CISTER Y EUROPA

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CISTER Y EUROPA
EUROPA Y NACIONES EUROPEAS
Lo primero que debemos plantarnos es la cuestión de qué entendemos por Europa. El
conocido medievalista Jacques Le Goff, acaba de hacerse una serie de preguntas casi
como portada de una reciente publicación: ¿Ha nacido Europa en la Edad Media?
¿Quiénes son los europeos? ¿De dónde vienen? ¿A dónde van?1. ¿Será simplemente,
como se preguntaba Toynbee, un conjunto de estados, naciones o etnias que ocupan una
Geografía concreta de nuestro planeta? O quizá ¿es una civilización, que se convierte en
el fundamento inteligible mismo de la sociedad humana que llamamos “Europa”? Y
¿qué caracteriza a esta civilización que la distingue de otras y la hace peculiar en un
momento determinado de la historia de la humanidad? Para saberlo no es necesario remontarse a los albores de las civilizaciones. Pero hay un momento concreto de esta concepción cultural que deben reclamar siempre nuestra atención: La polis griega de Pericles y Solón, allá en el siglo VI antes de Cristo, cuando los ciudadanos de Atenas tuvieron conciencia de convivir en plena y respetada libertad. Así nació la democracia, alma
de la civilización europea, y con ella, una lengua y una literatura, una filosofía, unas
artes, una economía, unos juegos, un derecho, e incluso una religión plural y mítica,
capaz de dar sentido a la inmanencia y a la trascendencia de la vida humana. Por eso, se
impone una aclaración necesaria entre lo que es “Europa” como civilización, y lo que
son las “naciones europeas” como entidades políticas, que deben convivir en democracia como los ciudadanos de la polis ateniense, si es que quieren reconocerse como lo
que son.
Me parece de enorme trascendencia la sugerencia al menos de este punto de partida, y
no olvidarlo. Bien que será siempre eso, un inicio, que después se desplegará en la denominada civilización grecorromana, y con una evolución comprensible en las diferentes facetas de una civilización en el decurso de la historia. De aquí se deduce que no es
el cristianismo el que inaugura la civilización europea. Más bien es el cristianismo quien
cabalga ella como un jinete, o quizá mejor como un navegante que se embarca, como lo
expresan real y simbólicamente los llamados viajes de san Pablo, y asume los elementos
europeos adecuados para trasmitir el mensaje de Jesús de Nazaret en unas categorías
que le brinda la ya implantada cultura europea para reformular sus creencias, su moral y
su misma organización como religión oficial y culturalizada.
Pero, ahora debemos atenernos a un período muy peculiar en la historia y desarrollo
de la cultura europea, precisamente en el momento en que van emergiendo las llamadas
“naciones europeas” con sus fronteras todavía muy indefinidas; y sobre todo cuando el
cristianismo influye como nunca en la historia de este continente, de manera absoluta,
hasta tal punto que parece incuestionable a más de uno, que Europa deba su identidad a
la que podemos denominar “maternidad cristiana”. En cierta manera esto es innegable
con respecto a las emergentes naciones europeas. Basta cerciorarse de ello con la evocación del término histórico “sacro imperio romano germánico”. Expresión y acontecimiento al mismo tiempo que podría a ser la matriz del nuevo europeísmo de las naciones. El estado imperial de Carlomagno y un cristianismo intensamente estructurado en
1
Ver J. LE GOFF, ¿Nació Europa en la Edad Media? Ed. Crítica, Barcelona 2003.
2
el poder papal son los dos pilares de aquella sociedad del oscuro medioevo. El Imperio
carolingio quería ser una réplica del viejo imperio romano pero intensamente cristianizado. Por suerte o por desgracia, todo quedó reducido a un proyecto efímero. Los hijos
del emperador se repartieron muy pronto la futura extensión de la Europa central, mientras que por el sur del continente las invasiones del poderío musulmán inquietaban y
provocaban excitantes estrategias guerreras.
En torno al año mil otros ramalazos de restaurar el “sacro imperio” con los emperadores Otones derivan en un rotundo fracaso definitivo, constituyéndose una serie de monarquías débiles. Y al final, se instaura el feudalismo que, sin excluir a las mermadas
monarquías, dividen la sociedad en señores y vasallos, los nuevos libres y los nuevos
siervos, como dos estamentos intransferibles. Entre los señores se encuentran los bellatores y los oratores, o sea, los guerreros, señores en sus castillos que dominan una considerable extensión de hacienda, y los eclesiásticos - alto clero y monjes - que, con sus
eficaces influencias e intervenciones desde sus estamentos espirituales localizados - la
catedral y el monasterio - coadyuvan al estado de poder y a mantener ese statu quo intocable, concebido eternamente por Dios, como lo canta en su poema en pleno siglo X el
obispo Adalberón de Laón: La casa de Dios, o sea, la sociedad feudal, está fundamentada en una triple funcionalidad, intocable 2. Ahí están para garantizarlo el Papa, en su
cátedra de san Pedro de Roma, y el archiabad por excelencia que reside en san Pedro de
Cluny. Por su parte, los nuevos parias, los laboratores, se integran resignados en un
cuerpo de la sociedad, y deben soportar su baja situación con sumisión y humildad, sencillamente porque así lo ha querido Dios al crear la estructura social en la que viven. Sin
embargo, la tendencia hacia un monopoder tensa y enfrenta la doble cabeza temporal de
los señores y los eclesiásticos, con un pronunciado desplazamiento hacia el estamento
eclesial, claramente reflejado en la llamada “Reforma gregoriana”.
El final del siglo XI coincide, tanto para la historia de la iglesia romana como para la
sociedad europea, con la así llamada Edad gregoriana, edad de luchas contra las invasiones y contaminaciones laicas, pero también edad de reformas eclesiásticas, de enfrentamiento abierto contra los abusos del clero, contra las segmentaciones de las costumbres y usos locales que llegaban a comprometer el tejido unitario, y particularmente la
unidad disciplinaria de la Iglesia. En los programas papales campea cada vez más la
oposición entre la una y la única verdad de la que es portador y garante el cuerpo místico eclesiástico, personificado en el romano pontífice, y las costumbres, concebidas como hechos particulares, que agraden a la universalidad de disciplina y de magisterio. La
ciencia, iluminada desde lo alto, portadora, por su naturaleza y vocación, de una aproximación y de un discurso universales, aparece no sólo como garantía de verdad sino de
unidad. Después de todo, la Iglesia logra doblegar al señorío feudal con una moral impositiva despertando al mismo tiempo una intensa convicción de vida y castigos eternos
que, el justo Juez, el Pantocrator, sentenciará un día revisando las existencias individuales de esta caduca existencia humana. Según el espíritu de la reforma gregoriana esta
“Europa de las naciones” es la casa de Dios, regida por unas leyes sagradas que requieren de la sociedad un completo acatamiento. Todo tiene que verse, y se ve, desde Dios,
pero través del mundo eclesial. Aquí nada se toca, nada se mueve, nada evoluciona.
