CONSUMOS COLECTIVOS por Carmen Madorrán

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Carmen Madorrán Ayerra
Madrid, 15 de julio de 2013
La estrategia de los consumos colectivos en la transición ecosocialista
Depuis 1936 j'ai lutté pour les augmentations de salaire. Mon père avant moi a lutté pour les
augmentations de salaire. Maintenant j'ai une télé, un frigo, un VW. Et cependant j'ai vécu
toujours la vie d'un con. Ne négociez pas avec les patrons. Abolissez-les.
Desde 1936 he luchado por subidas de sueldo. Antes de mí, mi padre luchó por subidas de
sueldo. Ahora tengo una tele, un frigorífico y un Volkswagen. Y, sin embargo, he vivido
siempre la vida de un gilipollas. No negociéis con los patrones. Abolidlos.
Célebre pintada del Mayo francés.
1. ¿Por qué retomar la pregunta por la vida buena?
Preguntas tan relevantes para cualquier comunidad humana como ¿es posible vivir de
otro modo? o bien, ¿cómo podemos organizarnos mejor?, han sido planteadas a lo
largo y ancho del planeta y fundamentalmente han adquirido importancia en épocas
en las que los modelos existentes mostraban de forma más evidente sus carencias. Hoy
vivimos, qué duda cabe, uno de esos momentos, y la búsqueda de las tan necesarias
alternativas reaviva una preocupación clásica: la pregunta por la vida buena, por el
arte del buen vivir.
Esta pregunta fundamental, ¿cómo vivir bien?, asume que hay vidas “mejores” que
otras, tratando de ver cuáles son los puntos comunes a las muy distintas formas de
vida buena. La preocupación por la vida buena nos conduce por tanto a la
consideración de un grupo de necesidades que habría que proporcionar a todos los
seres humanos, entendiendo por necesidades –en sentido amplio- todas aquellas
condiciones objetivas imprescindibles para la realización de una vida humanamente
digna (que puede vivirse, por supuesto, de muy distintas formas).
En este debate encontramos diversas teorías y propuestas sobre cuáles son esas
necesidades que podemos hallar en cualquier comunidad humana y en cualquier
tiempo. Por un lado, tenemos la formulación clásica de Maslow, Max-Neef quien
propuso una matriz de nueve necesidades básicas; la teoría de las necesidades
humanas de Len Doyal e Ian Gough, entre otros, que se preguntan por qué es lo que
necesitan los seres humanos para alcanzar una vida buena, y responden distinguiendo
entre necesidades básicas -salud y autonomía- y un listado de once necesidades
intermedias; el enfoque de las capacidades desarrollado especialmente por Martha C.
Nussbaum, que se pregunta qué son capaces de hacer y de ser las personas, y propone
1
diez capacidades funcionales humanas centrales; finalmente la teoría de los bienes
básicos de Robert y Edward Skidelsky, quienes se preguntan por cuáles son los bienes
son básicos para que sea posible la vida buena y nos proponen una lista de siete bienes
universales, finales e indispensables1.
Todas ellas comparten en mayor o menor medida tanto la importancia de la pregunta
por la vida buena, así como un enfoque universalista en lo que al acuerdo sobre las
necesidades, bienes o capacidades centrales se refiere, aunque cada uno proponga su
listado y agrupación. También comparten las exigencias morales que se derivan de la
existencia de dichas necesidades básicas universales, para con los seres vivos presentes
y futuros.
Vivimos sin embargo en un sistema que sostiene que el crecimiento de la riqueza de
una nación conlleva el aumento del bienestar de su población, y esto es falso: desde los
años sesenta se llevan haciendo grandes y fundadas críticas a la relación entre el
desarrollo humano y el crecimiento económico –en los términos en los que se mide
actualmente, sin considerar efectos sociales ni ambientales-. En este sentido, Max Neef
proponía ya en 1995 la “hipótesis del umbral” para referirse a que llegados a un punto
de crecimiento económico y de consumo, el bienestar humano comienza a disminuir,
no continua aumentando a la par que el crecimiento económico; es decir, a partir de
determinado umbral, las consecuencias sociales y ambientales del consumo impactan
reduciendo el nivel de bienestar, y el desarrollo económico parece entrar en
contradicción con los intereses del bienestar humano.
De este convencimiento partieron las propuestas -que tienen ya varias décadas- de
emplear distintos índices para poder aportar datos sobre bienestar humano. Frente al
índice del PIB, que atiende exclusivamente a la faceta económica del bienestar humano,
encontramos propuestas como los Índices de desarrollo humano, de desarrollo
humano relativo al género, de sustentabilidad, o el Índice de Bienestar Económico
Sostenible (ISEW), “que corrige la medida económica convencional del gasto en
consumo personal considerando una variedad de factores sociales y ambientales como
la distribución del ingreso, la contribución de las actividades no-monetarizadas, el
agotamiento de los recursos naturales, el daño ecológico de cualquier tipo, y la
acumulación de los llamados gastos mitigatorios o defensivos”2.
Frente a la economía convencional que iguala el aumento del consumo con el aumento
del bienestar debido a que “trata todas las necesidades como preferencias que se
expresan (idealmente) en valores monetarios determinados en los mercados abiertos”3,
1
Ver tabla de necesidades, capacidades y bienes básicos en la última página.
Jackson, T. y Marks, N., “Consumo, bienestar sostenible y necesidades humanas: un examen de los
patrones de gasto en Gran Bretaña 1954-1994”, Ecología política, n. 12, 1996, p. 68.
2
3
Jackson, T. y Marks, N., op. cit., p.72.
2
partimos –de acuerdo con Jackson y Marks- de la consideración de que hay una serie
de necesidades humanas básicas, que podemos identificar, y a las que se puede atribuir
un carácter universal.
Podemos describir las necesidades como aquellos objetivos que de no ser satisfechos
provocan un daño grave o perjuicio, mientras que los deseos son objetivos derivados
de las preferencias de cada individuo y de su entorno cultural. Es muy importante
distinguir bien entre necesidades o bienes básicos en el sentido que hemos dicho y
deseos. Las necesidades básicas o esenciales persiguen un fin sin el cual desaparecería
lo humano. “Lo necesario es aquello que, cuando falta, nos daña; y ello de modo
objetivamente comprobable”4. Por tanto, podemos afirmar que las necesidades son
objetivas –aunque su satisfacción no lo sea-, son finitas, pocas, y universales; son
aquellos factores indispensables para la integridad de los seres humanos. Frente a ellas
los deseos son subjetivos, y pueden crecer ilimitadamente.
