irrupción, desarrollo, crisis y colapso del “socialismo real”

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separatistas, lo que es uno de los primeros retos para
los bolcheviques con un programa internacionalista y
de respaldo a los movimientos de liberación nacional.
A Finlandia y a Polonia, Lenin les da el visto bueno
para su separación, y se las deja caminar por sí solas.
Pero ante la guerra civil que se desata, los bolcheviques deciden recomponer el imperio, aunque sobre
1 Ramón Fernández Durán es miembro de Ecologistas en Acción. Este texto se ha confeccionado a partir de materiales de trabajo de
un libro en elaboración por el autor sobre la Crisis Global y el previsible colapso civilizatorio. Parte de los materiales se han entresacado de dos textos del autor que forman parte de dicho libro y que están colgados en la web; “El Estado en el mundo a lo largo del
siglo XX” y “La conflictividad político-social en el siglo XX”.
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crisis social existente, en la que amplios sectores de la
población clamaban “paz y pan”. En esas circunstancias, el partido bolchevique, un partido de cuadros férreamente organizado por Lenin, impulsa la organización de soviets (asambleas populares) que van a ser su
ariete en la lucha por el poder del Estado. El Zar abdica y poco después se produce el renombrado Asalto al
Palacio de Invierno. Inmediatamente después los bolcheviques nacionalizan la gran propiedad terrateniente y la industria, que estaba en general poco desarrollada en Rusia.
Tras la revolución, el imperio ruso, en profunda
crisis, se ve sometido a fuertes tensiones centrifugas
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El siglo XX vio nacer, degradarse, crecer, esclerotizarse y finalmente morir o integrarse en la Economía
Mundo capitalista al “socialismo realmente existente”. Fue una experiencia más efímera que la propiamente liberal capitalista (que todavía perdura), pero
tuvo una considerable trascendencia en el acontecer
del pasado siglo, y ha dejado una muy importante
huella en una amplia parte del mundo, así como estructuras que todavía perviven en importantes regiones (especialmente en China), aunque integradas ya
en las dinámicas del nuevo capitalismo global. Pero
eso sí, conservando todavía importantes características propias.
A principios del siglo XX, conforme se recrudecen
las tensiones interimperialistas entre las potencias europeas, se asiste a un creciente tensionamiento dentro
de la II Internacional. El apoyo o no a las burguesías
nacionales en el camino hacia la guerra que se avizoraba en el horizonte dividía al movimiento socialista
internacional. El estallido de la Primera Guerra
Mundial va a provocar una aguda crisis en la II
Internacional, y esa crisis va a explotar finalmente al
final de la guerra, como resultado de la Revolución
Rusa (1917), generando una aguda escisión en el movimiento socialista internacional, entre la vía reformista y la vía insurreccionalista. Esta última vía pasaría a crear la nueva III Internacional, en 1919, a instancias de Lenin. La Revolución Rusa había demostrado que era posible la toma del poder a través de la
insurrección popular. Pero el Estado ruso no era liberal, y por tanto no había posibilidad de acceder a él a
través de elecciones. Es más, los rusos sólo habían conocido estructuras jerárquicas y fuertemente autoritarias en regímenes feudales o zaristas. Y la toma del
poder a través del levantamiento popular había sido
factible por la descomposición de las fuerzas imperiales rusas como resultado de la guerra, y por la aguda
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por Ramón Fernández Durán1
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IRRUPCIÓN, DESARROLLO, CRISIS Y
COLAPSO DEL “SOCIALISMO REAL”
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nuevas bases, para hacer frente a una aguda crisis político-social y a los sentimientos nacionalistas existentes. Finalmente, a principios de los años veinte se
crea la URSS, compuesta por Rusia y las repúblicas
socialistas de los territorios más periféricos del antiguo imperio ruso (Ucrania, repúblicas bálticas,
Cáucaso, repúblicas de Asia Central, etc.). En la decisión de mantener a las nuevas repúblicas socialistas
bajo el dictado de Moscú, por supuesto que juegan
también factores como el abastecimiento alimentario
de la nueva URSS, caso de Ucrania, o el acceso a las
fuentes de energía, en concreto al petróleo, que se explotaba en el Cáucaso. “De los tres grandes imperios
multinacionales que existían en Europa antes de la
Primera Guerra Mundial –el austrohúngaro, el otomano y el ruso- solo éste sobrevivió (reconvertido), al
menos hasta 1991” (Wallerstein, 2004).
Ante la derrota de los movimientos revolucionarios
proletarios en los países más “avanzados” tras la Gran
Guerra (en concreto, después del aplastamiento de la
revolución alemana), los bolcheviques deciden pues
volverse hacia el interior y consolidar el poder del
Estado y del nuevo “imperio ruso”, impulsando también una fuerte industrialización para intentar alcanzar a los países del Centro capitalista. El programa era
Gran industria, Electrificación y Soviets, que se quedaría reducido a Gran Industria y Electrificación. El sueño y la ambición de Lenin, que muere pronto (1924).
Esa sería la vía del “socialismo en un solo país” que
desarrollaría Stalin, que se seguiría volcando hacia
adentro y hacia el Este, visto el fracaso de la rebelión
en Europa occidental, y que no sería otra cosa sino un
peculiar y burocrático capitalismo de Estado, con protección (y control) social. Un nuevo proyecto de poder,
que para asentarse necesitaba romper con el mercado
mundial. De cara a ese proyecto se pondría a trabajar
también a la nueva III Internacional (o KOMINTERN). Una organización de partidos comunistas de
alcance mundial, bajo el control rígido del Partido
Comunista de la URSS, pues solo ese partido tenía el
dominio estatal, además sobre un inmenso territorio,
y por lo tanto era su incuestionada estructura dirigente, y Stalin sería su máximo guía durante casi treinta
años. Eso hizo que el estalinismo permeara en gran
medida a la mayoría de los partidos comunistas del
mundo, y que éstos no se empezaran a cuestionar lo
que pasaba en la URSS (y, posteriormente, en su área
de influencia) hasta el 68.
En los años treinta, Stalin procede a la colectivización total de la tierra, en plena crisis capitalista global, lo que provoca una gran hambruna y millones de
desplazados. Su objetivo era “modernizar” la agricultura y ponerla al nivel de Europa occidental y, especialmente, de EEUU, si bien resultó ser un fracaso
absoluto. De hecho, la URSS sería siempre dependiente desde el punto de vista agroalimentario. Pero
aparte de forzar la desaparición de la pequeña propiedad en el campo, se buscaba también proporcionar la fuerza de trabajo necesaria para la industrialización forzada que se quería lograr. Todo este periodo se acompañó de una fortísima represión: purgas,
juicios de Moscú, Gulags… que alcanzó su apogeo en
el bienio 1937-38 (en paralelo a la Guerra Civil española), el del Gran Terror, y que implicó más de un
millón de muertos y varios millones más en trabajos
forzados (en trabajos de infraestructura energética,
viaria e hidráulica). La Segunda Guerra Mundial se
veía venir, y Stalin quería probablemente estar preparado para ese escenario, teniendo despejado y en
“orden” el patio interno, y con una potente industria
que le permitiera desarrollar un importante componente militar. La contienda iba a significar la muerte
de unos veinte millones de rusos, una tremenda sangría, pues fue el Ejército Rojo, aparte de por supuesto la población civil, el que tuvo más bajas luchando
contra los nazis, y el que fue decisivo para dar la vuelta a la contienda, logrando frenar y revertir el avance
de Hitler. Además, en su camino hacia Berlín solo
contó con una limitada ayuda aliada (cierto armamento y municiones, aparte eso sí de los bombardeos), siendo sus hombres los que actuaron de carne de
cañón. “Curiosamente”, Roosevelt y Churchill se resistieron al desembarco aliado de Normandía, hasta
que Stalin no liquidase formalmente la III Internacional, cosa que hizo formalmente en 1943 (Claudín,
1978), y entraron abiertamente en batalla en territorio europeo contra los nazis cuando el Ejército Rojo
había quebrado ya la columna vertebral de la
Wehrmacht, y cuando ésta enfrentaba una aguda carencia de combustible2.
Pero el avance hacia Berlín le permitió al Ejército
Rojo ocupar gran parte de Europa del Este, al
Oriente del Elba, y fue desde esa posición de fuerza,
con las tropas desplegadas sobre dicho territorio, que
la URSS pudo exigir en Yalta que éste quedara bajo
su esfera de influencia, y más tarde imponer regíme-
2 La Alemania nazi utilizaría alcohol proveniente de patata, y hasta combustible líquido obtenido a partir del carbón, como formas de
solventar la falta de petróleo, pues su acceso al mismo le había sido cortado por el Ejército Rojo al frenar su acceso al Cáucaso
(Heinberg, 2006; Abramsky, 2007).
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van sucediendo diferentes rebeliones populares que
son aplastadas por las tropas del Pacto de Varsovia,
en 1953 en la RDA, en 1956 en Hungría, en 1968 en
Checoslovaquia, y en 1981 en Polonia (con el golpe de
Jaruzelsqui, ante la amenaza de intervención directa
de la URSS). Ni la desestalinización impulsada por la
URSS a partir del XX Congreso en 1956, después de
la muerte de Stalin (1953)4, sirvió para eliminar o
suavizar este afán intervencionista en su esfera de influencia, contra cualquier movimiento popular que
pusiera en cuestión su dominio. Todo ello provocó un
creciente descrédito del “comunismo” en la izquierda
mundial, sobre todo en Europa occidental, el área
más cercana, que se hace especialmente evidente tras
el sofocamiento por las tropas del Pacto de Varsovia
de la Rebelión de Praga. A partir de ese momento distintos partidos comunistas en Europa occidental se
distanciarían de Moscú e iniciarían la vía del Eurocomunismo, claramente liderados por el PC italiano, el
más grande con mucho a este lado del llamado Telón
de Acero. La defensa del “comunismo” soviético se
empieza pues a venir a pique fuera del espacio del
“socialismo real”, y en todo caso prosperan (limitadamente) distintos “maoísmos” con el reflujo del 68.