Pero ya en el siglo XII la sociedad europea requería un Corpus Iuris como auctoritas:
sería un depósito sapiencial y normativo corroborado no sólo por el transcurso del tiempo - que precisamente en el medioevo adquiere una gran fuerza incisiva - sino por una
aceptación colectiva, en la medida en que es recibido por una larga cadena de genera2
Cf. PL 141, 781ss; G.DUBY, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Madrid 1992,81-107.
3
ciones y está desvinculado de lo particular. Es la voz de una gran communio, y por ello,
garantía segura de cimentación sólida3. Con este espíritu renace, en base del Corpus
juris de Justiniano, el Derecho Romano-Eclesiástico en Bolonia, por iniciativa del bolonés Irnerio; pero unos años antes, sin gran repercusión, la Orden cisterciense ya había
elaborado en este sentido su documento clave, la Carta Caritatis et unanimitatis, que
indirectamente iba a provocar un gran impacto silencioso en la sociedad europea4.
CISTER Y EL ESPÍRITU EUROPEO
Si para un medieval es imposible girar en sentido contrario la Rueda de la Fortuna, es
impensable saltarse los marcos históricos. El llamado fenómeno cisterciense, que aparece en el seno de la Reforma gregoriana, vive y asume los cuadros de la sociedad feudal.
No podía ser de otra forma. La institución cisterciense representa la nueva subcultura en
la constituida Europa de las naciones. Pero lleva en su misma constitución fontanal un
elemento fermentante que conviene destacar: Una novedad que promoverá la innovación. Por eso denominan a este cuerpo social naciente, no sin extrañeza e incluso con un
tono de menosprecio, como nova religio. Los mismos cistercienses se reconocen a sí
mismos como novedad. Su primera fundación la bautizan sin más como “Nuevo Monasterio”. La subcultura cisterciense inocula el germen de la novedad en la ya vieja, si no
decrépita y paralizada sociedad feudal europea. Se ha divulgado la expresión humanismo cisterciense, y no sin cierta razón. El humanismo cisterciense y en general el del
siglo XII se funda en un desarrollo de la interioridad y la individualidad. Se ha llamado
socratismo cristiano y monástico a esta elaboración de un “conócete a ti mismo”, que se
repite incesantemente en casi todos los escritos de los autores cistercienses, y que esclarece las relaciones de los individuos entre sí formando una comunidad con serias y hondas aspiraciones. Eso no quiere decir que en circunstancias concretas ese humanismo no
se haya empañado en algún momento – como en el caso de la fundación del monasterio
de Pontigny - mostrando un atisbo de inhumanidad. Es inevitable en cualquier institución humana por muy noble que sea, que no proyecte alguna sombra. Pero sería injusto
y ofuscable fijarse tanto en ciertos movimientos inadecuados perdiendo la gran proyección de conjunto.
El humanismo cisterciense, un duro desafío a toda la sociedad feudal
Después de sucesivos y duros escarceos de esta nueva institución para alcanzar su
identidad, al final da con la fórmula vivencial adecuada: la concordia vivida en un género de compromiso comunitario aprovechando los márgenes dejados por la Regla benedictina y el ambiente social5. La comunidad cisterciense también constará de señores y
de vasallos; o sea, el abad-señor-feudal con sus monjes, los nuevos oratores-guerreros;
y los laicos- conversos, barbados e iletrados, los nuevos laboratores. Unos y otros con
un proyecto común y, al mismo tiempo, diversificado y respetando las cualidades de
cada individuo, en orden a la construcción de la comunidad en un ámbito de libertad y
de madurez humana. Cuando la primera comunidad cisterciense se propague, o enjambre - como solían decir - y se extienda a todos los rincones de la Europa de las naciones,
3
P.GROSSI, El Orden jurídico medieval, Madrid 1996, 164.
En 1953, cuando todavía no existía ni la CE, A.C.Breycha-Vauthier, intuyó que la Carta Caritatis, alma
del Capítulo General Cisterciense, era una innovación en el mundo de la Sociedad de Naciones. A fortiori,
podríamos referirnos a la Constitución y organización europea. Ver A.C.BREYCHA-B AUTHIER, Citeaux,
précurseur de l’organisation internationale, en Mélanges Saint Bernard, Dijon 1953, 262-267.
5
Quatenus in actibus nostris nulla sit discordia, sed una caritate, una regula, similibusque vivamus moribus (Carta Caritatis Prior III).
4
4
ese mismo proyecto comunitario de igualdad prevalecerá sobre cualquier intentona de
monopolio individual. El Capítulo General, asamblea suprema de la nueva Orden, es la
máxima autoridad colegiada. En esto se proyecta una crítica y una renovación insólita y
creativa. A un poder único, religioso y temporal, lo reemplaza un colegio fraterno. La
Carta Caritatis es la garantía de esa nueva constitución cisterciense sometida a sucesivas revisiones y relecturas colectivas 6. Estamos ante una nueva e importante base jurídica, revulsiva en esa nueva pero ya avejentada Europa, que, aun provocando fuertes reacciones de repulsa, es aprobada por la misma autoridad pontificia, eso sí, sin que calibrara del todo la trascendencia del documento. Digo sin calibrar el documento, porque
el impacto de la Carta Caritatis, aplicada en el seno de la Orden Cisterciense, suponía
una sacudida para la misma institución eclesial, pronunciándose hacia un magisterio y
organización más colegial, como en cierto modo reivindica el mismo san Bernardo sobre todo en su tratado de Consideratione7.
