIA Nos referimos a la lucha, noble y razonada, por la justicia social y por la solidaridad. La lucha por la justicia exige una ascética, a la luz de la razón y sobre todo de la fe, para superar dos escollos: la cobardía, superable por la fortaleza del espíritu para eliminar injusticias y situaciones de justicia consolidada; el impulso desordenado, ajustable por el criterio de la evolución, no el de la revolución. Doctrina Social de la Iglesia 35 LA EXPERIENCIA DE LA VIDA Apunta esta orientación principalmente a los laicos, aunque abarque también a los pastores en su radio de acción. La experiencia es, en todo orden de cosas, producto de la vida diaria conscientemente llevada. La experiencia, de la que habla la DSI, se obtiene por dos vías no intercambiables, pero sí complementarias: la experiencia profesional, o saber práctico, es el conocimiento personal adquirido y aquilatado con los años, que una persona logra en una realidad temporal determinada; la experiencia religiosa es también una necesidad práctica, no siempre atendida en grado suficiente, pero que para la acción social cristiana es un requisito absolutamente necesario. EL COMPROMISO POLÍTICO DEL CRISTIANO Este tipo de compromiso precisa disponer de ideas claras, que evite confusión y oscuridades. La fe cristiana tiene en gran estima la dimensión política de la vida humana cuando atribuye un carácter natural a la comunidad política, un origen divino último a la autoridad y la dignidad consiguiente de la obediencia, la primacía ontológica y final del ciudadano, etc. Es una obligación del creyente hacer presente la fe católica en el campo político. Esa fe generalmente subraya los valores naturales conocidos por la sola razón. Conviene distinguir dos realidades en este campo: la alta política donde la primera, la Iglesia, en cuanto tal, y por tanto su autoridad, puede y debe juzgar los sistemas y las decisiones políticas, cuando éstas se adentran indebidamente por el territorio de la moral; El compromiso político inmediato entendido como toma de decisiones concretas, establecimiento y ejecución de programas, organización de campañas, representación y defensa de intereses. En una palabra, ejercicio práctico del poder político, en el que los pastores deben mantenerse al margen. El compromiso político inmediato, tarea obligada de los seglares, es un deber no delegado a los laicos por la jerarquía, sino propio de su condición de bautizados y confirmados. Doctrina Social de la Iglesia 36 UNIDAD DIDÁCTICA IV LA PERSONA HUMANA COMPETENCIA Examina y reflexiona sobre las implicancias sociales que reviste la definición de la persona humana de la que proceden todos los derechos y deberes y propone casos de la vida real. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: La antropología cristiana Los derechos humanos y la Doctrina Social de la Iglesia Cuadro de los derechos del hombre Los deberes del hombre Los derechos y deberes del gobernante Los derechos y deberes de los pueblos 1. LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA DIGNIDAD DEL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS Frente a muchos atropellos contra la dignidad de la persona, es necesario la defensa de la persona como tal, por eso una de las finalidades de la Doctrina Social de la Iglesia, es la autentica lucha contra las violaciones a los derechos humanos. Mientras una quinta parte de la población mundial —unos mil millones de personas— goza de oportunidades vitales cada vez mayores, tres mil millones aspiran a superar la pobreza, y otros mil millones tienen como único futuro la mera supervivencia. Entre todos los seres de la tierra, sólo el hombre tiene la jerarquía de “persona”, es decir sujeto dotado de inteligencia, conciencia y voluntad libre y por eso mismo centro y vértice de todo lo que existe. Pero si desde este ángulo, que podríamos llamar ‘natural”, la dignidad de la persona aparece como importantísima, únicamente podemos apreciar su verdadera magnitud leyendo la Biblia. En ella Dios nos revela, no sólo que el hombre fue creado semejante a Él, sino que, cuando pecó, fue redimido y nada menos que con la sangre de su Hijo, Jesucristo. Es, entonces, el Creador mismo el que nos señala cuál es la dignidad que asigna al hombre. Por eso todo atropello, toda explotación, todo maltrato a un ser humano, por más pequeño e insignificante que parezca, es simultáneamente un atropello y una ofensa a Dios. Doctrina Social de la Iglesia 37 Así, por la Biblia sabemos qué es el hombre, qué relación tiene con las cosas y con los demás hombres y cuál es el sentido de su vida. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que: “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar” (N° 357). FUNDAMENTOS DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA El hombre ha sido creado como: Un ser imagen de Dios La Biblia nos enseña que el hombre fue creado “a imagen y semejanza” de Dios, es decir, provisto de inteligencia, conciencia y libertad. De estas características, propias y exclusivas del hombre, se derivan tres consecuencias: Que todo hombre vale porque es hombre, y no por lo que tiene o por lo que sabe. Que toda la creación visible está bajo su dominio. Que jamás puede ser tratado como una cosa o utilizado como un objeto. Un ser único e irrepetible Cada hombre es una creación única e individual de Dios. Una persona no es un número en un conjunto, ni un eslabón en una cadena. Cada hombre es un ser a quien Dios crea, llama y conoce por su propio nombre. Un ser social llamado a un destino trascendente Continuamente y de mil maneras Dios nos llama a construir la unidad fraterna entre todos los hombres y la unidad de todos los hombres con Él. Es decir, que nos confía la tarea de ser co-creadores del reino del amor, el Reino de Dios, que comienza en la Tierra y tiene su realización plena en la vida eterna. “Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios, el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de “instrumentalización” que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte… nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa. ¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños que crecen abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunas carecen hasta de lo necesario para su propia subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miseria, física y moral a la vez, se han vuelto ya anodinos y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras afligen mortalmente a enteros grupos humanos.” (Juan Pablo II, “Christifideles laici”, N° 5). Doctrina Social de la Iglesia 38 Un ser con cuerpo y alma Por ser una especialísima unidad de cuerpo y alma, el hombre es una síntesis única en la creación. Por eso, puede afirmarse que no es una partícula más de la naturaleza sino que es superior a toda ella. El hombre es el único ser que, poseyendo interioridad y conciencia de sí mismo, puede descubrir el sentido de su vida. Un ser con inteligencia y sabiduría Para descubrir ese sentido de la vida debe poner en juego su inteligencia. Por ella consigue también dominar y colocar a su servicio al resto de la naturaleza, y por medio de la sabiduría puede humanizar los nuevos descubrimientos, evitando así que se vuelvan en su contra —por ejemplo, el uso de la energía atómica, la ingeniería genética, etc.—. Un ser con conciencia moral El hombre es también el único ser al que Dios ha escrito su ley de amor en el corazón. Existe en lo profundo de todo hombre una voz que le señala el bien y el mal. Es la conciencia moral “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios”. Un ser libre Ésta es la característica más saliente de la predilección de Dios por el hombre y el punto más alto de su dignidad. Por su inteligencia, el hombre puede conocer el camino del bien. Sin embargo, no sería completa su dignidad si no tuviera simultáneamente la libertad. Por eso, Dios le ha dado también este don, para que, actuando según su libre elección y no por instinto o coacción externa, busque la unidad de los hombres entre sí y con su Creador, y alcance así la felicidad eterna. “Profesamos, pues, que todo hombre y toda mujer, por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin condiciones; que toda vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su dignificación.” (Puebla, 317) EL HOMBRE PECADOR El hombre fue creado como un ser libre, pero no para que las cosas le resultaran más difíciles sino para que espontáneamente buscara su propia perfección, uniéndose libremente al Creador. Desde el primer hombre, el pecado es una realidad a la que no escapa ningún ser humano —salvo Jesucristo, Dios y hombre, y María, su Madre—. Es algo que todos experimentamos, al comprobar en nuestro interior una inclinación al mal, que muchas veces nos domina y nos impide ser como quisiéramos ser y actuar como sería nuestro deseo. “A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa.” (Christifideles laici, 37). Doctrina Social de la Iglesia 39 ¿Qué es el pecado? Es la actitud del hombre que rompe con Dios, lo niega, lo Pero el hombre pecó. “En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos, desprecia. Al pecar, el hombre quiere las obras de sus manos, las cosas del librarse de su Creador, y ser él mismo un mundo; se adoró a sí mismo. Por eso, dios. En oportunidades, esa negación es el hombre se desgarró interiormente. expresa, como la del ateo. La mayoría de Entraron en el mundo el mal, la muerte las veces el rechazo se produce y la violencia, el odio y el miedo. Se simplemente adorando otras cosas en su destruyó la convivencia fraterna” lugar: el dinero, el poder, el placer, los (Puebla, 185). bienes materiales, el hombre mismo. Al pecar, el hombre se engaña a sí mismo y se separa de la verdad. Cree ser más libre, pero lo que hace es desviarse de su verdadero destino: compartir la vida divina. Esa vocación, ese anhelo de infinito, no puede colmarse con personas que, por su misma naturaleza, son limitadas. Por eso el hombre, alejado de Dios, no puede encontrar la paz ni la felicidad. Lo que el hombre logra con el pecado es alterar el orden querido por Dios: altera su orden o equilibrio interior: la inteligencia no domina a la voluntad; la voluntad no controla al cuerpo ni a los sentimientos, etc. altera el orden de la sociedad: en las relaciones con los demás reinan el egoísmo, la envidia, la ambición, el orgullo, la búsqueda exagerada del placer y del sexo; se producen “estructuras de pecado”: injusticia, dominación, violencia, lucha entre individuos, grupos, clases y pueblos, corrupción, discriminación racial o religiosa, etc. altera el orden de la naturaleza: contamina la atmósfera, los mares y ríos; produce extinción de especies animales y vegetales, destrucción de bosques, cambios del clima, etc. EL HOMBRE REDIMIDO POR CRISTO Pero Dios no dejó a la humanidad librada a su suerte, sometida al pecado. Primero, reinició el dialogo con los hombres, al elegir a un pueblo y hacer una alianza con él; la historia de Israel nos muestra al Padre que anuncia, promete y empieza a realizar la liberación de todos los hombres, del pecado y de sus consecuencias. Después, Dios Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. Con la Encarnación —Dios que se hace “carne”, es decir hombre—, en Cristo y por Cristo, el Padre se une a los hombres; el Hijo asume todo lo creado; Dios entra en la historia humana; el hombre recupera la semejanza con Dios, deformada por el pecado. Y para cumplir íntegramente la misión recibida de su Padre, Jesús se entregó a la muerte, ofreciendo su vida en sacrificio por todos los hombres. Con su muerte y su resurrección, Jesucristo nos reconcilia con Dios; nos libera del pecado; nos da su Gracia (es decir, su vida divina), más abundante que nuestro pecado; nos hace hijos de Dios —también nosotros podemos llamarlo Padre—; nos hace sus hermanos y nos hace verdaderamente hermanos entre nosotros. Doctrina Social de la Iglesia 40 LA LIBERTAD De su condición de ser libre nace la dignidad del hombre, elevado aún más porque Jesucristo, al redimirnos, nos liberó del peor de los males —el pecado— y del poder de la muerte. El Catecismo de la Iglesia Católica define a la Libertad como “el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza”. (CIC, 1731). Lo contrario de la libertad sería entonces la dependencia de nuestra voluntad ante una voluntad ajena (el caso extremo sería el de la esclavitud). Pero esa libertad no puede ser absoluta: por un lado, tenemos limitaciones físicas e intelectuales (muchas veces queremos más de lo que podemos, o queremos —por error— un bien falso); por otro lado, convivimos en la sociedad con otras personas y necesitamos de ellas; por eso, nuestra voluntad tiene que armonizarse con la de los demás, sobre la base de la verdad y la justicia. La libertad, entonces, no la tenemos para hacer cualquier cosa. La tenemos para buscar el bien, en el cual reside la felicidad. El hombre se hace libre cuando conoce la verdad, y ésta guía su voluntad. La libertad es: dominio de los propios actos; capacidad para elegir y tomar decisiones; liberación del mal para elegir el bien. “El Hijo de Dios con su encamación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.” El hecho de ser libres nos permite actuar sobre tres planos inseparables: la relación con el mundo, como señor: sometiendo al mundo material mediante el trabajo, la ciencia y la técnica; la relación con las personas, como hermano: como ser espiritual, vinculándonos con los demás hombres en el amor fraterno, que incluye el servicio mutuo, la aceptación y la promoción de los otros, especialmente de los más necesitados; la relación con Dios, como hijo: donde se realiza plenamente nuestra dignidad, frente al misterio de Dios que nos llama como Padre, pero nos da la libertad incluso para rechazarlo; somos verdaderamente hombres cuando aceptamos, libremente, nuestra condición de hijos de Dios. VALORES FUNDAMENTALES DE LA PERSONALA VERDAD: la convivencia civil es ordenada, fructífera y según la dignidad humana sólo si se funda en la verdad; LA LIBERTAD: si no se respeta la libertad, tampoco se respeta la dignidad humana; LA JUSTICIA: un orden social justo ha de respetar, en primer lugar, los derechos de la persona; Doctrina Social de la Iglesia 41 LA PAZ: (“tranquilidad del orden”): exigida por respeto a la vida humana y su desarrollo; LA FRATERNIDAD: adquiere una fundamentación radical desde la fe (Dios nuestro Padre; caridad). 2. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.” (Declaración de los Derechos Humanos, Art. 2, 1). “El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.” (CIC, 1930) CARACTERÍSTICAS DE DERECHOS Los derechos humanos son: Naturales Universales Inviolables Inalienables Objetivos 3. CUADRO DE DERECHOS DEL HOMBRE Derecho a la vida y a un nivel de vida digno. Derechos referentes a la cultura y a la educación. Derechos de honrar a Dios. Derechos relacionados con la familia Derechos económicos y sociales. Derechos a la libertad de movimiento. Derechos políticos. 4. LOS DEBERES DEL HOMBRE La DSI advierte de manera insistente: tan importantes son los derechos como los deberes del hombre. Estos son como el reverso de aquellos en una misma moneda, contrapartida compensatoria del ejercicio de los derechos. La sabiduría jurídica de Doctrina Social de la Iglesia 42 Roma ya lo anticipó: donde surge un derecho, late una obligación, un deber (“ubi ius, ibi est officium”). Estos deberes, como los derechos, vienen impuestos por los mismos fundamentos y revisten idénticos caracteres (PT, 28). De ahí que a la psicología de la reivindicación de derechos tenga que acompañar siempre la psicología paralela del servicio, que se alza como vía de cumplimiento de los deberes. Los deberes de toda persona, según la encíclica Pacem in Terris, son: Respetar la vida propia y la ajena. Buscar personalmente a Dios y venerarlo. Trabajar, realizando bien la tarea. Respetar los derechos ajenos, tanto los individuales como los familiares. Respetar y colaborar en la obtención del bien común. Servir a los demás; no servirse abusivamente de los demás. Vivir con sentido de responsabilidad y libertad. 5. LOS DERECHOS Y DEBERES DEL GOBERNANTE En un plano nacional: Dar ocupación al mayor número de obreros. Evitar que se constituyan categorías privilegiadas, incluso entre los obreros. Mantener una adecuada proporción entre salarios y precios y hacer accesibles bienes y servicios al mayor número de ciudadanos. Eliminar o contener los desequilibrios entre los sectores de agricultura, industria y servicios. Mantener el equilibrio entre expansión económica y adelanto de los servicios públicos esenciales. Ajustar, en los límites de lo posible, las estructuras productivas a los progresos de las ciencias y de las técnicas. Concordar las mejoras en el tenor de la vida de la generación presente, con el objeto de preparar un porvenir mejor a las generaciones futuras. En un plano mundial: Evitar toda forma de concurrencia desleal entre las economías de los diversos países. Favorecer la colaboración entre las economías nacionales, mediante convenios eficaces. Cooperar al desarrollo económico de las comunidades políticas económicamente menos adelantadas. 6. DERECHOS Y DEBERES DE LOS PUEBLOS Derechos: El derecho a la existencia, Doctrina Social de la Iglesia 43 Al desarrollo propio necesario, A la propia identidad cultural e histórica, A ser protagonistas primarios, A buena fama y a que se le rindan los honores debidos Deberes: El deber de ayudar a todos los pueblos, Respetar y asegurar “de modo eficaz” el ejercicio de los derechos, Colaborar con los demás pueblos para lograr fines comunes, Respetarla identidad cultural e histórica DERECHOS Y DEBERES DE LA AUTORIDAD SUPRANACIONAL De la misma manera que en la comunidad política nacional la autoridad no debe hacer acepción de personas, así en la comunidad política mundial su autoridad no debe hacer acepción de naciones. Y todo dentro del juego que impone el principio de la acción subsidiaria, que es de necesaria aplicación también a la comunidad mundial (PT, 140-141). Los derechos de la autoridad supranacional son todos los que corresponden al mando o gobierno en sus tres funciones, de acuerdo con las características singulares de la comunidad política todavía en formación. Por tanto, cuanto exija el bien común mundial, con imparcialidad, sin partidismos. Deberes: promover el bien común mundial, es decir, de todos los pueblos (PT 84.134); consiguientemente, reconocer el orden moral objetivo y la inviolabilidad de sus preceptos (PT, 85); respetar los derechos de las minorías étnicas y promover el ajuste de ésta a la situación dada (PT 94.97); defender los derechos y los deberes del hombre (PT, 139. 143-144); no entrometerse en las competencias propias de cada nación (PT, 120); respetar el despliegue justo de la emigración y de la inmigración (PT, 106); el cese de a carrera de armamentos, la reducción de los mismos, y la prohibición de las armas atómicas (PT, 112). Doctrina Social de la Iglesia 44 UNIDAD DIDÁCTICA V EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD HUMANA COMPETENCIA Considera el principio de solidaridad humana, comparándolo con las situaciones de insolidaridad que perviven en el mundo y las soluciones que aportan los documentos del Magisterio. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Dos datos de situación Definición de la solidaridad La solidaridad como principio de la Doctrina Social de la Iglesia. Sus grados La opción preferencial por los pobres. Sus características El destino universal de los bienes de este mundo Corolario sobre el principio de solidaridad Derivaciones de carácter sociológico 1. DOS DATOS DE SITUACIÓN La simple observación del panorama actual de la convivencia humana descubre dos datos de situación, simultáneos y contradictorios: por un lado, que el índice de la solidaridad a escala mundial está bajo mínimos; por otro, que se alza como signo notorio de los tiempos el crecimiento del sentido de la solidaridad entre los pueblos. Parece como si una civilización unilateral del desarrollo, territorialmente restringido, llevara consigo gérmenes de insolidaridad. Como factores de insolidaridad, la DSI enumera expresamente: “las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista, y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías.” (GS, 85) Pero también existe la conciencia positiva de la interdependencia de los pueblos, que está impulsando una mayor sensibilidad de la solidaridad universal. En la situación actual la DSI proclama la solidaridad como principio primario regulador del orden justo. Toda merma de la solidaridad es merma de la justicia y, por consiguiente, del orden justo. Doctrina Social de la Iglesia 45 2. DEFINICIÓN DE LA SOLIDARIDAD Tras la comprobación de esta situación, interesa dibujar con exactitud el significado del término solidaridad. Para ello damos cuatro aportaciones semánticas acumulables: la del latín clásico, la del derecho civil romano, la de la teología católica, y, modernamente, la constituida por los estudios de filosofía y de sociología. LATÍN CLÁSICO El latín clásico y el léxico jurídico romano no conocieron el sustantivo abstracto “solidaritas”, el cual aparece posteriormente, primero en el ámbito teológico y se generaliza, después, en la sociología y en la filosofía actuales. El adjetivo latino clásico “solidus’ y el sustantivo derivado “soliditas”, denotan la realidad homogénea de algo físicamente entero, compacto, genuino, con expresa apelación a la igualdad de la naturaleza de todas las partes que lo integran. También se emplea el adjetivo para designar el entero período de tiempo, sin solución de continuidad, que una actividad o situación o viaje dura. TERMINOLOGÍA JURÍDICA La terminología jurídica, tanto del derecho sucesorio como del derecho de obligaciones, e incluso en el derecho penal, mencionan la responsabilidad solidaria y la aceptación solidaria. Como adjetivo designa aquí un conjunto jurídicamente homogéneo de bienes o de personas que integran un todo unitario en el que resultan iguales las partes desde el punto de vista de la consideración civil o penal. TEOLOGÍA CATÓLICA La teología católica llegó por vía distinta a la misma idea: unidad e igualdad pero en la forma de una comunidad de todos los hombres que heredan el pecado primero o pecado original. A esta conclusión de unidad e igualdad llegó la teología también y consecuentemente en el campo de la redención por Cristo y de la adopción divina en Cristo. Y es aquí, en la terminología teológica, donde apareció por vez primera el sustantivo abstracto “solidaritas”. FILOSOFÍA Y SOCIOLOGÍA ACTUALES Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política que padecen pueblos y naciones enteras, aumenta la indignada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos humanos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia. (Veritatis Splendor, 98) La filosofía y la sociología actuales reciben de ahí dicho sustantivo abstracto y lo difunden ampliamente, con otro sentido diferente, no-religioso, como parte de su propio bagaje. Doctrina Social de la Iglesia 46 CONCLUSIONES PARA LA DSI De este análisis comparado se concluye que la nota común subyacente a todos estos sentidos consiste en admitir que la solidaridad designa y, por tanto significa formalmente un conjunto o totalidad, cuyas partes son iguales en naturaleza y se hallan íntimamente asociadas o vinculadas. En la DSI la solidaridad, como primer principio genérico derivado, significa a homogeneidad e igualdad física y moral de todos los hombres, de todos os tiempos y espacios; constituyendo una unidad total o familia, que no admite en su nivel genérico diferencias sobrevenidas antinaturales, que obliga moral y gravemente a todos y cada uno a practicar una cohesión social firme, creadora de convivencia. Dicha cohesión deberá ser un servicio mutuo, tanto en sentido activo como pasivo. 3. LA SOLIDARIDAD COMO PRINCIPIO DE LA DSI. SUS GRADOS Conviene distinguir ahora dos aspectos, o mejor dicho, dos expresiones de la solidaridad: como virtud y como principio de la DSI. Aquí se presenta el segundo aspecto, como principio, para completar la definición dada sobre solidaridad. La solidaridad es, en efecto, la expresión social, moralmente obligatoria, de la radical fraternidad humana en todos los campos de la convivencia. Esa fraternidad tiene dos causas o niveles: creación y la igualdad en el beneficio de la redención. En consecuencia la solidaridad, como principio primero de la DSI, dispone también de dos fuentes o raíces, la natural y la sobrenatural. En algunos pasajes del Magisterio Social, la solidaridad aparece como término expresamente sinónimo de esta fraternidad. En una sistematización lógica, con firme apoyo en la realidad del hombre, la solidaridad, como dialéctica generadora de convivencia en cualquiera de sus manifestaciones, puede escalonarse en tres grados sucesivos: como fraternidad universal; como solidaridad y, finalmente, como socialización, o sea, como despliegue de la tendencia asociativa en todas sus formas y niveles. 4. LA SOLIDARIDAD EN EL MAGISTERIO SOCIAL CONTEMPORÁNEO Veamos ahora, de forma resumida, lo que los documentos dicen: el término solidaridad aparece con reiteración significativa en Pío XII. Anteriormente la fraternidad universal apuntaba y explicaba su contenido. El Concilio Vaticano II afirmó —confirmando lo que había notado Juan XXIII y, posteriormente, Pablo VI— que la novedad terminológica venía impuesta por el sentido creciente de la interdependencia de todos los pueblos. Pío XII enseñó, en los años de la acentuación totalitaria de la insolidaridad, que la solidaridad, como manifestación originaria de la hermandad universal, afecta directamente a todos los hombres y a todos los pueblos. A los primeros, como personas físicas. A los segundos, como personas morales. Doctrina Social de la Iglesia 47 La solidaridad, por su arraigo en la fraternidad, impulsa y obliga a reconocer y a tratar al prójimo como persona, no como objeto. La hermandad es y crea, en el tiempo y en el espacio, una gran unidad: De origen (Dios), De naturaleza (cuerpo y alma en unidad personal), De fin próximo (vida digna en el tiempo), De habitación (la Tierra toda), De dominio y uso (disfrute de los bienes temporales), De redención universal (en Cristo) De destino supremo (la vida eterna). Es uno de los núcleos básicos del discurso de San Pablo a los atenienses en el Areópago (Hech 17, 22-31). Por contra, la raíz del desorden social está hoy y ha estado siempre, en el olvido o en el menosprecio de la fraternidad. Cuando el sentido de la solidaridad vuelve correctamente por el acertado uso, personal y colectivo, de la libertad, la convivencia resulta fecunda y enriquece a todos y a todo el hombre. Más aún, las diferencias geográficas y culturales de los pueblos en el curso de la historia y el consiguiente amor al suelo o patria temporal, no sólo no merman, ni impiden, ni oscurecen la solidaridad profunda del género humano, sino que sirven para expresarla, potenciarla y consolidarla. Juan Pablo II ha dado resonancia acentuada al tema. El punto de vista en que se sitúa, prolongando el Magisterio de sus inmediatos antecesores, es el del desarrollo completo del hombre. Hacia el desarrollo solidario de la humanidad “El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad. Nos lo decíamos en Bombay: ‘El hombre debe encontrar al hombre. Las naciones deben encontrarse entre sí como hermanos hermanas, como hijos de Dios. En esta comprensión y amistad mutuas, en esta comunión sagrada, debemos igualmente comenzar a actuar a una para edificar el porvenir común de la humanidad. Sugeríamos también la búsqueda de medios concretos y prácticos de organización y cooperación para poner en común los recursos disponibles realizar así una verdadera comunión entre todas las naciones. Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones tienen sus raíces es en la fraternidad humana y sobrenatural y se presentan bajo un triple aspecto, deber de solidaridad, en la ayuda que las naciones rica deben aportar a los países en vía de desarrollo; deber de justicia social, enderezando las relaciones comerciales defectuosas entre los pueblos fuertes y débiles; deber de caridad universal, por la promoción de un mundo mas humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros. La cuestión es grave, ya que el porvenir de la civilización mundial depende de ello”. (Juan Pablo II, PP, 43-44) La insolidaridad, provocada por una ética individualista, es la que ha abierto el abismo entre el hiperdesarrollo unilateral de algunos pueblos y el subdesarrollo insoportable de la mayoría de ellos. Doctrina Social de la Iglesia 48 Esta ética insolidaria, al menos desconocedora del orden divino, orienta la conducta personal y colectiva hacia el tener, siempre insatisfecho y ávido de más; abusa de la naturaleza, y olvida la voz de los pobres. Es la cultura del egoísmo hedonista. La solidaridad, en cambio, fundamentada en el humanismo teocéntrico, conduce al desarrollo armonioso, completo y universal de la humanidad: busca y corrobora el ser del hombre, la hondura del mismo; ama y respeta, con sobriedad en el uso, la naturaleza; atiende a todos, hombres y pueblos. Por esto, la DSI recuerda que cada hombre está ligado indisoluble-mente al destino común de salvación de todos. 5. LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES. SUS CARACTERÍSTICAS De manera especial y como uno de los temas que recientemente ha puesto de relieve el Magisterio, Juan Pablo II concreta la exigencia y práctica de la solidaridad en el principio de la opción preferencial por los pobres. En las encíclicas Laborem Exercens (8), Sollicitudo Rei Socialis (42) y Centesimus Annus (11; 57 y 58) se exponen las características de esta forma de solidaridad. ES UNA OPCIÓN TESTIMONIADA POR LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA Es una opción o una forma especial de la primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición cristiana. En consecuencia, dicha opción no restringe, en su significado y alcance, ningún tipo de pobreza con exclusividad de otras. Toda pobreza —no sólo la económica, sino toda pobreza humana— es objeto de esa primacía en el ejercicio de la caridad. Por lo mismo, tal opción no es exclusiva, ni excluyente. La práctica de la caridad incluye a todo ser humano. Si bien Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, tiene “una predilección especial” por los pobres y desvalidos. Su liberación es señal privilegiada del Reino (Mt 11, 1-5; Lc 4, 14-21). ESTE AMOR PREFERENCIAL TIENE TRES DIMENSIONES: La dimensión individual se refiere a la vida de cada cristiano en cuanto imitador de la vida de Cristo (Mt 25). La dimensión comunitaria, afecta a la comunidad cristiana, que, en cuanto tal, debe realizar y dar testimonio de la opción preferencial por los pobres. La dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social. En esta perspectiva la opción Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios ‘ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente’. Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente como individuos, sino también en cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3,7-12), con el que además estableció un pacto en el monte Sinaí. Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana. (GS, 32) Doctrina Social de la Iglesia 49 preferencial abarca a todos los pobres del mundo. Cada miembro de la comunidad cristiana y la comunidad misma ha de extender su opción personal y comunitaria a este ámbito de la aldea global que es el mundo y de cuya situación todos somos responsables (SRS, 38). DICHA PREFERENCIA ES TAN ANTIGUA Y TAN NUEVA COMO LA IGLESIA MISMA La historia aporta una constante preocupación y dedicación de la Iglesia por las personas que son objeto de predilección por parte de Jesús. Es un testimonio excelente de la continuidad de la “opción preferencial por los pobres”. El testimonio de las obras, superior a la coherencia y lógica interna del mensaje social, la impulsa a realizar su opción preferencial por los pobres, que nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Tampoco vale sólo para la pobreza material. Hoy se dan muchas formas de pobreza (económica, cultural y religiosa) y la Iglesia continúa esforzándose por impedir una pobreza de dimensiones gigantescas (Cf. CA, 11; 57). La promoción de la justicia nunca podrá realizarse plenamente si los hombres ven en el necesitado a un inoportuno o una carga, y no la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Es la conciencia de este bien la que dará fuerza para afrontar el riesgo de los cambios implícitos en toda iniciativa auténtica de ayudar a cada hombre y a pueblos enteros a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. 6. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES DE ESTE MUNDO El compromiso personal y comunitario, su vez, la práctica de otro principio, presente en la más rica tradición católica de todos los tiempos: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos S. Juan Crisóstomo lo recuerda (CA, cap. IV; SRS, 42; GS. 69; PP. 22). Dicho principio implica una revisión del derecho de propiedad, sobre la que grava una “hipoteca social”. El derecho de propiedad es válido y necesario, pero no anula el valor de este otro principio. Su aplicación es siempre necesaria para salvaguardar la justicia social y la solidaridad entre los hombres y los pueblos. En la presente coyuntura social del mundo, la exigencia del destino universal de los bienes adquiere un relieve singular y dramático ante las desigualdades sociales existentes. vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (Laz.1,6). Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que va se debe a título de justicia” (AA8): Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia (S. Gregorio Magno, past. 3,21). (CCE 2446) Basta con pensar en los graves problemas que plantea el binomio Norte-Sur en cuanto a la distribución justa de la riqueza y las situaciones infrahumanas en que viven millones de seres humanos (SRS, 13). Doctrina Social de la Iglesia 50 7. COROLARIO SOBRE EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD El hombre es necesariamente, en su constitución natural y en su elevación al orden sobrenatural, un ser-con-otros. Es lo que decimos cuando afirmamos que la persona humana es un ser social por naturaleza. Pero esta preposición de compañía —con— lleva implícita una ineludible preposición intencional de servicio —para—. El hombre es un ser-con-otros-para-los-demás. Con la salvedad consiguiente de que esa esencia de servicio o ministerio tiene doble dirección: activa y pasiva. El hombre debe servir al otro y debe recibir ayuda de los otros. Necesita del prójimo y a su vez debe ser buen samaritano del prójimo. La definición selvática del “homo homini lupus” expresa la psicología de la insolidaridad. La solidaridad, en cambio, define y vigoriza la sentencia humana y cristiana del “homo homini frater”. Y ahondando en la realidad de ese término “frater”, puede añadirse que, en última y divina instancia, el hombre es para el hombre como el ser temporalmente vicario de Dios. A esa consecuencia lleva la radical dignidad de la persona humana —principio antropológico—, a la luz de los dos supremos principios, el teológico y el cristológico, que nunca puede perder de vista la DSI. El egoísmo queda extramuros de ella. 8. DERIVACIONES DE CARÁCTER SOCIOLÓGICO El análisis puede descender al plano de unas consideraciones sociológicas de la solidaridad y explicar dos estados o situaciones sociales, que tienen incidencia notoria en el ejercicio de la solidaridad como virtud y como principio: las épocas de memoria y las épocas de olvido. ÉPOCAS DE MEMORIA Las épocas de memoria refuerzan el coeficiente primario de la solidaridad; integran, unifican, y corroboran. Reafirman los logros históricamente alcanzados, por la vía de la renovación evolutiva, homogénea. Acentúan las semejanzas, los valores comunes, el patrimonio que une. Respetan el cuadro de la herencia viva recibida, de los elementos que han configurado la identidad colectiva del pueblo. No viven de represiones, sino de promociones creadoras y alertas. Las épocas de memoria son, por ello, épocas de capacidad creadora, de energía resolutiva, de salud social para responder con acierto a los nuevos desafíos. Reverencian el pasado sin idolatrías y sienten el momento presente con solidaridad activa ante el futuro inmediato. ÉPOCAS DE OLVIDO. Las épocas de olvido tienden a reducir, e incluso eliminar, las solidaridades totales. Exasperan las diferencias. Acentúan patológicamente lo tribal. Cultivan las solidaridades partidistas o de gueto, desconectadas de las solidaridades globales consolidadas por el peso de la historia vivida en común. Predican la ruptura total apresurada con el pasado. Doctrina Social de la Iglesia 51 Las épocas de olvido son épocas desintegradotas, incapaces para crear, fáciles para el prurito de la fragmentación insolidaria. Montan caldos de cultivo aptos, por desgracia, para la decadencia y muerte de las culturas y de sus respectivas civilizaciones. Ambas se dan, como fases de alternante evolución, en las sociedades de todo tipo. Por ello en las épocas de memoria hay corrientes contrarias a la memoria colectiva, mientras que en las de olvido, existen grupos que mantienen, con sacrificio, la necesidad vital del recuerdo común, de la memoria del alma colectiva. Doctrina Social de la Iglesia 52 UNIDAD DIDÁCTICA VI EL PRINCIPIO DEL BIEN COMUN (O DE CONVERGENCIA EN EL BIEN COMUN) COMPETENCIA Conoce y debate las consecuencias de la aplicación el principio del bien común en el desarrollo de las sociedades y la lucha contra la pobreza en el mundo. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Presupuesto inicial del tema El hombre, como persona, sujeto capital de la vida en sociedad La autoridad también es sujeto capital de la vida asociada La definición completa del bien común 1. PRESUPUESTO INICIAL DEL TEMA En toda formación social, con independencia de su origen, naturaleza, dimensiones y fines, se dan necesariamente dos elementos: el sujeto rector y el sujeto regido. La autoridad que gobierna dirigiendo, y los socios o miembros, dirigidos, gobernados, del cuerpo social. Esta distinción, necesaria, de los dos protagonistas de todo grupo social: por un lado, responde a la solidaridad radical del hombre de la cual es el grupo expresión concreta; satisface, por otro lado, la indigencia del hombre como individuo y de los grupos sociales primarios, como son la familia y la agrupación local de las familias. El hombre necesita asociarse con los demás, para lograr la paz de la convivencia y los niveles de perfección a los que tiende. Sin asociación, ni la paz, ni la perfección pueden alcanzarse. También debe señalarse que se da siempre prioridad temporal y superioridad finalista del cuerpo social sobre el elemento rector, que surge del grupo y para el grupo. El principio de convergencia en el bien común, o simplemente, el principio del bien común, es un elemento permanente de la DSI. Afirma que ambos elementos, autoridad y súbditos, que constituyen a todo grupo social son y deben ser protagonistas, actores principales de la vida en convivencia, sujetos activos coordinados, con función peculiar propia, del dinamismo operativo de la respectiva sociedad. Tienen que orientar uno y otro su respectivo quehacer hacia el mismo objetivo, el bien común del grupo, que los regidos han fijado, al menos en sus líneas generales, y cuya consecución han confiado a la Doctrina Social de la Iglesia 53 autoridad, sin abdicar de su propia tarea y sin renunciar a su originaria prioridad temporal y finalista. Si el grupo se subordina al elemento rector, éste, a su vez, tiene que subordinarse al grupo. No pueden, pues, los dos sujetos actuar siguiendo líneas divergentes, ni siquiera paralelas. Deben tender, con calculada y observada coordinación, como radios sobre un mismo centro o foco común. Este punto de encuentro o convergencia de esfuerzos viene dado en todo momento por el bien común, razón de ser de la entidad social correspondiente. Como se verá después, de esta dualidad de sujetos de la vida social se derivan de forma inmediata sendos principios capitales: el de la subsidiariedad, que pertenece a la autoridad o elemento rector, y el de la participación, que corresponde al elemento regido. 2. EL HOMBRE, COMO PERSONA, SUJETO CAPITAL DE LA VIDA EN SOCIEDAD IDEA GENÉRICA FUNDAMENTAL En toda agrupación social intervienen y deben combinarse dos primacías complementarias no contradictorias: La primera es la primacía teleológica finalista, que corresponde al hombre, al sujeto regido, por su permanente y esencial dignidad. La segunda es la primacía instrumental, la de los medios ordenados a un fin, la cual pertenece a la autoridad, al elemento rector. No es el hombre para la autoridad, sino la autoridad para el hombre. La razón única y constante, siempre vinculadora, del mando social es la de servir a los socios, y no simplemente el servirse de los socios. Éste es el criterio deontológico supremo y primario de toda autoridad. Esta norma básica común se halla consignada, con capacidad de aplicación en toda formación social, en el Evangelio: “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.” (Mc 2,27) Lo ha reiterado el Concilio Vaticano II con sentido universal, en la línea del Magisterio pontificio contemporáneo: “El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal y no al contrario.” (GS, 26) Gobernar es buscar el bien del grupo, no el bien del dirigente o de sus partidarios. FUNDAMENTO Esta primacía finalista de la persona humana en la vida social se funda en la singular dignidad, natural y sobrenatural, que el hombre posee en virtud de su propia naturaleza redimida. Doctrina Social de la Iglesia 54 El hombre es sujeto personal único, superior a todo lo creado en el mundo visible. Ha sido y es la única criatura de la Tierra que Dios ama por sí misma. El hombre, síntesis y señor del universo material, sujeto de la historia en el decurso del tiempo, con vocación ineludible de eternidad, imagen y semejanza de Dios en lo mas íntimo de su ser. Posee, por naturaleza y por redención, un cuadro de derechos y de deberes naturales, es decir, universales, inviolables e irrenunciables. Como sujeto capital de la vida en sociedad, el hombre es anterior a toda formación temporal natural. Esta prioridad radical, siempre presente, levanta un antes, del que no debe desentenderse y al que tiene que respetar toda autoridad social porque la autoridad no es el primer momento de la vida social. La autoridad tiene ante sí un dato previo: el hombre y el Creador del hombre, Dios. La autoridad no es dueña, sino sierva de los asociados. Ese antes, que condiciona el ejercicio de la autoridad, es la expresión de algo que coloca a la autoridad en línea de subordinación a la primacía del hombre y de las agrupaciones sociales primarias que son, en realidad, los dueños de su propio destino en la sociedad. TEXTOS DEL MAGISTERIO Sobre este principio los textos del Magisterio social se multiplican con insistencia significativa. El hombre es el sujeto, la raíz, el principio el fin de toda vida social, de todas las instituciones. Y cuando se habla del hombre, se habla del hombre entero, no del hombre mutilado o unidimensional. El hombre es: “cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad’ (GS,3) “origen y fin de la vida social ha de ser la conservación, el desarrollo y perfeccionamiento del hombre (Pío XII, Con sempre, 9) “En cualquiera situación de cambio o de reforma, el fin de toda vida social permanece idéntico, sagrado y obligatorio: el desarrollo de los valores personales del hombre como imagen de Dios”. (Ibid, 16) “La técnica está ordenada al hombre y, al conjunto de los valores espirituales y materiales que miran a su naturaleza y a su dignidad personal”. (Idem. Il popolo, 13) El sentido esencial del Estado como comunidad política, consiste en el hecho de que la sociedad y quien la compone, el pueblo, es soberano de la propia suerte. Este sentido no llega a realizarse, si en vez del ejercicio del poder mediante la participación moral de la sociedad o del pueblo, asistimos a la imposición del poder por parte de un determinado grupo a todos los demás miembros de esta sociedad. Estas cosas son esenciales en nuestra época en que ha crecido enormemente la conciencia social de los hombres y con ella la necesidad de una correcta participación de los ciudadanos en la vida política de la comunidad, teniendo en cuenta las condiciones de cada pueblo y del vigor necesario de la autoridad pública. (Redemptor Hominis, 17) La persona humana, como fin en sí misma y como elemento necesario del principio de convergencia, puede verse notoriamente dificultada, y en ocasiones extremas impedida, en el juego de tensiones reales de una vida social concreta, por el egoísmo personal de los sujetos regidos o de los sujetos rectores, y también por las presiones externas del egoísmo colectivo consolidado en las denominadas estructuras sociales de pecado. Doctrina Social de la Iglesia 55 3. LA AUTORIDAD, TAMBIÉN SUJETO CAPITAL DE LA VIDA ASOCIADA LA DOCTRINA DEL MAGISTERIO Este epígrafe complementa el anterior. Considera al segundo gran interlocutor social, la autoridad. La doctrina del Magisterio fue fijada por León XIII en todos sus puntos fundamentales. La documentación posterior se remite a ella. El vaticano II se ha limitado a resumir y actualizar la enseñanza leoniana. Hablamos, por supuesto, en términos de doctrina genérica sobre la autoridad. Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país. Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene de Dios, según enseña San Pablo: “Porque no hay autoridad que no venga de Dios” (Rom 13, 1-6). Se advierten, sin embargo, ciertas modificaciones en el uso de los tonos del Magisterio acerca del elemento rector de la sociedad. En la segunda mitad del siglo XIX, ante la negación del principio de autoridad, los documentos acentuaron a necesidad absoluta de ese elemento dirigente. Con posterioridad, y a lo largo de todo el siglo XX, ante la aparición del fenómeno totalitario y los terribles excesos de la dictadura del capitalismo, todos los cuales a una, aunque con base de partida diferente, reducían e incluso eliminaban la participación del cuerpo social. Entonces el acento del tono se trasladó a la defensa de la libertad del elemento regido, del ciudadano, sin menoscabo de las facultades necesarias y del debido vigor de la autoridad. Tanto en uno como en otro período, el Magisterio prestó atención creciente al planteamiento correcto y a la definición exacta del bien común, punto de convergencia y de equilibrio de la colaboración social entre rectores y regidos. NECESIDAD DE LA AUTORIDAD El Magisterio reconoce que toda forma de agrupación social requiere un elemento rector, necesita una instancia dirigente, un gobierno legítimo. Por ello, la autoridad es elemento indispensable, sujeto capital, también protagonista del correcto desarrollo de la convivencia. Más aún el magisterio declara que esa autoridad y la comunidad por ella presidida, pertenecen en sus formas fundamentales al orden establecido por Dios. La autoridad, sin cuya función no es posible el logro de los niveles de perfección a los que el hombre aspira con razón, constituye una de “las leyes que regulan la vida social y hombre” (GS, 23 y 25; Cf. Orientaciones, 37). La razón de ser de la autoridad es única y exclusivamente el bien común, a cuyo logro debe consagrarse por entero y con limpieza moral. Para realizar el bien común, la autoridad posee la facultad y los poderes necesarios para gobernar: mandar, dirigir y exigir obediencia, orquestando sin abusos y con sacrificio la colaboración de todos los socios. Doctrina Social de la Iglesia 56 Esta facultad de mandar y la exigencia consiguiente de recibir obediencia, han de ejercitarse según los fines del grupo social, conforme al cuadro orgánico de objetivos particulares que el grupo establezca, y siempre de acuerdo con la recta razón. ORIGEN DE LA AUTORIDAD El origen inmediato, concreto o inmanente de la autoridad son las decisiones electoras de los asociados, de los miembros del cuerpo social, los cuales designan, eligen y confieren el poder jurídico que la autoridad necesita, en orden al bien común que aquéllos se proponen conseguir, y de acuerdo con el marco asimismo jurídico por ellos constituido y al que la autoridad debe en todo momento someterse. Debe precisarse que la causa de este origen inmediato de la autoridad es la propia naturaleza humana, que establece, como he indicado, la primacía finalista del hombre sobre el orden social. Pero el origen último, también inmediato y supremo, es Dios. La facultad moral de mandar, con derecho a exigir obediencia de los miembros del cuerpo social no la tiene ningún hombre por sí mismo. La tiene recibida de Dios, la suprema instancia rectora del hombre y del mundo. No hay otra razón que justifique la obediencia, fuera de Dios. Conviene insistir: toda autoridad social tiene ante sí una realidad anterior condicionante. No es por sí sola la instancia creadora de algo posterior. En su misma esencia el elemento rector de todo grupo social alberga un núcleo ineludible de subordinación a la instancia divina. Esta conexión es esencial. Viene impuesta por el orden absoluto del ser y de los fines. Si se rompe esta conexión intrínseca e indisoluble, la autoridad se autoderriba de su pedestal moral, y se reduce a un puro poder fáctico coactivo, revestido de una apariencia puramente formal de autoridad moralmente desasistida. 4. LA DEFINICIÓN COMPLETA DEL BIEN COMÚN PUNTO DE CONVERGENCIA El bien común es, como queda dicho, el punto de convergencia de los dos sujetos capitales de toda vida asociada. Es un término y un concepto que han estado siempre presentes en los documentos sociales del Magisterio moderno de la Iglesia. Y, a partir de Pío Xl y sobre todo de Pío XII, ha sido objeto de reiterados desarrollos en cuanto a su contenido y su primacía operativa. En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: - de un lado, reconocer, respetar; armonizar, tutelar y promover tales derechos; - de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes debe ser oficio esencial de todo poder público. (PT 50) El planteamiento del tema se hace preferentemente en el campo de la comunidad política nacional, internacional y mundial. Pero aquí, en la explicación del principio genérico de la convergencia, el tema del bien común debe situarse y exponerse en Doctrina Social de la Iglesia 57 su nivel universal: el bien común de toda formación social es el punto de concentración hacia el que deben converger de manera concorde la autoridad y los miembros del cuerpo social. ENLACE ENTRE EL CONCEPTO DE BIEN COMÚN Y LOS PRINCIPIOS DE PRIMER GRADO La definición del bien común atiende, en primer lugar, al criterio personalizador de la vida social. Hay que partir, por tanto, del enlace intrínseco, directo y necesario, con el principio antropológico y con el principio del orden natural, que pertenecen al cuadro de los principios superiores o de primer grado de a DSI. La enseñanza del Magisterio subraya con reiteración calculada el significado personalista del bien común y sus conexiones con los referidos principios originarios: “El bien común está íntimamente ligado a la naturaleza humana” (PT. 55). Ha de tener siempre en cuenta la realidad completa del hombre: “Abarca a todo el hombre, es decir, tanto las exigencias del cuerpo como las del espíritu”. (PT, 57). Su objeto propio es “el desarrollo de los valores personales del hombre como imagen de Dios” (Pío Xll, Con sempre, 16). “Hoy día el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana” (PT, 60. Cf. GS, 64). DEFINICIÓN Y DEFINICIONES DE BIEN COMÚN El análisis comparativo de las definiciones descriptivas generales, que la DSI ha hecho del concepto del bien común, nos permite descubrir “el concepto sano del bien común” (MM, 65), en su expresión genérica universal. Encontramos en los documentos pontificios y conciliares tres definiciones sumarias y una cuarta amplia. Todas ellas de carácter descriptivo. El bien común: “abarca todo un conjunto de condiciones sociales, que permiten al hombre el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección” (MM, 26). “es el conjunto de condiciones de la vida social, que hacen posible, a las asociaciones y a cada uno de sus miembros, el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (GS, 26). “abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social, con las que los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (GS, 74,1). Según estas tres definiciones, integran el bien común: las condiciones de la vida social, propias del grupo asociado; las personas individualmente consideradas, familias y todo el entramado asociativo de la propia sociedad; el logro —y la previa fijación— de los elementos que perfeccionan al hombre en cuanto tal; las máximas facilidades para todos en el logro personal de ese objetivo, y la máxima plenitud o totalidad del mismo. Doctrina Social de la Iglesia 58 Como advierte el Concilio Vaticano II, “la plena perfección humana del hombre” exige “facilitar a éste todo lo que necesita para vivir una vida verdaderamente humana el sentido completo de este adjetivo (GS, 26,2. 86). Con anterioridad a estas tres definiciones sumarias, Pío XII había dado una definición más amplia del bien común, en la que aparece una explicación más detallada de sus contenidos. El bien común está constituido por: “aquellas condiciones externas que son necesarias al conjunto de los ciudadanos, para el desarrollo de sus cualidades y de sus oficios, de su vida material, intelectual y religiosa, en cuanto, por una parte, las fuerzas y las energías de la familia y de otros organismos, a los cuales corresponde una natural precedencia, no bastan; y, por otra, la voluntad salvífica de Dios no haya determinado en la Iglesia otra sociedad universal al servicio de la persona humana y de la realización de sus fines religiosos”. (Pío XlI, Con sempre, 13) En este texto se advierte con claridad que en el concepto básico de bien común se encuentran también los principios de subsidiariedad y de participación. ALGUNAS OBSERVACIONES El bien común: es una realidad elástica, con capacidad de ajuste a la naturaleza y dimensiones propias de todo grupo social. La amplísima gama de fines sociales, que va desde lo más elemental hasta lo más complejo, queda albergada bajo el arco de posibilidades que esa amplitud, universalizada, del bien común ofrece. es una realidad subordinada. Actúa como causa final estimulante y orientadora del dinamismo colectivo. El esfuerzo común que este dinamismo supone ha de someterse siempre al hombre y a los intereses del cuerpo social, según el orden establecido por la naturaleza y, en definitiva, por Dios. en sus exigencias concretas y en la fijación de sus contenidos es cambiante, móvil. Permanece idéntico siempre en su núcleo esencial, pero en el despliegue histórico de este núcleo se halla sometido el bien común a la ley del cambio. Continuidad y cambio pertenecen a las notas características del mismo. corno idea y como realidad, obliga a los dos sujetos capitales de la vida social. Dirigentes y dirigidos deben centrar todas sus actividades como radios que reúnen en torno al centro de una circunferencia. El que gobierna, sometido al bien común Por ello, en todo grupo social, quien gobierna “está sometido a la realización permanente del bien común” (Pío XlI, Con sempre, 13). Esta es su tarea diaria. Debe tener una idea clara, completa, sensata, realista, cordial de lo que el grupo pretende. Y debe arbitrar los medios más conducentes para alcanzar ese objetivo, respetado en todo momento la capacidad de iniciativa de los asociados en cuanto éstos pueden realizar por sí mismos. Doctrina Social de la Iglesia 59 El bien común obliga al cuerpo social Pero el bien común obliga también a todos los miembros, individuales o asociativos, del cuerpo social. Todos ellos tienen que contribuir, con su esfuerzo y aportación, al logro de los fines sociales. No son meros receptores o beneficiarios puros. Son creadores también de aquello que reciben. Doctrina Social de la Iglesia 60 UNIDAD DIDÁCTICA VII EL PRINCIPIO DE ACCIÓN SUBSIDARIA DE LA AUTORIDAD COMPETENCIA Analiza y critica el papel de la autoridad en la sociedad civil y lo ilumina con el principio de la acción subsidiaria propuesta por el Magisterio de la Iglesia. