PLACER Poesía / Literatura / Arte / Conocimiento / Erotismo / Rarezas Nº2, PRIMAVERA 2016 PLACER PLACER PRÓLOGO PLACER ES: Una revista de la Asociación La Mordida Literaria. Placer es prematura. Subdesarrollada. Además, nació de penalti, poco después de la boda. Existe desde el amanecer de los tiempos, sólo que nadie la había visto. Placer es decimonónica. Atávica. De un modernismo arcano. Placer es hermética. Para encontrarla hay que romper con un martillo una urna transparente. Placer no necesita llevar regalo porque nadie la espera en la fiesta. Placer carece de feedback y, por el momento, carece de acreedores. Placer no acepta publicidad, aunque tampoco ha tenido ocasión de rechazarla. Placer es casi de Albania: es tiranesa, de la misma Tiranía. Placer es literadura. Es translúcida. Cuando se vaya la luz, sencillamente dejará de existir. Placer es más de autores que de obras. Placer nº1 fue de Borges porque Cortázar nos gusta demasiado. De hecho, Placer pronuncia las erres como Cortázar. Placer es un giro de 360º. Es una molestia hasta que vas al médico y te dice que es una enfermedad mortal. Placer es budista porque fue a un colegio de monjas; si hubiera estudiado en Nepal sería católica. Placer odia a los curas tanto como a los elfos de Santa Claus. Placer es inocua, pero de vez en cuando también bebe vino. Frecuentemente. Placer es fumable (comprobado). Da gustirrinín pero no deja resaca. Placer es pre-socrática y pro-trifásica. Es peluda y omnívora. Placer es amor (fa). Placer es iconoplasta y necesita un exoesqueleto para volver a casa. Placer sigue con sus planes de conquistar el mundo, aunque apenas quede mundo. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, o que nadie se acuerda del que quedó segundo, y dijo Julio César: “Prefiero ser el primero en una aldea que el segundo en Roma”. Con estos augurios se enfrentan ustedes al segundo número de la revista PLACER, número de primavera, estación en la que se ha cocinado. Como las frases hechas, las citas, las tradiciones y las leyes están hechas para ser rotas, el Consejo Editorial ha puesto su empeño en que este segundo número de la revista sea memorable. Lo que parece un gran esfuerzo se ha reducido simplemente en elegir nada más y nada menos que al conde Lev Nikoláievich Tolstoi como objeto de esta edición. Todo en este gran autor ruso parece elevado, eminente, sublime, intenso, en una palabra: memorable. Quedando así guardadas las espaldas en el intento, el peligro radica en que la intención no alcance. Pero he aquí la suerte y peculiaridad de la revista PLACER: su intención es poca, su ambición casi nula, su rigurosidad tangencial. Por eso se puede lanzar al goce de conocer/pensar/homenajear/ disfrutar a Tolstoi con la indiferencia del niño entrando en un laberinto y con la valentía del caballero ignorante del ejército que le aguarda. PLACER es puro PLACER. Un zapping estupendo que nos lleva por la biografía, la anécdota, el cuento, el dibujo, la fotografía, la reflexión, alrededor de uno de los grandes escritores de la historia. Pasen y disfruten, no hay que demostrar la asistencia ni hay examen final, simplemente no descarten el placer de pensar. Lev Nikoláievich Tolstoi nace el 9 de septiembre de 1928 en la finca familiar de Yásnaia Poliana, en la región de Tula, al sur de Moscú. Es el cuarto hijo del conde Nikolái Ilich Tolstoi y la condesa Mariya Tolstaya, ambos de linajes pertenecientes a la nobleza rusa. Pronto se queda huérfano, ya que su madre fallece cuando él tiene sólo dos años; y su padre, 7 años más tarde. Dos de sus tías se encargan de su crianza. La educación que recibe en su infancia está tutelada por laxos profesores que no le exigen grandes esfuerzos al joven aristócrata. Aunque no se pueda decir que su infancia sea sencilla, es innegable que disfruta de los lujos y facilidades que le otorga el estatus social familiar y se cría sin mayores problemas. En 1941 se muda con sus cuatro hermanos a Kazán, a vivir con otra tía paterna. De los catorce a los dieciséis años acelera su formación para poder entrar en la universidad. 1828 Ingresa en la Universidad de letras de Kazán para estudiar lenguas orientales con la intención de dedicarse a la carrera diplomática. Abandona al año siguiente, para pasarse a la carrera de derecho. Mal estudiante por falta total de interés, sus estudios sólo avanzan gracias a los favores que le conceden su posición aristócrata y su riqueza. Cada vez más alejado de sus estudios se da a una vida de disolución y jauja, repartiendo su tiempo entre Kazán y San Petersburgo. Es joven, rico, aguanta bien la bebida y le encantan el juego y las mujeres. Estruja la alta sociedad rusa del siglo XIX hasta el hartazgo, acumulando grandes deudas por el juego. En paralelo, crece en él una gran desazón por la vida disoluta y burguesa, un vacío que le castiga su consciencia y le hace albergar sentimientos de culpa e inseguridad. Son en cualquier caso, años de intensa vida social que luego sabrá plasmar en sus novelas. 1843 1845 Vuelta a Yásnaia, su finca familiar, que ha heredado, huyendo de las urbes y su desenfrenada vida con la intención de dedicarse a la lectura y al estudio de diversas disciplinas. Pero de lo que no puede huir es de su carácter autoexigente y de sus rigurosos exámenes de consciencia, que unidos a numerosas recaídas tanto en el juego como en sus sentimientos lujuriosos, le produce graves conflictos internos. En los diarios que comienza a escribir durante estos años, y que no abandonará hasta su muerte, pueden leerse grandes listas de normas que se auto-exige cumplir. Son normas morales acerca de cómo regular su comportamiento en privado y en sociedad. Describe también, como sólo lo puede hacer un adolescente acomodado, las grandes metas que tiene que cumplir en el futuro. En su finca, intenta mejorar las condiciones de vida de sus siervos, construyéndoles casas y modernizando sus técnicas agrícolas. Impulsado por su desencanto en los sistemas educativos y las ganas de actuar contra aquello que le disgusta, su primer intento consiste en fundar una escuela para los hijos de los campesinos pobres de sus tierras; sin embargo, debido a su ignorancia sobre las bases de la pedagogía se ve abocado al fracaso. 1847 1849 Su querido hermano Nikolai, oficial de artillería, le convence para alistarse en el ejército y junto a él son destinados al Cáucaso, cerca del río Terek. Pronto se desilusiona de la vida militar. Así, mientras acompaña a su hermano en un traslado de heridos, cuando pasa ante las fuentes termales Goriachevodsk, toma la sensata decisión de quedarse allí unos días para tratar el reuma. Su producción literaria va en aumento y se consolida. Cuando estalla la guerra de Crimea, en 1853, pide ser destinado al frente junto a su hermano y así es como se convierte en testigo excepcional del sitio de Sebastopol. Sin embargo, asqueado de nuevo por la vida militar decide abandonar definitivamente el ejército. El joven oficial, ya convertido en famoso escritor, retoma la vida loca de la alta sociedad de San Petersburgo con la misma suerte que antes de su paso por el ejército, acumulando deudas y enfermedades venéreas por igual. De nuevo se le acrecienta el vacío espiritual. La culpa y la desazón. Frecuenta salones literarios, paseando de aquí para allá una vida ociosa que años más tarde será sometida a un juicio implacable por él mismo. Intensifica su trabajo literario y conoce a su futura mujer, Sofía. Viaja por Europa. 1851 BIOBLIOGRAFÍA Infancia Sofía Behrs, su joven esposa, se traslada a la finca familiar, y el matrimonio se instala definitivamente en Yásnaia Poliana. 1859 1855 1852 1854 Vuelve a su finca de Poliana, que sólo abandonará para su segundo y último viaje por Europa en busca de conocimientos pedagógicos, visitando Alemania y el sur de Francia. A la vuelta, aplica métodos revolucionarios en su escuela para los hijos de los campesinos de Yásnaia Poliana. Salvo contadas escapadas a San Petersburgo, se dedica a escribir y a publicar un periódico que trata sobre temas didácticos. Su escuela no tiene horarios, los alumnos pueden entrar y salir cuando quieran, es completamente gratuita y la base de su enseñanza es el Antiguo Testamento. Reclama la libertad de palabra para todo el mundo. Sus ideas igualitarias le crean problemas con la censura, y se ve obligado a clausurar la escuela y el periódico. Sus enfrentamientos con las autoridades irán en aumento conforme pasen los años. En 1861, concede la emancipación a sus súbditos, que le responden con tremenda suspicacia debido a su carácter tornadizo. La iglesia ortodoxa y el ejército imperial ruso tampoco se libran de sus críticas. La muerte de su hermano Nikolai le conmociona. Su peculiar espiritualidad va creciendo. 1856 1858 1862 1863 Felicidad conyugal Dos Húsares Tres muertes Albert Cosacos Historia de Juventud un caballo Relatos de Sebastopol De las memorias del príncipe Nejliúdov Adolescencia Lev Tolstoi tiene 35 años y un bagaje grande en idas y venidas, en probaturas variopintas, en vanos intentos por conseguir una rectitud en su voluntad. Ha sido un joven aristócrata ocioso, un jugador empedernido y no ha dejado pasar oportunidad para complacer sus deseos carnales. También ha sido oficial en el ejército imperial ruso, ha viajado por Europa y ya es un escritor reconocido y respetado. Pero sobre todo, ha sido alguien que ha buscado durante toda su juventud un orden en el mundo, un equilibrio y una claridad que sólo existe en su manera de imaginar el mundo. Instalado definitivamente en su finca familiar y acompañado fielmente por su joven y fértil esposa (tendrán 13 hijos en los próximos 20 años), por fin puede volver a intentar poner sus ideas al servicio de la realidad. Ya no se moverá de Yásnaia Poliana, su creación literaria no cejará en su grandeza. A partir de ese momento, a su cuerpo le basta ropa sencilla y un duro catre donde dormir, elementos indispensables para las grandes batallas que su espíritu tiene que reñir, primero contra él mismo y luego, contra todas las instituciones que rigen la vida de las personas. En la Rusia pre-revolucionaria el ambiente está muy caldeado, los atentados contra el zar se suceden, la represión va en aumento. La censura prohíbe La Sonata de Kreuzer. Tolstoi intenta donar todas sus tierras a los campesinos, hecho que comporta agrias disputas familiares. En su diario escribe: “No entienden que cada rublo que gastan y que se ha obtenido gracias a mis libros es para mí un sufrimiento, una vergüenza”. Su esposa Sofía se intenta suicidar. También causan gran controversia dos artículos que escribe sobre la hambruna que golpea el centro de Rusia, y sólo la intercesión de su noble familia ante el zar consigue que no sea castigado por ello. Al final, cede y dona todas sus posesiones a su familia. Guerra y paz transcurre durante la invasión napoleónica de 1805, y a través de más de 500 personajes hace un retrato exhaustivo de la sociedad rusa. Al terminarla, queda exhausto y tarda seis años en publicar su otra gran novela, Ana Karenina, una historia de amor entre una mujer de la nobleza y un joven oficial. Poco a poco crecen en él sentimientos de rechazo por la literatura, por superflua, a medida que sus crisis espirituales van en aumento. Profundiza en su labor pedagógica estudiando diferentes materias y se centra casi exclusivamente en publicaciones de carácter educativo. Comienza a planear la renuncia de todos sus bienes y se plantea meterse a monje. En el libro Mi Confesión escribe: “Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado”. Éste es el tono, con más o menos altibajos, que adquieren las reflexiones de Tolstoi de ahora en adelante, y que le abocarán a una búsqueda de respuestas espirituales de una manera casi desesperada. Tolstoi trabaja en varias obras de teatro y en su última gran novela Resurrección entre grandes tensiones familiares, debidas a la voluntad de donar los derechos de sus obras al pueblo ruso. Su prole se divide entre los que se oponen, con su esposa Sofía a la cabeza, y otros pocos que le apoyan, con su hija Aleksandra como máxima representante. Su editor Chertkov, hombre autoritario, se convierte en una especie de lugarteniente de Tolstoi, siendo el mayor defensor de sus enseñanzas. Convence incluso al escritor a firmar otro testamento. Sofía y Chertkov acabarán siendo grandes enemigos. Son años convulsos para Rusia, embarcada en diferentes guerras y graves conflictos internos. El paralelismo con la propia situación de Tolstoi asusta. El anciano escritor reniega de todos sus trabajos literarios y, en general, de todo lo que no contribuya a una mejora espiritual y de bienestar de todos los hombres. Convertido en un anciano amargado, acorralado por parte de su familia, pasa los últimos años de su vida recibiendo prescindibles visitas de todo tipo de personas en su finca de Yásnaia Poliana. El reino de Dios está en vosotros sale publicado en 1893, y expone las ideas de Tolstoi acerca de la incompatibilidad de ser cristiano y el uso de la violencia, tanto ofensiva como defensiva. Esta obra es rápidamente censurada y sólo circula en la clandestinidad y en el extranjero, influyendo sobre Gandhi o Martin Luther King, entre otros. Sus posiciones radicales le enfrentan con la iglesia y el estado, rechaza toda forma de autoridad salvo la de Dios. Será definitivamente excomulgado por la iglesia en 1901. La noche del 27 al 28 de octubre de 1910, Leon Tolstoi decide abandonar su casa familiar y, acompañado de Marivetski, su médico que años atrás había renunciado a sus ricos clientes para ir a vivir con él, emprende una última huida. En un baúl guarda unos pocos libros y alguna prenda de ropa. Tras unos días sin noticias de ellos se les localiza en la casa del jefe de estación de Astapovo. Tolstoi está muy grave a causa de una pulmonía. La primera en llegar es su hija predilecta. Sofía, su fiel esposa a pesar de todo, llega al poco tiempo pero no se le permite verlo mientras aún agoniza. El 20 de noviembre, el conde Tolstoi muere en un catre de una humilde estación de tren que sólo se tiene en pie debido al frío que hace. Es enterrado en su finca familiar. 