Parece como si estuviéramos ante un renacimiento de la fontanal civilización europea,
como si reviviera de alguna manera la polis griega en el seno de la sociedad feudal
cuando cada hombre se sentía libre desarrollando en un ambiente adecuado sus mejores
aptitudes. Nos hallamos ante una nueva polis, el monasterio cisterciense, que adopta una
configuración religiosa, sociopolítica y geográfica, completamente nueva respecto al
monasterio tradicional. Aquí no existen abadías y prioratos como en la institución cluniacense. Aquí hay iglesias, como decían ellos, esto es, convocados libremente para
vivir y ocupar unos lugares en compromiso humano religioso y social, adoptando la
forma simbólica de “un pulpo”. Con este término me refiero al cuerpo central del monasterio, que extiende sus tentáculos en una serie de kilómetros a la redonda, fundando
y estableciendo las llamadas “granjas”, y manteniendo entre ellas a una distancia mínima de 11 kilómetros, para prevenir cualquier tipo de rencillas entre sus ocupantes respectivos; es el lugar donde los nuevos laboratores, libremente asociados, ejercitan su
creatividad variada, y a veces con la ayuda de gente mercenaria del lugar, mercenarii
homines, y siempre sujetos a las órdenes de un responsable de entre ellos, el magister
grangiae, o grangiarius, que a su vez estaba bajo el control del cellerarius del monasterio 8. Por lo general, un monasterio cisterciense, incluyendo sus granjas, computaba su
personal con un tercio de monjes y dos tercios de legos o conversos9. Los frecuentes
contactos con la comunidad central respectiva y la vinculación con el maestro de conversos, que procuraba de alguna manera ir limando la rudeza de costumbres a la luz de
una elemental formación cristiana y monástica, orientaba a estos hombres liberados hacia su individual madurez en vistas al misterio del más-allá, tan presente y acuciante en
toda la sociedad medieval. Ser converso era considerado como una promoción social del
campesinado ambiental. Simplemente este dato muestrea que el supuesto aislamiento de
las comunidades cistercienses no es frío e impermeable. Los monasterios están envueltos en los mismo problemas de la gente, incluso suscitan una amplia gama de ellos por
su carácter innovador. Pero, eso sí, siempre defiende su libertad inmiscuyéndose con
frecuencia en los asuntos humanos alcanzando, incluso, altos y complicados niveles
políticos. Han sabido dar respuestas a cuestiones múltiples que ellos mismo suscitaron,
6
ver. J.B.AUBERGER, L’unanimité cistercienne primitive: mythe ou réalité? Achel 1986, 25-41.
A pesar del artículo Bernard et l’expression “plenitudo potestatis”, aparecido en Bernard de Clairvaux.
Comisión de l’Ordre de Cîteaux, Paris 1953, 345-348. Ver también mi libro Presencia Cisterciense
476ss; y G.R..EVANS, Bernard of Clairvaux, Oxford University, 2000, 161-165.
8
Puede verse, por ejemplo, respecto al monasterio de Poblet el régimen señorial y la explotación agraria,
en J.SANTACANA TORT, El monasterio de Poblet (1151-1181), Barcelona 1984, 301-426.
9
Ver una muestra en la lista de monasterios de Centro-Europa que nos ofrece A.SCHNEIDER, Die Konversen, en Die Zistercienser, Geschichte, Geist und Kunst, Köln 1977, 46-50.
7
5
pero sin crisis internas destacables, como sería la pérdida del sentido mismo de su carisma misional en la sociedad del momento10.
No sería improcedente de aplicar aquí el sentido de un primer renacimiento cultural
europeo, como un anticipo a los renacimientos posteriores de los siglos XIV y XV en
Italia y en los Países Bajos, cuando el hombre se sentía libremente creativo e innovador
en los ámbitos de las artes y de las técnicas.
EL PROYECTO CISTERCIENSE, EXTENSIBLE A TODOS LOS RINCONES DE LA GEOGRAFÍA
EUROPEA
El proyecto cisterciense muy pronto cobró una asombrosa realidad en todas las regiones de este viejo continente: desde las regiones escandinavas y las frías regiones polacas
hasta España; desde las Islas Británicas hasta la isla de Sicilia. La Geografía Europea se
siente invadida rápidamente por el fenómeno cisterciense, caracterizado por una proyección espiritual monástica inseparable de un proyecto de transformación políticosocial. Podríamos representarnos solamente el período de máximo esplendor, de 1120 a
1200 - unos ochenta años - cuando un millar de monasterios y sus granjas, con un promedio de 200 miembros en cada comunidad se sienten comprometidos en una renovación e innovación humano social innegable. Un proyecto humano, cristiano-espiritual y
socio-político, impresionante, revisado cada año comunitariamente en las asambleas de
los Capítulos Generales.
Clave renovadora del proyecto cisterciense
Kart Marx concebía su peculiar filosofía de la historia desde el ángulo de su materialismo histórico, como una proporción perfectamente ajustada entre una infraestructura,
siempre material y una supraestructura social y cultural. Pero siempre la pauta la tendría la infraestructura. Desde ella habría que calibrar todos los fenómenos y acontecimientos históricos de las sociedades y nos proporcionaría la clave para lograr en un supuesto día escático una sociedad anhelada y no menos utópica, sin clases sociales. En
cierta manera los cistercienses, en principio, no hubieran visto con malos ojos estas teorías marxianas; incluso da la impresión que se anticiparon a esta especie de intuición del
padre comunismo. Porque los cistercienses percibieron inmediatamente que lo primero
que se requería para vivir en libertad como personas comprometidas en un proyecto
común era configurar y asegurar una infraestructura material, que debía de estar en
consonancia con las formas de vida de la sociedad feudal. Sólo en esto ya fueron unos
innovadores. Hasta entonces las instituciones eclesiásticas, y sobre todo la institución
cluniacense vivía a merced de una llamada economía de regalo. Significo con ellos a los
beneficios incesantes de los reyes y grandes señores que, para asegurar su alma en la
vida del más-allá, se mostraban espléndidamente dadivosos con la institución de los
oratores, mientras éstos vivían del don y pagaban la generosidad de los donantes con
prolongadas y fatigosas salmodias y oraciones. Pero esta economía además de ser improductiva y ruinosa era vinculante con el buen señor que, en última instancia, quería
asegurarse y fijar en la iglesia del monasterio el lugar de su descanso definitivo.
El cisterciense se dio cuenta que ése no era el mejor procedimiento para alcanzar una
libertad digna en esta vida. Y crearon un nuevo estilo de infraestructura material: la llamada economía de beneficio11, más conforme con su compromiso de pobreza fecunda12,
10
Cf. M.MOUSNIER, Impact social des abbayes cisterciennes dans la société meridionale aux XIIe et
XIIIe siècles, en Citeaux 50 (1999) 67-82.
11
Cf. L.K.LITTLE, Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa medieval, Ed. Taurus, Madrid 1980.