En las décadas de 1970 y 1980, tanto la URSS como los países de Europa Este empezarían a ir mal en
términos económicos, hasta que finalmente se derrumbaron en poco tiempo tras la caída del Muro de
3 Alemania y Corea serían las dos grandes particiones de Yalta, y la mitad de cada una quedaría en la esfera de influencia de una u otra
superpotencia.
4 La condena del estalinismo en el XX Congreso del PCUS es un intento por parte de la Nomenklatura dirigente soviética de dar seguridad a su estructura, trasmitiendo a sus bases que a partir de entonces las purgas internas y la arbitrariedad del terror quedaban
(en teoría) descartadas (Lefort, 1974).
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nes “comunistas” subordinados en dichos países3.
Los regímenes “comunistas” llegarían a Europa del
Este no de la mano de la insurrección popular, sino
de la mano del Ejército Rojo. La URSS ampliaba así
su esfera de influencia en el mundo. Y “EEUU daría
garantías a la URSS sobre su control en una esquina
del mundo, a cambio del compromiso de permanecer
en esa esquina”, aproximadamente una tercera parte
del planeta, el resto quedaría bajo la esfera de influencia de EEUU. “El acuerdo de Yalta fue esencialmente respetado por la URSS y las potencias occidentales hasta 1991” (Wallerstein, 2004). Y probablemente fue por eso por lo que Stalin presionó a los
comunistas chinos para que llegaran a un acuerdo
con el Kuomintang, partido nacionalista burgués, pero Mao decidió ignorarlo y entró en Shangai en 1949,
unificando China continental bajo el dominio del
Partido Comunista Chino (PCCh). Un partido que tenía un importante componente agrario, como China
en su conjunto. El PCCh arrancaría a China de la influencia estadounidense en el continente, y el Kuomintang quedaría desplazado a Taiwan, y gozaría del
apoyo de EEUU. Por otro lado, en Yugoslavia y Albania, movimientos marxistas-leninistas habían llegado al poder también a través de vías insurreccionales
tras la guerra mundial, pero rompen poco después
abiertamente con Moscú. Y se podría decir que los
partidos comunistas que tomaron el poder en China,
Vietnam y Cuba, más tarde, funcionaron claramente
como movimientos de liberación nacional. Finalmente, las tensiones entre China y la URSS terminarían finalmente por saltar en 1960, cuando se produce la ruptura chino-soviética. A partir de ese momento cada uno iría por su lado a nivel internacional, como ya hemos comentado, y tendrían relaciones distintas con EEUU, aparte de disputarse la dirección
del amplio movimiento comunista internacional, que
vive asimismo importantes rupturas a raíz de la escisión chino-soviética (Wallerstein, 2004).
Pero los regímenes “comunistas” de la Europa del
Este serían el eslabón más débil del dominio soviético, y el espacio donde el “socialismo realmente existente” sería más contestado, no en vano había sido en
gran medida impuesto por la bota militar. Y así, se
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Berlín, en 1989. A este derrumbe contribuyeron distintos factores: de manera muy importante el fuerte
gasto que impuso la carrera armamentista impulsada por EEUU, especialmente en los 80 con Reagan, a
la que la URSS tuvo que dedicar ingentes recursos,
en detrimento del conjunto de su sociedad5; la caída
de los precios del petróleo en dicha década, que hace
más difícil a la URSS conseguir dólares en el mercado mundial para sufragar su dependencia agroalimentaria del exterior; la creciente ineficiencia de un
aparato productivo cada día más esclerotizado y burocratizado; la falta de legitimidad social de unos regímenes fuertemente jerarquizados y represivos, que
se basaban en el miedo colectivo; y la feroz agresión
ecológica del “socialismo real” sobre su propio territorio, que estalló abiertamente a raíz del accidente
nuclear de Chernóbil (1986), y que precipitó el hundimiento del imperio soviético. Se podría afirmar
que la URSS provocó un verdadero ecocidio. La represión de cualquier atisbo de crítica, y el hecho de
que el “socialismo real” fuera enormemente ineficiente desde el punto de vista energético, hizo que los
desmanes ecológicos adquirieran una magnitud exacerbada. Además, se puede decir que la URSS no había sufrido las crisis energéticas de los setenta, pues
abastecía sin excesivos problemas a toda su área de
influencia de combustibles fósiles, y por lo tanto no
sintió la necesidad de reducir el derroche energético.
Las políticas de glasnot (transparencia) y perestroika
(reforma) de Gorbachov (1986) permitieron, y en realidad estimularon, la abierta rebeldía en contra de
las jerarquías piramidales y el gobierno hipercentralizado e hiperburocratizado, y dieron a conocer internamente el desastre ecológico del “socialismo real”. Y
finalmente en pocos meses todo se fue viniendo abajo como un castillo de naipes, primero en la Europa
del Este, y algo más tarde en la URSS, que implosionó en 1991.
Pero también la repercusión de las dinámicas del
capitalismo global tuvo su impacto en la crisis del
“socialismo real” y contribuyó a incentivar el rechazo
social al mismo, especialmente en las últimas décadas de su existencia, y muy en concreto en los ochenta, sobre todo en los países de Europa del Este. La potencia comunicativa de la Aldea Global del capitalismo occidental, fue un factor importante en la erosión
de la legitimidad de unos regímenes como decimos
férreamente represivos, autoritarios y en definitiva
tremendamente grises y tristes. La “libertad” occidental que se transmitía por las ondas y el éter, contribuyó a poner a la defensiva a unas estructuras de
poder carentes de arraigo popular. Eso fue especialmente así en el ámbito musical y en las formas de vida que se transmitía al mundo desde Hollywood,
EEUU y Europa occidental, al tiempo que el glamour
de la enorme diversidad del consumismo occidental
servía de atractivo para las generaciones más jóvenes. A pesar de los intentos de control de estas dinámicas desde el otro lado del Telón de Acero, la penetración y tremenda capacidad de seducción de la
marca “Occidente” era un hecho, y cuanto más se intentaba controlar y prohibir su consumo, más atractiva se volvía. Era una verdadera actividad subversiva acceder a la misma. Además, el turismo occidental, que por otro lado se fomentaba, aunque de forma
controlada, para conseguir divisas, era una vía de penetración del virus occidental, y una forma de difundir otras formas de vida, de ropa, de música, y sobre
todo de la libertad de viajar libremente. Algo que estaba prohibido en el Este. Cuando cae el Muro de
Berlín, la población del Este que se lanza a cruzar en
masa hacia la parte Oeste de la ciudad, más de dos
millones lo hicieron el primer fin de semana (pude
ser testigo directo de este acontecimiento histórico),
donde más se paraba a admirar lo que le ofrecía
Occidente, el mundo del consumo a lo bestia que le
deslumbraba, era en las oficinas de turismo, y fantaseaban en grupo con poder viajar a Florida, al Caribe,
5 En el caso de EEUU, y de Occidente en general, el gasto Estatal en el complejo militar-industrial derivaba posteriormente en desarrollos tecnológicos para su aplicación civil, incrementando la productividad de la economía privada, pero eso no era así en el caso de
la URSS, en donde el complejo militar-industrial funcionaba de forma muy estanca y separada del resto de la actividad económica,
debido a problemas burocráticos, y era un enorme lastre para el desarrollo del resto de los sectores económicos.
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6 Después de la Revolución Rusa prosperaron los planteamientos feministas, Alejandra Kolontai sería una de sus grandes figuras, y
también propuestas de “amor libre” en las que se ponía seriamente en cuestión la estructura familiar imperante. Y hasta se plantearon, en un primer momento, propuestas de desurbanización, que fueron rápidamente corregidas desde el partido comunista, tachándolas de utópicas y reaccionarias (Los Amigos de Ludd, 2007).
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En definitiva, el llamado “socialismo real” surgió en
la mayoría de los casos de procesos revolucionarios
en sociedades periféricas o semiperiféricas, con un
reducido o casi inexistente proletariado industrial, y
en general en etapas de fuerte crisis de los Estados en
los que prosperaron. Todo ello en contra de lo que
Marx y el marxismo revolucionario habían predicho,
y que daría lugar a la “dictadura del proletariado”, como paso imprescindible para acceder a la sociedad
sin clases y a la desaparición del Estado. Así, después
de unas primeras etapas fuertemente rupturistas con
los regímenes previos, en las que florecieron dinámicas revolucionarias diversas (entre otras, de erosión
del orden patriarcal existente6), las nuevas estructuras políticas sirvieron para impulsar potentes procesos industrializadores-modernizadores desde el
Estado, una vez reprimidos los brotes revolucionarios, con una intensidad y aceleración que nunca se
había logrado en Occidente; donde estos procesos se
llevaron a cabo en lapsos bastante más largos de
tiempo, y a través de las dinámicas más moleculares
de acumulación del capital privado, aunque pudieran
haber tenido un cierto apoyo estatal. Eso fue especialmente cierto en el caso de la URSS, a costa de un
tremendo coste humano, social y ambiental, y recomponiendo por supuesto de forma expresa el orden patriarcal nuevamente. El estalinismo proscribió
el feminismo como fenómeno contrarrevolucionario,
y esta actitud solo se empezó a relajar en época de
Gorbachov. el gran reformador (Eisler, 2003).
Pero después de esa fase de fuerte despegue industrial, su propia dinámica interna, y en concreto la
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a Grecia o a Bali. Las ofertas que veían en los escaparates. Entre el original, en colores vivos, nítidos y relumbrantes, y la copia, gris, desvaída y triste, la gente claramente prefería el “brillante” capitalismo que
le ofrecía Occidente, en vez del “pobre” capitalismo
de Estado que se veía obligada a sobrellevar. Veía por
supuesto su lado más atractivo y resplandeciente, y
se le escapaba el tremendo sufrimiento y miseria (sobre todo a escala mundial) que había (que hay) detrás de esa imagen. Y hasta el nombramiento del
Papa Juan Pablo II, de origen polaco, tuvo un efecto
disolvente en un “socialismo real” ya en fuerte crisis,
en especial en la Europa del Este, en parte católica,
sobre todo Polonia.
