Prórroga de jurisdicción y soberanía nacional I. Caracteres

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Prórroga de jurisdicción
y soberanía nacional
Horacio D. ROSATTI*
SUMARIO: I. Caracteres originarios de la soberanía estatal.
II. Los Estados y la globalización. III. La prórroga de la jurisdicción. IV. Conclusión.
I. Caracteres originarios de la soberanía estatal
La noción de soberanía es consustancial a la del Estado moderno, de
modo que el surgimiento de aquel término estuvo vinculado al alumbramiento de los Estados nacionales europeos, en un proceso que se gestó
en la llamada Edad Media y se concretó en la llamada Edad Moderna.1
El Medioevo tardío aporta una novedad sustancial en términos políticos: reemplaza a la lógica irreductible del amigo-enemigo, en función de
la cual el poder dentro de un mismo territorio no podía ser compartido,
dirimiéndose su ejercicio en una disputa de suma-cero que sólo podía
arrojar un vencedor y, consecuentemente, un titular, por el estamentalismo, basado en la lógica de la coexistencia y aun de la convivencia política dentro de un mismo territorio; tal convivencia “vertical” del poder
(papa, emperador, rey, señor feudal) supone un escalonamiento en el que
* Agradezco la colaboración prestada por el doctor Osvaldo Imbrogno y por las
doctoras Andrea Gualde y Ana Badillos, todos profesionales de la Procuración del Tesoro de la Nación, para la elaboración del presente artículo.
1 Hemos descrito el proceso formativo de los Estados nacionales inglés y francés
en: Rosatti, Horacio, El origen del Estado, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2002.
Revista Latinoamericana de Derecho
Año II, núm. 4, julio-diciembre de 2005, pp. 293-305
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la poliarquía no es asimilada a la anarquía y la institución suplanta a la
guerra como principio organizativo.
La organización de esa poliarquía será eficaz si refleja institucionalmente los términos de la comparación entre los poderes. Con la comparación surge la idea de la supremacía, que Jean Bodin traducirá con el
nombre de “soberanía”, definida como “poder absoluto y perpetuo de
una República”,2 siendo ésta “un recto gobierno de varias familias y de lo
que les es común, con poder soberano”.3 El poder soberano es “perpetuo” y “absoluto”.
Es perpetuo porque le pertenece al pueblo o a la Corona —según sea
la forma de gobierno— de por vida, pudiendo éstos concederlo por
tiempo determinado a los gobernantes, que serán entonces “custodios o
depositarios” del poder.4 De este modo Bodin diferencia al Estado “soberano”, corporizado en el pueblo o en el príncipe, caracterizados por su
permanencia, con relación a los gobernantes, por su temporalidad.
El poder soberano es absoluto porque está desligado de las leyes humanas (las anteriores y las propias). “En cuanto a las leyes divinas y naturales, todos los príncipes de la tierra están sujetos a ellas y no tienen
poder para contravenirlas, si no quieren ser culpables de lesa majestad
divina, por mover guerra a Dios, bajo cuya grandeza todos los monarcas del mundo deben uncirse e inclinar la cabeza con todo temor y reverencia”.5
Constituyen atributos del poder soberano: “dar las leyes a todos en
general y a cada uno en particular... sin consentimiento de superior,
igual o inferior”, como también anularlas, interpretarlas, enmendarlas y
establecer privilegios, instituir los oficiales principales, resolver en última
instancia las apelaciones judiciales, otorgar indultos y condonar penas,
acuñar y fijar el valor de la moneda, establecer los valores de pesas y medidas, fijar contribuciones e impuestos, como también exenciones.6
En tiempos de Bodin la soberanía recayó en la monarquía (“gobierno
de uno”), de modo que el carácter absoluto que caracteriza al poder so2 Bodin, Jean, Los seis libros de la república, trad. de Pedro Bravo Gala, Buenos Aires, Hyspamérica, 1989, libro primero, capítulo VIII, p. 79.