6
y por la que aceptaban un don sin compromisos vinculantes externos. Las únicas reminiscencias consistían en una serie de obligaciones espirituales que contraían, como celebración de misas a intenciones de los donantes, en vida y después de muertos. Estos
bienes, no fungibles, inmuebles, la mayoría de las veces consistentes en terrenos incultos - llanuras, valles y altozanos – en viñedos y bosques, servían de explotación gracias
sobre todo al trabajo de los hermanos barbados o conversos. Eso sin contar el primer
terreno de base libre, o sea, el lugar de asentamiento del mismo monasterio, cuya característica solía ser un valle fecundado por alguna corriente de agua, más o menos pronunciada. En una cultura eminentemente agraria, la tierra y el agua constituían la base
elemental de una infraestructura en libertad que, trabajada y explotada en un proyecto
incesante de inventiva y creatividad se verá diversificada en un variado progreso a favor
de la comunidad y de la sociedad europea del momento. Sabemos que la economía de
beneficio reportaba una gran libertad también a los laboratores asociados libremente al
monasterio vinculados a través de los hermanos conversos, sobre todo del magíster
grangiae. Las reacciones, a veces virulentas, de ciertos factores del feudalismo son
comprensibles hasta cierto punto. Los señores no se resignaban fácilmente a desprenderse de sus vasallos, porque advertían una seria merma en sus intereses personales sin
importarles lo más mínimo la mejora y el progreso del vasallo y, por ende, de la sociedad del momento. El trabajo libre y remunerado, a través de la economía de beneficio,
era una bocanada de aire fresco y renovador para la sociedad medieval13. Los cistercienses, mediante la economía de beneficio, al liberar a los vasallos de la dependencia al
feudo14, dinamizaron la movilidad geográfica de la gente, que es la mejor disposición en
un contexto de crecimiento social y económico. Pero ciñéndonos al trabajo, promocionaron la especialización valorizándolo como el mejor medio de promoción del individuo y favoreciendo por lo mismo el desarrollo del salario y la identificación profesional15.
Diversificación de la clave convertida en planes
La clave de esta infraestructura estriba en la llamada materia prima en general, dispar
conforme a las necesidades y los recursos que cada comunidad encontraba en su ubicación y en orden a la calidad de las primeras donaciones que los grandes señores agraciaban a los monjes advenedizos al lugar. Para garantizar la calidad de cada materia prima
un subgrupo de conversos y también quizá de mercenarios o asalariados trabajaban bajo
el estrecho control de un converso, llamado magíster casarum. Él orientaba el trabajo
parcial y vigilaba el lugar y el modo concreto llevar de la explotación16. Así se cuenta
que un grupito de conversos del monasterio de Walkenried, entre 1216 y 1226 dirigían
el taller de fundición que existía ya desde 1188 para separar de la escoria el cobre fundido.
12
Exord.Cist I,4 ; cf. CHR. WADDELL, The Exordium Cistercii, Lucan and Mother Poverty, en Citeaux 33
(1982) 379-388.
13
Cfr. L.GRILL, Saint Bernard et la question sociale, en Mélanges Saint Bernard, Dijon 1953, 194-210.
Ver las actividades económicas derivadas de la economía de beneficio en los monasterios cistercienses de
Castilla en V. A. ÁLVAREZ P ALENZUELA, Monasterios cistercienses de Castilla (s. XII-XIII), Valladolid
1978.
14
Sobre el concepto y sentido evolutivo de la expresión feudo, en principio, vinculada a pecus, véase
M.BLOCH, La sociedad feudal Ed.Akal, Madrid 1986, 178-190.
15
Cf. M. MOUSNIER, Impact social, a.c. 83ss.
16
Pero siempre bajo el control remoto de Capítulo General. Cf. L.M.SULLIVAN , Workers in Cistercian
legislation (1134-1237), en Citeaux 40 (1989) 175-198.
7
a) Plan hidráulico
Sin duda ninguna, que la intencionalidad primera de estos nuevos moradores de los
desiertos, o mejor, de los bosques medievales, fue el máximo aprovechamiento de la
energía hidráulica, mediante canalizaciones, presas, molinos de agua17. El agua le servía
de ornamento, de limpieza. Supieron montar las primeras piscifactorías, imprescindibles para quienes por Regla se habían comprometido a una abstinencia de carnes. La
energía hidráulica es, sin duda, la primera industria que los cistercienses renovaron,
multiplicaron y proyectaron en la sociedad europea del momento. Un informe del siglo
XIII sobre la función de la energía hidráulica en el monasterio de Clairvaux, prueba la
importancia de la mecanización como factor primordial de la economía medieval. Ese
documento es casi un himno a la tecnología 18. Se hubiera podido aplicar a todos y cada
uno de los 742 monasterios de la orden cisterciense, puesto que los monasterios, en regiones tan alejadas unas de otras como Portugal, Escocia, suecia o Hungría, estaban
construidos según planos semejantes y poseían el mismo sistema hidráulico.
El agua servía para todo en los monasterios cistercienses, la producción se adaptaba a
las materias primas locales. En algunas regiones, como en Provenza, los molinos fueron
modificados para poder machacar las aceitunas. Allí donde encontraban minerales, se
montaban molinos para colar el hierro. El informe claravalense menciona cuatro operaciones industriales que necesitaban de la energía hidráulica: machacar el grano, tamizar
la harina, abatanar los paños y curtir las pieles. Es también muy probable que la fuerza
hidráulica haya sido utilizada en avivar los fuelles para calentar las tinas de cerveza. El
agua corriente servía tanto para usos domésticos como industriales. Circulaba por tubos
de piedra, o de plomo, hasta la cocina, para cocer alimentos, lavar y regar; y sobre todo
para arrastrar las inmundicias y los excrementos del necessarium o letrina. El agua atravesando el valle centraba la vida del claustro cisterciense 19.
b) Plan agrícola y textil
Junto con la energía hidráulica los cistercienses contribuyeron como nadie a la llamada revolución agrícola20 y sus derivados, en la durmiente sociedad europea del momento. Las variaciones climáticas han sido constantes a lo largo de los siglos. Serios estudios han probado que el clima en el continente europeo e incluso en las Islas Británicas,
atravesó un período de sequía en torno a comienzos del siglo XI. El período seco y cálido desempeñó un papel determinante en la reducción de los bosques que cubrían hasta
el momento gran parte del continente. El análisis del polen muestra que el crecimiento
de los bosques se detuvo en algunas regiones. Esta disminución permitió roturar con
menor dificultad y utilizar el viejo arado romano, para el cultivo de cereales. Los cistercienses supieron aprovechar la ocasión y extraer el máximo rendimiento en sus granjas
a través de los hermanos conversos mediante el talado de árboles, el drenaje del terreno
y la roturación de millares de hectáreas de bosque y de monte bajo.
Por otra parte, en las Islas Británicas los monjes se especializaban en cría y explotación del ganado vacuno y lanar21, trasladando sus productos al continente mediante sus
17
Cf. G. C ARVILLE, Cistercian Mills in Medieval Ireland, en Citeaux 24 (1973) 310-318.
Cf. ERNALDUS, Vita Prima S.Bern 5,31: PL 185, 285d; Descriptio positionis monast. Claraevallensis:
PL 185,569-571.