Sin embargo, no es posible afirmar que la crisis
energética cumpliera un papel determinante en el colapso o crisis “comunista”. En el caso de la URSS y su
zona de influencia la “abundancia” de recursos energéticos fósiles (petróleo, gas natural, carbón) era tal
que permitió un fortísimo proceso industrializador
sin problemas importantes de abastecimiento, como
hemos dicho. En todo caso el problema era la tecnología para explotarlos, y en ese terreno en ocasiones
se vio obligada a recurrir a importaciones de tecnología para intensificar la explotación de sus recursos.
La URSS parece que sobrepasó su pico del petróleo
en 1987, poco antes de su colapso, pero en esa época
exportaba una parte considerable de su capacidad de
extracción para conseguir dólares con los que pagar
otras importaciones, sobre todo alimentos (Heinberg, 2006). Quizás fue un elemento más que influyera en su crisis definitiva, pero solo eso. En el caso
de China, este inmenso Estado empezó a importar
petróleo a principios de los noventa, por lo que no
parece que tampoco fuera determinante la escasez
energética en su apertura hacia el exterior, aunque
probablemente fue un elemento importante de cara a
dar dicho paso. Una vez más para importar el petróleo necesario para impulsar su proceso modernizador-industrializador necesitaba dólares, con el fin de
poder comprar crudo en el mercado mundial, y para
conseguir dólares se convertiría en la Fabrica del
Mundo. Pero sí es importante señalar que en ambos
casos la energía fue un elemento trascendental para
que se afirmaran sus estructuras de poder, más en el
caso de la URSS que de China por su mayor industrialización y urbanización.
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planificación centralizada y burocratizada, hizo a los
regímenes de “socialismo real” tremendamente ineficientes y faltos de flexibilidad para encarar sus
propias crisis internas en un mundo en constante
cambio. Además, aunque intentaron establecer sus
“telones de acero” para aislarse del mercado mundial, pues tenían en general suficiente territorio, recursos y capacidad interna para desplegarse, la dependencia de tecnología avanzada (en ciertos sectores) y agroalimentaria de Occidente les forzaba a incorporarse aunque fuera de manera tangencial al
mercado capitalista mundial, y a tener que someterse a sus reglas. En dicho mercado se operaba en dólares, principalmente, y había que conseguir dichos
dólares para proveerse de las mercancías, y sobre todo de la tecnología, que necesitaban para seguir
prosperando. Esa era una espada de doble filo, como
se vio al final de su existencia7. Y así, uno de los grandes bloques del “socialismo real”, China, decidiría
por sí mismo incorporarse paulatinamente al mercado mundial, privatizando y reestructurando intensamente su aparato productivo, pero pilotando y controlando internamente el proceso (“Un mundo, dos
sistemas”); y otro, el más originario, y su zona de influencia, sucumbió a sus propias contradicciones internas, y luego no tuvo más remedio que dejarse someter a la terapia de choque que le impuso Occidente
para integrarse en la Economía Mundo capitalista, y
de la que se beneficio éste en muy gran medida, sobre todo en Europa del Este. Todo ello se vendería
bajo el lema de que reemplazando el “comunismo”
por el capitalismo todo marcharía.
Es importante analizar también cuáles fueron los
“dioses” del “socialismo real”, pues ellos son claves
también para entender cómo intentaron legitimarse
estos regímenes, y cómo han cambiado abiertamente desde que colapsaron o entraron en crisis dichos
sistemas. Los “dioses” del “socialismo real” provienen directamente de la “modernidad”, y de un marxismo (distorsionado) que bebe de sus fuentes, y que
le sirvió de armazón ideológica. La ruptura que preconizaban con las estructuras políticas y sociales de
las que habían surgido se hacía en nombre del
“Progreso” y del “desarrollo de las fuerzas productivas”, pues dichas estructuras lo impedían y solo así se
iba a poder caminar hacia el “socialismo” y asentar
más tarde el “comunismo”. Y en ese camino el dominio de la Ciencia, la Tecnología y el Industrialismo
era fundamental, pues todo ello servía para impulsar
un potente desarrollo del proletariado. El “proletariado” era en teoría la clase dirigente, pues no en vano se había instaurado (decían) la “Dictadura del
proletariado”, y eso obligaba a la Nomenklatura (esa
“clase oculta” que se fue consolidando a costa de purgas y represión contra los miembros del partido con
veleidades revolucionarias) a adoptar ciertas formas
de cara al exterior, pues la riqueza y los privilegios no
era socialmente aceptable que se exhibieran
(Voslansky, 1981, Lefort, 1974)8. Se arrampló también con los “dioses religiosos” previos, y se sustituyeron por nuevos “dioses” humanos (Lenin, Stalin,
Mao, Ceacescu, Honecker, etc.), pues dichas sociedades eran formalmente ateas. El culto a la personalidad llegó a adoptar un carácter verdaderamente patológico. El mausoleo y la momia de Lenin en la Plaza
Roja de Moscú fue una buena prueba de ello. Pero
también se hizo venerar especialmente a la “Patria”
(al Estado, en definitiva), de la que los nuevos “dioses” humanos eran su máxima guía, y cómo no al
“Partido” que defendía a ambos por el bien del proletariado. Y la ideología “comunista” sirvió de cemento
unificador del conjunto de la sociedad, así como la
“anticomunista” lo fue también, en menor medida,
en Occidente (si se exceptúa la época del Macartismo
en EEUU). Finalmente, es preciso resaltar que el “socialismo real” en vez de caminar hacia la progresiva
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7 Parte del reciclaje de los petrodólares en los ochenta fue a los países de “socialismo real” del Este europeo, y ese endeudamiento con
Occidente fue también determinante en la evolución de su integración al capitalismo global.
8 La Nomenklatura era una clase a la que el control del poder político le había permitido acceder a la riqueza, y no al revés, a pesar de
que el programa del partido comunista definía que la URSS era una sociedad sin antagonismos sociales. Y es por eso por lo que la
“austeridad” externa de dicha clase era el último y modesto tributo al mito del origen proletario de la Nomenklatura (Voslensky,
1981).
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extinción del Estado y la difuminación de la sociedad
de clases, avanzó justo al contrario, creando unos
Estados monstruos y unas sociedades muchos más
jerarquizadas de las que se partía, y sobre todo con
mucha menor autonomía personal y comunitaria.
Por supuesto, la crisis o el colapso del “socialismo
real”, y su integración en la lógica del capitalismo global de matriz occidental, significó también un nuevo
cambio o adaptación de los “dioses”. En el caso chino, donde esta transformación fue más gradual y se
llevó a cabo con mano de hierro desde el propio partido comunista, hubo que cambiar los discursos y se
impulsaron campañas públicas diciendo que “enriquecerse es un deber patriótico”. Ya no estaba mal
vista la exhibición de la riqueza, o no debería estarlo
en las nuevas circunstancias, al tiempo que se ha permitido formalmente la entrada de los grandes empresarios en las estructuras del partido. Todo ello por
el bien de la “Patria”, que sigue como uno de los “dioses” principales, mientras el Partido pasa a un más
discreto segundo plano, y se permite una mínima
apertura política en el escalón más local, para integrar y desactivar los conflictos y resistencias de la
“sociedad civil”. No así en los siguientes niveles del
Estado, que son tres más debido a su tamaño, en los
que sólo opera el partido comunista. Además, se van
recuperando “dioses religiosos” antiguos que habían
sido destronados (confucianismo, budismo), y que
ahora se considera convenientes rehabilitarlos paulatinamente para dar una mayor cohesión social. En el
caso de la URSS, tras una primera etapa que se eliminan físicamente las estatuas de Lenin y Marx, y que
se abrazan con fervor todos los nuevos dioses occidentales, mientras que el Partido y la Patria prácticamente desaparecen, debido al colapso, y empiezan a
resurgir nuevamente, en este último periodo, el culto
a la Patria y al nuevo Líder (en este caso Putín), como
forma de reforzar a la Nueva Rusia, que había sido
humillada y casi destrozada por Occidente. Se recu-
peran también antiguos “dioses religiosos”, y pasa a
ser rehabilitada la Iglesia Ortodoxa, como forma de
legitimarse también las nuevas estructuras de poder,
que se refuerzan últimamente en base a la nueva riqueza que aporta al Estado el control de la explotación de los combustibles fósiles: el petróleo y el gas
natural. Lo cual ha permitido a Rusia saldar su deuda con los países occidentales, y tratar de volver a recomponer el “imperio ruso” en base al control y al
chantaje de la energía. Sobre ello volveremos más
adelante.
En definitiva, y como nos señala Wallerstein
(2004), “el espectro que recorrió el mundo de 1917 a
1991 se convirtió en una monstruosa caricatura del
Espectro que recorría Europa de 1848 a 1917 (como
ya alertó y avanzó el Manifiesto Comunista de Marx
y Engels). El viejo espectro irradiaba optimismo, justicia y moralidad, que eran sus fuerzas. El segundo
espectro llegó a irradiar estancamiento, traición y
opresión”. Este último espectro no sobrevivió, pues
entró fuertemente en crisis o colapsó, y ha sido rescatado provisionalmente (a buen seguro) por las nuevas dinámicas del capitalismo global, que les ha insuflado nueva vida, al tiempo que los ha transformado
profundamente, y a su vez su nuevo devenir está condicionando el despliegue del capitalismo global. Pero
no nos engañemos, como nos dice Glinchikova
(2007), una filosofa y socióloga rusa: “estamos todos
hundiéndonos como resultado del naufragio de un
barco cuyo casco se ha roto ya. Una de sus partes se
hundió antes y muy deprisa, mientras que la otra le
está costando más hundirse… Eso es todo”. Quizás
matizaríamos y complementaríamos algo lo que dice
Glinchikova, pero vemos muy acertada su reflexión.
