Luis María Díez-Picazo Giménez

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Indicaciones y materiales para la enseñanza de la Constitución
Departamento de Derecho Político. UNED
El presente texto se reproduce con fines exclusivamente docentes,
para su uso por parte de profesores y alumnos
en el ámbito de la enseñanza de la Constitución
Luis María Díez-Picazo, La jurisdicción en España. Ensayo de valoración
constitucional, Madrid: Instituto de Estudios Económicos, 1994.
Extracto
II. La idea de Poder Judicial en la Constitución
(...) Desde un punto de vista funcional, el Poder Judicial se caracteriza por ejercer
determinadas atribuciones o actividades estatales, que pueden resumirse con la noción
de potestad jurisdiccional. Según el art. 117.3 de la Constitución, "el ejercicio de la
potestad jurisdiccional en todo tipo de procesos, juzgando y haciendo ejecutar lo
juzgado, corresponde exclusivamente a los Juzgados y Tribunales, determinados por las
leyes, según las normas de competencia y procedimiento que las mismas establezcan".
Este precepto consagra una visión contenciosa de la potestad jurisdiccional, de suerte
que ésta consiste en resolver litigios o conflictos de intereses a través del mecanismo
dialéctico del proceso, declarando de manera vinculante cuál es el Derecho en el caso
concreto (art. 118 de la Constitución). Para establecer cuáles son las materias que
quedan sometidas al conocimiento del Poder Judicial, es preciso poner en conexión el
art. 117.3 de la Constitución con otras disposiciones del propio texto constitucional: art.
53 (defensa de los derechos fundamentales), art. 24 (tutela de todo tipo de derechos e
intereses legítimos), art. 25 (imposición de penas), art. 103 (control de la actividad
administrativa). La potestad jurisdiccional, de este modo, cubre cualquier tipo de
conflicto jurídico concebible, desde los litigios intersubjetivos --entre particulares, o
entre un particular y un ente público-- hasta el ejercicio del ius puniendi del Estado.
Parar comprender adecuadamente este aspecto funcional de la idea de Poder Judicial, es
imprescindible tener presentes dos principios consagrados por la Constitución, que
pueden calificarse como reserva de Poder Judicial y exclusividad. El primero de ellos,
recogido en el ya citado art. 117.3, significa que la potestad jurisdiccional queda
encomendada únicamente al Poder Judicial mismo o, si se prefiere, que está constitucionalmente reservada a éste. Ello implica que, como garantía de imparcialidad a la hora de
decidir sobre los derechos de las personas, ningún órgano público que no pertenezca al
Poder Judicial puede ejercer funciones de naturaleza jurisdiccional (...). Las dos únicas
excepciones constitucionalmente admitidas son los Tribunales militares (art. 117.5 de la
Constitución) --sólo parcialmente integrados en el Poder Judicial a través de la Sala de
lo Militar del Tribunal Supremo y ceñidos al enjuiciamiento de infracciones estrictamente pertenecientes al ámbito castrense-- y el Tribunal Constitucional (arts.
123.1, 161 y 163 de la Constitución) (...). Por lo que se refiere al principio de
exclusividad, el art. 117.4 de la Constitución dispone que "los Juzgados y Tribunales no
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ejercerán más funciones que las señaladas en el apartado anterior y las que expresamente les sean atribuidas por ley en garantía de cualquier derecho". Este precepto,
tendente a evitar extralimitaciones judiciales y la participación de los Jueces en
cometidos no jurisdiccionales, implica que el Poder Judicial no sólo tiene el monopolio
de la potestad jurisdiccional, sino que su actividad debe ceñirse al ejercicio de la misma,
a menos que una ley le encomiende alguna otra tarea en función de garantía (celebración del matrimonio, autorización de entrada en domicilio, autorización de
interceptación de comunicaciones, etc.).
Desde un punto de vista orgánico, es preciso tener en cuenta el art. 117.5 de la
Constitución, según el cual "el principio de unidad jurisdiccional es la base de la
organización y funcionamiento de los Tribunales". Así, el llamado principio de unidad
implica que todos los órganos judiciales (...) componen una organización única,
denominada precisamente Poder Judicial, y están sometidos a un mismo régimen
jurídico. No es constitucionalmente posible, por tanto, crear jurisdicciones especiales -aparte de la militar, expresamente prevista-- al margen del Poder Judicial, ni, por
supuesto, Tribunales de excepción o ad hoc. El principio de unidad conlleva, además,
que el Poder Judicial es único para todo el territorio nacional; es decir, a pesar de que
España se configura como un Estado compuesto o políticamente descentralizado (...), no
hay Poderes Judiciales regionales o autonómicos.