1910 1863 1869 1877 1882 1885 Mi confesión Guerra y paz 1886 1888 1889 El poder y las tinieblas La muerte de Iván Ilich Ana Karenina Historias para el pueblo 1891 1893 1898 1894 Iglesia y Estado 1899 El padre Sergio Amo y criado La sonata a Kreutzer ¿Qué es el arte? El reino de Dios está en vosotros Resurrección Fe de Rata: El bueno de Tolstoi publicó muchas más obras de las aquí mencionadas. TOLSTOI Afloró una contradicción para la cual sólo había dos salidas: o lo que yo llamaba racional no lo era tanto como había pensado, o lo que me parecía irracional no lo era tanto como había pensado. Y comencé a revisar el desarrollo de los argumentos que derivaban de mi conocimiento racional. Al hacerlo, encontré aquel argumento completamente correcto. La conclusión de que la vida es nada era inevitable, pero detecté un error. Éste consistía en que mi razonamiento no se correspondía con la cuestión que me había planteado, y que era: “¿Por qué vivo?” O bien: “¿Habrá algo que perdurará y no será aniquilado de mi vida ilusoria y efímera?”. O bien: “¿Qué sentido tiene mi vida finita en este universo infinito?”. Y, para solucionar este problema, me puse a estudiar la vida. Evidentemente, la solución a todas las cuestiones posibles de la vida no podía satisfacerme porque mi pregunta, por muy sencilla que pareciera a primera vista, implicaba una exigencia de explicar lo finito por medio de lo infinito, y lo infinito por medio de lo finito. Me preguntaba: “¿Cuál es el sentido de mi vida más allá del tiempo, la causalidad, el espacio?”. Y sin embargo respondía a CONFESION la pregunta: “¿Cuál es el sentido de mi vida dentro del tiempo, la casualidad, el espacio?”. Después de enfrascarme en un arduo trabajo mental, sólo pude responder: “Ninguno”. (…) Y en realidad el conocimiento estrictamente racional, como el de Descartes, comienza con la duda absoluta, rechaza todo conocimiento fundado en la fe y reconstruye todo de nuevo de acuerdo con las leyes de la razón y la experiencia, y no puede dar otra respuesta a la cuestión de la vida que la que yo había obtenido: una respuesta indefinida. Sólo al principio me pareció que el conocimiento daba una solución positiva, la de Schopenhauer: la vida no tiene sentido, la vida es un mal. Pero, después de haber examinado el asunto, comprendí que no era una solución positiva y que sólo mis sentidos la habían considerado así. La respuesta rigurosamente expresada, tal como la formularon los brahmanes, Salomón y Schopenhauer, es sólo una solución vaga o una identidad: 0 = 0, la vida que se me presenta a mí como nada, es nada. Así que el conocimiento filosófico no niega nada, sólo responde que no puede resolver esa cuestión y que, desde su punto de vista, cualquier solución seguirá siendo indefinida. Habiendo comprendido esto, me di cuenta de que no podía buscar una respuesta a mi cuestión en el conocimiento racional, y que la solución dada por el conocimiento racional no era más que una indicación de que la respuesta sólo puede obtenerse formulando el problema de otra manera, es decir, sólo cuando se introduzca la relación entre lo finito y lo infinito en el razonamiento. También me di cuenta de que las respuestas dadas por la fe, por muy irracionales y distorsionadas que fueran, tenían la ventaja de introducir la relación entre lo finito y lo infinito, sin la cual no puede haber solución. (…)Así, fui conducido de un modo inevitable a reconocer que toda la humanidad posee, además del conocimiento racional, que antes me parecía el único conocimiento posible, otro conocimiento, de tipo irracional: la fe, que nos da la posibilidad de vivir. La fe seguía siendo para mí tan irracional como antes, pero no podía dejar de reconocer que sólo ella proporciona a la humanidad respuestas a la cuestión de la vida y, por consiguiente, nos da la posibilidad de vivir. El conocimiento racional me llevó a la conclusión de que la vida era absurda; la mía se detu- vo y quise quitármela. Considerando a las personas que me rodeaban, a toda la humanidad, vi que vivían y afirmaban que conocían el sentido de la vida. Luego recapacité: puesto que yo vivía, conocía el sentido de la vida. Como a los demás, también a mí la fe me ofrecía el sentido de la vida y la posibilidad de vivir. Tras examinar a las personas de otros países, a mis contemporáneos y a los que habían vivido antes, observé una misma cosa: donde hay vida, hay fe; desde el origen de la humanidad la fe nos ha dado la posibilidad de vivir, y los rasgos principales de la fe es están en todas partes y son siempre los mismos. Sean cuales sean las respuestas que una fe u otra ofrecen al hombre, todas coinciden en dar un sentido infinito a la existencia finita del hombre, un sentido que ni los sufrimientos, ni las privaciones, ni la muerte pueden destruir. Por tanto, sólo en la fe podemos hallar el sentido de la vida y la posibilidad de vivir. Y comprendí que el significado más esencial de la fe no era sólo “la manifestación de las cosas invisibles”, etcétera, no era la revelación (ésta no era más que la descripción de uno de los signos de la fe), no era sólo la relación del hombre con Dios (es preciso determinar primero la fe y luego a Dios, y no a la inversa), no era sólo la conformidad con lo que a uno se le ha dicho, aunque eso es lo que se suele entender por fe. La fe es el conocimiento del sentido de la vida, gracias al cual el hombre no se aniquila, sino que vive. La fe es la fuerza de la vida. Si un hombre vive, es porque cree en algo. Si no creyera que debe vivir por algo, no viviría. Si no ve ni comprende el carácter ilusorio de lo finito, cree en lo finito. Si comprende el carácter ilusorio de lo finito, es preciso que crea en lo infinito. Sin fe es imposible vivir”. Este texto aquí transcrito en tipografía cirílica es un fragmento del libro Confesión. En él, Tolstoi reflexiona sobre los asuntos que llevan atormentando a los hombres y mujeres desde los albores del tiempo. ¿Tendrá algún sentido la vida? ¿Tienen respuesta las preguntas? Si quiere acceder a este conocimiento sólo tiene que sustituir la tipografía cirílica por otra occidental. Sin rituales, sin grados, sin secretos. PLACER UN MOMENTO ESTELAR DE LA HUMANIDAD Probablemente, Momentos estelares de la humanidad es el libro más conocido de Stefan Zweig. En él, reúne acontecimientos de muy diversa índole, como la derrota de Napoleón en Waterloo o el nacimiento del Mesías de Händel. Momentos que el autor considera estelares, “porque resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”. También según el propio autor, “como en la punta de un pararrayos se concentra la electricidad de toda la atmósfera, existen unos instantes en la historia, en los que en el más corto espacio, se acumula una abundancia de acontecimientos. Todo se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide”. Los últimos días de octubre de 1910, León Tolstoi decide abandonar su hogar, y emprende una huida (hacia Dios, califica Zweig) que termina con su muerte unos días más tarde, en la caseta del jefe de estación de Astapovo. Precisamente, estos tres o cuatro últimos días de la vida del Tolstoi son una de las catorce miniaturas históricas que el genial escritor austriaco relata en su más célebre novela. Cabe comentar, antes de continuar, que si ahora pensáramos en revisar y ampliar estos momentos estelares, la muerte de Zweig sería sin duda uno de ellos. Así, un momento dramáticamente concentrado, “preñado de fatalidad”, como diría él mismo, lo llevó a suicidarse, junto a su esposa, en 1942, exiliado en Brasil, convencido que era la única salida ante el avance inexorable del nazismo, que creía conquistaría el mundo entero. Una decisión tan próxima, tan similar a la huida de Tolstoi que es casi elemental relacionar, aunar ambos acaecimientos. Pero aquí el protagonista, la estrella, es Tolstoi. Aunque acerca de la repercusión social de la muerte, ya habla nuestro dentista favorito más adelante. En definitiva, en su novela, Zweig elabora una pequeña opereta, el guión de unas pocas escenas teatrales en las cuales intenta completar una de las obras póstumas del autor: Y la luz brilla en las tinieblas. De esta forma, Tolstoi se convierte en sus últimos días en el héroe del último acto de su obra inconclusa. Tolstoi huye de la falsedad en sus últimas horas. Pero, como han escrito otros, lo hace como un adolescente, a pesar de contar 82 años. León Tolstoi ya hace muchos años que se ha transformado en un santurrón, y en su afán de elevar su espíritu a Dios renuncia a todas las comodidades para convivir con los campesinos de su finca en Yásnaia Poliana. Tolstoi execra su condición aristocrática, y quiere legar al pueblo ruso no sólo todas sus posesiones sino también los derechos de todas sus obras. Su esposa no puede entenderlo y lucha denodadamente por impedir lo que considera una injusticia, después de toda una vida al lado del escritor, siendo a la vez que su secretaria la madre de sus 13 hijos. De esta forma, Tolstoi se siente prisionero en su propia casa, vigilado sin descanso por su familia, que lo ama pero no lo comprende. Por lo que su única salida es la huida. Una salida que por supuesto no es muy adulta. Pero lúcida, a su manera. Ésta es seguramente la clave de la grandeza de sus últimos momentos. En sus últimas horas, Tolstoi razona de forma inteligente con su fiel médico, al que arrastra en su cruzada contra la riqueza y los excesos, también con su hija, e incluso con el jefe de estación que le ofrece su propia cama. Tolstoi es presa de una clarividencia que casi podría decirse atemoriza a los que le rodean, siempre el misterio del hombre que finalmente es capaz de aceptar la llegada de su muerte. Pero a la vez, hay cierta locura en sus actos, una especie de monomanía que guía su proceder, y que confiere un tinte claroscuro a todas las escenas. Una pregunta evidente, incontestable, tanto en un sentido como en otro: ¿Por qué este buen hombre, tan consecuente y de fir­meza presuntamente contrastada, no tomó esa decisión 30 años atrás? No discutiremos ahora sus ideas políticas, próximas al anarquismo; ni religiosas, que lo llevaron a enfrentarse a la iglesia ortodoxa, no sólo debido a su sincero voto de pobreza sino también a su oposición a aceptar algunos de los dogmas del cristianismo; ni tampoco pedagógicas, con las que fundó su propia escuela para los hijos de sus campesinos, muy avanzadas PLACER sus ideas anti-autoritarias (y que se revisan en el presente número desde Algeciras) en su época. Pero sí es necesario cuestionarse cómo es posible que su última renuncia fuera tan dilatada en el tiempo mientras que en todos los restantes ámbitos vitales se comportara de forma tan decidida y transparente, extremista de hecho. Tolstoi acabó su vida casi como un eremita, un asceta, promulgando principios tan respetables como la resistencia no violenta y otros más discutibles como el vegetarianismo (nota: ésta es una afirmación que el Consejo Editorial sólo acepta discutir en presencia de un asado argentino). Pero incapaz de resolver el conflicto familiar se marchó de casa, y como escribió Bukowski, “cogió una pulmonía y se murió”. En fin, como prologaba Stefan Zweig su novela, “cuando en el arte nace un genio, perdura a lo largo de los tiempos”. Así, a diferencia, por ejemplo, de la derrota de la Grande Armée en Waterloo, la insólita muerte de Tolstoi seguramente no determinó el destino de la humanidad. Pero sin lugar a dudas, sí lo ha hecho su obra, uno más de los selectos momentos estelares de la humanidad. Por cierto, el corolario a su insólita muerte lo escribió el propio Zweig, cuando visitó la tumba de Tolstoi durante la celebración del centenario de su nacimiento. Emocionado ante “la tumba más hermosa del mundo”, el genio austriaco escribió: “Un sendero estrecho conduce a un pequeño túmulo rectangular, recubierto de flores, sin cruz, ni lápida, ni inscripción, ni nombre”. PLACER PLACER PLACER SIMETRÍAS VARIAS El pasado 24 de Marzo, hacia las 14 horas (tenía que ser a esa hora), se daba a conocer en Barcelona la muerte de quien, a juzgar por las reacciones que se produjeron a partir de ese momento, podría pensarse que más ha influido en la historia de Cataluña en las últimas décadas. Por poner un ejemplo, no recuerdo otro caso en que TV3 modificase de inmediato su programación para emitir a lo largo de las siguientes 