SOBRE INDUMENTARIA VASCO-NAVARRA Ni la crónica ni el dibujo nos suministran datos bastantes para conocer los trajes de nuestro país en la antigüedad; poco diligente este pueblo en utilizar la pluma ni el pincel, solo fió a la tradición las memorias o recuerdos de ese detalle de la vida. A un sabio filósofo de origen español, pero romano por su educación, inclinaciones e intereses, debemos la primera y harto lacónica noticia de los trajes peculiares de los euskaros. Los Iberos que pasaron a Córcega conservaban, según Séneca, el mismo tegumenta capitum, cubierta de cabeza, tocado idemque genus calceamenti el mismo género o modo de calzado, no ya solo del pié, sino tambien lo que cubría la pierna, quod Cantabris est, que los Cántabros usaban al trazar este lejano detalle de costumbres el gran filósofo, hace 1900 años próximamente. No es posible precisar ahora cual fuese ese tegumenta capitum; las tradiciones y noticias consultadas nos delatan que en los pasados cinco siglos, los vascongados cubrían su cabeza con un sombrero de anchas alas o una montera; la boina que hoy caracteriza a este pueblo, es de moderna introducción y uso. A los ancianos respetables que conocimos en nuestra niñez hemos oído que los echeco-jaunak llevaban un sombrero de fieltro de anchas alas; aun hoy vemos algunos en Guipúzcoa; y hay valles enteros, como el de Arratia en Vizcaya, en que es general, aunque afecta una forma original, doblada el ala por detrás; en Navarra, tenemos tenemos también de uso exclusivo, el sombrero en los valles de Salazar y Roncal. La boina se introdujo de Francia, donde los bearneses y los vascos la usaban de formas más anchas que en la actualidad; la boina no se ha conocido de tan pequeñas dimensiones como actualmente, hasta hace muy poco tiempo, como que pierde asi algunas de sus principales ventajas y deja de ser práctica. Los primeros que la adoptaron (tal vez por su mucha relación con la baja Navarra) fue- —74— ron los baztaneses y los guipuzcoanos fronterizos con Francia; solamente después de la guerra civil de los siete años (en que fué el distintivo del ejército carlista), se establecieron algunas fábricas en las provincias vascas, y seguidamente se generalizó su uso, siendo hoy absoluto en las clases agrícola e industrial, sin que persona alguna de clases más elevadas carezca de ella. Más explícitos podemos ser al ocuparnos del calceamenti. Raros serán los que habiendo recorrido nuestras montañas, no recuerden las abarcas, todavía en uso en muchos valles navarros, sandalias de cuero que presentan un frente punteagudo y los chapinua, mantarres, tiras de cuero o tejido burdo de lana, que ciñen la pierna hasta la rodilla, y son a no dudarlo el calceamenti de que nos habla Séneca y ha llegado hasta nosotros. Se conserva tan solo ya en los puntos más agrestes y montuosos y en el invierno, pues hasta las abarcas, exclusivo calzado usado en los caseríos hasta hace poco tiempo, se van lentamente extinguiendo y acabarán por desaparecer, empujadas por la invasión de los borceguíes y las alpargatas. El chartes o kapu-say, es una especie de dalmática oscura, (color de tierra mojada), provista de capucha, y confeccionada con un tejido burdo de lana o de pelo de cabra; fué en los tiempos ya pasados la prenda de abrigo de nuestros mayores, muy en armonía y apropiada al clima húmedo y frío de la montaña. Los viejos la recordamos todavía, pero reconocemos que también se halla su uso en decadencia. No es extraño hallar aun retratos y dibujos en que nuestros montañeses se sirven de esa prenda. Podemos figurarnos uno de nuestros antiguos euskaros, cubierta la cabeza con el indicado sombrero de anchas alas, a veces caidas hacia abajo, pero que las levantan en determinadas y solemnes ocasiones o con la cabeza descubierta y el pelo largo por detrás, resguardada frecuentemente por la capucha del chartes, que la cubre y abriga; ceñidas las piernas con la chapinua o mantarres, calzado con las abarcas, y llevando en la mano el makilla, o palo endurecido al fuego, que hoy hace de bastón, con su puño de cuerno, su correilla de sujeción a la muñeca y su fuerte contera de hierro. Las mujeres casadas conservan siempre en la montaña y aldea, (salvo raras excepciones) en la cabeza, su zapizaya o buruko-zoriya, pañuelo blanco o toca que las distingue de las solteras; éstas llevan su cabeza descubierta y su adorno único le constituyen sus hermosas trenzas de cabello que caen duplicadas sobre sus espaldas. Generalmente en el campo van descalzas de pié y pierna y no —75— suele ser extraña ocasión la de contemplarlas a la entrada de los pueblos, en días festivos, cuando del caserío vienen a la misa parroquial, calzándose los zapatos; alpargatas o abarcas (que han traido en la mano), antes de penetrar en la kalian, la calle, sinónimo de lugar o de villa, para los habitantes de los caseríos vascongados y montañeses, de las cuatro provincias hermanas. EUSKALERRIA.