El barco de la modernidad occidental en su recorrido
se dividió en dos (Oeste y Este), y luego en tres partes (China). La parte más potente parecía estar más a
flote (Occidente y su área de influencia mundial),
pues tenía motor propio y recursos y se mantenía
más o menos firme. Otra viendo que se iba a hundir,
decidió unirse a esa parte más potente y aprovechar
su “firmeza” y empuje para prosperar de nuevo. La
última finalmente se hundió (la URSS y su espacio de
influencia), pero fue “rescatada” por la que siempre
se mantuvo a flote (hasta ahora). Ésta disponía de
tecnología suficiente para auparla del abismo y volverla a soldar a su casco. Pero en todo este proceso el
barco ha incrementado enormemente de peso, y ya
no está tan segura su firmeza y empuje. Y además al
motor le está empezando a faltar combustible. Ahora
todos comparten otra vez la aventura que inició
Occidente, y se necesitan aunque tengan conflictos,
pero ya no saben a dónde van y ni siquiera si podrán
permanecer todos juntos a flote. Eso sí, el motor en
teoría es enormemente potente (la industrialización
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(artículos)
abarca ya a todo el planeta), el problema es mantener
su caldera en funcionamiento y el barco a flote. Y lo
más probable es que se hundan (nos hundamos) todos juntos.
Por último, una reflexión final. La división del
mundo entre dos (¿tres?) bloques ideológicos antagónicos y mutuamente excluyentes, fue un elemento
legitimador y de consenso interno de ambos bloques.
El “equilibrio del terror”, y la “destrucción mutua
asegurada”, reforzaban aún mucho más estas dinámicas. EEUU podía ofrecerse como protector de su
esfera de influencia ante una URSS amenazadora, y
una China que podía llegar a encarnar también el
Peligro Amarillo. Pero una vez desaparecidos ambos
peligros, e incorporados sus enormes territorios en la
lógica del nuevo capitalismo global, ya no hay enemigo externo, y hay mucho más peligro de que se vea
que el Emperador se está quedando desnudo.
Además, “ambas ortodoxias, la capitalista y la marxista, desarrollaron sus guerras de religión, frías y calientes, pero mantuvieron idéntica devoción por los
dogmas básicos del Progreso” (Pigem, 1993). Era
pues preciso resucitar y construir nuevos enemigos
externos, pues eso sirve de cemento cohesionador interno, en un capitalismo ya mucho más global y plural, pero sumamente frágil, aunque no lo parezca. El
llamado “Choque de Civilizaciones” es una necesidad
de llenar el vacío de enemigo que deja el colapso del
“socialismo real”, pero esta construcción no se puede
hacer de la noche a la mañana, pasará una década
hasta que lo haga posible el 11-S. Nuevos demonios
civilizadores en sustitución de los demonios ideológicos, que habrá que prepararse para combatir. Y el
ideal enemigo a batir sería el mundo árabe-musulmán, no en vano más de las dos terceras partes de las
reservas de petróleo del mundo están bajo suelo islámico. Además, es el espacio planetario más refracta-
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rio a la penetración de los valores occidentales, y el
que quizás haya quedado más al margen de las dinámicas modernizadoras-industrializadoras, que como
decíamos tienen ya una dimensión global.
Crisis, colapso y reconversión brutal del
Estado del Socialismo Real
La crisis del Estado del Bienestar en Occidente, y la
del Estado-Partido en los países de Socialismo Real,
coincide grosso modo en el tiempo. Curiosamente,
como nos dice Postone (2007), hay un paralelismo
temporal entre el nacimiento y colapso del sistema
soviético y el nacimiento y crisis del capitalismo intervencionista de Estado. Y nos sigue diciendo, citando a Bell (2006), que el capitalismo occidental y el
sistema soviético compartían patrones fundamentales, variantes de la Sociedad Industrial, lo que a su
vez se refleja en parte en la forma Estado, pues la sociedad moderna se encuentra moldeada por imperativos de la racionalidad funcional industrial y urbano-metropolitana. De esta forma, la racionalización
de todos los ámbitos y la burocratización de las instituciones es un rasgo fundamental de todas las sociedades industriales modernas, sean capitalistas o “socialistas”. En definitiva, son dos sistemas corriendo
históricamente en paralelo, en los que resalta la importancia común del eje tecnológico (y sobre todo del
crecimiento), pero que a su vez manifiestan también
profundas diferencias en la forma Estado, por sus
orígenes históricos y las diferentes formas de acumulación de riqueza y poder que promueven; como ya
vimos al hablar de la “Irrupción, desarrollo, crisis y
colapso del Socialismo Real”. Pero la reconversión
del Estado debido a la Contrarreforma Neoliberal en
el nuevo capitalismo global triunfante, va a coincidir
en Occidente con el paso a la Sociedad Postindustrial
y con la Postmodernidad, influenciándose los distintos procesos mutuamente. Y esta reconversión del
Estado va a tener distintas implicaciones en el Centro
capitalista, pues es allí donde se inicia y pilota a escala global, desde sus principales baluartes hegemónicos y financieros; que en los Estados de Socialismo
Real, pues son éstos los que entran en una profunda
crisis y colapso (en el caso de la URSS y su área de influencia), cuya única vía de salida ha sido la incorporación periférica y subordinada (en principio) a la lógica del mercado mundial capitalista. Las estructuras
de poder del Socialismo Real buscaron esta vía de salida para poder resistir y subsistir en las mejores condiciones posibles. De esta forma, la reconversión estatal en los países de Socialismo Real fue mucho más
brusca y profunda, pues hubo de cambiarse toda una
forma de organización del modelo productivo y de
el mundo, como pudimos ver en las Olimpiadas de
2008 en Pekín. Toda una operación mediática de
Estado, con toque prusiano. Por otro lado, el fuerte
impulso del empleo asalariado, y en menor medida
del consumo, que iba a traer el crecimiento, se pensaba que cohesionarían además a la nueva sociedad
china, que contaba con una fuerza de trabajo altamente disciplinada y cualificada. El futuro parecía
brillante, aunque el camino a transitar fuera duro.
Hubo que reestructurar y en muchos casos cerrar y
desmantelar miles de empresas estatales, reduciendo
masivamente la fuerza de trabajo empleada. Pero al
mismo tiempo se abrieron otras miles de empresas
de la mano también del capital y tecnología extranjera, aunque en general bajo el control chino. Es más,
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El primer gran actor “comunista” que acepta la ausencia de futuro de su modelo es China, tras la muerte de Mao Tse Tung, en 1976. Dos años más tarde, en
1978, Deng Xiaoping convence al Partido Comunista
Chino para iniciar un giro histórico en el mundo del
Socialismo Real, planteando la necesidad de integrarse en la lógica del mercado mundial capitalista. Y
es en ese tiempo, también, cuando se estaba gestando la Contrarrevolución Neoliberal del capitalismo
occidental. Harvey (2007) nos resalta la relevancia
de la confluencia de los dos momentos de ruptura,
pues el nuevo capitalismo global sería inconcebible
sin la incorporación del gigante asiático al mercado
mundial. La Contrarreforma Neoliberal y la “globalización” del capitalismo eran el nuevo salto adelante
que iba permitir a los dos dinosaurios subsistir. Uno,
en apariencia más potente, pero tocado, y otro, bastante más débil en ese momento, pero pronto en
fuerte auge, aunque seguramente sentenciado también en el medio plazo. La confluencia de los dos, su
“apoyo mutuo”, podía iniciar una nueva etapa de crecimiento y acumulación, eso sí, si había energía barata. Como la volvió a haber desde principios de los
ochenta. Con una clara división del trabajo, uno, se
iba a encargar de convertirse en el consumidor en última instancia, en especial EEUU; y el otro, se iba a
convertir en la Fábrica Global. China inicia esa enorme transformación de forma balbuciente, a tientas,
incorporando al principio a la lógica capitalista sólo
algunos enclaves de su costa del Pacífico, hasta ampliar dicha dinámica a territorios patrios cada vez
más amplios. Incluso engulle a Hong-Kong, en 1997,
uno de los máximos baluartes del capitalismo en
Oriente, bajo el lema “Un Único País, Dos Sistemas”,
tras el fin pactado de la presencia británica. En cualquier caso, la reestructuración fue salvaje y zarandeó
al Estado y a la Sociedad de arriba abajo. El introducir la privatización, la lógica de mercado y la competitividad en un sistema como el del “comunismo chino”, era alterar las bases mismas de su sistema y desatar tensiones y conflictos sociales y territoriales que
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El giro histórico de China hacia el
capitalismo global
podían desafiar la estructura de poder y la legitimidad del Partido Comunista Chino (PCCh), así como
poner en peligro la unidad del Estado (en el caso del
Tíbet y Xin Jiang, principalmente).
El “Estado Social” del “comunismo chino” prácticamente saltó por los aires, y fue sustituido por un
capitalismo fuertemente autoritario, con extremas
desigualdades sociales, pilotado con mano de hierro
por el PCCh como columna vertebral del Estado. El
Estado-Partido se mantenía, aunque transformándose profundamente, sobre todo sus “Dioses”. Es decir,
sus valores, creencias y mecanismos de legitimación.
Se buscaba reforzar aún más el sentimiento nacional,
como ya apuntamos, pero en esta ocasión recurriendo a las raíces culturales, religiosas y étnicas dominantes, que se habían querido borrar durante la etapa “comunista”. El nuevo nacionalismo se afianzaba
en las raíces del pasado, en el momento en que se incorporaban también gran parte de los valores de la
modernidad occidental. Un cóctel complejo. Pero
igualmente se ha sabido utilizar magistralmente el
Deporte Espectáculo y Competitivo, para generar
sentimiento patrio y proyectar la imagen de China en
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poder, de base fundamentalmente burocrático-estatal, y adaptarlo a las nuevas exigencias de un mercado mundial que operaba bajo la lógica del capital privado, acentuada además por la crisis del capitalismo
intervencionista de Estado en Occidente. A ello se sumó el hecho de que los nuevos Estados surgidos de la
crisis y colapso del Socialismo Real tuvieron que
aceptar su nueva condición periférica, al menos de
forma provisional.
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(artículos)
el PCCh activó los contactos con los importantes capitales de la Diáspora exterior china (huidos tras la
llegada del “comunismo”), para animarlos a invertir
en el Nuevo Estado (Arrighi, 2007).