14 horas (¿nueva casualidad?) todos los programas disponibles sobre el recién fallecido. En cuanto a la reacción popular, durante los días siguientes, más de 50 000 personas le rindieron homenaje en el espacio habilitado a tal efecto. Personas en su mayoría anónimas, pero también figuras del mundo de la cultura, del deporte y los políticos de mayor trascendencia del momento. Como cabía temer, éstos no mostraron el menor pudor en hacer las más variopintas interpretaciones de las no pocas frases célebres del finado, barriendo cada uno, para su pequeñita casa ideológica. Tras leer el párrafo precedente, lo más probable es que usted piense que quien murió ese día fuese, a su vez, un político relevante en Cataluña. Otra posibilidad es que, como lector de PLACER y por tanto persona de excelso gusto literario, esté usted ahora mismo preguntándose cómo es posible que no recuerde qué famoso novelista, poeta o dramaturgo de la literatura catalana de finales del siglo XX e inicios del XXI falleció hace tan pocos días. Si es así, no se martirice más y disculpe si le he inducido a error. De hecho, si ha tenido la paciencia de llegar hasta estas páginas, era prácticamente inevitable que varios conceptos insinuados en el primer párrafo no evocasen en su conciencia imágenes y situaciones como las que se produjeron en Rusia hace algo más de cien años al conocerse la muerte de Tolstoi. Imágenes que, si no lo han hecho ya mis compañeros —cosa que dudo—, me permito aconsejarle que visione sin más dilación (por supuesto, copa de vodka en mano). Puede hacerlo clicando aquí por ejemplo y, si le apetece, a la vuelta seguimos hablando de fallecimientos y homenajes póstumos. ¿Qué opina? ¿Han cambiado mucho las cosas en un siglo? Ciertamente, por mucho que admiremos hoy a un personaje, no andamos zarandeando su féretro como antaño, y si la celebridad fallecida el pasado mes de Marzo, como el escritor ruso, hubiese sentido en sus últimos días el impulso de huir de su entorno familiar —siempre el entorno— muriendo finalmente en una pequeña estación dels Ferrocarrils Catalans en, pongamos por caso, el recóndito pueblo de Astapovo de la Roca, es poco probable que su traslado hasta Barcelona hubiese sido tan caótico como el que hemos visto en el vídeo. Pero si nos ceñimos a lo sustancial, tal vez nos planteemos que las cosas no han cambiado tanto (no, no estoy hablando de la semejanza entre las barbas de los mujics del siglo pasado y las de los hipsters de hoy en día): vista la similitud de la pesadumbre originada en el caso de las dos muertes y las dimensiones excepcionales de los homenajes suscitados, parece claro que hoy, como hace cien años, nuestras sociedades siguen necesitadas de hacer de ciertos personajes, sus referentes morales. ¿La diferencia? Bueno, ésa sea tal vez la causa que haya llevado a error a más de uno. Antes, para adquirir esa dimensión había que escribir Guerra y paz o Ana Karenina, y hoy en cambio, se requiere inventar regates y goles imposibles sobre el césped de un campo de fútbol. En efecto, como si el título de la serie televisiva de moda, “Orange is the new black”, fuese una premonición, hoy puede afirmarse —y con ello desvelo la incógnita si es que aún persistía— que “Cruyff is the new Tolstoi”. Habrá quien se lleve las manos a la cabeza por la comparación y la considere frívola y/o desproporcionada. También puede haber quien piense que con ella, pretendo hacer una crítica de los tiempos que corren o de la sociedad catalana —cuando no, de ambos—. Lo cierto es que no es esa mi intención pero ya puestos, el ejercicio no me parece exento de atractivo. Veamos si soy capaz de realizarlo con rigor científico, sí, pero también con el acierto suficiente para que nadie se me duerma. Cruyff=Tolstoi, o lo que es lo mismo, la sociedad catalana es más frívola que la rusa; ésta sería la hipó- PLACER tesis planteada. Para resolverla, y también para hacer más llevadero el habitualmente aburrido apartado de Materiales y Métodos, plantearemos un acertijo literario y de paso, reducimos al máximo el número de variables. Vamos allá: se busca escritor catalán que reúna, a ser posible, las siguientes características: haber realizado su obra, con notable éxito, en la segunda mitad del siglo XIX y haber fallecido hacia 1910 (con una desviación estándar de +/- 10 años). En lo posible, el autor debería haber obtenido un importante reconocimiento popular ya en su juventud y sufrir poco después, una crisis personal que marcase un antes y un después tanto en su obra como en sus hábitos. Ese “después”, debería implicar la práctica de una espiritualidad cada vez más acentuada que, paradójicamente o no, le comportase no pocos problemas con las autoridades eclesiásticas de la época. Finalmente, la muerte del escritor buscado debería producirse fuera de Barcelona de forma que, ahora sí, podamos proceder a analizar el comportamiento de sus conciudadanos durante sus últimos días de vida y sobre todo, cuáles fueron las reacciones que se produjeron al conocerse su muerte y durante su sepelio. Para resolver el acertijo sólo es necesario dirigirse hacia el “Baixador de Vallvidera”, buscar Vil·la Joana, et voilà… Me atrevo a afirmar sin gran rubor que mossèn Cinto Verdaguer fue, en cierto modo, el Tolstoi catalán. Sólo queda por solucionar una pequeña cuestión en este primer apartado, y es que a diferencia de lo que sucede con el escritor ruso, son escasas las filmaciones que existen —si es que las hay— de cómo Barcelona enterró a uno de sus escritores predilectos. Lejos de suponer un obstáculo, esta circunstancia es la que de hecho, y me quito ya la máscara, propicia este artículo: mi objetivo desde un inicio no era otro que el compartir con usted, el PLACER que me supuso hace cosa de un año descubrir —gracias a la gente de Libros del Asteroide— no a Tolstoi, no a mossèn Cinto Vedaguer, sino a un escritor como Agustí Calvet, más conocido como Gaziel. Lo primero que leí de él fueron las lúcidas crónicas1 que escribió, como improvisado corresponsal y con poco más de veinte años, desde París, Barcelona, Roma, Atenas y los Balcanes al poco de iniciarse la Primera Guerra Mundial para La Vanguardia (diario que acabaría dirigiendo unos años después y hasta el inicio de la guerra civil española). Para este ejercicio, sin embargo, los textos que emplearé están extraídos de sus memorias2. En concreto, aquellos en que describe cómo los ciudadanos de Barcelona vivieron los días previos y posteriores a la muerte de mossèn Cinto Verdaguer; todo ello, visto desde los ojos de un adolescente como era él en 1902, acabado de llegar con su familia desde Sant Feliu de Guíxols a la “gran” (aunque entonces se acabase a la altura de la calle Valencia) Barcelona. Paso a transcribirlas a continuación tal y como fueron escritas en su momento, en catalán, mientras pido al lector multitasking que haga gala de sus habilidades y realice el ejercicio de comparar las imágenes que seguro Gaziel evocará en usted con aquéllas que ha podido ver hace un rato del entierro de Tolstoi (en este caso, aconsejo acompañar la lectura de una copita de Aromes de Monserrat o de “moscatell”). “Ja feia dies que mossèn Cinto estava greu, i tot Catalunya ho sabia. L’havien portat, amb l’excusa que es refés, però en realitat perquè hi morís, a Vil·la Joana, a l’altre vessant de Vallvidrera, en un indret obac i solitari que llavors era cobert d’una espessa pineda. Ho sabien els catalans en massa, i anaven seguint amb una emoció extraordinària, com jo no en recordo cap altre de semblant, el curs de la malaltia. La figura del poeta, tan combatuda pels uns i defensada pels altres, amb una passió com el nostre poble no l’havia sentida encara mai per un senzill home de lletres, ja era mitològica. (...) Quan vingué el dia 13, el de l’enterrament, des de primeres hores de la tarda em vaig llençar al carrer. No tenia cap idea del que volia ni on anava. Sentia només dintre meu una força que m’estava empenyent. (...) En entrar a la Rambla de Canaletes, vaig trobar un parell d’amics que anaven a veure l’enterrament, i ens aplegàrem. (...) Ja eren dos quarts de quatre tocats quan eixí del portal de l’Ajuntament el carruatge fúnebre. Era una carrossa barroca, la “millor” que hi havia a Barcelona (...) i enfilà el carrer del Bisbe, precedida i seguida d’una inacabable corrua oficial. Al davant hi anaven representacions PLACER de tots els serveis i dependències municipals i a més, guàrdies d’ordre públic, guardapasseigs, guardajardins, “serenos”, vigilants de nit, nois de l’Asil Naval, noies de la Casa de Caritat, l’il·lustre cos de Bombers i la famosa Banda Municipal, que el poble, sempre mofeta, anomenava, per la poca netedat i brillantor dels uniformes, “la Cobla de la Llàntia”. Jo pensava, veient un tant espès desplegament de faramalla, en aquell pobre i abandonat capellà vell, que durant els últims anys, en anar de bon matí al col·legi, trobàvem, capcot i encorbat, a l’encreuament de la Rambla de Catalunya i la Gran Via, camí de la seva missa de vuit a Betlem. (...) Era incomprensible com podia sortir tanta gent de la Casa de la Ciutat però encara havíem de veure molt més. (...) Totes les faroles duien un penjoll de gasa negra. La majoria dels balcons i finestres també estaven endolats. Les botigues eren tancades, amb els botiguers i dependents a les portes. Els arbres es veien plens d’homes del poble, xics i grans, penjats a les branques. No es podia fer un pas, ni amunt ni avall. Allò no era Corpus, ni una manifestació política, ni un aplec de festa, ni s’assemblava a res conegut. Era una manifestació estranya i nova, que Catalunya potser no havia donat encara mai per ningú. Era la capital de tot un poble, que expressava el seu dolor per la mort d’un poeta. (...) Mogut per la força estranya que m’havia fet sortir de casa, jo estava resolt a seguir fins al cementiri, el Cementiri Nou. A peu, amb els més humils (...) i quan enfilàvem l’estreta i malparada carretera del Morrot, camí de Can Tunis, sota l’ombra espadada i sinistra de Montjuïc, el meu darrer company m’abandonà. Quan, per fi, arribàrem al cementiri, ja fosquejava. Els peus em feien mal, i encara era cosa d’enfilar-se fins a tocar el cim de la muntanya: la tomba –un gran forat obert a la roca viva– s’hi trobava al capdamunt (...) i el lloc on era l’assenyalaven, allà amunt, tot d’atxes enceses. A la seva resplendor ardent, veia –oh miracle!– que totes les crestes de la muntanya –la tràgica muntanya dels anarquistes i els afusellaments– eren coronades, a contrallum, entre matolls de ginesteres florides, per fileres humanes. Els semitroglodites i barracaires d’aquells barrancs desolats, la gent més miserable i malfamada del suburbi barceloní, abandonat de Déu i dels homes, retien també, a la seva manera, morts de misèria i de fam, el seu humil homenatge al més gran poeta de la Catalunya moderna.” Mezcladas en la coctelera estadística, estas líneas y las imágenes del vídeo, el resultado creo que no ofrece dudas y permite refutar la hipótesis inicial: no se observan diferencias estadísticamente significativas entre rusos y catalanes en su conmoción en el momento de la muerte de sus literatos predilectos, por lo menos a inicios del siglo XX. Se puede afirmar por tanto, que lo del “frivolismo” catalán era una patraña centralista (o de quien esto escribe). Cuestionarse qué ha sucedido para que cien años después, sólo la muerte de un futbolista –por mucho que se trate de Cruyff– sea capaz de suscitar una consternación similar supone entrar ya en el apartado de Discusión y Conclusiones, y de rebote, en terrenos pantanosos: corro el riesgo de preguntarme por ejemplo, cuántos y qué poetas catalanes actuales conoce, a pesar del creciente sentimiento independentista, un ciudadano de Barcelona hoy en día. Cualquiera de esos 50.000 ciudadanos, por ejemplo, que se dieron cita a finales de Marzo en el Camp Nou. La respuesta, me temo, tal vez se limite en muchos casos a un solo nombre, el de Miquel Martí i Pol, y es que si la elección del lugar, responde, sí, a un cierto prurito literario por concluir este texto allá donde lo he iniciado, reconozco que comporta un sesgo importante: por sorprendente que pueda parecer, ¿no es precisamente el “hijo deportivo” de Cruyff, Guardiola, una de las pocas personas que algo ha hecho por divulgar la poesía catalana? 1. De París a Monastir. Gaziel. Libros del Asteroide. 2014 2. Tots els camins duen a Roma. Memòries. Gaziel. Edicions 62. 