3 Ibidem, capítulo I, p. 59.
4 Ibidem, capítulo VIII, pp. 79 y ss.
5 Ibidem, p. 83.
6 Ibidem, capítulo X, pp. 90 y ss.
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berano se trasladó a una sola persona y definió al régimen político dominante de la época, conocido como absolutismo monárquico, cuya manifestación más extrema se conoce con la simbiosis de Luis XIV: L’État
c’est moi.
Con el advenimiento de las llamadas revoluciones burguesas el poder
soberano no cambia en su cualidad básica (el carácter de último o definitivo) ni en su exteriorización (hacer la ley, disponer excepciones a su
cumplimiento, aplicarla a los casos concretos, acuñar moneda, fijar contribuciones, etcétera), sino en su titular y —consecuentemente— en las
modalidades de su ejercicio. El gobierno ya no es “de uno” sino “de la
voluntad general”, una especie de conciencia social unánime e indestructible que nunca se equivoca;7 unanimidad e indestructibilidad que
no se contradicen ni con la intermediación que supone el instituto de la
representación política ni con el ejercicio departamentalizado del gobierno que supone la llamada división de poderes.
Así, con relación a nuestro tema, la función judicial dentro del Estado no sería ya protagonizada en última instancia (o sea en instancia soberana) por el rey, sino por agentes gubernamentales designados por los representantes del pueblo, pero esa última instancia judicial quedaría
dentro de los límites territoriales del Estado.
II. Los Estados y la globalización
1. Relaciones
El espectáculo del mundo político actual dista mucho de aquel que
conociera Bodin y sobre el que dirigiera su atención, preocupado como
estaba por lograr que la poliarquía tuviera contención dentro de un confín político-territorial que evitara la anarquía. Si para Bodin el poder soberano del Estado era la solución al problema de la fragmentación política, asumida como un mal de la época, en los tiempos actuales —signados
por la globalización— el Estado parece ser el problema antes que la solución, y la soberanía (entendida como última instancia decisional) parece no tener que estar ligada al destino de los Estados nacionales.
7 Rousseau, Juan Jacobo, El contrato social, trad. de Consuelo Bergés, Madrid,
Aguilar, 1978, libro II, capítulo 3, y libro IV, capítulo 1, pp. 30-32 y 109-111.
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Aunque en la práctica lo que se ve en el escenario internacional es un
continuo flujo de relaciones entre los Estados nacionales y entre éstos y
las organizaciones internacionales, en el plano del análisis es perceptible
reconocer (y diferenciar) una tendencia globalizadora que actúa desde el
Estado hacia la comunidad internacional y otra tendencia que se mueve
en sentido contrario (es decir, desde la comunidad internacional hacia
los Estados).
Si se practicara un congelamiento de la imagen calidoscópica de vectores e interacciones suscitada entre los actores de la comunidad internacional y se analizara cualitativamente la información, podría observarse que la tendencia no se refiere sólo a la iniciativa (quién busca a
quién), sino también —y fundamentalmente— al sentido en que se direccionan los compromisos (quién obliga a quién).
Desde el primer punto de vista (la tendencia como iniciativa) podría
observarse que, en ocasiones, la iniciativa parte del Estado y en otras de
la comunidad internacional. Haciendo foco en el derecho y con el alcance de un criterio general observamos que:
— En materia de derechos humanos, han sido los Estados nacionales
quienes han tomado la decisión de concretar su reconocimiento
internacional y aun de crear organismos políticos y jurisdiccionales supranacionales encargados de analizar y dirimir los casos de
supuesta violación dentro de sus respectivos territorios.
— En materia de intereses económicos, ha sido el mercado mundial o
la comunidad internacional de negocios —normalmente comandada por los países más desarrollados— la que, una vez conformada, ha generado el acercamiento hacia los Estados, procurando
convencerlos acerca de las ventajas que supone manejarse con
pautas jurídicas homogéneas dentro de un contexto económico
globalizado.