Las transformaciones fueron tan vertiginosas, sobre todo porque como resultado de todo ello se estaba produciendo el cambio de una sociedad fuertemente rural a una sociedad fuertemente industrial y
metropolitana, que las tensiones sociales de esta
Gran Transformación surgieron por doquier. Si bien
el mundo campesino, en el interior de China, aunque
erosionado, todavía tiene una dimensión muy importante. En este proceso de transformación surgieron demandas democráticas, que fueron segadas tras
el aplastamiento popular en Tiannamen, en 1989. El
mismo año de la Caída del Muro de Berlín. Pero tras
unos años de fuerte represión, el nuevo EstadoPartido para mantener su legitimidad no tuvo más
remedio que permitir elecciones “plurales” en el primer escalón de gobierno, el nivel municipal, permitiendo que “agrupaciones de electores” pudieran
concurrir a las urnas. Era la manera de controlar las
tensiones sociales, y orientar hacia las instituciones
los conflictos, al tiempo que se blindaba para los
miembros del PPCh los otros tres niveles superiores
de gobierno. En China, debido a su enorme tamaño,
encontramos cuatro escalones de gobierno del
Estado. Es decir, la resolución de las tensiones se
quería confinar en la escala puramente local, para
impedir que prosperaran en extensión territorial y
hacia arriba, sin que eso menoscabase un ápice el autoritarismo del PCCh. De esta forma, el sistema intentaba ganar en estabilidad y legitimidad, al menos
mientras durara el crecimiento, que ha estado batiendo récords en los últimos veinte años. China necesitaba (y necesita) de esa importante tasa de crecimiento para absorber la fuerza de trabajo desplazada
de su antiguo aparato productivo y administrativo, y
para poder comprar petróleo en el mercado mundial9, a partir del flujo en dólares que iba a obtener
con las exportaciones. Al mismo tiempo, también, el
PPCh animaba a los nuevos empresarios a ingresar
en el Partido, pues como ya dijimos: “Enriquecerse
es un deber patriótico”.
Una de las características principales de la transición y reestructuración capitalista del Estado chino
es que la iniciativa fue interna, previa a su previsible
crisis total, y que todo el proceso siempre ha estado
fuertemente controlado por el PCCh. Los actores institucionales y empresariales occidentales han sido
meros espectadores de lo que allí acontecía. Eso sí,
sumamente interesados en sus resultados, por lo que
les atañía. Y en esta apertura progresiva a la lógica de
mercado dirigida por el Estado-Partido todavía subsisten espacios, principalmente en el mundo rural,
fuera de la racionalidad del capital, debido a los intereses de estabilización político-social del propio
Estado. El protagonismo pues del PCCh en toda la
transición ha sido incontestable. E incluso durante la
fuerte crisis del 97-98 que acabó afectando a toda la
región, China se mantuvo incólume, y el FMI y el BM
fueron incapaces de imponer sus recetas y reformas
al gigante asiático. China se mantenía cerrada a la libre circulación de capitales con el resto del mundo, lo
que actuaba como una especie de “muralla china monetario-financiera” que la blindaba de los vendavales
especulativos que asolaron el sudeste asiático, según
las palabras de George Soros (2002). Y los capitales
occidentales se quedaron a sus puertas esperando
que el Dragón chino sucumbiera ante el tifón desatado por las fuerzas de los mercados financieros, como
había ocurrido con otros Estados de la región. China
resistió y mantuvo el yuan vinculado al dólar, sin alteraciones, mientras todas las monedas del sudeste
asiático se precipitaban en el abismo, arrastrando
consigo a sus economías, y obligando a sus Estados a
ponerse en manos del FMI y el BM (Gowan, 2002).
9 China es dependiente del petróleo mundial desde mediados de los noventa, como ya hemos señalado, y cuenta con importantes reservas de carbón, que está utilizando intensamente.
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Por otra parte, el otro gran actor “comunista” que
empieza a percibir la ausencia de futuro, es la Unión
Soviética en los ochenta. En esos años, la URSS atraviesa su pico del petróleo y sufre de lleno la intensa
bajada de los precios internacionales del crudo, su
principal fuente de divisas. Gorbachov, ante la crisis,
esclerosis, burocratización y fuerte erosión de legitimidad del sistema inicia la Perestroika y la Glasnost,
unas políticas atrevidas de reforma y transparencia.
En gran medida se adelanta también a la posible crisis terminal del modelo, ante la creciente incapacidad del sistema para lidiar con los problemas, y debido a la pérdida de fe en los dirigentes entre los dirigidos. Pero la Glasnost no hace sino sacar a flote las miserias y contradicciones del sistema, pues activa una
fuerte ebullición social, acelerando la crisis. Sin embargo, va a ser en la RDA, en la mitad del corazón territorial de la Guerra Fría (la antigua Alemania), donde el conjunto del sistema soviético va a iniciar su crisis terminal, tras un breve pero intenso periodo de
fuertes movilizaciones (“Nosotros Somos el Pueblo”)
y huída hacia Occidente por parte de sus ciudadanos,
vía Hungría. La tremenda presión social derriba el
régimen policial “comunista” y el Muro. Tras la Caída
del Muro de Berlín (1989), las Revoluciones de
Terciopelo se propagan como la pólvora por los países del Centro y Este de Europa, derribando las llamadas “Democracias Populares”. Y, tras ello, la crisis
final se precipita en poco tiempo, y se produce el colapso de la URSS (1991), el enorme corazón del sistema de Estados del bloque soviético. La estructura de
poder que vinculaba entre sí todos los Estados se desintegra, predominando las fuerzas centrífugas sobre
las centrípetas.
Los Estados del Centro y del Este piden rápidamente el ingreso en la UE, con el fin de distanciarse
YOUKALI, 9
El derrumbe de la URSS
y de su zona de influencia cercana
de su antiguo centro opresor y buscar una salida
“propia”, al tiempo que establecen también vínculos
con EEUU. Las sociedades presionaban claramente
en esa dirección, y a los restos (abundantes) de las
elites no les quedaba más remedio que seguirlas, para salvar el pellejo y su posición en la medida de lo
posible. Al desintegrarse la URSS, sus Estados miembros recuperan la independencia y nueva capacidad
de acción, llamando a la puerta de Occidente. Es otra
etapa del siglo XX de importante creación de nuevos
Estados, en la que habría que incluir la paulatina
aparición de nuevos “mini-Estados” por la desintegración sangrienta de la ExYugoslavia. Un peculiar
Estado “comunista” fuera de la esfera de influencia
de la URSS, pero al que le afecta también de lleno el
maremoto del colapso. Todo el aparato productivo
centralizado soviético se desmorona, y la capacidad
de producción industrial cae en poco tiempo más del
50% (Kothari, 2001). Un colapso en toda regla. El
desmoronamiento y vacío de poder es enorme. Un
momento único en la Historia moderna, que nos
puede aportar algunas luces de cara a comprender
futuros escenarios de colapso.
Nunca antes había ocurrido que una estructura
política con tanto poder y tantos instrumentos para
mantener el poder (KGB, enorme ejército, gran complejo científico, inmenso poder nuclear, posición de
superpotencia, etc.) hubiese desmantelado su estructura de dominio, reconociendo que el conjunto del
edificio de poder no se correspondía con las nuevas
circunstancias, al tiempo que procedía a dispersar el
poder, sin que casi se disparara un tiro. Y nunca antes un Estado había decidido reducir tan fuerte y rápidamente su poder militar, su maquinaria de vigilancia, inteligencia y seguridad. Setenta años de intervencionismo estatal política y científicamente planificado para destruir el capitalismo, y hacer que su
población lo odiara, acabaron por producir exactamente lo contrario (Kothari, 2001). Los viejos ídolos
y mitos, las estatuas de Lenin y Marx, se derribaron
de la noche a la mañana y la población se ensañó con
ellas. Las señas de identidad de décadas se derritieron. Los antiguos “Dioses” fueron tragados por la potencia del momento histórico. Nunca había ocurrido
nada igual. La desorientación de la población era
enorme. El ansia de agarrarse a una nueva opción de
futuro, también. Y en esto, apareció Occidente que se
presentaba a sí mismo como la gran Solución. Y la
gente lo bendijo y se lo creyó. Todo lo proveniente de
Occidente parecía bueno, y lo propio malo. Y las estructuras institucionales occidentales (FMI, BM,
Think Tanks, etc.) pudieron entrar en este inmenso
territorio sin problemas, es más, con todas las bendiciones, para reestructurar los restos del imperio so-
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YOUKALI, 9
viético, de la mano de Yeltsin, y facilitar la entrada a
saco del capital occidental. El saqueo de la enorme riqueza del Estado ruso se distribuyó entre el capital
occidental y los nuevos oligarcas y mafias rusas surgidas del antiguo aparato del Estado soviético, y el
pueblo fue un espectador pasivo y enormemente sufriente de toda la situación. Uno de los objetivos del
saqueo eran las importantes reservas de combustibles fósiles (de crudo y gas), y ahí estuvieron las
Majors occidentales del petróleo dispuestas a hacerse con el botín.
El resultado de todo ello fue un empobrecimiento, marginación y desintegración social masivos. Las
desigualdades sociales se dispararon como en la época de los zares. Parecía como si no hubiera tenido lugar, nunca, la revolución rusa. El sistema sanitario se
vino abajo, la mortalidad se disparó y la esperanza de
vida cayó bruscamente. Un sector considerable de la
población joven emigró, y la población rusa se contrajo y envejeció rápidamente. El Estado no tenía dinero ni para mantener las prisiones, y a gran número de presos se les puso en la calle. Esta tremenda
Terapia de Choque permitió moldear un nuevo
Estado de acuerdo en gran medida con los intereses
del capital internacional, si bien la ausencia de seguridad jurídica a todos los niveles era un problema potencial para sus objetivos. Como así fue más tarde.