Joaquín Sempere considera que la diferencia fundamental es que las necesidades se
ligan a la autorreproducción –ya sea física o moral- de la vida del sujeto, mientras que
los deseos no. Entre los deseos, a su vez, podemos distinguir los legítimos y los
ilegítimos, siendo los legítimos aquellos que no impidan la satisfacción de las
necesidades de otros humanos, como propone Mario Bunge. A esto se han referido
otros autores como principio de precedencia: las necesidades de un ser humano o grupo
de ellos tienen prioridad sobre las preferencias y deseos de cualquier otro ser/grupo
humano. En este sentido, Jorge Riechmann propone que “las necesidades deben tener
prioridad sobre los deseos porque causar daño es peor que no conceder un beneficio
(prioridad de las obligaciones morales negativas sobre las positivas)”5.
Por su parte, Marcuse distingue entre necesidades verdaderas y falsas en lugar de
entre necesidades y deseos, pero viene a decir algo muy similar. Necesidades falsas
serían las que son impuestas a los individuos, para su represión, por intereses sociales.
Independientemente de si satisfacer estas necesidades falsas es agradable para los
individuos, para lo que realmente sirve es para impedir que reconozcan el sistema
injusto en el que viven y la posibilidad por tanto de que intenten acabar con él. La
consecuencia de esto es, en palabras de Marcuse “la euforia dentro de la infelicidad”, y
en este grupo de falsas necesidades se encontrarían la mayor parte de los deseos
predominantes: actuar, vivir, ser tal y como los anuncios nos dicen.
En sociedades capitalistas como la nuestra, además, se potencia esta insaciabilidad de
los deseos que tiene nefastas consecuencias ambientales, sociales y económicas, pues
4
Riechmann, J. (coord.), Necesitar, desear, vivir: sobre necesidades, desarrollo humano, crecimiento
económico y sustentabilidad, Los Libros de la Catarata, 1998, p.12
5 Riechmann, J. (coord.), Necesitar, desear, vivir: sobre necesidades, desarrollo humano, crecimiento
económico y sustentabilidad, Los Libros de la Catarata, 1998, p.18
3
agrava la desigualdad entre ricos y pobres tanto dentro de los países enriquecidos
como a nivel global.
Estas necesidades [creadas, o deseos] tienen un contenido y una función
sociales, determinadas por poderes externos sobre los que el individuo no tiene
ningún control; el desarrollo y la satisfacción de estas necesidades es
heterónomo. No importa hasta qué punto se hayan convertido en algo propio
del individuo, reproducidas y fortificadas por las condiciones de su existencia;
no importa que se identifique con ellas y se encuentre a sí mismo en su
satisfacción. Siguen siendo lo que fueron desde el principio; productos de una
sociedad cuyos intereses dominantes requieren la represión6.
Deseamos algo no por sí mismo sino porque proporciona prestigio, reconocimiento,
nos da cierto estatus. Dentro del consumo competitivo buscamos adquirir al menos los
mismos bienes que el resto, a estos bienes podemos llamarlos bienes “de subirse al
carro”; aunque también podemos encontrar los bienes o productos “esnob”, que tratan
de satisfacer el deseo de diferenciarnos; o bienes “Veblen7”, que son aquellos que se
desean sólo por el hecho de ser reconocidos como caros. En la carrera interminable
hacia esos bienes posicionales, lo que alcanzamos pierde gran parte de su valor por el
mero hecho de haberlo conseguido. Nos comportamos como un niño maleducado que
quiere un juguete determinado con toda su ansia, pero cuando lo tiene, tras un periodo
corto de disfrute, lo deja de lado y quiere con toda su ansia, otro.
2. El consumo como elemento esencial en la crítica al modelo capitalista:
El consumo es una parte central de la vida en nuestras sociedades, forma sin duda
alguna, parte de lo que nos define ya que se ha convertido en una vía para expresar la
identidad social. Como señala Santiago Álvarez, el consumo como “acto de autorepresentación y auto-afirmación mediante el cual los individuos buscan diferenciarse
de determinados grupos al tiempo que ansían identificarse con otros”8.
Hemos definido en gran medida lo que somos en función de lo que tenemos,
sustituyendo en la práctica la identidad de ciudadano por la de consumidor. Se ha
producido otra perversión en este sentido, y es que no sólo se podría decir que
consumo luego existo –pues quienes no consumen es porque no pueden y están en
situaciones de marginalidad- sino que se ha interiorizado que el consumo es una de las
mayores expresiones de libertad posibles. Como señala Marcuse:
[L]a gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil,
en su aparato de alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina. El mecanismo que
6
Marcuse, H., El hombre unidimensional, Planeta-De Agostini, Barcelona, 1993, p. 15.
En honor al sociólogo y economista norteamericano Thorstein Veblen. Es famosa su obra Teoría de la
clase ociosa, de 1899.
8
Álvarez, S., “Narciso, la rana y cómo la opulencia privada degenera en miseria pública”, PAPELES de
relaciones ecosociales y cambio global, n. 121, 2013, p.5.
7
4
une el individuo a su sociedad ha cambiado, y el control social se ha incrustado
en las nuevas necesidades que ha producido […]. Escoger libremente entre una
amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y
servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor,
esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los
individuos, de necesidades súper impuestas no establece la autonomía; sólo
prueba la eficacia de los controles9.
No solamente no somos más libres pudiendo elegir qué consumir, sino que ni siquiera
somos conscientes de que la mayoría de nuestros deseos nos vienen dados, han sido
generados por el sistema, y de que muchos de ellos los vivimos como verdaderas
necesidades cuando están lejos de serlo. Un ejemplo para ver más claramente esto lo
encontramos en la historia reciente de Gran Bretaña: un estudio realizado a finales de
los años noventa por Tim Jackson y Nic Marks nos muestra que entre 1954 y 1994, el
consumo por persona que más ha aumentado ha sido el de recreación y diversión, que
ha aumentado un 400%, seguido del de los aparatos domésticos con un aumento del
385%, la comunicación (341%), los viajes (293%); mientras que los incrementos más
pequeños por persona se han dado en libros, periódicos y educación, con sólo un 14%,
y alimentación, con un 29%.