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Análisis de la Quadragessimo Anno Reflexiones sobre la naturaleza y trascendencia de la subsidiariedad 1. ANÁLISIS DE LA QUADRAGESIMO ANNO (nn. 79-80) El análisis detenido del pasaje de Quadragesimo Anno (79-80), que ahora se desarrolla, confirma la amplitud semántica del término subsidiariedad. Baste añadir que si bien el término abstracto no se halla en dicho pasaje, sí aparece y reiteradamente en la documentación posterior de la DSI y ha adquirido carta de ciudadanía en la doctrina social católica y en el lenguaje político, económico y cultural presente. Conviene adelantar que el principio de subsidiariedad define, limita y consolida la acción específica que es propia del gobernante, y constituye, por lo mismo, una garantía de la legítima autonomía del gobernado y de la misma realización, ágil y correcta, de la función de quien rige la sociedad. EL TEXTO CAPITAL DE PÍO XI El principio de subsidiariedad y su definición se hallan en los números 79 y 80 de la encíclica Quadragesimo Anno. Es el lugar de su proclamación definitiva y solemne. Definición y planteamiento genérico (n. 79) El número 79 tiene dos partes, dos planteamientos: afirma de modo terminante el valor genérico, universal, del principio, que es, por lo mismo, aplicable a todo grupo o entidad social. a continuación, aplica el principio, en concreto, a la comunidad política. Son, pues, dos planteamientos encadenados, pero distintos. Aquí, en la Parte General de la DSl, sólo se desarrolla el primer planteamiento, es decir, el común o universal. El segundo planteamiento queda relegado a la parte especial de la DSI, tratado que versa sobre la comunidad política. Doctrina Social de la Iglesia 61 El texto en lengua española, que traduce debidamente el texto latino, permite captar el sentido exacto del pasaje original y, por consiguiente, el pensamiento genuino de la DSI. Para mayor claridad pedagógica, se descompone el texto en sus cuatro elementos sintácticos. “Aunque es verdad y lo demuestra la historia ampliamente, que, por el cambio operado en la situación social, tareas que en épocas anteriores podían realizar también las asociaciones pequeñas, hoy sólo pueden llevarse a cabo por obra de grandes instituciones sociales; sigue, sin embargo, absolutamente firme en la filosofía social este gravísimo principio, inamovible e inmutable: de la misma manera que no se puede quitar a los individuos y transferir a la comunidad lo que ellos pueden realizar por su propia iniciativa y esfuerzo, así también es injusto y al mismo tiempo gravemente dañoso y perturbador del recto orden, el entregar a una sociedad mayor y más elevada las tareas que pueden realizar y ofrecer las comunidades menores e inferiores; ya que toda actividad social, por su propio dinamismo natural, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero nunca destruirlos y absorberlos”. En este pasaje, de indudable actualidad y de universalidad probada, se establecen las siguientes afirmaciones: el primer párrafo recoge el hecho del cambio operado a los efectos de la aplicación del principio; el segundo consagra de forma absoluta la prioridad de la iniciativa individual sobre la iniciativa asociada; el tercero enuncia el criterio de prioridad absoluta de la iniciativa de los grupos pequeños sobre la propia de las instituciones mayores; y en los párrafos segundo y cuarto se establece y define el principio de la subsidiariedad y se indican sus características generales. El planteamiento específico del principio (n. 80) A título de complemento explicativo de lo anterior, y sin entrar en la materia propia de la subsidiariedad en el campo político, es conveniente consignar aquí por entero la Quadragesimo Anno (80), procediendo también ahora con el criterio tipográfico de la descomposición por elementos: “Es necesario, por tanto, que la autoridad suprema del Estado deje a las asociaciones inferiores resolver aquellos asuntos y cuestiones de importancia menor, en los cuales, de otra manera, se desgastaría notablemente; de esta forma se logrará que el Estado lleve a cabo con mayor soltura, energía y eficacia, todas aquellas tareas que son de su exclusiva competencia, por ser el Estado el único que puede realizarlas: dirigiendo, vigilando, urgiendo, castigando, según el caso requiere y la necesidad social exige. Por todo ello, convénzanse los gobernantes de esta verdad: cuanto mayor sea la perfección con que se mantenga el orden jerárquico entre las distintas asociaciones, respetado este principio de la función subsidiaria, tanto mayor serán la autoridad, la eficacia social, y, por lo mismo, la prosperidad y el progreso de la entera sociedad’. Doctrina Social de la Iglesia 62 En este texto, de acuerdo con lo afirmado en el número anterior de la Quadragesimo Anno, se establece: el respeto que el Estado debe mantener en lo concerniente a la prioridad de la iniciativa de los gobernados, como individuos y como sujetos asociados; que el Estado se entregue a su propia tarea, que queda definida con los famosos cuatro gerundios modales (dirigiendo, vigilando, urgiendo, castigando), que expresan y condensan la total dinámica de la autoridad política; en la aplicación de este principio se encierra el secreto de la prosperidad de la comunidad política. Todo conato de expansión indebida de la función de la autoridad se traduce en una merma de la eficacia total de la sociedad. LA SUBSIDIARIEDAD EN EL MAGISTERIO ANTERIOR A QUADRAGESIMO ANNO La enunciación solemne, definitiva, del principio de la acción subsidiaria de la autoridad, tiene antecedentes numerosos y claros en la documentación pontificia, previa a la encíclica Quadragesimo Anno, que resumimos a continuación. El término no aparece en León XIII, pero sí consta su contenido con absoluta nitidez. Tres pasajes de la Rerum Novarum (26; 35; 38) lo demuestran: el que afirma la prioridad del No es justo, según hemos dicho, que ni el hombre y de la familia respecto de individuo ni la familia sean absorbidos por el la autoridad (26); Estado, lo justo es dejar a cada uno la el que proclama el derecho natural facultad de obrar con libertad hasta donde de asociación, del que brota toda sea posible, sin daño del bien común y sin forma de autoridad, incluida la injuria para nadie. No obstante, los que gobiernan deberían atender a la defensa de estatal (35); la comunidad y de sus miembros. De la y el que prohíbe a la autoridad comunidad, porque la naturaleza confió su política interferirse en la vida interna conservación a la suma potestad, hasta el de las asociaciones (38). punto que la custodia de la salud pública no Este último pasaje ofrece un precedente casi literal del principio definido por Pío Xl: la fuente de vida de las asociaciones es interior; el principio exterior, la autoridad pública, no puede introducirse en el seno vital de las asociaciones. es sólo la suprema lev, sino la razón total del poder: de los miembros, porque la administración del Estado debe tender por naturaleza no a la utilidad de aquellos a quienes se ha confiado, sino de los que se le confían, la filosofía y la fe cristiana. (RN 26) En el mismo Pío XI encontramos dos textos que apuntan con meridiana claridad a la subsidiariedad en el campo de la educación. Son de 1929, anteriores por tanto a la Quadragesimo Anno. Se refieren a la doctrina general sobre las funciones del Estado y la tarea específica de la autoridad estatal en materia educativa. Dice Pío XI en Divini illius Magistri: “Dos son las tareas de la autoridad pública: garantizar y promover. No es, en modo alguno, función de esa autoridad absorber a la familia y al ciudadano o subrogarse en su lugar”. (36) Doctrina Social de la Iglesia 63 “El Estado puede y debe resolver el problema educativo con mayor facilidad y acierto, si deja libre y favorece la libre iniciativa y la labor espontánea de las familias y de la Iglesia, fomentando y asegurando con el dinero público la labor de unas y de otra”. (66) INFLUENCIA EN LOS DOCUMENTOS POSTERIORES Pío XII habló de la subsidiariedad, en su sentido genérico y también en su sentido político, en la encíclica Summi pontificatus (66): “Si el Estado se atribuye y se apropia las tareas propias de la iniciativa privada, estas tareas, que se rigen por múltiples normas peculiares y propias, adecuadas al fin que se proponen, pueden recibir daño, con detrimento del mismo bien público, ya que quedan arrancadas de su correcta ordenación natural, que es la actividad privada responsable”. Reaparece el tema en los radio mensajes navideños de 1942 y 1944. Y en el discurso de 20-2-46, “La elevatezza”, sobre la supranacionalidad de la Iglesia. Pío XII menciona expresamente los números 79 y 80 de la Quadragesimo, de los que dice que son “palabras en verdad luminosas, que valen para la vida social en todos sus grados, y también para la vida de la Iglesia, sin perjuicio de la estructura jerárquica de ésta”. Juan XXIII volvió sobre la subsidiariedad en la Pacem in Terris (62-66); y en la Mater et Magistra (51-58) la proyectó en concreto sobre el orden económico. Y aportó un dato nuevo, añadiendo a los cuatro gerundios modales de Pío Xl, una serie de verbos en infinitivo, que designan otras tantas tareas o funciones de la autoridad: “fomentar, estimular, ordenar, suplir, completar”, funciones que se resumen todas dentro del dinamismo genérico propio del principio de la acción subsidiaria de la autoridad. Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias sino que, más bien, debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común. Al intervenir directamente y quitar responsabilidades a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos. (CA 48) Por su parte el Concilio Vaticano II (GS, 65; 75) ha recogido el principio y su correspondiente término abstracto expreso en la perspectiva del desarrollo integral y en materia de educación (GS, 65; 75; GE, 3; 6). Pablo VI recoge la doctrina y cita a sus predecesores (CA 46).Juan Pablo II (CA, 15; 48) lo emplea al enfocar la intervención del Estado. 2. REFLEXIONES SOBRE SUBSIDIARIEDAD LA NATURALEZA Y TRASCENDENCIA DE LA LA FUENTE DE ESTE PRINCIPIO: EL ORDEN NATURAL Y LA NATURALEZA DEL HOMBRE No se trata de un principio revelado. Su fuente es únicamente el orden natural y la naturaleza del hombre. Es una convicción de razón y un dato de conocimiento Doctrina Social de la Iglesia 64 racional aportado por la experiencia histórica y el análisis filosófico del hombre y de la sociedad. Por otro lado, la sede propia de este principio no es la mera sociología positiva sino que pertenece directa y necesariamente al campo de la filosofía social. Es una reflexión sufragada por la historia y de acentuada actualidad. SU EXTENSIÓN: UNIVERSAL EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO La extensión del principio de subsidiariedad es universal en el tiempo y en el espacio. La Quadragesimo establece, en su primera parte, el principio sin excepción alguna. Tiene aplicación también en la Iglesia, como advirtió Pío XII. Se predica, por tanto, de toda sociedad, de todo grupo social. También, por lamentable experiencia histórica, debe añadirse que han sido, son o pueden ser igualmente universales, el olvido, el menosprecio, e incluso la violación declarada de este principio, cuando la autoridad no se mantiene dentro del recinto acotado por la subsidiariedad. LOS TRES ADJETIVOS: GRAVÍSIMO, INAMOVIBLE, INMUTABLE Los tres adjetivos calificativos del principio de subsidiariedad que la Quadragesimo Anno consigna, confirman las dos reflexiones anteriores: gravísimo, en forma superlativa. La subsidiariedad es principio derivado en la DSI, pero de significación práctica decisiva. De su observancia concreta depende el juego acertado —o desconcertado en caso de inobservancia—, de los dos protagonistas de la vida social. En torno a la subsidiariedad se forman las grandes tensiones de las que depende el éxito o el fracaso del bien común. inamovible: puede el titular de la autoridad social desconocer, burlar, impedir la aplicación correcta del principio, pero no puede escapar al efecto negativo ineludible de ese desconocimiento o negación. Todo quebranto de la subsidiariedad se traduce en la perturbación consiguiente, inevitable, del orden social y de la justicia en la sociedad. A la larga o a la corta recobra aquélla su puesto, o se venga con la pérdida del bien común. La biología social, en sociedades sanas, tiende a recuperar la subsidiariedad, cuando ésta es violada. inmutable: no admite suspensiones ni sucedáneos. La vigencia de su núcleo operativo es permanente. Y su presencia, esencial. Es la propia naturaleza del hombre y de la sociedad, en todas sus formas, la que está en la base de esta inmutabilidad sustancial, que por otra parte es perfectamente conciliable con las modificaciones y ajustes que las circunstancias de la época piden, sin daño de la mecánica fundamental del principio. EL SISTEMA DE CONEXIONES DE LA SUBSIDIARIEDAD El principio de subsidiariedad establece una mecánica o sistema de conexiones bien definido en sus líneas generales. Se puede situar ese sistema en planos complementarios, escalonados, de menor a mayor. El hombre como persona individual ante las agrupaciones inferiores al Estado. Tales grupos deben respetar y fomentar la capacidad individual de iniciativa de los Doctrina Social de la Iglesia 65 miembros del grupo social. Sujeto activo del principio en este primer nivel es el individuo. Y su capacidad creadora, el aspecto objetivo. Las asociaciones o entidades intermedias inferiores al Estado. La autoridad suprema debe respetar a aquéllas. La capacidad creadora de la iniciativa asociada es un dato fundamental de la biología social sana, factor enriquecedor, cuya autonomía no debe la autoridad suprimir ni interferir. Sujeto activo de la subsidiariedad en este nivel es la asociación espontánea de los miembros del cuerpo social. Su capacidad creadora es el aspecto objetivo. La autoridad social: le corresponden en exclusiva siempre las funciones rectoras propias de la tarea de gobierno; y pueden corresponderle otras tareas no propias, con carácter eventual, cuando los sujetos sociales anteriores, por los motivos que sean, no puedan cumplir las funciones que a ellos les corresponden. Conviene adelantar que en esta mecánica funcional late ya un apunte claro sobre las entidades intermedias, que se estudian más adelante. Doctrina Social de la Iglesia 66 UNIDAD DIDÁCTICA VIII EL PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN. COMPETENCIA Reconoce la importancia del principio de participación de todo individuo en el desarrollo de la sociedad y elabora propuestas de solución a problemas locales. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Fijación, sentido y desarrollo del principio de participación Definición del principio de participación El principio de participación: causas de su relieve en la reciente Doctrina Social de la Iglesia Proceso de ampliación del principio de participación El principio de participación: sus ámbitos y consecuencias 1. FIJACIÓN, SENTIDO Y DESARROLLO DE PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN. Responde esta participación de la persona en la sociedad a la aspiración profunda e indeleble de ser sujeto persona responsable de la convivencia y no meramente objeto dirigido y manipulado en ocasiones. El hombre tiene derecho natural primario a realizar su propio destino también en lo social. La participación se hace así vehículo del ejercicio expedito de la libertad humana. También en la dinámica de toda formación social tiene el hombre derecho a hacer sentir el peso de su decisión personal responsable. Opera este principio, por ello, en todos los campos y niveles de la convivencia, dentro de los cuales interviene la persona humana como agente insustituible de la calidad de la vida en común, y como garantía de la recta ordenación de ésta y de su necesaria subordinación al hombre. Como nota igualmente genérica cabe añadir que la participación es: derecho, y que incluye la facultad de actuar con libertad. deber del gobernando, ya que tiene la obligación de actuar. Por ello, no es para el dirigido un título de mero uso facultativo. Es como un precepto que impone el ejercicio, normalmente obligatorio, del derecho. Y se dice “normalmente”, porque es ocasiones, la abstención, el no intervenir, podrá estar moralmente justificado. Pero esa actitud de abstención tiene que ser excepcional, aunque debe añadirse que el abstenerse, con fundamento o motivación real, no meramente caprichosa, es una forma negativa excepcional de participar, Doctrina Social de la Iglesia 67 sobre todo cuando la abstención por su dimensión cuantitativa expresa estados colectivos generalizados de opinión. Sin la participación de la base social falta uno de los dos pilares que sostiene el arco de la convergencia hacia el bien común, y por tanto, falla el fin o fines a que tiende la dimensión social de la persona humana en virtud de la radical solidaridad del hombre. Con el principio de participación se apunta de manera directa a otros dos principios permanentes derivados de la DSI, que después estudiaremos: el de la concepción orgánica de la vida social y el de la llamada modernamente justicia social. 2. DEFINICIÓN DE PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN. EL NOMBRE: “PARTICIPACIÓN” Y “PARTICIPAR”. El sustantivo abstracto “participación” designa el desarrollo y el resultado de la acción del verbo “participar”, que define la acción. Participar es, según los textos del Magisterio, tomar parte activa en algo común, colaborar en algo que es obra conjunta de varios. EL SUJETO ACTIVO. Aparece, pues, en primer lugar, un sujeto activo: el hombre. Todo hombre, todos y cada uno de los miembros del grupo social. Nadie queda excluido de este nivel genérico de la participación. El hombre no puede quedar reducido a simple sujeto inerte de la acción de gobierno. No puede quedar convertido en simple recepcionista o beneficiario de los bienes sociales. Tiene que aportar su cuota personal de esfuerzo en el resultado conjunto del que luego participará como destinatario. EL OBJETO O TAREA La participación atiende a un objeto o tarea: la obra común en que se colabora. Esta tarea se halla ordenada al bien común que los socios se han fijado, y cuya dirección operativa han encomendado al elemento rector del grupo. Este objeto puede considerarse en dos momentos: durante el proceso continuado de elaboración o producción del mismo. en cuanto el objeto ha sido ya realizado y está a disposición del grupo. EL MODO O PROCEDIMIENTO. Un tercer factor de participación: el modo, vía o procedimiento, por medio de los cuales puede y debe intervenir todo asociado tanto en la fijación y producción del objeto como en la participación sujetiva posterior del mismo. Doctrina Social de la Iglesia 68 Este concepto genérico de la participación y sus tres elementos constitutivos (proceso, acto y procedimiento) operan en todo grupo o formación social. 3. EL PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN: CAUSA DE SU RELIEVE EN RECIENTE DSI. El destacado relieve que este principio ha adquirido en los documentos recientes de la DSI, responde a un conjunto de causas reales, a un contexto histórico determinado. Responde a dato característico de la época. En líneas generales, puede decirse que la evolución social del mundo contemporáneo ha llevado a un aprecio cada día mayor de la función que al gobernado corresponde en toda formación social, y a un simultáneo esfuerzo por prevenir, o impedir, o cortar los excesos del poder económico y político en los planos nacional, continental y mundial: se ha impuesto, con urgencia acelerada, la necesidad de limitar el abuso sobre el justo principio de la intervención de la autoridad. se siente, asimismo, la obligación de corregir la desviación reduccionista y desniveladora del desarrollo y del progreso, que los núcleos dirigentes del poder económico están produciendo, sin contención suficiente por parte de los poderes públicos. a lo anterior se añade la estrategia enmascarada de favorecer el clima del positivismo jurídico, con daño evidente de los derechos fundamente del hombre y el subsiguiente permisivismo legislativo y de los medios de comunicación social. Por ultimo, la tecnocracia introduce en el manejo del progreso científico y tecnológico riesgos, ante los cuales queda impotente el ciudadano. Por estas y otras causas, que configuran en gran parte la vida social de hoy, la DSI ha tenido que dar desarrollo singular al principio de participación como exigencia capital de la presente convivencia. 4. PROCESO DE AMPLIACIÓN DEL PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN. PÍO XII: LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN LA COMUNIDAD POLÍTICA. Todas estas motivaciones ambientales, fueron recogidas en su radio mensajes navideños. Distingue dos momentos: uno de carácter excepcional, preventivo, entonces actualísimo, por la segunda guerra mundial y otro de carácter permanente, normal, diario, esto es, la intervención ciudadana en la gestión, dirección y orientación de la cosa política. El tema lo reiteró posteriormente en numerosos e importantes documentos. JUAN XXII: PARTICIPACIÓN Y SOCIALIZACIÓN. Juan XIII inició la operación de ampliar el ámbito de aplicación del principio participativo. Elementos de tal ampliación ya se hallaban en Pío XII. Pero sin Doctrina Social de la Iglesia 69 sistematización generalizada de Juan XXIII y del Vaticano II. Fue éste el que redondeó la operación ampliatoria. CONCILIO VATICANO II: UNIVERSALIZACIÓN DEL DEBER DE PARTICIPAR. Sostiene que “es necesario estimular en todos la voluntad de participar en los esfuerzos comunes” es decir, en la vid de los diferentes grupos que integran el cuerpo social, y, en general, en la vida pública con genuina libertad. (GS 31). El Vaticano II, acentúa la obligación de colaborar, de actuar, no sólo el derecho. Es menester aceptar las ineludibles obligaciones de la vida social, las múltiples exigencias de la vida en común, el sentido de servicio activo a la comunidad en que se vive y de la que se es protagonista insustituible. JUAN PABLO II: PRIMACÍA DE LA PERSONA. Juan Pablo II enseña que la participación de los trabajadores en la gestión y en los beneficios de la empresa (LE, 14; CA, 16; 35; 43) deriva de la primacía de la persona. Tal participación legitima a las empresas en la medida que sean sociedades de personas, no sólo de capitales (CA, 43). Pero la participación lo es también en los beneficios obtenidos por la ciencia y la técnica (SRS, 33), en la política a través de las formas democráticas (CA, 47); de la cultura… 5. EL PRINCIPIO DE PARTICIPACIÓN: SUS ÁMBITOS Y CONSECUENCIAS. El principio de participación, tal como lo expone la DSI, actúa hoy como factor permanente de recuerdo y estímulo de garantía y protección, que salvaguarda la dignidad vital de la persona humana. Porque, simultáneamente, en toda formación asociativa, grande o pequeña, su ejercicio es acicate, estímulo, defensa y promoción del hombre con sus derechos y deberes. A la vez que este ejercicio refuerza y consolida el valor social efectivo del principio. Se trata de la doble dirección, propia de las realidades sociales. En cuanto es un derecho-deber lleva al hombre a participar en las esferas públicas y privadas, según las circunstancias, cooperando al bien común, ya que afecta a todos los ámbitos de la vida económica, política y social. Además crece cada día la aspiración a la libertad, a la igualdad y a la participación, que tiene también sus amenazas; el materialismo, las oligarquías, la tecnocracia, etc. Vemos algunos de los ámbitos de participación. LA EMPRESA Frente a la disociación que los sistemas originan en las relaciones entre capital y trabajo, la participación los vincula, en cuanto que los asocia mediante la participación en la vida y beneficios de las empresas. Las aspiraciones humanizadotas y participativas se conseguirán si este principio se pone en funcionamiento real (LE, 14; CA, 43…). Doctrina Social de la Iglesia 70 LA ACTIVIDAD ECONÓMICA La actividad económica, ante el excesivo protagonismo del Estado, demanda que participen los ciudadanos desde su esfera en las inversiones, en las decisiones… incluyendo a los más débiles mediante cauces adecuados de participación. LA VIDA POLÍTICA La democracia ha de dotarse de estructuras que favorezcan la participación de todos los ciudadanos (CA, 47) hasta llegar a corregir el déficit de nuestras democracias, (lucha entre partidos, las decisiones exclusivas tomadas por sus cúpulas; etc.), la despersonalización, la desinformación… LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN La cultura y la educación (CA, 51), como lugares estratégicos para humanizar, buscando los medios para que esta participación sea real, de todos los hombres, no sólo de las élites. Aquí entra educar para la participación como objetivo de toda la sociedad, en su tarea educadora, desde la igualdad, la libertad y la solidaridad, para avanzar en madurez ciudadana, en la calidad de la convivencia y la paz. LOS PUEBLOS Los pueblos, en legítima igualdad, tienen derecho a participar en la política mundial, en los procesos internacionales de paz… especialmente hoy, en un mundo globalizado, donde todos los ámbitos están en relación, se impone la práctica de tal participación. El principio de participación, que es el derecho-deber, y cuyos sujetos activos son los individuos, y los pueblos, a escala continental y mundial, se presenta pues como el cauce, como la gran vía común para fomentar, garantizar y llevar a cabo en cuadro total de los derechos y obligaciones naturales de la persona humana y de las naciones. Doctrina Social de la Iglesia 71 UNIDAD DIDÁCTICA IX EL PRINCIPIO DE LA CONCEPCIÓN ORGÁNICA DE LA VIDA SOCIAL I COMPETENCIA Identifica las características del Principio concepción orgánica de la vida social y planifica formas de organización y asociación que pueden aportar elementos positivos a la sociedad. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: Indicación cronológica y líneas de desarrollo del tema La tendencia asociativa y el derecho natural de asociación El derecho de asociación Las entidades intermedias, un término nuevo significativo 1. INDICACIÓN CRONOLÓGICA Y LÍNEAS DE DESARROLLO DEL TEMA La afirmación del carácter orgánico de la vida social está presente en todo el Magisterio contemporáneo de la Iglesia, desde León XIII hasta nuestros días: el primer momento se halla en la Rerum Novarum, en el pasaje en el que León XIII habla del derecho natural de asociación, capítulo de la DSI que como veremos, dejó definitivamente establecido. el segundo momento está constituido por la enseñanza pontificia sobre las denominadas entidades intermedias, tema que desarrolló Pío XI con su apunte sobre el corporativismo y que luego modificó Pío XII en un contexto histórico diferente. A estos dos momentos dedicaremos la presente Unidad Didáctica. el tercer momento lo trazó Juan XXIII al incorporar a la doctrina el término socialización, al que dedicaremos la siguiente Unidad Didáctica. 2. LA TENDENCIA ASOCIATIVA Y EL DERECHO NATURAL DE ASOCIACIÓN. EL HECHO ASOCIATIVO Como constante histórica, el hecho asociativo responde a la solidaridad y, por tanto, a la dimensión social de la naturaleza del hombre. Busca satisfacer la permanente indigencia, la reconocida insuficiencia que el hombre padece y puede remediar asociándose con los demás. Doctrina Social de la Iglesia 72 No hay vida digna del hombre sin recurso al hecho asociativo, que atiende tanto al nivel primario de las necesidades perentorias —vivir y sobrevivir— cuanto al nivel secundario de las conveniencias complementarias asequibles —vivir bien y mejor—. La creciente floración de asociaciones, que la historia registra, se ha ido produciendo con ritmo progresivo, obedeciendo a una ley profunda e incontrastable de desarrollo del hombre en todos los campos de la vida asociada. Todos los elementos, que objetivamente integran el campo amplio del bien común, son parcelas abiertas al incesante despliegue de la tendencia asociativa. NOTAS CARACTERÍSTICAS Vamos a señalar las cinco notas características del complejo, cambiante, abigarrado y, sin embargo, fundamentalmente unitario mundo de las asociaciones: es una exigencia radical del hombre, tiene un sentido personalizador, potencia la libertad humana, se adapta a las condiciones del medio social y debe ajustarse al bien común. Es una exigencia radical del hombre. La primera nota afecta a la esencia del hecho asociativo: es una exigencia radical del hombre y por lo mismo un derecho y un deber fundamentales. Pertenece al cuadro de las notas esenciales de la definición completa de la persona humana. Es una constante histórica, al brotar de la esencia permanente y universal del hombre. Tiene un sentido personalizador Conectada con la nota anterior, está la segunda: el radical y primario sentido personalizador del hecho asociativo. Todo el entramado de las formaciones sociales, sin excepción, debe estar puesto al servicio del hombre. También aquí, y muy especialmente, se deja sentir la primacía temporal y finalista del hombre: por su origen, las asociaciones son un efecto de la riqueza e inteligencia del hombre. por su destino, ofrecen la posibilidad realizable de lograr objetivos que el individuo aislado no puede conseguir. La unión de esfuerzos o inventiva es parte del coeficiente enriquecedor de la persona humana. Potencia la libertad humana. La tercera nota surge como desarrollo explicativo de las dos anteriores. La asociación confirma y potencia la libertad del hombre, la debida autonomía de éste y de los entes sociales en el ámbito de la dinámica propia de cada asociación. El hombre crea asociaciones, porque es libre, y las funda, para asegurar el desarrollo de su libertad, son como plataformas o espacios que la base social levanta o prepara, por iniciativa propia ascendente, para garantizar y facilitar el ejercicio normal de la libertad. El hecho asociativo tiene, por ello, un valor de fomento impulsor de la iniciativa privada. Y posee además un valor simultáneo y complementario para prevenir, y en su caso limitar, los posibles, o probables, o reales abusos de la autoridad en el seno del grupo social. Doctrina Social de la Iglesia 73 Capacidad de adaptación a las condiciones del medio social La ductilidad para adaptar sabiamente la asociación a las condiciones del medio social es la cuarta nota. El despliegue de los grupos sociales se lleva a cabo en cada época, conforme a las posibilidades reales de creación, encauzamiento y promoción de fines, que el contexto socio-histórico ofrece. Aunque radicalmente el hecho asociativo es siempre el mismo en su núcleo operativo esencial, sociológicamente se halla condicionado por la situación ambiental. Hay en él siempre: un fuerte dato coyuntural: lo que es hacedero en el momento; un algo estructural inamovible: lo que la naturaleza exige en ese momento. El dato estructural actúa como acicate de las posibilidades de coyuntura. Debe ajustarse al bien común La quinta y última nota hace referencia a que el hecho asociativo ha de ajustarse en todo momento al bien común, entendido en plenitud, del grupo social y del eventual grupo superior en el que éste se inserta. La asociación no está dada para que los socios desatiendan sus deberes sociales. No se identifica con la licencia para hacer lo que les venga en gana como asociados, y que, aislados, no pueden llevar a cabo; ni es pretexto o motivo para ejercer sin trabas el propio o el común provecho egoísta e insolidario. El hecho asociativo, cuando discurre fuera del campo de la moral, es facción o banda, no una unión social correcta y moralmente legítima. Esta unión social correcta supone derechos y deberes anclados en el bien objetivo, que la norma jurídica positiva deberá regular y defender. Puede, pues, hablarse de la elasticidad que el hecho asociativo tiene y que se da también en otros derechos fundamentales, salvo en el de la vida. Hay derechos, en efecto, que, sin dejar de ser fundamentales, pueden quedar sometidos a restricción o suspensiones temporales, que deberán estar histórica y moralmente justificadas. 3. EL DERECHO DE ASOCIACIÓN Pasamos ya al orden jurídico, al campo de la regulación positiva del hecho asociativo, de la norma reguladora de este derecho natural del hombre. No se trata de una capacidad de asociarse, graciosamente concedida al hombre. No se trata de una capacidad de asociarse, graciosamente concedida al hombre por una autoridad meramente humana. La doctrina sobre este punto quedó establecida en la DSI, como se dijo antes, en sus líneas fundamentales, por León XIII en la Rerum Novarum (35-39): el de la asociación es un derecho “concedido al hombre por la ley natural” (RN, 35). La autoridad está gravemente obligada a reconocer, favorecer y proteger el ejercicio de ese derecho. Sólo puede regular su funcionamiento desde fuera. Doctrina Social de la Iglesia 74 TRES ELEMENTOS ESENCIALES Hay tres elementos que integran la esencia del derecho de asociación, y deben ser recogidos paladina y lealmente en el ordenamiento jurídico: la libertad del hombre para fundar asociaciones, cuando, donde y como quiera; la autonomía para gobernarlas y orientarlas hacia el fin social libremente establecido, sin interferencias exteriores procedentes de la autoridad; la responsabilidad que sobre todos los socios pesa de garantizar con su aportación personal el logro del fin estatutariamente establecido. TRES FASES NORMATIVAS También hay tres fases normativas escalonadas en las que debe garantizarse al máximo el ejercicio expedito del derecho natural de asociación. La cobertura jurídica del hecho y del derecho asociativo: debe quedar consignada en el marco constitucional, debe recogerse en la correspondiente ley orgánica, debe desarrollarse en el reglamento que corresponda. La asociación y la concentración de esfuerzos, que este derecho exige de los socios en orden al fin que se han propuesto, poseen singular capacidad educadora y de entrenamiento para la convivencia correcta. Cada asociación y el conjunto global de todas ellas, y muy particularmente las que poseen un ritmo y tono fuertes y duraderos, levantan una plataforma sobresaliente para el cultivo diario de las virtudes cívicas, del sentido social de unidad en la diversidad, y de servicio abnegado al prójimo. En realidad, al ser las asociaciones base del tejido social orgánico, vehículos aptos de la participación y de la convergencia, elementos de control del ejercicio subordinado de la autoridad, resultan cívicamente educadoras y políticamente equilibrantes. 