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 7-AUGUSTO
Y LA REORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA DE HISPANA
1. Planteamiento
Pocos periodos cambiaron con tanta profundidad la Historia de
Roma como el comprendido entre el 32 a. C., en el que Octaviano se
hizo con el consulado, y el 27 a. C. en que él mismo –dotado ya de
unos poderes, una honorabilidad, una reputación y una fortuna
extraordinarias– devolvió al Estado las excepcionales prerrogativas que
aquél le había entregado para combatir la supuesta traición de Antonio
contribuyendo –según las propias palabras de Octaviano en su
testamento político, las Res Gestae diui Augusti– a generar una res
publica libera, un “Estado salvado” . Durante ese periodo, y sin atentar
en ningún momento contra la legalidad republicana, Roma transformó
su régimen de una República consular a un Principado de carácter
monárquico. Si el periodo fue clave para Roma no lo fue menos para
las provincias. Augusto se dio cuenta de que la solución a los
problemas que habían caracterizado la crisis tardorrepublicana –entre
ellos la progresiva “contaminación” de la política de la Vrbs con los
conflictos en provincias– pasaban por una necesaria reorganización
provincial y, en ese proyecto, la Península Ibérica –que había resultado
clave en el ascenso de Pompeyo y de César– fue uno de los baluartes
fundamentales. Augusto pasa por ser el primer y principal
reorganizador administrativo de las –ahora, desde el 13 a. C.– tres
provincias hispanas contribuyendo, además, a su explotación,
integración cívica y vertebración territorial de un modo que sería válido
durante todo el Principado y cuyas huellas y validez histórica todavía
pueden rastrearse en la actualidad.
2. Esquema de contenidos básicos
Planteamiento general
a. La crisis tardorrepublicana y la solución augústea
b. Principales componentes de la crisis y su manifestación
en el caso hispano
c. Augusto, precursor de la importancia estratégica de las
provincias hispanas en el Alto Imperio
2. Rasgos generales de la política internacional de Augusto
a. La división provincias senatoriales/provincias imperiales
b. La descentralización administrativa
c. La desmilitarización de la vida pública
1.
28 d. El carácter civilizador del ejército y de la política
3.
La labor de Augusto en la Península Ibérica
a. Augusto, pater Hispaniarum
i. Los primeros contactos de Augusto con la Península
Ibérica (46-29 a. C.)
ii. Las guerras cántabras (desde el 27 a. C.) y la
propaganda augústea
iii. La pacificación del Norte peninsular (24 y 19 a. C.):
el Edicto “de El Bierzo”
b. Las reformas de Augusto en la Península Ibérica
i. Las reformas militares: fundaciones coloniales,
repoblación, construcción pública y presencia militar
ii. Construcción pública y vertebración territorial: la
explotación del territorio, la urbanización y la
conexión por la red viaria
iii. La reforma provincial: provincias y conuentus
iv. La política cívica: colonización y municipalización
4. Conclusión
3. Síntesis
El último siglo de la República romana había puesto de
manifiesto que tres eran los problemas clave del modelo constitucional
romano que se revelaba, además, totalmente desfasado por cuanto que
ya no podía compatibilizarse el gobierno de la Vrbs con la gestión de
un vasto imperio territorial, a saber: la omnipresencia del ejército y de
la violencia en la vida pública, la continua retroalimentación entre la
política de Roma y la política –normalmente militar y bélica– de las
provincias y, en definitiva, la necesidad de una solución unipersonal
de carácter extraordinario y mejor cimentada, desde luego, que el
fallido intento cesariano del 44 a. C. Precisamente, la solución a esos
tres problemas la aportaría Augusto con una política en la que –como
él mismo afirmaría en su testamento– consiguió “adueñarse de todo”
(potitus rerum omnium) contando con “el beneplácito de todos los
sectores sociales” (per consensus uniuersorum). Y, en ese sentido, la
Península Ibérica fue un escenario privilegiado –entre el 27 y el 5 a. C.,
al menos– de los objetivos de separación Senado/Princeps, de
descentralización administrativa, de desmilitarización de la vida
pública y de uso civil del ejército que el nuevo régimen llevaba consigo.