Llama particularmente la atención lo sucedido con la alimentación en contraposición
con la ropa, pues mientras que el pequeño incremento del gasto en alimentación (29%)
era esperable porque en 1954 “el consumo de alimentos por persona del país ya había
alcanzado el nivel necesario para cubrir la necesidad de subsistencia”10; el gasto en
ropa en los mismos cuarenta años aumentó más del 200%, cuando ya en 1954 estaba
cubierta también la necesidad de protección. Encontramos llamativa y casi
característica de nuestra sociedad esta tendencia a intentar satisfacer necesidades no
materiales –como son el reconocimiento, respeto, identidad, autonomía-, a través del
consumo material, con las consecuencias sociales y ambientales que conocemos.
Esto sucede, en parte, porque el consumo es imprescindible para el sistema: “la
circulación de mercancías es el punto de arranque del capital. La producción de
mercancías y su circulación desarrollada, o sea, el comercio, forman las premisas
históricas en que surge el capital”11. Pero sin duda no sólo hemos de pensar el consumo
como un medio de reproducir el orden económico, sino el orden ideológico. El
consumo y la sobreoferta producen parte del conformismo con el sistema, la sensación
de que cuanto se necesita es seguir consumiendo. En este sentido, Baudrillard decía:
Hasta ahora, todo se había ordenado en torno a la tensión entre las necesidades
y su satisfacción, entre los deseos y su consecución, y las posibilidades siempre
9
Marcuse, H., El hombre unidimensional, Planeta-De Agostini, Barcelona, 1993, p. 16.
Jackson, T. y Marks, N., op. cit., p. 77.
11
Marx, K., El Capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, sección II, cap. IV, p. 103.
10
5
quedaban muy por debajo de las aspiraciones; una situación crítica que ha dado
pie a distintos conflictos históricos: reivindicaciones, revueltas y revoluciones.
En la actualidad ocurre exactamente lo contrario. Las necesidades, los deseos y
las aspiraciones ya no están a la altura de las posibilidades que se ofrecen desde
el ámbito de la comunicación, la información, la movilidad o el ocio. La
satisfacción inmediata supera con creces la capacidad de disfrute de un ser
humano normal12.
La sobrepuja de la publicidad y de la televisión permanentemente encendida, la
ingente cantidad de mercancías y fruslerías que tenemos a nuestra disposición nos
permiten hablar de la anticipación de la respuesta a toda pregunta, de la aparición de
necesidades creadas, o más bien de deseos infundados vendidos como necesidades.
Todo ello genera un consumo individual, desenfrenado, con el único límite del poder
adquisitivo necesario para comprar más. Los productos de consumo, en su mayoría
innecesarios, son vistos como un premio por el que casi todo merece ser sacrificado:
renunciamos al ocio en favor de largas jornadas de trabajo, y posponemos la felicidad
en aras de la felicidad futura –como si se fuera acumulando en una caja para cuando
llegue la jubilación y tenga mucho dinero (una caja que se parece cada vez más a un
ataúd, aunque eso sí: cómodo, exclusivo y último modelo)-. Y mientras tanto suplimos
la felicidad y su búsqueda presente por el consumo de objetos que nos llenen
temporalmente, encontrando uno nuevo y mejor cada poco tiempo, y del que todos
hablan-13.
3. El consumo colaborativo como estrategia en la transición ecosocialista
Entendemos por tanto que es imprescindible un cambio en la forma de consumir por
cuanto el consumo representa una parte central del sistema de producción de nuestra
sociedad, además de ser también piedra angular de su reproducción como sistema
ideológico. Nos encontramos ante un poder que altera hábitos y relaciones, produce y
fomenta estilos de vida14 como el hoy imperante, entregado al consumo; un poder que
tanto más pasa desapercibido, cuanto más ha sido naturalizado e interiorizado a través
de las prácticas sociales como es precisamente el consumo15. Y así, operando de forma
invisible, y podríamos decir que inconsciente para la mayoría, es aún más peligroso.
Proponer un cambio en las formas de consumo y estilos de vida es imprescindible para
ir trazando un camino que transite hacia otra sociedad no capitalista.
12
Baudrillard, J., La Agonía del Poder, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006, p. 14.
13
Para que interioricemos esta idea tenemos a los siempre parciales medios de comunicación y por
supuesto a la publicidad. Resulta paradójico cómo, aun sabiendo que otros cientos de miles de personas
en el mundo tienen el mismo producto, sin embargo se genere la creencia de que comprar tal o cual
marca nos singulariza. Soy de Apple, de Nesspreso, o de Pepsi, por ejemplo.
14 Negri, T. y Hardt, M., Imperio, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 76 y 132.
15 Ver la Introducción de Xavier Pedrol a Castoriadis, C., Escritos políticos, Los libros de la Catarata,
Madrid, 2005.
6
Otro motivo que hace indispensable este cambio en la forma de consumo es la doble
crisis energética que padecemos, tanto por el lado de los sumideros (crisis climática)
como por el lado de las fuentes (peak-oil y final de la era del petróleo barato). Esto nos
sitúa sin asomo de dudas ante el horizonte de un cambio de sistema energético.
Sabemos que los actuales modelos de producción, desarrollo y consumo no son
generalizables, y frente a ello, una de las posibles vías de salida se organizaría en torno
a la idea de consumos colectivos. El capitalismo, por su propia dinámica, lleva hasta el
límite la estrategia de individualización de los consumo, y esto se ha convertido en un
poderoso factor de insostenibilidad.
Esta estrategia para la transición ecosocialista16, requerirá un consumo responsable
socialmente (justo) y con el planeta, pues como acabamos de ver, las consecuencias de
nuestra forma de producción, distribución y consumo ilimitado no pueden mantenerse
en un planeta finito con recursos también finitos. El sobreconsumo y la
sobreproducción del capitalismo conllevan inequívocamente un uso desenfrenado de
energía, agotamiento de recursos naturales, desaparición de especies animales y
vegetales, devastación de bosques, generación de residuos y contaminación; y en
definitiva haciendo casi imposible la vida humana en el planeta. Como ya han
señalado con acierto autores como Jorge Riechmann, encontramos tres esferas: la tierra,
la sociedad y la economía, puestos del revés. Mientras que la economía –al servicio de
unos pocos y sus intereses de enriquecerse- dirige la marcha de la sociedad sirviéndose
del planeta y sus recursos como si fueran infinitos, proponemos poner la economía,
como el resto de ciencias, al servicio de la sociedad en una vida respetuosa con el
planeta en que habitamos.