4. LAS ENTIDADES INTERMEDIAS, UN TÉRMINO NUEVO SIGNIFICATIVO Desde los años treinta, los documentos sociales del Magisterio incorporan un término nuevo —las entidades intermedias— para designar el fenómeno asociativo. Entre las entidades intermedias y las asociaciones se da, a primera vista, una perfecta identificación. Pero existen matices diferenciadores, que tanto el análisis semántico como la consideración histórica evidencian. ANÁLISIS SEMÁNTICO La asociación por su propia estructura morfológica designa la voluntad y el movimiento unificadores de los socios en orden a un objetivo común. La significación completa del término posee: un elemento centrípeto para la convergencia unificadora de una pluralidad de sujetos; Doctrina Social de la Iglesia 75 una indicación de finalidad, de movimiento común concertado hacia un término. Entidades intermedias, en cambio, apunta, en virtud del adjetivo añadido, a una posición de puente, conexión o enlace, que las asociaciones ocupan entre el socio y la autoridad, entre la base y la cima de la formación social. ANÁLISIS HISTÓRICO El análisis histórico confirma la conclusión del análisis semántico. El desarrollo dictatorial del capitalismo liberal, la grave crisis económica iniciada en 1929, la desaparición definitiva de los antiguos gremios, la irrupción de diversos tipos de totalitarismo político, el predominio de los sindicatos clasistas dependientes de partidos jurídicos hacia presupuestos del positivismo, contribuyeron, como causas concurrentes, al aislamiento progresivo del hombre en la vida social. DEFINICIÓN ¿Qué notas caracterizan a las entidades intermedias? ¿Son todas las asociaciones por el solo hecho de ser asociaciones, entidades intermedias? ¿O sólo son entidades intermedias determinadas asociaciones? Para fijas el deslinde exacto del término, hay que tener en cuenta cuatro datos: por su origen y procedencia las entidades intermedias son cuerpos sociales surgidos desde la base social, no son entes creados por la autoridad; por la finalidad o razón de ser de las entidades intermedias: se crean para llevar a cabo ciertos fines que son distintos de los que propiamente corresponden a la autoridad; por su régimen jurídico: las entidades intermedias viven con normativa propia, los estatutos, y bajo la normativa legal común del hecho asociativo, con la salvedad que más adelante se verá al estudiar la socialización; por su utilidad: constituyen en su conjunto una especie de puente compacto, dinámico y eficiente, o enlace entre el individuo y la autoridad. Garantizan la participación ciudadana y la acción subsidiaria de quien manda. En un primer momento, la consideración conjunta de estas cuatro notas lleva a la conclusión de que todas las asociaciones son entidades intermedias. Sin embargo, la observación comparativa de los textos del Magisterio y el propio análisis de la realidad social, indican que el concepto de entidades intermedias se limita solamente a aquellas asociaciones o cuerpos sociales que poseen un volumen y significación superior no común. CORPORACIONES Y CORPORATIVISMO Pío XI y el corporativismo Es absolutamente necesario distinguir entre el criterio que Pío XI expuso sobre las corporaciones o cuerpos sociales, y las realizaciones concretas que el denominado corporativismo tuvo en la década de los años treinta. Se impone romper tópicos que pretenden identificar el criterio pontificio con tales realidades sociopolíticas. Doctrina Social de la Iglesia 76 En Quadragesimo anno (87) las corporaciones se definen como “asociaciones u órdenes más amplios” que las asociaciones particulares entonces existentes. Órdenes o cuerpos de origen no estatal: Que no se basan en el principio de la lucha de clases, ni en la filosofía subyacente a dicha lucha; Que no quedaban, por otra parte, a merced de las pretensiones del capitalismo dictatorial: Que no eran creación del Estado, ni de la autoridad política, sino de la propia sociedad. Estas corporaciones se apoyaban en la tarea común que, dentro de la sociedad, realizan cuantos trabajan, en uno u otro nivel, dentro de un sector determinado de la convivencia. De tales órdenes así entendidos Pío XI afirmó que si no esenciales, eran al menos connaturales con la sociedad civil (QA, 83). Este es el planteamiento objetivo del concepto. Pero no puede prescindir de la situación de entonces: a consecuencia del liberalismo quedó destruido el entramado social de los gremios antiguos y, al no ser sustituidos por otras asociaciones, el trabajador, el individuo y la familia, quedaron solos, aislados y desasistidos, frente a los grupos poderosos de la economía y de la política, como fruto del naturalismo secularista propugnado por la ilustración, y del liberalismo incontrolado del siglo XIX. Pío XI abogó por la recuperación, o, mejor dicho, por la creación de un nuevo entramado social, un orden de cuerpos profesionales que reemplazara, modernizado, el antiguo orden desaparecido. No propugnó la vuelta a la organización de la Edad Media, ni una restauración del orden gremial, sino que propuso la renovación del tejido social intermedio entre el individuo y el poder. Buscaba una nueva defensa eficaz del hombre e hizo un desafío a la inventiva social y al sentido común de los pueblos y de sus dirigentes. Es probablemente el único caso en este siglo en que el Magisterio descendió hasta el nivel de las directrices prácticas organizadoras del mundo de la economía, basadas en un principio permanente de la DSI (QA, 78). Pío XII propone una nueva orientación Pío XII comprobó el fracaso en la práctica de la fórmula de su antecesor. Se había perdido una oportunidad. Por eso, orientó su enseñanza sobre la concepción orgánica de la sociedad hacia las entidades intermedias. Mantuvo el principio, el motivo de la fórmula anterior, pero modificando su proyección concreta. Las motivaciones básicas subsistían. Era necesario recuperar para la sociedad un conjunto denso, libre eficaz de entidades superiores que constituyeran un diafragma, no de separación, sino de enlace entre la autoridad y el hombre y la familia. Sin tal conjunto, la dignidad de la persona humana seguiría corriendo gravísimos riesgos. Doctrina Social de la Iglesia 77 Las entidades intermedias son, en la doctrina de Pío XII, ciertas asociaciones propias de nuestra época, que poseen dimensiones, significación y dinamismo, muy superiores a las formas ordinarias o menores de las asociaciones, y que por su naturaleza, operaciones y fines contribuyen al proceso de personalización del hombre y de la entera sociedad. No pueden, pues, confundirse con las entidades de signo capitalista puro — multinacionales del dinero—, ni con los sindicatos meramente políticos y los partidos que los dirigen —internacionales de las ideologías y del poder—. Son algo distinto, necesario y, en gran parte, tarea todavía por hacer. Doctrina Social de la Iglesia 78 UNIDAD DIDÁCTICA X EL PRINCIPIO DE LA CONCEPCIÓN ORGÁNICA DE LA VIDA SOCIAL II COMPETENCIA Analiza y debate sobre el concepto de la “socialización”, los logros alcanzados en la actualidad en este aspecto y las tareas pendientes, proponiendo alternativas de solución. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: La historia del término “socialización” en la Doctrina Social de la Iglesia Contexto histórico de la socialización Definición de socialización Causas concretas de la socialización Valoración: juicio crítico sobre la socialización LEÓN XIII La encíclica Rerum Novarum (1-3) trató de la socialización, entendida según la doctrina socialista-comunista de entonces. Socializar significa, para el marxismo decimonónico, suprimir violenta y totalmente el derecho de propiedad privada en todo el campo de la convivencia: en la economía, en el derecho y en la cultura. El rechazo de tal concepto por León XIII era consecuencia lógica obligada del no rotundo de la DSI al intento de transferir, totalmente y por la fuerza, la titularidad jurídica de los bienes de los particulares a la comunidad política, como única instancia legitimada para el ejercicio de la propiedad. PÍO XI En la Quadragesimo Anno (55), habló de la socialización, referida ahora a la doctrina y a la praxis del socialismo no comunista, el cual defendía entonces con energía la transferencia al Estado de la propiedad, pero únicamente de todos y sólo los medios de producción. También ahora la DSI rechazaba el verbo, ya explícito, socializar. Pero subsistía la razón de fondo de la negativa de León XIII. La base social tiene derecho a la titularidad jurídica de esa propiedad. La coherencia y la continuidad de la doctrina eran plenas, aunque la realidad no fuese del todo la decimonónica. La socialización seguía extramuros de la DSI. Doctrina Social de la Iglesia 79 PÍO XII Pío XII, en sus documentos sociales, da un cambio significativo, que se traduce en una impotante decisión doctrinal; preludia ya la enseñanza posterior. Recoge y acepta la identidad de los verbos socializar y nacionalizar, que en los años cuarenta se había establecido en la teoría y en la práctica. Ante esta nueva concepción, se adoptan dos posturas: Postura negativa: si la nacionalización se concibe y se realiza como instrumento de la lucha de clases o de la pugna de los partidos, con la consiguiente desatención de los genuinos intereses de toda la sociedad y menosprecio o violación de los derechos fundamentales del hombre, la actitud del Magisterio sigue siendo, como antes, negativa. Postura positiva: pero si la nacionalización o socialización está objetivamente requerida por el bien común, en razón de situaciones de coyuntura yt se lleva a cabo de forma justa y con vistas a los intereses generales, la actitud del Magisterio será positiva. Se acepta la socialización, a la vez que advierte que el proceso de las nacionalizaciones no era en sí mismo y en sus consecuencias el más adecuado para resolver de forma duradera y justa los problemas de la convivencia en general, y, en particular, de la economía. JUAN XXIII Juan XIII, en 1961, en la encíclica Mater et Magistra (59-60), desligó el contenido de la socialización de toda referencia directa a la propiedad, a los medios de producciones y a las nacionalizaciones, y lo vinculó con el poderoso incremento generalizado del fenómeno asociativo, es decir, con el tema de la organicidad de la vida social. Juan XXIII analiza el hecho dela socialización así entendida, subraya sus aspectos postivos, y lo acepta. La socialización entraba así, como término positivo, en el vocabulario de la DSI. Para precisar más, señalar que el término “socialización” no aparece de forma explícita en el texto original latino de la Mater et Magistra (59), si bien está consignado expresamente en algunas traducciones autorizadas de las misma. EL CONCILIO VATICANO II El Concilio Vaticano II incorporó definitiva y explícitamente, y en varias ocasiones, la palabra, como puede verse en los textos de Gaudium et Spes 5, 25, 42 y 75. 2. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA SOCIALIZACIÓN Forman parte de este contexto histórico los datos de época que rodean, como ambiente, el hecho de la socialización. No se trata aquí de fijar causas, en sentido estricto, del fenómeno. Doctrina Social de la Iglesia 80 La socialización, a la que atiende Juan XXIII y el Vaticano II, se refiere al aumento en número y al incremento en calidad que el hecho asociativo ha experimentado en los últimos decenios. En gran parte este incremento se ha visto precedido y está siendo acompañado por el crecimiento demográfico de la población, por la interdependencia creciente entre los pueblos y el consiguiente proceso de mundialización. Cinstribuyen también a la socialización varios datos de situación nueva: urbanización, grandes concentraciones de personas y de industricas, la cultura de masas, y la expansión en los tiempos de ocio (MM, 59; GS, 6; 23; OA, 8-12) Además, ha crecido mucho el número de las unidades asociativas y han aparecido formas o tipos nuevos de asociaciones de enormes dimensiones y significado preferentemente económico o ideológico, que pueden causar graves daños al necesario proceso de personalización. La socialización, que con todo fundamento es presentada como “una de las características principales de nuestro tiempo” (MM, 59; cf. GS, 23), tiene incidencia capital directa en el dinamismo orgánico de la vida social. Este efecto —positivo o negativo, según los casos— requiere y justifica que lo estudiemos aquí. 3. DEFINICIÓN DE SOCIALIZACIÓN Disponemos de tres definiciones de un mismo contenido: La primera, muy breve. Dice que la socialización es “el incremento de las relaciones sociales” (MM, 59), de las formaciones sociales. La segunda definición, como desarrollo de la precedente, dice: la socialización es “la multiplicación progresiva de las relaciones de convivencia, con la formación consiguiente de muchas formas de vida y de actividad asociada, que han sido recogidas, la mayoría de las veces, por el derecho público o por el derecho privado” (MM, 59). La descripción es reiterada por el Vaticano II: una multiplicación incesante de las convexiones mutuas y de las interdependencias, de las que nacen “diversas asociaciones e instituciones, tanto de derecho público como de derecho privado” (GS,25). La tercera definición, sectorial, afirma que la socialización está constituida por “organismos o cuerpos” y por “múltiples asociaciones privadas” (MM, 65). Parece que responde a la distinción anterior entre el derecho público o privado, regulador de las agrupaciones. Pero añade a continuación, con enumeración descriptiva de tipo, toda una “serie numerosa de grupos, de asociaciones y de instituciones para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones, como en el plano mundial” (MM, 60) El Vaticano II insiste, como un eco: “las asociaciones familiares, sociales o culturales, los cuerpos o las instituciones intermedias” (GS, 75). Doctrina Social de la Iglesia 81 4. CAUSAS CONCRETAS DE LA SOCIALIZACIÓN Hemos aludido, de forma sumaria en el apartado 2, al contexto sociohistórico en que surge la socialización; buscamos ahora las causas concretas que han determinado el hecho de la socialización, el sentido causativo propio. FRUTO Y EXPRESIÓN DE LA CONDICIÓN SOCIAL DEL HOMBRE Para Mater et Magistra, la socialización “es el fruto y la expresión de una tendencia natural, casi incoercible, de los hombre, que los lleva a asociarse espontáneamente para conseguir los objetivos que cada cual se propone y superan la capacidad y los medios de que puede disponer el individuo.” (MM, 60; cf. PT, 24) En consecuencia, la socialización “no es producto de un impulso ciego de la naturaleza, sino obra del hombre, ser libre, dinámico y naturalmente responsable de su acción, que está obligado, sin embargo, a reconocer y respetar las leyes del progreso de la civilización y del desarrollo económico, y no puede eludir del todo la presión del ambiente.” (MM, 63) La socialización ha de entenderse siempre como efecto o creación de la persona humana y como estímulo de la personalización. Es evidente que este principio derivado conecta con los principios originarios o de primer orden. Principalmente, con los principios antropológicos y los del orden de la naturaleza, y, a través de éstos, con los principios teológico y cristológico. No se da, pues, determinismo, sino libertad responsable, la cual coexiste con el ambiente y dentro de él se mueve. Por tanto, si dentro de la sociedad el hombre o la familia quedan convertidos en autómatas, no es por la acción ciega de fuerzas fatalistas, sino por la de quienes tienen responsabilidad en la marcha de los hechos sociales. En particular, Juan XXIII destaca como agentes de la socialización tres aspectos: “el progreso científico y técnico” “el aumento de la productividad” (MM, 59; GS, 23) y “el auge del nivel de vida del ciudadano” (MM, 54) LA CRECIENTE INTERVENCIÓN ESTATAL Mater et Magistra 60 añade otro elemento muy importante en el proceso de las causas. La socialización es, al mismo tiempo, “indicio y causa”, es decir, efecto y agente productor de un fenómeno actual: “Este progreso de la vida social es indicio y causa, al mismo tiempo, de la creciente intervención de los poderes públicos aun en materias que, por pertenecer a la esfera más íntima de la persona humana, son de indudable importancia y no carecen de peligros.” Indicio de la respuesta social ante el intervencionismo estatal Como indicio, la socialización es un instrumento de signo antiestatificador creado por la sociedad. Las asociaciones se multiplican, entre otras causas, porque el Estado Doctrina Social de la Iglesia 82 se extralimita. Crecen, incluso cualitativamente, para prevenir y detener el riesgo del intervencionismo excesivo de la autoridad social y de sus incursiones ilimitadas en la esfera de la intimidad personal del hombre. La socialización se alza, pues, como efecto, a manera de muro de contención e incluso a veces como estrategia de recuperación de terrenos perdidos, invadidos, por la autoridad (GS, 75). Por eso, la Mater et Magistra lo califica de “indicio”. Causa de una razonable intervención estatal que regule la realidad asociativa Como causa, también origina una justa intervención del Estado, cuando, al incrementarse las formas asociativas, el Estado se ve jurídicamente obligado a regular ese movimiento ascencional con una normativa apropiada y proporcionada al hecho nuevo. La normativa debe salvaguardar la orientación personalizadota que gravita en todo momento sobre el ejercicio de la autoridad. Pero, además, la socialización es causa de la intervención del Estado, porque, eventualmente, dentro del conjunto de entes que integran la socialización, pueden surgir formaciones sociales poderosas, que perturben el libre juego de los elementos de la vida social y la necesaria convergencia de todos ellos hacia el bien común. En uno y otro caso la socialización actúa como causa eficiente de la intervención debida al Estado. 5. VALORACIÓN: JUICIO CRÍTICO SOBRE LA SOCIALIZACIÓN La valoración, que la DSI hace que la socialización, consta de: una afirmación general: la socialización es en sí un fenómeno actual positivo, ventajoso; una negación correctora: no carece de riesgos, algunos de ellos graves y en ocasiones realizados (Cf. MM, 61-62; GS, 25). Como motivo determinante de estos dos momentos del juicio crítico de la DSI sobre la socialización debe señalarse el sentido del propio complejo asociativo, personalizador o despersonalizante, y también, como motivo adicional, la orientación concreta de la regulación jurídica del fenómeno, favorable o desfavorable respecto de la primacía de la persona humana. La socialización, aunque crea relaciones nuevas, no siempre promueve en ellas y con ellas la primacía de la persona humana en la vida social, ni el necesario carácter orgánico de ésta. Y semejante riesgo puede provenir tanto de la autoridad pública, como de ciertos sectores de la propia sociedad. EL RIESGO QUE PROCEDE DE LA AUTORIDAD Hoy día la reglamentación jurídica del comportamiento humano y el control que la autoridad ejerce sobre los movimientos del gobernado, reducen sensiblemente el radio de acción de la libertad y de las responsabilidades personales. El hombre deja de pensar por sí mismo y piensa según el dictado que la presión ambiental le impone, descarada o encubiertamente. Doctrina Social de la Iglesia 83 La situación se agrava sobremanera por el manejo de la información en los medios de comunicación social. La sociedad se ve desposeída de su puesto de primacía, mermada en su capacidad creadora, obstaculizada en la formación de su juicio crítico personal libre (MM, 62; PT, 24). EL PELIGRO QUE PROCEDE DE LA PROPIA SOCIEDAD Baste este apunte por ahora: el peligro surge cuando grupos poderosos, y aun superpoderosos, pueden interferirse e incluso anular con su presencia, dentro del conjunto asociativo, la socialización y sus efectos positivos; cuando actúan en sentido negativo en los campos de la economía, de la política, de la cultura, o de la información. LA MALA UTILIZACIÓN DE LA PROPIA LIBERTAD La suma de estos dos agentes —autoridad y sociedad— con sus posibles interferencias negativas en el marco de la socialización se combina con un tercer factor, esta vez interno y personal: la tendencia de todo hombre al pecado. Lo menciona expresamente el Concilio Vaticano II: “la soberbia y el egoísmo humanos transforman ellos también el ambiente social” (GS, 25). EN CONCLUSIÓN La DSI tiene un juicio general claramente positivo sobre la socialización. El juego de los principios rectores de la convivencia genera una determinada concepción y expresión de la vida social. De ese juego, correcto o incorrecto, depende el juicio crítico concreto sobre los aspectos particulares del fenómeno socializador. Si el funcionamiento de los principios es correcto, el resultado positivo. Y también el juicio sobre la socialización. Pero si es incorrecto, el juicio será claramente negativo. Porque el juicio general sobre la socialización en la DSI es claramente positivo. Doctrina Social de la Iglesia 84 UNIDAD DIDÁCTICA XI PRINCIPIO DE LA JUSTICIA SOCIAL COMPETENCIA Identifica y explica el desarrollo del término “justicia social” en los documentos del Magisterio y valora su importancia como aporte de la Iglesia a la lucha por un mundo que respete y promueva la dignidad del hombre en todos sus aspectos. DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDAD La unidad consta de los siguientes temas: El sustantivo, el adjetivo y el término compuesto: “justicia social” La novedad semántica de la justicia social en la Doctrina Social de la Iglesia La historia del término “justicia social” en los documentos sociales del Magisterio Dinamismo de la justicia social: tres funciones La cuestión del derecho justo y la justicia social 1. EL SUSTANTIVO, EL ADJETIVO Y EL TÉRMINO COMPUESTO: “JUSTICIA SOCIAL” En el inicio de este tema, vamos a tratar de aproximarnos al significado de los términos “justicia” y, particularmente, “justicia social”. EL SUSTATIVO “JUSTICIA” Sentido subjetivo En sentido subjetivo, como virtud personal, la justicia es la voluntad decidida, constante y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde, lo suyo. Presupone el reconocimiento granco de lo que al prójimo se debe y el propósito firme actualizado de respetar y hacer lo que al otro se debe. “Constante” significa perseverancia probada en el propósito y “perpetua” designa la intención de guardar siempre ese propósito. A esta voluntad decidida y a su práctica consiguiente está obligado todo el cuerpo social, tanto los miembros como la autoridad. Sentido objetivo En sentido objetivo, la justicia es la propiedad, atributo, o cualidad de la norma jurídica, por la que dicha norma, cualquiera que sea su nivel jerárquico en el ordenamiento jurídico, ha de ajustarse, en cuanto a su contenido y procedimiento, al orden moral, que ea anterior y superior al derecho positivo. Moral y derecho están úntima y necesariamente vinculados. Doctrina Social de la Iglesia 85 Todos los principios originarios y todos principios derivados de a DSI están gravitando directamente, y no sólo externamente, sobre una exigencia interna de la justicia, de la norma jurídica. Complementariedad Los dos sentidos del sustantivo “justicia” se complementan como las dos caras de una moneda: como virtud moral cardinal, en sentido subjetivo, personal, ascético; y como atributo o cualidad de norma jurídica, en sentido objetivo, real. EL ADJETIVO “SOCIAL” Se refiere a todo cuanto es vida del hombre en convivencia. Abarca todas las formas y grados de ésta. Su sentido integrador ha de tenerse muy presente al intentar definir la justicia, cualificada por lo social hoy. El uso creciente del adjetivo en la doctrina, en la legislación, en la literatura y aun en el lenguaje comúnb, ha penetrado también en el léxico de la DSI (LE, 2 y 9; RP, 16). Conviene advertir que este adjetivo, como tantos otros términos de la vida social actual, forma parte de un vocabulario común que se ve afectado por una confusión que, desde la Ilustración, han creado algunas corrientes filosóficas y sistemas sociales con su carácter inmanentista, cerrados ala trascendencia de los divino (Cf. MM, 206). EL TÉRMINO COMPUESTO “JUSTICIA SOCIAL” Esta primera aproximación subraya que la justicia social es aquella forma o especie de la justicia que responde a las características, contenido y extensión de la moderna cuestión social, y que, por lo que respecta a la comunidad política, se halla en la base del llamado Estaod social de derecho, como fuerza rectora y elemento legitimador. La evolución del contenido de la cuestión social, cada día con más complejidad, ca desde el campo de la economía al ámbito general de la convivencia, acentúa con intensidad la dignidad del hombre y de los pueblos. Su proceso de continentalización y aun de mundialización ha ido determinando una ampliación del significado de la justicia social (cf. LE, 2). El bien común, entendido en plenitud, es el núcleo de esta nueva dimensión de la cuestión social, y pertenece a su esencia la defensa y la garantía de los derechos del hombre y de todos los pueblos. Por ello, la justicia social se presenta como la expresión moderna y totalizadora, de los comportamientos sociales que buscan fijar, elaborar, alcanzar y distribuir el bien común. 2. LA NOVEDAD SEMÁNTICA DE LA JUSTICIA SOCIAL EN LA DSI Se procede ahora a una segunda aproximación en la definición de la justicia social, acudiendo para ello a la clasificación tradicional de las especies o formas de justicia. Doctrina Social de la Iglesia 86 CLASIFICACIÓN TRADICIONAL Para la clasificación tradicional, son tres las forma de justicia: la justicia legal, que fija los deberes del asociado respecto de la comunidad en que La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las vive inserto; condiciones que permiten a las la justicia distributiva, que define los asociaciones y a cada uno deberes de la comunidad, y en concreto de la conseguir lo que es debido según autoridad misma, respecto de los socios o su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien gobernados; la justicia conmutativa, que regula los común y al ejercicio de la deberes y derechos entre las personas o autoridad. (CCE 1928) socios de cada comunidad. Ante la posibilidad de identificar la justicia social con alguna, o con varias, de las formas tradicionales de justicia, dentro de la doctrina social católica, hay autores que: responden afirmativamente, aunque con salvedades; algunos identifican la justicia social con la legal o con la distributiva, otros afirman que la justicia social coincide con la legal completada con la distributiva; para terminar, otros enseñan que la justicia social comprende las tres especies clásicas de la justicia UNA NUEVA DEFINICIÓN DE DICHO TÉRMINO Reconociendo el valor de la clasificación tradicional y lo que puede haber de positivo en ella para definir la moderna justicia social, parece más acertado optar por darle un contenido global nuevo. La doctrina clásica conserva en este punto un ineludible matiz de época, que ha sido ampliamente rebasado por la novedad de la situación contemporánea. El término justicia social, por su esencial orientación al bien común y por la complejidad nueva que los tiempos han acumulado sobre esta realidad del bien común, ofrece matices de adecuación a las novedades del triempo, que, sin merma de las directricies de la doctrina clásica, aconsejan aceptar una nueva definición de dicho término. Algunas de la notas que obligan a sancionar y admitir otra definición de la justicia social son: los riesgos, reales y graves, que amenazan la primacía del hombre; la defensa, garantía y ejercicio de los derechos fundamentales de la persona; un concepto desviado y claudicante del desarrollo y sus conexiones inmediatas con el problema de la paz; los derechos de todos los pueblos y el proceso actual de mundialización; la persistencia de los abusos de poder económico. Doctrina Social de la Iglesia 87 Bien Común Justicia conmutativa: Contratos y intercambios equitativos Justicia distributiva: Distribución equitativa de los bienes según la opción por los pobres Justicia Social Justicia legal: Transparencia y seguridad legal en el sistema judicial Creemos que puede admitirse como definición, a la luz de lo dicho, que: La justicia social es la forma moderna plenaria de la justicia, entendida en sentido objetivo, que como priencipio rector, inspira y delimita el ocnjuento de normas jurídicas positivas que regulan todas la formas de convivencia, para garantizar el logro fácil del bien común completo nacional, internacional y mundial, reconociendo teórica y prácticamente los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. La justicia social se levanta así como el sumo rpincipio general del ordenamiento jurídico positivo. Al proclamar esta importancia fundante de la justicia social, estamos afirmando la necesaria obediencia, el leal sometimiento del ordenamiento positivo a todos y a cada uno de los principios rectore de la convivencia humana, tanto los originarios como los derivados. 