Las Hispanias pasaron, tras el final de las guerras cántabras hacia el
15 a. C., de ser tierra de conquista a ser un territorio perfectamente
integrado y ampliamente reorganizado.
29 Aunque Augusto –entonces todavía Octaviano– había conocido la
Península Ibérica, especialmente la Vlterior, en la época en la que
César, hacia el 46 a. C., había solicitado auxilios para su lucha contra
Pompeyo y legados suyos como Domicio Calvino –en el 39 a. C.–
habían administrado el territorio, fue una campaña en principio
marginal y de fines propagandísticos –las guerras cántabras– la que, a
partir del 29 a. C. puso a Augusto en contacto directo, de nuevo, con el
solar peninsular y con sus posibilidades económicas y estratégicas. El
clamor romano por la victoria augústea en Actium ofrecía al nuevo
Princeps la posibilidad de consolidar su poder con una campaña de
prestigio en un territorio amplio, ubicado prácticamente en el finis
terrae del Imperio y con grandes posibilidades mineras: el Noroeste
peninsular. Así, con ayuda de Agripa, a partir del 27 –y de modo
discontinuo pues hubo algunas revueltas sucesivas en los años 24-23
y 19 a. C.– Augusto emprendió la pacificación del área cántabra –en
sentido amplio pues las campañas se extendieron por territorio astur
como evidencia el bronce de “El Bierzo”, fechado en el 15 a. C. (AE,
1999, 915)– y, a resultas de la misma –y durante ella– la proyección,
fundamentalmente desde el año 16 a. C., de su profunda reforma de la
organización peninsular. Una reforma que, en principio, tuvo su base
en el ejército al que ya a medida que avanzaba la guerra había
concedido beneficia diversos como lotes de tierra para sus veteranos, al
abrigo de la fundación de colonias (Augusta Emerita, por ejemplo, en
Mérida, BA).
El contenido de las reformas de Augusto en Hispania afectó,
fundamentalmente, a cuatro puntos: el ejército, la construcción
pública, la administración provincial y la integración cívica. La
proliferación de las fundaciones coloniales (Augusta Emerita, Caesar
Augusta –Zaragoza, Z–, Astigi –Écija, SE–, Acci –Guadix, GR– o Tucci
–Martos, J–), el acantonamiento de tres legiones –la IV Macedonica, la
X Gemina y la VI Victrix– en varios puntos del Noroeste y, en un
segundo momento, el auxilio prestado por algunos de sus veteranos a
la reorganización del Nordeste peninsular en términos de
infraestructura, el trazado de una completísima red viaria por la costa
mediterránea (la vía Augusta) y por el interior (la vía de la Plata y la vía
hacia el Pirineo desde el Valle del Ebro) y la promoción jurídica de
comunidades al estatuto municipal constituyen algunos de los
estandartes de dicha labor. Pero, sin duda, la reorganización de la
administración hispana en tres provincias –la antigua Vlterior ahora
dividida en Lusitania y Baetica junto a la Citerior o Tarraconense– y la
división de cada provincia, para facilitar la proximidad de la
administración al ciudadano y para descentralizar el aparato estatal,
30 en conuentus, constituye la medida de mayor alcance y calado de este
periodo clave en la Historia Antigua de la Península Ibérica.