Desde el segundo punto de vista (la tendencia como indicador de compromisos), si bien podría decirse que tanto en materia de derechos humanos como de intereses económicos es la comunidad internacional la que
plantea los compromisos a cumplir por parte de los Estados, mientras en
el primer caso (derechos humanos) tales compromisos carecen de coacción
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legal efectiva (lo que motiva incumplimientos frecuentes tanto por parte
de Estados desarrollados política y económicamente cuanto por Estados
subdesarrollados en ambos sentidos), en el segundo (intereses económicos)
tales compromisos están sujetos a una sanción efectiva, consistente en
el aislamiento del Estado incumpliente y la correlativa imposibilidad de
acceder a los beneficios de la globalización (acceso al crédito, integración
al comercio mundial, etcétera).
2. Desafíos
Si la globalización supone una restricción, una modificación o —en el
extremo— la muerte misma de la soberanía, lo que debe entenderse es
que afecta a la calidad o condición de última instancia de decisión, acción y sanción de un Estado nacional.
Pero si, en cambio, lo que la globalización afecta es la potestad misma
de decisión, acción o sanción del Estado, entonces lo que en realidad estaría haciendo es herir de muerte a la estatidad, es decir, a aquello que
permite reconocer al Estado.
Debatir en torno a la condición y futuro de los Estados a partir de
una globalización que les discute la potestad de erigirse en la última instancia decisional es posible, con más razón si han sido los propios Estados quienes han cedido voluntariamente esa condición; pero discutir sobre el Estado a partir de una globalización que les niega su estatidad, o
sea su condición de ser, es una contradictio in terminis.
Por ello es de la mayor importancia determinar, en cada caso concreto, si la restricción que se propone o se practica —en nombre de la globalización— es a la soberanía o si, por el contrario, lo es a la estatidad.
Dentro de estos parámetros analizaremos la relación justicia nacional-justicia extranjera en orden al establecimiento de la jurisdicción.
III. La prórroga de la jurisdicción
1. En el derecho internacional
A partir de mediados del siglo XX, la comunidad internacional ha ido
mutando desde la primitiva idea de la inmunidad soberana absoluta de
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los países, correlativa al surgimiento y consolidación de los Estados nacionales, en cuya virtud ningún Estado podía ser sometido a los tribunales de
otro,8 hacia el concepto de inmunidad relativa, bajo el cual es posible admitir la jurisdicción de un tribunal extranjero para dirimir conflictos generados a partir de determinados actos del Estado.9
Esta mutación se ha debido, según cierta doctrina, a la intensificación del respeto por el Estado de derecho concretado como tendencia
universal luego de la segunda conflagración mundial, circunstancia que
ha hecho perder cierta inicial desconfianza hacia la supuesta parcialidad
de los tribunales de un país para juzgar la conducta de otro,10 a lo que se
ha agregado la necesidad de dar respuesta a los conflictos suscitados a
partir de la creciente vinculación comercial interestatal.11
El punto de inflexión que ha motivado a los Estados a admitir la prórroga de jurisdicción hacia tribunales extranjeros —y a considerar que
ello no afecta de muerte su soberanía— se afirma en la diferenciación,
clasificación y calificación de los diversos actos estatales. Así, se ha afirmado que ciertos actos constituyen manifestaciones de la soberanía estatal (actos juri imperii), en los que cabe la aplicación de la inmunidad en
sentido amplio o absoluto (y, como una de sus secuelas, la improrrogabilidad de jurisdicción), en tanto otros actos estatales, propios de la actividad comercial, se encuadran dentro del marco del derecho privado (jure
gestionis), en los que domina de modo decisivo el principio de autonomía
de la voluntad, pudiendo ser una de sus secuelas la prórroga de jurisdicción.12
Tal prórroga, en tanto conviene admitir que eventuales controversias
entre las partes contratantes sean dirimidas ante jueces extranjeros (el
8 Knierim, K. Phillip, “Sovereign Immunity from Judicial Enforcement: the Impact
of the European Convention on State Immunity”, Columbia Journal of Transnational
Law, vol. 12, núm. 1, 1973, p. 131.