3.1. La propuesta del sistema: capitalismo verde
No parece existir demasiada discusión, al menos no una discusión interesante, en torno
a la idea de que el crecimiento económico ilimitado resulta insostenible dado que es
incompatible con los recursos biofísicos del planeta. Sin embargo, en lugar de asumir la
necesidad de un cambio profundo en el modelo actual –algo que llevaría a su
desaparición-, el sistema de producción capitalista ofrece soluciones. Una de las
propuestas más extendida es el planteamiento de que el desarrollo tecnológico
16
Es interesante contrastar lo que pueda ofrecer la teoría y praxis del ecosocialismo, esa reformulación
anti-productivista de los idearios de izquierda que a partir de los años setenta del siglo XX se hace cargo
de los nuevos “desafíos civilizatorios”, señaladamente los problemas ecológicos. Pioneros en esta
orientación fueron Manuel Sacristán en España, Raymond Williams en Gran Bretaña, René Dumont y
André Gorz en Francia, Barry Commoner y James O`Connor en Estados Unidos, Wolfgang Harich,
Rudolph Bahro, Erhard Eppler en Alemania, por señalar algunos de los más relevantes. Entre estos
pensadores se dio por lo demás un amplio abanico de posiciones políticas: hay un largo trecho entre el
ecosocialismo autoritario centralista de un Wolfgang Harich y el ecosocialismo libertario municipalista
de un Murray Bookchin.
7
permitiría mantener o aumentar nuestros niveles de vida y bienestar material con una
menor utilización de los recursos. De ahí concluyen la posibilidad de perpetuar el
modelo de crecimiento constante de la producción, algo incuestionable para el sistema.
Esta idea de que un mayor desarrollo tecnológico genera un menor impacto
medioambiental podría identificarse con la también falsa pretensión de asociar el
incremento de la productividad laboral a una vida mejor. Las previsiones de Keynes
sobre la reducción drástica de la jornada laboral como consecuencia del avance técnico
no se han cumplido en absoluto, como muestran los estudios en los que se aprecia
cómo en el último siglo la productividad por trabajador prácticamente se ha doblado, y
sin embargo, la media de horas trabajadas por persona ha aumentado con respecto a
1970.
No conviene que perdamos de vista algo que ya habían apuntado pensadoras como
Hannah Arendt, y es que el aumento de la productividad, que ha tenido un efecto
enorme –ya señalamos cómo se ha duplicado la capacidad productiva de un trabajador
en las últimas décadas-, no ha supuesto una mejora en la vida de las personas, no ha
supuesto una reducción significativa de la jornada de trabajo (con todo lo que ello
permitiría y facilitaría), sino en el aumento del consumo. La sociedad asalariada es una
sociedad de consumo que ha pasado de “la producción para satisfacer las necesidades”
al “consumo para dar trabajo a las personas asalariadas y hacer funcionar las
industrias”17.
De la misma forma, diversos estudios teóricos y empíricos han demostrado que a pesar
del gran desarrollo tecnológico experimentado y de que las mejoras en eficiencia en el
uso de recursos han sido constantes desde el incipiente pre-capitalismo, el consumo
global de recursos no ha parado de crecer desde entonces18. Podemos señalar dos
grandes paradojas en este sentido: la paradoja de la eficiencia energética y la paradoja
de Jevons. La primera se refiere al hecho de que, a pesar de las supuestas ventajas en
términos económicos y ambientales de las medidas de ahorro y la eficiencia energética,
los niveles de inversión en ellas no llegan al nivel que correspondería para los
beneficios potenciales que conllevan. Es decir, existen barreras prácticas a la extensión
e introducción de muchas medidas tecnológicas de eficiencia y ahorro energético. Entre
las posibles causas de esta paradoja estarían los fallos del mercado o la falta de
consideración de los aspectos relacionados con el comportamiento humano y social19.
Por su parte, la paradoja de Jevons llama la atención sobre el hecho de que se produzca
un incremento del consumo de energía ante una mejora de la eficiencia energética. Se
17
Arendt, H., La condición humana, Paidós Ibérica, Barcelona, 2005.
Informe “Cambio Global España 2020/2050”, Centro Complutense de Estudios e Información
Medioambiental (CCEIM), 2012, p. 208.
19
Linares, P. y Labandeira, X., “Energy efficiency: economics and policy”, Journal of Economic Surveys, n.
24 (3), 2006.
18
8
pone así en cuestión la eficacia real de las medidas tecnológicas ahorradoras de
recursos en lo que se ha denominado efecto rebote. De esta forma, la mejora de la
eficiencia energética no supondría la reducción de consumo prevista, hasta el punto de
que en muchos casos acarrearía un incremento (ya sea individual o colectivo). Este
efecto contradictorio se explicaría por el comportamiento de los consumidores ante el
menor coste los servicios energéticos, que se traduce en más horas de utilización del
servicio, mayor número de consumidores utilizándolo o una mayor calidad del mismo
(efecto rebote directo); o en el hecho de que el ahorro monetario neto que supone la
mejora se destina al consumo de nuevos bienes y servicios, cuya producción a su vez
requeriría más consumo de energía, incrementando de manera indirecta el consumo
energético global (efecto rebote indirecto).
Hay varios trabajos empíricos que confirman este efecto rebote. Como ejemplo, un
estudio a nivel de la Unión Europea ilustra cómo el gasto energético necesario para
construir un edificio de bajo consumo no se recupera hasta pasados más de cien años
de vida útil20. En el mismo sentido, la Agencia Europea del Medio Ambiente ha
señalado que el aumento de las emisiones coincide con el descenso de los
requerimientos de combustible de los automóviles, contradiciendo la creencia de que
“mayor eficiencia es igual a reducción de impacto”: los kilómetros recorridos
aumentarán en los próximos años un 10-30% como resultado de la mejora de la
eficiencia en el consumo de combustible de los coches21. Y como muestra del efecto
rebote indirecto, resulta elocuente el dato de que desde la década de los noventa, el
consumo energético de los hogares ha aumentado cinco veces por encima del
crecimiento de la población debido principalmente al incremento del equipamiento
doméstico22.