1981 PLACER PLACER EL CIRCO DE LAS OPINIONES Borges habló de casi todo, durante muchos años, casi sin parar. Por ejemplo dijo: “Empecé a leer Guerra y Paz y de repente me di cuenta que los personajes no podían interesarme. También de Tolstoi he leído algunos cuentos... pero me veía a mí mismo haciendo un esfuerzo. Y no me gusta eso cuando leo. Es decir, si leo un libro de matemáticas, o psicología, o ciencia, entonces debe ser así, pero con una novela o un cuento no deseo esforzarme. Quiero divertirme. No veo la razón por la que un escritor de cuentos o de novelas deba causar ningún problema. Recuerdo que George Moore dijo que Tolstoi hizo la descripción de doce hombres de un jurado tan minuciosamente que, al llegar al cuarto, ya había olvidado todo sobre el primero. Y añadió que seguramente Tolstoi, cuando escribía una novela, se despertaba por las noches y decía: “Bueno, todavía no he escrito nada sobre una carrera de caballos, ni hay la descripción de un baile, ni nadie que juegue a las cartas”. Y eso no está bien, desde luego. Si tuviese que elegir entre la literatura inglesa o la literatura rusa, entre Dickens o Tolstoi, elegiría a Dickens”. León Tolstoi también habló mucho y durante muchos años, pero sus opiniones acerca de otros autores literarios no abundan más allá de sus contemporáneos, con la excepción de Shakespeare. De hecho, respecto al célebre escritor se quedó bien a gusto diciendo cosas como: “El conte- PLACER nido de los dramas de Shakespeare, tal como se percibe en las explicaciones de sus mayores admiradores, es la más baja y vulgar concepción de la vida, que considera la elevación externa de los grandes de la tierra como la genuina superioridad; a costa de la multitud, es decir, de las clases trabajadoras; y que repudia no sólo los esfuerzos procedentes de la religión, sino también los de cualquier humanitarismo por alterar el orden social existente. En sus obras hay ausencia de naturalidad en las situaciones, los caracteres carecen de una dicción propia y se echa en falta también el sentido de la proporción, sin el cual una producción no puede ser considerada artística. La sinceridad está completamente ausente en todas las obras de Shakespeare. Uno ve en todas ellas una artificialidad buscada; es manifiesto que él no compone en serio sino que está jugando con las palabras”. Por si lo que se acaba de citar no fuera suficiente, Tolstoi ahondaría un poco más en su crítica furibunda al dramaturgo inglés (sí, le tenía algo de manía). Así, puede leerse en su correspondencia: “Hace unos días, para verificar la opinión que tengo de Shakespeare, fui a ver El rey Lear y Hamlet, y si había en mí la más mínima duda sobre lo bien fundado de mi aversión por Shakespeare, ésta se ha disipado definitivamente. ¡Qué obra tan burda, inmoral, vulgar y absurda es Hamlet! Todo se basa en una venganza pagana, hay un solo objetivo, acumular el mayor número de efectos posible, sin pies ni cabeza. El autor estaba hasta tal punto ocupado con los efectos, que ni siquiera se tomó la molestia de dar un carácter al personaje principal, y el mundo entero decretó que es un retrato genial de un hombre sin carácter. Nunca entendí tan claramente toda la magnitud de la incapacidad en los juicios de la multitud, y hasta qué punto puede engañarse a sí misma.” En fin, con estos dos ejemplos es suficiente, ¿verdad? Mejor vamos ya a rescatar las opiniones sobre él de algunos de sus compatriotas. De Ana Karenina se ha dicho, escrito, analizado, grabado mucho… Bastaría citar a Dostoievski, que al terminar de leerla salió a la calle proclamando: “Tolstoi es Dios”. Años más tarde, Nabokov diría también: “Anna Karenina es la mejor novela de amor de todos los tiempos”. En cambio, éste último, a pesar de la presencia de algunas princesas de corta edad, no concluyó una opinión tan inocua sobre Guerra y Paz: “Las irrupciones publicistas de Tolstoi son ilegibles. Guerra y paz, aunque un tanto larga, es una novela histórica retozona escrita para la criatura amorfa y blanda conocida como “el lector general”, y más específicamente, el joven. No me satisface en cuanto a estructura artística. No me producen placer alguno ni su enfadoso mensaje, ni los interludios didácticos, ni las coincidencias artificiosas, con el tibio príncipe Andrey que aparece para atestiguar tal o cual momento histórico, tal o cual nota de pie de página de las fuentes a menudo empleadas por el autor sin ningún rigor”. “Quizás porque he dejado de fumar, la moralidad de Tolstoi ha dejado de conmoverme: en el fondo de mi alma me siento hostil a ella, y eso por supuesto es injusto. La sangre campesina fluye por mis venas, y no se me puede asombrar con las virtudes campesinas. Desde niño he creído en el progreso y no podría actuar de otra manera, puesto que la diferencia entre el tiempo en que me azotaban y el tiempo en que las palizas terminaron es enorme. No me afectaban las proposiciones básicas, que se conocían de antemano, sino la manera que tiene Tolstoi de expresarse, el didactismo y probablemente una especie de hipnotismo. Ahora hay algo de mí que protesta: el cálculo y la electricidad y el vapor muestran más amor por la humanidad que la castidad y el vegetarianismo.” Así es el circo de las opiniones, una tempestad de “mierda” sin sentido. Igualmente, más que a su obra, indiscutible al fin, los análisis más polémicos versan acerca de su persona. Por ejemplo, Lenin escribió varios artículos analizando tanto la persona como el símbolo de Tolstoi, y su encaje en la Rusia revolucionada, opiniones que no se citarán aquí porque ya hay un estupendo artículo de nuestro Tesorero que pueden consultar en este mismo número (2) de la revista PLACER. Otro peso pesado (sin considerar ya más a nuestro entrañable Tesorero) de la Rusia de aquellos tiempos, Gorki, escribió: “No, León Tolstoi no ama a los hombres. Es solamente su juez, un juez cruel, un juez espantoso. No me gustan sus palabras sobre Dios. Él dice: “Yo soy un anarquista”. “En parte sí. Pero anulando ciertas reglas, él establece otras igual de severas, igual de graves; eso no es anarquismo, son maneras de gobernador”. Política, pobres escritores. León Tolstoi fue un jefe de pista estupendo, sobrevivió rodeado de bestias, de bufones. Equilibrista por necesidad, faquir por vocación, siempre supo sacar adelante un espectáculo respetable. Luego, seguramente, el show le desbordó, pero ¿a quién no le desborda? De hecho, acabó prendiéndole fuego al circo, que como número final hay que reconocer que no está nada mal. Por mucho que usted haya oído, este humilde redactor no considera la opinión curtida sobre Tolstoi como positiva, más allá del halago general y vacío a sus obras clásicas. Sus ambiciones amedrentan al que intenta indagar un poco más en él. Tolstoi es rocambolesco, exótico. Todos dicen disfrutarlo, pero desgraciadamente pocos lo sufren como se merece. PLACER Tolstoi y la “nueva” escuela Recuerdo como si fuera ayer la primera gran novela que cayó en mis manos cuando apenas tenía quince años: Anna Karenina. Aún puedo recordar el impacto que su lectura causó en mí por la crudeza de la trama y por la crítica abierta a la aristocracia rusa del S. XIX. Después de esta novela y por azares de la casualidad, encontré entre los 100 volúmenes de la Colección de la Biblioteca Espasa Salvat que decoraba una de las estanterías del comedor de mi casa, el número 34, que correspondía a La muerte de Ivan Illich, El padre Sergio y El diablo. A partir de entonces, la lectura de los realistas rusos fue uno de mis placeres obligados durante los años posteriores. El caso es que siempre he tenido a León Tolstoi como un magnífico escritor que me conectaba con cierta nostalgia a mi adolescencia. Lo que desconocía de él, que he descubierto recientemente, era su preocupación por la educación de los niños y jóvenes de su época, y el empeño y el tiempo que dedicó a la investigación y al análisis de otras formas de educar, en las que creía con más ahínco que en las que imponía el sistema autoritario de la Rusia del S. XIX. Tolstoi perteneció a una conocida familia de la antigua nobleza, lo que le permitió viajar por toda Europa, adquiriendo los conocimientos necesarios para llevar a la práctica, con posterioridad, sus ideas pedagógicas en las instituciones educativas. Al regresar a Rusia, puso en marcha lo aprendido en una escuela que fundó para los hijos de los campesinos en Yásnaia Poliana, su aldea natal. La enseñanza allí era gratuita, los alumnos entraban y salían a placer, no se consideraba nunca la posibilidad del castigo. Su modelo de escuela fue imitada en muchos lugares, pero debido a su postura contra la censura existente y la falta de libertad reinante, su escuela fue cerrada por el gobierno a los pocos años de su apertura. El mismo Tolstoi se configuró como autor y editor de los libros de textos de los alumnos. Creó una pedagogía particular que se regía por los principios del respeto a uno mismo y a nuestros semejantes. El hecho de que el escritor ruso prefiriera dar las clases en el jardín que en el interior de la escuela, me hace pensar de manera inevitable en su coincidencia en éste y en otros muchos aspectos con la Institución Libre de Enseñanza española. Esta Institución aparecía también como revulsivo ante el “Decreto Orovio” de Cánovas, con el que se suspendía la libertad de cátedra en España en 1875. No es de extrañar pues, que el nombre de Tolstoi figure entre los colaboradores del Boletín de esta Institución española al lado de autores como Bertrand Russell, Henri Bergson y Unamuno, entre otros. La Pedagogía que proponía Tolstoi era absolutamente antiautoritaria y defensora de la libertad. Hoy que hablamos tanto del Aprendizaje Significativo y de Estrategias de Intervención en la escuela, Tolstoi se nos descubre como el gran inventor de estos maravillosos y supuestamente “nuevos” términos. Según él, el estudiante debe percibir el tema de estudio como importante e imprescindible para sus propios objetivos. Hoy se intenta aplicar este principio porque los que trabajan en la Educación saben que la desmotivación del alumno es uno de las principales causas del fracaso escolar. Y en cuanto a las Estrategias de Intervención, llama la atención las ideas tan vanguardistas que demostró el escritor ruso al otorgar una importancia relevante a la pedagogía afectiva y al desenvolvimiento natural de las facultades. Tolstoi veía en el niño a un adulto, con las mismas necesidades de aprender; por eso defendía que el alumno debía elegir el objeto de su estudio y el profesor debía ser mero instrumento al servicio de su formación. Todo por el alumno: metodología, currículos, organización de las clases, evaluación y elección libre del espacio donde aprender... Y flotando en medio de todo, la figura de Rousseau y su defensa del vínculo del ser humano con la Naturaleza. Tolstoi condenaba el autoritarismo y rechazaba de plano el dogmatismo y el intervencionismo tradicional. Defendía a ultranza la libre elección del alumno a utilizar el método que más conviniera a sus objetivos. De esta forma el éxito está asegurado ya que cuando el individuo elige lo qué hacer, disfruta con ello y por lo tanto el aprendizaje es mayor. Exigía que los alumnos aprendiesen lengua pero con sentido común: soste- PLACER nía que un niño debía aprender las bases del lenguaje literario, para facilitarle la comprensión de textos de calidad, y no adaptar la lectura a la edad de los alumnos. En Yásnaia Poliana, Tolstoi mantuvo una máxima desde el principio: hacer nacer el gusto por la lengua entre sus alumnos para que estos sintiesen la necesidad de utilizarla. Y todo ello envuelto en libertad. La libertad que evita la tiranía del orden tradicional impuesto por el profesor y que sólo conduce a la frustración de los alumnos. El profesor es el que debe usar el método que el alumno elija y no al contrario. Y también debe adaptarse el profesor al falso desorden que en un principio parece generar este nuevo concepto de escuela, pero que al final desemboca en un orden natural elegido por los alumnos. La libertad de expresión y de elección debe presidir la relación profesoralumno. Y como colofón, para resolver la incógnita de la evaluación del alumno en esta escuela libertaria, el foco está en el esfuerzo y no en el resultado objetivo. Para concluir, podríamos decir que las ideas de León Tolstoi fueron absolutamente innovadoras, chocando con una mentalidad antigua que, aunque a punto de desaparecer tras la abolición del feudalismo en Rusia en esos años, aún constituía un obstáculo para la aplicación práctica de este rompedor modelo de escuela. No obstante, la estela de sus principios aún llega a nuestros días. Muestra de ello son los intentos de aplicar de nuevo en España los conceptos con los que Tolstoi escandalizó a la sociedad rusa de entonces. “En la escuela de Yásnaia Poliana, admitimos para enseñar el lenguaje, como la lectura y escritura, todos los procedimientos reconocidos como eficaces, y los empleamos a medida que los alumnos se aficionan y que avanzamos en el estudio; pero no empleamos ninguno a título de exclusivo, siempre en busca de nuevos.” León Tolstoi. PLACER PLACER A N A R C O K R I S T I A N O Tolstoi, nacido conde, se cría y madura en el vacío existencial de la aristocracia rusa. Tras estudiar en la universidad y disfrutar de la díscola vida de la alta sociedad de San Petersburgo, dicho vacío empieza a chillarle en sus entrañas. Para combatirlo intenta sin éxito enrolarse en el ejército, viajar en busca de conocimiento, y sobre todo auto-imponerse unas rígidas normas de comportamiento; que normalmente incumple con gran remordimiento. Escribe. Y se convierte en un escritor reconocido y famoso. Pero la insustancialidad burguesa acaba al fin en una enorme crisis espiritual. Renuncia a su obra y a su posición social. Y Cristo, en su forma más pura, aparece como Faro inevitable. El único sentido de la vida es tener fe en Cristo y seguir las enseñanzas del Evangelio. Sólo hay que rendir cuentas ante Él. Por lo que toda estructura, ya