Cuando Sicheni, antigua capital de la Samaría, situada cerca del Garizim, donde Josué edificó el templo á Jehová y Jesús convirtió á la Samaritana en el pozo de Jacob, consagró rey á Abimelecb, la gran ceremonia se efectuó debajo de una corpulenta Encina. {Jueces, cap. 9, v. 6.) La irrupción de los Romanos atraviesa los confines de la Judea, y salvando las cumbres del Líbano se acerca á la ciudad deicida, aproximándose el momento de la desolación y de la ruina del Templo, vaticinado por Zacarías; el Profeta escita el llanto de los pastores, y dirigiéndose á las Encinas, símbolo del poderoso, las dice: «Aullad, Enemas de Basan, porque cortado está el Bosque fuerte. (Cap. 11, v. 2). Entre las sabias disposiciones de la legislación hebrea había un precepto higiénico de g r a n importancia , la prohibición completa de alimentarse de carne de cerdo, medida saludable para aquel clima. Sin embargo de este mandato espreso , en algunos puntos de Judea, particularmente en Gesara, la Galilea de los gentiles, muchos se dedicaban al ilícito comercio de vender á los Romanos sus grandes piaras de cerdos, que se criaban con mucha facilidad y economía, por la g r a n abundancia de bellota de sus montes. El Señor, á la vez que hizo u n milagro, castigó la escandalosa conducta de los Gesarenos. Acababa Jesús de entrar en este país predicando su doctrina evangélica, cuando se le presentaron dos endemoniados y le ruegan que los libre de tanta desgracia. Los espíritus de las tinieblas, cual legión horrible , atormentaban á aquellos infelices , dando es-