ego Chuparse el dedo Placer instintivo * foto ideasstock.com / corbis / franco vogt Regaños y castigos sólo contribuyen a reforzar el hábito. El acto infantil de llevarse el pulgar a la boca tiene mala fama entre los padres. Sin embargo, es un comportamiento propio del desarrollo del niño que no siempre debe ser considerado un problema / Idalia De León 108+SALUD ego chuparse el dedo Consecuencias físicas del hábito (después de los 3 años) Considerado por pediatras y otros especialistas en salud infantil como absolutamente normal, chuparse el dedo es el gesto que más identifica a los bebés, un comportamiento que asumen con frecuencia incluso en el vientre materno, aún antes de las 30 semanas de gestación. Llevarse el pulgar a la boca, golpear la cabeza contra algún objeto fijo y halarse o enrollarse el cabello son algunas de las conductas repetitivas de la infancia. Forman parte del desarrollo y son prácticas que desaparecen con el tiempo. Chuparse el dedo se convierte en un hábito cuando el niño descubre que le sirve para calmarse, relajarse o bien para estimularse cuando cae en estados de aburrimiento, explica Tamara Salmen, pediatra del Centro Médico Docente La Trinidad, especialista en conducta y desarrollo infantil. “Está descrito en estudios de laboratorio hechos con roedores que cuando se succiona se liberan las hormonas denominadas endorfinas, producidas por el propio organismo y conocidas como hormonas de la felicidad. Las endorfinas son las que provocan ese efecto relajante. Por eso un bebé que succiona dedo o chupón, por apenas seis segundos, pasa a un estado de relajación”, precisa la pediatra. Así, el que unos niños adopten la práctica –y otros no– depende del “descubrimiento” de ese efecto placentero que produce chuparse el dedo, un comportamiento que, muchas veces, está acompañado de otros, como tocarse el ombligo, la oreja o los dedos de los pies. ¿Un problema? Llevarse el dedo a la boca no se considera un problema hasta los cuatro años, precisa Salmen, siempre y cuando el niño no lo haga de manera indiscriminada día y noche: el hábito debe estar limitado estrictamente a situaciones de aburri- • Maloclusión. Comúnmente se produce una mordida abierta, al desplazarse los incisivos hacia fuera debido a la presión que ejerce el dedo sobre los dientes. Si el niño deja el hábito a tiempo (a los 2 o 3 años), los dientes vuelven a su posición original en aproximadamente dos meses. Si continúa y la frecuencia es alta, se requiere la intervención del odontólogo. • Deformación del paladar. Puede ocurrir si el niño tiene entre 5 o 6 años y se chupa el dedo incesantemente. • Alteración de la deglución. El dedo en la boca hace que el chico empiece a tragar con la lengua hacia delante, una condición que contribuye, además, al desplazamiento de los dientes en esa misma dirección. • Gingivitis. El hábito también puede provocar inflamación de las encías. miento o cuando el pequeño necesita relajarse para dormir, por ejemplo. Si el chico pasa demasiadas horas succionando el pulgar –si la mayoría de sus actividades cotidianas las realiza con el dedo en la boca– los padres deberían, de alguna manera, empezar a poner límites. El hábito no implica, en sí mismo, que el niño tenga un trastorno psicológico o de personalidad. “La mayoría de los padres piensa que si su hijo se lleva el dedo a la boca es porque tiene problemas. En este sentido, sólo hay que observar si el pequeño lo hace ante una situación de tensión, por ejemplo, una eventual pelea entre mamá y papá o alguna actividad que le produzca temor”, explica la especialista. En todo caso, para Salmen, además de prestar atención a las causas, es importante atender los efectos del comportamiento. Una de las consecuencias que trae la conducta de chupar dedo es que el niño es percibido 109+SALUD ego chuparse el dedo de manera negativa por sus compañeros. “Algunos estudios demuestran que los pequeños que tienen ese hábito son considerados feos, malos amigos o que hacen cosas que no gustan a los demás. A esto se suma el hecho de que son chicos sometidos a situaciones de estrés adicional, porque siempre están bombardeados por quienes les combaten –no siempre de la mejor manera– el hábito de succionar el pulgar. Los padres terminan, entonces, convirtiéndose en un factor de estrés para el niño”. Otra de las consecuencias, quizá la más perjudicial, es la de carácter físico-bucal. La gravedad del problema es proporcional al tiempo que el niño permanezca con el dedo en la boca, explica Sonia Feldman, odontopediatra del Instituto Diagnóstico: “hasta los 3 años los odontólogos no nos preocupamos mucho de ese hábito porque forma parte del desarrollo del niño, pero después que pasa la barrera de esa edad es necesario actuar, porque está en juego la formación normal de los dientes y de los huesos faciales”. ¿Qué hacer? Existen varios métodos –de aplicación simultánea– para encontrar salida cuando el hábito es un problema. Lo ideal es que el pediatra y el odontopediatra de confianza diseñen un plan para que el niño deje de chuparse el dedo. Los padres son clave en el tratamiento. Entre las recomendaciones más frecuentes figuran: • El primer paso es lograr el consenso familiar en torno a la manera de actuar frente al hábito. Quienes integran el círculo íntimo del niño (incluyendo las maestras) deben evitar el camino de la fuerza y del autoritarismo. Regaños y castigos –está comprobado– sólo contribuyen a reforzar el comportamiento y a alejar su solución. Lo mejor es dejar al chiquillo tranquilo y no reprenderlo. No es conveniente compararlo con otros niños ni avergonzarlo delante de otras personas. • También se puede colocar en el dedo una sustancia especial de sabor amargo. El líquido –de venta en farmacias– se unta antes de que el pequeño se despierte en la mañana: la idea es que el chico lo rechace cuando lo pruebe. Si bien se han registrado casos de niños que se acostumbran a los malos sabores y siguen chupando dedo, está demostrado que a la larga –con constancia– el sistema funciona. Un procedimiento similar es ponerle un guante. • Es eficaz reforzar positivamente al niño cuando no se está chupando el dedo, utilizando expresiones como “¡qué bien!, ¿viste qué lindo se ve el dedo en la mano y no en la boca?”, “¡qué lindo te ves sin chuparte el dedito!”. También se le puede dar un beso o un abrazo. El reforzamiento no debe ser material, sólo afectivo. • Otro método que da resultados favorables es el denominado por los odontólogos “aparato recordatorio”, una especie de rejilla que se coloca en la boca y que puede ser fija (la opción más recomendada) o removible. Comúnmente, se deja entre tres y seis meses, tiempo en que el niño suele abandonar el hábito. • Se recomienda tratar de limitar el tiempo que transcurre el chico con el dedo en la boca. Cuando el niño hable chupándose el dedo, hay que hacerle saber –amorosamente– que no se puede entender lo que dice y que lo más conveniente es que se lo saque para que pueda hablar bien. Igualmente, si el pequeño está leyendo o jugando con el pulgar en la boca se sugiere entregarle otro objeto para que tenga ambas manos ocupadas. • El chupón es una buena opción para que el niño no “descubra” el dedo y tiene menos consecuencias porque se puede eliminar más rápido. Además, está diseñado de manera anatómica. Sin embargo, si el chico pasa demasiado tiempo con el chupón en la boca aprenderá a tragar inadecuadamente y, tal como sucede con el dedo, la disposición de los dientes sufrirá alteraciones. Aún así, los odontopediatras prefieren que succione un chupón. Fu e n t e s c o n s ul t a d a s º Tamara Salmen, pediatra. Centro Médico Docente La Trinidad º Sonia Feldman, odontopediatra. Instituto Diagnóstico. 110+SALUD •