sea estatal o eclesiástica, es un impedimento para la realización del hombre y la mujer. Y hay que destruirlas. Tolstoi detesta el poder y propone ignorar y alejarse de quien lo ostenta: “La lucha entre el poder y el pueblo dura desde hace muchos siglos; trajo primero el cambio de un poder por otro, el de éste por un tercero, etc. Desde la mitad del siglo último, en nuestro mundo europeo, el poder de los gobiernos existentes, gracias a los perfeccionamientos técnicos, se ha rodeado de tales medios de defensa que la lucha contra él por la fuerza se ha hecho imposible. Y, a medida que el poder se ha ido haciendo cada vez más fuerte, ha mostrado también cada vez más su inseguridad, la contradicción interior que excita entre el poder bienhechor y la violencia -pues esto es la esencia de todo poder- habiendo crecido la última cada vez más. Resulta evidente que el poder -que para ser bien hecho debería estar en manos de los mejores hombres- se encuentra siempre en manos de los peores, pues los mejores hombres a causa de la esencia del poder en sí, que consiste en el empleo de la violencia para con los demás, no pueden desearle, y por esta razón, no le alcanzan ni le conservan nunca. Es tan evidente esta contradicción, que parece que todos los hombres deberán verla. Sin embargo, el solemne aparato del poder, el miedo que excita, la inercia de la tradición son tan poderosos que siglos, millares de años, transcurrirán antes que los hombres comprendan su error. Solamente en los últimos tiempos se ha empe­zado a comprender -a pesar de toda la solemnidad de que el poder sigue rodeándose- que su esencia consiste en amenazar a los hombres con la privación de la libertad, de la vida, y a poner en práctica estas amenazas; por esta causa, los que como los reyes, los emperadores, los ministros, los jueces, y los demás que consagran toda su vida a esto, sin otro pretexto que el deseo de guardar su situación ventajosa, no solamente no son los mejores hombres, sino que son siempre los peores, y, siéndolo, no pueden ayudar al bien de los hombres con su poder, al contrario, han suscitado y suscitarán siempre una de las causas principales de los males de la humanidad. He aquí, por qué el poder que en otras épocas excitaba en el pueblo entusiasmo y adhesión, ahora entre la mayor y mejor parte de los hombres provoca no sólo indiferencia, sino también muy a menudo desprecio y odio. Esta clase de hombres, siendo los más inteligentes, comprende hoy que todo el aparato so­lemne de que se rodea el poder, no es otra cosa más que la camisa roja y el pantalón de pana con que se viste el verdugo, para distinguirse de los demás prisioneros, puesto que él se encarga de la necesidad más inmoral y más repugnante del suplicio de los hombres”. La radicalidad anti-institucional es sin embargo compatible con la religiosidad más militante. Así, Tolstoi sostiene que la abolición de los mecanismos de esclavitud del régimen no es posible sin una revolución interior. Sin ella, sólo se llegará cada vez a una nueva época basada en el ejercicio de la violencia de unas élites sobre el pueblo. El estado está compuesto por una manada de pobres diablos que no dudan en utilizar la violencia para mantener sus corruptos privilegios. También la iglesia, que de hecho es el principal obstáculo para que la gente viva como Cristo. En definitiva, el anarco-cristianismo es una doctrina que se cierra sobre sí misma y se retroalimenta. La organización política debe ser consecuencia de las creencias espirituales. Primero Cristo, la revolución interior. El bien sólo lo pueden hacer los buenos. Después, Dios dirá. PLACER CORRESPONDENCIA ORIENTAL Durante sus años de formación, Gandhi leyó con gran entusiasmo la obra de Tolstoi y cayó bajo el influjo del ya viejo maestro ruso. Tolstoi ya había abandonado la literatura décadas atrás, y sólo publicaba escritos de carácter religioso y social, entre ellos: Carta a un hindú (1908), donde reflexionaba sobre el trato dado por el Imperio Británico a sus súbditos hindúes. Gandhi leyó esta publicación estando en Suráfrica, donde justamente luchaba por los derechos de los trabajadores hindúes dentro de un sistema que acabaría evolucionando en el famoso apartheid. En 1909, aprovechando una visita a Londres, Gandhi escribe a Tolstoi explicándole el trabajo que desarrolla en Suráfrica y pidiéndole permiso para publicar Carta a un hindú. Éste es el principio de una relación epistolar que llevará, a partir de su intercambio de ideas, al desarrollo del concepto de la resistencia no violenta. Las cartas entre estos dos célebres personajes de la historia es una parte inalienable de la valiosa herencia cultural y espiritual que rusos e indios pueden hoy admirar y apreciar. El concepto de no responder al mal con mal fue el arma pacífica que utilizó Gandhi en su lucha contra el dominio británico. Esto resultó un importantísimo giro en los comportamientos humanos de resistencia a través de la historia. Para Tolstoi, interesado por la cultura oriental desde su paso por la universidad de Kazán, la relación con Gandhi aportó cierto optimismo en su ocaso, dado que encontró continuidad en sus ideales pacifistas; de hecho, la correspondencia que mantuvieron durante años Tolstoi y Gandhi nos da una buena muestra de hacia dónde se dirigió la ideología y el pensamiento del escritor ruso en sus últimos años de vida. Por otro lado, no eran tiempos fáciles para ninguna de las dos sociedades, ni la rusa viviendo los últimos años de represión zarista, ni por supuesto la hindú. Y resulta sorprendente cómo dos personas de contextos culturales y religiosos tan diferentes, comulgarán en lo más profundo de sus idearios. En la última carta de Tolstoi a Gandhi, escrita el 10 de noviembre, pocos días antes de morir, éste expone una vez más sus teorías sobre la resistencia no violenta, alentando a reclamar la abolición del ejército, la policía y todas las formas represivas del estado contra los ciudadanos. Marcando de otro lado las formas equívocas de las enseñanzas cristianas, un cristianismo que según Tolstoi ha tomado caminos equivocados. Un devenir éste, que como explicó años atrás en su libro El reino de Dios está en vosotros, ha llevado a través de la historia a las clases poderosas a tener el control de las vidas de las clases humildes, utilizando el castigo corporal y personal con total impunidad, y cómo ese mismo orden social establecido es aceptado por las clases bajas con total naturalidad. En definitiva, según Tolstoi, una sociedad que vive esclava y absolutamente sumergida en relaciones de extrema violencia. En esa última carta sentencia: “Y los gobernantes lo saben, el instinto de conservación les ha dicho en dónde está el peligro principal. No tienen miedo a las tentativas violentas, pues tienen en sus manos una fuerza invencible; pero saben que son impotentes contra la convicción razonable, afirmada por el ejemplo de la vida”. Para vencer en esta guerra por la dignidad humana, Tolstoi empieza reclamando la unidad de todas las almas humanas y el comportamiento dócil entre ellas, como la más elevada y única ley de vida. Gandhi tendría tiempo para aplicar estas doctrinas; y también para olvidarlas. PLACER PLACER CONSIDERACIONES CRÍTICAS DE LENIN SOBRE LA FIGURA DE TOLSTOI Si bien es cierto que cuando el pueblo ruso, de la mano del ejército rojo, materializó la Revolución, Tolstoi llevaba muerto algo más de 7 años, Lenin, uno de los máximos líderes y pensadores de la gesta, señaló en varios artículos al célebre escritor como uno de los intelectuales más influyentes en la creación del pensamiento revolucionario de sus compatriotas durante los años finales del zarismo. Pero antes de profundizar en la relación que los textos de Lenin establecen entre la literatura-vida-acción (términos inseparables en el análisis materialista, pero indiscutiblemente intrínsecos en la vida del escritor) de Lev Tolstoi con la Revolución rusa habría que pararse a mirar un poco detalladamente el panorama social de “la Rusia entre revoluciones”: Con la caída del zarismo la nobleza tiene un papel destacado en un país absolutista como Rusia, a ella están reservadas casi todos los puestos públicos tanto civiles como militares. Gran parte de la aristocracia rusa vive en la corte pero su poder se apoya en un sólido dominio agrario aún cuando los siervos han obtenido su libertad. El clero tiene también una gran importancia en un país eminentemente religioso. A la cabeza de la iglesia ortodoxa estuvo el zar. El campesinado constituye cuatro quintas partes de la población, es decir, la inmensa mayoría de los habitantes del Imperio. Sus condiciones de vida no han cambiado desde el decreto de liberación de los siervos de 1861, ya que desde entonces deben pagar una suma muy elevada por su libertad. Finalmente, los obreros son una minoría en el país, sólo unos tres millones. Están sometidos a unas condiciones de vida muy duras: viven hacinados en barracones, sin condiciones sanitarias y con jornadas de hasta dieciséis horas. Por si fuera poco, está prohibida cualquier tipo de organización obrera o cualquier reunión para discutir sus problemas. Dentro de este panorama, y sin entrar en detalles, se puede decir que la figura más influyente de la intelectualidad rusa es ni más ni menos que Rasputín. Sobre este paisaje, Lenin encuentra en el desaparecido escritor una llave de acceso para reflotar la figura del intelectual en el plano revolucionario. Entonces, podemos preguntarnos si realmente ¿es Tolstoi “el espejo” de la sociedad civil rusa de finales del XIX? O ¿sólo un ícono que Lenin utiliza para describir, a través de un personaje de vida y ética aparentemente intachable, el paradigma de intelectual que buscará la Revolución? Viéndolo con algo de detenimiento, a Tolstoi lo sorprende la revolución de 1905 retirado prácticamente de la vida pública, con 77 años, inclinado hacia la religión, practicante, asceta. Acaba de publicar sus “últimos escritos” llamando al cristianismo, a la vida en la naturaleza y a la creación de una nueva ética del pueblo; por otro lado, también publica un exhaustivo ensayo sobre la realidad rusa, sobre todo la rural, La esclavitud de nuestro tiempo, un análisis profundísimo sobre la situación financiera del país y la distribución de las riquezas, el gasto del estado y a la vez un llamamiento a retirarse a vivir al campo, a convivir, al trabajo comunal, a “ser dueños de nosotros mismos”, una idea que es redundante en la obra tolstoniana y que entra en conflicto permanente con la idea de “propiedad” de la época, sobre todo la propiedad sobre los seres vivos, humanos o no. Ya vemos que no es arbitraria la elección de Lenin, ni casual, no por nada estamos hablando de uno de los estrategas más importantes del siglo XX. Sin embargo, ésta no es gratuita, ni divino el reconocimiento que le brinda, hay también una gran crítica a la ética tolstoniana, aunque no a su integridad; y por otra parte, una necesidad de distinguir la ideología del desaparecido escritor en la incipiente clase obrera rusa. Los artículos que Lenin dedica a Tolstoi, obviamente, no están abordados desde una vertiente literaria, sino desde un punto de vista político, político-revolucionario para ser más precisos. Lenin reacciona como un dirigente político que encuentra en la obra de Tolstoi una gran proyección social, y trata de abordarla desde la visión materialista, para esclarecer el significado ideológico de éste y de ver un vínculo con la realidad histórica. Veamos qué claves o ejes describe Lenin del pensamiento tolstoniano: 1) Anarquismo cristiano: Tolstoi buscaba la conformación de una “nueva” religión (nueva práctica, para ser más precisos); profundamente devoto y tomando ideas del cristianismo, propone dejar de lado la iglesia ortodoxa, planteando una forma de vida colectiva, “una utopía campesina”, sin propiedad privada, sin clases sociales ni autoridad, en armonía con la naturaleza y por lo tanto con la Creación. Una comunidad anárquica y autosostenible. 2) Ideal del perfeccionamiento moral: como columna vertebral de su ideario, esta nueva forma de ética está intrínsecamente relacionada con que cada individuo, sin necesidad de control, haga cumplir la voluntad de Dios en la Tierra. Este punto entra en gran controversia con la doctrina revolucionaria, pero da pie al último escollo de este análisis... 