19
Cf. J.GIMPEL, La revolución industrial en la Edad Media, Madrid 1981, 11-13.
20
Cf. L.CHAMPIER, Citeaux, ultime étape dans l’aménagement agraire de l’occident, en Mélanges Saint
Bernard, Dijon 1953, 254-261 ; J.GIMPEL, o.c. 43-54.
21
Cf. G.C ARVILLE, Economic Activities of Cistercians in Ireland, en Citeaux 22 (1971 278-299;
J.GIMPEL, o.c, 54-65.
18
8
propios barcos. En algunas regiones flamencas y germanas, los cistercienses cubrían los
terrenos de vides y cultivaban el mejor vino para la exportación, también con sus propias embarcaciones a lo largo del caudaloso Rhin, sobre todo hacia Colonia 22. El activo
comercio vinícola suplantó, en estas zonas del corazón de Europa la explotación del
cereal. Ya desde los comienzos, el llamado “Nuevo Monasterio”, fue agraciado desde el
comienzo de importantes viñedos que la comunidad supo explotar. Ante tal oferta y
demanda, los monjes desarrollaron notables técnicas de viticultura y vinificación a lo
largo del siglo XII e incluso del XIII. La dedicación a estos menesteres no era del todo
ajena al espíritu benedictino. La misma Regla de san Benito permite a los monjes beber
con moderación23.
De la tala de bosques extraían la madera, útil para diversos usos como también para el
mercado; y de la lana y las pieles de animales elaboraban los monjes sus propias vestimenta y su calzado, y también servían para su venta externa24.
c) Plan industrial
No podemos pasar por alto la explotación minera y siderúrgica sobre todo en las granjas cistercienses. Todo comienza por la extracción y la confuguración de la piedra que,
en la Europa medieval, era en sí misma una industria bastante más importante que las
restantes operaciones mineras reunidas25. Sobre la piedra aplicaban los principios matemáticos más elementales, como base de sus moradas monacales, en un principio, claramente sencillas, y progresivamente más complicadas, recordemos que el proyecto de
construcción coincidía en principio con el proyecto de madurez humana. La piedra cuadrada era imagen del hombre maduro. Por eso, nada nos debe extrañar que un arquitecto
cisterciense fuera un excelente maestro de novicios. Me refiero a Acardo, monje de
Clairvaux26. Y todo porque la arquitectometría, o la medida de la construcción, y la
antropometría, o la medida del hombre, convergen. La piedra cuadrada se proyecta en
el claustro también cuadrado. El corazón de la vida cisterciense medieval será siempre
el claustro cuadrado, con sus cuatro dimensiones o alas, diferenciadas según sus funciones: el ala del claustro adosado a “la iglesia” es símbolo del homo spiritualis, el ala
adosada a “la sala capitular” lo es del homo animalis, o sea, en cuando dotado de un
anima, capaz de recibir una formación; el ala del claustro adosado al “refectorio” simboliza al homo corporalis; y el ala contigua a “la portería” representa al homo socialis.
El claustro es la auténtica ciudad amurallada, y sus cuatro galerías perfectamente ensambladas expresan el proyecto de educación integral de la persona del monje medieval.
22
Lo mismo podíamos referirnos al aprovechamiento por parte de los cistercienses portugueses del caudal
del río Duero en su último tramo por tierras lusitanas. Ver A.J.MORAIS B ARROS, Os Mosteiros de Cister e
o aproveitamento do Douro, en Actas del IX Centenario de la fundación del Cister. II Congreso internacional sobre cister en Galicia y Portugal Vol IV, Ourense 1998, 2059-2077; también el trabajo colectivo,
Cister no vale do Douro, Porto 1999.
23
Ver RB 40. A pesar de estas advertencias, los riesgos en los que se ocupan en estas ocupaciones suscitaron la máxima preocupación del Capítulo General de la Orden, celebrado en 1237: Se prohíbe el uso de
bebidas fermentadas durante el período del año que abarca desde el primer domingo de Adviento hasta
el domingo de Pascua. Porque en las grajas sobre todo, había hermanos alcoholizados, que había provocado ya todo tipo de excesos, reyertas e incluso asesinatos.
24
Cf. W.RIBBE, Die Wirtschaftstätigkeit der Zistercienser im Mittelalter: Agrarwirtschaft, en Die
Zisterzienser o.c. 203-215.
25
Encantadora y admirablemente ambientada en su contexto medieval es la novela de F.P OUILLON , Les
Pierres sauvages, Seuil Paris 1964. Un auténtico himno a la piedra y sus protagonistas, los hermanos
conversos que trabajan en la edificación del monasterio de Thoronet, en Provenza.
26
Cf. Exordium Magnum III, 20; Cf. H.H AHN, Die Frühe Kirchenbaukunst der Zistercienser, Berlín
1957, 75.
9
De hecho el monje está llamado a vivir ahí toda su vida, a transitar de un ala a otra, como en una procesión incesante; esto es a cuadrangularse, ya que el símbolo medieval
del hombre maduro es el homo quadratus, como Adán, en su situación previa al pecado27. Podríamos relatar la vida de cualquier cisterciense medieval apuntando a la manera de cómo cuadranguló su vida durante un número concreto de años.
También los cistercienses desarrollaron otra explotación como material de construcción menos costoso y tan funcional como la piedra, me refiero al ladrillo, elaborado
como una especie de mezcla entre arcilla y un tipo de producto que extraían de las canteras, semejante al cemento. El monasterio germano de Zinna se especializó en esta
nueva modalidad que alivió notablemente su economía.
De la piedra pasaron al metal; porque en las canteras encontraron diversos tipos de
minerales. Algunas canteras sorprendentemente para muchos conversos se conviertían
en yacimientos de hierro. Mejor que mejor, como vulgarmente se dice, para renovar sus
fraguas instaladas generalmente no lejos de esas minas. Existen actas de donación de
yacimientos mineros al monasterio de Clairvaux. Pero lo que más sorprende es la la
intensa explotación siderúrgica en los monasterios alemanes de Marienstatt y Walkenried. En el trabajo del hierro y luego del acero, se especializaron las forjas de los monasterios galeses de Tintern y Grace Dieu 28 en la fabricación de instrumentos de trabajo,
como martillos, hachas y hoces. Hallamos otro foco considerable de producción siderúrgica en monasterios del suroeste de Inglaterra, en la región de Gales. Algunos de
estos monasterios eran reputados por su especialización en extraer y fundir los minerales, como el de Cymer, al norte de la región, y sobre todo el de Valle Crucis, más al
norte, que se convirtió en un potencial del acero, del plomo y del cobre en toda la región, y con poderosos medios de exportación29. Pero a la producción siderúrgica, se
asocian otras no menos importantes para la industria del momento: las extracciones carboníferas y salinas, destacadas también en los monasterios alemanes y galeses, como
Salem no lejos de Salzburgo, y los monasterios galeses de Margam y Niet 30. La sal despertaba en el medioevo europeo un verdadero apetito. Por eso, varios monasterios trabajaron con éxito sus terrenos salinos desde los comienzos. Interesada estaba en ello la
comunidad de Morimond, la madre de la mayoría de los monasterios cistercienses alemanes31.