3. LA HISTORIA DEL TÉRMINO “JUSTICIA SOCIAL” EN LOS DOCUMENTOS SOCIALES DEL MAGISTERIO El término aparece por primera vez en los documentos de Pío XI, concretamente en las encíclicas Quadragesimo Anno y Divini Redemptoris. Es otra novedad en el léxico y en los conceptos de la DSI. Doctrina Social de la Iglesia 88 ANÁLISIS DE CONTENIDO En cuanto a su contenido, la justicia social es presentada expresamente como forma o especie de justicia, distinta de la conmutativa. Y como forma necesariamente vinculada al bien común en el contexto moderno de la cuestión social. La justicia social tiene con el bien común cierta conexión identificadora en ser y cierta diferencia en el A cada cual, por consiguiente, debe dársele lo suyo en la distribución de nivel operativo (DR, 52; QA, 58). El bien común depende de la justicia social en cuanto que es el resultado y el norte de la vida en sociedad. Esa es la conexión identificadora. La diferencia operativa reside en que la justicia social canaliza, preordena y potencia el ordenamiento jurídico necesario para asegurar el logro del bien común y para garantizar la justa distribución, después, de los bienes que lo integran. los bienes, siendo necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados. (QA 58) En un pasaje se identifica la justicia social, que es la inspiradora, con el ordenamiento jurídico, que es la estructura inspirada por la justicia social. La justicia social se opone a toda forma de dictadura, manifiesta o encubierta (QA, 88; DR, 31). Pío XII la calificó posteriormente de punto programático de la DSI. Toda forma de vida social requiere estar informada por la justicia social, que actúa como principio inspirador del dinamismo regido por su respectivo estatuto jurídico. ANÁLISIS HISTÓRICO Aparece vinculado de forma particular a determinados sectores concretos, parciales, de la vida económica. En esta proyección sectorial del principio se habla de la distribución justa de las riquezas, de la renta nacional y de los beneficios de las empresas. Y también se menciona el tema del salario justo, incluido el familiar, y de su necesario complemento, la seguridad social (QA, 57-58. 110). Se extiende el campo de aplicación a todo el orden económico, ya que la gran función de la justicia social es ordenar en entero conjunto socioeconómico del desarrollo de un pueblo (MM, 40). Amplía el significado funcional de la justicia social, que debe abarcar, con su dinamismo regulador impulsor, todo cuanto pertenece a la vida de la comunidad política en todos los órdenes, no sólo en el económico. Debe aquélla, en efecto, “imbuir toda la actividad de Estado y toda la vida de la sociedad” (QA, 110; DR, 31). El Concilio Vaticano II (GS, 29. 63. 90) y las encíclicas sociales de Juan Pablo II (Cf. LE, 8. 20) cierran el proceso de generalización, ya que la justicia social debe reordenar todo el entramado de la vida social, también a nivel continental y mundial (Cf. GS, 29; 63; 90; LE, 2; 8; SRS, 39; CA, 19). Doctrina Social de la Iglesia 89 4. DINAMISMO DE LA JUSTICIA SOCIAL: TRES FUNCIONES En términos generales, la justicia posee por vía jurídica, un esencial impulso que lleva a confluir a todos los agentes sociales en el bien común y, simultáneamente, los dinamiza para alcanzarlo. Por eso, la gran función de la justicia social consiste en promover, establecer y aplicar un orden jurídico que se ajuste, lo más perfectamente posible y a tiempo, a los criterios concretos que sirven para solucionar con una eficacia que sea moralmente correcta, la complejidad de la cuestión social contemporánea. FUNCIÓN CREADORA DE JUSTICIA La justicia social es el principio permanente que rige ese nuevo ordenamiento jurídico. Lo advierte expresamente el número 10 de la encíclica Mater et Magistra. Es un pasaje que, si bien se refiere de forma explícita a la economía, tiene aplicación implícita, que puede extenderse a todos los órdenes de la convivencia, grandes y pequeños. Juan XXIII comenta e interpreta autorizadamente el pensamiento de Pío XI: “El segundo principio de la encíclica de Pío XI (Quadragesimo Anno) manda que se establezca un orden jurídico, tanto nacional como internacional, que bajo el influjo rector de la justicia social, y por medio de un cuadro de instituciones públicas y privadas, permita a los hombres dedicados a las tareas económicas armonizar adecuadamente su propio interés particular con el bien común.” (MM, 10) Importa subrayar de esta unidad el inciso de ese pasaje, “bajo el influjo rector de la justicia social”. En el texto latino original se lee “sociali iustitia auspice”. En la expresión utilizada por Pío XI, que confirma Juan XXIII, se advierte meridianamente la función rectora de la justicia social en la sociedad contemporánea por la vía del derecho justo. Tiene, por tanto, la justicia social una primera función capital de signo positivo: Crear, mantener y exigir un ordenamiento jurídico adecuado y su cumplimiento a todos los miembros del cuerpo social: ciudadanos, autoridad e instituciones de todo tipo, públicas y privadas. Nadie queda exento del deber de obedecer la norma jurídica. En consecuencia, la justicia social, como expresión concentrada de todos los grandes principios de la DSI, es la encargada de lograr que todo el ordenamiento positivo se subordine a la primacía de la persona y del derecho natural y, por consiguiente, a la moral objetiva, de forma que el individuo, sólo y asociado, pueda disponer fácilmente de todos los medios que necesita para cumplir su función en la sociedad y lograr la perfección que con la sociedad busca. En esto consiste la función creadora y de exigencia de la justicia social. FUNCIÓN DE DENUNCIA Posee, además, la justicia social una segunda fase, derivada de la anterior. Función que, aunque parezca negativa, es muy positiva en sí misma. Se trata del “no” que la Doctrina Social de la Iglesia 90 justicia social debe pronunciar frente a las injusticias sociales de todo signo y procedencia. La justicia social se yergue como instancia denunciadora, siempre que se dé una deficiencia social injusta, un abuso generalizado. Es la voz que clama frente a las situaciones de injusticia consolidada, que crean las denominadas estructuras de pecado. La justicia social actúa como radar de injusticias y detector de deficiencias sociales provocadas con daño de los derechos del hombre o de los pueblos. Esta segunda función de la justicia social presenta una característica permanente y plantea una exigencia severa: Característica: la justicia social prohíbe hacer acepción de situaciones o de personas. Denuncia la injusticia siempre. No practica la norma de las dos medidas: denunciar las injusticias de un sistema o situación, mientras silencia las que otros sistemas o situaciones provocan. Nunca se pliega al juego interesado de las denuncias sociales partidistas, que se mueven no por afán de justicia, sino por claros motivos de contienda de intereses. Exigencia: en toda formación social han de existir personas y grupos de personas capaces de aceptar el sacrificio de ser portadores de la voz de la justicia social, y de clamar pública y eficazmente contra las injusticias sociales consolidadas. Cuando faltan esos hombres, se produce inexorablemente el fracaso del dinamismo reformador de la justicia social, que constituye su tercera función. FUNCIÓN DE REFORMA La justicia social no se limita a la labor de denuncia sino que es radical y primariamente fuente de iniciativas creadoras de orden y desarrollo. No puede quedar convertida solamente en palestra de reivindicaciones desconectadas de los deberes sociales que pesan sobre todos los miembros del cuerpo social. La justicia social tiene, ante todo, que aportar soluciones. Es la voz portadora del “deber ser” frente al “es” social degradado. En su voz se deja oír el clamor profundo, insobornable, de cuantos padece injusticia, voz majestuosa desatendida, que es eco auténtico de la voz divina (Cf. SRS, 41; CA, 18. 36. 61) Son las personas capacitadas, con espíritu de sacrificio y sentido del servicio al prójimo necesitado, los que pueden dar viabilidad acertada a las soluciones que la justicia social aconseja o impone. La revolución no es camino, pero cuando la evolución no se hace viable, sólo queda la disyuntiva: del estancamiento, que provoca formas nuevas de esclavitud tecnológicamente enmascaradas; o el camino de las revoluciones que resultan, en última instancia, desestructuradoras y retroactivas. Aparece el enfrentamiento lamentable entre las propuestas reformadoras que la justicia social emite, y los intereses creados del que manda, persona o grupo, o del poderoso que se opone a la realización de las ineludibles reformas. Doctrina Social de la Iglesia 91 En verdad, la justicia social, como principio permanente de la DSI, es hoy una presión jurídica adecuada de los remedios que la injusta situación de la sociedad contemporánea reclama, para recuperarse de su actual postración. La justicia social es la formulación, puesta al día, del supremo principio del orden moral que todos los pueblos han sancionado: “hacer el bien y evitar el mal” (“bonum est faciendum, malum est vitandum”). Es la justicia social una premisa insustituible de todo derecho positivo justo. 5. LA CUESTIÓN DEL DERECHO JUSTO Y LA JUSTICIA SOCIAL Existe entre el principio de la justicia social y el ordenamiento jurídico una conexión directa e inmediata, que vemos como corolario del presente tema. UN AUTÉNTICO DILEMA: ¿TODO LO LEGAL ES MORAL? Se trata de la grave cuestión del derecho justo: el derecho positivo, por el mero hecho de ser ley promulgada, ¿es moral, o ha de cumplir alguna condición previa ineludible, para ser genuino derecho obligatorio en conciencia? La cuestión se plantea en términos de auténtico dilema. No hay punto intermedio: o se acepta que la norma jurídica, en cuanto a su contenido está obligada a respetar un cuadro de valores objetivos superiores y anteriores de orden moral; o se afirma que lanorma es puro marco, dentro del cual el legislador puede incluir el contenido que quiera, sin subordinarse a un conjunto de valores permanentes superiores. A esta segunda posición siguen todas las corrientes del positivismo jurídico, que al dejar el contenido de la norma en manos del legislador, lo libera de todo sometimiento a un orden moral objetivo. La consecuencia obligada es reconocer de antemano la licitud y la legitimidad de cualquier contenido de la norma, aunque sea contradictorio con los valores objetivos, superiores y anteriores a la legalidad. La Doctrina Social de la Iglesia: afirma que sólo el derecho justo es genuino derecho. Es la justicia interna de la norma la que da a ésta su auténtico valor regulador del comportamiento social. El derecho ha de respetar el orden moral establecido por Dios y señalado por la naturaleza humana (MM, 207; 209; 214) No bastan, por tanto, la mera fachada procesal, ni el marco puramente formal para dar a la norma jurídica una fuerza obligatoria en conciencia. La bondad de la norma positiva no depende solamente del hecho de la promulgación de la misma por la vía legislativa o jurisprudencial. El ordenamiento jurídico, en su contenido, debe respetar el orden moral, y, por los mismo, los grandes principios que la DSI recoge y enuncia: “La justicia y el derecho emanan de una concepción ética y sagrada de la vida… encuentra en la sociedad civil su aplicación en el plano temporal… pero tienen su fuente y reciben su fuerza de la fe religiosa” (Pablo VI al Cuerpo Diplomático, 8-VI1970). Doctrina Social de la Iglesia 92 PERMISIVISMO JURÍDICO Esta necesaria proyección del principio de la justicia social sobre el conjunto global del ordenamiento jurídico sufre hoy día un riesgo sobrevenido: el rechazo de valores éticos objetivos, promovido por el permisivismo moral que la legislación, a veces, acoge y promueve, con deterioro gravísimo del bien común y el sensible desprestigio del valor y de la obligatoriedad de la norma jurídica. Doctrina Social de la Iglesia 93 III. LECTURAS COMPLEMENTARIAS 3.1 BREVE RESUMEN DE ENCÍCLICAS SOCIALES RERUM NOVARUM (SOBRE LA CUESTIÓN OBRERA) DE LEÓN XIII (1891) Muestra derechos y responsabilidades de empleadores y obreros; Describe el rol apropiado del gobierno; Protege los derechos de los trabajadores a organizarse en asociaciones para buscar Salarios justos y buenas condiciones de trabajo. Situémonos cien años atrás. El gran tema social del momento es la entonces llamada “cuestión obrera”. León XIII expone su génesis en la introducción de la Rerum Novarum y la resume lapidariamente al afirmar que un pequeño número de opulentos y adinerados ha impuesto un yugo casi de esclavitud a una infinita multitud de proletarios. Sociológicamente, se trata de un problema; éticoteológicamente, de un mal. El primero exige solución; el segundo, remedio. ¿Cuál es la solución-remedio? No el intento socialista, consistente en la supresión de la propiedad privada, como resultado de una lucha de clases, y en la instauración de una propiedad colectiva, en manos del Municipio o del Estado. Este pretendido remedio resulta, por un lado, inadecuado (peor que la enfermedad) y, por otro, injusto. Es inadecuado en la misma medida en que contradice el fin de quien trabaja (finis operantis), consistente en ganarse la vida mediante la obtención de unos beneficios (sobre algo ya propio) o de un salario (a partir de un contrato laboral estipulado sobre bienes de producción ajenos). Es injusto en cuanto contradice las dimensiones personal, familiar y social del ser humano. Personal Ya que el hombre, dotado de instinto, como los animales, pero superior a ellos por su razón y su libertad, no se aquieta con el mero uso inmediato, sino que sólo descansa ontológicamente cuando señorea el origen del uso, en su doble perspectiva de presente y de futuro. A esta dimensión de dominio, basada en la razón y la libertad, hay que añadir, de nuevo, la del trabajo (visto ahora desde el finis operis); en efecto, mediante éste, la persona imprime el sello de su ser sobre la materia elaborada, convirtiéndola, de este modo, en legítimamente suya. Familiar Si, en su evolución normal, el hombre y la mujer pasan a ser padre y madre de familia, añaden un nuevo título de propiedad al anterior, ya que, por el mismo hecho, devienen responsables de la vida y educación de un ser o de unos seres confiados primordialmente a sus cuidados —y, por consiguiente, de la adquisición y administración de aquellos medios que son necesarios para satisfacer sus necesidades, también de presente y de futuro—. Doctrina Social de la Iglesia 94 Ambas dimensiones —la personal individual y la personal familiar— pertenecen a lo más radical de la condición humana y son, por naturaleza, anteriores al Estado, el cual carece de título sea para usurparlas, sea para delegarlas. Social Ello nos lleva a la tercera perspectiva enunciada, la social. Ligando con lo anterior, y desde un nuevo ángulo de visión, hay que intuir que una sociedad que se (des)organizara hasta el punto de institucionalizar colectivamente la violencia usurpadora o delegante, se trastocaría en sus mismos fundamentos y se transformaría en antihumana y, por ende, injusta. Sólo si se reconoce y respeta en todos los seres humanos (no meramente en algunos) su estructura de señorío en relación con el cosmos (“Creced, multiplicaos, dominad la tierra” [Génesis]), y la consiguiente potestad sobre unos concretos bienes económicos en tanto que fuente de sustentación y espacio de libertad, se parte de una base correcta para solucionar-remediar la cuestión obrera. “Cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de conservarse inviolable”, sentencia Rerum Novarum al final de esta primera sección. Desechado, pues, el socialismo violento y colectivizante, hay que buscar la solución de la otra violencia —la originante, la del capitalismo liberal, denunciada, aunque no así nombrada por la encíclica— a partir de tres agentes simultáneos: la Iglesia, el Estado, y los propios Interesados, es decir, los patronos y los obreros. La Iglesia, en primer lugar y principalmente, dado que aporta, tomadas del Evangelio, una decisiva doctrina y una concreta acción. Su doctrina exige simultáneamente la justicia en los contratos salariales, la amistad en la comunióncomunicación de bienes y la fraternidad en la vivencia de la condición creatural y redentora; exige, sencillamente, que todos seamos justos, amigos y fraternos. Su acción, ya desde los tiempos fundacionales, se flecha constantemente a formar en la virtudes y a acentuar la dimensión comunicativo-distributiva de todo tipo de bienes, incluidos específicamente los económico-sociales. Son muestra de ello la comunidad de Jerusalén, las colectas paulinas, la paulatina formación del patrimonio de los pobres que llega, desde las aportaciones a pie de altar en la celebraciones eucarísticas hasta los movimientos e instituciones de todo tipo organizados en función de las omnímodas y crecientes necesidades humanas —el tema de la acción de los seglares en el mundo no se trata todavía, teológicamente, en la encíclica, aunque sí se hable de su acción práctica en la última parte, como veremos en seguida—. En segundo lugar, decíamos, el Estado. Este contribuye a la solución de la cuestión obrera de dos modos, global, uno; específico, otro. Desde el punto de vista global, por el mero hecho de realizar adecuadamente su cometido de agente de la prosperidad general, crea las mejores condiciones posibles para la liberación y promoción de la clase proletaria. Ahora bien, dado que, en su desviación liberal se caracteriza por una acción unilateral, directa o indirecta, en favor de la clase burguesa, un Estado ética y políticamente justo debe no sólo abrirse, sino también dedicarse de manera principal a la clase inferior, puesto que la alta goza ya de sus Doctrina Social de la Iglesia 95 propios medios de defensa, mientras que ella, la baja, desde su precariedad, tiene específico derecho a ser ayudada de modo preferente por la autoridad de la comunidad política. ¿En qué se traduce concretamente lo dicho? En tres tipos simultáneos de acción de los poderes públicos. El primero se centra en la protección de la propiedad privada y la evitación, ya en sus mismas fuentes, de la huelga. El segundo brinda la garantía eficaz de unas condiciones humanas de trabajo que afectan a las dimensiones espiritual y corporal del obrero, en cuanto a edad, sexo, salud, horario, descanso y posibilidad de cumplimiento religioso. El tercero se flecha, por un lado, hacia la justicia del contrato laboral, justicia que exige una remuneración que sea suficiente para el sustento del obrero; y, por otro, hacia una concreta intervención de las leyes: aquella que viabiliza de hecho una universal obtención de la propiedad. Este último objetivo sólo puede realizarse por medio de un salario que posibilite el sustento familiar y un ahorro suficiente. Finalmente, y en tercer lugar, la acción de los mismos Interesados, patronos y obreros. Después de enumerar fácticamente diversas instituciones de ayuda y cooperación (mutualidades, entidades de previsión, patronatos, asociaciones obreras) y de mostrar su gozo por la extensión creciente de éstas últimas, sean de solos obreros, sean mixtas; León XIII enuncia su conveniencia, pleno derecho y cometido. a) La conveniencia de estas instituciones radica en la misma estructura comunitaria de los seres humanos: por un lado, necesitados de mutua ayuda y, por otro, tendentes a una recíproca promoción (la encíclica subraya sobre todo el primer aspecto). b) La plena facultad de formar estas asociaciones es reivindicada a continuación: constituir sociedades privadas ha sido concedido al hombre por derecho de naturaleza. El Estado debe, por consiguiente, garantizar este derecho y sólo puede intervenir en el ámbito asociacional en función del bien común. Ante los ojos del Papa se hacen presentes, en ese momento, tres tipos de uniones: las congregaciones religiosas, que elogia y defiende; las asociaciones dirigidas por agitadores, que obviamente rechaza; y las agrupaciones católicas, cuyos incremento augura y cuya protección, sin intromisión, por parte de la autoridad, reclama. c) Pasando al cometido, después de dar unas pistas prudentes sobre la reglamentación de las asociaciones, León XIII acentúa ante todo la dimensión religiosa de éstas (búsqueda prioritaria del Reino de Dios, instrucción religiosa, costumbres cristianas), para pasar luego al tema de su funcionamiento con vistas al bienestar institucional y personal. Evidentemente, uno de los objetivos que requiere mayor atención es el de procurar abundancia de trabajo a todos los miembros. La anterior trilogía pone en evidencia la importancia de la acción de los seglares a la que se aludió más arriba. Es preciso refererirse al sentido alegato en pro de una gran efusión de la caridad cristiana con que el Papa clausura su decisiva enseñanza. Doctrina Social de la Iglesia 96 QUADRAGESIMO ANNO (SOBRE LA RECONSTRUCCIÓN DEL ORDEN SOCIAL) DE PÍO XI (1931) Desaprueba el efecto de la codicia y el poder económico concentrado sobre los trabajadores y la sociedad; Exige una distribución equitativa de los bienes según las demandas del bien común y la justicia social; Protege el derecho y extiende la oportunidad de propiedad; afirma su propósito social y promueve la armonía entre las clases. Cuarenta años después de la Rerum Novarum, Pío XI ofreció a la Iglesia la segunda gran encíclica social, enfocada, ahora, no ya a la solución-remedio de la cuestión obrera (el conflicto capital-trabajo característico del siglo XIX), sino a la restauración del orden social y su perfeccionamiento según la ley evangélica. Al pasar del desorden sectorial de las relaciones de producción, en pleno corazón de la era industrial, al desorden global de la sociedad occidental, a inicios de los años treinta, el Papa de la Acción Católica abrió nuevos horizontes a la que denominó Doctrina social católica, Doctrina social cristiana, Filosofía social cristiana, Doctrina leoniana (refiriéndose a su predecesor), Doctrina de la Iglesia, Doctrina evangélica, etc. Con Pío XI se pasó de la cuestión obrera a la cuestión social. La primera parte de Quadragesimo Anno evoca históricamente tanto la enseñanza como los beneficios de la Rerum Novarum en el triple aspecto —Iglesia, Estado, Interesados— que acabamos de considerar. Al obrar de este modo, Pío XI inició una de las futuras constantes de la citada Doctrina social, la de su momento de continuidad, persistencia, relectura, constituyendo de este modo una sub-tradición específica dentro de la gran tradición comunitario-social de los veinte siglos de Catolicismo. La segunda parte defiende y desarrolla la Rerum Novarum, con lo que origina asimismo otra dimensión permanente del Magisterio social, la de profundización de las enseñanzas anteriores con sus variantes de discernimiento, aclaración, acomodación, etc. Una vez afirmado el derecho y el deber pontificios de juzgar con autoridad suprema en materia económico-social desde la vertiente moral —misión que, a la luz del ministerio apostólico, había ya reivindicado León XIII—, Pío XI profundiza en el doble orden de las personas y de las instituciones. En el primero — personas— subraya la dimensión social de la propiedad; ahonda en las relaciones capital-trabajo a partir de su complementariedad; y reinvindica como debido por justicia el salario familiar. En el segundo —instituciones—, destaca la función subsidiaria del Estado; delinea un tejido interprofesional que presenta como alternativa, en clave de libre y ordenada cooperación, a la tensión y al enfrentamiento que es propio del contrato de salario capitalista-liberal, enmarcado en la lucha de clases; e inculca que el principio rector de la economía radica en el binomio justicia-caridad. La tercera parte se adentra en los horizontes de las nuevas realidades que ofrece el ámbito económico-social de su tiempo. De este modo, Quadragesimo Anno, abre, a su vez, un tercer aspecto, el de la innovación, novedad, renovación, que caracterizará también todos los grandes documentos subsiguientes. (Entre Doctrina Social de la Iglesia 97 paréntesis: observemos que la trilogía “continuidad-profundización-novedad” puede reducirse al binomio “continuidad-renovación”, que sintetiza y expresa ulteriormente la tensión bipolar que distinguirá a la Doctrina social de la Iglesia). ¿Cuáles son estos horizontes? Los que muestra la evolución protagonizada tanto por la Economía liberal como por el Movimiento socialista de aquella época. Respecto a la primera, Quadragesimo Anno la describe en sus tres momentos de autofagotización competitiva (el fuerte se come al débil, con lo que se origina una red de potentes monopolios); de proyección política nacional (desde el poder económico se pretende y se logra el control del poder político, en el ámbito intraestatal); y de expansión internacional (se crea un entramado económico-político con intención de dominio mundial). Mediante este crescendo la Economía de signo liberal-capitalista muestra su faz horrenda, cruel, atroz. Recuérdense, entre otros datos, las causas y las consecuencias de la espectacular caída de la bolsa de Nueva York, a finales de los veinte. En lo que atañe al Movimiento socialista, Pío XI toma buena nota de su escisión en dos ramas: la marxista-leninista-stalinista, cuyo comunismo ateo obliga a un rechazo teológico-moral absoluto; y la socialdemocrática, cuyas suavizaciones en materia de propiedad y de lucha de clases llevan al planteamiento de una posible cooperación católico-socialista. Este planteamiento, contra lo que a primera vista es tentador afirmar, no puede resolverse mediante una respuesta positiva: Pío XI considera que el Socialismo atenuado de su tiempo, tanto económico como educador, continúa siendo incompatible con la conciencia y la opción católicas. Abandonados, pues, los errores tanto del capitalismo como del socialismo, todo miembro fiel de la Iglesia debe avanzar por el único camino de solución posible: el que se empeña en la renovación cristiana de la sociedad; dado que es en su profunda descristianización donde enraízan los males que padece y que hay que remediar a toda costa por imperativo evangélico. Dicha renovación requiere que las actividades humanas imiten y reproduzcan el plan divino (implicador de la templanza cristiana) y que se dé la primacía a la ley de la caridad, la cual, desde luego, no es ningún sucedáneo de la justicia. De este doble espíritu de templanza y amor surgirá la restauración de la sociedad humana en Cristo, cuyos agentes —Papa, Obispos, clérigos y laicos— han de entregarse esforzadamente al trabajo. Pío XI señala los frutos incipientes de restauración social que se dan en su tiempo; da la consigna de que los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros sean los propios obreros y los del mundo industrial y comercial los que pertenecen a sus respectivos grupos; exhorta a Obispos y sacerdotes a ejercer fielmente su cometido; y aboga por una Iglesia firme, conmovida por los males y que todo lo intenta, a partir de la conciencia de su responsabilidad. Como vemos, también aquí se da un ulterior profundización de la doctrina leoniana. MATER ET MAGISTRA (CRISTIANISMO Y PROGRESO SOCIAL) DE JUAN XXIII (1961) Deplora el ensanchamiento de la brecha entre las naciones ricas y pobres, la carrera armamentista y la situación difícil de los agricultores; Afirma la participación del empleado en la propiedad, en la administración y en los beneficios; Doctrina Social de la Iglesia 98 Aboga por la ayuda a los países menos desarrollados sin pensar en dominación; Hace de la doctrina social cristiana parte integral de la vida cristiana: llama a los cristianos a trabajar por un mundo más justo. La citada ampliación inicia su etapa culminante en la Mater et Magistra de Juan XXIII, publicada con motivo del septuagésimo aniversario de Rerum Novarum. En efecto, la nueva situación histórica obliga a captar y a afirmar —lo veremos en seguida— que el problema mayor de la época es, quizá, el del desequilibrio, en el plano mundial, entre los países desarrollados y los subdesarrollados. La cuestión social tiene ya como principales protagonistas a los pueblos — unos ricos, otros pobres— de la tierra. De ahora en adelante, éste será el marco primordial de referencia de los sucesivos textos magisteriales, marco cuyo plural contenido se irá explicitando a medida que lo reclamen las diversas exigencias de la realidad. Habida cuenta del esquema bipolar que nos guía, podemos constatar que las dos primeras partes de Mater et Magistra se centran en la dimensión de continuidad y, las dos siguientes, en la de renovación. Respecto al momento de continuidad, con su aspecto predominante de constancia, la encíclica traza, en el primer capítulo, una síntesis histórica que abarca Rerum Novarum (características, principios, eficacia, importancia decisiva como “carta magna” dentro de la Doctrina social de la Iglesia); Quadragesimo Anno (que reafirma el derecho y el deber de intervención, corrobora y aclara Rerum Novarum, aplica la Doctrina social a una nueva época, y se fundamenta, por una parte, en el binomio justicia-caridad y, por otra, en la postulación de una sociedad renovada jurídica, nacional e internacionalmente); y La Solennità (que reafirma el derecho de intervención y profundiza en la trilogía bienes, familia, propiedad). Esta misma continuidad, en su aspecto de profundización, da pie, en el segundo capítulo, a una acentuación y aclaramiento de las enseñanzas de los predecesores. Veámoslo en los cinco puntos siguientes. Primero: iniciativa privada y poder público deben equilibrarse, desde su mutuo requerimiento, en beneficio de una creciente realización de la persona humana. Segundo: la socialización a la que se asiste en aquellos años, caracterizada por una incesante multiplicación de las relaciones de convivencia, puede y debe repercutir en bien del hombre y del ciudadano, a condición de que sea rectamente conducida. Tercero: progreso social y desarrollo económico han de avanzar, juntas las manos, en bien, por un lado, del mundo del trabajo y, por otro, de la empresa, que tiene derecho a sus justos beneficios. Cuarto: los trabajadores, a su vez, tienen