La Praxis de la migración y la Iglesia La región de Baja California empezó a experimentar gran crecimiento debido a los flujos de migrantes por el programa bracero (Bojórquez) (1942-1964) que fue un acuerdo firmado por los gobiernos de México y E.U. que consistía en la contratación masiva de mano de obra mexicana para laborar en los campos agrícolas de los Estados Unidos y compensar la falta de trabajadores como resultado de la 2ª Guerra Mundial y posteriormente de la guerra Corea. Este programa fue muy atrayente para los campesinos empobrecidos de las zonas rurales más importantes de México que después de la revolución mexicana no habían recibido los beneficios de esta lucha armada para mejorar sus condiciones de vida y a fines de los años 30 sufrían escasez de trabajo por lo que se vieron obligados a buscar nuevas formas de subsistencia llegando hasta Baja California atraídos por los trabajos por jornal en los florecientes campos agrícolas de California. Después de 22 años El programa termino cuando retornaron de los soldados de las guerras y con la tecnificación de los campos pero fue el inicio de los grandes flujos humanos hacia el norte. El nacimiento de las primeras Iglesias del Nazareno en el sur de la frontera coincide con este aumento de la migración en los años 40s, conforme se daba la interacción de los migrantes mexicanos con las nueva cultura eran menos reacios a experimentar nuevas formas religiosas distintas de su formación católica tradicional (Bojórquez). Baja California ha sido un lugar de paso para quienes llegan del interior de México, Centro y Sudamérica con intenciones de cruzar a trabajar a los Estados Unidos. La migración en nuestro medio en la mayoría de los casos obedece a la falta de condiciones económicas para que los migrantes desarrollen una vida digna (Ortíz, 2006). La iglesia se ha desarrollado en forma paralela a estos movimientos humanos pero no convergente manteniendo una postura pasiva, los Pastores se involucran en la problemática del migrante a título personal mas no institucional ya que la denominación carece o por lo menos no son conocidos planes de acción específicos para ministrar y atender a esta creciente población. El migrante es marginado en las ciudades fronterizas donde llega con intenciones de ir hacia los Estados Unidos y si alcanza el sueño de cruzares vive con temor y zozobra permanente y es criminalizado y perseguido. Si vive legalmente sufre el problema de la integración a una comunidad que no acepta su bagaje cultural y lo segrega, se vuelve presa fácil de los abusos por desconocer el idioma y sufre desintegración familiar al tratar de incorporarse a una nueva cultura. La iglesia como pequeña comunidad en ambos lados de la frontera debiera ofrecer el espacio y la aceptación que el migrante requiere para integrarse a las comunidades receptoras, la iglesia tiene un campo fértil en esta área ofreciendo atención a las necesidades espirituales, emocionales, de compasión, educación, con programas intencionales, bien diseñados y adaptados a la realidad distintiva de cada una de nuestras comunidades. La palabra de Dios nos presenta a Jesús (Patricia Block, Ricardo Moreno, Juan Martínez, Pedro Larson, 2006)como un niño nacido en la pobreza, en la exclusión social, perseguido, presa de la violencia, huyendo con sus Padres a una tierra ajena (Mt 2, 13-15), con otro idioma, otras costumbres, totalmente desvalidos dejando todo atrás para salvar sus vidas de Herodes, si equiparamos esta conducta de la familia de Jesús con la que viven a diario miles de familiar que están dispuestos a arriesgar sus vidas para mejorar su situación económica, estamos siendo llamados a reflexionar en la actitud de indiferencia con la que hemos actuados como Iglesia hasta ahora, La Biblia es muy clara con relación a la actitud hacia los inmigrantes: “No hagan sufrir al extranjero que viva entre ustedes. Trátenlo como a uno de ustedes; ámenlo, pues es como ustedes. Además, también ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Lev 19,34). El reconocimiento de la dignidad de la persona debe comenzar a un nivel muy local, en la familia, la Iglesia y en la comunidad concientizando desde la base de la Iglesia, sensibilizando y actuando. No solo protegiendo al migrante sino en esa dignidad reconociéndole un lugar en nuestra comunidad cristiana, ministrándole y dándole la guía a través de nuestra predicación y practicas cristianas se logre una mejora en sus condiciones de vida y ayudarle a reconocer a Cristo como una esperanza en su camino hacia el lugar a donde espera llegar, acercándole y acercándonos en: – Gratitud, por su cuidado y amor. – Reconciliación: con Dios, con las comunidades expulsoras y receptoras, con su familia, con el mismo. – Perdón por: la desigualdad, por la falta de oportunidades, por la discriminación. –La Biblia para reconocer al carácter de Cristo y retomar la misión que nos encomendó. Tenemos una deuda histórica como iglesias de ambos lados de la frontera con los migrantes, necesitamos ir hacia una santidad social, regresar a los grupos pequeños de ayuda común, no podemos permanecer indiferentes ante las necesidades materiales y espirituales de nuestras comunidades, regresar a los grupos Wesleyanos de ayuda mutua “sin individualismo y con solidaridad humana, renovando la misión en: fe, obras, santidad y ética social” (Melendez, 2005). Bojórquez, R. C. (s.f.). El programa bracero en Mexicali, 1942-1964. Contralinea. Melendez, F. (2005). Pautas para una Teologia Wesleyana Centroamericana contextualizada. Conferencia Teológica para Lideres y Pastores del Salvador. Ortíz, O. O. (2006). Movilidades geógraficas y culturales: cambio religioso y migracion MéxicoEstados Unidos. Economía, Sociedad y Territorio, Vol. 6, No. 22, 399-430. Patricia Block, Ricardo Moreno, Juan Martínez, Pedro Larson. (2006). Dios ama al inmigrante. Los Angeles: Fraternidad Teológica Latinoamericana.