El problema radica en que las políticas públicas que pretenden orientar el consumo en
un sentido de responsabilidad ecológica parten de la asunción de que la mejora en la
eficiencia energética y el avance tecnológico conllevan necesariamente una reducción
en el uso de los recursos y su impacto. Prueba de ello, en España, es el Plan VIVE
(antiguo Plan RENOVE), que ofrece ayudas para la renovación de vehículos con el
fundamento de que los coches nuevos producen menores emisiones por kilómetro. La
bondad ambiental de dichos planes es muy cuestionable, ya que, aunque es cierto que
los vehículos nuevos son menos contaminantes, también son más potentes; además,
acortar la vida de un coche implica la fabricación de otros nuevos, con el coste
ecológico que ello comporta. Un estudio reciente concluye que desde una perspectiva
ambiental, retirar un vehículo de la circulación antes de los 20 años de vida útil, para
20
Casals, X. G., “Analysis of building energy regulation and certification in Europe: their role, limitations
and differences”, Energy and Buildings, n. 38, 2006.
21
Agencia Europea del Medio Ambiente, “Household consumption and environment”, Report n.
11/2005.
22
IDAE, “Guía práctica de la energía”, Madrid, 2010.
9
sustituirlo por otro de menos emisiones no está justificado, mientras que actualmente
los planes de este tipo sólo exigen a los vehículos una antigüedad de diez años.
Además, hemos de considerar que los descensos en las emisiones por kilómetro de
estos nuevos coches tienden a ser superados por el aumento de los kilómetros
recorridos, al abaratarse el precio por menor uso de carburante y por el aumento de la
cilindrada media de los coches.
Con los ejemplos anteriores hemos querido señalar que algunas de las soluciones
propuestas desde las instituciones públicas y ciertas empresas como remedios
ecológicos, en realidad no son tales. Además, queremos hacer hincapié en la falsa
creencia de que podemos reducir en gran medida nuestro impacto en el planeta sin un
cambio drástico en nuestras pautas de consumo. Sin embargo, es evidente que aquellas
políticas que incorporen verdaderamente y con un efecto real la preocupación
ecológica deben ser bienvenidas.
3.2. La estrategia del consumo colectivo o colaborativo
Además de desenmascarar estos intentos del sistema, unos más burdos que otros, de
que creamos posible casar el crecimiento económico, el aumento del bienestar humano
por la vía de la eficiencia tecnológica, resulta importante plantear alternativas. En ese
sentido, la estrategia de consumos colectivos o colaborativos permitiría reducir de
forma muy importante los impactos ecológico-sociales de las economías actuales, sin
merma de la satisfacción de las necesidades humanas esenciales, resultando
comparativamente mejor tanto desde el punto de vista del impacto ecológico, como
también desde el social y económico.
Son muchas las iniciativas en este sentido, que pasan por cuestionar el papel de
algunos electrodomésticos y analizar estrategias colectivas que podrían aplicarse al uso
de lavadoras, lavavajillas, pantallas de plasma, etcétera. También existen otras
propuestas que se preguntan por cómo enfocar el uso de espacios colectivos como los
de trabajo (coworking), casa (cohousing) o cómo planeamos los viajes (couchsurfing).
En este sentido podemos entender propuestas como la apertura de talleres en cada
barrio, lo que evitaría que en cada piso hubiera una serie de herramientas de bricolaje
infrautilizadas, y lo mismo sucede con la infraestructura de dependencia, que se
emplea ocasional o provisionalmente para niños, personas enfermas o ancianas, como
son las sillas, cunas, bañeras para bebés y la ropa de los niños; las camas ortopédicas,
los colchones especiales para los enfermos que pasan largos periodos en cama, las
muletas, sillas de ruedas, etcétera.
Por lo que respecta a los niños y bebés, hay varias propuestas ya en marcha en nuestro
país, tanto para alquilar juguetes (PIKATOY, lanzada en 2010); servicios especializados
en aligerar los problemas de viajar con niños, alquilando cochecitos, bañeras o cunas
para viajes (Babytravelling, Babybackbaby); servicios gratuitos de intercambio de ropa
10
de segunda mano (Segundamanita, Elcochecitolere, Mipituso); y muchas páginas que
ofrecen ropa de segunda mano a precios baratos (Grownis), otras en las que hay que
intercambiar lotes con prendas de ropa (Trastus, Creciclando que incorpora también
juguetes y otros artículos para niños), otras páginas que ofrecen ambas cosas: tienda
on-line e intercambio (Bbcloset).
Se ha sugerido una técnica, el backcasting, para desarrollar propuestas de cambio en el
consumo en seis ámbitos básicos que van desde la alimentación y los residuos hasta la
movilidad, los usos del tiempo y la vivienda, entre otros. El backcasting es una técnica
que comienza definiendo un escenario futuro deseable y construyendo hacia atrás qué
políticas o acciones habrían de llevarse a cabo para conectar el presente con ese
futuro23.
Sobre la alimentación los autores del artículo estaban de acuerdo en que la más
deseable es la de temporada, local y proveniente de un modelo productivo basado en
ciclos cortos tanto de producción como de distribución y consumo, que además a ser
posible estén gestionados por cooperativas y en espacios colectivos de consumo. La
alimentación, dentro de los ámbitos de consumo, “ha sido identificada como uno de los
primeros aspectos que tiende a cambiarse cuando se realizan cambios en los patrones
de consumo y estilos de vida hacia formas más sostenibles que permitan una
transformación del modelo actual de producción-distribución-consumo”24.
En el estudio que realizaron, las propuestas más valoradas eran aquellas en las que se
contaba con el impulso institucional de las administraciones, lo que supondría un giro
en nuestro país ya que tanto las políticas agrarias y económicas priman hoy la
producción intensiva a gran escala y la distribución a través de grandes superficies.
Junto con este necesario cambio de políticas que no parecen estar demasiado cerca,
señalan otras iniciativas que están creciendo en los últimos años, experiencias de
articulación colectiva en el ámbito agroalimentario25.
Otra técnica muy útil en este sentido, no tanto para generar propuestas sino como para
aportar datos sobre el impacto ambiental de cualquier producto o servicio, es el
Análisis de Ciclo de Vida o “análisis de la cuna a la tumba”. Esta herramienta permite
calcular el impacto potencial de cualquier producto, actividad o servicio teniendo en
cuenta todos los elementos necesarios, cuantificando tanto los recursos necesarios para
23
Heras, M., Piñeiro, C. y Porro, A., “Mirar al futuro para transformar el presente: propuestas de acción
hacia el cambio socioecológico”, PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, n. 121, 2013, p. 35.
24
Piñeiro, C., Comunicación ambiental para la transformación social. Iniciativas de consumo responsable
en Madrid. Tesis doctoral, UAM, 2011.