Era como crear un Estado ex-novo, con todos los
problemas que ello lleva aparejado. Un inmenso laboratorio para las estructuras de poder occidental
con el fin de probar futuras reestructuraciones del
poder político. Fue un experimento traumático que
duró unos años, y que se agravó a resultas del impacto sobre Rusia de las ondas de choque de la crisis del
Sudeste Asiático (1998), cuando la brusca bajada del
precio del petróleo se lleva por delante el rublo y el
sistema financiero ruso. Pero en estas apareció Putin
y puso fin a este estado de cosas, impulsando un
Estado fuertemente autoritario, tras una fachada mínimamente democrática. El Estado volvió a controlar
el petróleo y el gas, marginando o expulsando a las
Majors occidentales, y hasta encarcelando a algún
oligarca del oro negro, y se benefició de la intensa subida del precio del crudo (y del gas) de estos últimos
años. Putin pasó a reconstruir una fuerte identidad
propia, rusa, profundizando en el nacionalismo y
vinculándolo también con las raíces previas a la llegada del “comunismo”, incluso las religiosas, al tiempo que se vilipendiaba a Occidente de todo lo acontecido durante la etapa Yeltsin. Y el Oso Ruso pasó
también a reforzar su poder geopolítico mundial, a
través de su dimensión militar, y como forma igualmente de ganar legitimidad interna. Rusia recuperaba su orgullo, mejorando su condición económica y
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la fe en el futuro de sectores importantes de su población (por cuánto tiempo, es otra cosa). Otra parte
muy considerable de sus ciudadanos había quedado
en la cuneta, los más pobres y los más viejos.
En los antiguos Estados “socialistas” del Centro y
del Este de Europa la situación fue algo distinta. Éstos, como ya hemos apuntado, intentaron buscar refugio en la UE, y la Unión les abrió las puertas. Eso
sí, imponiendo ella todas las condiciones a su ingreso en el Mercado Único. Y ellos las aceptaron sin rechistar, pues no tenían ni capacidad ni fuerza para
negociar. El capital europeo occidental (más que el
del mundo anglosajón) entró a saco en esos territorios, apropiándose de sus recursos, empresas y sistema financiero, reestructurando su aparato productivo y reforzando la industrialización de su agricultura,
y beneficiándose de sus mercados y de su fuerza de
trabajo, a través de deslocalizaciones industriales o
de la inmigración. La brusca reforma de sus Estados
se impulsó no sólo desde Bruselas, sino que corrió
también de la mano del FMI, BM y BERD (el nuevo
Banco de “Desarrollo” que se creó para los países del
Este). La mayoría de estos Estados tenían una considerable deuda externa que debía ser “gestionada”, y
además se les concedieron nuevos préstamos para
que impulsaran su “Desarrollo” (a través de nuevas
infraestructuras, principalmente, que los conectarían
con Europa Occidental), y de paso se endeudaran
aún más. La dimensión Social del Estado saltó dinamitada por las Reformas impuestas (privatización de
la sanidad, las pensiones, la vivienda, etc.), ante la incapacidad social de oponerse a las mismas.
Las sociedades estaban totalmente desestructuradas y en estado de shock, porque habían sido ya
diezmadas por el Socialismo Real (sin sindicatos independientes del poder, sin organizaciones sociales
autónomas, etc.), y sobre todo por la Terapia de
Choque que se les estaba aplicando. Eran incapaces
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el Este de Europa ingresaron en la OTAN antes que
en la UE, en su macro-ampliación al Este, actuando
como el Caballo de Troya de EEUU en el seno de la
nueva Unión. Y los nuevos Estados “democráticos”
que se construyeron, tras las Revoluciones de
Terciopelo, tras un breve periodo inicial que gozaron
de cierta legitimidad, entraron rápidamente en una
espiral de fuerte devaluación política e institucional,
no es para menos, y la población se desentendió de
forma mayoritaria de la “cosa pública”. En paralelo,
las estructuras mafiosas no hicieron sino prosperar.
Y todo eso antes de la llegada de la Crisis Global actual que ha sacudido muy fuertemente toda esta región, como veremos más adelante.
Pero la onda expansiva de la crisis y colapso del
Socialismo Real, y del fin del mundo bipolar de la
Guerra Fría, afectó gravemente a muchos más
Estados. Por un lado, a los de la propia URSS, fuera
de la Federación Rusa, que quedaron en una Tierra
de Nadie, entre Occidente (y su área de influencia) y
Rusia, sometidos a fuertes tensiones entre los dos polos. En un primer momento muchos aceptaron la
“mano tendida” desde Occidente, y especialmente
desde EEUU, en la época de Yeltsin, pero tras la llegada de Putin, algunos volvieron a acercarse tímidamente otra vez al Oso Ruso, sobre todo en Asia
Central, al tiempo que se alejaban de Washington. El
poder gravitacional de Moscú, activado por su reforzamiento militar, volvía a ejercer otra vez su influencia, en esta región estratégica rica en petróleo y gas.
Los más afectados por la Gran Transición fueron probablemente el conjunto de Estados entre Rusia y la
UE ampliada: Ucrania, Moldavia, Bielorrusia y los
Estados del Cáucaso. Sin potencia económica propia,
y con limitados recursos la mayoría de ellos (salvo algunos del Cáucaso con petróleo), estaban al albur de
las dinámicas y de la confrontación entre Occidente y
la nueva Rusia, ocupando una posición estratégica en
el camino del gas hacia la UE. Las poblaciones los
abandonaban también en masa, especialmente hacia
Occidente, pero se chocaban contra el Nuevo Muro
que había levantado la UE Fortaleza en sus más de
4.000 kms de nueva frontera oriental. Las interrelaciones comerciales que habían existido históricamente entre ellos y los Estados del Centro y el Este de
la nueva UE, se vinieron abajo, agravando aún más
su situación económica. Lo cual hizo que la debilidad
institucional de todos estos Estados fuera bastante
más grave que los de la nueva hornada de la UE-27,
pues a las reformas neoliberales que les impuso el
FMI, el BM y el BERD, había que sumar el vacío institucional supraestatal que sufrían, en ese nuevo
Tour de Force entre Occidente y Rusia. Estos Estados que habían sido periféricos durante décadas, ya
no sabían bien de quién dependían. Cuáles eran sus
nuevos Amos, y hacia donde tenían que mirar y caminar, pues la UE también les había cerrado sus
puertas. Muchos de ellos fueron sacudidos por las
llamadas Revoluciones de Colores, protagonizadas
por sus pueblos, ante el malestar social creciente, pero se vieron también azuzadas entre bambalinas desde Occidente. Bush quería ampliar aún más el flanco
oriental de la OTAN para aislar al Oso Ruso, y animaba a sus poblaciones a pedir su protección militar.
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de entender siquiera lo que estaba pasando, pues se
habían alterado bruscamente sus mapas cognitivos
para comprender la realidad. Además, el glamour
que venía de Occidente, y la aparición de los nuevos
ricos, y su gran capacidad de consumo, lograba ocultar la dimensión del desastre social. Habían perdido
su antigua identidad y “estabilidad”, y de repente, la
nueva identidad, que había sido bienvenida al principio con alborozo, les precipitaba en una nueva situación traumática y altamente inestable. Ante ello, importantes volúmenes de población joven emigraron
hacia la Europa Occidental, que les acogía como mano de obra barata y precaria para reforzar su propio
crecimiento, y realizar tareas de cuidado, al tiempo
que les marginaba y estigmatizaba socialmente. El
impacto emocional y psicológico de todo ello sobre
dichas sociedades fue mayúsculo. Su orgullo nacional
estaba por los suelos. Las nuevas elites que se consolidaban, también precaria y convulsamente, provenientes en general de las antiguas estructuras de poder, decidieron apoyarse asimismo en EEUU para reforzar su condición, aceptando la propuesta del Tío
Sam de su ingreso en la OTAN. Una propuesta envenenada, pues Washington buscaba también debilitar
la futura consolidación de la UE, como actor político
y militar a escala global. Así, los Estados del Centro y
uno, dos, mil... muros
Pero tras las Revoluciones de Colores, sus sociedades
pudieron constatar rápidamente la nadería de lo conseguido en sus nuevas “democracias”, y volvieron la
espalda de forma manifiesta también a la esfera de
“lo político”. La crisis de sus Estados antes de la llegada de la Crisis Global era pues patente.
vulsionando dichos Estados, y activando en muchos
casos guerras civiles. Y el Tsunami iniciado en Moscú
y Pekín terminó también afectando a los Estados en
la órbita del Socialismo Real de la Península de
Indochina, en especial a Vietnam y a Camboya. En
todos ellos, salvo en Cuba (por el momento), una vez
que pasó el Tsunami de la crisis y colapso del
Socialismo Real, llegaron el FMI y el BM, entre otros,
a moldear los nuevos Estados, de acuerdo con las necesidades del nuevo capitalismo global. Una nueva
Terapia de Choque. Y en todos ellos, también, las diferencias sociales se agudizaron hasta extremos inconcebibles, pasando a ser las antiguas elites “comunistas” uno de los principales beneficiarios del reparto del botín del Estado, junto con el capital internacional.