derecho a una eficaz presencia en las estructuras económicas y en los niveles políticos donde se deciden las grandes líneas de la vida económico-social. Quinto: la propiedad privada, si bien múltiplemente modulada con el correr de los tiempos, conserva su profundo valor de humanización, teniendo siempre en cuenta, por supuesto, la constitutiva dimensión social que la caracteriza. Pasemos al otro polo, el de la innovación. Mater et Magistra expone el pensamiento de la Iglesia sobre los nuevos y más importantes problemas del momento en dos secciones. La inicial describe un triple desequilibrio. a) Empieza por el que se da intrasectorialmente dentro del ámbito de la Economía (entre agricultura industria y servicios); Juan XXIII redacta, al respecto, un vigoroso alegato en favor del sector Doctrina Social de la Iglesia 99 más deprimido: la agricultura. b) Sigue con el que tiene lugar entre las diversas zonas o regiones de un mismo Estado; la encíclica postula las consiguientes reformas equitativas. c) Culmina con el que se sufre a nivel planetario y que atañe a una doble desproporción, la existente, por una parte, entre países, y la que surge, por otra, entre incremento demográfico y desarrollo económico. Es al hablar de la primera desproporción cuando Juan XXIII afirma que el desequilibrio entre países desarrollados y en vías de desarrollo constituye, tal vez, el problema mayor de nuestros días. Una vez detectada esta gigantesca tensión, el Papa propone unas pistas de solución-remedio sobre el quíntuple fundamento de la solidaridad, la cooperación, la experiencia, el respeto y la salvaguardia del sentido moral de los pueblos. El otro problema, que atañe al desnivel entre población y medios de subsistencia, exige objetividad (no hipertrofiar indebidamente la cuestión) y reclama simultáneamente un desarrollo económico-social justo al par que el debido respeto no sólo a la dignidad humana, sino también a las leyes por las que se transmite y consolida la vida. Únicamente una colaboración mundial que, partiendo de la interdependencia de los Estados, establezca un buen entendimiento entre ellos, posibilitará —añade Mater et Magistra— la superación del vigente clima de desconfianza, que conduce al mutuo terror y a la consiguiente carrera de armamentos. La segunda sección aboga de manera global por una profunda reconstrucción de las relaciones de convivencia que se base en la perenne eficacia de la Doctrina social de la Iglesia, cuyo primer principio es el hombre (sociable por naturaleza y elevado a la condición divina), fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales. Sólo de este modo se pueden superar las intrínsecas deficiencias de tantas ideologías, a saber, la parcialidad, el naturalismo y la arreligiosidad. Esta Doctrina social de la Iglesia comporta un doble momento de instrucción y educación que pasa a coronarse con la acción, un acción plasmada en la caridad (que intraune) y en la pluralidad (que heteroenriquece); una acción de la que los seglares —competentes y comprometidos— son principalmente responsables y que, bajo determinadas condiciones, deben ejercer en colaboración con otros hombres que poseen un distinta concepción de la vida. Así Juan XXIII profundiza ulteriormente en la línea de la presencia y acción de los laicos dentro de la Doctrina social de la Iglesia. PACEM IN TERRIS (PAZ EN LA TIERRA) JUAN XXIII (1963) Afirma todo el ámbito de los derechos humanos como la base de la paz; Reclama el desarme; Reconoce que todas las naciones tienen igual dignidad y derecho a un desarrollo propio; Aboga por la revisión de la distribución de recursos y por el monitoreo de las corporaciones multinacionales; Trabaja por políticas públicas que faciliten la re-ubicación de los refugiados; Propone una sociedad basada en la solidaridad; Doctrina Social de la Iglesia 100 Reconoce una autoridad pública de nivel mundial para promover el bien común universal: la Organización de las Naciones Unidas. Integra la fe y la acción. El planteamiento de la cuestión social a nivel planetario, efectuado por Juan XXIII, se completa con su otra encíclica sobre la paz en la tierra, dada a luz en 1963. En un principio, la Pacem in Terris no se vio como encíclica social, sino política; pero Juan Pablo II, en la Laborem Exercens, la insertó conscientemente dentro del cuerpo de la Doctrina social de la Iglesia, razonando su decisión a partir del binomio conciliar Justicia y Paz. El genio de la Iglesia, vino a decir, consiste en luchar por la justicia con las armas de la paz y con la pretensión de una victoria cuyo contenido es asimismo la paz. Entremos, pues, también en la captación sintética de este nuevo documento, que tuvo no sólo una vasta resonancia mundial, sino también una fuerte repercusión política. El problema-mal que aborda Pacem in Terris consiste en el desorden de las relaciones humanas de convivencia. Estas emergen extrañamente aberrantes en un mundo cuyo ordenamiento sub-racional, sincrónicamente considerado, sigue unas leyes concretas. La encíclica se subdivide en cinco partes, reductibles a tres secciones. La primera sección (y primera parte) aborda las relaciones sociales. Su principio fundamental es: todo hombre es persona. ¿Y qué es ser persona? Es ser una naturaleza inteligente y libre, sujeto de derechos y de deberes que son, a la vez, universales, inviolables e inalienables; naturaleza que ha sido elevada al orden sobrenatural: en y por Cristo el hombre es hijo de Dios Padre. La encíclica enumera con sobria abundancia una serie de derechos que fluyen de la persona, los cuales implican a su vez un recíproco conjunto de deberes. La convivencia humana es genuina y estable cuando estriba al mismo tiempo en la exigencia constante y coherente de los derechos y en la práctica permanente y consecuente de los respectivos deberes. Cuando el ser humano se comporta de este modo, se abre a la verdad, la justicia, el amor y la libertad y, por consiguiente, a Dios, fundamento tanto de los valores que enriquecen a la persona como de la persona que origina los valores. La segunda sección realiza el paso del ámbito social al político, del orden a la ordenación, en tres momentos –intraestatal, interestatal y planetario— que se corresponden con las partes segunda, tercera y cuarta de la encíclica. Intraestatalmente, son objeto de exposición: a) la autoridad, que vertebra vincularmente un ordenamiento concreto, entre varios posibles, del polivalente orden convivencial humano; lo hace con vistas a que la sociedad sea ordenada y fecunda en bienes; b) el bien común, fin primordial de la autoridad, que facilita positivamente la realización de la persona y de los grupos intermedios, en función del reconocimiento, promoción y armonización de los derechos humanos; c) y la ordenación jurídico-política de la sociedad, cristalizada en una triple división de funciones, facilitadora de la participación y sujeta a periódica renovación. Interestatalmente, el texto urge unas relaciones entre las comunidades políticas de tal temple que: a) al estribar en la verdad, evitan la discriminación racial y se construyen sobre la plataforma de la igualdad en dignidad, el derecho a la buena Doctrina Social de la Iglesia 101 fama y la veracidad en la información. b) Al regularse por la justicia, llevan a un recíproco comportamiento según derecho-deber y, más en concreto, a una solución correcta del problema de las minorías étnicas, reconociendo y promoviendo su lengua, cultura, tradiciones, recursos e iniciativas económicas, al par que facilitándoles su participación —que el Papa urge— en el bien común estatal. c) Al incrementarse por la solidaridad, facilitan la comunicación interciudadana e intergrupal; luchan por superar las desproporciones y articular una eficaz cooperación; acogen a los exiliados políticos injustamente tratados; hacen disminuir y, en su caso, cesar la carrera de armamentos y se prestan a reducción simultánea de los mismos, llegando hasta el desarme de las conciencias; y establecen, finalmente, un equilibrio basado en la mutua confianza. d) Al ordenarse según la libertad, facilitan la promoción de los pueblos en vías de desarrollo, a partir de su prioritario protagonismo y evitando toda especie de neocolonialismo. Planetariamente hablando, Pacem in Terris, avanzándose en muchos decenios a la marcha de la historia, postula el surgimiento de un autoridad mundial (originada por libre y mutuo acuerdo de los Estados y orientada hacia una actuación subsidiaria) como medio hoy únicamente eficaz de conseguir el bien común universal. La sola acción político-diplomática interestatal es insuficiente para promoverlo. La tercera sección —que se identifica con la quinta parte— traza unas normas para la acción temporal del cristiano. Se resumen en una doble consigna: de participación (que no se inhibe), por un lado; y de colaboración (que crea activamente), por otro. Esta colaboración ha de abrirse, por parte de los católicos, a los cristianos separados y a todos los hombres de buena voluntad, incluidos los que yerran, dado que hay que distinguir siempre entre errante y error, al igual que hay que discernir entre las ideologías y las corrientes históricas — partidos, sindicatos, etc.— por ellas originadas. Con la bandera de la evolución en la mano, los cristianos son llamados al establecimiento de unas relaciones sociales que sean verdaderamente humanas, bajo la égida —recordemos nuevamente la famosa cuatrilogía— de la verdad, justicia, caridad y libertad. GAUDIUM ET SPES (LA IGLESIA EN EL MUNDO MODERNO) DEL CONCILIO VATICANO II (1965) Lamenta la pobreza creciente en el mundo y la amenaza de la guerra nuclear; Establece la dignidad humana como base para las decisiones políticas y económicas; Interpreta la paz como la organización de la sociedad sobre la justicia; Construye una comunidad internacional basada en la solidaridad; Establece organizaciones para fomentar y armonizar el comercio mundial; Establece la responsabilidad de los cristianos de trabajar por estructuras que hagan el mundo más justo y pacífico. Si hasta ahora hemos resumido y secundado la enseñanza social de cuatro Encíclicas más un Radiomensaje, en estos momentos damos un salto cualitativo a fin de enriquecernos con los principios y las directrices de una Constitución Pastoral —la Gaudium et Spes— de calibre conciliar. Doctrina Social de la Iglesia 102 Después de un proemio que precisa los conceptos básicos de Iglesia, por un lado, y de Mundo, por otro, el capítulo introductorio describe la situación del hombre en el mundo actual a la luz de cuatro categorías: cambios (científico-técnicos, sociales, sociológicos, morales y religiosos); tensiones (personales, familiares, raciales, sociales, internacionales); aspiraciones (de dominio del cosmos; de un nuevo orden político, económico y social; y, sobre todo, de vida plena, de dignidad, de comunión); e interrogantes (nacidos de la condición creatural y pecaminosa del hombre y centrados en las preguntas decisivas de la existencia: ¿qué es el hombre? ¿Cuál es su origen y destino?). La primera parte de la Constitución, preferentemente doctrinal, se construye sobre la tríada Persona-Sociedad-Actividad humana, vista desde un alto nivel de reflexión — trinitaria, cristológica y eclesiológica—, sin descuidar el enfoque antropológicofilosófico. Me centraré sólo en el segundo componente. Al tratar de la sociedad o comunidad, Gaudium et Spes se circunscribe voluntariamente a recordar algunas verdades fundamentales y a subrayar coherentemente ciertas consecuencias que de ellas derivan. Son verdades básicas las concernientes a: a) la índole comunitaria de la vocación humana según el Plan de Dios, índole que se explicita a través de las realidades de familia universal (con Dios como Padre); mandamiento del amor (a Dios y el prójimo); y referencia trinitaria (unión de las tres divinas personas). b) La interdependencia existente entre la persona y la sociedad, a tenor de la cual toma relieve la absoluta necesidad de vida social que tiene el ser humano, necesidad que cristaliza en la familia y en la comunidad política y que se explicita, además, libremente, en las muchas asociaciones en que se trenza la existencia de los hombres (hoy, por cierto, con tal intensidad, que vivimos —recuerda el Concilio, siguiendo las huellas de la Mater et Magistra— en una época de intensa socialización). c) La promoción del bien común, en función de los derechos y del bien de la persona, íntegramente reconocida y servida. El orden real debe someterse al orden personal. Respecto a las consecuencias, Gaudium et Spes da lógicamente un realce significativo al total respeto a la persona humana, incluidos los adversarios (sin que ello suponga indiferencia ante la verdad y el bien); a la igualdad esencial entre los hombres (que comporta el ejercicio de la justicia social y de la equidad); a la superación de la ética individualista (concretando pistas para su logro); y finalmente, al fomento eficaz de la responsabilidad y la participación. Cristo, el Verbo encarnado, es el modelo y el agente fundamental de la genuina solidaridad humana. La Iglesia, sacramento de la unión de los hombres con Dios y entre sí, al ejercer su cometido propio, que es constitutivamente religioso, origina funciones, luces y energías que pueden servir, y sirven decisivamente, para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina (cfr. nº 42). Respecto a la familia, el texto, después de enumerar una serie de aspectos positivos y negativos que hoy presenta y de afirmar la voluntad conciliar de iluminar y fortalecer a los cristianos y a los hombres de buena voluntad que promueven la dignidad y el valor del estado matrimonial, subraya, por un lado, el carácter sagrado Doctrina Social de la Iglesia 103 del matrimonio y de la familia y se detiene, por otro, en la consideración del amor y de la fidelidad conyugales. Sobre el primer punto ahonda tres aspectos decisivos: a) Institucional (el consentimiento como fundamento de la comunidad conyugal [matrimonio in fieri]; el vínculo conyugal como realidad garantizada por la voluntad divina [matrimonio in facto esse]; la ordenación natural del matrimonio a la procreación y educación de la prole; y la fidelidad e indisolubilidad que sellan la íntima unión entre marido y mujer). b) Sacramental (desde la acción de Dios, por Cristo, en la Iglesia); espiritual (la perfección y consiguiente glorificación de Dios a que están llamados todos los miembros de la familia) y apostólica-testimonial (en medio del mundo y para bien del mundo). Sobre el segundo punto, GS pone de relieve: a) La riqueza axiológica (valores) del amor conyugal y la gran virtud que éste supone y fomenta; b) la ordenación natural del matrimonio a la procreación y educación de la prole, ordenación que comporta la responsabilidad humana y cristiana de los cónyuges, responsabilidad que requiere un recto juicio sobre los datos y correlatos de la transmisión de la vida, juicio que pone simultáneamente en juego la conciencia (de los esposos), la ley (de Dios) y el magisterio (de la Iglesia). c) Se sigue de ello que el amor conyugal es compatible con el respeto de la vida humana: ante el problema de la natalidad, el texto por un lado apela a criterios objetivos y, por otro, remite ciertas cuestiones que necesitan una investigación más detenida a una comisión tras cuyo estudio el Papa dirá la última palabra. d) El capítulo acaba invitando a una promoción universal del matrimonio y de la familia. En torno al concepto de desarrollo —ya planteado y explanado, como vimos, por la Mater et Magistra—. Este ha de tener como fin y como causa el hombre integral, lo que comporta lógicamente la progresiva eliminación de las enormes desigualdades económico-sociales hoy existentes. Desde dicha base y con el citado telón de fondo, nuestro texto acentúa los cinco puntos siguientes: a) la superioridad del trabajo sobre los restantes elementos de la vida económica, que tienen mero carácter instrumental. b) La participación de todos los miembros de la empresa en su gestión, ya que ellos —propietarios, administradores, técnicos, trabajadores— son personas; en cuanto a estos últimos, los trabajadores, se subraya tanto su presencia en la organización general de la economía como su derecho fundamental de libre creación (y actuación en y desde ellas) de asociaciones que les representen con autenticidad. c) El destino universal de los bienes, que es urgido con particular claridad y contundencia: los bienes creados deben llegar a todos de forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. d) Unas inversiones orientadas a asegurar trabajo y beneficios a las generaciones presentes y futuras. e) Un acceso generalizado de individuos y comunidades a la propiedad privada o a un cierto dominio de los bienes externos. En función del Reino de Dios, mediante la obediencia a Cristo, se encuentra un amor más fuerte y puro para concretar la ayuda fraterna y realizar la justicia bajo la inspiración de la caridad. Doctrina Social de la Iglesia 104 Dada la integración de lo político en la Doctrina social de la Iglesia —no sólo sectorialmente, sino también globalmente (Pacem in Terris), según vimos en el quinto apartado—, es obligatorio hacer, como mínimo, una brevísima referencia a los capítulos cuarto y quinto de esta segunda parte de la Gaudium et Spes. Del cuarto, centrado sobre la vida política, es importante subrayar el número 75, que especifica la colaboración que todos los ciudadanos deben aportar a la vida pública. En función de esta colaboración, que ante todo es actividad libre, ha de establecerse un orden jurídico positivo dotado de una adecuada división de funciones de la autoridad y capaz de proteger los derechos humanos de modo eficaz. En este marco, el ciudadano cristiano está llamado a poner en acto su vocación particular y propia dentro de la comunidad política, vocación cuyo genio es la síntesis realista de libertad y autoridad, de iniciativa y solidaridad, de diversidad y unidad. En el ámbito de lo interestatal, el capítulo quinto aboga por el fomento de la paz y la promoción de los pueblos. POPULORUM PROGRESSIO (SOBRE EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS) PAULO VI (1967) Afirma los derechos de las naciones pobres a un desarrollo humano pleno; Desaprueba las estructuras económicas que promueven la injusticia; Reconoce que el desarrollo auténtico no está limitado al crecimiento económico; Enseña que los recursos deben ser compartidos a través de la ayuda, asistencia técnica, relaciones comerciales justas, y aboga por un Fondo Mundial que dirija hacia los pobres los fondos que ahora se gastan en armas; Enseña que la propiedad privada no constituye un derecho absoluto para nadie; Establece obligaciones recíprocas para las multinacionales: estas compañías deberían ser las iniciadoras de la justicia social; Aboga por que se acoja bien a la gente joven y obrera que emigra de naciones pobres. Populorum Progressio, fiel al binomio “continuidad-renovación”, evoca (continuidad) los anteriores documentos y se conecta de modo especial con Gaudium et Spes a fin de profundizar la cuestión del desarrollo y abrir en ella nuevas perspectivas (renovación). El enfoque mundial del problema social en que estamos se enriquece así con el buceamiento en un filón específico, ya detectado, como vimos, por la Mater et Magistra. La encíclica se despliega en dos grandes partes, la primera dedicada al desarrollo integral del hombre y la segunda al desarrollo solidario de la humanidad. Respecto a la primera, el texto postula un comportamiento que se puede sintetizar con la trilogía criterios-características-dimensiones. a) Los criterios suponen y precisan ulteriormente el principio del destino universal de los bienes, al que deben subordinarse los demás derechos, comprendidos los de propiedad y libre comercio. De aquí la exigencia eventual de determinadas expropiaciones y el deber de actualizar el aspecto social de la renta disponible; de aquí también la necesidad de llevar adelante una industrialización verdaderamente humana que se desvincule de un capitalismo desenfrenado y se fundamente en un Doctrina Social de la Iglesia 105 trabajo genuinamente personal que, a su vez, supere la ambivalencia —egoísmo, revuelta, por un lado; conciencia profesional, sentido del deber, amor al prójimo, por otro— que con tanta frecuencia le afecta, en beneficio del segundo miembro del binomio. b) La obra que hay que realizar se caracteriza por su urgencia (evidente); por su metodología (pacífica: el eventual uso de la violencia debe ser siempre un último recurso); su talante reformista (audaz e innovador); y su cristalización (inteligentemente planificadora). c) Esta programación ha de abarcar las dimensiones básicas del hombre; debe, pues estar a su servicio; y tiene que incluir la alfabetización, la atención a la familia, el recto enfoque del problema demográfico, la debida atención al pluralismo de las organizaciones profesionales, la promoción cultural y el sentido trascendente de la persona. Todo, en función de un humanismo pleno, trascendental. Es así como puede lograrse un desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. A su vez, el desarrollo de la humanidad se abre a un triple horizonte: a) de solidaridad entre los pueblos (y, a este respecto, el Papa urge la creación de un fondo común mundial, alimentado con una parte de los gastos militares y administrado por los propios países, donantes y receptores); b) de justicia en las relaciones comerciales (la cual requiere que, más allá de un liberalismo que se niega a regular el libre cambio, éste se someta, mediante adecuadas convenciones de carácter internacional, a unas reglas que incidan eficazmente en los ámbitos del precio y de la producción); c) de caridad, en fin (a través de un vital movimiento de recepción, que acoge hospitalariamente a los ciudadanos de los pueblos pobres; y de aportación, que traslada hacia éstos los pertinentes recursos humanos y materiales de los pueblos ricos). Este desarrollo —solidario, justo y fraterno— es el nuevo nombre de la paz. Una precisión en torno al tema de la dimensión planetaria de la cuestión social: Pablo VI, en la introducción de Populorum Progressio, afirmaba: “Lo que hoy importa en máximo grado es que todos tengan la certeza y el sentimiento de que la cuestión social, ahora, afecta decisivamente a la universal unión de los hombres entre si, cosa que nuestro predecesor de feliz memoria Juan XXIII afirmó sin ambages y el Concilio confirmó en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo contemporáneo. Dado el gravísimo peso e importancia de estas enseñanzas, es absolutamente necesario llevarlas urgentemente a efecto”. Esta cita muestra con evidencia que Juan XXIII inició el paso a la citada dimensión universal: “lo afirmó sin ambages”. Ahora bien, a los veinte años de la publicación de Populorum Progressio, Juan Pablo II quiso homenajearla con otra Encíclica: Sollicitudo Rei Socialis. En ella, enumeró tres títulos de novedad de Populorum Progressio: el hecho mismo del documento, la amplitud de horizontes que abrió a la cuestión social y la afirmación de que desarrollo equivale a paz. Ciñéndose al segundo título, Sollicitudo Rei Socialis precisa que Mater et Magistra “ya había asumido este dilatado horizonte de realidades” y que el Concilio, en la Gaudium et Spes respondió a ellas a modo de eco. Pero añade, en ulterior precisión, Doctrina Social de la Iglesia 106 que fue cosa propia de Pablo VI, en la Populorum Progressio: a) “afirmar con claridad que la cuestión social, ahora, afectaba decisivamente a la universal unión de los hombres entre sí”; b) “haber hecho de dicha afirmación y de su análisis, al que estimula, una ‘orientación’”. Más adelante, Juan Pablo II concreta su interpretación de la Populorum Progressio al escribir: “(…) la novedad de la Carta Encíclica Populorum Progressio no consiste en que se afirma de manera histórica la índole universal de la cuestión social, sino más bien en que se añade la valoración moral de la citada condición”. De hecho, esta valoración moral se encuentra ya también, a su manera, en la Mater et Magistra por vía de una doble aproximación. La primera subraya: la obligación de la naciones con abundancia de ayudar a las más pobres por razón de solidaridad y de interdependencia; el hecho de que todos somos responsables de las naciones subalimentadas; la urgencia de despertar la conciencia de la grave obligación citada, especialmente en los económicamente poderosos; el deber singularmente grave de los católicos en esta materia, debido a su condición de miembros del Cuerpo del Cristo y dado el hecho de que la Iglesia pertenece por derecho divino a todas las naciones. La segunda, tiene lugar en torno al tema: “hacia el futuro entendimiento y la mutua ayuda entre los pueblos” y a sus correspondientes vías de realización, que exigen avanzar por los caminos de la verdad y de la justicia. ¿Qué decir, pues? Que, según la hermenéutica de Sollicitudo Rei Socialis, Pablo VI reformuló con decisivo vigor y condujo a ulteriores consecuencias, en lo concerniente a universalidad y a la consiguiente instancia ética de la cuestión social, lo que ya Juan XXIII había afirmado sin lugar a dudas y había urgido con evangélica firmeza. OCTOGÉSIMA ADVENIENS (UNA LLAMADA A LA ACCIÓN) DE PAULO VI (1971) Reclama: Acción política para la justicia económica; Análisis objetivo de la situación de la sociedad propia, identificando acciones a favor la justicia; Respuesta a las situaciones injustas por cada cristiano y cada Iglesia local; Acción política para el cambio. Entramos en una nueva configuración de este enfoque planetario, la que atañe al pluralismo político y a las instancias científicas y utópicas que caracterizan hoy al género humano. Todo ello provoca y exige, a partir de la fe, una análoga pluralidad de compromisos por parte de los cristianos. Tras el polo de la continuidad que campea en los primeros números (1-7) de esta Carta apostólica —no es una encíclica—; Pablo VI despliega ante los ojos del lector las novedades que caracterizan su tiempo. a) En un primer momento, y de modo genérico, toma buena nota de la gran diversidad de situaciones en que se encuentran encarnados los miembros de la Iglesia; y, consciente de que no es ni su propósito ni su misión pronunciar una palabra única ante tal multiplicidad, recuerda a las comunidades cristianas que es a ellas a las que corresponde deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción, a tenor de las enseñanzas Doctrina Social de la Iglesia 107 sociales de la Iglesia. Ellas, las comunidades, han de discernir, en condiciones precisas, las opciones y los compromisos convenientes con vistas a la transformación de la sociedad. b) En una segundo momento, y ya de modo concreto, pasa a enumerar una serie de problemas sociales urgentes que afectan a los jóvenes, la mujer, los nuevos pobres, los discriminados de todo tipo, los emigrantes (vertiente de las personas); y a la urbanización, la demografía, los medios de comunicación social y el medio ambiente (vertiente de los hechos). Hacia ellos han de volcarse los cristianos a fin de hacerse responsables de un destino — el de todos los hombres— ya común. Estos cristianos se hallan hoy —prosigue el Papa— dentro del cauce de unas aspiraciones fundamentales y ante una serie de corrientes ideológicas. Las primeras se flechan hacia la igualdad y la participación, y cristalizan en diversos (sincrónicamente) y sucesivos (diacrónicamente) modelos de sociedad democrática. Pues bien, los cristianos han de participar doblemente en este ámbito; primero, buscando tipos de convivencia democrática que encarnen cada vez más ambos ideales; segundo, asumiendo concretas responsabilidades en la organización y la vida políticas. Todo lo dicho, desde un talante que —como vimos al compendiar Gaudium et Spes—, partiendo de la persona humana y de las agrupaciones particulares que ella crea, se abre a la comunidad política como cristalización englobante dirigida al logro del bien común. Un tercer aspecto importante de la Carta es el que afecta a las corrientes ideológicas, entre las que especifica tres: el socialismo, el marxismo y el liberalismo. Retomando la distinción efectuada por Pacem in Terris entre ideologías y movimientos históricos, el Papa considera las posibilidades de una eventual acción de los cristianos en el ámbito de las citadas corrientes, poniendo en juego, a este fin, una serie de ricas y trabadas matizaciones. Helas aquí, muy sintetizadas: a) Respecto a las corrientes socialistas, hay que distinguir en ellas los valores a los que se van abriendo, la organización concreta que haga al caso y el lastre ideológico que aún perdure. Si y en cuanto el primer dato predomina sobre el tercero, puede darse un eventual compromiso de mayor o menor cooperación o acción en el nivel del segundo, a condición, evidentemente, de que no se renuncie en ningún caso a la especificidad cristiana. b) En cuanto a las corrientes marxistas, los niveles a distinguir son cuatro: lucha de clases, conquista del poder, materialismo histórico y método científico. El tercero es constitutivamente inasumible. Lo es también el cuarto, en la medida en que intrínsecamente lo implica. El primero y el segundo, desvinculados de los dos restantes, pueden dar pie a consideraciones de tipo económico-social y político que los redimensionan esencialmente. En esta misma proporción hay motivo para interrogarse desde el doble punto de vista de la reflexión y de la acción, sin olvidar jamás, eso es obvio, que el gravamen ideológico tiende a conectar de manera dificilísimamente separable los cuatro niveles citados. El destello verdeante para una eventual acción o cooperación obliga a mirar muy atentamente el semáforo. c) Las corrientes liberales, aparentemente más asumibles, requieren, asimismo, un atento discernimiento. Pues si bien el nivel económico-social y el nivel político Doctrina Social de la Iglesia 108 presentan datos de positiva asunción de determinadas exigencias sociales, también aquí el lastre ideológico continúa pesando mucho: se trata de la querencia por las tablas de un individualismo siempre resurgente y continuamente tentador. El cristiano tiende a olvidarlo y no hará mal en vitaminar su memoria en aras de la verdad y el bien sociales. Todas estas precisiones culminan una lenta y madurada reflexión del Magisterio, que partiendo de un tajante “no” inicial (Rerum Novarum), y pasando a otro “no” rotundo, pero ya con previas distinciones (Quadragesimo Anno), se abre paulatinamente a un progresivo discernimiento especulativo y práctico (Mater et Magistra, Pacem in Terris), para llegar finalmente a un eventual “sí” —la Carta que ahora comentamos—, preñado de exigencias testimoniales y prácticas. Desde luego, este eventual y matizado “sí” en el campo de las corrientes históricas presupone la persistencia de una clara incompatibilidad en lo concerniente al ámbito doctrinal de las ideologías. En cuarto lugar, es importante presencializar la última sección de nuestro texto, que enfoca de modo global —no ya diferenciadamente, como hasta ahora— la posición de los cristianos ante los nuevos problemas sociales y políticos. La Enseñanza social de la Iglesia, se dice en un primer momento, acompaña a los hombres en la búsqueda de las correspondientes soluciones. Este acompañamiento no pretende confirmar con su autoridad concretas determinaciones estructurales, pero sí tiene como finalidad recordar principios, contactar situaciones, servir con desinterés, atender a los más pobres y asumir las innovaciones requeridas por las circunstancias de cada tiempo y lugar. A continuación, Octogésima Adveniens concreta que, en el ámbito económico, debe lograrse una mayor justicia distributiva y una concreta liberación que implica cambio simultáneo de corazones y de estructuras. Ahora bien, autónomo, pero no independiente, este ámbito ha de integrarse a su vez dentro del aspecto político; espacio que debe ser genuino, esto es, volcado hacia el bien común, conjunto de condiciones que posibilita el respeto y la promoción de las familias y los grupos sociales en función del bien de cada ser humano. Ulteriormente, lo político tiene que ser asumido por los cristianos habida cuenta de los límites que lo definen, es decir, debe ser evangélicamente trascendido. Por consiguiente, lejos de ser absolutizado, ha de abrirse al legítimo pluralismo que comporta; lejos de ser absorbente, ha de facilitar una verdadera participación en las responsabilidades; lejos de ser estático, ha de dinamizarse hacia una continua invención de nuevas formas de democracia. La citada gradación (economía, política, inspiración evangélica) posibilita la vivencia de la plena antropología humana, que es pascual. Muerto y resucitado con Cristo, el cristiano coopera incansablemente en la creación de, o en la reconducción hacia, un ordenamiento político que respete, garantice y promueva la justicia y la caridad en las relaciones económicas. JUSTICIA EN EL MUNDO DEL SÍNODO DE OBISPOS (1971) Apoya la adhesión a la Declaración de los Derechos Humanos hecha por la ONU; Aboga por que el derecho al desarrollo incluya tanto el crecimiento económico como la participación económica y política por el pueblo; Doctrina Social de la Iglesia 109 Exige restricción en lo referente a la carrera armamentista y el comercio; Reconoce el pecado individual y social; Pide políticas y estilo de vida en la Iglesia que sirvan de modelo para poder demostrar coherencia con la predicación de la justicia; Afirma que la acción por la justicia es una parte constituyente de un ser que se dice cristiano. Nos encontramos ante un nuevo aspecto del enfoque planetario con que es abordada la cuestión social, desde la Mater et Magistra, por el Magisterio de la Iglesia. El título es totalmente expresivo al respecto: no se trata sólo de la justicia sin más, sino de la justicia en el mundo, a inicios de los setenta. La sociedad mundial se caracteriza, según el documento, por cuatro notas: sufre múltiples contradicciones, posee una voluntad de promoción, padece enormes injusticias y se encuentra necesitada de diálogo o, si se quiere, de una incansable tarea de mediación. Ante ella, los Padres sinodales se sienten estimulados a bucear de nuevo en la misión de la Iglesia a la luz del Evangelio. Esta profundización les cerciora de la relación intrínseca existente entre la justicia evangélica de Dios por Cristo y la tarea de justicia que requiere hoy el planeta; y les ofrece nuevas perspectivas para precisar en este campo las funciones de la Iglesia como totalidad y de la Jerarquía y los restantes fieles en su peculiaridad. Desde esta base teológica, el documento sinodal —de nuevo: no encíclica— traza unas pautas de acción en los ámbitos del testimonio, de la educación, de la colaboración y, finalmente, de la acción internacional. El testimonio eclesial en pro de la justicia ha de abarcar las maneras de actuar, las posesiones y los estilos de vida. a) En cuanto a las maneras de actuar, el texto urge que, dentro de la Iglesia, se respeten los derechos humanos de todos sus miembros. Estos derechos conciernen, en el campo económico, al salario (equitativo), a la promoción (conveniente), a la gestión (de los bienes), a los seguros sociales, etc.; en el campo jurídico, al conocimiento de los eventuales acusadores y a una conveniente defensa (en los litigios); en el campo femenino, a la responsabilidad y participación de las mujeres. b) Respecto a las posesiones, la consigna es que el uso de los bienes temporales no haga nunca ambiguo el testimonio que la Iglesia está obligada a ofrecer. A esta nitidez testimonial hay que subordinar las posiciones de privilegio. Los miembros de la Iglesia hemos de ser moderados en el uso de los bienes. La administración de éstos ha de adecuarse a las exigencias que comporta el anuncio del Evangelio a los pobres. c) En lo referente al estilo de vida, éste debe ser tal, en los países pobres, que las comunidades eclesiales no configuren una isla de bienestar; y, en los ricos, que sea ejemplo de aquella moderación en el consumo que es necesaria para alimentar a tantos millones de hambrientos en el mundo. Pasando al campo de la educación para la justicia, nuestro texto ofrece orientaciones de precioso contenido en los ámbitos del método (que ha de conducir a una moral personal y social testimonialmente expresada); de los obstáculos (el Doctrina Social de la Iglesia 110 individualismo, el “posesionismo”, el “talcualismo” adocenador); de las exigencias (renovación del corazón, modo de vivir humano, facultad crítica, etc.); del fruto (autoseñorío y responsabilidad, por un lado; construcción de comunidades verdaderamente humanas, por otro); de las características (permanente y práctica); de los medios (familia, instituciones eclesiales, escuelas, sindicatos, partidos); del mensaje (dignidad de la persona, unidad de la familia humana, divinización cristiana de todos los hombres); de las actitudes episcopales (exhortación, intervención, denuncia); de la liturgia (siendo, como es, el corazón de la vida de la Iglesia, puede servir de gran ayuda en esta educación para la justicia, desde sus dimensiones comunitaria, bíblica y sacramental). En fin, las pistas de acción que el documento ofrece en lo referente a la colaboración —intraeclesial, ecuménica e interhumana— y a la actuación internacional —con indicaciones de gran realismo— conservan todavía hoy, al igual que las que he sintetizado en los campos testimonial y educativo, una candente actualidad, fruto de su viveza evangélica y de su inmersión en la realidad de los hechos. El Sínodo concluye su exposición expresando el deseo de que el examen a que ha procedido se encarne en todos los niveles de la vida de la Iglesia. Recobremos el binomio “continuidad-renovación”. La continuidad en el tratamiento del tema de la justicia es obvia, tanto en su aspecto de constancia como en su vertiente de profundización. Esta última, sin marginar las clásicas divisiones (conmutativas, distributivas, generales o legales), delínea con creciente claridad y distinción el concepto de justicia social. Ahora bien, lo que campea en el presente documento sinodal es el dato innovador. Nunca, hasta ahora, se había ofrecido, en los textos magisteriales, una reflexión tan amplia, profunda —y autoexigente, eclesialmente hablando— sobre la justicia como en esta exposición, que honra a los padres sinodales congregados por Pablo VI en Roma el año 1971. EVANGELII NUNTIANDI (LA EVANGELIZACIÓN EN EL MUNDO MODERNO) DE PAULO VI (1975) Pide proclamar el evangelio como liberación de la opresión, ayudar en esa liberación, dar testimonio de él y asegurar su realización; Ve la justicia social como parte integral de la fe y pide traducir la doctrina social a la acción; Pide integrar la transformación tanto personal como sociedad. REDEMPTOR HOMINIS (REDENTOR DE LA HUMANIDAD) DE JUAN PABLO II (1979) Establece los derechos humanos como principio fundamental para todos los programas, sistemas y regímenes; Cambiar las inversiones en armamentos a inversiones en alimentos que sirvan para dar vida; Evitar la explotación de la tierra; Trabajar juntos por la transformación de las estructuras económicas. Doctrina Social de la Iglesia 111 LABOREM EXERCENS (SOBRE EL TRABAJO HUMANO) DE JUAN PABLO II (1981) Afirma la dignidad del trabajo basada en la dignidad de la persona que trabaja; Vincula el compromiso por la justicia con la búsqueda de la paz; Pide el fomento de salarios justos, propiedad colectiva y participación de la fuerza laboral en la administración y en los beneficios; Afirma el derecho de todos los trabajadores a formar asociaciones y a defender sus intereses vitales; Pide que los trabajadores y trabajadoras inmigrantes sean tratados con las mismas normas con que son tratados los ciudadanos; Demanda que la justicia en el lugar de trabajo sea responsabilidad tanto de la sociedad como de los empleadores y de los trabajadores. La primera encíclica social de Juan Pablo II se ciñe al problema del trabajo humano. Henos aquí ante una aproximación indudablemente privilegiada a nuestro tema. En efecto, según Laborem Exercens, el trabajo del hombre es, en cierto modo, el factor determinante no sólo de la objetiva realidad económico-social, sino también del conjunto de los documentos que conforman la Doctrina de la Iglesia en dicho ámbito. Después de realizar una aproximación histórico-evolutiva a los citados documentos poniendo en evidencia su continuidad y renovación con categorías orgánicoevangélicas, Juan Pablo II aborda tres dimensiones fundamentales del trabajo humano: bíblico-antropológica (en sí y en su aplicación a nuestro tiempo), éticojurídica y espiritual. Desde el punto de vista bíblico-antropológico, el trabajo, a la luz de la revelación del hombre como creado a imagen de Dios y llamado a crecer, multiplicarse y señorear la tierra, aparece en su doble riqueza: objetiva (se trata de su dimensión técnica, productiva, eficaz) y sujetiva (que pone de relieve su dimensión personal). Esta segunda perspectiva tiene primacía sobre la primera, ya que es precisamente en tanto que imagen de Dios que el hombre es persona y es exactamente en cuanto persona que es sujeto del trabajo. En esta sujetividad se basa la naturaleza ética del trabajo. No es el tipo de éste, sino su procedencia personal el fundamento determinante de su justa valoración. Ser persona “que trabaja” tiene prioridad sobre ser “persona que trabaja”. El enfoque economicista, la civilización materialista invierten este orden; conceden importancia primaria a la dimensión objetiva sobre la subjetiva, marginan al sujeto, menosprecian a la persona. De aquí la rectitud histórica de la reacción solidaria que protagonizó el trabajo preterido. Retomando la trilogía persona-familia-sociedad de la Rerum Novarum, nuestro texto corona esta reflexión abundando en la densidad decisiva de la dimensión personal, “sujetual” del trabajo. Esta doctrina de valor permanente nos lleva a captar, a su vez, otra prioridad, la que el trabajo integral (sujetivo, ante todo; pero también objetivo) tiene respecto al capital y la propiedad: ello nos inmerge en el corazón de nuestro tiempo. Prevalencia sobre el capital, por cuanto éste pertenece al mero ámbito de la causalidad instrumental, mientras que el trabajo resplandece por su categoría de causalidad eficiente, lo cual exige que el capital se subordine al trabajo, sea éste empresarial, sea obrero. Y Doctrina Social de la Iglesia 112 predomino sobre la propiedad (ante todo de los medios de producción), en la misma medida en que el sentido definitivo de ésta última —la propiedad— es que sirva al trabajo (a la persona que trabaja) y no viceversa. La tragedia de nuestra época es que ha privilegiado unos modos de pensar y actuar que, respecto al primer punto, han separado, contrapuesto y, finalmente, invertido ambos miembros del primer binomio hasta el punto de estructurar un indebido señorío del capital sobre el trabajo; y, respecto al segundo conjunto, han subordinado de tal modo, contractualmente, el trabajo a la propiedad de los medios de producción que aquél ha sido transformado en función aleatoria de ésta. Cuando, por lo contrario, la verdad reclama y la justicia exige que el único título legítimo de propiedad de los medios de producción sea que éstos sirvan al trabajo y posibiliten, de esta manera, el destino universal de los bienes y, por consiguiente, su uso personal, habida cuenta de la constitutiva dimensión común que les caracteriza. Desde el punto de vista ético-jurídico, los empresarios (tanto indirecto, esto es, el constituido por el conjunto de instituciones políticas, económicas, sociales, culturales, etc., que organizan y regulan el trabajo; como directo, es decir, la persona o institución que mediante contrato ad hoc ofrece y estipula trabajo) deben abrirse respectivamente a los derechos de los trabajadores: a tener trabajo y condiciones dignas de trabajo, en el primer caso; a obtener una justa remuneración, que posibilite una digna vida familiar, en el segundo. Desde la tercera aproximación, la de la espiritualidad del trabajo, la cual, desde luego, nos sitúa en lo íntimo del ser de la Iglesia, Laborem Exercens pone ante nuestros ojos, tanto la dimensión protológica como la perspectiva cristológica del esfuerzo laboral humano. La consideración protológica profundiza sobre el hecho de que, bajo Dios y para su gloria, completamos, mediante el trabajo, la obra de la creación por Él iniciada y sostenida; la cristológica nos asocia a Jesús quien, por un lado, predica con el ejemplo “el evangelio del trabajo” (vida oculta y laboriosa de Nazaret) y, por otro, nos invita a insertar lo penoso del trabajo en su muerte y lo fructífero del mismo en su resurrección, asociándonos de esta manera, simultáneamente, a la eficacia de su redención. Desde luego, esta encíclica corona excelentemente todo el esfuerzo de reflexión operativa sobre el trabajo humano realizado por los textos anteriores del Magisterio social. Es, en sí misma, un testimonio preclaro del desarrollo orgánico-evangélico que ella detecta y subraya en los mensajes que la preceden. SOLLICITUDO REI SOCIALIS (INTERÉS SOCIAL DE LA IGLESIA) JUAN PABLO II (1987) Difundir la enseñanza de la Iglesia, especialmente la opción por los pobres; generar voluntad política para crear mecanismos justos para el bien común de la humanidad; Dedicar los recursos usados para armas al alivio de la miseria humana; Reconocer la injusticia de que haya unos pocos que tienen demasiado y muchísimos que no tienen casi nada; Un plan de desarrollo con respeto por la naturaleza; Una conversión a la solidaridad a la luz de la interdependencia; Doctrina Social de la Iglesia 113 Reconocer las estructuras que obstaculizan el desarrollo pleno de los pueblos; Reformar el comercio mundial y los sistemas financieros; Identificar las estructuras de pecado. En el marco de la relación Iglesia-Mundo y desde la tríada persona-sociedadactividad humana, resitúa la vida economico-social junto a los temas de la vida familiar, cultural, política e internacional. Asume el tema del desarrollo —vertebrador del de la vida económico-social de GS— y le confiere un realce decisivo, al considerarlo como el nuevo nombre de la paz. Orienta la presencia y acción de los cristianos en el seno de las aspiraciones y corrientes ideológicas, al par que ante las aportaciones de las ciencias sociales y las proyecciones utópicas de la época. Fundamenta teológicamente y encauza prácticamente la accion a favor de la justicia, habida cuenta de las contradicciones e injusticias, a la vez que de la voluntad de promoción y necesidad de mediación que son propias de su tiempo. Aborda desde las perspectivas bíblica, antropológica, ética y espiritual el trabajo humano, considerado como eje de la vida económico-social y de la Doctrina Social de la Iglesia. Retorna el tema del desarrollo y lo profundiza ético-teológicamente, habida cuenta de los contrastes y tensiones Este-Oeste y Norte-Sur. Relee conmemorativamente la RN a un siglo de distancia, teniendo como telón de fondo la caída del socialismo real y las negativas consecuencias de una libertad apartada de la verdad, al par que orienta cristianamente los ámbitos económico y político ante las puertas del tercer milenio. Temas ya considerados, temas por considerar. En las columnas centrales podemos contemplar, por un lado, tres temas que son decisivos en nuestra materia: el desarrollo —tratado dos veces— la justicia y el trabajo; por otro, una cuestión de tan intensa carga vivencial como es la de la presencia y acción de los cristianos ante la plural instancia de la sociedad moderna. A la vez, en las columnas periféricas, y en contraste con la especificidad de las anteriores, percibimos el carácter englobado (por la relación Iglesia-Mundo) de un argumento que es, él mismo, globalizador (vida económico-social); y el enfoque análogamente general de Centesimus Annus, que, fiel al texto, es “retrospectivoproyectivo”. El binomio “continuidad-renovación” se explana sobre todo en torno a la conexión de Populorum Progressio con Gaudium et Spes (continuidad) y a la carga ética, universalizadora e irénica que da al concepto de desarrollo (renovación). En un amplio “ver”, Juan Pablo II pasa acto seguido a analizar tanto los aspectos negativos (el retraso de tantos pueblos en el proceso del desarrollo y las causas del mismo) como los positivos del mundo contemporáneo. El “Juzgar” de esta macrorrevisión de vida se expone en dos momentos: a) En qué consiste el verdadero desarrollo: no es de tipo iluminista ni de talante economicista, sino que, a la luz de la vida cristiana, tiene como protagonista al hombre en tanto que: (1) creado a imagen de Dios e inserto en su plan cristocéntrico y cristofinalizador; (2) sujeto de derechos y deberes; (3) consciente de su hábitat — ecología—. b) Qué lectura teológica puede y debe hacerse de los problemas modernos. Se trata de una lectura que, por una parte, diagnostica el mal a través de un análisis de orden religioso que muestra un mundo sometido al pecado y a estructuras de pecado, un mundo hambriento a toda costa de poder y de dinero; y, Doctrina Social de la Iglesia 114 por otra, indica el camino a seguir para superar el mal diagnosticado, a saber, el del cambio ético y de la conversión. Esta conversión asume conscientemente el hecho de la interdependencia actual de los pueblos y se eleva decididamente a la vivencia de la solidaridad, vista en último término como virtud cristiana, animada por la caridad e inspirada en el modelo trinitario: las relaciones intradivinas son su fuente y su término definitivos. El “actuar” consiguiente, tras unas consideraciones de principio sobre la Doctrina social de la Iglesia —cuya enseñanza y difusión forman parte de la misión evangelizadora de la misma Iglesia—, concreta cómo aquella —la Doctrina social—: a) ha de abrirse a la perspectiva internacional mediante una lúcida opción preferente por los pobres (tercero y cuarto Mundo); b) postula reformas, dado el desequilibrio internacional, en lo concerniente al sistema comercial, monetario y financiero, a las transferencias tecnológicas, a las organizaciones mundiales: c) y convoca a la colaboración de todos, en el marco de una solidaridad universal. Hecho el adecuado discernimiento, la Teología de la liberación constituye una valiosa aportación a este “actuar”, cuyas exigencias deben afrontarse positivamente a partir de la promesa divina y de la bondad fundamental del hombre. CENTESIMUS ANNUS (EL CENTENARIO) JUAN PABLO II (1991) Identificar las fallas tanto de la economía socialista como de la economía de mercado; Aliviar o cancelar la deuda de países pobres; desarmarse; Hacer más sencillos los estilos de vida y eliminar el derroche en las naciones ricas; Desarrollar políticas para empleos formales y permanentes, y para proporcionar seguridad en el trabajo; Establecer instituciones para control de armamento; Instar a las naciones ricas a sacrificar algo de sus ingresos y de su poder. Henos llegados a nuestro documento terminal. Fiel al binomio tantas veces reiterado, Juan Pablo II afirma que Centesimus Annus conmemora, relee el pasado; pero sobre todo se abre al futuro. Como he señalado hace poco, esta encíclica no pertenece al grupo de las “puntuales”, sino que tiene un carácter general, retrospectivo, por un lado, y prospectivo, por otro: entre ambos polos debe añadirse un tercero, mediacional y al propio tiempo autónomo: el circunspectivo o presencial. De este modo, la encíclica: a) ofrece una estructura bimembre (la primera sección, retrospectivo-presencial, comprende los tres primeros capítulos; la segunda sección, presencial-prospectiva, abarca los tres restantes); b) se muestra globalizadora, análogamente a como lo es Gaudium et Spes: análogamente, no unívocamente, porque fin y medios son diferentes. Sus tres primeras partes, de enfoque reasuntivo-histórico al par que circunspectivo, destacan las principales características de Rerum Novarum (capítulo I); analizan el tránsito desde aquel entonces a “las cosas nuevas” de hoy (capítulo II); y se Doctrina Social de la Iglesia 115 detienen, con múltiple riqueza de datos, en el año 1989, el de la caída del muro de Berlín (capítulo III). Resumámoslas brevemente. El capítulo primero subraya tres tomas de posición de la Rerum Novarum, a saber: a) afrontó el conflicto capital-trabajo de su tiempo, estableciendo un paradigma permanente para la Iglesia (su decisiva intervención en el conflicto social moderno) y confiriéndole de este modo una especie de “carta de ciudadanía” ante las cambiantes realidades de la vida pública. b) Defendió los derechos fundamentales de los trabajadores (de propiedad, asociación, condiciones humanas de trabajo, salario justo, libre cumplimiento de los deberes religiosos). c) Expuso las relaciones entre el Estado y los ciudadanos (subrayando el deber de los poderes públicos de actuar en bien de los más pobres y urgiendo, a la vez, el carácter limitado e instrumental de su intervención). El capítulo segundo pone de relieve que León XIII: a) previó los efectos negativos del socialismo, cuyo error fundamental es la eliminación del hombre como persona (error que halla en el ateísmo su causa fundamental) y cuyo medio de acción es la lucha de clases. b) Criticó asimismo el liberalismo, en cuanto dejaba la esfera económica fuera del campo de acción del Estado y, sobre todo, en cuanto — doctrinalmente hablando— afirma una libertad apartada de la verdad (éste es su profundo y típico error). Las trágicas consecuencias históricas de esta impostación se echan de ver en el ciclo de las guerras que van del año 1914 al año 1945 y en la situación de no-guerra subsiguiente a 1945, caracterizada por una creciente universalización de la belicosidad ante el peligro de la dictadura comunista y por un simultáneo y paradójico proceso de concienciación antibélica; hecho, éste, que no consigue marginar el dato mayormente visible, que es la extensión del totalitarismo comunista. Esta situación da pie a tres tipos de respuesta: la de las sociedades democráticas inspiradas en la justicia social, la de los sistemas de “seguridad nacional”, y la de la sociedad de bienestar o de consumo. Durante este mismo período tienen lugar dos fenómenos colaterales de gran importancia: un gigantesco proceso de descolonización y un creciente sentimiento no sólo de los derechos de los hombres y de las naciones, sino también de la necesidad de corregir los desequilibrios de ámbito mundial. El capítulo tercero analiza los sucesos de los años 1980, que culminan con la caída del muro de Berlín (1989). Su eje lo constituye el hundimiento de los regímenes opresores. a) Son factores del mismo: la violación de los derechos de los trabajadores (y la consiguiente reacción de éstos, iniciada en Polonia, en nombre de la solidaridad); la ineficacia del sistema económico, al par que la violación de la cultura y de los derechos nacionales; particularmente, dentro del ámbito cultural, el vacío espiritual producido por el ateísmo. b) Y son consecuencias de dicha caída: el encuentro que ha tenido lugar, en algunos países, entre la Iglesia y el Movimiento obrero (ángulo religioso); el peligro de un nuevo despertar de odios y rencores en los pueblos de Europa (ángulo político); el deber de justicia de ayudar a las naciones excomunistas, sin frenar el auxilio prestado al Tercer mundo (ángulo solidario); la necesidad de poner en juego una recta concepción del desarrollo, esto es, un desarrollo integral (ángulo ético-jurídico). Doctrina Social de la Iglesia 116 Uno de los mensajes resultantes de esta primera sección de la encíclica viene a decir: desprendámonos definitivamente de las negatividades ideológicas del socialismo y del liberalismo, si queremos construir verdaderamente un mundo de libertad y solidaridad. La segunda sección abarca los tres restantes capítulos, dedicados a la propiedad privada y al destino universal de los bienes; al Estado y la cultura; a la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Cuál es su enseñanza? El primero (capítulo IV) trata dos grandes temas: el trabajo moderno como nuevo tipo de propiedad y el mercado libre. a) En síntesis, sobre el trabajo moderno se nos dice lo siguiente: el modo de relación trabajo-tierra como factor de propiedad ha cambiado con el paso de los tiempos; hoy el factor trabajo tiene prioridad sobre el factor fecundidad de la tierra. Ahora bien, dentro del factor trabajo como elemento determinante de la propiedad, emergen el conocimiento, la técnica y el saber, los cuales pasan a ser las fuentes principales de riqueza. Históricamente, pues, la tierra ha cedido su papel de factor decisivo de la producción al capital y éste, posteriormente, lo ha cedido al hombre. Este dato nuevo presenta aspectos positivos junto a otros negativos. Entre los primeros cabe subrayar la valoración del propio hombre, el ejercicio de determinadas virtudes y el derecho a la libertad. Entre los segundos, hay que destacar el doble hecho de la marginación (respecto a los sistemas de empresa en los que el trabajo moderno ocupa un lugar central) y de la miseria y explotación (en los lugares donde continúa vigente un capitalismo salvaje) de enormes masas humanas. Se impone, pues, la conclusión de que hay que conseguir un acceso equitativo al mercado internacional —por parte de los marginados y explotados: personas y pueblos—, basado no en el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la universal valoración de los recursos humanos. b) Pasando al tema del mercado libre, después de mostrar cómo éste debe ser “etizado” (cumpliendo los deberos de justicia y equidad; otorgando, más allá de ellos, lo que es debido al hombre por el simple hecho de ser hombre; y percibiendo que, en el contexto del Tercer mundo, los objetivos de Rerum Novarum conservan su validez), nuestro texto se detiene sobre cuatro puntos de particular relevancia: sindicatos, empresa, capitalismo y deuda exterior. Los sindicatos, en el contexto tanto del Tercero como del Cuarto mundo, deben proseguir su lucha contra el capitalismo liberal proponiendo como alternativa no el sistema socialista, sino una sociedad que se funda en el trabajo libre, la empresa y la participación y que requiere un oportuno control del mercado. La empresa capitalista tiene derecho a sus beneficios en la medida en que se constituye no en una sociedad cuyo único fin es maximizar el lucro, sino en una comunidad de personas con vistas a resolver sus necesidades y ofrecer bienes y servicios en provecho de la sociedad. El capitalismo real, una vez fracasado el socialismo homónimo, no es ni puede ser el único modelo de organización económica, dado que, por sí solo, no asegura a todos —individuos y pueblos— las condiciones básicas de participación en el desarrollo. Se requiere una programación responsable de parte de toda la comunidad internacional, con la consiguiente apertura de las Doctrina Social de la Iglesia 117 naciones más fuertes y la coherente inserción —que implica esfuerzo y sacrificio— de las débiles. La deuda exterior, habida cuenta de la vigencia del principio de pago, requiere modalidades de reducción, dilación o extinción en la medida en que supone sacrificios insoportables que llevarían a poblaciones enteras al hambre y a la desesperación. Acto seguido, el capitulo enfoca los problemas y amenazas que surgen en el seno de las economías más avanzadas. En una primera aproximación elabora las cuestiones del consumismo y la ecología, enmarcadas en una visión cristiana del sistema ético-cultural. a) El consumo de creciente cualidad es legítimo en la medida en que responde a una imagen integral del hombre, según la cual las dimensiones materiales e instintivas se subordinan a las espirituales. Su piedra de toque decisiva es la efectiva comunicación de bienes a quienes carecen de ellos, llegando, si el caso lo requiere, a la autoprivación de lo necesario. Mientras que el consumismo, dirigido a los instintos y marginador de la realidad personal, al primar el tener sobre el ser y al entregarse a desviaciones tan evidentes como la droga y la pornografía, es un fenómeno