El comercio
Hablar de comercio 32 es mencionar mercados, forum, y ferias, nundinae. A los mercados acudían con sus productos, sarcinae, a veces de lejos. Pensamos en los medios de
transporte marítimos de monasterios irlandeses, ingleses y galeses. Para asegurar sus
mercancías se procuraban ya un derecho de naufragio ante posibles tempestades en la
travesía marítima. Esta especie de seguros eran públicos y conocidos para los monasterios galeses de Titern, Neath, Margam y Aberconwy; y en el caso de naufragio tenían el
27
Los medievales tenían en cuenta las cuatro letras de A-D-A-N, como programa de perfección escatológica y divina, con sus cuatro dimensiones, como Dios: longitud, anchura, altura y hondura; pero en microcosmos.
28
Cf. D.H.WILLIANS II, 328,
29
Cf. G.V.P RICE, Valle Crucis Abbey (1952) cit. en D.H.WILLIANS, The Welsh Cistercians, Cyoeddiadau
Sistersiaidd, Caldey, 1984, Volm II ,336-333.
30
Cf. D.H.WILLIANS , o.c. II, 327-328.
31
Cf. W.SCHICH, Die Wirtschaftstätigkeit der Zistercienser im Mittelalter. Handel und Gewerbe, en
K.ELM, Die Zistercienser, Ordensleben zwischen Ideal und Wirklichkeit, Bonn, 1980, 232.
32
Cf. M.MAYR, Die Wirschaftsfürung der Zistercienser im Mittelalter und das Konzept der strategischen
unternehmungsfürung en AnalCist 54 (2002) 217-245.
10
derecho de ser socorridos y rescatar, en la medida de lo posible, las mercancías33. Normalmente los monasterios tenían ya sus puestos concretos de venta en las ciudades en
donde mercadeaban los conversos. Si los monasterios galeses llevaban sus productos a
la cercana capital de Bristol; los conversos de Heiligenkreuz, a Viena. Todavía un plano
mercantil de la ciudad de Colonia, de 1571, muestra los puestos que tenían los conversos de los monasterios de Altenberg, Eberbach y Kamp34. Normalmente se permutaban
los productos, y se llegaba a formar una clientela humana específica por los frecuentes
contactos, a veces fustigada duramente por los capítulos generales. Las nundinae, o ferias de mercados, llegaban a ser acontecimientos incontrolables con repercusiones en
los comportamientos personales de los mercatores35. El Capítulo General estuvo seriamente inquieto por los problemas ocasionados a la Orden en los mercados36. San Bernardo entendía la preocupación de este sector mercantil y escribe una de las más hermosas parábolas con el propósito de que no se descontrolara y, de alguna manera, intentaba
evangelizarlo: El reino de los cielos se parece a un monje comerciante que, al enterarse
de la apertura de un mercado, preparó su mercancía para exponerla en la plaza37. En
este párrafo introductorio Bernardo expresa las cuatro palabras claves del comercio:
monachus negotiator, nundinae, sarcinae, forus. E inmediatamente después la tensión
“comprar vender” (vendere-emere).
Equilibrio estructural del cisterciense medieval trasmitido a la sociedad
de naciones europeas
Mientras la infraestructura funciona relativamente sana y próspera, la supraestructura
marcha, como vulgarmente se dice, sobre ruedas. Y si la infraestructura tira del carro
resulta fácil montar en él unos esquemas y proyectos espirituales sobre fundamentos
vitales y materiales saneados, que encajan con el espíritu y la exigencia de la sociedad
del momento. Eso sí, había que revisar constantemente la infraestructura, y no sólo por
las asambleas anuales de los Capítulos Generales, sino también impregnando a los sostenedores de la infraestructura, los hermanos Conversos, con factores supraestructurales de moralidad, espiritualidad y doctrina cristiana y cistercienses, como expresan, las
dos obras emblemáticas de finales del siglo XII y principios del XIII, que resumen la
intencionalidad y preocupación de mantener una armonía lo más equilibrada posible
entre los dos elementos de la proporción38. Me refiero al Diálogo de los Milagros, obra
del cisterciense Cesáreo de Heisterbach, que nos ofrece unos cuadros de contenido moral a través de una exuberante inventiva de supuestos comportamientos de hermanos
conversos, y, al Gran Exordio de Cister, de Conrado de Eberbach, que relata de forma
fantasiosamente milagrera y portentosa los orígenes y primeros desarrollo de la Orden.
De esta forma una inteligencia, aunque pobremente capacitada, podía despertar y alimentar las aspiraciones más hondas y sobre todo una vivencia en la libertad propia de
esa época. La importancia de mantener este equilibrio era, para entonces, más trascendental de lo que podemos imaginar hoy en día. Y eso, por una sencilla razón: el hombre
33
Cf. D.H. WILLIAMS , o.c. II, 330-331.
Cf. W.SCHICH, a.c. 227.
35
Inst.Gen.Cap. LIII: Periculosum quidem est minusque honestum religiosis freqentare nundinas nominatas; sed quia paupertas nostra hoc exigit, ut de rebus nostris vendamos vel necesaria emamus, quibus
talis incumbit necessitas potuerint ire ad mercatum vel nundinas, non tamen ultra tres dietas vel ad plus
ultra quattuor; nec plures de monachis vel conversis quam duo de una abbatia…
36
Stat.1157, 35: Multa de mercatoribus nostris querela est, multa confusio.
37
Ver la parábola completa en OCSB VIII, 486-499.
38
Cf. W.RÖSENER, Geistigkeit und ökonomie im Spannungsfeld der Zisterciensischen lebensform, en
Citeaux 34 (1983) 245-274.
34
11
medieval de aquella Europa que nacía fragmentándose en fronteras y lenguas diversas,
ignoraba la fragmentación en su constitución individual y colectiva. Se sentía persona
entera, unificada en su infra-estructura vital, a la que daba sentido una supra-estructura
de valores que aquélla alimentaba, y que a su vez ambas, infra y supra-estructura, se
coadunaban en la meta-estructura, o trascendencia a la que aspiraban. Es el magnífico
programa del hombre libre desde la dimensión de una proporción armoniosa y trascendente; porque siempre el llamado “otro mundo”, o “el trasmundo”, está acuciantemente
presente en esos ambientes39.