4. Bibliografía complementaria
Sobre la obra augústea en Hispania, con algo más de detalle que
la Unidad Didáctica, se ofrece, nuevamente, una síntesis en GÓMEZPANTOJA, J. L.: “Hispania en el Alto Imperio”, en GÓMEZ-PANTOJA, J. L.:
Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica. Vol. II. La Iberia
Prerromana y la Romanidad, Sílex, Madrid, 2008, pp. 435-486,
especialmente pp. 450-475 aunque el capítulo aborda también la
incidencia julio-claudia y flavia en la Península. Como en otras
ocasiones, la bibliografía final –y los comentarios previos a la misma–
de dicha obra –en este caso, del capítulo referido– resultan de
extraordinaria utilidad actualizando la que ofrece la Unidad Didáctica,
en cualquier caso, válida y de referencia. Otros títulos clave relativos a
la labor de Augusto en Hispania o a algunas de sus fuentes y
consecuencias son SÁNCHEZ-PALENCIA, F. J., y MANGAS, J. (Eds.): El
Edicto del Bierzo. Augusto y el Noroeste de Hispania, Fundación Las
Médulas, Madrid, 2000; RODRÍGUEZ COLMENERO, A.: Augusto e
Hispania: conquista y organización del Norte Peninsular, Universidad:
Seminario de Arqueología, Bilbao, 1979 (clásico como los de GRIMAL,
P.: Le siècle d’Auguste, PUF, París, 1985 o ECK, W.: Augustus und seine
Zeit, Beck, Munich 2003); y OZCÁRIZ, P.: Los conventus de la Hispania
Citerior, Dykinson/Universidad Rey Juan Carlos, Madrid, 2006. El
manejo de una edición de las Res Gestae diui Augusti puede, además,
resultar interesante, por ejemplo: ALVAR, A.: “Las Res Gestae Diui
Augusti. Introducción, texto latino y traducción”, Cuadernos de
Prehistoria y Arqueología 7-8, 1981-1982, pp. 109-140 y,
especialmente, FATÁS, G., y MARTÍN-BUENO, M.: Res Gestae Diui
Augusti, Universidad Popular, Zaragoza, 1990.
Uno de los puntos clave de la política augústea –y, en general, de
la definitiva integración de Hispania en la órbita de Roma desde finales
de la República hasta la época flavia– lo constituyó el fenómeno de la
colonización y de la municipalización, estudiado en A. A. V. V.: Aspectos
de la colonización y municipalización de Hispania, Museo Nacional de
Arte Romano, Mérida, 1989 y en ORTIZ DE URBINA, E. (Ed.): Teoría y
práctica del ordenamiento municipal romano en Hispania, UPV, Vitoria,
1996, ambos con contribuciones regionales firmadas por los mejores
conocedores del fenómeno. Con carácter sintético –pero fundamental
para entender la administración hispana heredera del sistema
augústeo– puede verse el histórico trabajo de ABASCAL, J. M., y
31 ESPINOSA, U.: La ciudad hispano-romana. Privilegio y poder, Colegio
Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de La Rioja, Logroño,
1989. Desde una óptica arqueológica y para conocer, con carácter
regional, la incidencia del fenómeno urbanizador puede verse el
volumen de BENDALA, M. (Ed.): La ciudad hispanorromana, Ministerio
de Cultura, Madrid, 1993.
Dos catálogos de exitosas exposiciones arqueológicas pueden
resultar también útiles para conocer la incidencia de las reformas de
Augusto en la Península y, también, la maduración de las Hispanias
durante el Alto Imperio: ALMAGRO, M., y ÁLVAREZ MARTÍNEZ, J. Mª
(Eds.): Hispania, el legado de Roma. En el año de Trajano,
Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, 1998 y, antes, ARCE, J., ENSOLI,
S., y LA ROCCA, E. (Eds.): Hispania Romana. De tierra de conquista a
provincia del Imperio, Electa, Madrid, 1997. A modo de síntesis, pueden
resultar útiles CURCHIN, L. A.: España romana: conquista y asimilación,
Gredos, Madrid, 1996 y LE ROUX, P.: Romanos de España: ciudades y
política en las provincias (siglo II a. C.-III d. C.), Bellaterra, Barcelona,
2006, ambos lecturas muy recomendadas para los temas de la
asignatura relacionados con Roma.
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