9 Cárdenas, Emilio J., Algunas consideraciones en torno a la noción de “inmunidad soberana”, en J. A. 1974-710 y ss., Doctrina, Serie Contemporánea.
10 Lauterpach, Hersch, “The Problem of Jurisdictional Immunity to Foreign States”,
28 Brit. Y. B. Int’l L. 220, 1951, pp. 250-272.
11 Allen, E., “The Position of Foreign States Before National Courts 301-301
[1933]”, en Von Mehren, Robert, “The Foreign Sovereign Immunities Act of 1976”,
Columbia Journal of Transnational Law, 17, 33, 1978.
12 Marzorati, Osvaldo, Consideraciones sobre la inmunidad de jurisdicción y ejecución
de los Estados, en E. D. del 28 de abril de 2003, p. 1.
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llamado forum conviniens), sería entonces compatible con la noción moderna o limitada de inmunidad soberana de los Estados, en la medida en
que sus efectos sólo se extienden a los aspectos contractuales de una
transacción que califica como actividad comercial del Estado.
Este criterio es seguido por la Convención Europea en Materia de
Inmunidad de los Estados concluida el 16 de mayo de 1972; por la Ley
de Inmunidades Soberanas de Estados Extranjeros de los Estados Unidos de América de 1976 (Foreign Sovereign Immunities Act o FSIA), y por
la Ley británica de Inmunidad Soberana de 1978.
La FSIA de 1976 reconoce como principio general que: “…un Estado
soberano será inmune a la jurisdicción de los tribunales federales y estaduales de los Estados Unidos con excepción de lo previsto en las secciones 1605 a 1607 de este capítulo” (véase sección 1604).
Entre las excepciones listadas a continuación, es del caso mencionar la
renuncia expresa o implícita al ejercicio de tal inmunidad, y en los términos en que esa renuncia es formulada y, en lo que aquí interesa, cuando
la acción está basada en una actividad comercial llevada a cabo en los
Estados Unidos por el Estado extranjero, o en un acto cumplido en dicho país en conexión con una actividad comercial del Estado extranjero
en cualquier otra parte, o en un acto realizado fuera del territorio de los
Estados Unidos en conexión con una actividad comercial del Estado extranjero en cualquier otra parte y siempre que el acto cause un efecto
directo en los Estados Unidos (véase sección 1605 de la FSIA).
La República Argentina no ha sido ajena a la evolución operada en la
codificación sobre la materia. La ley 24.488 dispone en su artículo 1o.
que: “Los Estados extranjeros son inmunes a la jurisdicción de los tribunales argentinos, en los términos y condiciones establecidos en esta ley”,
y con similares bases que los otros textos extranjeros mencionados, consagra una serie de excepciones, en cuyo caso el Estado extranjero no
puede invocar la inmunidad soberana (véase artículo 2o.).
La conclusión que podría extraerse de las citas precedentes, a partir
de la consideración del carácter excepcional de la prórroga de la jurisdicción, es que tal prórroga debería estar sujeta a cierta condición de reciprocidad entre los Estados. Mirando desde las fronteras hacia adentro,
la reciprocidad en este tema no sería sino la exteriorización del principio
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de igualdad jurídica de los Estados nacionales.13 Mirando desde las fronteras hacia adentro, el reconocimiento internacional de la igualdad jurídica de los Estados no es sino el reconocimiento de su soberanía.
2. En la legislación procesal argentina
El instituto de la prórroga de jurisdicción nacional ante tribunales extranjeros está previsto y regulado en el artículo 1o. del Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación (CPCCN).
Dicha norma comienza declarando, como principio general, la improrrogabilidad de la competencia atribuida a los tribunales nacionales.
