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EFECTOS ADVERSOS
Reacciones anafilácticas
Tratamiento de las reacciones anafilácticas
Las reacciones anafilácticas suponen un problema relativamente común de la administración
de fármacos y que puede resultar muy grave en determinados casos, lo que hace necesario un
conocimiento adecuado de sus pautas correctas de tratamiento. Con este propósito se ha
editado una guía en Gran Bretaña, por el United Kingdom Resuscitation Council, que puede
servir de referencia.
Las reacciones de carácter anafiláctico, tipo I, o de hipersensibilidad inmediata, son una de las
posibles manifestaciones adversas a la administración de medicamentos. El fármaco reacciona con
anticuerpos IgE fijados a células, en general mastocitos o leucocitos basófilos. Esta reacción
provoca mecanismos de liberación de mediadores endógenos: histamina, 5-HT, cininas y derivados
eicosanoides (prostaglandinas, leucotrienos, etc.). Clínicamente se manifiestan en forma de urticaria,
rinitis, broncoespasmo, angioedema o shock anafiláctico. Algunos fármacos, como los contrastes
radiológicos, desencadenan reacciones clínicamente idénticas a las reacciones alérgicas, sin que
existe un mecanismo inmunológico en su producción. Se trata de las reacciones denominadas
anafilactoides que se producen merced a la capacidad del fármaco de provocar una liberación de
mediadores endógenos. A diferencia de las inmunológicas, se clasifican como reacciones de tipo A.
La broncoconstricción que algunos fármacos pueden desencadenar en el paciente asmático
pertenece también a este grupo de reacciones no inmunológicas.
Debido a la variedad en su origen, y en la dificultad de su diagnóstico, existe también una dificultad
en su tratamiento adecuado, no existiendo un gran conocimiento del tratamiento a administrar ante la
aparición de un shock anafiláctico. Aunque no existen datos epidemiológicos de la incidencia de las
reacciones anafilácticas, parece que los profesionales sanitarios encargados de los servicios de
urgencias son los más capacitados para su detección y tratamiento. Con estos conocimientos se ha
elaborado en Gran Bretaña un protocolo de actuación ante las reacciones anafilácticas, editado por
el United Kingdom Resuscitation Council, que puede aclarar bastante el panorama en este
campo.
Esta guía puede proporcionar un mecanismo de respuesta eficiente ante la manifestación de
reacciones anafilácticos y, aunque no pretende sustituir los tratamientos indicados para
determinados pacientes que reciban fármacos como anestésicos, contrastes radiológicos o
inmunoterapia, sí que debe servir de ayuda.
Los profesionales encargados de elaborar esta guía, ponen puntos de atención en determinadas
circunstancias que se suelen dar en la práctica médica. Así, por ejemplo, recuerdan el hecho de que
la administración de betabloqueantes puede potenciar la reacción anafiláctica y antagonizar la
respuesta a adrenalina. Se destaca, asimismo, la presencia de determinados síntomas frecuentes en
estas reacciones, como la presencia de asma severa o edema laríngeo, que puede ayudar a un
mejor diagnóstico.
Aunque las investigaciones para determinar el origen de una reacción anafiláctica, pueden ser
irrelevantes a la hora de su tratamiento inmediato, parece importante indagar durante los primeros
momentos de su manifestación, con el fin de obtener datos que puedan servir para establecer un
historial epidemiológico, útil para revisiones retrospectivas posteriores.
El tratamiento de elección para las reacciones anafilácticas es la adrenalina, una catecolamina natural
estimulante de receptores alfa y beta. En general el receptor beta es más sensible que el alfa, por lo
que responde a dosis más bajas. De ahí que las concentraciones pequeñas (inyección subcutánea)
produzcan acciones predominantemente beta, provocando por tanto un incremento de la frecuencia
cardíaca sinusal, la velocidad de conducción y la fuerza de contracción, así como una poderosa
broncodilatación.
Respecto a la vía de administración de adrenalina, parece establecido que la que ofrece mayor
seguridad es la vía intramuscular. En este sentido, existe una gran controversia; así, mientras algunos
autores sugieren que la vía de elección es la subcutánea, otros alegan que la absorción por esta vía
puede ser demasiado lenta en el caso de producirse shock anafiláctico y recomiendan la vía
intramuscular. Por último, también encontramos en la bibliografía artículos que indican que la
administración debe realizarse por vía intravenosa ya que la hipotensión a que da lugar la reacción
alérgica, puede implicar que las vías subcutánea e intramuscular sean ineficaces al no producirse una
buena absorción. En cualquier caso, lo que se está claro es que la adrenalina es absorbida
escasamente en el tracto gastrointestinal y es inefectiva si se administra por vía oral, siendo
rápidamente metabolizada por el hígado y otros tejidos. La recomendación de repetición de la dosis
de adrenalina a los cinco minutos, cuando el paciente no mejora o experimenta un empeoramiento,
aunque no está basado en ninguna evidencia, parece un hecho empíricamente probado. La
conclusión que se realiza en el presente estudio, es que la vía intravenosa puede ser adecuada en
determinados casos de shock profundo, en soluciones de 1/10000 ó 1/100000, nunca de 1/1000, y
de administración tan lenta como sea posible, consejo este último, no demasiado específico. En
todo caso, en administración intravenosa, es recomendable una monitorización de la presión arterial
y de la frecuencia cardíaca, por personal especializado.
En cuanto a las dosis pediátricas recomendadas, se basan en agrupar a los niños en uno de los tres
rangos de edad establecidos, en contra de establecer dosificaciones individuales basadas en el peso
del niño, cuya determinación supone, en una urgencia clínica, un mayor enlentecimiento a la hora de
la administración del tratamiento, prefiriendo los profesionales, en estos casos, disponer de unas
dosificaciones estandarizadas.
No se hace referencia al uso de adrenalina por vía inhalatoria, aunque se viene utilizando en
pediatría y, en algunos casos, en adultos. La ausencia de consejos sobre esta vía de administración
parece residir en el poco conocimiento de las concentraciones reales que se pueden alcanzar.
Es importante también la correcta administración de suficiente cantidad de fluidos intravenosos,
recomendándose la administración de preparados coloidales.
Por último se hace referencia a una serie de medidas preventivas que pueden ser de utilidad, como
la reducción de la exposición a posibles alergenos, la rápida identificación de pacientes víctimas de
anafilaxia que podrían ser registrados con brazaletes o algún dispositivo semejante, así como alguna
medida dietética como la eliminación de determinados alimentos como los cacahuetes en los menús
de los aviones.
En conclusión, estamos ante una buena medida que puede ayudar a los profesionales sanitarios a un
mejor tratamiento de las reacciones anafilácticas y que debe convertirse en fuente de consulta en los
distintos ámbitos sanitarios.
Hughes G, Fitzharris P. Managing acute anaphylaxis. BMJ 1999;319:1-2.
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