El hecho, por ejemplo, de que el alma misma se manifestara a aquellos hombres en
una forma corporal no es la menor de las paradojas de ese sistema de vida en la sociedad de aquella Europa medieval. El alma se representa habitualmente en forma de hombrecillo o de un niño; y pude tomar incluso formas materiales más desconcertantes. Esto
nos sugiere un pasaje de la obra mencionada, Diálogos de los Milagros, donde los demonios juegan con el alma como si fuera una pelota. Para la sociedad medieval lo sagrado se revela con frecuencia en ese turbador contacto entre lo espiritual y lo corporal.
Pero lo sagrado, está íntimamente vinculado con el vivo sentido de la trascendencia,
que es, en última instancia, lo que mantiene fuertemente cohesionada la doble estructura. Los valores espirituales son la clave del hombre europeo en el medioevo. Y esto lo
advertimos, a simple vista en la misma institución cisterciense. Por tanto, es imposible,
una economía, sin un espíritu, una industria sin un sentido de libertad; una agricultura
sin una responsabilidad comunitaria. Así podíamos ir combinado aspectos de la infra y
la supra-estructura en la condición humana y también, como no, en la exigencia ambiental del momento abocada siempre a un absoluto trascendente, la meta-estructura.
Desde esta dimensión el cisterciense medieval y su circunstancia es un paradigma impregnante en la sociedad de la Europa fragmentada en naciones. Viene a ser lo mismo
ser cisterciense en Escandinavia, que en la península Ibérica. Los matices geográficos
cambian muy poco. Los Capítulos Generales medían a todas comunidades cistercienses
que integraban la Orden casi por el mismo rasero, según aquel principio fundamental de
la Carta Caritatis Prior: “Obligados a separarnos corporalmente en las diferentes regiones (de Europa) nos mantenemos indisolublemente conglutinados en nuestras almas”40.
Aquí vale la pena despejar el horizonte medieval de lo que yo me he atrevido a llamar
“el dinamismo poético del espacio” en la polarización tensa pero ineludible de cuerpo y
espíritu, por la que se conjugan diversidad y unidad en una incesante mezcla de belleza
y de valor renovado, como en un caleidoscopio.
La domesticación del espacio, un estilo de ecología integral
Todo cisterciense medieval, radicalmente localizado en su proyecto de libertad y madurez, transige, desde que adopta su opción libre de compromiso, con un ideal de vida
eremítica en principio mal concordado con las realidades demográficas políticas y sociales del tiempo. Pero es un espacio real en el que las horribles y vastas soledades son
un recuerdo aleatorio. Ellos trataron de alimentar la ilusión de la naturaleza virgen y de
sustentar el sueño del desierto a través de una verdadera poética del espacio. La extraordinaria virtud onírica de los topónimos cisterciense no escapa a los contemporáneos41.
39
Cf. B.P.MCGUIRE, Mística y espiritualidad en el Exordium Mágnum cisterciense, en I Congreso internacional sobre Mística Cisterciense (Ávila 9-12 de octubre de 1998), Zamora 1999, 235-250; H.R.
PATCH, El otro mundo en la literatura medieval, FCE, Madrid 1983.
40
Prologo: corporibus divisi animis indissolubiliter conglutinaretur.
41
Cf. J.LAURENT, Les Noms des monastères cisterciens dans la toponymie européenne, en Saint Bernard
et son temps I, 1928, 168-214.
12
Para el historiador cluniacense Orderico Vital, embriagan como un néctar a quienes lo
oyen e invitan a gustar la felicidad que expresan; incluso para nosotros sigue aún intacto
el poder evocador de vocablos que sugieren la belleza de lugares: por la magia de la
palabra, los monjes han abstraído a veces de una materia mediocre u hostil la belleza de
unos valles - Bonacomba, Bellacomba, Belval, Boneval, Valbuena -, la majestad y serenidad de los montes - Belmonte, Monte de Dios -, la frescura de una aguas y la pureza
de unas fuentes - Fuentefría, Aguafría, Aguabella, Aguahermosa - y, más preciosa todavía, la claridad que irisa arroyos y ríos - Valleclaro, Pantanoclaro, Claraval -. También expresan el amenazante horror de los estanques – Lagonegro -, la profundidad de
los bosques – Granselva -, los abruptos cortes de terreno - Lugarcreciente, Vallecreciente, Escala-Dios -. Todo para decir bellamente que esas comunidades han domesticado un espacio natural arrancándolo de su irracionalidad caótica.
Raramente el sueño cisterciense habrá tenido más dominio sobre la realidad que en
esta tentativa de resurrección de una naturaleza ya enajenada por el hombre. Al lado de
esta utopía ecológica grandiosa, las demás referencias a la vida del desierto nos parecen
completamente pueriles y de poca monta. Porque para los cistercienses el desierto de los
Padres del monacato Antiguo es el bosque abrupto y caótico del suelo europeo, que
ellos pretenden armonizar o racionalizar42, según se entienda, como símbolo de su trabajo ascético.
Esta domesticación racional del espacio suscita tres tareas en vistas a la libertad integral de la persona:
-
Armonización del sitio. Es lo más elemental. La pauta clave y única es la distribución del agua que atraviesa el dominio adoptado, tan necesario para montar la
vida comunitaria como ya hemos dicho. Siempre será el agua el primer elemento como empeño arduo de racionalización del lugar.
Armonización de tareas. Concierne a los actos esenciales de la vida monástica.
El orare et laborare et legere, se corresponde con los espacio precisos, distribuidos para adaptar los volúmenes espaciosos tales como el claustro y el capítulo, el locutorio, el calefactorio, el refectorio, la cocina y el dormitorio.
Armonización de personas. Si el monasterio no lo ocupa más que una sociedad
restringida, esta sociedad, verdadero microcosmos ciudadano, resume la diversidad del mundo y de la sociedad. Para san Bernardo es un destello de la Jerusalén celeste, símbolo también de la virtud del ánima colectiva en su equilibrio
psíquico y moral, adornada con las cuatro virtudes cardinales, como las cuatro
murallas y ángulos de la ciudad apocalíptica. Verdaderamente, la concepción
funcional del monasterio y su organización social son indisociables de su dimensión mística.