Sin embargo admite, a título de excepción, la posibilidad de que
las partes de conformidad sometan determinados asuntos (los exclusivamente patrimoniales) a otros jueces, incluso a jueces o árbitros que actúen fuera de la república, si los asuntos fuesen de índole internacional.
Los límites que la norma en análisis impone para que estos casos
(los internacionales y patrimoniales) puedan prorrogarse son dos:
a) Que los temas no sean de jurisdicción exclusiva de los tribunales
argentinos, y
b) Que no exista ley prohibitiva del instituto.
Por su lado, el artículo 2o. del citado Código aclara que la prórroga
puede ser expresa o tácita, estableciendo los mecanismos por los que las
partes manifiestan dicha voluntad (por ejemplo, convenio escrito, interposición y contestación de la demanda).
El marco normativo reseñado debe ser analizado en congruencia con
las normas constitucionales atributivas de competencia de los tribunales
federales. Así, la eventual demandabilidad del Estado nacional en función de los asuntos precitados no encuadraría prima facie dentro de las
hipótesis de competencia federal por razón de la materia, de carácter improrrogable, sino que se enmarcaría dentro de la (denominada por el
13 Bidart Campos, Germán, Manual de la Constitución reformada, Buenos Aires,
Ediar, 1997, t. III, p. 476.
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CPCCN) competencia territorial (en términos constitucionales) por razón de las personas, susceptible de ser prorrogada.14
En efecto, la exclusividad —y consecuente improrrogabilidad— de la
competencia (jurisdicción) territorial de los tribunales nacionales dimana de las normas atributivas de competencia y distributivas de jurisdicción.
En el caso, el artículo 116 de la Constitución nacional prevé los supuestos en los que la Corte Suprema de Justicia y los tribunales inferiores de la nación resultan competentes, incluyendo “...los asuntos en que
la nación sea parte...”. Dicha norma no establece la mentada exclusividad, de la que pueda inferirse la negativa a diferir el conocimiento de
esos asuntos a tribunales extranjeros.15 Sí lo hace el artículo 117, pero
sólo respecto de las causas en las que deba entender la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, al establecerla únicamente respecto de los supuestos incluidos dentro de la denominada competencia originaria del
tribunal y que son los definidos en dicho artículo (asuntos concernientes a embajadores, ministros y cónsules extranjeros, y en los que alguna
provincia fuese parte), quedando excluidos los asuntos en los que la nación es parte, respecto de los que la Corte toma conocimiento sólo por
apelación.16
De otro lado, la exclusividad de la competencia del tribunal nacional
debe ser expresa, es decir, la norma debe atribuir la competencia o jurisdicción únicamente a un determinado juez o tribunal nacional, con exclusión, o sin que quepa la alternativa de que cualquier otro juez la ejerza.
Se concluye entonces que, en términos constitucionales, la demandabilidad por incumplimiento estatal en cuestiones exclusivamente patrimoniales e internacionales no ingresaría en la zona de competencia exclusiva de los tribunales argentinos; en tal carácter, la improrrogabilidad de
14 Fenochietto, Carlos Eduardo, Código Procesal Civil y Comercial de la nación. Comentado, anotado y concordado con los códigos provinciales, Buenos Aires, Astrea, 1999,
t. I, pp. 34 y 35.
15 Ekmekdjian, Miguel A., Tratado de derecho constitucional, Buenos Aires, Depalma, 1999, t. V, pp. 448 y ss.
16 Sagüés, Néstor P., Elementos de derecho constitucional, Buenos Aires, Astrea,
1999, t. 2, pp. 134, 139 y ss.; Gelli, María Angélica, Constitución de la nación argentina.
Anotada y comentada, Buenos Aires, La Ley, 2003, p. 809; Haro, Ricardo, La competencia federal. Doctrina. Legislación. Jurisprudencia, Buenos Aires, Depalma, 1989, p. 19.