3) La idea de la no violencia: precisamente donde radica el eje más profundamente criticado por Lenin, la “no resistencia”; sin embargo, en la teoría tolstoniana es una consecuencia del punto anterior y una necesidad para llegar al inicial. Esta reprobación de la violencia tiene una intrínseca relación con la idea cristiana de “el pago del mal con el bien” (“poner la otra mejilla”, etc.) pero también es producto de su afectuosa relación con Mahatma Gandhi y el intercambio de ideas entre ambos (Nota del Consejo: nótese que el presente texto lo escribe el Tesorero de la Asociación y que aquí recuerda el artículo del Secretario, por lo que podríamos decir que se intuye cierta ¿“conciencia de clase”? Por cierto, un saludo temeroso, por supuesto, a nuestro amado Presidente, a quien reservamos siempre algunas de las últimas páginas…). Una vez conocida esta crítica y teniendo en cuenta el panorama cívico-social de Rusia ¿cabe aún hacernos la pregunta anterior? ¿Era Tolstoi un pilar intelectual para la revolución rusa? El propio Lenin establece, para explicar y analizar su legado, un período entre dos fechas clave de la historia del país: 1861-1905; o sea, entre la reforma emancipadora, con la abolición de la servidumbre, y el final del zarismo, con el acorazado Potemkin, el domingo sangriento y la primera Revolución. Y es en este tiempo donde Lenin encuentra el germen del cambio del ‘17, dónde Tolstoi ejercería su papel de pensador influyente. Lenin ve en sus obras la capacidad de analizar y criticar el momento actual de la sociedad civil rusa, de examinar las condiciones del campesinado y sobre todo la de exponer y cuestionar los abusos del poder, las injusticias del zarismo en concomitancia con la iglesia ortodoxa rusa. Por otro lado, a pesar de que Tolstoi menosprecia la figura del proletariado y por lo tanto su poder revolucionario, Lenin sabe disculparlo, ya que durante este periodo, el de surgimiento de los movimientos obreros, Tolstoi ya está retirado en un entorno rural, ya nunca regresa a la gran ciudad. Por último, otro gran argumento que desarrolla Lenin es el de no dejar el legado de Tolstoi en manos de sus enemigos, no dejar el análisis de su herencia cultural a quienes lo habían visto como una amenaza en vida. La voluntad de que la obra de Tolstoi deje de ser “patrimonio de una minoría insignificante, inclusive en Rusia”(1), forma parte pues de la política revolucionaria. Para Lenin es vital que la obra de Tolstoi sea patrimonio de todos, no sólo la herencia literaria sino también su función ideológico-política; que de ellas y de su acción en vida se reconozca su lucha permanente, y en cierto sentido revolucionaria, para lograr para sus congéneres condiciones de vida “verdaderamente humanas” (1). (1) Tolstoi y el movimiento obrero contemporáneo, Lenin, 1910. PLACER PLACER FLOTOGRAFÍAS Serguéi Prokudin-Gorski, nacido en agosto de 1863 en las entrañas del Imperio Ruso, fue un químico discípulo de Mendeléyev. Desarrolló sus estudios en Moscú, Berlín y París. Desde muy pronto se centró en la fotografía y, utilizando los descubrimientos de Maxwell sobre la composición de la luz, desarrolló técnicas fotográficas revolucionarias para su época. Maxwell postuló que se pueden tomar tres fotos en blanco y negro con los filtros rojo, verde y azul; y después, recomponerlas en un proyector con los mismos filtros, para obtener una imagen de color. Y así lo hizo Gorski, que se construyó su propia cámara, dotada de tres lentes, y que disparaba en serie produciendo tres negativos en cristal que, combinados con la luz correcta, reproducían fielmente los colores. Gorski tenía en la cabeza documentar la vida y la gente del Imperio Ruso a principios del siglo XX, y gracias al zar Nicolás II, maravillado por sus fotografías a color (en realidad proyecciones ya que la impresión en color no se había inventado), pudo realizar ese gran proyecto. Así, en 1905, el zar le cede un vagón dotado de cámara oscura y todo lo necesario para desarrollar técnicamente el proyecto. Asimismo, le proporciona salvoconductos para acceder a cualquier lugar del Imperio (de Siberia a Endor) y contar con la colaboración de la burocracia imperial. Entonces, Gorski emprende un viaje por toda Rusia documentando con su cámara asombrosa los lugares y la gente que en ellos habita. Las fotos son la leche, y por diferentes motivos: Técnicamente impecables, los colores que consiguió son de una viveza insultante; algunas de las composiciones son mucho más modernas que las diez últimas galas de la MTV juntas, ya que su estética es intemporal, perdurable. Pero sobre todo, estas fotos nos dan la oportunidad de liberar nuestra imaginación del yugo del blanco y negro que asociamos irremediablemente a las imágenes del pasado. Ver la vida de hace más de cien años con la viveza cromática de nuestros propios ojos nos ayuda a comprender que el verde de los prados, los azules del cielo o los rojos de los vestidos siempre fue el mismo, que los ojos de los hombres y las mujeres desaparecidos en los abismos del tiempo vieron de la misma forma que ahora vemos nosotros. Gorski abandonó Rusia al estallar la revolución de 1917 y se mudó a París con gran parte de su archivo fotográfico. Allí murió en 1944. Su archivo fue vendido a la biblioteca nacional del congreso de Estados Unidos, donde se puede consultar o disfrutar hasta decir basta. PLACER PLACER PLACER PLACER Pardiez! La única fotografía de Tolstoi en color y parece un cuadro... PLACER LEÓN EN CRIMEA Unos 40 años después de la invasión napoleónica, el Imperio Ruso, con su ansia de acceder al Mediterráneo, desencadenó la Guerra de Crimea. De nuevo Francia en el bando contrario, pero esta vez aliada al Reino Unido y al Imperio Otomano. Las dos potencias europeas habían intentado negociar con el sultán de turno para que cediera parcialmente a las exigencias rusas, y permitiera su libre navegación por el mar Negro. Pero una vez consumada la derrota turca, se lanzaron a una nueva contienda esencialmente para evitar el posible predominio ruso en el corazón de Europa. Éste es el contexto, una guerra cruenta que se cobró miles de vidas. Y en él, se desarrolla: La guerra del profesor Bertenev, excelente cómic de Alfonso Zapico. El profesor León Bertenev, para ser más precisos. Al margen del guiño evidente, este cómic es efectivamente un homenaje al monumental escritor ruso León Tolstoi. De hecho Tolstoi llegó a participar en dicha guerra, presenciando incluso el asedio a Sebastopol. Aunque el papel de Tolstoi en el conflicto armado de la península de Crimea fue más bien tangencial, y de forma parecida a alguno de sus personajes (por ejemplo, el joven y apuesto Rostov de Guerra y Paz, cuando decide enrolarse en los húsares; por cierto, sus ensoñaciones acaban en el primer embate, cuando la metralla sobrevuela por primera vez su bonita cabellera rubia) su paso por la guerra fue más bien un divertimento, para regresar inmaculado a la disoluta vida de la alta sociedad de San Petersburgo (de la que luego se arrepintió, pero ésta es otra historia). La guerra del profesor Bertenev es por tanto un homenaje a la obra magna, y no a la persona, del genio ruso(por cierto, no hay noticias de ello pero por la barba presumimos –el Consejo, claro– que alguna vez tartamudeó). Guerra y Paz es una de las cumbres de la literatura universal, y acerca de ella, se han escrito infinitos análisis. Pero sin duda, existe un denominador común entre ellos, y éste no es otro que el humanismo de sus personajes. En el crisol de la guerra se funden las barreras que impiden vislumbrar las almas. De forma transparente, cada uno ocupa su lugar. El profesor Bertenev es un destilado de los mejores rasgos de los personajes “tolstonianos”. Un pobre hombre que es reclutado a la fuerza por su activismo subversivo e intelectual (un nuevo guiño) contra los excesos autoritarios, contra la tiranía del zar. Y que por su naturaleza, pacífica e inteligente, acaba siendo muy estimado por sus enemigos. Pero vayamos por partes. Sin ánimo de resumir y, por tanto, abortar la lectura de esta pequeña joya, ni tampoco elaborar una reseña al uso, nos atrevemos sin embargo a sintetizar el hilo conductor de la trama. Así, la acción se inicia en el campo de batalla. Bertenev es un soldado más, sin embargo, con una habilidad militar prácticamente nula. Por lo que es básicamente un testigo, y como tal, observa estupefacto cómo uno a uno van cayendo los componentes de su batallón. Finalmente, en su trinchera sólo resta otro soldado. Y éste, al objetivar que el desenlace es inevitable, lo insta a huir. Bertenev lo sigue, pero ya en el bosque una bala alcanza al otro soldado y se queda solo. Unos segundos en el limbo, solamente. Porque a continuación es descubierto por el enemigo y a su vez por las tropas rusas que lo acusan de ser un desertor, un cobarde, un traidor. Es apresado, por tanto, pero ya en el campo de prisioneros ruega a su captor que no lo recluya con sus compatriotas, ya que su vida corre peligro. El oficial inglés se apiada de él, y a partir de ese momento se establece entre ellos un vínculo muy intenso, hasta acabar siendo amigos. La amistad que se consuma entre el militar y el intelectual es patente desde el inicio. No hemos desvelado ningún secreto. El contraste entre las dos visiones de la guerra es otro elemento obvio. El profesor Bertenev, de hecho, expresa de forma perfecta el pacifismo y la no-violencia que Tolstoi propugna ya en su vida adulta. Pero seguramente lo que más “atrapa” del relato es la naturaleza intrínseca del profesor. Su inocencia. A veces graciosa, a veces exasperante. Bertenev sufre mil infortunios pero, a pesar de todo, la suerte le acompaña. En cualquier caso, el profesor es capaz de concluir de forma lúcida que su infortunio sólo se debe a una cosa, y ésta es “la injusticia de los poderosos”. Pero en cambio no comprende el odio de sus antiguos compañeros de batallón. Sí, seguramente unos bárbaros, de la peor calaña, sin ninguna formación, y también reclutados de forma forzada. Pero probablemente, como él mismo descubre al PLACER oficial inglés, muy parecidos a los soldados enemigos con los que sí confraterniza, con los que sí es capaz de empatizar. Aquí radica, creemos, una de las cuestiones fundamentales de esta historia. Subyacente. Y es que el intelectual ruso es al fin un humanista convencido. Un hombre civilizado. Sin embargo, su comportamiento únicamente tiene sentido en determinadas condiciones, mientras que en otras circunstancias es manifiestamente absurdo. Un corolario posible: la civilización está enfrentada a la guerra, por lo que la guerra es absurda, efectivamente. Pero creemos que éste es solamente un primer análisis, superficial. Así, podría concluirse simplemente que la inocencia de Bertenev es una oda a la paz. Pero a lo largo del relato hay alguna piedra que impide el paso veloz, el vaso de agua no es completamente cristalino. Una pista: en la historia aparece y desparece un gato blanco que salva y burla, alternadamente, al desertor ruso. Así, la insistencia en la pureza, sencillez e inocente visión de la vida del profesor, podría implicar también cierto análisis crítico. ¿Subliminal? No estamos seguros. Pero existe, sin lugar a dudas, un sesgo, que consiste en la limitación en la cual se incurre al categorizar el comportamiento de forma tan simplista. ¿Blanco o negro? Bertenev es blanco, por supuesto, y así termina vestido, una alegoría preciosa; mejor que negro, claro, pero quizás no sea suficiente. En fin, lean la historia. A ver si están de acuerdo. O quizás encuentren alguna otra interpretación… En cualquier caso, es más que posible que su lectura detone la necesidad imperiosa de recuperar una de las mayores obras literarias de todos los tiempos, Guerra y Paz. PLACER PLACER LAS PRINCESAS La calesa avanzaba a través de la nieve con gran esfuerzo. Los caballos piafaban desfondados, para avanzar sólo unos metros en cada sacudida. El látigo del cochero restañaba de forma violenta en el bosque de coníferas y abedules. Los escuálidos árboles se agitaban desvalidos bajo la tormenta; níveos testigos mudos de la lucha encontrada por la supervivencia. Si no alcanzaban pronto el pueblo los pasajeros quedarían atrapados, aislados en medio de un temporal del que no se intuía un fin próximo. Apenas protegidas en el ligero coche de caballos, las dos princesitas, que habían desafiado los consejos del preceptor que las acompañaba, lloraban ahora arrepentidas de su caprichosa decisión; querían dar un paseo, aún faltaban dos días para el gran baile y no podían soportar más el encierro en aquella casa de campo tan lejos de su añorado San Petersburgo. Abrigadas, o más bien sepultadas, bajo las mantas de pieles, temblaban no sólo de frío sino también consumidas por un miedo atroz a que su inocente y luminosa vida acabara de forma tan ridícula. De pronto, el agudo relincho de uno de los caballos resonó de forma intolerable en sus oídos. El pobre animal, agotado, abandonaba su esfuerzo y desfallecía, cayendo inerme de forma suave sobre la esponjosa superficie. El cochero descendió rápido a soltar las riendas, e intentar así salvaguardar a su última montura, que aterrorizada saltaba, hiperventilaba y pateaba el carruaje sin control alguno. A pesar de la precaución, una coz golpeó la cabeza del pobre hombre justo cuando desataba el último aparejo, y el caballo huyó cojeando hacia el bosque, su suerte sin embargo inexorablemente determinada. Las dos princesitas chillaban ahora histéricas al contemplar cómo la nieve se teñía lentamente de rojo purpúreo. El preceptor, un hombre barbudo, de edad avanzada ya, y que instruía a las princesas en cuestiones como la geometría, el álgebra o la historia, no pudo soportar tampoco aquel desenlace inesperado, y estupefacto observó a cámara lenta como su corazón se detenía. Casi sin aliento, aún consiguió vocalizar: – ¡Corred, insensatas! Las muchachas saltaron a la nieve y emprendieron la senda que había dejado tras de sí el último caballo. Sin embargo, antes de internarse en el bosque, apenas veinte metros más allá de la calesa, la mayor de ellas, María, detuvo su avance