Como polis, o ciudad ideal43, el monasterio cisterciense responde a todas las necesidades de una sociedad racional y ordenada. Como el espíritu en la carne, el monasterio
se levanta en medio de un calvijar, en donde la naturaleza vegetal es laboriosamente
domesticada, arrancada a su turbulencia y a su somnolencia 44. Desde el comienzo del
42
Cf. M.B.BRUUN, The Cistercian Rethinking of the Desert, en Citeaux 53 (2002) 193-211; J.LE GOFF, El
desierto y el bosque en el Occidente medieval, en Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval,
Barcelona 1991, 25-39.
43
Ver ELREDO, STemp2: Observémonos en nuestra ciudad. Amurallada ciudad es nuestra Orden, fortificada por todas partes con buenas observancias como si fueran muros y torres para que no nos engañe
nuestro enemigo ni nos aparte del ejército de nuestro Emperador. Ver también TH.RENNA, The city in
early cistercian thougt, en Cîteaux 34 (1983) 5-19.
44
Cf. G.DUBY, L’Europe au Moyen Âge, Saint Amand, Flammarion 1984, 83.
13
Medioevo, conjuntos comparables a grandes ciudades se habían organizado, como Sant
Gall, entre otros monasterios, en el interior de las murallas. Cuando la norma cisterciense se define, cinco siglos de experiencia benedictina ya habían creado formas de urbanismo monástico de lo más diversificado. En su clausura el monasterio cisterciense se
presenta como un conjunto coherente y completo, una obra de arte en el control del espacio y en organización social.
Un valor protegido para una sociedad débil
El multiforme impacto cisterciense en la sociedad del momento, a pesar de su repercusión, supuso una presencia frágil, como cualquier equilibrio armonioso. La nueva
ciudad que nacía, requería una defensa externa. Lo reclamaba desde el principio protección y ayuda como cualquier valor. Se dio el favor externo por parte de la suprema autoridad eclesiástica, mediante concesiones. Ese favor se traduce jurídicamente por privilegio. Sin duda el más paradigmático es el llamado Privilegio Romano, del papa Pascual
II, conocido también como Desiderium quod, promulgado el 10 de Octubre de 1110,
que representa el climax y la conclusión del original Exordium Parvum. El gozne del
documento se sitúa evidentemente en el término quies, que representa el clima necesario
y buscado en el original impulso de la comunidad de Cîteaux, para vivir libremente conforme a sus propósitos. Es interesante la relación de los términos ascéticos jurídicos
quies- libertas, que enmarcan el quehacer vivencial de esta nueva institución, y que necesita, cual tierna planta, de una seria protección frente a duros embates externos. Claro
que todo esto no supone aún la formal y explícita exención jurídica, como acontecerá
más tarde con la bula Monasticae sinceritas de Lucio III, promulgada el 21 de noviembre de 1184. Gracias a estos privilegios la Orden se consolida y va adquiriendo su propia vigor, hasta que los mismos Pontífices Romanos caen en la cuenta de su trascendental importancia para consolidarse ellos todavía más en su poder sagrado, sobre todo
cuando de del seno de la misma orden surgen elementos militares defensores capaces de
repeler agresiones de enemigos que pudieran alterar el orden social vigente. Me estoy
refiriendo a las órdenes militares, apéndices de una u otra manera de la institución cisterciense: sobre todo las Órdenes de Calatrava y Alcántara en los reinos hispánicos45.
La Presencia cisterciense, un fenómeno ocasional, con huellas imborrables en la Europa de las naciones
Lentamente a lo largo del siglo XIII, con la consolidación de la civilización urbana, y
las nuevas corrientes de pensamiento con sus cambios sociales correspondientes, contribuyeron a la desvirtualización de la orden que, a finales del siglo, deriva en descomposición con la desgraciada creación de los abades comendatarios, hasta la época de la
Reforma. Una de las claves esenciales del proceso de desvirtualización ha sido la anacronía vocacional de hermano converso. En la nueva civilización urbana ya no valía la
pena de ingresar en el monasterio para realizarse como persona en todos los aspectos,
ahora las ciudades de las naciones europeas presentaban una oferta muchísimo más
atractiva mediante los gremios. Se imponía la civilización urbana, por otra parte, tan
temida por el acendrado ruralismo monástico cisterciense46. Si a esto vamos añadiendo
las exacciones de todo tipo que los poderes reales aplicaban implacables sobre los monasterios el panorama no podía ser más desolador. Eso sí, la orden se vio en la necesidad de cambiar de estilo, para ellos acontecen serias transformaciones que no cesarán
45
Cf. F.GUTTON, La chevalerie militaire en Espagne, en Citeaux 31 (1980) 251-265.
Puede verse esta reacción en el tratado A los clérigos sobre la conversión de san BERNARDO: Huid de
Babilonia, echad a correr y salvaos. Salid a toda prisa hacia las ciudades de refugio, donde podréis
hacer penitencia de vuestros extravíos pasados…(37).
46
14
hasta las misma Revolución Francesa. Pero ya, como dice Toynbee, es incapaz de ofrecer respuestas y provocar desafíos. He aquí el signo de su decadencia. He aludido a esto
para fijar el marco de mi exposición. Lo restante excede de los márgenes de esta presentación.
Y quizá, preparando la conclusión, podemos preguntarnos: ¿cuál es la huella esencia e
imborrable que la Orden cisterciense, en su momento de mayor pujanza, dejó en la naciente Europa de las Naciones? El mismo sentido de la civilización europea de la vieja
polis helénica, eso sí, en un enmarque medieval. El hombre es un ciudadano, educado
para la libertad, que debe desarrollar sus potencialidades de madurez en un clima propicio. Por encima de las regiones y de las variedades de lengua y religión, el europeo deberá mantener un diálogo continuo con la cultura y las creencias de los demás, buscando
sinceramente la verdad, como llevó este intercambio en los primeros cistercienses medievales a mantener contactos con la escuela judía de Rashi para encontrar la mejor verdad en los textos bíblicos, o como hubo contacto con la cultura islámica en determinados lugares en lo referente a elementos artísticos de edificación. Sin la Orden cisterciense los reinos europeos no habrían conocido el vivo impulso de crecimiento en la economía, el comercio, las técnicas; y sobre todo no habrían sido marcados con ese sello
pluricultural en la unidad de la persona. La Europa actual tendrá que desfragmentarse y
encontrar la armonía de sus proporciones en un sano equilibrio entre su infra-estructura
y su supra-estructura de valores y creencias en un sistema de relaciones libres entre
individuos, fruto de una herencia común que deberá someterse a una constante valoración y control colegial, nunca la irracional totalitaria. Pero esto ¿será posible sin un reencuentro con el misterio de la trascendencia meta-estructural? Es la forma de revitalizar la civilización de la vieja polis ateniense, el alma de Europa.
Juan Mª de la Torre
Monasterio de Armenteira
(Pontevedra)
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