(fol. I). DISCURSO PRELIMINAR DEL CONTINUADOR DE LA FLORA DE BOGOTA La Botánica ha hecho progresos muy rápidos desde el siglo xvm. Los naturalistas que han recorrido la América y demás partes del globo, no sólo han descubierto más número de plantas que las mencionadas por el célebre Tournefort, sino que han embellecido la ciencia con láminas más perfectas y completas; la han reducido a sistemas menos complicados, y una nueva nomenclatura ha sustituido a la antigua. Esta gloria estaba reservada al célebre profesor de Upsal; sin esta reforma, dice un naturalista y sabio político, la más rica, amable y fácil de las tres partes de la Historia Natural habría sido necesario abandonarla. El señor Don Carlos III, restaurador de la Botánica en España, fué uno de los Monarcas que contribuyeron más al adelantamiento de esta ciencia. Este Rey filósofo conoció bien las necesidad de que la América fuese visitada por sus sabios naturalistas. La fecundidad de este suelo; la diversidad de climas, temperaturas y elevaciones, prometían preciosas plantas a la Medicina y a las Artes. Con este objeto estableció a sus expensas, y con la generosidad propia de un Rey ilustrado, las Expediciones del Perú, Nueva España, Islas Filipinas y la de este Nuevo Reino de Granada. ¡Con cuánta satisfacción se vió en todo él que la elección para esta última expedición científica había recaído en el que comenzó a «hacer rayar las ciencias útiles sobre nuestro horizonte». La extensión de conocimientos en las ciencias naturales; los trabajos de Don José Celestino Mutis en estos ramos, desde el año de 1760; su crédito entre los sabios de Suecia, con quienes estableció desde aquella época una correspondencia científica; su inteligencia en los principales idiomas de Europa y en el griego; su empeño en introducir en este Reyno los conocimientos útiles; su desinterés en propagarlos y en formar discípulos, y «aquel gusto delicado para tratar cualquier asunto», que le granjeó siempre la estimación y confianza íntima de los xefes, fueron las expresiones con que el Ilustrísimo y Excelentísimo Señor Don Antonio Caballero y Góngora, Virrey que fué de este Reino, recomendó a esta sabio en su Informe de 31 de marzo de 1783. Estas expresiones de un jefe tan ilustrado como virtuoso, movieron el ánimo del Rey y el de su Ministro el Señor Marqués de la Sonora, y aún produjeron mejor éxito del que se deseaba. Por Real Orden de 1783 (1) se puso en posesión a Mutis para continuar sus trabajos y para perfeccionar los que a sus expensas había emprendido, remunerándoselos con la gratificación de 2.000 doblones. Las reales órdenes manifiestan bien que para esta expedición no quiso el Rey se ahorrase gasto alguno. Las del reinado del señor Don Carlos IV, nos hacían conocer que este Monarca heredó los sentimientos de su ilustre Padre; el Señor Don Fernando Séptimo en los pocos días que gobernó por sí la monarquía, y en medio de muchas inquietudes, hizo colocar el retrato de este sabio, con el de Don Antonio Cavanilles, en el Real Jardín Botánico para que sirvieran de estímulo a la juventud. En este reinado, la Flora de Bogotá, esta obra inmensa para cuya ejecución no alcanzó la vida de un hombre solo, debía comenzar a darse a luz. Los trabajos y descubrimientos botánicos de Don José Celestino Mutis empiezan desde el año de 1760 en que llegó a Cartagena. Desde allí, a pesar del poco tiempo que permaneció, se aseguró su gloria con el hallazgo de muchas plantas nuevas, que se habían ocultado a la sagacidad del célebre viajero Jacquin. La frondosa vegetación de las orillas del Magdalena le presentó a cada momento nuevos objetos para satisfacer sus deseos. Allí describió muchas plantas y dió principio a sus observaciones sobre la poligamia. (fol. II). Llegado a la capital, a 1.347 toesas de elevación, la nueva vegetación; las preciosidades de un país tan rico como desconocido, avivaron más sus deseos por esta ciencia. Libre de las incomodidades y riesgos de los países cálidos, se entregó enteramente a ellos en aquellas horas que le sobraban a sus ocupaciones. Aquí descubrió muchas plantas nuevas cuyas (1) El continuador de la Flora no puede dar una exacta noticia de esta Expedición, porque las Reales órdenes y demás papeles que existían en la casa, a excepción