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jurisdicción sólo podría fundarse en una ley especial que así lo estableciera (artículo 1o., CPCCN).
Dicho de otro modo: más allá de las declamaciones, la imposibilidad
de someter una cuestión controversial patrimonial de carácter internacional, en la que intervenga el Estado argentino, a un tribunal extranjero dependerá de una ley que expresamente lo prohíba, contradiciendo
otra norma de igual jerarquía que hoy lo permite.
Entretanto se concrete la voluntad política prohitiva, conviene recordar lo que hace muchos años dijo la Procuración del Tesoro de la Nación: “...quienes dirigen las negociaciones de la república no deben acceder a semejantes cláusulas sino en caso de excepcional importancia y
de absoluta necesidad” (Dictámenes 129:137).
Una reflexión más sobre el tema en análisis: si bien la cláusula local
de habilitación de la prórroga de jurisdicción (artículo 1o., CPCCN)
permite hacerlo hacia tribunales extranjeros y/o hacia tribunales arbitrales internacionales, se considera inconveniente ejercer esta potestad
(que en cualquier caso debe ser aplicada de modo restrictivo por los negociadores, tal como se ha señalado más arriba) hacia tribunales arbitrales que no funcionan como un sistema jurisdiccional.
Entendemos por sistema la interacción de un conjunto de elementos o
componentes heterogéneos que permite dar funcionamiento o explicar
la complejidad de un determinado fenómeno, sea éste natural (un ecosistema), artificial (un automóvil) o cultural (el idioma); tenga escala
macroscópica (el sistema solar), microscópica (el tejido de un ser vivo),
o sea apreciable por el ojo humano sin necesidad de prótesis (el sistema
eléctrico de un motor); revista entidad material (el cuerpo humano) o
sea una creación intelectual (el sistema métrico decimal).
A partir de dicha caracterización es posible diferenciar un sistema, dotado de regularidad y previsibilidad funcionales y orientado a una finalidad específica, de un mero agregado de elementos, dominado por la casualidad y carente de finalidad y funcionalidad propias.
Llevada esta conceptuación a la materia jurídica, es factible deducir
cuán peligroso resultaría prorrogar jurisdicción hacia un régimen jurisdiccional que no se comportara como un sistema, porque entonces el Estado
quedaría al margen de la previsibilidad que dan los precedentes o de la
garantía que supone la posibilidad de cuestionar un fallo ante un tribu302
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nal que pueda enmendar el error de otro que ha actuado previamente y
sobre el que tiene supremacía.
La experiencia jurisdiccional argentina pos-default, rica en enseñanzas
a partir de las desventuras, desaconseja prorrogar jurisdicción hacia tribunales arbitrales patrimoniales que, por imperio legal y más allá de la
voluntad de sus protagonistas, están imposibilitados para funcionar como un sistema, careciendo de la previsibilidad que supone el seguimiento de precedentes, la casación de la jurisprudencia o la existencia de tribunales de alzada.17
Es que la prórroga de jurisdicción por parte de un Estado debe entenderse
como una decisión voluntaria, derivada de un proceso de negociación y
avalada por las leyes del país en función de la naturaleza de los actos involucrados, por medio de la cual el Estado asume la posibilidad de ingresar
en un “sistema jurisdiccional” extranjero pero no por ello imprevisible. La
prórroga así entendida supone un relacionamiento de “sistemas jurisdiccionales” (el local que lo permite y el extranjero que se habilita); tal relacionamiento no se extingue con la habilitación al tribunal extranjero
(por ejemplo, para el caso argentino, el artículo 1o. del CPCCN), sino
que continúa incluso en la hipótesis de la ejecución de lo decidido en
extraña jurisdicción (por ejemplo, artículos 517-519 del CPCCN).