repentinamente. – Así no llegaremos muy lejos –murmuró observando sus pies casi desnudos, los bonitos zapatitos carmesíes de piel de marta realmente inadecuados para la marcha a través de la nieve. Arrastró entonces a su prima, Sofía, de nuevo hacia el carruaje. Empujándola sin demasiada consideración al interior del coche, ordenó: – Coge las mantas, el abrigo y las botas de Dimitri Vladimirovitch. Yo me ocupo del cochero. Sofía, su lindo vestido empapado y el pelo revuelto, la contempló paralizada con la mirada perdida. – ¡Coge las mantas! –gritó. La mayor de las princesas se hundió de nuevo en el barro blanco, hasta alcanzar al hombre tendido en el suelo y ya prácticamente cubierto de hielo. Asió una de las botas, y apoyando sus pies sobre el taburete del antes dicharachero conductor, estiró infructuosamente con todas sus fuerzas. Casi cinco minutos más tarde, María tenía ya una de las botas, mientras que no conseguía sacar la otra. Sofía, que no había tenido tantos problemas, pues el cadáver del preceptor estaba algo protegido por la vaqueta, acudió en su ayuda. Las dos doncellas gritaban y se desgañitaban ante aquel reto mayúsculo, que representaba en aquellos momentos el foco de toda su existencia. Finalmente, con un último alarido de rabia las dos muchachas cayeron de espaldas con el preciado trofeo en las manos, aunque medio roto en su parte superior. María se calzó rápidamente los pies, y a continuación se abalanzó de nuevo sobre el exánime hombretón ensangrentado; y comenzó una nueva batalla, esta vez para arrebatarle el abrigo. La corpulencia del cochero impidió un rápido desenlace, y otra vez, las dos muchachas tuvieron que aunar todas sus fuerzas para poder voltear al cadáver, desabrochar los botones y desvestirlo de la ansiada prenda de ropa. Media hora más tarde, jadeando, las dos doncellas se tomaban un respiro tumbadas sobre la parte interior de la capota, que habían arrancado y extendido debajo del carruaje para resguardarse de los muertos y la tormenta. Habían registrado todos los cajones y compartimentos del carro y comprobado que no había nada de comida; hallaron únicamente media botella de vodka, por lo que tenían que emprender la marcha sin más dilación. Pero tenían que descansar, aunque sólo fueran unos minutos. Sofía, para muchos la doncella más bella y delicada de San Petersburgo –todas las miradas recaían sobre ella cuando paseaba muy erguida y orgullosa con su tía y su prima por la avenida Nevski, concediendo graciosamente a cada cual el derecho a admirarla, como si fuera una beldad más expuesta en alguno de los salones del Hermitage– había abandonado al fin sus formas más amaneradas, e inclinaba el cálido brebaje sobre sus labios. El abrigo de lana de su preceptor cubría ahora el precioso vestido azul celeste que había escogido aquella misma mañana. Antes encantador, que apretaba primorosamente su tallo, mostraba sus hombros desnudos y permitía entrever el nacimiento de sus bonitos y pequeños senos, ahora estaba sucio y deshilachado; pero eso ya no tenía la menor importancia. María aceptó la botella y aún de forma más ruda volcó su contenido sobre su garganta. María, la prima fea. Un ligero bozo cubriendo su labio superior, el pelo ralo, tan diferente de los bucles de seda dorada que cubrían los hombros delgados de su prima. Morena, la piel más oscura que la divina Sofía, inmaculada. Y un poco más alta, pero también más corpulenta, hecho que solía espantar a los muchachos en los bailes. En cualquier caso, a pesar que no podía evitar envidiar a su prima, la amaba, eran amigas desde siempre, y compartían todas sus confidencias, todos sus miedos, todas sus ilusiones adolescentes. PLACER Así, al mirarla de soslayo, y comprobar el deplorable estado anímico y físico en el que se encontraba la siempre perfecta Sofía, no pudo sino sonreír y comentar: – Hoy nos parecemos un poco, ¿verdad? – Maríaaa –se quejó su amiga, que sin embargo no pudo resistirse al encontrar los ojos divertidos e inteligentes de su prima, sin duda el rasgo que la distinguía por encima de los demás, y explotó a carcajadas. La risa inundó el pequeño mundo en el que estaban recluidas. Las dos princesas reían de forma sincopada, irresistible, por unos instantes felices, libres de los pensamientos más oscuros que poco a poco se iban elaborando en sus vías cerebrales. O quizás justamente debido al afloramiento, a la eclosión de la verdad absoluta que dictaba, apuntaba al final más funesto, se abandonaban al cálido sentimiento, se libraban de sus más hondas preocupaciones, ninguna necesidad ya de mantener ningún freno, ninguna limitación a su comportamiento. De todas formas, el frío era cada vez más intenso, por lo que lentamente, copo a copo, aquel estado extático se fue diluyendo. Sofía, a pesar de abrazarse fuertemente a su amiga, temblaba cada vez más. Su frente ardía a pesar de la gélida temperatura. – Ma chère –musitaba la pobre doncella –contez-nous cela, mademoiselle. María, resignada, acariciaba y peinaba, con sus dedos congelados, el cabello enredado de su prima, consciente que ésta deliraba y que el fin estaba próximo. Al menos observaba que estaba tranquila, radiante de hecho, imaginándose en alguna de las elegantes soirées a las que asistían frecuentemente, los hombres en el fumoir jugando a las cartas y discutiendo acerca de los últimos movimientos en las fronteras, mientras las mujeres cuchicheaban con sus labores en el regazo, esperando en realidad ansiosas el momento de la cena y del baile. Entonces un relincho rompió de nuevo el silencio, resquebrajando la realidad una vez más. María se levantó nerviosa, pensando que si el caballo había regresado aún cabía la posibilidad de escapar de aquella tumba de hielo. Su sorpresa fue aún mayor, al comprobar que un húsar de caballería montaba un corcel de enormes proporciones, y que se acercaba hacia ella sonriendo. La escena era tan idílica, el caballero acercándose bajo la nieve, las chorreras de su camisa sobresaliendo sobre el uniforme azul eléctrico, que por un momento temió que también ella delirara, e imaginara una solución tan improbable a su mala fortuna. – No sabe cuánto me alegro, oficial –consiguió articular, casi probando suerte –mi prima yace con mucha fiebre aquí debajo del carruaje, tenemos que llevarla enseguida a un médico. – Yo también me alegro, señorita –respondió el militar con la boca torcida. El tono alertó enseguida a María. En verdad no estaba soñando. Aquel hombre se acercaba y no parecía que tuviera buenas intenciones. – Me parece que tendrá que pagar por ello –masculló el hombre mientras ataba el caballo a una de las ruedas del coche. – Señor –imploró María –mi padre le recompensará generosamente si nos lleva a mi prima y a mí a casa. – Pero yo no quiero esperar tanto, señorita… El húsar se abalanzó entonces sobre la desafortunada princesa, y de un sólo desgarrón le arrancó el abrigo y parte del vestido, dejando sus tersos pechos al aire. María cayó de rodillas, rendida, el final trágico se adelantaba de forma aún más cruel de lo imaginado. Respiraba entrecortadamente, algo oprimía su garganta. De pronto, fue consciente que no sólo sentía miedo, también una suerte de deseo ancestral. El vello erizado, los pezones erectos. PLACER Cerró los ojos. Por una parte, no quería ver aquella mirada gris que la escrutaba tan lujuriosamente, los dientes carcomidos, la barba sucia y desgreñada. Y por otra, ansiaba ya el momento en el cual aquel individuo la poseyera, desflorara su virtud, antes de asesinarla sólo unas pocas verstas más allá de su propia casa. Esperó. Pero sólo escuchó un leve chasquido, una especie de crujido que desgarró el tiempo, dilatado de forma inconcebible. A continuación, un golpe seco a unos pocos centímetros de sus manos, apoyadas en el suelo. Abrió entonces los ojos, y observó la escena que ocurría ante sí como si ésta estuviera grabada en un lienzo en movimiento. Sofía, gruñendo como un animal salvaje, apuñalaba de forma compulsiva al hombre tendido inerte en el suelo, que había caído de forma miserable después de haberse bajado los pantalones. – Sofía –murmuró. La muchacha, enloquecida, se detuvo un momento. Cruzó su mirada con la de su prima, que sonrió de forma demente, y seguidamente reanudó la carnicería, o más bien el delicado ejercicio de puntillismo, las gotas de sangre elevándose en el aire y depositándose de forma aleatoria sobre la nieve. – ¡Sofía! ¡Ya es suficiente! La más hermosa de las princesas se detuvo. Y rompió a llorar, desconsolada. – Nos vamos a casa –dijo María, rodeándola con el brazo y llevándola hacia el caballo. Delicadamente, la mayor de las princesas ayudó a su prima a subir a la enorme montura, que aceptó mansamente la liviana carga. Luego montó ella, sujetando firme las bridas del descomunal rocín, ahora sí bufando por el ollar. Domado, lo dirigió dócilmente a los árboles de donde había venido el inicuo húsar. Antes, sin embargo, se volvió levemente y paseó su mirada por la explanada que dejaban atrás, la carreta volcada, el caballo semienterrado, los tres cadáveres y el reguero de sangre que ilustraba de forma insensible el infierno en el cual habían caído de forma irremediable. La nieve, virginal, cubría lentamente aquella obra sangrienta, de alguna forma sugiriendo la posibilidad de recuperar la inocencia perdida. –No –pensó, sintiendo a su vez el peso del abrazo de Sofía –no cabe engañarse. Ahora sabemos quién somos. FIN - - PLACER EL PUERTO DE DIOS Con un hilo de cieno se construyó la parca canción de los amantes; entre las dementes y los mendigos, en la plaza de la luz. Ella era hija del sol, muñeco ciego de maíz antiguo; él asesino y boxeador; nadaron en sangre y se besaron muertos. Sólo Dios hizo posible la coincidencia, aplazar la miseria y el llorar, volver a vivir tras la tortura y odiar la luna. Clavados a un único madero quemados por cera ardiente. En Nápoles construyeron un altar con cerveza y pelo; comieron fetos del cementerio y trazaron una ruta entre la paz y la guerra, donde enterrar un circo y bailar llorando. Ella era una santa negra de ceniza y metal; él adoraba sus pies de madera y el Evangelio. Se tocaban en ataúdes de corteza, entrelazaban sus raíces con el hígado del sauce: sintiendo el vómito de savia metálica se purificaron. El Jardín del Edén fue para ellos el vaso de vino y las cuencas huecas, azules, que constantemente los lloran; peregrinos en Roma durmiendo bajo la muralla, autómatas tenebrosos del Raval. Hay un burdel de niebla para los asesinos, para los amantes de labios secos y musgo, un lugar donde interrogarse sobre la Libertad, la Voluntad y la Ciencia, donde la muerte perfuma las llagas. PLACER PLACER PLACER PLACER PLACER LA INGENTE FORMA DE NUESTRO SER En el ameno ensayo de Juan Eslava Galán, Una historia de la guerra civil que no le va a gustar a nadie, el autor utiliza menudas historias personales de gente que vivió la trágica contienda para ponernos en situación. Nada más gráfico que las palabras del cabo Adolfo Romero: «Los hemos cogido en bragas», al referirse al avance republicano que dio inicio a la batalla del Ebro. Además, entre esas pequeñas historias que van hilvanando el libro, tomando unos pocos párrafos escogidos podemos hacernos una idea más general del desarrollo de dicha batalla. Así, en Julio de 1938, «En las cancillerías europeas, y en las del resto del mundo, nadie da un céntimo por la República Española. Sin embargo, la República no se rinde». Unos días después, «la gran sorpresa es titular en muchos periódicos del mundo: en la madrugada del 25 de julio de 1938, sesenta mil soldados republicanos, seis divisiones completas eficazmente apoyadas por cien baterías, han cruzado el río Ebro por doce puntos, usando barcas, pontones y otros medios de fortuna, y han arrollado a las fuerzas franquistas que guarnecían la orilla opuesta […] Los republicanos, a pesar de sus deficientes medios de transporte y de su escasa artillería y aviación, han conquistado casi ochocientos kilómetros cuadrados en un día». Sin embargo, «el día 26 el avance republicano se detiene […] Después de sus primeros compases magistrales, la obertura republicana ha fracasado y el frente se estabiliza […] El 2 de agosto de 1938 Franco llega a la posición de Coll del Moro para dirigir personalmente la batalla […] el plan del Caudillo es simple: atacar hasta expulsar al enemigo a sus posiciones de partida, al otro lado del Ebro o, si fuera posible, machacarlo sin darle tiempo a retirarse. Aranda (uno de sus generales) apenas puede disimular su enfado. El tosco planteamiento estratégico de Franco lo irrita: una ciega lucha de carneros que se topan en las cabezas hasta que se agote el más débil». Y así fue como durante más de tres meses se libraron a orillas del Ebro las más cruentas ofensivas de la guerra civil. Hasta que a mediados de noviembre los republicanos cruzaron de nuevo el río y dinamitaron definitivamente los puentes de abastecimiento que la aviación nacional destruía de día y los ingenieros republicanos reconstruían de noche. Influido por el espíritu de la curiosidad, después de leer el relato de aquella batalla y del resto de la guerra, me tomé un fin de semana para viajar en coche desde Barcelona hasta Belchite, un pueblo al sur de Zaragoza. La