25
Hay un número elevado de lugares en internet donde podemos encontrar la historia y actividades de
cada una de estas iniciativas, como los IPC (Ingenios de Producción Colectiva) de Ecologistas en Acción,
la Alianza por la Soberanía Alimentaria de los Pueblos en el Estado Español, cooperativas de produccióndistribución-consumo como Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH) donde se agrupan trabajadores, grupos
de consumo de distintos barrios de Madrid, entre otras muchas iniciativas.
11
la fabricación del producto o de los elementos que intervienen en la actividad, como las
emisiones ambientales asociadas al sistema que se evalúa.
En lo que respecta al transporte y la movilidad, resulta crucial proponer la reducción
del uso del transporte privado en favor del transporte público o colectivo. Ello exigirá
tanto un cambio en el estilo de vida de muchas personas, como un cambio institucional
que fomente el uso del transporte público y desincentive el del privado. Esto puede
hacerse subvencionando el transporte colectivo, invirtiendo en la ampliación y
mantenimiento de sus líneas; y por otra parte, gravando con impuestos medio
ambientales el uso del vehículo privado, además de las campañas de información y
sensibilización necesarias. Al igual que en el ámbito de la alimentación, y ante la lejanía
de las políticas en este sentido, la ciudadanía se está organizando dando lugar a
propuestas interesantes sobre las que deberíamos reflexionar.
Se trata de las iniciativas de compartir coche, que han aumentado mucho en los
últimos años. Por ejemplo, en septiembre de 2012 se creó en España la Asociación
Española de Car-sharing –presidida por Pau Noy-en la que se agrupan las empresas
que ofrecen este servicio en nuestro país: Avancar, Respiro, Bluemove, Social
Car, Clickcar, Cochele e Ibilek. Se estima que son clientes unas 15.000 personas,
mientras que en Alemania alcanzan ya unos 220.000, en Suiza alrededor de 100.000 y
en Estados Unidos cerca de 700.000. Social Car ofrece un servicio de alquiler de coches
entre particulares; Amovens se ocupa de los trayectos compartidos en coche “que
buscan llenar los asientos vacíos con pasajeros que comparten recorrido”26. Los
mayores operadores que ofrecen trayectos compartidos en coche en Europa
son Blablacar con 3 millones de usuarios y Carpooling con 4 millones.
Un riesgo que corre este sistema de consumo colaborativo, especialmente porque su
desarrollo precisa o se efectúa sobre todo a través de plataformas como internet, es que
sean absorbidos, adquiridos o controlados en última instancia por empresas
tradicionales. A ello apunta un inquietante artículo publicado en The Economist en
marzo de 2012, en el que se señalan las nuevas posibilidades empresariales que ofrece
esta “economía del compartir”, poniendo el ejemplo de alguien que ha comprado un
coche sólo para alquilarlo, algo que contradice el espíritu de la propuesta de usar un
coche entre varios en lugar de que cada uno tenga el suyo. También señalaba este
artículo cómo “Avis, una empresa de alquiler de coches, tiene una participación en una
[empresa] rival que ofrece compartir. Algo parecido ocurre con GM (General Motors) y
Daimler, dos fabricantes de coches”27, a los que interesa vender sus coches nuevos, algo
opuesto a la iniciativa en la que sin embargo están invirtiendo.
26
Argemi, A., “Consumo colaborativo para principiantes” en Alterconsumismo, blog de El País, 14 de
mayo de 2013.
27
“The rise of the sharing economy”, The Economist, 9 de marzo de 2013. La traducción es nuestra.
12
Percentil es otra de las empresas que ofrece en internet servicios de compra y venta de
ropa infantil de segunda mano en perfecto estado, casi nueva, ropa de marcas
reconocidas y un 70% más barato que en las tiendas, todo el año. En seis meses han
comprado por encima de 45.000 prendas a más de 3.000 familias españolas y vendido
cerca de 26.000. La empresa recibió en febrero de 2013 una inversión de 380.000 euros
de la entidad de capital riesgo28 Cabiedes & Partners SCR y de tres inversores que
pasaron a ser socios de la misma. Formada ya por 20 personas, su cifra de facturación
supera los 40.000 euros al mes, y prevé facturar 250.000 euros al mes a finales de este
año.
De la misma forma, la iniciativa del couchsurfing -literalmente “surfeando el sofá”-,
también supuso un verdadero cambio en la forma de entender los viajes de muchas
personas, e igualmente hemos de señalar cómo reaccionó el sistema ante tal éxito. La
empresa Couchsurfing International, con sede en San Francisco, nació en 2004 como
empresa sin ánimo de lucro que ofrecía una página web en la que usuarios de distintas
ciudades pudieran ponerse en contacto y ofrecer su casa como alojamiento para el otro.
Tienen más de cien mil usuarios en Estados Unidos, también en Canadá, en Francia,
Alemania e Inglaterra, y tiene usuarios en 100.000 ciudades del mundo, aunque lo más
sorprendente es el ritmo al que crece: en enero de 2012 tenía 3,6 millones de usuarios,
en marzo de 2013 ha alcanzado los 6 millones. En el año 2011 pasó a ser una empresa
con ánimo de lucro, lo que supuso la protesta de muchos de los usuarios, y tras varias
inversiones millonarias, su capital social es hoy de más de 22 millones de dólares. La
otra gran plataforma es Airbnb, empresa que nació en 2008, con ánimo de lucro, y a la
que desde entonces han recurrido a ella más de 4 millones de personas–2,5 millones
sólo en 2012-. A través de ella se pueden alquilar camas, coches, barcos directamente
de unos a otros coordinados a través de internet, cubriendo 30.000 ciudades de 192
países. Otras plataformas, como BeWelcome, creada en 2007, sin ánimo de lucro,
recibió a algunos de los usuarios de Couchsurfing después de 2011, pero sus cifras no
son en absoluto comparables: BeWelcome cuenta hoy con 40.000 usuarios en todo el
mundo.
El reciente artículo de The Economist señala que la principal preocupación es la
incertidumbre sobre la regulación. Y nos dice: “¿Se obligará a quienes alquilan
habitaciones a pagar impuestos como los hoteles? En Ámsterdam, las autoridades
están utilizando las ofertas en Airbnb para localizar hoteles sin licencia. En algunas
ciudades de Estados Unidos se han prohibido los servicios de taxi de usuario a usuario
tras la presión ejercida por las compañías de taxi tradicionales”29. La reacción recelosa o
28
Entidad financiera que invierte capital en distintas iniciativas empresariales generalmente novedosas
por su actividad o que acaban de empezar (de ahí el riesgo) intentando multiplicar el dinero inicialmente
invertido (la idea es vender la participación cuando el negocio se haya lanzado y por tanto valga mucho
más).