indudablemente negativo. b) Respecto al tema ecológico, Centesimus Annus distingue dos tipos de ambiente, natural al primero, humano el segundo. En la raíz de la destrucción insensata del ambiente natural subyace no sólo un error antropológico (consistente en el olvido del don original de la creación, en el uso arbitrario de la tierra, en la suplantación de Dios), sino también una mezquindad de espíritu. Pero es peor todavía la destrucción del ambiente humano, mediante la creación de estructuras inhumanas y pecaminosas de convivencia, que se refleja múltiplemente (problemas del hacinamiento urbano, de la explotación laboral, de los “barrios chinos”, de los suburbios depravados, de la disolución familiar, etc.). Hay que sustituir estas estructuras por formas auténticas de convivencia. En una segunda aproximación, nuestro texto reflexiona sobre la alienación y el capitalismo, desde una iluminación antropólogico-teológica de la economía. a) Más allá del enfoque marxista de la alienación, unilateralmente economicista y materialista, la visión de este fenómeno parte de su existencia (en los ámbitos del consumo y del trabajo) y profundiza en sus causas. El hombre se aliena cuando se niega a la autodonación; la sociedad se aliena cuando se cierra a la solidaridad. En ambos casos, el hombre instrumentaliza al hombre. b) Conectando con lo dicho más arriba, el capitalismo debe ser objeto de discernimiento. Si por él se entiende un sistema económico que reconoce el cuádruple papel de la empresa, el mercado, la propiedad privada (con la consiguiente responsabilidad sobre los medios de producción) y la libre creatividad humana, la respuesta es positiva. Pero si lo que está en juego es una ideología radical cuyos lastres y efectos son la marginación y la explotación (sobre todo en el Tercer mundo) y la alienación hace un momento considerada (especialmente en los países más avanzados), entonces no cabe otra salida que la denuncia y el rechazo. No es posible detenerse en los capítulos V y VI. Brevísimamente: respecto al Estado, se trenzan unas reflexiones en lo referente a la democracia como en lo que Doctrina Social de la Iglesia 118 atañe a la cultura (cfr. capítulo V). Respecto a la Doctrina social de la Iglesia, ésta es abordada desde un múltiple punto de vista con el resultado de cerciorarnos ulteriormente sobre su finalidad antropológica, su valor instrumental de evangelización, su fundamentación teológica y su eficacia testimonial-operativa, en función de una opción preferencial por los pobres que se concreta en la promoción de la justicia (cfr. capítulo VI) TERTIO MILLENNIO ADVENIENTE (AÑO DE JUBILEO 2000) JUAN PABLO II (1994) Trabajar por la justicia y la paz; Elevar nuestras voces en favor de los pobres del mundo; Reducir substancialmente o cancelar completamente la deuda externa; Reflexionar sobre las dificultades de diálogo entre culturas; y sobre problemas relacionados con los derechos de la mujer EVANGELIUM VITAE (EL EVANGELIO DE LA VIDA) JUAN PABLO II (1995) Un reconocimiento del valor sagrado de la vida humana desde su principio hasta su fin. Nombra como fuerzas negativas: La violencia contra la vida infligida a millones de seres humanos; en especial a niños obligados a vivir en la pobreza, la desnutrición y el hambre debido a una distribución injusta de los recursos; Las guerras y el tráfico de armas; La destrucción ecológica; La criminal propagación de las drogas; La promoción de ciertas clases de actividad sexual que, además de ser moralmente inaceptables, también significan graves riesgos para la vida; El aborto provocado, lo que él llama “estructura de pecado”; El infanticidio de bebés nacidos con graves incapacidades o enfermedades; La eutanasia que está llegando a legalizarse; El control de natalidad como medio de controlar el crecimiento de la población en las naciones más pobres; El suicidio asistido. El valor y el carácter inviolable de la vida humana. Es una defensa de la vida humana en todos sus aspectos. Confirma que todo ser humano tiene un valor intrínseco e inviolable. Comienza con estas palabras: “El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas” (Evangelium Vitae, 1). Estamos en una crisis que afecta la dignidad humana y sus derechos. Es un conflicto entre la “cultura de la muerte” y la “cultura de la vida”. Jesucristo llama a todos a escoger la vida sobre la muerte. Doctrina Social de la Iglesia 119 La vida humana es sagrada e inviolable: “La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta ‘la acción creadora de Dios’ y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (53). “Jesús dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás… (Mt. 19, 18)” (52). “Pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, cf. Gn 9, 5: la vida humana es sagrada e inviolable” (52). Presenta las raíces de la violencia contra la vida basándose en la historia del Génesis: Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. El Señor le dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Advierte sobre la “tendencia, cada vez más frecuente, de interpretar estos delitos contra la vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos” (18). Esta distorsión lleva a muchos errores modernos: “El concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro. Si es cierto que, a veces, la eliminación de la vida naciente o terminal se enmascara también bajo una forma malentendida de altruismo y piedad humana, no se puede negar que semejante cultura de muerte, en su conjunto, manifiesta una visión de la libertad de los 'más fuertes' contra los débiles destinados a sucumbir” (19). El Estado ha abdicado su función primordial como protector del derecho a la vida. Se ha convertido en protector del aborto, el infanticidio y la eutanasia. Un círculo vicioso: “Perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, su dignidad y su vida” (21). Este eclipse del sentido de Dios y del hombre lleva a: El materialismo y el hedonismo (23). La negación del valor del sufrimiento. La despersonalización y explotación de la sexualidad humana. El empobrecimiento de las relaciones interpersonales. El eclipse de la conciencia moral de las personas y de la sociedad, la confusión entre lo que es bueno y lo que es malo. Una defensa contra todas las amenazas a la vida humana. La Encíclica no se limita a defender la vida contra el aborto y la eutanasia: Con respecto a la pena de muerte dice: “La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo, salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la organización cada vez más adecuada de la institución penal, estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes” (56). Doctrina Social de la Iglesia 120 Con respecto a las personas inocentes dice: “Confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (57). Con respecto al aborto dice: “Ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (58). Todos están llamados a una mayor responsabilidad en la protección de la vida humana: Las madres y los padres. La familia y las amistades. Los doctores y las enfermeras. Los legisladores. Las instituciones internacionales. Dice el Santo Padre: “Declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios”. Con respecto a los embriones humanos dice: “El uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona” (63). Con respecto a la eutanasia dice: Por eutanasia se “debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor” (65). “Confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana” (65). En respecto al suicidio: “El suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el homicidio” (66). “El suicidio, bajo el punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad para con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en general” (66). La ley de Dios está por encima de las leyes de los hombres: “Es cierto que en la historia se han cometido crímenes en nombre de la verdad. Pero crímenes no menos graves y radicales se han cometido y se siguen cometiendo también en nombre del relativismo ético. Cuando una mayoría parlamentaria o social decreta la legitimidad de la eliminación de la vida aún no nacida, inclusive con ciertas condiciones, ¿acaso no adopta una decisión tiránica respecto al ser humano más débil e indefenso”? (70) “¿Acaso los crímenes dejarán de serlo si, en vez de haber sido cometidos por tiranos sin escrúpulos, hubieran estado legitimados por el consenso popular?” (70) “En la base de estos valores no pueden estar las provisionales o volubles mayorías de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva” (70). “Las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica” (72). “El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Doctrina Social de la Iglesia 121 Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia” (73). Este Evangelio (buena noticia) no es sólo la enseñanza personal del Papa o de la Iglesia. Es de origen divino. La Iglesia desde el principio lo ha anunciado. Dios nos ordena: “No matarás”. La Encíclica defiende la auténtica libertad del hombre: “El hombre, a diferencia de los animales y de las cosas, no puede ser sometido al dominio de nadie” (19). “Nuestras ciudades corren el riesgo de pasar de ser sociedades de convivientes a sociedades de excluidos, marginados, rechazados y eliminados” (18). Hay signos esperanzadores de amor a la vida en el mundo: Amor a los niños. Grupos que defienden la vida. Familias que se abren a la adopción. Oposición a la pena de muerte. Atención a la ecología. Nos ofrece esperanza: “El Evangelio de la Vida es una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús” (29). “También hoy, dirigiendo la mirada a Aquel que traspasaron, todo hombre amenazado en su existencia encuentra esperanza segura de liberación y redención” (50). María es la mujer que nos da el mejor ejemplo de cómo acoger la vida. A las mujeres que se han practicado un aborto, el Santo Padre les dice que él comprende su dolor y su corazón herido. Las invita al arrepentimiento, a la reconciliación, y a la esperanza. Las invita también a ser las más elocuentes defensoras del derecho a la vida (99). Nos invita a todos a celebrar la vida y a defenderla. Nos llama a la oración y el ayuno como medios eficaces para ayudar a realizar los designios de Dios. Doctrina Social de la Iglesia 122 IV. BIBLIOGRAFÍA BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, Editrice, Roma, 2005. BIGO, P., Iglesia y mundo en diálogo, Instituto Católico Estudios Sociales, Barcelona,1976 CELAM, “Desafíos a la Doctrina Social de la Iglesia en América Latina”, Bogota, 1992. CELAM, “Interpretación de la Doctrina Social de la Iglesia”, Bogotá, 1987. Código de Derecho canónico, EUNSA, Pamplona, 1983 Concilio Vaticano II, PPC, Madrid, 1965 FERRELL, G. Manual de la doctrina social de la Iglesia, Encuentro, Buenos Aires, 1993. 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Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia, Sociedad Salesiana, Madrid, 1998 Doctrina Social de la Iglesia 123 PÁGINAS WEBS www.aciprensa.com www.churchforum.org www.paracatequistas.com www.mercaba.org www.es.catholic.net www.encuentra.com www.Iglesia.org www.corazones.org www.eglesia.org www.devociones.org www.vatican.va Doctrina Social de la Iglesia 124 V. GLOSARIO TERMINOLÓGICO Bien común 1. Es el fin al que debe tender toda autoridad y consiste en defender los derechos y deberes de la persona humana. Es “el conjunto de aquellas condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres humanos el desarrollo integral de su persona” (Mater et magistra, No. 65; Pacem in terris, No. 58; Gaudium et spes, No. 74; Centesimus annus, No. 48). 2. Es la finalidad de la comunidad política y tiene tres elementos esenciales que la conforman: “el respeto y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana”, “la promoción y desarrollo de los bienes espirituales y materiales”, “la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros”. Capital humano: Es la fuerza de trabajo capacitada y bien adiestrada que incrementa su capacidad productiva y genera mayor riqueza. Capital social es el capital de las relaciones humanas, es decir el conjunto de normas, costumbres, mentalidades y actitudes que promueven la cooperación y coordinación en la sociedad. Por ejemplo: la puntualidad como costumbre general en un país aumenta el capital social, o la cohesión familiar, de un barrio o una comunidad que aumenta la corresponsabilidad. La migración destruye sistemáticamente el capital social. Ciudadanía Condición jurídica del nacional de un país que determina, por una parte, su obediencia a la autoridad del Estado al que pertenece y, por otra, el libre ejercicio de los derechos y privilegios que éste le otorga, fundamentalmente de carácter político. La ciudadanía se otorga a los nacionales al llegar a la mayoría de edad para poder elegir y ser elegidos en los cargos de autoridad y mando. Los deberes del ciudadano entrañan el cumplimiento de las leyes vigentes. Compromiso político 1. Comportamiento activo, consciente y responsable del ciudadano en la vida de la comunidad y en la construcción de su historia. Es servicio responsable de la persona frente a la comunidad. 2. En sentido amplio es acción destinada a promover la vida social en el nivel, sobre todo, de los valores y de las costumbres civiles. En sentido restringido, es acción destinada a utilizar los valores culturales a manera de opciones concretas de práctica política. Conmutativo significa mutuo, la justicia conmutativa reglamenta las relaciones entre personas, obliga a cada uno a dar a los otros lo que es debido. Contributivo se refiere al aporte y la participación de todos los miembros de una sociedad. La contribución de todos al bien común es un derecho y un deber. Control Social es el derecho que tiene la sociedad civil para conocer las políticas públicas, planes y programas y para hacer seguimiento y evaluación, tanto de la implementación como de los resultados e impactos, asimismo de velar porque los procesos participativos en la definición de esas políticas se cumplan. Acceder a información y documentación sobre la administración de entidades estatales. Cultura política 1. Más que un concepto, es una forma o categoría de análisis que permite comprender la manera como la población percibe, organiza y procesa su entorno político a través del tiempo y el contexto específico donde se construye y Doctrina Social de la Iglesia 125 desarrolla. Como conjunto de ideas, valores, concepciones, creencias, sentimientos, actitudes e instituciones, orienta el ámbito político y es compartida por un grupo humano dentro de un territorio y una historia específica, la cual definen la forma de organizarse y de funcionar para garantizar el desarrollo de las personas y del grupo. 2. “Es el conjunto de actividades, creencias y sentimientos que ordenan y dan significado a un proceso político y que proporcionan los supuestos y normas fundamentales que gobiernan el comportamiento en el sistema político. Es la manifestación en forma conjunta de las dimensiones psicológicas y subjetivas de la política. Ambiente psicológico donde funcionan los sistemas y actúan los individuos”. 3. La cultura política consiste en el conjunto de valores que respaldan tanto una constitución democrática como las instituciones esenciales correspondientes. La cultura social, por su parte, procedería de la trama de relaciones de la sociedad civil, en la que se conjugan tradiciones religiosas, filosóficas y cuantas proceden del mundo vital. La conexión entre ambos tipos de cultura es innegable, ya que históricamente se dan juntas, pero Rawls concede un protagonismo a la cultura política liberal que resulta injustificado, porque, bien miradas las cosas, la cultura política sólo se sostiene racional y personalmente, si viene respaldada por tradiciones religiosas y filosóficas verdaderamente encarnadas en la sociedad. Dictadura Régimen de gobierno que, invocando el interés público, prescinde de las leyes de la sociedad política o las administra según su criterio. Doctrina Social de la Iglesia 1. Es la memoria viva de la experiencia de la Iglesia en el campo social. Es una mirada al acontecer humano en la historia; es una guía de orientación práctica, que propone principios de reflexión para iluminar la realidad. Da elementos para aprender a tomar las mejores decisiones en la construcción de una sociedad más justa y solidaria y, finalmente, ofrece pistas para la acción, invitando al compromiso concreto del cristiano. 2. “La DSI es la enseñanza del magisterio en materia social y contiene principios, criterios y orientaciones para la actuación del creyente en la tarea de transformar el mundo según el proyecto de Dios. La enseñanza del pensamiento social de la Iglesia forma parte de la misión evangelizadora (Centesimus annus, 5 y 54), porque ilumina la vivencia concreta de nuestra fe” (Santo Domingo No. 158). Su finalidad es guiar a los hombres y mujeres para que ellos mismos analicen las realidades sociales, se pronuncien sobre ellas, encuentren las justas respuestas a los problemas y respondan con acciones a la vocación de constructores responsables de la realidad terrena. 3. “La DSI no es, pues, una “tercera vía” entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino de la teología y especialmente de la teología moral. La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” (Sollicitudo Rei Socialis, 41). Doctrina Social de la Iglesia 126 Emisión de moneda son los billetes y monedas que el Banco Central (Autoridad Monetaria), pone en manos del público. Estado 1. Es la unidad orgánica y organizadora de un pueblo. Es la comunidad política organizada. Es la organización política de la autoridad civil. Es la institucionalización del poder. Es la manera como se organiza y administra políticamente una comunidad. Presenta cuatro elementos básicos: una comunidad, compuesta por las personas nacidas en al comunidad política (nacionales) y por los extranjeros residentes en ese territorio, un territorio en el cual vive su comunidad, un gobierno que tiene poder, autoridad y mando sobre los habitantes de la comunidad política y un orden jurídico que contiene todas las normas que rigen la vida de la sociedad y que limitan las facultades de la autoridad política. 2. “Estado es la asociación política organizada que en un determinado territorio ejerce el monopolio de la coacción legítima de la fuerza y los medios racionales de administración” (Max Weber, Economía y sociedad). Según esta concepción, es la misma sociedad la que se organiza alrededor de una serie de instituciones para garantizar a los individuos la vida, bienes, honra, creencias y demás derechos, y libertades fundamentales y el monopolio de la coerción recae exclusivamente en el aparato estatal. Estas instituciones conforman un solo cuerpo, aunque con diferentes funciones y órganos, posee identidad propia Estado de derecho El término “estado de derecho” fue acuñado por Von Mohl en 1832 y aquella forma de Estado caracterizada por la subordinación de todos los órganos y poderes del mismo a la Constitución, como ley suprema, en cuanto que reconocedora y garante de los principios y valores democráticos y de los derechos humanos como derechos fundamentales. Estado en el que el derecho regula, no sólo las actividades de los particulares, sino también las de los órganos públicos del poder. Estado Social de Derecho 1. El Estado social de derecho es la forma jurídico institucional que corresponde al estado de la democracia social, entendiendo a esta como forma y como sustancia política de un régimen basado en la concepción personalista de la dignidad del hombre, con pleno rechazo de toda teoría o interpretación transpersonalista que anteponga otros fines que el hombre mismo. 2. Es un tipo de Estado inspirado en la justicia social y en una más justa distribución de los bienes económicos y culturales lo cual está en una correspondencia histórica con el sistema neocapitalista que necesita del aumento del poder adquisitivo de las masas y de cuadros y trabajadores con las clasificaciones exigidas por el desarrollo tecnológico. Ontológicamente, el Estado Social de Derecho tiene una doble naturaleza: por una aparte asegura los derechos fundamentales de los individuos, en términos de la dignidad humana, y por otra, el Estado se convierte en garante de unas mínimas condiciones materiales para que el ser humano pueda vivir con dignidad. Es así como confluyen dos vertientes de la filosofía política: el liberalismo y el socialismo Flujo de Capitales es el constante movimiento de capitales que se da en el mundo y que llega a los países más alejados del planeta. Doctrina Social de la Iglesia 127 Fondo Monetario Internacional (FMI) constituye una sociedad de países, que aportan capitales con el propósito de constituir un fondo que apoye a los países que tienen dificultades para cubrir sus pagos de deuda y que vela por la estabilidad macroeconómica: Tasas sostenibles de inflación y de endeudamiento. Gobierno Del latín gobernium: el que controla el timón de la nave. En sentido estrecho indica las funciones ejecutivas y administrativas del poder; en sentido amplio indica todo el sistema de poder de un país. Conjunto de órganos a los que se hace entrega de la dirección de un país y, de manera especial, es el órgano supremo al cual todos los otros están subordinados, y que puede ser una persona o un grupo de personas. Es la concreción de instituciones y personas que ejercen el poder del Estado. Conjunto de las personas que ejercen el poder político, es decir que determinan la orientación política de una cierta sociedad. Otra acepción del término gobierno es la que no indica solamente un conjunto de personas que detentan el poder, sino el conjunto de los órganos (poderes legislativo, ejecutivo y judicial) a los que institucionalmente les está confiado el ejercicio del poder. Legalidad Es un atributo y un requisito del poder político, que se refiere al conjunto de la normatividad jurídica dentro de la cual se enmarca la operatividad del estado. Se dice que un poder es legal o actúa legalmente cuando se ejerce de acuerdo con las leyes establecidas o de algún modo aceptadas. Legitimidad Implica el respaldo por parte de la ciudadanía, un mínimo de obediencia y un reconocimiento de validez bajo algún título, a las diferentes instituciones y a los titulares del poder del estado. Liquidez consiste en contar con dinero en efectivo Mecanismos de participación política 1. Los mecanismos de participación política dan cuenta del derecho de los ciudadanos a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político. A través de la participación política, los ciudadanos pueden: elegir y ser elegidos; tomar parte en elecciones, plebiscitos, referendos, consultas populares; constituir partidos y movimientos políticos; revocar el mandato de los elegidos; tener iniciativa en las corporaciones públicas; imponer acciones públicas en defensa de la Constitución y la Ley; acceder al desempeño de funciones y cargos públicos y otras formas de participación democrática. Mecanismos de participación social, comunitaria y ciudadana. Son medios, instancias y acciones de defensa de los derechos humanos; son herramientas con las que cuentan los ciudadanos para hacer valer los derechos humanos ante el Estado. Son garantías constitucionales para exigir al Estado el recto cumplimiento y desarrollo de los derechos estipulados en la Constitución Política. Estos mecanismos buscan integrar a los ciudadanos a la democracia participativa y, así, hacer más eficiente la gestión y la administración del Estado, para recuperar la confianza perdida en las instituciones políticas y en quienes nos representan en el gobierno. Nación 1. Una comunidad relativamente numerosa que tiene rasgos de unidad por la raza, lengua, tradición, hábitos y costumbres, con un pasado y un futuro histórico. 2. En otro sentido, se refiere al conjunto de individuos reunidos por un mismo gobierno y bajo una ley común. La nación, un término de difícil definición exacta, Doctrina Social de la Iglesia 128 normalmente es concebido como un grupo de seres humanos unidos por un vínculo natural y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. 3. Otra aproximación a una definición de nación consiste en descubrir el modo en que la presencia de la identidad nacional se manifiesta en el comportamiento observable de los individuos, es decir en identificar un comportamiento nacional, entendiéndose además la nación como ideología. No-violencia. Es un concepto de lucha por los derechos humanos. Se basa en responder a la violencia con una resistencia activa, pero no violenta. El éxito de esta estrategia está en la denuncia pública de la injusticia. Opinión pública 1. Hasta finales del siglo XVIII se acuñó pro primera vez el término opinión pública. “Es un proceso comunicativo mediante el cual los ciudadanos se interesan sobre un hecho, forman juicios y se expresan sobre determinado asunto” . Una opinión sobre lo público es aquella que se remite o refiere a un hecho que es visible por todos, es decir, que es de todos, que todos lo conocen, se apropian de él, y pueden opinar al respecto. Es un asunto sobre le cual la atención de la mayoría de los ciudadanos se encuentra centrada. Por lo tanto es un hecho social que tiene como rasgo fundamental el ser compartido por una mayoría considerable de personas. 2. Los espacios donde ocurren los procesos de formación de la opinión pública son: los espacios de comunicación interpersonales donde las personas conversan e intercambian opiniones y los medios de comunicación masiva que se han convertido hoy en el factor decisivo. La materia prima de cualquier proceso de opinión es la información y ésta la suministra los medios; de ahí la gran responsabilidad que tienen en la formación de la opinión pública. Los medios tienen la tarea de informar debidamente a los ciudadanos para que al momento de tomar las determinaciones tengan un control y responsabilidad sobre sus propias decisiones. La opinión pública puede ayudar a generar cambios en la población y crear consciencia sobre los desafíos que la sociedad debe afrontar. Una sociedad libre necesita una esfera de opinión pública, autónoma con respecto al Estado, dispuesta a deliberar de forma amplia sobre los problemas comunes. Recordemos que Kant urgía la creación de una esfera en la que los ciudadanos ilustrados debían hacer “uso público de la razón”. Participación 1. Proviene del latín participare que significa tomar parte en forma activa y responsable en el proceso de toma de decisiones que tienden al bien social y personal. 2. Es capacidad de representación de lo público por parte de actores sociales y políticos. Es una forma de intervención social que permite alas personas reconocerse como actores que, al compartir una situación determinada, tienen la oportunidad de identificarse a partir de intereses, expectativas y demandas comunes y que están en capacidad de traducirlas en formas de actuación colectiva con una cierta autonomía frente a otros actores sociales y políticos. Participación ciudadana Es la intervención de los ciudadanos en la esfera pública en función de intereses sociales de carácter particular. La representación de los usuarios de servicios en las juntas directivas de las empresas públicas, los comités de veedurías, la Juntas Administradoras Locales son escenarios de participación ciudadana. Doctrina Social de la Iglesia 129 Participación política 1. Derecho que un ciudadano tiene a llevar a cabo una serie de actos libres mediante los cuales interviene en las actividades políticas (el acto del voto, la participación en un partido político y movimientos, entre otros). 2. La participación política es aquel conjunto de actos, actitudes y posibilidades dirigidos a influir de manera más o menos directa y más o menos legal sobre las decisiones de los detentadores del poder en el sistema político o en cada una de las organizaciones políticas, así como en su misma selección, con vistas a conservar o modificar la estructura (y por lo tanto los valores) del sistema de intereses dominantes. 3. Es la intervención de los ciudadanos a través de ciertos instrumentos (mecanismos de participación, por ejemplo) para lograr la materialización de los intereses compartidos de una comunidad política. El contexto en el que se da esta participación es el de relaciones entre la sociedad civil y el Estado. 4. Es también, cualquier tipo de acción realizada por un individuo o grupo con el fin de incidir en una u otra medida en los asuntos públicos. La participación política es un modelo compuesto por cuatro factores: actividades en campañas políticas, actividades comunitarias, contactos con la administración y el voto. Los tipos de participación política son convencionales (instancias animadas por el poder constituido) y no convencionales (unas veces se mueve dentro de la legalidad y, otras veces, se enfrenta abiertamente a ella de forma violenta o no violenta). Producto Interno Bruto. Es la medida más importante de la producción de una economía, que cuantifica todos los bienes y servicios producidos en un país dentro de un determinado periodo, generalmente un año. Solidaridad. Es la condición concreta y el principio que dos o más personas, de las cuales cada una se realiza precisamente en la medida en que se compromete con todo su ser en la promoción del otro. Subempleo Acceder a una fuente de empleo o trabajo que por su remuneración o por su cantidad de horas es insuficiente para vivir en condiciones adecuadas Subsidiariedad es el principio que el Estado debe ayudar a los miembros del cuerpo social, sean personas o entidades, pero sin impedirles que haga lo que pueden realizar por sí mismos. Valor agregado es el valor adicional que se incluye a un bien o servicio cuando se lo procesa, se lo transforma y se constituye en un bien o servicio de uso final. Vulnerabilidad externa es el nivel de dependencia que tiene un país subdesarrollado respecto de otros países y que se refleja en la influencia casi inmediata que recibe, los shocks externos no le son indiferentes, por el contrario le afectan profundamente.