El principio de unidad así entendido (...) no debe oscurecer, sin embargo, una peculiar
característica estructural del Poder Judicial, a saber: éste, a diferencia de los otros
poderes del Estado, no está formado por un único órgano o por una pluralidad de órganos que actúan de manera unitaria, sino que se trata de un complejo orgánico
policéntrico y descentralizado. No existe, por ejemplo, en la esfera judicial nada similar
al principio de jerarquía administrativa (art. 103 de la Constitución), en virtud del cual
la voluntad de la Administración pública se manifiesta hacia el exterior de manera
unitaria. Antes al contrario, la potestad jurisdiccional es ejercida de forma autónoma por
todos y cada uno de los órganos judiciales, bien unipersonales (Juzgados) bien
colegiados (Tribunales), y, en este sentido, puede decirse que el Poder Judicial se
encarna en todos y cada uno de ellos. Cada órgano judicial es, por sí mismo, el Poder
Judicial.
Conviene señalar, por lo demás, que el principio de unidad y la consiguiente prohibición
de jurisdicciones especiales no impiden que, en aras de una racional división del trabajo,
el legislador atribuya el conocimiento de materias distintas a grupos diferentes de
Tribunales; y ello en el bien entendido de que todos ellos pertenecen al Poder Judicial y
están sometidos, en consecuencia, a un régimen jurídico uniforme. Así, existen hoy en
día en España cuatro órdenes jurisdiccionales: civil, penal, contencioso-administrativo
y social. Lo propio puede decirse de la especialización de ciertos órganos judiciales
dentro de un mismo orden jurisdiccional, como sucede con los llamados Juzgados de
Familia o los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, en los ámbitos civil y penal
respectivamente (...).
Para terminar de perfilar esta visión de conjunto de la idea de Poder Judicial en el
ordenamiento jurídico español, es menester subrayar que la Constitución somete a aquél
a reserva de ley en todos sus aspectos, de tal manera que resulta constitucionalmente
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imposible regular cualquier materia relativa a la organización y el funcionamiento
judiciales directamente a través de reglamentos gubernativos (...).
III. El estatuto del Juez
(...) Es claro que en un Estado democrático de Derecho el valor central, a la hora de
diseñar el estatuto del Poder Judicial, es la independencia; pero no es menos cierto que
ésta admite diversos modos de configuración y distintos tipos de garantías. Por ello, no
basta observar la independencia judicial en sentido estricto, sino que es inexcusable
integrarla dentro del marco más general del régimen profesional del Juez, así como
tomar en consideración otros factores, tales como el gobierno de la judicatura y la
sujeción del Juez al Derecho.
Comenzando por el régimen profesional, lo primero que hay que destacar es que la
Constitución española configura a los Jueces como funcionarios públicos (...). Ello trae
consigo importantes consecuencias, entre las que sobresalen --aparte del severo régimen
de incompatibilidades, incluida la militancia política activa, que se prevé en el art. 127
del propio texto constitucional-- el mecanismo de selección y la existencia de una
carrera. El modo normal de acceso a la judicatura es la oposición (...) El nuevo Juez
queda siempre incorporado, a todos los efectos, a la carrera judicial (...) Dentro de ésta
(...) sus miembros se dividen en tres categorías: Juez, Magistrado y Magistrado del
Tribunal Supremo (...).
La independencia judicial, como es notorio, significa en esencia que los Jueces no
deben sufrir interferencia o perturbación alguna que pueda condicionar el ejercicio de la
potestad jurisdiccional y, por tanto, la aplicación de la legalidad vigente. Es igualmente
sabido que en la independencia judicial suelen distinguirse dos aspectos: la independencia externa, que opera frente a los demás poderes del Estado y el público en general,
y la independencia interna, que funciona dentro del propio aparato judicial.
Las garantías de la independencia externa en el ordenamiento jurídico español consisten
en las ya mencionadas incompatibilidades de los Jueces (art. 127 de la Constitución) y,
sobre todo, en la inamovilidad y la sustracción al Poder Ejecutivo de toda decisión que
incida en la carrera o la situación profesional del Juez; materia que queda encomendada,
como se verá más adelante, al Consejo General del Poder Judicial (...). Por lo que se
refiere a la tradicional garantía liberal de la inamovilidad, se encuentra declarada
solemnemente en el art. 117.1 de la Constitución (...).
La independencia interna, por su parte, (...) establece que, en el ejercicio de sus
funciones, los Jueces y Magistrados son independientes de todos los demás órganos
judiciales, incluidos los de nivel superior. En consecuencia, no sólo prohíbe al Consejo
General del Poder Judicial dictar instrucciones sobre la interpretación y aplicación de
las normas, sino que establece que el único modo en que un órgano judicial de nivel
superior puede corregir la aplicación del Derecho hecha por otro inferior es a través de
los recursos correspondientes (...).