29
“The rise of the sharing economy”, The Economist, 9 de marzo de 2013. La traducción es nuestra.
13
abiertamente hostil de las empresas proveedoras de servicios tradicionales o de los
fabricantes de los bienes que ahora empiezan a compartirse –con un potencial efecto de
reducción de la demanda- ponen de manifiesto lo irreal del supuesto fundamento y
pilar liberal del sistema. La idea de que el mercado en su funcionamiento libre y a
través de la -también libre- iniciativa individual ofrece las soluciones de producción y
consumo más eficientes para los usuarios, pierde toda su verosimilitud cuando los
intereses ya creados en ese mercado, se oponen a cualquier modelo que amenace sus
posiciones de dominio. Es entonces cuando los reguladores, en gran medida
presionados por las grandes empresas, dificultan la aparición y el desarrollo de formas
de consumo alternativas ya sea a través de la normativa fiscal, de las trabas
administrativas en forma de licencias, permisos, o de la necesidad de habilitaciones
profesionales, controles y demás.
Sin duda, algunas de estas propuestas de consumo colaborativo contribuyen a horadar
las bases del sistema capitalista puesto que proporcionan otras formas de intercambio y
consumo, en algunos casos sin la intermediación del dinero ni el ánimo de lucro, y
algunas de ellas apuntando hacia estilos de vida nada beneficiosos para el sistema.
¿Qué sucedería si millones de personas dejaran de comprar en las tiendas de ropa e
intercambiaran las prendas que ya no usan o las vendieran en mercados de segunda
mano o a través de internet?, ¿y si hicieran eso con los juguetes de los niños o las
herramientas?, ¿y si millones de personas viajaran sin utilizar los autobuses, trenes o
aviones sino en coches con otras personas que van a su mismo destino?, ¿y cuál sería la
consecuencia para los hoteles si millones de personas decidieran alojarse en casas de
otros al llegar a una ciudad?, ¿y para los restaurantes si decidieran comer en casas de
otras personas, o lo que éstas les preparan por un precio barato? Gran parte de estas
iniciativas ya en marcha son muy minoritarias todavía, algunas por desconocimiento y
otras porque exigen un compromiso más fuerte –como el cambio en las prácticas de
consumo alimentario-, pero en los ejemplos que tenemos, cuando estas formas de
consumo comienzan a generalizarse, reciben o bien el rechazo por parte de las
empresas y sectores directamente perjudicadas; o lo que es peor: la intromisión de las
mismas y de los poderes económicos del sistema para enriquecerse a costa del éxito de
esta propuesta de consumir de otro modo, aniquilando además su potencial
transformador30.
4. Conclusiones
Para quienes hoy prevalecen, desarrollo sostenible quiere decir sustituir autos viejos por
coches ecológicos, e instalar aparatos de aire acondicionado respetuosos con el medio
ambiente. Para quienes resistimos, desarrollo sostenible quiere decir vivir bien sin coche
30
Ver, en este sentido, Carson, R., What’s mine is yours: the rise of collaborative consumption, Collins
Business, 2012. También resulta significativo que la revista norteamericana TIME haya publicado que
esta idea del consumo colaborativo es una de las diez que puede cambiar el mundo.
14
y sin aire acondicionado. Esto último exige nada menos que reinventar lo colectivo. No
hay forma de reducir drásticamente nuestro impacto sobre la biosfera, al mismo tiempo
que aseguramos las condiciones favorables a una vida buena para cada ser humano, sin
actuar
profundamente
sobre
nuestra
socialidad
básica,
desarrollándola
y
enriqueciéndola31.
La estrategia de un consumo colectivo o colaborativo entendido como un consumo
consciente y transformador, choca con otras estrategias posibles planteadas, como es la
mejora de la eficiencia tecnológica para reducir la intensidad material del crecimiento
económico, y por tanto el impacto ambiental.
Es importante que señalemos el doble efecto perverso de las políticas de eficiencia
energética. Por un lado se da ante la población la apariencia de que desde la
administración, por lo que respecta al medio ambiente, ya está todo hecho. Se satura de
publicidad sin dar verdadera información, banalizando la situación en la que hemos
colocado al planeta con nuestro consumo ilimitado y se proponen soluciones, políticas
de maquillaje que no nos exigen cambios ni demasiada incomodidad. Políticas que no
funcionan como frenos al consumo, que refuerzan la creencia de que se puede seguir
consumiendo a este nivel gracias a los avances tecnológicos y el mejor
aprovechamiento energético que nos proporcionan.
Sin embargo, lo que sucede como hemos visto al tratar la paradoja de Jevons y varios
ejemplos, es que esto no funciona. Si una persona viajaba dos veces al año en su coche
ahora, con la mayor eficiencia tecnológica viaja más porque puede hacerlo por el
mismo precio, o bien puede consumir otro tipo de artículos con el dinero que ahorra.
No se ha producido como resultado de estas políticas, ni el más mínimo
cuestionamiento sobre la necesidad de cambios en nuestra forma de vida. Como
señalaba René Dubos en 1981: “Estamos condicionados para creer que cuanto mayor
sea la cantidad de energía de que podamos disponer, tanto mejor, mientras que el
pensamiento de limitar su consumo crea en el público en general un sentimiento de
tristeza e incluso de pánico”32.
El otro efecto nefasto del enfoque con que desde las instituciones y empresas se trata el
problema medio ambiental, que se sigue de lo anterior, es que paraliza iniciativas
posibles que implicaran cambios reales. Como vemos, en el mejor de los casos, las
políticas públicas orientadas a mantener el crecimiento económico y el consumo
revistiéndolos de verde, resultan inútiles o contraproducentes; en el peor, constituyen
una forma de alimentar el ciclo de producción-consumo-producción con los
devastadores efectos ya indicados, con la perversión añadida de su supuesto efecto
31
32
Riechmann, J., Biomímesis, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006, p.99.
Dubos, R., Celebraciones de la vida, Fondo de Cultura Económico, México D.F., 1985, p.297
15
beneficioso sobre el medio ambiente, que refuerza la idea de que sí cabe un aumento
sostenible del consumo.