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(artículos)
Colapso del Socialismo Real y consecuencias
en la conflictividad político-social
El impacto en ultramar
de la quiebra del Socialismo Real
Finalmente, hay que decir que la onda expansiva de
la crisis y colapso del Socialismo Real, y del Fin de la
Guerra Fría, llegó mucho más allá de los territorios
ya apuntados, atravesando océanos y afectando intensamente a Estados de continentes y archipiélagos
lejanos, que luego se vieron fuertemente zarandeados también por la onda de choque de la
Contrarreforma Neoliberal global. Desde América
Latina y el Caribe, donde acabó provocando el colapso de los movimientos guerrilleros en
Centroamérica, y afectando de lleno a la Revolución
Nicaragüense, seriamente tocada por el acoso de
años de Washington. Hasta Cuba, donde el corte
brusco de su relación privilegiada con la URSS, la sumió en una muy profunda crisis, el Periodo Especial,
como lo llaman los cubanos. El petróleo vuelve a ser
el principal protagonista de esta crisis, pues la retirada del petróleo soviético fue el detonante fundamental del Periodo Especial. Cuba no tenía dólares para
pagar el petróleo en el mercado mundial, aparte de
estar ahogada por el bloqueo estadounidense. Y es
por eso por lo que acentúa su especialización en el
sector turístico para conseguir las divisas fuertes necesarias, y muy en concreto dólares, para comprar
crudo, pues ya no estaba Moscú para ayudarla. Pero
la onda expansiva del colapso soviético impactó también en África, en Angola, Mozambique, y en los
Estados del Cuerno de África, principalmente, con-
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Desde mediados de los ochenta, en los países de
Socialismo Real en la órbita de Moscú, y en concreto
en la URSS, se asiste a una creciente movilización de
sus elites intelectuales al calor de la Perestroika (reforma) y la Glasnot (transparencia), impulsadas por
Gorbachov ante el tremendo anquilosamiento y crisis del sistema soviético. Estas políticas permiten
abrir el dique del secretismo y monolitismo estatal,
hasta ese momento cerrado a cal y canto, y las críticas al sistema proliferan en un clima de apertura en
los medios de comunicación. A ello se suman los
cambios propiciados por la tímida reforma política
(elecciones en 1988), que ayudan a abrir aún más el
debate dentro de las propias instituciones. Este incipiente proceso democratizador se desata tras el accidente en la central nuclear de Chernobil (abril,
1986), una catástrofe ecológica sin precedentes con
una enorme repercusión social y territorial, que activa aún más la reflexión crítica y el debate político.
Todo ello se da en un clima de crecientes conflictos
nacionalistas entre la URSS y su área de influencia;
en especial con las repúblicas bálticas y del Cáucaso,
así como con otros grandes Estados soviéticos, en
concreto Ucrania, donde se ubica Chernóbil.
Además, el ejército de la URSS se ve obligado a principios de 1989, también, a salir con el rabo entre las
piernas de Afganistán, lo cual deriva en un enorme
descrédito político interno.
El sacar a la luz los problemas acaba desbordando a las instituciones soviéticas, en un momento
también en que la crisis de su modelo productivo se
precipita por la dificultad de acometer la reforma
económica. Todo lo cual acontece antes de la Caída
del Muro de Berlín (noviembre, 1989). Sin embargo,
El fin del conflicto entre bloques va a provocar asimismo el desfondamiento de la lucha guerrillera en
muchas partes del mundo, en concreto en distintos
países de América Latina, y en especial en Centroamérica, pero también en África, una vez que desaparece el apoyo de la URSS. Y los movimientos guerrilleros se ven obligados a aceptar “procesos de paz”,
impulsados por EEUU y la UE, cuyos mínimos resultados para los grupos armados se quedan más tarde en
papel mojado. Sus territorios van a quedar plagados de
armas, cuyas consecuencias letales en sus sociedades
estamos presenciando en la actualidad. Igualmente,
tras el colapso de la URSS, se va a reformular de forma
muy importante el marco del conflicto israelo-palestino en Oriente Próximo. La aceptación de la existencia de Israel por parte de la OLP, comandada por
Arafat, iba a permitir la firma de los acuerdos de
Oslo, abriendo paso a una nueva situación en la región, especialmente tras el nuevo marco creado por
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Occidente, y en concreto de Washington, de dominar
el mundo y garantizar el acceso a sus recursos. Eso sí,
“suavemente”, en apariencia, aunque también con
importantes actos de fuerza que gozan, entonces, del
respaldo jurídico-político internacional. La Guerra
del Golfo (en 1991), y la presencia militar creciente de
EEUU en Oriente Medio para intentar controlar el
grifo mundial del petróleo, serían su corolario. La
magna intervención militar de EEUU contra Irak, liderando una amplia coalición internacional que
cuenta con total apoyo de NNUU, se da en un momento de enorme debilidad de la URSS, pocos meses
antes de su implosión definitiva, y se hace posible debido a ello. A partir de entonces, las Periferias, ricas
en recursos, se van a convertir en enemigos potenciales si no operan de acuerdo con la lógica del mercado
mundial, y si no se avienen a permitir el acceso de
Occidente a sus riquezas.
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como ya dijimos, el colapso del sistema soviético no
podemos decir que fuera resultado de la movilización
de masas, aunque sí el de la República Democrática
Alemana, en donde la movilización popular se vio incentivada por las reformas de Gorbachov. Y es a partir de la caída de esta pieza estratégica del Este, mediante una revolución no violenta, cuando van sucumbiendo como fichas de dominó las “democracias
populares” del Este europeo, por la movilización que
el derrumbe de la RDA induce en sus propias masas.
A partir de las llamadas “revoluciones de terciopelo”,
por su carácter pacífico, aunque en Rumania el fin de
Ceacescu fuera sangriento por la represión de la
Securitate contra la rebelión popular. Pero en el caso
de la URSS, que implosiona dos años más tarde, tras
un golpe fallido (y abortado) del sector más estalinista del régimen, su crisis cabría describirla como un
auto-desmoronamiento de un sistema en profunda
crisis, sin que hubiera amplias movilizaciones sociales que lo provocara.
Pero la crisis y el colapso de los regímenes de
Socialismo Real van a tener una importante repercusión en los conflictos políticos-sociales, no solo en su
propio territorio, sino en el mundo entero. El hecho
de que el capitalismo ya no necesitara justificarse, ni
medirse con otro sistema que le cuestionaba, pues
aparece ya como el único juego sobre la mesa, tiene
enormes consecuencias en todos los órdenes. Una, es
que a partir de entonces desaparece el conflicto ideológico de décadas, ante el derrumbe del Imperio del
Mal, y aparecen como incontestables la democracia
de corte occidental y el capitalismo liberal, que se impulsan de forma decidida por Occidente. Es más, la
desaparición del Socialismo Real no solo afecta de
lleno a los partidos comunistas, sino a la propia socialdemocracia, que necesitaba de la amenaza del
“comunismo” para presentarse como un estabilizador de cara a sus sociedades. Y muchas gentes de
buena fe y ansias de cambio social que participaba en
las filas de la Vieja Izquierda, sobre todo como militantes de base, se encuentran, de repente, absolutamente desorientadas, buscando nuevos referentes,
pues no quieren irse a casa y, es más, se niegan a celebrar el triunfo del capitalismo global. Aunque muchos otros sucumben a sus “encantos”, y otra parte
importante se retira discretamente hacia su esfera
privada desencantados de todo.
Otras consecuencias son, por supuesto, las que se
producen en el plano geopolítico. El fin de la Guerra
Fría va a dar paso a un nuevo mundo unipolar, hegemonizado claramente por EEUU, una hiperpotencia,
pero también a nuevos conflictos al desplomarse el
antiguo orden mundial (guerras en la ex-Yugoslavia)
y al aparecer con toda su potencia las ansias de
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la Guerra del Golfo. Todos ellos van a ser factores que
van a activar la expansión del Islam Político y la Yihad,
sobre todo por la situación creada en Afganistán y
Pakistán tras la salida de la URSS. Lo cual va a tener
como veremos profundas repercusiones en las dinámicas de la conflictividad político-social mundial, cuya onda expansiva llega hasta el presente.
El nuevo capitalismo (financiero) global va a experimentar a partir de entonces un auge redoblado,
ya sin frenos ideológicos y territoriales. Es más, engullendo bajo su lógica a un tercio del territorio
emergido mundial, que hasta entonces funcionaba
fuera de su órbita. Los procesos de privatización del
Estado tanto en el Centro como en la Periferia se van
a intensificar, pues según el credo neoliberal había
quedado claro que el Estado no podía gestionar de
modo eficiente la economía (¡El Estado no funciona!), y eran el mercado y el capital los que debían
sustituirlo. Lo cual profundiza aún más la crisis del
movimiento obrero y de los partidos y sindicatos de
la Vieja Izquierda, al tiempo que se recortaba el derecho de huelga y se incitaba a unos trabajadores contra otros cuando las huelgas tenían lugar. Privatizando la esfera pública se buscaba también eliminar
la utopía social. Y, por otro lado, la importante expansión del crédito en los noventa (al consumo e hipotecario) permitía ampliar la capacidad de compra
de las clases trabajadoras, a pesar de la mengua relativa de los salarios, y reducir igualmente la conflictividad social, como resultado del yugo de la deuda. Si
esa fue la situación en el área occidental, en los territorios del fenecido Socialismo Real la debacle fue total, pues además las estructuras de la “sociedad civil”
eran inexistentes, sobre todo en Rusia. La gente fue
incapaz de reaccionar ante el tratamiento de shock
que le impusieron las instituciones financieras internacionales, bajo el impulso del G-7, y las únicas alter-
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nativas que se abrieron para ellos fue la aceptación
sumisa y caótica de las mismas, o el éxodo a
Occidente. Camino que mucha gente tomó para escapar de la debacle.
Pero aunque esa fue la tónica general, la
Contrarreforma Neoliberal en los noventa no fue para nada un camino de rosas sin oposición ninguna.
Aparecieron nuevos conflictos laborales en sectores
que hasta entonces habían permanecido en general
al margen de los mismos, sobre todo en el sector terciario y no tanto en la industria. Y fueron sobre todo
el resultado de los procesos de privatización y fuerte
ajuste de las empresas estatales del sector terciario, y
asimismo de los servicios públicos en los espacios periféricos, que conllevaron importantes reducciones
de empleo, precarización y empeoramiento de las
condiciones laborales. Lo cual afectó de forma importante a la población laboral femenina, cuya presencia era muy importante en dichos ámbitos. Pero
esos conflictos tan solo fueron el canto del cisne de la
fuerza laboral organizada en esos sectores, antes de
sucumbir a la nueva realidad; eso sí, consiguiendo en
general unas mejores condiciones de retiro. Fueron
luchas meramente defensivas, no ofensivas, como
hasta los setenta; salvo las de los inmigrantes en el
sector servicios de baja cualificación de EEUU para
demandar sus derechos, en el ámbito de la limpieza
principalmente, que empiezan a desarrollarse entonces. Con todo, algunos conflictos sí tuvieron una gran
dimensión, como por ejemplo la huelga general en
Francia (¡otra vez Francia!) contra el Plan Juppé de
liberalización económica (1995), logrando atajar la
Contrarreforma Neoliberal en muy gran medida, que
fue posible también por la capacidad de paralizar el
país de los trabajadores del transporte y del sector
público. A partir de muchas de estas luchas se van a
crear nuevos sindicatos más combativos, ante la pusilanimidad de los grandes sindicatos. Pero, asimismo, asistimos a la aparición en muchos países europeo-occidentales de movimientos laborales por las
35 horas, cuando gobernaban coaliciones de centroizquierda, pero asimismo como exigencia a gobiernos conservadores. Reivindicación que hoy día nos
parecería utópica cuando se ha planteado la directiva
de las 65 horas por parte de la UE.
