He encontrado un par de rostros que expresan bien lo que significa

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EL AMOR QUE ASOMBRA
(Juan 3:16-18)
INTRODUCCIÓN.Para hacernos una idea de lo que significa asombro, Chesterton contrapone dos frases: Una,
del Salmo 8 de la Biblia, en la que un individuo maravillado al ver el cielo y las estrellas
exclama: ¿Qué es al hombre para que de él te acuerdes? Otra, la que dijo un coronel
malhumorado en su club: ¿Es ésta una chuleta digna de un caballero?
En la primera hay asombro, porque el hombre valora la grandeza y belleza del entorno
inmerecido en que Dios le ha puesto; en la segunda hay queja porque el coronel entiende que
la chuleta no está a su altura, que él merece más.
Nuestra capacidad de asombro por el amor de Dios expresado en Cristo, será mayor o menor
según nos veamos como el escritor del Salmo 8 o como el coronel de la historia.
He encontrado un par de
rostros que expresan bien
lo que significa asombro.
I.- EL AMOR DE DIOS.El apóstol Juan sí se maravilla al ver lo que supone el amor de Dios. “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que crea en Él, no se
pierda, más tenga vida eterna” (v.16) La expresión ‘de tal manera’ debe entenderse como un
amor que es de un grado tan infinito y ha sido mostrado de forma tan impactante que sólo
puede ser expresado con ese ‘de tal manera’. Porque el asunto es que fue un amor tan fuerte,
que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo dio para venir a este mundo que, en términos
generales le desechó a Él. Y vino para salvarnos con su vida perfecta y sobre todo pagando por
nuestro pecado, siendo levantado en una cruz. No vino para ayudarnos a ser algo mejores, sino
para ser nuestro Salvador.
Y la cuestión es que no lo hizo a regañadientes, ni por deber, sino por un amor tal hacia
nosotros que ‘soportó la cruz y menospreció la vergüenza’ (Heb. 12:2), que todo ello supuso,
simplemente porque nos amaba lo indecible.
¿No sabéis que cuando alguien ama mucho está dispuesto a pagar un precio muy alto por
tener a la persona que ama? Hay una parte en la vida de Jacob que ilustra bien lo que un
intenso amor es capaz de hacer por la persona que ama. “Como Jacob se había enamorado de
Raquel, le dijo a su tío: —Me ofrezco a trabajar para ti siete años, a cambio de Raquel, tu hija
menor. Labán le contestó: —Es mejor que te la entregue a ti, y no a un extraño. Quédate
conmigo. Así que Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba
muy enamorado de ella le pareció poco tiempo”. (Gen. 29:18-20)
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Siete años, que al final fueron 14, es un precio muy alto, es mucho tiempo, pero a él le pareció
poco porque la amaba mucho. Para Jacob, no sé por qué, Raquel tenía un valor extraordinario.
A mí me asombra igual, que Jesús estuviera dispuesto a pagar tanto precio por salvarme a mí.
Pero es porque Él me tuvo un amor y me valoró de una forma increíble, yo no lo puedo
comprender. Si tú descubres ese amor quedarás asombrado, aunque como me pasa a mí, te
cueste comprender por qué Alguien ha querido pagar tanto por ti.
Permitidme una referencia personal. Cuando pienso en mis primeros 21 años, antes de llegar a
conocer al Señor, ahora sé que viví todo el tiempo para mí mismo, para ser más grande, más
fuerte y más poderoso. Seguramente porque a algún nivel inconsciente sabía que, en el fondo,
no era ninguna de esas cosas. Era un excelente estudiante, un fuerte, perseverante y
voluntarioso atleta, en fin un buen chico. Cuando me convertí y hablé con mi familia de que
era un pecador que había encontrado perdón en Jesucristo, todos saltaron a la vez: tú no eres
pecador, eres una buena persona, un excelente muchacho. Pero su valoración, como la de la
mayoría era superficial, que sólo ve lo aparente.
Yo en cambio sabía bien que todos mis esfuerzos en los estudios y en el deporte estaban
orientados a crecer yo, a ser más fuerte; todo era en dirección hacia mí. Por eso cuando
descubrí que Jesús se entregó completamente por mí, no me lo podía creer. En Juan 12:32 leí:
“Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” Allí había Alguien
que estaba dispuesto a ser crucificado (levantado de la tierra) para atraerme a mí. Alguien que
verdaderamente tenía el poder para bajarse de la cruz, para acabar con todos, pero que
prefería quedarse en ella para atraerme a mí.
Asombro es poco decir, cuando percibimos el amor de Dios manifestado en Cristo. Nadie que
lo descubra quedará indiferente.
II.- CÓMO SE CONDENA EL SER HUMANO.En un sentido profundo, nadie se condena por los pecados que hace. Estos son simplemente la
expresión de su separación de Dios, de su condición caída. El religioso o moralista no lo
entiende así. Se esfuerza por no caer, porque cree que así se salva, aunque consigue pocas
veces no seguir cayendo. Cuando logra cierta aparente victoria, tiene una mirada de orgullo y
superioridad hacia quienes no logran vencer. Si en cambio su experiencia es de frecuente
derrota o fracaso se sentirá tan hundido que envidiará a los que piensa que son superiores; se
sentirá aplastado sin dignidad, paralizado. Así que el orgullo y la humillación son dos caras de
la misma moneda. El hombre religioso o moralista, aunque él no lo sabe, está jugando a nada.
Porque la cuestión es que “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para salvarlo por medio de él”. (v.17) Es decir, Jesús en su primera venida no vino a juzgar a
nadie, lo hizo para pagar el rescate de todas las personas del mundo, ya que están perdidas y
por tanto necesitan salvación. No se trata de darnos una ayudita, sino de que nosotros no
podemos y necesitamos alguien que nos salve, un Salvador. Y Él fue, y es, ese Salvador. Se
quedó en la cruz porque inexplicablemente nos amaba y nos valoraba muchísimo.
Así que la condena ahora para el hombre es, si no acepta a ese humillado Salvador. La
salvación es si acepta al Salvador, y la condenación es si no lo acepta. Eso es lo que nos dice el
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siguiente versículo: “El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado
por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios”. (v.18) Y fijaros bien, al no acudir a
Cristo (al no creer en Él), lo que el hombre demuestra es que ya está condenado; de hecho
mientras no acude a Cristo es un claro síntoma de que está condenado, porque no ha acudido,
no ha creído en la persona y obra del Hijo de Dios.
Así que el Salvador ya hizo lo que tenía que hacer, el asunto ahora es si esa salvación tan
grande que Él ha hecho encuentra asombro o no en tu corazón. Veamos un ejemplo de esto:
Cierto turista estaba visitando un gran museo en el que abundaban las obras maestras de un
valor incalculable, de belleza intemporal y de indiscutible genio. Al final del recorrido, dijo al
guía: ‘¿Sabe lo que le digo? Que no me parecen gran cosa sus viejas pinturas.’ A lo que
contestó reposadamente el guía: ‘Caballero, le recuerdo que estas obras no están en tela de
juicio; pero los que las contemplan, sí.’
CONCLUSIÓN.Eres tú, soy yo, como aquel hombre del salmo 8 del que hablamos al principio que al
contemplar el amor de Dios decía maravillado: ¿Qué es al hombre para que de él te acuerdes?
Este hombre dirá con asombro como Juan: ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo…’ O,
somos como el coronel que, tan centrado en sí mismo, pensaba que la chuleta no estaba a su
altura. Así sabrás si estás salvado o aún perdido.
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