Nos enfrentamos a otros problemas, en gran medida alentados por lo anterior, así
como por la desinformación generalizada y actitud acrítica en que vivimos
socialmente. Se trata de la brecha entre la “integración de lo ambiental como valor a
defender, incluso la crítica hacia la insostenibilidad de la sociedad de consumo y, por
otro lado, la disposición a cambiar de patrones de consumo”33 de la mayoría de los
ciudadanos. Esto nos dice Álvaro Porro con datos de una encuesta del CIS de
noviembre de 2007: “el 47,1% de la población española dice estar totalmente dispuesta
a aceptar modificaciones en sus hábitos de consumo para luchar contra el cambio
climático, que subiría hasta un 87,6% si añadimos a las personas que `probablemente`
también estarían dispuestas. Sin embargo, cuando esto se concreta en acciones
específicas, sólo el 20,6% apoya una moratoria sobre la construcción de nuevas
autovías o autopistas y sólo el 18,8% aumentaría los impuestos sobre los combustibles
fósiles”34.
Esta incoherencia se deriva en parte de la poca confianza en lo colectivo como factor de
cambio real, en la poca posibilidad de transformar el modelo colectivamente; en la falta
de políticas educativas y de información adecuadas; y también en la propia
“incoherencia entre acciones y declaraciones de la propia Administración”35. Ante este
círculo vicioso que señala Álvaro Porro, pues si no hay un cambio de contexto políticoadministrativo difícilmente habrá cambios en las prácticas individuales, y los cambios
declarativos no sirven si van solos. Estamos de acuerdo con el análisis que propone y
también con la conclusión de que el consumo puede actuar como palanca del cambio
para pasar de estos círculos viciosos a círculos virtuosos36, es decir, aquellos en los que
unos cambios retroalimenten a otros que vuelvan a activar a los primeros.
En este contexto es en el que proponemos la estrategia del consumo colectivo o
colaborativo, siendo éste además un consumo responsable tanto socialmente como
ecológicamente. Hemos señalado otro riesgo que hemos de tener en cuenta en relación
con algunas de estas iniciativas que van en aumento en los últimos años, como son las
propuestas de compartir coche, alquilar o ceder la casa, intercambiar ropa de niños,
etcétera. Siendo verdaderos cambios y pasos de una forma individual de consumir a
otra colectiva, alertamos de que el sistema se ha introducido en ellas tanto a través de
33
Dubos, R., op. cit., p.60.
Porro, A., “Políticas públicas y cambios de consumo y estilos de vida”, PAPELES de relaciones
ecosociales y cambio global, n. 121, 2013, p. 61.
35
Dubos, R., op. cit., p. 62.
36
Con el objetivo de “crear el caldo de cultivo social en las percepciones, valores y aceptaciones que
permitirán y promoverán transformaciones profundas de los contextos […] consolidación de un tejido
social que no sólo acepte, sino que impulse las transformaciones del contexto que permitan modificar
los patrones de consumo”. Porro, A., “Políticas públicas…”, op. cit., p.65.
34
16
internet como con grandes inversiones. Esto es algo que resulta muy comprensible: el
capitalismo no puede dejar que nada se le escape, y la mejor forma de anular la
capacidad transformadora de algunas iniciativas que empiezan a tener mucho éxito, es
practicando entrismo en ellas, pero con el objetivo opuesto, es decir, frenando cualquier
posibilidad de revuelta siquiera.
Estamos de acuerdo con la afirmación de Álvaro Porro: “no cambiaremos el mundo
desde el consumo, pero si el consumo no cambia, el mundo tampoco lo hará”37. Es
evidente que la transformación necesaria hacia estilos de vida sostenibles requiere un
cambio de modelo, un cambio estructural, pero ese cambio hay que trabajarlo desde
hoy. Es imprescindible formar una masa crítica que impulse esa transformación, y
para ello son necesarias “políticas de educación, información y concienciación
gigantescas, así como cambios de leyes”38.
La brecha para la esperanza está abierta, ya que cada día son más las iniciativas que
llaman a un consumo responsable, justo, un consumo consciente y transformador,
colectivo y sostenible. Desde las cooperativas y grupos de consumo, bancos del tiempo,
grupos de intercambio, huertos comunitarios, cooperativas de energía, entre otros;
hasta los intercambios que ya hemos mencionado de casas, coche, ropa, o recursos:
herramientas para el trabajo, espacio de trabajo, etcétera39. Proponemos, en definitiva,
entender esta propuesta de consumir colectivamente y de forma responsable, dentro de
un proceso de cambio global, dentro de una suerte de “transiciones” hacia otro modelo
tanto de vida, como de consumo, de modelo energético y también productivo, que
conlleve un cambio en la comprensión de la colectividad, en la relación de los humanos
con el resto de seres vivos y con el planeta.
37
Porro, A., “Políticas públicas…”, op. cit., p.66.
Porro, A., “Políticas públicas…”, op. cit., p.72.
39
Buscar ICO, Innovaciones Comunitarias en Sostenibilidad (CRIC-Opciones); IPC, Ingenios de Producción
Colectiva (Ecologistas en Acción).
38
17
Propuesta de relación: bienes, necesidades y capacidades
BIENES BÁSICOS
(R. y E. Skidelsky)
NECESIDADES INTERMEDIAS40
(L. Doyal e I. Gough)
CAPACIDADES (CFHC41)
(M. Nussbaum)
1. Salud
1. Alimentos nutritivos y agua
potable
2. Alojamiento protector
6. Cuidados sanitarios apropiados
1. Vida
2. Salud corporal
2. Seguridad
2.
3.
4.
6.
9.
1. Vida
3. Integridad corporal
Alojamiento protector
Entorno laboral no perjudicial
Entorno físico no perjudicial
Cuidados sanitarios apropiados
Seguridad física
3. Respeto
5. Control de natalidad, nacimiento…
8. Relaciones primarias significativas
4. Sentidos/imaginación/
pensamiento
10.1. Control sobre entorno
(político)
10.2. Control sobre el entorno
(material)
4. Personalidad/ Autonomía
5. Control de natalidad, nacimiento…
7. Infancia segura
10. Seguridad económica
11. Educación apropiada
4. Sentidos/ imaginación/
pensamiento
6. Razón práctica
7.2. Afiliación (uno)
5. Armonía con la
naturaleza/
Ecodependencia
6. Amistad/ Vínculo social
4. Entorno físico no perjudicial
8. Relaciones primarias significativas
7. Ocio/ Actividades
autotélicas
40
41
8. Otras especies
5. Emociones
7.1. Afiliación (otros)
4. Sentidos/
imaginación/pensamiento
9. Capacidad para jugar
Características de los satisfactores universales.
Capacidades funcionales humanas centrales.
18
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19
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