batalla de Belchite sucedió aproximadamente un año antes que la del Ebro. El pueblo fue fieramente bombardeado por el ejército republicano y, tras la guerra, Franco decidió que Belchite permaneciera en ruinas como símbolo. Caminé entre sus calles derruidas donde ha quedado estancado el silencio de después de la batalla y entré en la iglesia en cuyo campanario se observa claramente el impacto de un obús. Bajo la perforada bóveda, intuí la sensación de vértigo y calamidad que se debe sentir durante un bombardeo. Al día siguiente, con aquellas sensaciones aún frescas en mi espíritu, me dirigí unos cien quilómetros hacia el este, hacia la zona de la vega del Ebro donde un año después, cuando la guerra ya se decantaba del lado de los nacionales, se vivió la batalla que tan sugestivamente describe Eslava Galán. Cuando finalmente llegué a la orilla del caudaloso río, la visión bucólica de sus márgenes y la corriente milenaria del agua hacían aún más fantasmagórica la idea de la batalla fraticida. *** Es curioso observar el efecto que las casualidades causan en el ánimo del ser humano. Todo el mundo siente un asombro casi alegre ante una coincidencia temporal o espacial, son como pequeñas pruebas de que existe un orden entre el caos, como misterios resueltos a los que nos aferramos con delicia porque nos liberan de magias y divinidades. Por eso me gustó pensar que hace casi 80 años, por aquel mismo paraje ribereño en que yo me encontraba ahora, pasó mi abuelo materno en plena batalla del Ebro. Pedro Carralcázar, natural de Montefrío, Granada, tendero de profesión, rubio y guapo, sirvió en el bando fiel a la república como radiofonista. Los avatares de la guerra lo llevaron a cruzar el Ebro la noche del 25 de julio de 1938. Y lo veo unas semanas después, en medio de la batalla un día cualquiera, agazapado detrás del capitán, dispuesto a ofrecerle la radio, viéndose sorprendido por una avanzadilla nacional que quiere recuperar terreno, replegándose hacia el río, buscando una roca o un saliente donde guarecerse de los disparos que ya les alcanzan, pegando su cuerpo contra la tierra y tarareando la famosa coplilla para espantar el miedo, dándole tal vez el toque flamenco de su Andalucía: Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero: Tercera Brigada Mixta, Primera línea de fuego. Aunque me tiren el puente y también la pasarela me verás pasar el Ebro en un braquito de vela. Pero el azar no entiende de límites, no sabe del asombro que puede producir en un espíritu observador. Prácticamente se me para la respiración cuando descubro que en el escuadrón que persigue al capitán y al radiofonista y que ahora toma posiciones de fuego, allí mismo, al lado del sargento, se ha apostado mi abuelo paterno. Francisco Vizán, natural de Almaraz de Duero, Zamora, moreno y duro y seco como la tierra que ha labrado desde que tiene uso de razón. Ha cruzado la península de oeste a este con el ejército nacional, disparando a otros labradores, desde otras trincheras, cerca de otros ríos. *** PLACER PLACER Cuando pienso en la guerra, en cualquier guerra, es inevitable observarla inicialmente como un asunto incomprensible y absurdo. En la segunda parte del epílogo de Guerra y Paz, Lev Tolstoi, a partir de las campañas napoleónicas en las que se basa su vasto relato, disecciona este hecho histórico desde esa perspectiva atroz: «Durante ese período de veinte años, inmensas extensiones de tierra quedan sin cultivar; las casas son incendiadas, el comercio cambia su orientación; millones de personas se arruinan, otros se enriquecen, otros emigran; y millones de cristianos, que profesaban la ley del amor al prójimo, se matan unos a otros». Y se pregunta desde su atalaya racional: «¿Qué significa todo esto? ¿A qué se debe? ¿Qué obligaba a esos hombres a incendiar las casas y matar a sus semejantes? ¿Cuáles fueron las causas de tales acontecimientos? […] ¿Cuál es la fuerza que mueve a los pueblos?». Sin prisa, después de su magna novela donde ya se han explicado los hechos, se dedica durante más de cincuenta densas páginas a resolver el problema y sentar las bases de la ciencia histórica moderna, llegando finalmente, a su manera, a la grandiosa paradoja: la diferencia entre el comportamiento del individuo y la sociedad del que forma parte. De forma elegante, el autor ruso desdeña las relaciones de poder humanas y la influencia directa de los personajes históricos sobre el devenir de la historia para centrarse en su comprensión a partir de la contradicción entre la conciencia de libertad individual y las leyes de la necesidad circunstancial, espacial y temporal: «Si la voluntad de cada hombre fuese libre, es decir, si el hombre pudiera obrar a su antojo, la historia se reduciría a una sucesión de casualidades incoherentes», pero «si existiese siquiera una ley que dirigiese las acciones de los hombres, no podría haber libre albedrío, ya que las voluntades de todos los hombres debería someterse a esa ley», cosa que no admitimos, ya que «no podemos imaginarnos a un hombre privado de libertad, a menos que esté privado de vida». Y unos párrafos más allá el gran autor eslavo da el salto cualitativo que sólo está reservado a los genios: «La razón expresa las leyes de la necesidad; la conciencia, expresa la esencia de la libertad. La libertad ilimitada es la esencia de la vida en la conciencia del hombre. La necesidad sin contenido es la inteligencia humana […] La libertad es lo que se juzga; la necesidad es quien lo juzga. La libertad es el contenido; la necesidad es la forma. Sólo separando las dos fuentes del conocimiento, que se relacionan entre sí como la forma con el contenido, se llega a conceptos que se excluyen recíprocamente y no pueden ser comprendidos: los conceptos de necesidad y libertad. Y solamente gracias a su unión se consigue comprender la vida del hombre». Entiendo que en ese equilibrio exclusivamente humano entre libertad y necesidad pueden tener cabida la inmensa cantidad de interpretaciones y formas de entender el mundo, tantas casi como seres humanos habitan el planeta. Que la explicación de una guerra no se puede concebir desde una sola experiencia vital, desde un punto de vista. Y que ahora que el mecanicismo del siglo XIX ha sido superado por un relativismo galopante, lo que hacemos para consolarnos es aferrarnos al extremo inconcebible del infinito, ya que «para representarnos la actividad de un hombre sujeto únicamente a la ley de la necesidad, sin libertad alguna, debemos admitir el conocimiento de una cantidad infinita de condiciones espaciales, de un período infinitamente grande de tiempo y de una serie infinita de causas». *** ¿Pero, existe acaso algo más asombroso, más inabarcable, aterrador y poético que el infinito? ¿Algo más abismal que tomar conciencia de la inabarcable cantidad de combinaciones, la acumulación incontrolada e incontrolable de coincidencias, la exponencial cantidad de posibilidades que se acumulan cada instante y que influyen en el devenir de las civilizaciones? Las historias que contaban los abuelos, la historia de aquel pueblo, el hambre de una familia, la abundancia de la familia vecina, años de buenas y malas cosechas, libros de texto, periódicos, infancias duras o felices, alcohol, horizontes, humillaciones y sueños; todas y cada una de las palabras que se pronunciaron en calles y plazas, consignas imprecisas…, las irrepetibles conexiones cerebrales que se habían acumulado en el sargento hasta el preciso instante que le gritó a mi abuelo paterno: “Al de la radio, Vizán, al de la radio!”. Y mi abuelo que se acomoda el fusil y apunta a mi otro abuelo con todo el odio acumulado durante tantos siglos. Y dispara. No sería licencioso considerar ese momento, cuando esa bala vuela por el aire de la vega del Ebro, como el inicio oficial de mi existencia. Escribió un verso Jorge Luis Borges: «Nos aniquilaría contemplar la ingente forma de nuestro ser». Asimismo, en aquel verano en que mis padres ni siquiera habían nacido, yo empecé a ser. En aquel páramo, en aquella rabia indescifrable y en el miedo de aquellos dos jóvenes, venidos de las dos puntas de España para matarse. Se puede decir que empecé a escribir este relato en mi mente aquel apacible día a orillas del Ebro, pero en realidad el relato ya había sido empezado, en ese mismo lugar, hacía más de 80 años. Aquella bala, tal vez sea lo de menos comentarlo, no alcanzó su objetivo. No hay que descartar que la mala puntería de mi abuelo fuera la causa de que nunca pasara de soldado raso. Mi otro abuelo, que sin saber cómo ha notado el golpe del destino, mira a su superior que está bramando: “¡Vamos, vámonos, salgamos de aquí! ¡Ahora!”, entonces salta del escondite y empieza a correr hacia el río, desesperado, saltando sobre algunos cuerpos de compañeros caídos, con la radio colgando que le golpea los riñones, alejándose de mi otro abuelo para siempre. Nunca se encontrarán de nuevo. Cuenta la historia familiar que mi abuelo paterno no volvió a ser el mismo cuando volvió a Almaraz al terminar la guerra; que el recuerdo de una emboscada de la que salió milagrosamente con vida, o tal vez las balas que salieron de su fusil y que sí acertaron su objetivo, lo convirtieron en un hombre taciturno y parco en palabras. En 1965 una repentina embolia acabó con su vida mientras trabajaba la tierra que lo había visto nacer. De mi abuelo materno guardo el tibio recuerdo de un anciano de ojos acuosos que apenas me reconocía cuando en veranos íbamos al pueblo de vacaciones, y del que siempre pensé que guardaba una amable relación con la muerte, que lo vino a buscar plácidamente una tarde de mediados de los 80. Quiero creer que el tiempo había borrado de su memoria, al menos parcialmente, aquella sensación de desamparo bajo el fuego enemigo, aquella angustia y aquel desgarro irremediable que aún se percibe como una amenaza bajo las cúpulas de la iglesia de Belchite. PLACER PLACER VIAJES DE GOZO Y PLACER En Rusia hay muchos rusos –diría el gran Eugenio. Y hacen muchas cosas –diría algún otro. Hay muchos condes y príncipes y palacios con preciosos tapices. Y bueno, luego hay mucho fuego y papeles que caen por las ventanas mientras arden. Hay mucho campo, muchísimo, mucho verde, mucho árbol, muchos animales majestuosos que pueblan sus inabarcables praderas. Pero mucha montaña también, y mucho río y muchos peces deslizándose muy cerca de las piedras redondeadas por el paso interminable del tiempo. ¿En Rusia? ¡Buf! En Rusia hace mucho frío, por lo que hay mucha leña, mucho vaho en las ventanas y, claro, mucho barro cuando llueve. Mucho caballo en Rusia, y muchos perros. Muchas sábanas blancas danzando con el viento y muchos, muchísimos niños y niñas con los mofletes rojos, comiendo pan, cebolla y muchos cereales. Mucha vela en Rusia. ¡La de velas que debió encender Tolstoi en toda su vida! Y cartas, muchas mesas y vodka, muchos abrigos recosidos en Rusia, y mucho guante de oso y botas de reno. Mucho pelo, montones de pelusa y suelos de madera que crujen como sólo pueden crujir en Rusia. Mucha hambre también en Rusia, mucha cuneta, mucha intriga y muchos asesinatos. Mucho papel impreso, muchos sótanos, bibliotecas, grandes volúmenes encuadernados en piel en habitaciones de techo bajo. Y mucho tren, grandes distancias las de Rusia. Humo, como no hemos visto en la vida, denso, blanco, dotado de una gran hermosura. Y un montón de hombres y mujeres ardientes, lujuriosos, salvajes. Mucho cachondeo en Rusia. Y mucho Dios. Montones de iglesias ortodoxas. Mucho ortodoxo y mucho revolucionario en Rusia. Mucho panfleto, mucho palacio. En Rusia hay muchos rusos –diría el poeta. No, el Consejo Editorial no ha estado en Rusia. Estamos casi seguros que no hemos ido más allá (hacia el este) de Berlín. Cuestiones dinerarias, claro (una licencia poética, por supuesto, en realidad somos unos burgueses aburridos que torturan a sus criados cuando no están haciendo revistas). Pero ya conocemos Rusia, o por lo menos algo (o mucho) de Rusia. En el próximo número cruzaremos de nuevo el Atlántico, nos esperan en Lowell con el motor en marcha para ir de aquí para allá y de allá para aquí sin un horizonte fijo. Lowell Yásnaia Poliana Ginebra Buenos Aires Astapovo PLACER PLACER → CERDITOS → Tolstoi renegó de su obra magna 30 años antes de su muerte. Nosotros somos más absolutistas, ¿quién se acuerda ya de Borges? Igualmente, aunque extremistas, nuestra alma es aún sensible, por lo que, para reconocer a los laboristas aquí van nuestros nombres… PLACER emana de la asociación La Mordida Literaria y en este número han participado: Pedro Vizán (Prólogo y La ingente forma de nuestro ser) Robi (Caricaturas) Jandrus (Simetrías varias) Luisjo Herrero (Fotografía niebla verde) Emy Luna (Tolstoi y la “nueva” escuela) Esteban Barbaría (Lenin y guión de El Caballo de Tolstoi) Javier López-Canut (Correspondencia oriental) Dani Ites (“Foto” de Las princesas) David Pérez (El puerto de Dios) Carme Ribas e Isabel Grau (Subcomision Hortografica) Àngels Piédrola (Asuntos web) Víctor Fernández-Dueñas y Marcos Pérez (lo demás) y hemos echado mano de: Goya, Alfonso Zapico, Gorski, Bukowski y, por supuesto, de nuestro hermano León Tolstoi. Consejo Editorial: Marcos Pérez Víctor Fernández-Dueñas [email protected]