En efecto, de reunirse las condiciones previstas por la ley nacional, la
ejecución de una sentencia extranjera debe satisfacer los requisitos del
exequátur o “autorización para la ejecución”. Se ha afirmado que el sentido de esta institución es el de convertir la sentencia extranjera en título
ejecutorio argentino a través de un proceso de conocimiento o reconocimiento, para lo cual debe determinarse la compatibilidad de esa sentencia extranjera con los principios de orden público del derecho argentino.
Conviene finalmente reiterar que la aceptación de la prórroga de la
jurisdicción, en los términos previstos por la ley argentina, no equivale
ni supone resignar o renunciar a la inmunidad soberana que protege a la
potestad de imperio (ni a los actos realizados en su consecuencia) y que
distingue a los Estados nacionales de los regímenes coloniales.
17 Rosatti, Horacio Daniel, Los tratados bilaterales de inversión, el arbitraje internacional obligatorio y el sistema constitucional argentino, en L. L. del 15 de octubre de 2003,
pp. 1 y ss.
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La Procuración del Tesoro de la Nación ha dicho al respecto:
Los ordenamientos de distintos países (Foreign Sovereign Inmunities Act
de Estados Unidos, de 1976; European Convention on State Inmunity,
ratificada por Austria, Bélgica y Chipre; el decreto-ley no. 2349, de la República de Chile, del 13 de octubre de 1978; la Ley no. 13.998; el decreto
no. 1285/58, ratificado por la Ley no. 14.467 y el decreto no. 9015/63 de
nuestro país), así como los proyectos de los organismos internacionales
(como el Proyecto de la Comisión de Derecho Internacional de la Organización de las Naciones Unidas, publicado en A/CN4/446, Informe de la
Comisión de Derecho Internacional sobre la labor realizada en su 44 periodo de sesiones) y aun jurisprudencia interna de los Estados, obligan a
concluir que la regla general que gobierna esta materia es la inmunidad
de los Estados soberanos... Si el Estado extranjero se somete contractualmente a la jurisdicción de los Estados Unidos y acepta la aplicación del
derecho americano, los tribunales tanto federales como estaduales deberán limitar su intervención en los términos y condiciones del FSIA de
1976, no necesariamente involucrando ese sometimiento —como ya se
ha dicho— una renuncia a la inmunidad de jurisdicción o de ejecución
de ese Estado (véase Restatement of Laws, vols. 1 y 2, al pq. 390 et sus)
(Dictámenes 209:101).
En la misma línea dijo también el máximo órgano de asesoramiento
de la nación que: “...la prórroga de jurisdicción es un concepto sustancialmente diverso al de la renuncia de la inmunidad soberana, aun
cuando poseen evidentes puntos de contacto. La aceptación de la competencia internacional de un tribunal especificado en modo alguno implica
abandonar los privilegios que importa la condición de Estado soberano de
un determinado país” (Dictámenes 209:101). Uno de esos privilegios o
atributos es el de la inmunidad de ejecución de sentencias condenatorias sobre determinados bienes del Estado.
IV. Conclusión
En términos de soberanía, entender la prórroga de la jurisdicción de
un país hacia otro como un relacionamiento de ordenamientos jurídicos y
permitirla en términos de reciprocidad supone afirmar el presupuesto de
la igualdad jurídica de los Estados.
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Pero, también en términos de soberanía, entender la prórroga de la
jurisdicción como un sometimiento de un ordenamiento jurídico hacia
otro, sin reciprocidad y sin reencuentro del ordenamiento jurídico del
Estado prorrogante consigo mismo al final del camino, supone la consagración jurídica de la desigualdad entre los Estados.
Retomando una diferenciación que formuláramos más arriba, concluimos que la prórroga de la jurisdicción entendida como relacionamiento de
sistemas jurídicos supone la aceptación de la tesis de la inmunidad soberana restringida o limitada, actualmente dominante en el ámbito del derecho internacional, en tanto que la prórroga entendida como el sometimiento de un régimen jurídico por parte de otro constituye un ataque a
la estatidad misma.
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