El reforzamiento inusitado del nuevo capitalismo
global en los noventa, en esa época que se llegó a conocer como de “globalización feliz”, tuvo también
importantes consecuencias en los movimientos sociales surgidos a partir de los setenta (feminismo,
ecologismo, pacifismo, etc.). No solo por el nuevo
contexto político-social generado, sino por la creación, y manejo, de un nuevo discurso dominante, que
incorporaba parte de los discursos y demandas de es-
10 Las cumbres de Monterrey y Durban tienen lugar ya bajo el mandato de George Bush, y se ven condicionadas por el nuevo rumbo
neoimperialista y securitario de Washington, y el fuerte cambio de actitud de la nueva administración de EEUU respecto a NNUU.
Es más, EEUU abandona la cumbre de Durban, alegando el rechazo a la crítica al Estado de Israel.
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ro también al desbordamiento y transmutación de
los mismos en el Sur Global. Así, el movimiento feminista va a ver cómo merma su capacidad de movilización en el Centro, una vez alcanzadas parte de sus demandas y conseguida una amplia proyección y legitimación social de las mismas, así como profundos
cambios en la situación de las mujeres en sus sociedades. Pero, al mismo tiempo, los movimientos de
mujeres se van a desarrollar intensamente en muchos territorios del Sur Global, con sus demandas específicas y con enfoques adaptados a las realidades
periféricas en las que se insertan, en algunos casos en
contextos verdaderamente hostiles. Algo parecido
podemos decir respecto al movimiento ecologista.
Una parte del mismo en los países centrales acaba
convirtiéndose en grandes ONG’s que se dedican a
hacer principalmente una labor de lobby de cara a las
instituciones estatales y empresariales, mientras que
una diversidad de pequeños grupos permanecen fieles a un espíritu más radical y activista. Pero, igualmente, los grupos ecologistas acaban proliferando
también en los países del Sur Global. Unos como meras sucursales de las grandes ONG’s ambientalistas
del Centro, pero muchos otros con una idiosincrasia
propia, que normalmente expresa un potente discurso “antidesarrollista”.
Por otro lado, el heterogéneo movimiento pacifista se ve enfrentado a nuevos retos, una vez que acaba
el enfrentamiento de Bloques. Durante la Guerra
Fría, el movimiento era capaz de arrastrar en Europa
Occidental a un amplio espectro político-social contra el armamentismo (nuclear) y, en menor medida,
el imperialismo, pero esa capacidad de movilización
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tos movimientos, metamorfoseadas a conveniencia
de los intereses hegemónicos. En suma, el nuevo discurso dominante era capaz de crear una “nueva realidad progresista” (virtual), a través de la Aldea
Global, que no coincidía con la “realidad real”, pero
que tenía un fuerte efecto desmovilizador y embaucador en el activismo social. Así, en los noventa, NNUU,
que había recobrado un renombrado protagonismo
tras el fin de la Guerra Fría, con el visto bueno e impulso por supuesto de los principales actores estatales
occidentales, va a cumplir un papel clave en esa elaboración de nuevos discursos que llenaran de contenido
el nuevo lenguaje de la “globalización feliz”.
A este respecto, a lo largo de la década se suceden
un buen número de cumbres que van a ayudar a confeccionar dicho discurso a favor de: la Infancia y los
Derechos del Niño (Nueva York, 1990); el Desarrollo
Sostenible (Río, 1992); los Derechos Humanos (Viena, 1993); el Control de Población (Cairo, 1994); los
Derechos de la Mujer (Pekín, 1995); el Desarrollo
Social (Copenhague, 1995); los Asentamientos Humanos (Estambul,1996); la Alimentación (Roma,
1996), la Educación para Todos (Amman, 1996)... que
culminarían con la Cumbres de la Declaración de los
Objetivos del Milenio (Nueva York, 2000), la lucha
Contra el Racismo (Durban, 2001) y la Financiación
al Desarrollo (Monterrey, 2002)10. A ello habría que
añadir el papel de NNUU en la elaboración de un discurso de carácter multicultural, apuntando hacia una
tolerancia de las diferencias étnicas, en un momento
de fin del Apartheid en Sudáfrica, y respondiendo
también a la creciente (y en algunos casos enorme) diversidad étnico-cultural, especialmente en los países
centrales. Todo ello corre parejo con el impulso del
mundo de las ONG’s en el Centro y en el Sur Global.
La considerable financiación destinada a este Tercer
Sector (que complementaba al Estado y al Mercado),
logra atraer hacia su órbita a una parte importante del
activismo político-social, que se ve enfrascado en unas
redes organizativas cuyo operativa acaba siendo en
general funcional con las lógicas del nuevo capitalismo global, así como legitimadoras del mismo. Una estrategia de “ingeniería social” que redunda en una importante reducción de la confrontación social.
De esta forma, en los noventa vamos a asistir a
una creciente integración dentro de la lógica dominante de poder de un sector considerable de los nuevos movimientos sociales en los países centrales, pe-
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desaparece con la implosión de la URSS. Sin embargo, al mismo tiempo se plasma también el fin de la
conscripción obligatoria en muchos países centrales,
como resultado de la tecnologización de los ejércitos
y del creciente rechazo social a la “mili”. Esta era una
reivindicación histórica de los sectores ligados a la objeción de conciencia, siendo especialmente importante el movimiento por la insumisión en España, que
lgra una gran victoria política. Pero la aparición de
nuevos conflictos como la Guerra del Golfo, las guerras de la Ex-Yugoslavia (1991-1995), y el bombardeo
de la OTAN a la Yugoslavia de Milosevic (1999), como
resultado de los conflictos étnicos en Kosovo, plantean nuevos interrogantes al movimiento.
Durante la Guerra del Golfo, va a surgir en EEUU
un movimiento que bajo el lema “No más sangre por
petróleo”, intenta movilizar y concienciar a la sociedad estadounidense sobre las verdaderas razones de
la guerra. Igual que durante las guerras en la ExYugoslavia, van a aparecer nuevos grupos como las
Mujeres de Negro, que ya habían hecho su irrupción
en 1988 en Israel denunciando la ocupación, participando conjuntamente mujeres israelíes y palestinas.
Estos grupos de mujeres vestidas de negro van a denunciar valientemente las violencias de todo tipo, en
concreto las de tipo étnico-religioso, y sobre todo la
violencia desatada por el régimen agresor de
Belgrado en los territorios de la Ex-Yugoslavia, proponiendo la resolución no violenta de los conflictos,
y planteando “la exclusión de la guerra de la historia
y de nuestras vidas”. Las mujeres se implican pues
autónomamente en la lucha pacifista y no violenta,
imprimiendo también un enfoque feminista a sus luchas. Y a lo largo de la década los grupos de Mujeres
de Negro van surgiendo poco a poco por muchos países Occidentales, incluido América Latina, aunque
experimentan un desarrollo limitado. Los grupos de
mujeres contra la violencia étnica y fundamentalista
brotan incluso en India durante los noventa. Por último, con motivo de la guerra de la OTAN contra la
Yugoslavia de Milosevic en 1999, siendo ya la Alianza
Atlántica el único actor militar supraestatal a finales
de la década, una vez desaparecido el Pacto de
Varsovia, se plantea una importante escisión en el
movimiento pacifista de muchos países occidentales,
y muy en concreto en Europa Occidental. La división
se da entre aquellos grupos que denuncian sólo las
barbaridades de la OTAN, pero callan ante las barbaridades de Milosevic; en general grupos pacifistas y
partidos vinculados con la Vieja Izquierda comunista. Y aquellos otros que plantean: “Ni OTAN, ni
Milosevic”. Una postura consecuentemente antimilitarista y de denuncia de la violencia venga de donde
venga, sobre todo cuando proviene de estructuras de
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poder que defienden sus propios intereses. Por otra
parte, Los Verdes, presentes ya en el gobierno alemán, habían apoyado la guerra de la OTAN contra
Serbia, tras un fuerte revuelo y ruptura interna debido a su procedencia pacifista. Este hecho marca su
integración definitiva en la lógica del poder.
Estos nuevos hitos antagonistas, junto con la
irrupción de otras dinámicas de movilización social
en los noventa: auge de los movimientos campesinos
e indígenas (entre ellos el MST y Vía Campesina), y
sobre todo la irrupción del movimiento zapatista,
con una concepción de la lucha armada de carácter
defensivo, van a implicar cambios muy sustanciales
en la conflictividad político-social en el mundo postMuro de Berlín. En concreto el discurso zapatista va
a ser claramente rupturista con la ideología de la
Vieja Izquierda, de corte occidental, manifestando
un fuerte componente indígena, pero al mismo tiempo poseyendo un carácter muy universal, al reconocer la enorme diversidad mundial de las realidades
antagonistas al capitalismo global. Y todo ello trufado de un contenido claramente antidesarrollista y de
defensa de la Madre Tierra, la Pachamama. Y a partir de todas estas nuevas dinámicas antagonistas en
el Norte y en el Sur Global se va a desarrollar más tarde, a finales de los noventa, el llamado Movimiento
Antiglobalización o Movimiento por la Justicia
Global. Lo cual marcaría ya, de forma definitiva, una
nueva etapa en más de cien años de conflictividad
político-social definidos fundamentalmente por la
Vieja Izquierda, aunque ya en crisis desde finales de
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