de los puramente botánicos, se entregaron al albacea D . Salvador Rizo. colecciones y diseños, remitidos al inmortal Linné y a otros sabios de Europa, le merecieron los elogios más lisonjeros (2). Desde entonces se le asoció a la Academia de Stokolmo y a otras muchas de aquella parte del mundo. No satisfecho con inmortalizarse entre las naciones cultas, quiso también granjearse la estimación de este Reino difundiendo en todo él sus conocimientos. En 1761 tomó a su cargo la enseñanza de las matemáticas en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, de que obtuvo Real aprobación. Hasta aquella época no se había oído en este Reino que la tierra giraba sobre su eje y alrededor del sol; y que se debía poner en el número de los planetas. Muchos discursos le costó persuadir esta verdad, por la obstinación de nuestros padres; pero triunfó la razón logrando formar muchos discípulos y difundiendo los conocimientos astronómicos. Conocida la mayor parte de la vegetación de esta ciudad y la de sus inmediaciones en los primeros siete años de su residencia, recorrió a sus expensas las provincias del Socorro y Pamplona, célebres entre nosotros por la preciosidad de sus frutos y por lo industrioso de sus vecinos. Allí siguió con preferencia sus observaciones favoritas y halló plantas muy preciosas que hacían honor a su autor y a la Flora de Bogotá. Las insinuaciones de sus amigos lo precisaron a desentrañar de la tierra los preciosos metales, muy abundantes en esta última provincia; pero el suceso no correspondió a sus esperanzas, porque la compañía que se formó no pudo subvenir a los crecidos gastos que exigen tales empresas. No se crea que Mutis abrazó este partido por enriquecerse. El no era de aquellos españoles aventureros que vienen a nuestras Américas para mejorar su fortuna. Nacido de unos padres honrados y virtuosos, recibió muy honrosas ideas en su educación, y sus naturales inclinaciones hacia la humanidad afligida le hicieron abrazar la carrera de la medicina. El Excelentísimo Señor Don Pedro Messía de La Cerda, pudo reducirlo a que lo acompañase a este Reino, para que cuidase de su salud, en un viaje tan dilatado como penoso. Mutis abandonó una carrera brillante ya formada, como sustituto, a la edad de veinte y seis años, de la Cátedra de Anatomía en Madrid. Mutis despreció recorrer las costas de París, Leyden y Bolonia, pensionado por el gobierno, para perfeccionarse en la Historia Natural. Mutis, por último, no tuvo otro objeto en su venida a América, que coleccionar las ricas producciones de esta preciosa porción de la Monarquía, visitada rápidamente por Fevillé, Plumier, Lefling y otros pocos botánicos. En 1772, a seis leguas de la capital, descubrió los árboles de las quinas. Me había propuesto hablar largamente sobre este punto, para hacer callar a los que quieren disputarle esta gloria, pero conociendo que son muy pocos los fascinados, y queriendo aprovechar el tiempo para publicar sus interesantes observaciones, me contento con copiar lo que el Ilustrísimo y Excelentísimo Señor Don Antonio Caballero dice al Rey Nuestro Señor, por mano de su Ministro el Señor Marqués de la Sonora (3). Entre sus apreciables descubrimientos no es el menor el de la Quina en estas inmediaciones. Y siendo éste un asunto de tan distinguido mérito que ha promovido siempre más por amor al Real Servicio que por fines particulares, llevó pacientemente la injusticia de verse desapropiado de él ante V. Ai., siendo el mencionado Mutis su verdadero descubridor, como lo ha hecho conocer con numerosos documentos y testimonios irrefragables, según se deduce de sus informes científicos números 53; 6 en el expediente de este reino, consolándose con la justicia que le ha hecho el público bien instruido en el asunto. Pero concedamos por un momento a Don Sebastián López la gloria de primer descubridor, en este (2) In memoriam Josephi Caelestini Mutis, Americes summi botanici qui historiam plantarum americanarum, in primis Palmarum pulcherriman parat, et plurima nova huic opusculo comunicavit, Linn. Suppl. pàg. 57; Nomen inmortale quod nulla aetas unquam de delebit. Linn. ... In honorem sapientissime viri J. C. Mutis qui jure merito Botanicorum in America Princeps salutatur, debetque etiam inter primates