El límite de la independencia del Juez es su responsabilidad, que el art. 117.1 de la
Constitución proclama al lado de aquélla (...). El juez responde por el incorrecto
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ejercicio de sus funciones (...). Las formas de responsabilidad existentes en España son,
aparte de la civil (...), la penal y la disciplinaria. Así, los Jueces pueden ser perseguidos
por los delitos que cometan en el ejercicio de sus funciones y sancionados por las
contravenciones a las reglas del servicio. La responsabilidad disciplinaria es
administrada por el Consejo General del Poder Judicial. En cuanto a la responsabilidad
penal, merece la pena señalar que los Jueces y Magistrados gozan de tres privilegios,
destinados a ponerlos a salvo de ataques indebidos contra su independencia: inmunidad,
en virtud del cual sólo pueden ser detenidos en caso de flagrante delito o por previa
orden del Juez competente y deben ser inmediatamente entregados, en todo caso, al Juez
de Instrucción más próximo; antejuicio, por obra del cual no cabe iniciar un proceso
penal contra un Juez, salvo cuando la acción es ejercida por el Ministerio Fiscal, sin un
procedimiento indagatorio previo del Tribunal competente, para comprobar la solidez
de los cargos y poner al Juez a reparo de querellas intimidatorias; y fuero, a tenor del
cual las causas contra los Jueces y Magistrados sólo pueden ser instruidas y juzgadas
por el Tribunal Supremo o por el correspondiente Tribunal Superior de Justicia,
dependiendo de la categoría del imputado.
IV. El gobierno del Poder Judicial
El gobierno del Poder Judicial comprende la gestión de todos los medios personales y
materiales al servicio de aquél. Por lo que se refiere al personal auxiliar de Jueces y
Magistrados (Secretarios Judiciales, Agentes, etc.) y a los medios materiales (...) siguen
dependiendo del Ministerio de Justicia. Distinta es, en cambio, la situación en lo que
hace a los propios Jueces y Magistrados. Aquí (...) la Constitución ha creado un órgano
diferenciado e independiente del Poder Ejecutivo y, en particular, del Ministerio de
Justicia. Se trata del Consejo General del Poder Judicial, que es un órgano
constitucional independiente de los demás órganos y poderes del Estado, incluido el
propio Poder Judicial. Este último, como ya se ha dicho, sólo actúa y se manifiesta a
través de cada Juzgado o Tribunal, que opera con independencia. El Consejo General no
forma parte del Poder Judicial, sino que se limita a la gestión de la judicatura y carece,
en consecuencia, de facultades para dirigirlo o representarlo.
Aparte de algunas otras atribuciones accesorias -entre las que destaca la designación de
dos de los doce miembros del Tribunal Constitucional-, el Consejo General del Poder
Judicial tiene como función principal tutelar la independencia externa del Poder Judicial
frente al Gobierno y la Administración, sustrayéndoles facultades decisorias en materia
de la relación de servicio de los Jueces y Magistrados, esto es, cuanto afecta a su carrera
y situación funcionarial (...)
El problema más importante que hasta hoy ha suscitado el Consejo General del Poder
Judicial es el de su composición, que viene prevista en el art. 122.3 del texto
constitucional en los siguientes términos: “El Consejo General del Poder Judicial estará
integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte
miembros nombrados por el Rey por un periodo de cinco años. De éstos, doce entre
Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales, en los términos que establezca
la ley orgánica; cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados y cuatro a propuesta
del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre
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abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con más de quince
años de ejercicio en su profesión”.
De la lectura de este precepto resulta claro que el Consejo General no es en modo
alguno un órgano de autogobierno del Poder Judicial. Lo único que literalmente exige la
norma (...) es que doce de sus miembros sean Jueces o Magistrados; pero no impone
que éstos hayan de ser elegidos por el conjunto de la judicatura, ni que el Consejo haya
de ser un órgano de representación de ésta (...). Ahora son elegidos por mitades por el
Congreso de los Diputados y el Senado. De las diez personas designadas por cada
Cámara, por supuesto, seis deben ser Jueces y Magistrados (...).
V. Ordenamiento legalista y función judicial
El último rasgo definitorio del estatuto del Poder Judicial en el ordenamiento jurídico
español radica en que, en el ejercicio de la potestad jurisdiccional, los Jueces no son
libres, sino que deben actuar con sometimiento a la legalidad (...). Así, el Juez no puede
actuar arbitrariamente --o inventar o manipular la norma en cada caso--, sino que debe
aplicar la norma que corresponda al supuesto de hecho, de conformidad con las reglas
que gobiernan el predeterminado sistema de fuentes (jerarquía normativa, interpretación
conforme a la Constitución, etc.). Como garantía de todo ello, existe el deber de
motivación de las sentencias (art. 120.2 de la Constitución) (...). Los Jueces carecen de
un autónomo poder de creación de normas, ya que deben siempre aplicar la ley o las
otras normas a las que ésta permite un espacio regulador; es decir, a diferencia de lo que
sucede en los países anglosajones, en España está constitucionalmente vedado un
sistema normativo basado en el precedente judicial o en el case law. Sólo órganos
públicos directa o indirectamente representativos y políticamente responsables pueden
crear normas jurídicas de obligatoriedad general.
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