Europoes collocari, Cav. (3) Informe de 31 de marzo de 1733. — 112 — Reino, de este precioso árbol. Como émulo de Mutis debió haberse aplicado a esta bella ciencia, para formar la distinción de las especies; a la Química para hacer la separación de las oficinales, y a la Medicina, su profesión, para aliviar a sus semejantes, manifestando la aplicación de cada una y en que obran como a golpe seguro. Estos descubrimientos, que no son casuales, como los de hallar una planta en los montes, son los que aseguran la gloria de Mutis. (fol. III). En 1777 se retiró al Sapo deseoso, por segunda vez, de difundir sus conocimientos de minería en este Reino. Allí consumió lo que la medicina le había dado en diecisiete años de residencia en esta capital; muy poco, a la verdad, pues él no fué de aquellos médicos que exigen la recompensa de su trabajo. Y o hablo en el pueblo en que vivió cincuenta años y a la faz en un número de gentes muy considerable, que le han sobrevivido. Su caridad y esmero para con los pobres, unida a la dulzura de su trato, fueron sus virtudes más favoritas y que le granjearon el respeto y amor de todos. En este retiro se mantuvo hasta el año de 1783, en que el Señor Arzobispo Virrey le obligó a salir, después de muchas persuasiones, para establecer esta Expedición, nombrándolo Director de ella, antes de hacer presente al Rey su mérito. Tal era la confianza que tenía este jefe en la ilustración de un Monarca como Carlos III, y en el mérito de su recomendado. Mutis había resuelto retirarse a su patria llevando consigo un tesoro inmenso de luces y descubrimientos, fruto de sus investigaciones en el dilatado tiempo de veinte y tres años. El deseo de consagrar sus preciosas tareas a un Soberano tan digno y amado de todos, lo obligó a trabajar con el mayor empeño y así es que la mejor parte de la Flora de Bogotá se debe a su mansión en el Sapo. Desde que la bondad del Rey lo nombró Director de esta Expedición, eligió como centro de sus investigaciones a la ciudad de Mariquita, que reunía todas las proporciones que buscaba. Situada en medio de frondosos bosques, al pie de los Andes de Quindío y en las cercanías del Magdalena, se le presentaban los vegetales de todas las temperaturas y de todos los niveles. Allí formó los pintores, colectó innumerables plantas, estableció un jardín en el que, entre otras plantas preciosas, pudo hacer prosperar veinte canelos, que aún se conservan; y hizo una parte de las grandiosas láminas, que no se pueden ver sin admiración. Allí desempeñó muchas comisiones del gobierno; allí adelantó sus observaciones sobre la poligamia, y allí, últimamente, comenzó la historia de los árboles de las quinas, una de las primeras ideas con que quiso demostrar su reconocimiento al Soberano que lo protegía. Justos motivos le hicieron retardar su conclusión dejando esta gloria y la de su publicación para otro. El temperamento de Mariquita, unido a sus tareas literarias, arruinaron su salud. En 1790 se trasladó a esta capital, más por reconocer de nuevo y diseñar la elevada vegetación que por restablecerse. Aquí se dedicó a dar la última mano a sus inmensos trabajos de Mariquita; pero ocupado por toda clase de personas, como casi el único que podía darnos la salud como Médico; consultado con frecuencia en los asuntos más delicados de los gobiernos, político y eclesiástico, y su avanzada edad, no le dieron tiempo a concluirlos. En el solar de la casa, que el Rey le destinó, formó un pequeño jardín para comenzar a realizar sus grandes ideas y poder lograr del gobierno la aprobación; pero todo se acabó con su muerte. En él logró hacer prosperar más de cien plantas de Europa, muchas de ellas medicinales, cuyas semillas se debieron a Don Jorge Tadeo Lozano, encargado por Su Majestad en la parte zoológica, y otras tantas, particulares, de los países cálidos del Reino. Don José María Carbonell, escribiente de esta expedición, a cuyo esmero y aplicación se debió el progreso que tuvo este Jardín, conserva aún semillas de algunas de ellas que cuidaremos hacer plantar para beneficio del público. En 1800 proyectó establecer en esta capital un Observatorio Astronómico, que no pudo poner en ejecución hasta 1802. Este establecimiento, aunque hecho de los ahorros de la Expedición Botánica, es